DOMINGO XXX – B (28 de octubre de 2018)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 10,46-52:
10:46 Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí,
acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo
—Bartimeo, un mendigo ciego— estaba sentado junto al camino.
10:47 Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso
a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"
10:48 Muchos lo reprendían para que se callara, pero él
gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!"
10:49 Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces
llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama".
10:50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un
salto y fue hacia él.
10:51 Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por
ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver".
10:52 Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado".
En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
Las preguntas que nos formulamos en este año para comprender
las enseñanzas de Jesús es: ¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?"
(Mc 10,17). Los discípulos dijeron: ¿Quién podrá salvarse?" Jesús les
dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él
todo es posible" (Mc 10,26-27). Si todo es posible para Dios, es posible
que un ciego deje de ser ciego por el poder de Dios. Jesús dice al ciego: "¿Qué
quieres que haga por ti?”. Él le respondió: "Maestro, que yo pueda
ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida
comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Como se ve, para el
tema de salvación es importante tener en cuenta el tema de la fe.
Jesús preguntó al ciego: "¿Qué quieres que haga por
ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le
dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo
siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Este episodio se contrasta con lo que Jesús
decía: “Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale
entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos
al infierno donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.” (Mc 9,37). Si el
tema de fondo es la salvación, nos preguntamos ¿Sera el ojo para mi motivo salvación
o condenación? Es ilógico pensar que todos los que tienen ojos irán al cielo y
todos los ciegos al infierno o viceversa. Todo depende que conducta damos al
cuerpo con sus cinco sentidos.
Jesús se enteró de que habían echado de la sinagoga al ciego
que lo había dado vista y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo
del hombre?" Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?"
Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".
Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después
Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los
que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él
oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?"
Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero
como dicen: "Vemos", su pecado permanece" (Mc 9,35-41). Porque ven
según las conveniencias particulares y no ven lo que es. Por eso dice Jesús: "Yo
soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la Vida" (Jn 8,12).
El evangelista San Lucas acuña el inicio del ministerio
público de Jesús de este modo: “Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el
sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la
lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías (61) y, abriéndolo,
encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a
los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a
dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús
cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían
los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido
este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,16-21).
En el posterior relato Lucas trae a colación las primeras
reacciones de la gente de unos a favor otro en contra de Jesús: “Ellos daban
testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de
gracia que salían de su boca. Y otros decían: ¿No es este el hijo de José? Pero
él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico,
cúrate a ti mismo"…y agregó: Les aseguro que ningún profeta es bien
recibido en su tierra”. (Lc 4,22-24). El evangelio de Juan trae otras escenas
como por ejemplo: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el
pan bajado del cielo. Y decían: ¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José?
Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: Yo he
bajado del cielo? (Jn 6,41).
Los discípulos de Juan el Bautista preguntaron a Jesús:
"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En esa ocasión,
Jesús curó a mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos
espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los
enviados: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven,
los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los
muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel
para quien yo no sea motivo de tropiezo!" (Lc 7,20-23).
En otra ocasión Jesús aclaro a sus discípulos y les dijo:
“Les hablo por medio de parábolas porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni
entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más
que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón
de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus
ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no
comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure” (Mt 13,13-15). Es más, Jesús
les dijo: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus
oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo
que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mt
13,16-17). El evangelista Marcos agrega y dice: “Tienen ojos y no ven, oídos y
no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando
repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron:
Doce. Y aun ¿no entiendes? (Mc 8,18-19).
Jesús es más enfático en decir: "Yo soy la luz del
mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
Vida" (Jn 8,12). Y ante el ciego de nacimiento dijo: “Mientras estoy en el
mundo, soy la luz del mundo. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo
barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: Ve a
lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y,
al regresar, ya veía” (Jn 9,5-7).
Así, pues conviene preguntarnos ¿Quién es el ciego de
nuestros tiempos si Bartimeo dejó de ser ciego?
Bartimeo, un mendigo y además ciego. Dos desgracias juntas:
“La de mendigo”, es decir, que vivía en la pobreza mendigando un pedazo de pan
para comer y subsistir cada día, para el colmo “ciego”. Está sentado junto al
camino por donde pasaría cantidad de gente a la que él no podía ver ni
reconocer; sin embargo, se da cuenta de que el que ahora pasa es Jesús. No lo
ve, pero quiere verlo. Se resigna a pedir limosna, pero no se resigna a seguir
viviendo ciego. ¿Imaginemos cuanta gente vive sentada en el camino esperando no
solo una limosna sino que alguien le haga ver? ¡Cuantos que creemos tener buena
vista, no logramos ver a nadie, y menos a Jesús que pasa a nuestro lado y lo
dejamos pasar, tal vez porque nadie nos despierta esa curiosidad de conocerle
algún día! No nos resignamos a vivir de limosna y somos capaces de resignarnos
a vivir ciegos espiritualmente.
Bartimeo decidió valerse por sí y gritó. Nada de cortesías,
grita. Hasta molesta a los que acompañaban a Jesús que lo mandan callar, pero
él grita más fuerte. Varias imágenes llenas de sentido para iluminar también
nuestras vidas. En primer lugar, no basta decir que yo no veo a Dios. Hasta
dónde tenemos esas ganas profundas del corazón que quiere ver y oramos no en
voz baja para que no se entere nadie, sino a gritos. ¿Alguna vez has rezado
dejando que tu corazón grite? No le pide a Jesús que lo saque de su pobreza y
mendicidad, le pide que le haga ver. Además, la fineza de Jesús. Mientras los
demás le mandan callar, que siempre es lo más fácil, mandar callar a quienes reclaman
sus derechos, Jesús mismo lo manda llamar. Jesús es tan delicado que ni
siquiera le dice yo te voy devolver la visión, le dice “tu fe ha curado”. ¿Qué
le pedimos nosotros a Dios? ¿Que nos dé cosas o nos haga verle a Él y ver a los
demás? ¿Somos de los que mandamos callar a los que gritan sus necesidades o más
bien nos acercamos a ellos? Como ven, muchas preguntas que esperan nuestras
respuestas.
En resumen, ya en el A.T. se habla del valor trascendente de
la vista: "Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es
que Dios sabe muy bien que el día en que coman del árbol prohibido, se les
abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol era bueno
para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su
fruto y comió, y dio también a su marido, (Rm5, 12) que igualmente comió.
Entonces se les abrieron a los dos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban
desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores” (Gn 3,4-7).
En el N. T. Jesús da el sentido real al mensaje de la
ceguera: "Jesús dijo al hombre que ha sido curado de su ceguera: "He
venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden
ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le
dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió:
"Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen:
"Vemos", su pecado permanece en Uds." (Jn 9,39-41).
Muchos como Bartimeo pueden hoy dejar de ser ciegos, pero
seguirán siendo ciegos a falta de esa fe
como la de Bartimeo. “Señor auméntanos la fe” (Lc 17,5). Porque tú eres nuestra
luz (Jn 6,12).