viernes, 28 de agosto de 2015

DOMINGO XXII - B (30 de agosto del 2015)


DOMINGO XXII – B (30 de agosto del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 13,31-35:

El aquel tiempo Jesús les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas. Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Las cosas pequeñas hacen grande al hombre. Al respecto decía Jesús: "El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande" (Lc 9,48). En efecto, si llevamos una vida consagrada a Dios, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Dios y transforma nuestra pequeñez y modesta condición en una realidad asombrosa que hace fermentar a toda la masa del mundo. Y esta Iglesia terrenal es como el arbusto de mostaza que sirve de cobijo a toda la humanidad porque es medio de salvación.

Los fariseos preguntaron a Jesús ¿Cuándo llegaría el Reino de Dios? Él les respondió: "El Reino de Dios no viene espectacularmente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Pero es aún, más directo en su afirmación, cuando dice: “Pero si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Y ahora nos ha dicho: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo“ (Mt 13,31).

El Reino de Dios no es abstracto, subjetiva ni es una idea. Es una presencia, es un estar en medio de nosotros (Lc 17,20-21). ¿Cómo es esta presencia? Es como el grano de mostaza (Mt 13,31): presencia bien pequeña, humilde, que casi no se ve. Se trata de Jesús mismo, un pobre carpintero, caminando por Galilea, hablando del Reino a la gente de las aldeas. El Reino de Dios no sigue los criterios de los grandes del mundo. Tiene otro modo de pensar y de proceder.

 La parábola del grano de mostaza evoca la profecía de Ezequiel, en la que se dice que Dios hará brotar una pequeña rama de cedro y la plantará en las alturas de la montaña de Israel. Este pequeño brote de cedro: “echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado, hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré. (Ez 17,22-23). Pero en el Nuevo testamento el grano de mostaza también está unido al tema de la fe, cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: Trasládate de aquí a allá, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes" (Mt 17,20). 

El grano de mostaza, aun siendo pequeño, crece y suscita esperanza. Como el grano de mostaza, así el Reino tiene una fuerza interior y crece. ¿Crece cómo? Crece a través de la predicación de Jesús y de los discípulos y de las discípulas, en los poblados de la Galilea. Crece, hasta hoy, a través del testimonio de las comunidades y se vuelve buena noticia de Dios que irradia y atrae a la gente. La persona que llega cerca de la comunidad, se siente acogida, en casa, y hace en ella su nido, su morada. Al final, la parábola deja una pregunta en el aire: ¿quiénes son los pajarillos? La pregunta tendrá respuesta más adelante en el evangelio. El texto sugiere que se trata de los paganos que van a poder entrar en el Reino (Mt. 15,21-28).

La parábola de la levadura. "El Reino del Cielo es como la levadura que una mujer amasa en tres medidas de harina” (Mt 13,33). La media evoca el precio del cielo, así refleja en otro episodio: "Entren por la puerta angosta porque la puerta ancha y el camino amplio lleva a la perdición" (Mt 7,13). Ser parte del Reino del cielo requiere esfuerzo y cuesta trabajo.

“Todo lo que enseñaba, lo enseñaba con parábolas y nada les decía sin parábolas” (Mt 13,34-35). Por qué Jesús habla en parábolas. En (Mc 4,34-34), el motivo que llevaba a Jesús a enseñar a la gente por medio de parábolas era para adaptar el mensaje a la capacidad de la gente. Al ser ejemplos sacados de la vida de la gente, Jesús ayudaba a las personas a descubrir las cosas de Dios en lo cotidiano. La vida se volvía transparente. Jesús hacía percibir que lo extraordinario de Dios se esconde en las cosas ordinarias y comunes de la vida de cada día. La gente entendía así, de la vida. En las parábolas recibía una llave para abrirla y encontrar dentro de la vida las señales de Dios. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo viejo por lo nuevo" (Mt 13,52).

La fe que recibimos en el bautismo es como ese grano de mostaza (Mt 13,31), pequeño en un inicio. Es un don y al mismo tiempo una encomienda para hacer crecer este tesoro día tras días, en las circunstancias concretas de la vida. La Iglesia es también ese grano de mostaza convertido ahora en un árbol en cuyas ramas anidan las aves del cielo. Esas aves nacidos en el espíritu son las personas que al recibir el bautismo (Jn 3,5) se cobijan en sus ramas, pero también, aquellas otras que todavía no creen pero que se acercan a ella por el trabajo apostólico. Jesucristo no nos salvó por separado. Él escogió salvarnos por medio de la Iglesia. La Iglesia está viva porque Cristo está vivo. La Iglesia es cada uno de nosotros, por eso, es importante testimoniar la fe, porque por medio de nuestras obras muchos otros pueden sentirse atraídos a la Iglesia. ¡Jesús quiere hacerse visible al mundo por medio de sus discípulos! ¡El cristiano debe hablar de su fe con la vida!. No dejemos de acercarnos con frecuencia a los sacramentos, signos y transmisores de la presencia y de la gracia de Dios.

De estas dos parábolas nos viene una enseñanza importante: el Reino de Dios pide nuestra colaboración, si bien es sobretodo iniciativa y un don del Señor. Nuestra débil obra aparentemente pequeña delante de los problemas del mundo, si se inserta en la de Dios y no tiene miedo de las dificultades. Cuando vemos que la sociedad vive cada vez más descristianizada, nos lamentamos y vemos lo poco que podemos hacer. Ese sentimiento de impotencia es natural. Sin embargo, los mecanismos del Reino de los Cielos funcionan de manera diferente. ¿Por qué? Porque el verdadero actor es Dios, y como Él es Todopoderoso puede hacer que cambie hasta lo más difícil.

