domingo, 21 de septiembre de 2025

DOMINGO XXVI - C (28 de setiembre del 2025)

 DOMINGO XXVI - C (28 de setiembre del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 16,19 - 31:

16,19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.

16,20 A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,

16,21 que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.

16,22 El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

16,23 En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.

16,24 Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan".

16,25 "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.

16,26 Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí".

16,27 El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,

16,28 porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento".

16,29 Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen".

16,30 "No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán".

16,31 Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en la fe Paz y Bien.

“Tanto el rico como el pobre tienen algo es común: Que los dos provienen de la mano creadora de Dios” (Prov 22,2); así también el pobre y el rico no deciden qué día morirán (Ecl 8,8). Hoy nos ha dicho el Señor que: “Así como el pobre muere, el rico también muere” (Lc 16,22). “Recuerda que eres polvo y a polvo volverás” (Gn 3,19). Corporal o físicamente tenemos el mismo destino: volver a ser tierra. Pero hay un detalle importante: “El polvo vuelva a la tierra, como lo que es, y el espíritu vuelva a Dios, porque es él quien lo dio” (Ecl 12,7). La muerte solo afecta al cuerpo, porque está hecho de tierra, pero el espíritu que recibimos de Dios no se corrompe con la muerte (Gn 2,7), no es susceptible a la muerte, pero luego del desposo del cuerpo tiene dos destinos: o vuelve a Dios o no vuelve a Dios. Hoy nos lo ha dicho el Señor: El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, cielo. El rico también murió y fue sepultado, Infierno” (Lc 16,22).

El pobre no está en el cielo por ser pobre, ni el rico en el infierno por ser rico. El pobre puede estar en el cielo o en el infierno, como también el rico puede estar en el cielo o infierno. ¿De qué depende estar en el cielo o infierno tanto para el rico como para el pobre? "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Hereden el Reino de los cielos. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer” (Mt 25,40-42). “Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" (Mt 25,46).

"Si quieres ser perfecto, dijo Jesús al rico, ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes” (Mt 19,21-22). Si el rico hubiera sido capaz de compartir su riqueza con los pobres hubiera adquirido un tesoro en el cielo y sus bienes lo hubieran servido para su salvación. Por tanto, el rico está en el infierno clamando piedad por no saber compartir su riqueza con el pobre.  El pobre pudo también estado en el infierno si no hubiera sabido vivir en la honradez, el pobre está en el cielo porque vivió mendigando y no robo a nadie. Hay muchos que apelando a su pobreza asaltan y matan. Y hacen mucho daño.

Me viene a la memoria aquella pregunta que hacen a Jesús: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). Y San Pablo describe lo que en el corazón de Jesús ronda la respuesta a esta pregunta: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad” (I Tm 2,4). Pero como vemos en el relato y enseñanza de hoy, Jesús nos describe que no será así, es decir que, no todos se salvaran porque no todos aceptaran esta oferta de Dios cual es vivir en el amor unos a otros (Mc 12,28-31). Esta parábola de hoy (Lc 16,19-31) nos describe dos realidades distintas en el que un día tenemos que sopesar o afrontar: O bien seremos recibido en el seno de Abraham que es el cielo (Lc 16,22) o seremos recibidos en el abismo que es el infierno (Lc 19,23). Reitero no por ser rico estaremos en infierno o por ser pobre en el cielo, sino de como hicimos el uso de los bienes y la vida en el amor manifiesto por el prójimo en obras de caridad.

Dice Dios: "Juro por mi que, no deseo la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Se han preguntado alguna vez y por lo menos por mera curiosidad de ¿cómo será el cielo y cómo será el infierno? Son preguntas que en teología se llama preguntas del orden escatológico que corresponden a realidades postrimeras o realidades después de la muerte física. Pues, aquí Jesús, hoy nos presenta y nos da algunas pautas de cómo es el cielo  y cómo es el infierno, las posibles moradas del alma nuestro. Digo posibles en el sentido que, o estaremos un día en el seno de Abraham, recibiendo consolación (cielo, Lc 16,25) o en el seno del abismo, en medio de tormenta de fuego (infierno, Lc 16,24). No podemos estar en los dos y o estar fuera de esas dos realidades. Para nuestra vida futura, vida del alma no hay otra tercera posibilidad, es decir pasar un momento en el abismo, otro momento en el cielo, o escapar de estas dos realidades. Eso es imposible dice Jesús en su explicación de hoy (Lc 19,26). Ahora recordemos otra vez la pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23) y ¿cómo hacer que nos salvemos del infierno y no estar a lado del rico? Pues, a Jesús le interesa hacernos entender esta realidad mediante esta parábola.

