sábado, 27 de junio de 2015

DOMINGO XIII - B (28 de Junio de 2015)


DOMINGO XIII – B (28 de Junio de 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43:

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,  rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?" Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?" Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y con salud".

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?" Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No tengas miedo, basta que tengas fe". Y sin permitir que nadie lo acompañara, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!" En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

¿Recuerdan en el domingo anterior la reacción de Jesús ante la falta de fe de sus discípulos?: “¿Por qué son tan cobardes y tienen muy poca fe?” (Mc 4,40). En este domingo la enseñanza del evangelio resalta la fe de dos personajes: Jairo que pide de rodillas que cure a su hija que se muere (Mc 5 ,21-24), que bien puede ser resumido con este episodio: “Señor no so digno que entres en mi casa, vasta que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Y la fe de la mujer hemorroisa que curiosamente no tiene la plegaria como el de Jairo. Escena que puede ser resumida con este episodio: “Todos los que tocaban por lo menos el fleco del manto de Jesús quedaban completamente curados” (Mt 14,36).

Jesús al llegar con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de la barca se le acercó mucha gente.  Entre la muchedumbre estaba el jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita está muy grave.  Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).  Mientras comenzó su camino junto con Jairo, una multitud de gente seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban. De entre la multitud una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal en peor (Mc 5,25).  Ella, llena de fe y esperanza en el único que podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada (Mc 5,27).  Corrió un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con la gente, mucho menos tocar a Jesús.  Por ello toca el manto, “pensando que son sólo tocar el vestido se curaría” (Mc 5,28). ¡Así sería de fuerte su fe! Que nada le importo si la gente le descubriera que era impura, sino que su fe estaba bien firme en tocar por lo menos el manto de Jesús.

La pobre mujer hemorroisa no sabía realmente quién era Jesús, pero tenía fe que la curaría.  Todas estas consideraciones explican la tardanza de la mujer para salir adelante e identificarse ante Jesús, que pedía saber quién le había tocado el manto (Mc 5,30). En efecto, nos cuenta el Evangelio que el Señor sintió que un poder milagroso había salido de Él, por lo que preguntó -como si no lo supiera- quién le había tocado el manto.  Se detuvo hasta que logró que la mujer se le identificara.  Y al tenerla postrada frente a Él, le reconoce la fortaleza de su fe cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”(Mc 5,34). Notemos que el Señor no le dice que tu fe te ha “sanado”, sino que le ha “salvado”.  Y es así, porque toda sanación física en que reconocemos la intervención divina -y en todas interviene Dios, aunque no nos demos cuenta- no sólo sana, sino que salva.  La sanación física no es lo más importante: es como una añadidura a la salvación.  Si no hay cambio interior del alma, por la fe y la confianza en Dios, de poco o nada sirve la sanación física para el bienestar espiritual.

El poder de Dios que obra en el Hijo como en las curaciones, son diversas según las circunstancias y necesidades de la gente: Unas veces puede sanar en forma directa y milagrosa, como este caso de la hemorroísa: con sólo tocarlo (Mc 5.29)  Otras veces usa medios materiales, como el caso del ciego, cuando tomó tierra la mezcló con saliva e hizo un barro que untó en los ojos del ciego (Jn 9,6).  Otras veces no usa ningún medio, sino su palabra o su deseo (Jn 4,49).  Unas veces sana de lejos, como al criado del Centurión (Mt 8,8). Unas veces sana enseguida, otras veces progresivamente, como el caso de los 10 leprosos, que se dieron cuenta que iban sanando mientras iban por el camino a presentarse a las autoridades (Lc 17,11-19).

¡Cómo estaría Jairo de impaciente por el retraso!  Y, en efecto, en el mismo momento en que la hemorroísa está postrada ante Jesús, avisan que ya su hijita había muerto (Mc 5,35).  Por cierto, la niña tenía 12 años de edad, el mismo tiempo que tenía la mujer con hemorragias.  Jesús, entonces, prosigue el camino hacia la casa de Jairo, no sin antes consolarlo: “No tengas miedo, vasta que tengas fe” (Mc 5,36), discretamente va acompañado de Pedro, Santiago y Juan.  Notemos que Jesús trataba esconder los milagros más impresionantes.  Con esto evitaba el ser considerado como candidato a un mesianismo político y temporal, muy distinto de su mesianismo divino y eterno. Al llegar a la casa, aplaca a todo el mundo y declara que la niña no está muerta, sino que duerme (Mc 5,39).  Saca a todos fuera, y sólo delante de los tres discípulos y de los padres de la niña, la hizo volver del sueño de la muerte: Niña contigo hablo levántate” (Mc 5,41). Para el Señor la muerte es como un sueño.  Para El es tan fácil levantar a alguien de un sueño, como lo será el levantarnos a todos de la muerte.

Otro episodio similar: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo" (Jn 11,11-15).y cuando Jesús llegó a Betania, Marta sale a su encuentro y le dice: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,21-24). Ante el parecer de Marta Jesús es más contundente en su afirmación: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25).Una vez que hace esta singular revelación fueron hacia la tumba de Lázaro y Jesús lloró (Jn 11,35). Pero en seguida viene lo más asombroso; Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,39-40). Y después de una pequeña oración Jesús gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,43).

La Primera Lectura (Sb. 1, 13-16; 2, 23-24), es una explicación del origen de la muerte. La condición en que Dios creó a los primeros seres humanos, nuestros progenitores, era de inmortalidad y de total sanidad: no había ni enfermedades, ni muerte.  Pero, nos dice esta lectura del Libro de la Sabiduría, que la muerte entró al mundo debido al pecado y a “la envidia del diablo”. Sabemos que solamente experimentarán la muerte eterna quienes estén alineados con el diablo, pues resucitarán para la condenación y estarán separados de Dios para siempre.  Pero quienes estén alineados con Dios, ciertamente tendrán que pasar por la muerte física, que no es más que la separación de alma del cuerpo –y eso por un tiempo.  Pero después de la resurrección, vivirán para siempre (Jn. 5, 28-29; Hb. 9, 27). Y vivirán en un gozo y una felicidad tales, que nadie ha logrado describir aún.  (2 Cor 12, 4)

La Segunda Lectura (2 Cor. 8, 7.9.13-15)  nos habla de solidaridad.  San Pablo organiza una colecta en favor de los cristianos de Jerusalén que se encontraban pasando penurias debido a la malas cosechas en el año anterior, “año sabático”, en que los judíos no sembraban, pues debían dejar descansar la tierra. San Pablo recuerda a los que tienen más que su abundancia remediará las carencias de los que tienen menos.  Y que los que no tienen en algún momento ayudarán a los que ahora tienen.  Sin duda esto puede ser interpretado como aquel adagio popular: “hoy por ti, mañana por mí”.  Pero también se trata de que el compartir bienes materiales con los que poco tienen, enriquece con gracias espirituales a los que sí los tienen.  Es así como el ejercicio de la solidaridad enriquece espiritualmente al que da, porque de esa manera “guarda tesoros para el cielo” (Mt. 6, 19-21). 

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