DOMINGO XXII – B (30 de agosto del 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 13,31-35:
El aquel tiempo Jesús les propuso otra parábola: "El
Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su
campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece
es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera
que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas. Después les dijo esta
otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que
una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de
parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado
por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde
la creación del mundo. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Las cosas pequeñas hacen grande al hombre. Al respecto decía Jesús: "El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande" (Lc 9,48). En efecto, si llevamos una vida consagrada a Dios, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Dios y transforma nuestra pequeñez y modesta condición en una realidad asombrosa que hace fermentar a toda la masa del mundo. Y esta Iglesia terrenal es como el arbusto de mostaza que sirve de cobijo a toda la humanidad porque es medio de salvación.
Los fariseos preguntaron a Jesús ¿Cuándo llegaría el Reino de Dios? Él les respondió: "El Reino de Dios no viene espectacularmente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Pero es aún, más directo en su afirmación, cuando dice: “Pero si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Y ahora nos ha dicho: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo“ (Mt 13,31).
El Reino de Dios no es abstracto, subjetiva ni es una idea. Es una presencia, es un estar en medio de nosotros (Lc 17,20-21). ¿Cómo es esta presencia? Es como el grano de mostaza (Mt 13,31): presencia bien pequeña, humilde, que casi no se ve. Se trata de Jesús mismo, un pobre carpintero, caminando por Galilea, hablando del Reino a la gente de las aldeas. El Reino de Dios no sigue los criterios de los grandes del mundo. Tiene otro modo de pensar y de proceder.
La parábola del grano de mostaza evoca la profecía de Ezequiel, en la que se dice que Dios hará brotar una pequeña rama de cedro y la plantará en las alturas de la montaña de Israel. Este pequeño brote de cedro: “echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado, hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré. (Ez 17,22-23). Pero en el Nuevo testamento el grano de mostaza también está unido al tema de la fe, cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: Trasládate de aquí a allá, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes" (Mt 17,20).
El grano de mostaza, aun siendo pequeño, crece y suscita esperanza. Como el grano de mostaza, así el Reino tiene una fuerza interior y crece. ¿Crece cómo? Crece a través de la predicación de Jesús y de los discípulos y de las discípulas, en los poblados de la Galilea. Crece, hasta hoy, a través del testimonio de las comunidades y se vuelve buena noticia de Dios que irradia y atrae a la gente. La persona que llega cerca de la comunidad, se siente acogida, en casa, y hace en ella su nido, su morada. Al final, la parábola deja una pregunta en el aire: ¿quiénes son los pajarillos? La pregunta tendrá respuesta más adelante en el evangelio. El texto sugiere que se trata de los paganos que van a poder entrar en el Reino (Mt. 15,21-28).
La parábola de la levadura. "El Reino del Cielo es como la levadura que una mujer amasa en tres medidas de harina” (Mt 13,33). La media evoca el precio del cielo, así refleja en otro episodio: "Entren por la puerta angosta porque la puerta ancha y el camino amplio lleva a la perdición" (Mt 7,13). Ser parte del Reino del cielo requiere esfuerzo y cuesta trabajo.
“Todo lo que enseñaba, lo enseñaba con parábolas y nada les decía sin parábolas” (Mt 13,34-35). Por qué Jesús habla en parábolas. En (Mc 4,34-34), el motivo que llevaba a Jesús a enseñar a la gente por medio de parábolas era para adaptar el mensaje a la capacidad de la gente. Al ser ejemplos sacados de la vida de la gente, Jesús ayudaba a las personas a descubrir las cosas de Dios en lo cotidiano. La vida se volvía transparente. Jesús hacía percibir que lo extraordinario de Dios se esconde en las cosas ordinarias y comunes de la vida de cada día. La gente entendía así, de la vida. En las parábolas recibía una llave para abrirla y encontrar dentro de la vida las señales de Dios. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo viejo por lo nuevo" (Mt 13,52).
La fe que recibimos en el bautismo es como ese grano de mostaza (Mt 13,31), pequeño en un inicio. Es un don y al mismo tiempo una encomienda para hacer crecer este tesoro día tras días, en las circunstancias concretas de la vida. La Iglesia es también ese grano de mostaza convertido ahora en un árbol en cuyas ramas anidan las aves del cielo. Esas aves nacidos en el espíritu son las personas que al recibir el bautismo (Jn 3,5) se cobijan en sus ramas, pero también, aquellas otras que todavía no creen pero que se acercan a ella por el trabajo apostólico. Jesucristo no nos salvó por separado. Él escogió salvarnos por medio de la Iglesia. La Iglesia está viva porque Cristo está vivo. La Iglesia es cada uno de nosotros, por eso, es importante testimoniar la fe, porque por medio de nuestras obras muchos otros pueden sentirse atraídos a la Iglesia. ¡Jesús quiere hacerse visible al mundo por medio de sus discípulos! ¡El cristiano debe hablar de su fe con la vida!. No dejemos de acercarnos con frecuencia a los sacramentos, signos y transmisores de la presencia y de la gracia de Dios.
De estas dos parábolas nos viene una enseñanza importante: el Reino de Dios pide nuestra colaboración, si bien es sobretodo iniciativa y un don del Señor. Nuestra débil obra aparentemente pequeña delante de los problemas del mundo, si se inserta en la de Dios y no tiene miedo de las dificultades. Cuando vemos que la sociedad vive cada vez más descristianizada, nos lamentamos y vemos lo poco que podemos hacer. Ese sentimiento de impotencia es natural. Sin embargo, los mecanismos del Reino de los Cielos funcionan de manera diferente. ¿Por qué? Porque el verdadero actor es Dios, y como Él es Todopoderoso puede hacer que cambie hasta lo más difícil.
Al contemplar la vida de los santos, como la de S. Francisco de Asís, Santa Clara o Santa Rosa de Lima, vemos cómo se realiza una gran obra a través de ese "pequeño instrumento". Esto es lo que Jesús quiere decirnos: "no te preocupes si sólo eres una semilla diminuta. Sembrarte en mi Corazón y verás hasta dónde puedes". Así lo hicieron un grupo de gente sencilla que siguió a Jesús: sus apóstoles. ¿Quién les iba a decir que después de dos mil años la Iglesia estaría presente en tantos lugares y atendería las necesidades materiales y espirituales de millones de personas? Esto se debe a que la fuerza de la Iglesia no está en lo que pueda hacer cada uno por su cuenta, sino en el poder de Dios con las personas que se entregan a fondo.
Dios nos dijo por el profeta: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28). El secreto consiste en cambiar el propio corazón como el de Jesús, pareciéndonos a Él en todo lo posible. Así se transforma también nuestra familia y las personas de nuestro entorno. Y entre todos, impulsados por Cristo, podemos traer a este mundo la civilización del amor. Con parábola semejante nos explica Jesús cómo el Reino esperado llega a su plenitud sin realizar obras espectaculares, y hasta contra todas las apariencias humanas.