DOMINGO XIX - C (07 de agosto del 2016)
Proclamación del Santo evangelio Según San Lucas 12,32-48:
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "No temas, pequeño rebaño, porque al
Padre de ustedes le agradó darles el Reino. Vendan lo que tienen y repártanlo
en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas
que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce.
Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón. Tengan puesta la
ropa de trabajo y sus lámparas encendidas. Sean como personas que esperan que
su patrón regrese de la boda para abrirle apenas llegue y golpee a la puerta.
Felices los sirvientes a los que el patrón encuentre velando a su llegada. Yo
les aseguro que él mismo se pondrá el delantal, los hará sentar a la mesa y los
servirá uno por uno. Y si es la medianoche, o la madrugada cuando llega y los
encuentra así, ¡felices esos sirvientes! Si el dueño de casa supiera a qué hora
vendrá el ladrón, ustedes entienden que se mantendría despierto y no le dejaría
romper el muro. Estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre llegará
a la hora que menos esperan."
Pedro preguntó: "Señor, esta parábola que has contado,
¿es sólo para nosotros o es para todos?" El Señor contestó: «Imagínense a
un administrador digno de confianza y capaz. Su señor lo ha puesto al frente de
sus sirvientes y es él quien les repartirá a su debido tiempo la ración de
trigo. Afortunado ese servidor si al llegar su señor lo encuentra cumpliendo su
deber. En verdad les digo que le encomendará el cuidado de todo lo que tiene.
Pero puede ser que el administrador piense: "Mi patrón
llegará tarde". Si entonces empieza a maltratar a los sirvientes y
sirvientas, a comer, a beber y a emborracharse, llegará su patrón el día en que
menos lo espera y a la hora menos pensada, le quitará su cargo y lo mandará donde
aquellos de los que no se puede fiar. Este servidor conocía la voluntad de su
patrón; si no ha cumplido las órdenes de su patrón y no ha preparado nada,
recibirá un severo castigo. En cambio, si es otro que hizo sin saber algo que
merece azotes, recibirá menos golpes. Al que se le ha dado mucho, se le exigirá
mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas.
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien
El Evangelio del domingo pasado terminaba Jesús su enseñanza exhortando: “Si uno acumula bienes para si y muere a la noche siguiente; las cosas que ha acumulado, ¿para quién serán?" Así es
como pasa con el que atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de
Dios" (Lc 12,21). Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que
tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen
de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay
polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu
corazón” (Lc 12,33-34). ¿De qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el
corazón? No es la cosecha, no es un bien material, la que quepa en el corazón
de Dios y en el corazón del hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26)
es sin duda alguna el amor(I Jn 4,8). Al respecto San Pablo dice: “El Reino de
Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en
el Espíritu Santo. Quien de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también
es apreciado por los hombres” (Rm 14,17-18).
Recordemos aquello de: “Alégrense mas bien que sus nombres estén
escritos en el cielo” (Lc 10,20). Y el libro del apocalipsis senos dice: “Entonces
la Muerte y el Abismo fueron arrojados al mar de fuego, que es la segunda muerte.
Y los que no estaban inscritos en el Libro de la Vida fueron arrojados al mar
de fuego” (Ap 20,14-15). Es decir los que de los que estaban escritos sus
nombres en el libro de la vida, vivirán con Dios, es el cielo: “Después vi un
cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia
preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el
trono: "Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con
ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap
21,1-3). Ahora la pregunta que nos hacemos nuevamente es ¿Cómo lograr que mi
nombre, tu nombre, nuestro nombre este escrito en el libro de la vida? (Lc
10,12). Jesús nos describe con dos parábolas:
La parábola del
“patrón que está para volver de una fiesta de bodas” (Lc 12,36-38). Ésta
describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por
la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana:
el patrón al servicio de sus sirvientes. La parábola del “ladrón” o también del
“responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón” (Lc 12,39-40). Ésta
hace una advertencia contra la mala preparación. Ésta ejemplificada en el dueño
de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del
Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios efectos negativos para
aquellos que estuvieren mal preparados. Las dos parábolas son complementarias:
la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo.
