DOMINGO XVI – B (18 de julio
del 2015)
Proclamación del Santo
Evangelio según San Marcos 6,30-34:
En aquel tiempo, apóstoles se
reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían
enseñado. El, entonces, les dice: ‘Vengan Uds. solos aparte, a un lugar
solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y
no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un
lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron
allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al
desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como
ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”. PALABRA DEL
SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y Bien.
Por el profeta ya Dios nos había
dicho: “Yo mismo iré a pastorear a mi Pueblo” (Ez 34,11). Jesús mismo nos reafirmó
al decir: “Yo soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Y
el salmista canta y dice: “El Señor es mi Pastor nada me falta, aun que camine
por cañadas oscuras nada temo” (Slm 23).
La comunidad apostólica con Jesús
el buen Pastor (Mc 30-31)
Los apóstoles regresan de la
misión y, a causa del flujo de gente, Jesús les propone que se detengan a
reposar en un lugar apartado. Notemos que el centro de la escena es Jesús: 1)
en torno a él se reúnen los misioneros, 2) a él le reportan todo lo que han
dicho y hecho, 3) él toma la iniciativa de llevárselos aparte a descansar. Los
apóstoles no dejan de ser discípulos, el Maestro sigue conduciéndolos para
indicarles no sólo la forma de hacer la misión sino qué hacer también después
de ella.
El regreso de los apóstoles: “Los
apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo
que habían enseñado” (Mc 6,30). Como ya anotamos, Jesús es el centro de la
comunidad apostólica. Los discípulos, que regresan fatigados de la misión, se
congregan en torno al Maestro y le cuentan los detalles de la misión vivida. Con
relación al “congregarse”, en el texto griego se nota una verdadera reunión, un
“estar juntos”, una experiencia comunitaria a la cual se le da valor. La
comunidad misionera corre el riesgo de dispersarse en las diversas tareas
apostólicas y perder su centro, su núcleo, lo que hoy podríamos llamar el
“calor del hogar”. Para que se vea la importancia de esto, véase más adelante,
en Marcos 6,45, al final de la multiplicación de los panes, cómo con la simple
pero precisa anotación “obligó a sus discípulos a subir en la barca”, Jesús
presiona a los discípulos para que eviten una de las tentaciones apostólicas
más frecuentes: es más fácil quedarse con la gente recibiendo los aplausos, que
estar en la comunidad fraterna, donde eventualmente se viven confrontaciones.
El ambiente de la reunión que
menciona Marcos debía ser gozoso. En Lucas 10,17, se habla explícitamente de
una reunión festiva. Pero Marcos prefiere acentuar el hecho de que el contenido
de la reunión con Jesús fue la narración de las vivencias en la misión “todo lo
que habían hecho y lo que habían enseñado”. “Todo”. Supone que nada se le
oculta a Jesús, todo se convierte en tema de oración, el corazón se abre sin
tapujos. Además, este “informe” –realizado en el diálogo fraterno- es una
expresión de la “responsabilidad” del misionero con aquél que lo envió: “No hay
nada oculto que no llegue a saberse ni secreto que no llegue a descubrirse” (Mt
10,26).
Los dos verbos que describen
la misión apostólica, “hacer” y “enseñar”, recuerda que la misión no consiste
solamente en “palabras” sino también en “acciones” transformadoras que realizan
lo que la anuncia la predicación. Se recuerda también que la enseñanza de los
apóstoles tiene su raíz en la vida de Jesús y que su acción corresponde
puntualmente al encargo recibido de “predicar la conversión” (Mc 6,12) y de
hacer acciones liberadoras del mal y de restauración de las personas
(“exorcismos y curaciones”, (Mc 6,13). En esta primera parte, Jesús simplemente
escucha, acoge lo que los discípulos le presentan. Pero viene enseguida su
reacción.