Al contemplar la vida de los santos, como la de S. Francisco de Asís,  Santa Clara o Santa Rosa de Lima, vemos cómo se realiza una gran obra a través de ese "pequeño instrumento". Esto es lo que Jesús quiere decirnos: "no te preocupes si sólo eres una semilla diminuta. Sembrarte en mi Corazón y verás hasta dónde puedes". Así lo hicieron un grupo de gente sencilla que siguió a Jesús: sus apóstoles. ¿Quién les iba a decir que después de dos mil años la Iglesia estaría presente en tantos lugares y atendería las necesidades materiales y espirituales de millones de personas? Esto se debe a que la fuerza de la Iglesia no está en lo que pueda hacer cada uno por su cuenta, sino en el poder de Dios con las personas que se entregan a fondo.

Dios nos dijo por el profeta: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28). El secreto consiste en cambiar el propio corazón como el de Jesús, pareciéndonos a Él en todo lo posible. Así se transforma también nuestra familia y las personas de nuestro entorno. Y entre todos, impulsados por Cristo, podemos traer a este mundo la civilización del amor. Con parábola semejante nos explica Jesús cómo el Reino esperado llega a su plenitud sin realizar obras espectaculares, y hasta contra todas las apariencias humanas.

sábado, 22 de agosto de 2015

DOMINGO XXI - B ( 23 de agosto del 2015)


DOMINGO 21 - B / 23 de agosto del 2015

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6, 60 - 69:

En aquel tiempo, después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?" Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.

Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?" Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Cuando sucedió que alguno o muchos se retiraron, Jesús tuvo que llevarse una gran desilusión. Ver que toda aquella gente que decía seguirlo, de pronto se echa atrás y lo abandona. Jesús tuvo una gran desilusión, y no lo siente tanto por Él y sus enseñanzas cuanto por la gente misma. ¿Por qué por la gente misma? Porque no acepta el mensaje porque el precio del cielo es muy alto y se cierra a la buena noticia del Reino. Comenzaron el nuevo camino y se desalentaron. Comienzan a buscar excusas. “Esta palabra es dura. ¿Quién puede escucharle?” (Jn 6,60). ¿Qué Palabra del Maestro fue muy dura para la gente que se marchó? Jesús les dijo: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". ¿Cómo reaccionaron los judíos? Se escandalizaron y discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" (Jn 6,51-52). Estas afirmaciones de Jesús como “el pan que tenemos que comer”, tenían sin duda que sonarles a algo bien extraño.

Mientras Jesús nos habla del pan material o de la mesa, todo va bien. Recordemos aquella advertencia que Jesús  ya había hecho a la gente: "Les aseguro que ustedes no me buscan, porque entendieron el signo que les mostré sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que dura un día, sino por el pan que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Como vemos, ya Jesús advierte a la gente que los que lo siguen lo hacen por interés de saciar el estómago y no porque buscan saciar el espíritu. Al respecto san Pablo nos aclara que: “El reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino alegría y vida en el espíritu” (Rm 14,17).

Pues, ahora bien, cuando nos hablan de un nuevo pan: “Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6,58). Simplemente ya no entendieron ni entendemos nada. Lo mismo le sucedió a Nicodemo cuando Jesús le dice que tiene que “nacer de nuevo” (Jn 3,3-5) y él no entiende otro nacimiento que el regresar al vientre de su madre.

En ese discurso y enseñanza respecto al pan y el reino del cielo, se produce el conflicto del seguimiento y consiguientemente el requerimiento y decisión del hombre respecto a Jesús. Es una decisión libre y responsable de los hombres, como veremos, pero Jesús reitera que la iniciativa es totalmente de Dios. El primer paso es tener en cuenta cuando dijo: “Quien quiera venirse conmigo, que se niegue a si miso, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Mt 16,24). El siguiente paso es entender el consejo: “Lo que Dios espera de Uds. es que crean en el que Él envió. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae. Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” (Jn 6,29.37.44.65). Es una decisión radical y no a medias, así nos advierte cuando nos dice: “Quien pone mano al arado y mira atrás no es digno del reino celestial” (Lc 9,62). Es decir, optar por Dios, no es cuestión de mera ilusión o de bonitas palabras, así por ejemplo aclara al joven inquieto que le dijo te seguiré a donde quiera que vayas: “Las zorras tienen madrigueras, las aves su nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,57).

Hasta ahora la decisión de la mayoría, incluidos de algunos discípulos, ha sido rechazar sus palabras y abandonarlo. Los únicos que no se han pronunciado aún son los Doce. Pero Jesús también va a urgir una decisión personal libre de ellos: “¿También Uds. quieren marcharse?” (Jn 6,67). La respuesta de Pedro es libre y representa a los Doce, y también a todos los que creemos en Cristo: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”(Jn 6,68). Pero, según la afirmación de Jesús, ellos y nosotros respondemos así porque somos de aquellos a quienes “el Padre ha atraído”(Jn 6,65). Por eso nosotros seguimos diciendo con Pedro: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68). Y, sin embargo, “uno de los Doce” (Jn 6,70) lo iba a entregar. Ante esto no podemos más que exclamar: ¡Que insondable misterio el de la libertad humana! (Slm 8,5).

