sábado, 15 de agosto de 2015

DOMINGO XX - B (16 de agosto del 2015)


DOMINGO XX – B (16 de agosto del 2015)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 6,51-58:


En aquel tiempo dijo Jesús a la multitud: Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’. Los judíos discutían entre sí y diciendo: ‘¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?’ Jesús les respondió: ‘Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. Y el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. A mí me envió el Padre que tiene vida y yo vivo por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; que no es como el que comieron sus padres, y murieron; el que coma de este pan vivirá eternamente” PALABRA DEL SEÑOR.



Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y bien.

Los judíos pusieron férrea resistencia ante las palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Ellos reaccionaron en el nivel humano y dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús y como dice que ha bajado del cielo. Como ven, la encarnación (Jn 1,14) suscitó una gran dificultad en el entendimiento de los judíos.

Hoy nos encontramos con otra resistencia según la lógica de la razón humana de los judíos. Cuando Jesús les dijo “Mi carne es para la vida del mundo” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente reaccionó y se preguntaron: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendía (Mc 6,52). Y si no entendían en aquella época las palabras dichas por el mismo Señor, menos hoy nosotros si aún persistimos en tomar las cosas de Dios con razones humanas y no con el donde la fe (Lc 17,5). Nosotros vemos cómo responde Jesús entonces.

Jesús responde con siete (Mt 18,21) afirmaciones. El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones que como resumen recapitula el discurso del pan de vida. Hay siete preguntas que sirven de hilo conductor y que dan la estructura de todo el discurso del pan de vida, de esta bella catequesis sobre el pan trascendente. Hay siete preguntas. Pues, ahora la última lección de Jesús está compuesta de siete afirmaciones.

En efecto, una vez que en el domingo pasado, descubrimos que no solo Jesús es el verdadero pan del cielo (Jn 6,55) y que hoy nos reitera, el pan de vida sino que hay que comerlo (Jn 6,53). Hay que pasar de comer el pan que dura un día a comer la carne de Jesús que dura hasta la vida eterna (Jn 6,26). Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación, porque el término carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Se añadió entonces una especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo y “es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). De esta manera se nos estaba enseñando a comprender, a acoger el misterio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz en el pan eucarístico. Escena que resaltan los evangelios sinópticos: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26,26; Mc22,19; Mc 14,22). Escenas que anteceden a la pasión de la cruz redentora.

Siete afirmaciones del discurso del “Pan de Vida”

Las siete afirmaciones se contextualizan en el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre, ni una sola vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir Amén que es un “si” eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Es Jesús a quien ahora encarnamos. A quien ahora nosotros nos hacemos uno con Él. Y para mayores luces acudimos dos afirmaciones textuales: 1) Dijo Jesús: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). 2) San Pablo exclamó: “Vivo yo pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

La primera afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en Uds” (Jn 6,53).

La segunda afirmación, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

La tercera afirmación es reiterativa: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,55).

La cuarta afirmación es de orden proposicional sobre la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn 6,56).

La quinta afirmación es una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad. Y esta afirmación corona toda la enseñanza respecto a la sagrada comunión.

La sexta afirmación es de orden demostrativa, presencial y comparativa cuando Jesús dice: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron sus antepasados y murieron” (Jn 6,58a).

La séptima afirmación y la última, es de orden exclamativa y definitiva, para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía: “El que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,58b).


Estas siete afirmaciones categóricas respectico a la sagrada comunión con Jesús eucaristía en necesario para el trabajo pastoral agregar dos afirmaciones condicionales propuestas por San Pablo respecto a la sagrada comunión: 1) “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa” (I Cor 11,28). Se refiere al sacramento de la confesión. 2) “Porque, quien come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,29).

Las siete afirmaciones repiten una sola idea. Que Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.

Cada vez que comulgamos (I Cor 11,26) nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Tu no puede decir que desayunaste simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunaste, ¡No! Tienes que coger el pan y tienes que masticarlo y comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo. Eso ocurre con los que van a la misa y no comulgan, solo miran y creen que es suficiente que hayan ido a la misa el domingo y no comulgan. Para comulgar válidamente y para que produzca gracia en mí, tengo que estar en gracia. Y si la conciencia me acusa que estoy en pecado, debo de confesarme y luego comulgar.

El siguiente paso es: Encarnarlo ya hacerlo vida. Y lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros es nada más y nada menos VIDA, vida nueva porque llevamos a Jesús eucaristía. Con razón dijo Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Ahora en una vida ceñida en Jesús glorificado, mis actos tienen que reflejar esa vida nueva en cada acto de mi vida diaria que en resumen nos lo dice Juan: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Y algo más: “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (I Jn 4,20-21).

No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas ceñidos en el odio o rencor. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mí y yo en Él’.

En definitiva, Jesús quiere subrayarnos que el hombre, nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre.

“Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ha sido creado para vivir en y con Dios y el Hijo, Cristo Jesús es el medio para llegar a Dios. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.

Dios nos habla por el profeta que hará con su pueblo otra alianza: “No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo (Jer 31,32-33). Como es de ver, Dios hizo en su Hijo Jesús esta nueva alianza y definitiva. Por eso el Hijo tiene la misión de perdonar y reconciliar a la humanidad entera con Dios: “Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31.34).

“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Paz y Bien

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.