La invitación a descansar (Mc.6,31):
El, entonces, les dice: ‘Vengan también Uds. aparte, a un lugar solitario, para
descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba
tiempo ni para comer”. En este evangelio de Marcos, Jesús no se pronuncia
(haciendo algún tipo de valoración) sobre el reporte de los discípulos, ya que
se ha dado por sentado que entre el Maestro y los discípulos hay una estrecha
comunión. En este evangelio Jesús más bien da un paso hacia delante, inédito
con relación a los otros evangelistas, para indicarles qué deben “hacer”
inmediatamente después de la misión. La palabra de orden ahora es “descansar”. “Para
descansar un poco”. Se trata del reposo de la fatiga de la misión. Recordemos
que el Jesús que describe el evangelio de Marcos es un misionero que conoce
pocos reposos, razón por lo cual alguno que otro lo ha calificado de
“hiperactivo”; y al mismo ritmo van los discípulos. Este retrato de Jesús y
comunidad refleja la intensidad con que la Iglesia, desde sus orígenes, asumió
la misión. Pero, ¡atención!, Jesús también dijo una palabra sobre el descanso.
Su palabra sobre el descanso
le hace eco a una frase del Salmo 23 donde domina la atmósfera del reposo: “por
praderas de fresca hierba me apacienta”. Para quien peregrina en la geografía
palestinense, en el paisaje veraniego caracterizado por el calor y la aridez de
los campos quemados por el sol inclemente, esta frase es fuerte. En este camino
se encuentra un poco de agua que mitiga la sed, de alimento que restaura la
fuerza, de fresca brisa que reconforta. Todo esto está contenido en el
“descansar” y a es esta deliciosa experiencia que invita Jesús a sus discípulos.
Jesús, entonces, se está comportando como buen pastor de sus discípulos. El
pastor “competente” es el que conoce los lugares secretos y las rutas seguras
para llevar a su rebaño allí donde hay frescura, hierba abundante y agua pura.
Allí el rebaño se recuesta satisfecho y sereno, bajo la mirada amorosa del
pastor. ¿No es este el contenido de la invitación de Jesús a sus discípulos? Si
esto es así, entonces, las palabras de Jesús van mucho más allá de la propuesta
de una escala técnica en medio de la misión. Más bien se trata de una profunda
enseñanza sobre el ritmo de vida del misionero. Podríamos decir que éste
consiste en un entrar constantemente en la presencia de Dios desde la presencia
de la sociedad y salir de la presencia de Dios a la presencia de los
semejantes. Vamos a explicarnos.
No es por casualidad que
Marcos ha colocado la motivación principal del descanso: “Pues los que iban y
venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer” (Mc.31b). De aquí
podemos sacar dos lecciones sobre la vida del misionero, una en positivo y otra
en negativo: En positivo, el hecho que los discípulos no tengan tiempo “ni para
comer”, en medio de la multiplicidad de sus tareas, debería ser un motivo de
orgullo (en el buen sentido), ya que así le sucedía también al Maestro (Mc
3,20: “Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían
comer”. De ahí, que el sentirse acosado por las tareas apostólicas indique un
buen nivel de sintonía con Jesús. En negativo, y como ya se anotó antes, no es
bueno dejarse absorber por el “corre corre” apostólico. En el equilibrio de
vida hay que vencer dos tendencias erradas:
1) Perder nuestros espacios.
¿Cómo asumir las cargas de la vida si no tenemos contacto con el Señor de la
Vida y si no tenemos espacios personales para hacer una apropiación del
proyecto que él tiene para nosotros? ¿Cómo hacer la obra de Dios si las fuerzas
no se toman del mismo Dios? 2) Retirarnos demasiado. ¿Qué hacer para que la
oración no sea el entrar en un espacio cómodo que nos aleja de los conflictos
con los demás? ¿Qué hacer para que la comunión con Dios no sea un evitar la
comunión con los demás, sino más bien un prepararnos para ella? ¡La verdadera
oración siempre debe desembocar en la acción comprometida con los hermanos!