En resumen: Dios ya nos advierte en el A.T. por el profeta. “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí para que lo cumplamos? Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? No, la palabra está muy cerca de ti, está en tu corazón y en tu boca, solo hace falta que la practiques” (Dt 30,11-14). Esa palabra que es la palabra de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Y con justa razón nos dice Jesús: “Yo soy camino, verdad y vida; nadie va al Padre sino por mi” (Jn 6,14). De modo que, Jesús pone el precio del cielo y nadie puede pedir rebajitas porque no ha venido a baratear o regalar el cielo a nadie. Por eso nos dijo también: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Además Dios no pide nada al hombre aquello que este fuera del alcance del hombre. Dios no suele jugar con trampas. Por eso exige de cada uno de nosotros que digamos si cuando es si y no cuando es no y todo lo que está fuera de ella viene del maligno (Mt 5,37). Pero eso sí, cada una de esas respuestas tiene consecuencias por eso es ahora cuando hemos de decir sí o no, el si es optar por tu salvación y el no por tu condenación (Mc 16,16).

a) “Este lenguaje es difícil, ¿Quién podrá seguirlo?” (Jn 6,60) Las exigencias de Dios siempre nos resultan difíciles porque rompen nuestros esquemas mentales y nuestros planes y proyectos. Y en eso nos escudamos para no creer. O para hacer y trazar otro camino (falso), el camino más fácil para llegar al “Cielo” y para eso habrá que inventar otro Dios, otro cielo y otra iglesia. Y para llevar adeptos a esa iglesia, lo peor como hoy sucede habrá que embarrar y decir que esa Iglesia es tradicional y anticuada. Ya saben a qué grupos me refiero: Las sectas.

b) “Algunos no creían en Jesús” (Jn 6,64). Es curioso que algunos quieran aparentar y simular seguir al Señor, se puede estar en la Iglesia, ser incluso bautizado, llamarse cristiano y, sin embargo, no tener fe. Más que seguirle nos sentimos llevados por la razón. Hasta somos capaces de disimular nuestra falta de fe. Con razón dijo el Señor: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7,21). O aquello nos dijo: "Ustedes aparentan ser rectos ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios” (Lc 16,15).

c) “Jesús sabía quién de ellos le iba a entregar” (Jn 6,64b). El Señor sabe que en el grupo está el traidor (Jn 6,70); sin embargo, no lo echa, no lo excluye. Prefiere darle todas las oportunidades para que la gracia toque su corazón. Es posible que nosotros le hubiésemos echado de una vez por todas. Con razón nos explicó esa parábola del trigo y la cizaña: “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla en el horno encendido, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). El Señor es misericordioso hasta el último, pero el límite de esa misericordia es la justicia de Dios que un día se cumplirá.

d) “Muchos se volvieron atrás y no le siguieron más.” (Jn 6,66). Dios es siempre respetuoso de la libertad del hombre. Le duele verlos marchar, pero no los retiene por la fuerza. La fe tiene que ser una decisión libre y no impuesta. El parámetro de la respuesta a Dios es el amor y no la fuerza. Dios ya nos había dicho: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes” (Ez 36,26). Porque como Juan nos dice: “Dios es amor” (IJn 4,8). Solo quien se siente amado por Dios sabrá decir si al Señor.


e) “¿También Uds. quieren marcharse?” (Jn 6,67). En la Iglesia no se retiene a nadie forzado y obligado. Si alguien no se siente a gusto tiene las puertas abiertas. ¿Alguna vez nos hemos visto ante situaciones en las hemos tenido que tomar opciones radicales? Y es que no toda la vida podemos estar entre el sí y el no. Quizá algunos discípulos hubieran deseado responder al Señor: “Pero si nos vamos también nosotros, ¿Con quién te quedaras? ¿Quién te acompañara?”. Jesús no ha venido a ser condescendiente con nadie y menos a complacer a un grupo ni a una cultura. Recordemos cuando dijo: Si ellos se callan las piedras gritaran” (Lc 19,40). El hombre no es indispensable para Dios, por tanto no hace falta que Dios se ponga de rodillas ante el hombre para suplicarle a que lo siga. Por eso, si tú crees que con Dios estás perdiendo tiempo y crees que tienes cosas más importantes en tu vida que hacer, pues es bueno que te dediques a eso, pero también recuerda lo que ya nos dijo: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). Nuestro consejo es unirnos a Pedro y reiterar cada día: A quien vamos a ir tu tienes palabras de vida eterna (Jn 6,67).

sábado, 15 de agosto de 2015

DOMINGO XX - B (16 de agosto del 2015)


DOMINGO XX – B (16 de agosto del 2015)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 6,51-58:


En aquel tiempo dijo Jesús a la multitud: Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’. Los judíos discutían entre sí y diciendo: ‘¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?’ Jesús les respondió: ‘Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. Y el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. A mí me envió el Padre que tiene vida y yo vivo por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; que no es como el que comieron sus padres, y murieron; el que coma de este pan vivirá eternamente” PALABRA DEL SEÑOR.



Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y bien.

Los judíos pusieron férrea resistencia ante las palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Ellos reaccionaron en el nivel humano y dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús y como dice que ha bajado del cielo. Como ven, la encarnación (Jn 1,14) suscitó una gran dificultad en el entendimiento de los judíos.