El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que
estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas
encendidas” (Lc 12,35). La idea es una y se expresa con dos imágenes que
repiten el mismo mandato. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo
solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural
comunitario. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (Lc 12,35),
como una manera de decir: “esperen en ropa de trabajo o de servicio” ¿Qué otra
motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el amor? San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a
otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce
a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por
eso uno estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el
amor el único camino eficaz de salvación: “Si uno dice Yo amo a Dios y odia a
su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar
a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que
ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación
del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os
ame” (Jn 13,14).
“Tened encendidas sus lámparas” (Lc 12,35). Permanecer
dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de disponibilidad
para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder” se insinúa
también el calor de la acogida en la casa. Tener las luces encendidas,
entonces, es señal de actividad nocturna en una casa o al menos de
disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier
hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente,
el patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas
horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.
En Lucas notamos un gusto particular por estas escenas
nocturnas, como en la parábola del amigo que necesita que se le haga un favor a
medianoche (Lc 11,5), o la de Dios que le reclamará de noche la vida al rico
indolente y extasiado en sus sueños egoístas (Lc 12,20). Para Lucas, los que
velan por la noche son los que mejor están preparados para percibir la llegada
del Señor (Lc 2,8-9; la anciana Ana: Lc 2,37; la viuda: Lc 18,7). Señal de esta
vigilia son las luces de la casa encendidas, si bien ahora no se habla de la
oración expresamente sino del servicio. El mandato de Jesús, de mantener las
lámparas encendidas, se hace en previsión de la prolongación de la jornada de
trabajo y está asociada con el cansancio normal que sobreviene y que lleva a
dormir (apagar las lámparas). Por tanto, por detrás hay una advertencia sobre
la debilidad física y la desidia interna que lleva a “bajar la guardia” en la
prontitud para el servicio, no sólo el que hay que hacer ahora sino el que se
va a requerir más tarde.
La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: 1) el
tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los
servidores (Lc 12,36) y 2) el tiempo de la llegada del patrón y de la
recompensa de los servidores (Lc 12,37-38). “Sed como hombres que esperan a que
su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le
abran” (Lc 12,36). El servicio que es espera es parecido al de un portero, si
bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias
para el patrón una vez que entre en la casa. El patrón está participando en una
fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se
prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche
(Lc 12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como
hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo
importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta
en preciso instante en que llegue y toque la puerta (Lc 13,25), aparecerá una
escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).
Dios ejecuto su proyecto de salvación mediante el servicio
de cada uno de los bautizados en la construcción de su Iglesia: “Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es
único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús
hombre” (1Tm 2,4-5). No hay mejor motivación que el amor para un servicio efectivo.
Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida por sus
amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo
servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos,
porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,13-15).
“Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).
Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al
tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto
muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer
para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie
es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas
adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto,
honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he
practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le
dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero
entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mc
10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es actuando en el
amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y misericordia.
La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir,
al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero
no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La
religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto:
ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con
la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “lLa fe sin obras es una fe muerta”
(Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que
decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene
un pan o un vestido.
Lo segundo que nos plantea Jesús es dónde está el verdadero
tesoro de nuestras vidas. Porque, claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos
con el corazón metido en la caja fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la
mesa. En cambio, aquí Jesús nos dice que renunciar a todo y darlo a los que no
tienen, nos abre una cuenta fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres.
Humanamente, los pobres no suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como
tesoro el corazón de Dios.
Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la
vigilancia, de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su
venida. Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva.
Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya
muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los
criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre
nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su
momento oportuno.
Lo cuarto, sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se
le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto
más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es
el amor manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza
en el cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo
y vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también
ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos
esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a
cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo
aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en
su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de Gloria, que
es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de
otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las
ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los
que están a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del
reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque
tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de
beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me
vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron
a ver. Entonces los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te
dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te
recibimos, o sin ropa y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver? El Rey
responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más
pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí. Dirá después a los que
estén a la izquierda: ¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha
sido preparado para el diablo y para sus ángeles! Porque tuve hambre y ustedes
no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber, era forastero y no me
recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado
y no me visitaron. Estos preguntarán también: «Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te
ayudamos? El Rey les responderá: «En verdad les digo: siempre que no lo
hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí. Y
éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna” (Mt 25,31-46).