Las dos tendencias que
acabamos de mencionar se pueden superar si también “seguimos” a Jesús en su
manera de enfrentarlas y vencerlas. Jesús tenía a Dios siempre en el centro de
su ministerio, lo encontraba en la oración y también en el campo de sus
actividades. Desde su primer día de “seguimiento” los discípulos recibieron del
Maestro una lección sobre el equilibrio de vida del misionero: después de un
día intenso de trabajo “de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se
levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc
1,35;), y después de ello dijo “Vayamos a otra parte... para que también allí
predique” (Mc 1,38).
Jesús no les pide a los
discípulos nada que él no haya hecho primero. Por eso, el comportamiento de
Jesús al final de ese mismo día, después de la multiplicación de los panes,
realiza lo que se había propuesto cuando los invitó a estar “a solas”: “Después
de despedirse de ellos, se fue al monte a orar” (Mc 6,46). Jesús es el modelo.
Él sabe estar en la presencia de Dios y en la presencia de la sociedad, sin
perder el centro ni la fuerza. Por este camino de misión y oración, de
expansión y concentración, de trabajo y descanso, lo siguen sus discípulos.
Las multitudes venidas de las
ciudades en torno a Jesús Pastor (Mc.32-34): Jesús y sus discípulos se marchan
con el propósito de realizar el plan propuesto en el (Mc 6,31). Y enseguida
notamos una doble correría: 1) la de la comunidad apostólica, en barca y 2) la
de las multitudes, a pie, por la orilla del mar. La gente, que capta el
propósito de Jesús (“muchos cayeron en cuenta”), se le anticipa al Maestro para
que prolongue todavía un poco más –antes del descanso y la oración- su misión
en medio de ellos. La toma de distancia de la gente termina en todo lo
contrario: una monumental jornada misionera.
El viaje de Jesús y los
apóstoles: “Se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les
vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de
todas las ciudades y llegaron antes que ellos” (Mc 6,32-33).
Nos encontramos en la ribera
norte del lago de Galilea. En esta parte (donde están Magdala, Genesareth,
Cafarnaum y Betsaida), el lago tiene unos 6 kms de ancho –si lo atravesamos en
barca en línea recta- y unos 15 kms –si lo atravesamos por tierra siguiendo los
bordes-. Esta desproporción se explica por el hecho de que la costa norte del
lago está llena de ensenadas profundas, cuyas entradas y salidas triplican su
longitud. Lo curioso es que, cuando no hay brisa favorable las proporciones se
invierten y el camino terrestre resulta más corto, y esto podría explicar por
qué las multitudes llegan primero que Jesús al sitio donde iban a descansar
(que, por lo visto, no era secreto; hasta en eso era conocido Jesús). Mientras
el evangelista Marcos se limita a decir de manera vaga que se fueron “aparte, a
un lugar solitario”, tanto Lucas (“a Betsaida”, Lc 9.10) y Juan (“al otro lado
del mar”, Jn 6,1) son más precisos. La amplitud de Marcos permite que se
destaque que lo esencial es el estar a solas con el Maestro, el mapa del
discípulo es el caminar de Jesús, el punto de referencia es él mismo, lo demás
(el dónde) es secundario. El hecho de ir juntos en la misma barca, en el
espacio apretado y en medio del calor humano que ésta provoca, esto es, el
estar juntos (como en los espacios comunitarios en la barca en Mc 5,21.24.27.30.31)
es lo que cuenta. El recogimiento es “juntos”. El retiro no es un aislamiento
de la comunidad sino apenas una toma de distancia de la actividad misionera.