Hoy nos encontramos con otra resistencia según la lógica de la razón humana de los judíos. Cuando Jesús les dijo “Mi carne es para la vida del mundo” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente reaccionó y se preguntaron: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendía (Mc 6,52). Y si no entendían en aquella época las palabras dichas por el mismo Señor, menos hoy nosotros si aún persistimos en tomar las cosas de Dios con razones humanas y no con el donde la fe (Lc 17,5). Nosotros vemos cómo responde Jesús entonces.

Jesús responde con siete (Mt 18,21) afirmaciones. El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones que como resumen recapitula el discurso del pan de vida. Hay siete preguntas que sirven de hilo conductor y que dan la estructura de todo el discurso del pan de vida, de esta bella catequesis sobre el pan trascendente. Hay siete preguntas. Pues, ahora la última lección de Jesús está compuesta de siete afirmaciones.

En efecto, una vez que en el domingo pasado, descubrimos que no solo Jesús es el verdadero pan del cielo (Jn 6,55) y que hoy nos reitera, el pan de vida sino que hay que comerlo (Jn 6,53). Hay que pasar de comer el pan que dura un día a comer la carne de Jesús que dura hasta la vida eterna (Jn 6,26). Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación, porque el término carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Se añadió entonces una especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo y “es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). De esta manera se nos estaba enseñando a comprender, a acoger el misterio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz en el pan eucarístico. Escena que resaltan los evangelios sinópticos: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26,26; Mc22,19; Mc 14,22). Escenas que anteceden a la pasión de la cruz redentora.

Siete afirmaciones del discurso del “Pan de Vida”

Las siete afirmaciones se contextualizan en el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre, ni una sola vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir Amén que es un “si” eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Es Jesús a quien ahora encarnamos. A quien ahora nosotros nos hacemos uno con Él. Y para mayores luces acudimos dos afirmaciones textuales: 1) Dijo Jesús: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). 2) San Pablo exclamó: “Vivo yo pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

La primera afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en Uds” (Jn 6,53).

La segunda afirmación, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

La tercera afirmación es reiterativa: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,55).

La cuarta afirmación es de orden proposicional sobre la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn 6,56).

La quinta afirmación es una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad. Y esta afirmación corona toda la enseñanza respecto a la sagrada comunión.

La sexta afirmación es de orden demostrativa, presencial y comparativa cuando Jesús dice: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron sus antepasados y murieron” (Jn 6,58a).

La séptima afirmación y la última, es de orden exclamativa y definitiva, para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía: “El que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,58b).


Estas siete afirmaciones categóricas respectico a la sagrada comunión con Jesús eucaristía en necesario para el trabajo pastoral agregar dos afirmaciones condicionales propuestas por San Pablo respecto a la sagrada comunión: 1) “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa” (I Cor 11,28). Se refiere al sacramento de la confesión. 2) “Porque, quien come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,29).

Las siete afirmaciones repiten una sola idea. Que Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.

Cada vez que comulgamos (I Cor 11,26) nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Tu no puede decir que desayunaste simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunaste, ¡No! Tienes que coger el pan y tienes que masticarlo y comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo. Eso ocurre con los que van a la misa y no comulgan, solo miran y creen que es suficiente que hayan ido a la misa el domingo y no comulgan. Para comulgar válidamente y para que produzca gracia en mí, tengo que estar en gracia. Y si la conciencia me acusa que estoy en pecado, debo de confesarme y luego comulgar.

El siguiente paso es: Encarnarlo ya hacerlo vida. Y lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros es nada más y nada menos VIDA, vida nueva porque llevamos a Jesús eucaristía. Con razón dijo Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Ahora en una vida ceñida en Jesús glorificado, mis actos tienen que reflejar esa vida nueva en cada acto de mi vida diaria que en resumen nos lo dice Juan: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Y algo más: “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (I Jn 4,20-21).

No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas ceñidos en el odio o rencor. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mí y yo en Él’.

En definitiva, Jesús quiere subrayarnos que el hombre, nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre.

“Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ha sido creado para vivir en y con Dios y el Hijo, Cristo Jesús es el medio para llegar a Dios. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.

Dios nos habla por el profeta que hará con su pueblo otra alianza: “No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo (Jer 31,32-33). Como es de ver, Dios hizo en su Hijo Jesús esta nueva alianza y definitiva. Por eso el Hijo tiene la misión de perdonar y reconciliar a la humanidad entera con Dios: “Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31.34).

“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28).

domingo, 9 de agosto de 2015

Domingo XIX - B (09 de agosto del 2015)


DOMINGO XIX – B (09 de agosto del 2015)

Proclamacion del Santo evangelio según San Juan 6, 41-51

En aquel tiempo los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo". Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo"? Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.

Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en la fe Paz y Bien.

La fe es la certeza de lo que esperamos, y la convicción de lo que no se ve. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, (Gn 1,1) de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía” (Heb 11,1-4). ¿Por qué cito el tema de la fe?:

En primer lugar, la Encarnación de Jesús (Jn 1,14) que es el acercamiento de Dios al hombre (Jn 14,7-10) se convierte en el gran obstáculo para creer en Él. Porque no siempre coincide el pensar humano con la de Dios. Recordemos por ejemplo la escena de Pedro con una inquietud humana ante Jesús que dijo que el hijo del hombre será entregado en manos d sus enemigos y lo mataran pero al tercer día resucitará: Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero Jesús, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Apártate, de mi vista Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tú piensas como los hombres y no como Dios” (Mt 16,22-23). Hoy se reitera este impase ya no con sus discípulos sino con todo el pueblo cuando Jesús les dijo: "Yo soy el pan bajado del cielo". Ellos murmuraron: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo"? (Jn 6,41-42).

