SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
Proclamación del santo
evangelio según San Mateo 28,16-20:
En aquel tiempo, los once
discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo
dudaron. Jesús se acercó a ellos
y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
les he mandado. Y he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin del
mundo”. PALABRA DEL SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y
Bien.
Este episodio tiene un
complemento con: “Id y enseñad y el evangelio a toda la ceración, quien crea y
se bautice se salvara, quien se resiste en creer será condenado” (Mc 16,15). Y también
con el episodio: “Paz a Uds. como el Padre me envió así les envío a Uds. Y dicho
esto soplo sobre ellos y les dijo reciban el Espíritu Santo, a quien les
perdonen les quedan perdonados, a quienes se los retengan les queda retenidos”
(Jn 20,21-22). Pero en el evangelio de Mateo se advierte algunas
particularidades: 1) El pasaje se compone de una parte narrativa (Mt 28,16-18ª)
y de una parte discursiva (Mt 28,18b-20). 2) La parte narrativa
cuenta en pocas palabras el único encuentro de Jesús resucitado con su
comunidad. Se trata, por tanto, de un momento solemne en el cual convergen los
acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado
expectativa desde la última cena y en la mañana de la Pascua.
(3) Dentro de la parte
discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el
término “Todo” (que alguno compara con los cuatro puntos cardinales): “Todo” poder (Mt 28,18b):
la totalidad del poder está en Jesús. “Todas”
las gentes (Mt 28,19ª): la totalidad de la humanidad será evangelizada. “Todo” lo que Jesús enseñó (Mt 28,20ª):
la totalidad de la enseñanza será aprendida. “Todos”
los días (Mt 28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la
presencia del Resucitado.
El acento del texto
recae sobre esta última parte, donde Jesús: 1) declara su victoria definitiva sobre el
mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”), 2) les confiere a los discípulos un
mandato (“Id, pues, y haced discípulos”) y, 3) les hace la promesa de su
asistencia continua (“Yo estaré con Uds…”). Todo esto tendrá valor hasta el fin
del mundo, y este enunciado nos advierte el tiempo del:
Pasado. El encuentro de Jesús
resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio, cuando
comenzó el discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (Mt 4,18-22).
Un largo camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada
vez más en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los
primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más
profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida.
Presente. Ahora los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”: 1)
Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por
Dios como campo de misión de Jesús (Mt 4,12-16). Allí habían sido llamados (Mt 4,18-22) y allí fueron testigos de
misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (ver 8-9), donde la multitud
andaba “vejada y abatida como ovejas sin pastor” (Mt 9,35). 2) La
Montaña a la que van nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y
fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña, la Ley esencial de la vida
cristiana que comienza con las bienaventuranzas (Mt 5,1-7,29) y configura la
existencia entera según “el Reino y la Justicia” (Mt 6,33).
Futuro. En este ambiente, el
Resucitado se le aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que tenían
antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a
determinar en el futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y les habló
así…” (Mt 28,18ª). Lo que Jesús aquí les dice será determinante y así
permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda vez
con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (Mt 24,3).
Un encuentro que cura la
herida (misericordia): El grupo que ha sido convocado en Galilea tiene una herida
producida por la traición y la muerte de Judas: ya no son “Doce” (Mt 10,2.5;
26,20), sino “Once” (“Los once discípulos marcharon a Galilea…”). Esta
herida recuerda que todos han sido probados en su fidelidad a Jesús. Ellos se
han encontrado con su propia fragilidad. Cuando comenzó la pasión de Jesús,
todos los discípulos interrumpieron el seguimiento: la traición de Judas
(26,47-50), la triple negación de Pedro (Mt 26,69-75) y la fuga despavorida de
los otros diez (Mt 26,56). Con todo, Jesús sana la herida provocada por la
ruptura del seguimiento. No llama a otros discípulos, sino a los mismos que le
fallaron en la prueba de la pasión.
Jesús cumple una
promesa.
• La última noche
había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos vosotros vais a
escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante
de vosotros a Galilea” (Mt 26,31-32).
• En la mañana del
día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la
tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “Id enseguida a decir a
sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a
Galilea; allí le veréis” Ya os lo he dicho” (28,7).
• Enseguida el
Resucitado en persona les confirmó la tarea: “No temáis. Id, avisad a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (28,10).
Los discípulos llegan a
Galilea cargando sobre sus espaldas toda la historia dolorosa de la deslealtad.
Pero la confianza del Maestro se muestra mayor que la fragilidad de sus
discípulos. Jesús sí cumple sus promesas hechas durante la última
cena.
Es bello notar que en este
encuentro con el Maestro después de la dolorosa historia de traición, negación
y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien
todo lo contrario: cuando los manda llamar a través de las mujeres, los
denomina por primera vez “mis hermanos” (Mt 28,10).
La reacción ante el
Resucitado: El narrador continúa diciéndonos que los discípulos “al verle le
adoraron; algunos sin embargo dudaron” (28,17).
Así como lo había
prometido (Mt 28,7.10), ellos ven al Resucitado. La primera reacción es que se
arroja por tierra en un gesto de adoración que nos recuerda el comienzo del
evangelio (cuando los magos “vieron al niño con María su madre y, postrándose,
le adoraron”; Mt 2,11). También en medio del evangelio habíamos visto un gesto
similar por parte de los discípulos: “Y los que estaban en la barca se
postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios?" (Mt 14,33).