Para deslindar esta parábola maravillosa conviene destacar: Primero, un rico que se da una vida de señor y amo por sus bienes materiales (Lc 16,19). Vive una vida en la que “no le falta nada”. Vendría bien citar aquello que se dijo el rico: “Hombre tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida" (Lc 12,19). Bueno, eso de nada le falta lo ponemos entre comillas porque es una vida en la que falta todo para heredar la vida verdadera y eterna. Vive una vida en soledad porque los bienes materiales no le dan calor humano que toda persona requiere. Segundo, el rico (Lc 16,19) como no es incapaz de mirar más allá del portón de su casa (egoísmo), no tiene nombre. En cambio, Jesús pone nombre al pobre: Lázaro (Lc. 16,20). Es que la pobreza hecho fantasma o sea sin rostro humano a nadie alude. Y Dios no es fantasma. Dios tiene nombre, es un hombre (Lc 24,39), tiene rostro y como tal quiere amar al hombre con rostro humano y no al hombre con máscaras o fantasmas.

Una simple puerta (egoísmo que enceguece y es igual al infierno) puede impedir (Lc 16,20) ver a los que están fuera sumergido en miseria, impiden ver el hambre de los que están al otro lado. Impiden ver las necesidades de los demás. Esta puerta es pues, el ego del hombre que será también la puerta que impedirá que un día pueda pasar de las tinieblas o del fuego ardiente hacia la vida celestial (Lc 16,26).

Conviene resaltar el estilo y trato de Jesús. No tiene palabras de condena para el rico, prefiere presentarnos la triste realidad y que sea ésta la que toque nuestro corazón rompiendo el muro o la puerta del ego. Porque no es condenando como se solucionan los problemas. El único camino para solucionar el sufrimiento de los demás es ponerle rostro al hambre. Ponerle un corazón de carne en lugar del corazón de piedra (Ez. 36,26).

A la pregunta de, si se salvaran pocos o muchos (Lc 13,23), el problema no está en que pocos o muchos puedan vivir espléndidamente. El problema tampoco está en los que viven sumergidos en la miseria. El problema que molesta mucho a Dios es la indiferencia con que el hombre actúa en relación a los demás (Mt 25,40-43). Tal vez sin pretenderlo, todos tengamos muchos muros o puertas en nuestro corazón que nos impiden ver la pobreza de quienes se sentirían felices con lo que a nosotros nos sobra. Con esta forma de vida no podemos decir que amamos a Dios. Porque bien lo dice Juan: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). 

Si no amamos como Dios nos ama no podemos decir que somos de Dios. “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor en Dios no es bonita teoría y muy romántica, no. Juan dice: “No amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (I Jn 3,18-20).

Entre el rico y el pobre “se abre un gran abismo” (Lc 16,26): Como ya hemos dicho; Jesús, no condena la riqueza, no condena los esplendidos banquetes que pudiéramos darnos y ojala fueran todos los días. El gran problema de la humanidad no es el ser ricos y tener mucho. El problema de la humanidad es la vida envuelto en el egoísmo y eso es lo que Dios condena: la actitud que asumimos hacia los demás. Cuando no tenemos capacidad para darnos cuenta de las necesidades de los otros. Cuando vivimos indiferentes ante el hambre de los demás. Cuando no nos importan los problemas de los demás. Cuando no nos importan las lágrimas de los demás. Cuando los sentimientos de los otros no dicen nada a nuestro corazón de piedra (Ez 36,26). La indiferencia es la actitud de quienes viven en el “egoísmo, encarcelados o esclavos de su yo” y no se enteran de que también existen los demás. La indiferencia es la manera de matar y hacer que solo nosotros existimos. Pero esta forma de vida no durara por siempre, el placer, la seguridad que ofrece los bienes materiales no trasciende, se agota.

La única forma de romper el ego que nos aísla del amor de Dios es aquella forma de vida que Jesús nos enseñó: “Ámense unos a otros como os he amado” (Jn. 13,34). Pero ese amor del que nos habla y manda Jesús no es de mero subjetivo, sino un amor encarnado (Jn 3,16). Y la única forma de no caer en el amor subjetivo o teórico es comprender la respuesta que Jesús dio un día al joven rico que preguntó ¿Cuál es el mandamiento principal? Y Jesús respondo: "El Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31).