En segundo lugar, conviene saltar estas frases: “Serán todos discípulos de Dios” o como dice el texto “serán todos enseñados por Dios” (Jn 6,45). Para ser discípulos hay que aprender del maestro y eso implica pensar como el maestro y no como uno desearía. Por eso en otro episodio cita Jesús estas afirmaciones: “El que no cree al Hijo, no cree al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,23-24).

En tercer lugar, se nos anuncia una gran verdad: “El que cree ya tiene la vida eterna.” (Jn 6,47). No tenemos por qué esperar la muerte para tener en nosotros la vida eterna de Dios. Ya la llevamos dentro. Asi nos lo dice San Pablo: Ahora que ha llegado la fe, ya no estamos sometidos a la ley. Porque todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa” (Gal 3,25-29). O entro momento dice: “De Jesús aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo dejándose arrastras por los deseos engañosos, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo” (Ef 4,22-24).


Y, en cuarto lugar, una afirmación que es todo un misterio de gracia: “Nadie puede conocer a Jesús si el Padre no le atrae.”(Jn 6,44) Lo cual nos está planteando todo un mundo de cuestionamientos sobre la fe. Con razón un dia los mismos discípulos dijeron: "Auméntanos la fe. Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa montaña que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería” (Lc 17,5-6). Así pues, si movidos por el don de la fe nos acercamos al Maestro supremo, sus enseñanzas tienen profundo sentido cuando hoy nos ha dicho; “Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo" (Jn 6,47-51).

martes, 4 de agosto de 2015

COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE...

COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE...: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE JULIO : UNA BENDICIÒN DE DIOS  PARA MI PERU QUERIDO EN SUS 194 AÑOS 28 DE JULIO DEL 2...

DOMINGO XVIII - B (domingo 02 de agosto del 2015)

DOMINGO XVIII – B (02 de agosto del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6,22-35:

En aquel tiempo, al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos. Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste? Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.

Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado. Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo". Jesús respondió: Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. PALABRA DEL SEÑOR

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Tres puntos que Jesús acentúa y con los cuales le abre nuevos caminos a la “búsqueda” de parte de la gente: Primero Jesús les dice: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna” (Jn 6,27). Trabajar por la comida del día es importante es importante, es necesaria para vivir y uno tiene que ganársela todos los días con el sudor de la frente (Gn 3,19). Pero ésta no es la única razón por la cual madrugamos para trabajar. Hay que trabajar “por el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Mt 26,26).

La multitud de esa ocasión, como también mucha gente hoy, sentía que lo más importante en la vida era sobrevivir. Muchas cosas se hacen simplemente para sobrevivir más que para construir una vida con calidad. Hoy Jesús nos está planteando la pregunta: “¿Para qué estoy trabajando?”, “¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?”. Y no perdamos de vista esto: a diferencia de los animales, nosotros los hombres somos los únicos seres del planeta que, por más que resolvamos lo básico, por más confort que tengamos, siempre estamos insatisfechos. Jesús nos dice que más allá de lo inmediato de la vida –que tiene su importancia, es claro– tenemos una necesidad más profunda que tenemos que resolver y que si sabemos resolver lo segundo –el vivir plenamente– podremos resolver con mayor sentido lo primero –el sostener y promover la vida hoy–.

Luego les dice: “...El que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27b). Jesús se da a sí mismo un título: “Hijo del hombre”. Es curiosamente un título de “gloria”, pero que pasa por la “pasión”.

El problema que Jesús enfrenta con la multitud que lo busca para que repita el milagro del pan abundante, tiene que ver con la imagen que tienen de Él. Jesús les hace entender que en Él hay mucho más de lo que ven a primera vista. La gente se deja arrastrar por el mesianismo, quiere respuestas inmediatas y corre detrás del primero que le ofrezca soluciones inmediatas. Por eso, al final de la multiplicación de los panes ya querían hacer a Jesús Rey, pero Jesús –para desconcierto de ellos– lo que hizo fue esconderse. La gente de la multiplicación de los panes pensaba en un Mesías Rey que usara su poder para eliminar a los romanos, un mesías que les repartiera pan gratuito todos los días sin tener que hacer ningún esfuerzo, un mesías que los mantuviera, un mesías hecho a la medida de las expectativas populares, un mesías que no le corrigiera al pueblo sus actitudes egoístas para perder puntaje. Finalmente dice: “... Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”. La autoridad de Jesús viene de Dios. Esto lo expresa con una imagen: “el sello de Dios”.

¿Por qué esta imagen del “sello”? En la antigüedad no era la firma sino el “sello” lo que autenticaba los documentos. En el caso de documentos comerciales y políticos éstos se imprimían con un anillo, así las decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de arcilla, de metal o de joyas, en los dos primeros casos parte del material se quedaba pegado en el documento y así se expresaba que el asunto allí contenido era en firme. En Jesús está el “sello” de Dios: (1) Dios lo ha autenticado con la unción del Espíritu Santo: “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz; porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Juan 3,33-34). (2) Él es la “verdad” encarnada de Dios (término que en Juan traduce el hebreo “emet”, que describe la fidelidad de Dios con su pueblo). (3) Por todo lo anterior, Él es único que puede satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo hombre.
 
Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado” (Jn 6,28-29). Tener esa firmeza, creer en el que Dios envió: Jesús, el Hijo único (Jn 1,18). Ante el imperativo “¡Obrad!”, la reacción no se deja esperar: ¿Cómo llevarlo a cabo? En otras palabras: ¿dónde hay que poner los mejores esfuerzos de la vida espiritual para que nuestra vida se realice en la dirección del proyecto de Dios? En esta parte del diálogo de Jesús con la gente, aparecen a la luz nuevas luces sobre lo que debe caracterizar la relación de los hombres con Dios.

Notamos, en primer lugar, que la pregunta que le plantean a Jesús requiere una aclaración. Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la gente entendió “las buenas obras”. Desde pequeños han sido educados en la convicción de que el favor de Dios se gana haciendo “buenas obras”. Por lo tanto, la pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”, espera una respuesta concreta, casi prevista: cuál es la lista de las “Buenas Obras” que agradan a Dios. La respuesta breve de Jesús corrige el intento de sus interlocutores y abre la puerta para entender las relaciones con Dios desde otro ángulo que es mucho más profundo y de grandes consecuencias. En la frase “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado”, se deja entender que lo que Dios espera del hombre es la “fe”: primero que sus “manos” les pide su “corazón”. Y esto es importante.

La espiritualidad es “acción”, pero es ante todo “relación”. Se corre el riesgo de perder de vista lo esencial cuando todo se reduce a procedimientos mecánicos de parte nuestra (ritos religiosos, de caridad, etc.), y peor aún, se ve a Dios como alguien que también se comporta mecánicamente con nosotros, al ritmo de nuestros requerimientos, en una lógica de contraprestación. Dios es Padre y Amigo, la relación con Él debe ser de confianza, de entrega, de obediencia, de amor, de gratuidad. La “obra” que Jesús propone, entonces, es que construyamos una nueva relación con Dios: más cercana y profunda, determinada por su Palabra en la Escritura, avivada por la oración, recreada en la comunidad, coherente con nuestro estilo de vida, consistente con nuestros principios de acción.

La nueva relación con Dios (el caminar de la fe en Jesús) desemboca en un estilo de vida. Esta relación se convierte en proyecto de vida compartida entre Él y uno, entre uno y la comunidad de fe y de amor a la que pertenece. De ahí se desprenden todas las “obras buenas” de amor y de servicio, institucionales y espontáneas, porque todo lo que hacemos (y no solamente unas cuantas cosas) refleja ese conocimiento de Dios en Cristo que habita nuestra vida. Para esta “obra” el mismo Jesús nos capacita. Esto es lo que se va a profundizar enseguida.

Segundo movimiento: De Dios hacia el hombre. Aprender a leer los signos de su amor y salvación (Jn 6,30-33): “Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,31-32). Pero la respuesta del Señor es: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn 6,33).

La última frase pronunciada por Jesús suscita una nueva pregunta de este tipo: “Si tú te presentas como el Mesías (= “el enviado”, “el que Dios Padre ha marcado con su sello”), y esto supone que te aceptemos con todas las implicaciones (= “creer”), entonces muéstrenos sus credenciales”. En otras palabras: ¿En qué debemos apoyar nuestra fe?
La interpelación a Jesús por parte de los judíos: Ellos entonces le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,30-31) Esta parte de la conversación es típicamente judía y nos recuerda tanto los temas como el estilo de las discusiones entre los rabinos: se plantea una pregunta difícil y se da una pista de solución en la que se indica el tipo de respuesta que el rabino estaría esperando. Tomando como base la carta que Jesús acaba de poner sobre la mesa, que el creer en Él era verdadera obra de Dios, los judíos le hacen una interpelación académica: “Si tú eres el Mesías, ¡demuéstralo!”. Esto se plantea con dos preguntas sobre el “obrar” y un ejemplo “modelo” del “obrar” de Dios en la historia: “¿Qué señal haces... qué obra realizas?” (Jn 6,30). Jesús es interpelado explícitamente sobre lo que Él “hace”. De hecho, si miramos la historia de la salvación el “hacer” de Dios siempre ha precedido el “hacer” del hombre. La obra del hombre es “creer”, pero previamente debe hacer una obra de parte de Dios que sirva de base y de ruta para el camino del creer. Esta es como la “prueba” de la confiabilidad de Dios.

Las dos preguntas, que en realidad plantean lo mismo (“¿Y qué prueba nos das, para que al verla te creamos?”), suenan extrañas. ¿Cómo se plantea semejante pregunta después de la multiplicación de los panes, en la que todos estuvieron de acuerdo de que se trataba de un hecho extraordinario? (Mt 14,16-21). Es claro que la multitud no está satisfecha con el signo de los panes y los peces. No creen que sea un signo de que Jesús es el Mesías y por eso le piden un “signo” todavía mayor.

Los interlocutores de Jesús, teniendo en cuenta que Él se presenta como el que “obra” de parte de Dios, se remiten inmediatamente una de las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo en el caminar pascual y le piden que actúe en ese plano. El ejemplo “modelo”: “Nuestros padres comieron del maná en el desierto...” (Jn 6,31). El hecho de que todavía tengan en mente la multiplicación de los panes, los lleva a traer de la historia de la pascua uno de sus momentos más deslumbrantes: el don del maná en el desierto, cuando Dios alimentó milagrosamente al pueblo peregrino y los salvó de morirse de hambre. Toman este ejemplo y no otro por la conexión que se da en el “pan”.