En este momento cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús
resucitado como el Señor. Pero Mateo hace notar que algunos todavía
“dudan”. No debe extrañarnos. Reconocimiento y duda pueden estar juntos, como
lo muestra la petición: “Creo. Ayúdame en mi incredulidad” (Mc
9,24).
“Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me
ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he
aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt
28,18-20). Estas
palabras de Jesús tienen tres elementos: 1) El anuncio del Señorío del Resucitado (Mt 28,18b) 2) El envío misionero de sus
discípulos (Mt 28,19-20ª) 3) La
promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (Mt 28,20b)
“Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Al postrarse, los
discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por
excelencia. Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo
y de la tierra (Mt 11,25), le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y
sobre la tierra. Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de
Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los
Cielos” (ver 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este
Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; Mt 5,3.10).
La obra de Jesús fue
continuamente experimentada como una “obra con poder” (ver 7,29; 8,8s; 21,23).
Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus
sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su
culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda
autoridad, es decir, un poder absoluto sobre todo. Una vez que ha
vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso
ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta
posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia
continua y poderosa.
“Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28.19-20). Con esta autoridad suprema
de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la
misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del
imperativo: “Vayan”.
1) El contenido de la
misión: “Id, pues, y haced
discípulos” La tarea fundamental es hacer discípulos a
todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado quiere acoger a
toda la humanidad en la comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los
únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado.
En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual
lo que recibieron en el tiempo pre-pascual. Hacer “discípulos” es iniciar
a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su
seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (Mt 4,19),
también los misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de
Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo.
“Seguimiento” quiere decir
configurar el propio proyecto de vida en la propuesta de Jesús, entablar una
cercana amistad con la persona de Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El
“discipulado” supone la docilidad: aceptar que es Jesús quien orienta el camino
de la vida, quien determina la forma y la orientación de vida. El “discipulado”
lleva a abandonarse completamente en Jesús, porque sólo Él conoce el camino y
la meta y nos conduce con firmeza y seguridad hacia ella. Este camino y esta
meta se han revelado a lo largo del evangelio. Entonces, la esencia de la
misión de los discípulos es conducir a toda la humanidad a la persona del
Señor, a su seguimiento. De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos
sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así
ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.
2) Los destinatarios:
“…A todas las gentes” Puesto que se le ha puesto
en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los
manda todos los pueblos de la tierra. Recordemos que en la primera misión
la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la
casa de Israel” (10,6; ver 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones: a
todos los hombres, y podríamos agregar “al hombre todo” (con todas sus
dimensiones).
3) “…Bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo” En el bautismo se realiza
la plena acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en
su nueva familia. El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del
Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es
Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios. El “nombre” de
Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo
largo del Evangelio: • Dios manifiesta su amor para que nosotros
podamos conocerlo y así entrar en relación con Él. • Es a través de Jesús que Dios
ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesús predicó sobre Dios
de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía al
Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó
–y con razón- la enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía
pensar en la infinita soledad de Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino
que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre
sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (Mt 11,25) en la
plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo. Los discípulos
deben bautizar en el “nombre” de este Dios, del Dios que así fue anunciado y
creído.
Al interior de la familia trinitaria.
El bautismo:
Nos sumerge en el
ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él. Nos pone bajo su
protección y su poder. Nos posibilita la
comunión con Él, que en sí mismo es comunión. Nos hace Hijos del
Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y
hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu
Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos
hace vivir la comunión con ellos.
Si es verdad que el
seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que
esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella
nuestra acogida en esta adorable comunión.
4) El enseñar a poner
en práctica las enseñanzas de Jesús: el discipulado como un nuevo estilo de
vida. La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por
el bautismo. Exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de
ese don. Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la de sus
apóstoles:
• De muchas maneras,
desde las bienaventuranzas (5,3-12) hasta la visión del juicio final
(25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio
distinguimos cinco grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben
transmitírselas a los nuevos discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de
Jesús no son opcionales.
• Hasta el presente
fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la
voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a
todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta. En otras
palabras, todo lo que los discípulos recibieron del Maestro debe ser
transmitido en la misión.
El Resucitado muestra el
significado pleno de su nombre “Emmanuel”, “Dios-con-nosotros” (Mt 28,20b) “Y he aquí que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
Durante su ministerio
terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su
presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta
presencia no termina sino que adquiere una nueva modalidad. Jesús utiliza
una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El
Señor está contigo”, le aseguraba a la persona que tenía una misión particular
que Dios lo asistiría con poder y eficacia en su tarea. Con ello se quería
decir que Dios no abandona al hombre a sus propias fuerzas, sino más bien que a
la tarea que Dios le encomienda se le suma su presencia y su ayuda.
Jesús, a quien se le ha
dado todo poder, habla con la potestad divina, asegurando su presencia y su
ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el
“Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (Mt 1,23), muestra ahora la verdad de esta
expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza
(“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy vuestro Dios y
vosotros mi pueblo”) que permanece al lado de sus discípulos con todo su poder,
con su vivo interés y con su poderosa asistencia a lo largo de toda la
historia.
En fin… La celebración de la
Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien la plenitud de su
potestad toma determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma
visible en medio de sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en
medio de los suyos. Así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta que no
ocurra con su venida el cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de
vida con la Trinidad Santa.