Frente a la comunidad, ya
compacta, de los Doce, se coloca ahora el cuadro de una multitud que comienza a
fluir de “todas la ciudades”. Llama la atención el énfasis en lo urbano, que es
el espacio donde el tejido social suele ser más fuerte. Pero estas “ciudades”
no parecen ser “comunidad”, ya que Jesús los ve “como ovejas que no tienen
pastor” (Mc.34). Pero aquí no sólo hay una lección sobre la soledad y la
dispersión que se vive en el mundo urbano, sino que se apunta al hecho de que
la misión de Jesús es universal (como se muestra también en Mc 3,7-8 y
6,53-56): todos los hombres y su realidad toda son el centro de atención de la
obra de Jesús, nada ni nadie está fuera de su actuar salvífico. Toda esta
multitud de gente citadina que “corre” al encuentro de Jesús porque amaba lo
que él les podía dar, logra su propósito: llega primero que la barca; y así, el
lugar “solitario” se convierte en el lugar de las personas “solas” (“como
ovejas que no tienen pastor”) que necesitan ser congregadas.
El encuentro de Jesús con las
multitudes: “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues
estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”
(Mc 6,34). Jesús desciende de la barca y se encuentra con la multitud de gente.
Anotemos enseguida que Jesús no se molesta ni se incomoda por el hecho de ver
invadida su intimidad, sino que más bien se conmueve y los involucra, los hace
parte de la comunidad. Pongámosle atención a las acciones de Jesús 1) los “ve”,
2) “sintió compasión de ellos”, 3) “se puso a enseñarles”. Hay un movimiento
interno en la persona de Jesús, que es ejemplar para el discípulo y misionero:
1) captar la realidad; 2) apropiársela; 3) responder a ella.
Lo que Jesús ve y se apropia
se sintetiza en la frase “estaban como ovejas que no tienen pastor”. ¿Qué le
sucede a una oveja sin pastor? Le sucede una de estas tres cosas: 1) No puede
encontrar el camino. Es claro que solos nos perdemos en la vida. Como escribió
una vez Dante: “Me desperté en medio del bosque, y estaba oscuro, y no se veía
ningún camino”. 2) No puede encontrar pastos ni agua. Es claro que mientras
estemos en esta vida, tenemos que buscar constantemente el sustento para
recuperar las fuerzas. El problema es que buscamos donde no es y por eso
andamos insatisfechos, con el espíritu en ayunas, con el corazón inquieto. 3)
No tiene defensa frente a los peligros que la acechan. Una oveja sin su pastor
está perdida frente a los peligros: los ladrones, las fieras. Es claro que
tampoco nosotros nos bastamos a nosotros mismos frente a los peligros de la
vida, necesitamos de los otros y de este Otro en particular que es Dios.
Esta frase, “como ovejas que
no tienen pastor”, viene de un trasfondo espiritual mucho más profundo de lo
que parece a primera vista, es una evocación de otra ya conocida en la Biblia,
veámosla completa para que le captemos el contexto: “Habló Moisés a Yahveh y le
dijo: ‘Que Yahveh, Dios de los espíritus de toda carne, ponga un hombre al
frente de esta comunidad, uno que salga y entre delante de ellos y que los haga
salir y entrar, para que no quede la comunidad de Yahveh como rebaño sin
pastor’” (Números 27,15-17; y ecos de esta frase los encontramos en 1 Reyes
22,17; 2 Crónicas 18,16; Judith 11,19; Ezequiel 34,5-6). Moisés le pedía a
Yahveh un sucesor, uno como él, capaz de conducir al pueblo hasta la tierra,
uno capaz de congregar al pueblo entre sí y con Dios, un hombre con corazón de
pueblo y con corazón de Dios, un hombre de alianza. Por eso, Marcos nos está
dejando entender que Jesús es esa persona que el pueblo estaba esperando, aquel
que encarnaría la premura pastoral de Dios con su pueblo de Israel (como lo
describe bellamente: Génesis 48,15; Isaías 40,11; Jeremías 31,10 y el Salmo
23).