El relato del don del maná en el desierto lo encontramos en Éxodo 16 (vale la pena volverlo a leer). Se cree que más tarde se había conservado en un recipiente algo de ese maná y se había depositado en el arca de la alianza que estaba en el templo de Salomón. Se cree también que, cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, el profeta Jeremías lo había escondido para sacarlo a la luz cuando llegara el Mesías. Pero, ¿qué es lo que tienen en mente los interlocutores de Jesús trayendo a colación el caso del “maná”?

Se le pide que repita un milagro de bellísimas implicaciones o evidencias: 1) En el maná hay un alimento ordinario, natural (grano de coriandro), pero también una provocación al misterio. La palabra “maná” significa “¿Qué es esto?” (ver Éxodo 16,15; de la etimología popular: man hu). ¿Se imagina Usted comiendo “¿Qué es esto?” durante cuarenta años, todos los días sin falta, y luego mirar atrás y concluir que fue una gran experiencia? 2) Se trata de una acción típica de Dios: su origen es el mismo Dios providente. Esta comprensión se apoya en dos citas bíblicas que califican el maná como “el pan del Dios”:  “Este es el pan que Yahveh os da por alimento” (Éxodo 16,15) y “les dio el trigo de los cielos” (Salmo 78,24). 3) Es un signo identificador del Mesías, porque éste actúa en sintonía con Dios para atender las expectativas vitales del pueblo; de ahí que se creyera que cuando viniera el Mesías se repetiría el milagro del maná, como dice el Talmud: “Así como fue el primer redentor, así será el redentor final; como el primer redentor hizo que cayera maná del cielo, así el postrer redentor hará descender maná del cielo”.

Los interlocutores de Jesús no han visto en el milagro de la multiplicación de los panes el signo pedido. Es como si estuvieran pensando: “Lo que hiciste ayer fue simplemente darnos panes y peces, nos diste comida común y corriente, lo que comemos todos los días aquí a la orilla del lago de Galilea. No hay nada extraordinario en los panes y los peces, aunque el hecho de multiplicarlos superó un poquito lo normal. Pero Moisés alimentó a nuestros padres cuarenta años con maná, comida del cielo. El pan y el pescado vienen de la tierra, en cambio el maná viene del cielo. ¿Qué haces para superarlo?”. Por lo tanto, los judíos están interpelando la propuesta de Jesús de que “crean en el enviado” desafiándolo para que produzca “el pan de Dios”, “el pan del cielo” (como se le llama, a partir de las referencias ya citadas) y de esta manera justifique sus pretensiones y les dé un apoyo para depositar en Él su fe, al mismo nivel de su fe en Yahveh “Señor” y “Padre providente” del Pueblo que lleva su nombre.

Respuesta de Jesús: "En verdad, en verdad os digo: (a) No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; (b) es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; 33 porque el pan de Dios (a) es el que baja del cielo (b) y da la vida al mundo” (Jn 6,32-33). La raíz de las dificultades para “creer”, hasta ahora presentadas, es la incapacidad de interpretar los “signos” de Jesús. Los judíos que conversan con Jesús no han sido capaces de “ver más allá” del milagro: el pan que comieron los cinco mil no era más que pan terrenal, multiplicado como pan terrenal. Para ellos el maná sí era una prueba contundente. La respuesta de Jesús se va por la línea educativa, no sólo corrige la visión estrecha que ellos tienen con relación a los asuntos de Dios, sino que también les da pistas para saber entender a fondo los signos de presencia salvífica de Dios en la historia. Dicho de otra manera, su respuesta, con palabras bien precisas, les abre los horizontes de la mente y el corazón para poder leer a fondo la presencia y la obra de Dios en la persona de Él.

Veamos los pasos, bien exactos, que da Jesús. En su respuesta, que hace con toda la fuerza de su autoridad (“En verdad, en verdad os digo...”) hace básicamente dos afirmaciones:


La primera hace una corrección al pensamiento “teológico” de sus interlocutores acerca del dador del pan: ¿Quién es el que da el pan? (Jn 6,32). La segunda hace dos precisiones sobre la naturaleza del “verdadero pan del cielo”: ¿Cómo es este pan? (Jn 6,33).

domingo, 26 de julio de 2015

DOMINGO XVII - B (26 de julio de 2015)

DOMINGO XVII – B (26 de julio de 2015)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6,1-15:

En aquel tiempo, después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.

Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?" Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?"

Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.

Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

En el domingo anterior resaltamos este episodio: “Los apóstoles se volvieron a reunir con Jesús y le contaron todo lo habían hecho y enseñado y Jesús les dijo; Vengan Uds. Solos a descansar un poco” (Mc 6,30). Y decíamos que cada domingo hacemos un espacio para descansar un poco y lo hacemos en la santa misa. Hoy el tema que trata es la multiplicación de los panes y bien se puede dividir el evangelio leído en: 1) Introducción (6,1-4). 2) El diálogo de Jesús con sus discípulos (6,5-9). 3) La multiplicación de los panes (6,10-11). 4) La colecta de las sobras y las reacciones de la multitud ante Jesús y de Jesús ante las multitudes (6,12-15). De los cuatro partes la tercera sección es la parte central y nos detendremos en detallar.

“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Qué panes los tomó? Los cinco panes que un muchacho tenia (Jn 6,9). Este episodio nos recuerda aquel otro episodio del desprendimiento: “Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre en el arca de la ofrenda. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,42). Y los mismo aquel episodio: “Quien tacañamente da, tacañamente cosechará” (II Cor 9,6).

Jesús pudo hacer que se convierta las piedras en pan, pero quiso que de las ofrendas se conviertan en pan para alimentar a más de cinco mil hombres. Para hacernos entender que todo gesto de caridad hecha con amor trae siempre su recompensa. Y es ese gesto que se hace en cada Misa, hacer una colecta de ofrenda para los actos de caridad.

La segunda idea que merece mayores detalles el evangelio que hoy leímos es el mensaje central del tema: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Cómo es esa acción de gracias que Jesús dijo? Vamos al siguiente episodio: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, para la remisión de los pecados” (Mt 26,26). Hizo la multiplicación de los panes y alimento a más de cinco mil hombres.

Cómo habría sido ese acontecimiento!  Una multitud de unas cinco mil personas que seguía a Jesús para escuchar sus enseñanzas.  Llega la hora de comer, y con sólo cinco panes y dos pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para saciar a toda esa multitud... y  todavía quedaron sobras. ¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados?  Ya destacamos (Jn 6,9). Había un muchacho entre los presentes que los llevaba consigo.  Hay muchos pasajes bíblicos similares. Por cierto no es éste el único pasaje en que Dios utiliza un aporte humano para remediar una necesidad.  En efecto, nos cuenta la Primera Lectura de este domingo (2 R 4, 42-44) de una situación similar. El Profeta Eliseo recibe veinte panes y ordena a su criado repartirlo entre cien personas.  Ante la objeción del criado por lo insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo que “dice el Señor: ‘Comerán todos y sobrará’”.   Y así fue, tal como dijo el Señor.  Otro milagro de multiplicación.

En el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien.  En el caso de Jesús, de cinco panes y dos peces comieron unos quince mil.  Las cantidades no importan, sino como dato referencial.  Lo que importa es el milagro de la multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan, y el aporte requerido para proveer en forma milagrosa. Cabría preguntarnos, ¿por qué entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos?   Notemos que los dos milagros no se realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos comestibles.

Dios, como Omnipotente y Todopoderoso que es, podría haber alimentado a la gente de la nada.  Si nos creó de la nada, por supuesto puede alimentarnos de la nada. Pero Dios desea nuestra participación, nuestro aporte.  Y ese aporte suele ser como el del chico: muy insuficiente, muy poca cosa, una nada. Pero Dios lo quiere y hasta lo exige para El intervenir.  Y cuando el hombre da su aporte, Dios interviene multiplicándolo. El muchacho de este alimento multiplicado donó toda la comida que llevaba para él.  Fue muy generoso.  En el caso de Eliseo, fue un hombre que le llevó los primeros frutos de su cultivo.  Y nosotros... ¿damos al menos de lo que nos sobra para que Dios haga milagros con nuestros aportes?

“Abres, Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos.  Tú alimentas a todos a su tiempo” (Sal. 144). Así hemos cantado en el Salmo de hoy.  Esta atención amorosa de Dios se denomina “Divina Providencia”, por medio de la cual Dios nos da el alimento cuando se necesita, nos da cada cosa a su tiempo, y todos quedan saciados. Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El.  Debemos estar siempre confiados en la Divina Providencia.  Nos lo muestran las Lecturas de hoy y lo hemos orado en el Salmo.  Además Jesucristo nos lo manifiesta en otros pasajes evangélicos: “No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento?  ¿Qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos?  Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso”.  (Mt. 6, 31-32). “Fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros.  Sin embargo, el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta.  ¿No valen ustedes mucho más que las aves?” (Mt. 6, 26).

Pero Dios también nos pide solidaridad con los demás y el compartir de lo mucho o poco que tenemos. Si tal vez diéramos todo nuestro amor, es decir, si amáramos a Dios sobre todas las cosas, podríamos darnos cuenta de las necesidades que requieren ser remediadas, podríamos aprender a amar, comenzaríamos a ser generosos, como el chico del Evangelio, comenzaríamos a dar de lo mucho o de lo poco que tenemos. Y, más allá de atender a las necesidades materiales, el amor –si es verdadero amor, si está fundado en nuestro amor a Dios- debe alcanzar también las necesidades espirituales.  Inclusive, puede “mantenernos unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”, como nos indica San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-6), de manera que “Dios, Padre de todos, que reina sobre todos, actúe a través de todos”.  Ahora bien, para Dios actuar a través de cada uno de nosotros, cada uno debe amar a Dios.  Y amar a Dios significa buscar su Voluntad para ser y hacer como El desea.  Sólo así estaremos unidos a Dios, unidos entre sí, y sensibles a las necesidades ajenas, pendientes de ayudar a remediar las carencias de nuestros hermanos.

El acto de caridad nace del amor.  Y Dios actúa siempre caritativamente con nosotros, así nos recuerda por ejemplo el episodio: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt 8,2-3).

Después de este gesto del compartir el pan material tenemos que pasar a la dimensión espiritual, porque no podemos quedarnos en el pan material. Mismo Jesús nos invita a trascender: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). A esta contundente afirmación hay que agregar:

“El pan que Dios da viene del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,33-35).

Y terminamos esta reflexión con esta y más contundente respuesta de Jesús respecto a la santa comunión: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,51-56).