Moisés y David fueron los pastores
“fieles” del pueblo de Israel, pero Jesús los supera a todos ellos porque es el
pastor de los tiempos definitivos (ver Jeremías 23,4), quien forma realmente el
pueblo de Dios, quien genera a fondo la comunión entre los hombres y con Dios
(ver Marcos 14,27-28 y 16,7), finalidad última de toda la historia de la salvación
y destino de la historia. El pastoreo de Jesús tiene su raíz en la
“misericordia”: “Sintió compasión de ellos”. Jesús está involucrado totalmente
desde el fondo de su ser en la misión. El término que acabamos de traducir por
“amor” corresponde al hebreo “Hésed”, que significa “fidelidad amorosa”, el
cual pertenece al vocabulario de la misericordia en la biblia hebrea. Encarnado
en la persona de Jesús, quien interpreta esta “fidelidad amorosa” del Dios
compañero y amigo de su pueblo, nos permite comprender la grandeza del amor de
Dios: él camina solidariamente al lado de los suyos, comparte sus alegrías y
sus percances, su amor no para nunca y acompaña a todo hombre en el arco entero
de su existencia. Esta es la “compasión” del pastor, que en realidad es su
“fidelidad”.
Jesús “se puso a enseñarles
muchas cosas”. En contraste con los maestros de Israel, que fracasaron en su
tarea (al final la gente seguía dispersa y desorientada), Jesús es el verdadero
Maestro de Israel que conduce eficazmente al pueblo en el proyecto de Dios. El
Salmo 23 sigue siendo interpretado por Jesús, aún en este aspecto, por el
Pastor que es un Maestro (Salmo 23,3: “me guías”).
¿Por qué Jesús responde
precisamente con la “educación”? Jesús le pone remedio a la dramática situación
de un pueblo que percibe “como ovejas sin pastor” con su enseñanza, porque ella
trata de la conversión, de un nuevo estilo de vida (Mc 1,14-15). No se trata de
palabras vacías. Jesús quiere ayudar al pueblo con una instrucción válida, que
les de criterios de vida sólidos y un proyecto común. Precisamente la falta de
criterios, de valores y de proyectos comunes destruye la unidad y la comunión
de un pueblo y lo reduce a una masa de hombres y mujeres privados de
orientación, en lucha de intereses entre sí y, por lo tanto, víctimas fáciles
de los falsos pastores y de sus promesas embusteras. Por eso, el primer don, el
primer servicio, que Jesús le ofrece al pueblo sin pastor es su enseñanza.
Concluyamos recordando que el
interés principal del pastor es la vida de sus ovejas, y para ello tarea
ineludible es la nutrición. Jesús es el nuevo Moisés que nutre al pueblo con el
pan de la enseñanza (Mc 8,14-21) y enseguida lo hará –lo veremos los próximos
domingos- con el pan de la Eucaristía, con su propia vida (Palabra hecha
carne).
Con toda razón, siendo
pastor, Cristo exclamaba: ‘Yo soy el buen pastor’ (Jn 10,11). ‘Yo mismo vendaré
la oveja herida y cuidaré de la enferma, iré en búsqueda de la oveja perdida y
reconduciré al redil a la extraviada’ (Ez 34,16). Vi el rebaño de los
israelitas apresados por el mal, acabar en la morada de los demonios,
dilacerado por éstos como por lobos. Y no me quedé indiferente ante lo que vi.
Soy yo, en efecto, el buen pastor: no los fariseos que tienen envidia de las
ovejas; no aquellos que cuentan como daño propio los beneficios conferidos al
rebaño; no aquellos que se afligen porque los otros son liberados de los males
o que se disgustan por la dolencias curadas. El muerto resucita, y el fariseo
llora; el paralítico es curado y los escribas se lamentan; al ciego se le
restituye la vista y los sacerdotes quedan despechados; el leproso es
purificado y los sacerdotes contestan. ¡Oh pastores soberbios del mísero rebaño,
que se regocijan con sus desgracias! ‘Yo soy el buen pastor. El buen pastor da
la vida por las ovejas’”.