La única forma de no estar alado del rico del evangelio de hoy que padece tormento de fuego es saber amar a Dios y al prójimo, mejor dicho, amando al pobre es como se ama de verdad a Dios. Pero mucho cuidado, no nos vaya a pasar aquello del joven rico a quien dijo Jesús: “Ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven rico, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios” (Mc 10,17-23).

En la parte final no puedo cerrar mi reflexión de este domingo sino es antes haciendo una mención especial a nuestro seráfico Padre San Francisco de Asís, que es el santo que entendió perfectamente el evangelio de Jesús y supo desprenderse todos los bienes materiales repartiéndolo entre los pobres y solo vivir para el Señor. San Pablo puede resumir la vida del pobrecillo de Asís de esta forma: “Yo en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir solo para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Y aquello respecto al despojo de bienes materiales: “A causa del Señor, nada tiene valor para mí. Todo los considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Al final de su vida San Francisco de Asís, recibió como premio la estigmatización, las santas llagas del Señor: “Ahora en adelante, que nadie me venga con molestias: porque yo llevo en mi cuerpo las huellas de Cristo pobre y crucificado” (Gal 6,17).

Recordando al santo padre, Papa Nº 266 de nuestra Iglesia católica y Romana por qué escogió este nombre de Francisco, sino es por todo cuanto significa para la Iglesia este santo, llamado con justa razón EL HERMANO UNIVERSAL: “Desde luego, algunos – Dice el Santo Padre- no sabrán por qué he decidido llamarme Francisco. Les voy a contar una historia... Comenzó diciendo: como durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de Sao Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero. Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, los cardenales rompieron a aplaudir. "Humes me abrazó, me besó y me dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras: “los pobres”. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el hombre de la paz. Y así entró ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento, ¡con el creador no tenemos una relación tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" Como lo quiso san Francisco de Asís, el Hermano pobrecillo de Asís.

En Resumen: Los Dos Destinos del hombre: Seno de Abraham (Cielo), el sepulcro (Infierno). La parábola presenta dos destinos escatológicos claros para el alma después de la muerte corporal por el que todos pasaremos:

1)El seno de Abraham (El Cielo): Lázaro, el mendigo, es llevado por los ángeles al seno de Abraham. Este concepto se refiere a un lugar de consuelo, paz y comunión con Dios y los justos que le han precedido. Teológicamente, el seno de Abraham se interpreta como una prefiguración del cielo. Lázaro, a pesar de su pobreza y sufrimiento en vida, encuentra la salvación y el descanso eterno por su honradez. Su destino no fue determinado por su riqueza o pobreza, sino por su honradez y, de manera implícita, su fe. Pudiendo robar o asaltar no lo hizo.

2)El Hades (El Infierno): El hombre rico, por el contrario, se encuentra en el Hades, un lugar de tormento. El tormento que sufre (pide una gota de agua), ya que ve a Lázaro en el seno de Abraham y se da cuenta de su destino entre llamas. Este destino no se debe a su riqueza en sí misma, sino a su falta de caridad y su indiferencia ante el sufrimiento de Lázaro, quien yacía a su puerta. Ignoró la oportunidad de practicar la misericordia y la justicia, y esa omisión tuvo consecuencias eternas.

La Caridad como Condición para la Salvación: La perspectiva mística nos invita a ver esta parábola más allá de una simple moralidad. La riqueza material es un símbolo de las bendiciones que Dios nos da, pero que deben ser usadas para el bien de los demás. La falta de caridad del hombre rico no es solo un acto de omisión, sino una ceguera espiritual que le impide ver a su prójimo como su hermano. Lázaro, al estar a su puerta, era una oportunidad para ganarse la gracia o el cielo, una llamada a la caridad que fue ignorada. La verdadera riqueza no es lo material, sino la riqueza en el amor y la caridad.

El mensaje de la parábola es claro: nuestra salvación no depende de nuestra situación económica, sino de cómo usamos lo que tenemos para amar y servir a los demás. El llamado de Jesús en esta parábola es a una vida de caridad activa, no solo como un acto de bondad, sino como una respuesta fundamental a la llamada de Dios. Como dice la parábola, si no escuchamos a Moisés y a los profetas (que enseñan la justicia y la caridad), tampoco nos convenceríamos si un muerto resucitara. La ley de Dios, ya revelada, es suficiente para guiarnos hacia la vida eterna. Ley sagrada que se resume en dos: Amor a Dios y en el amor al prójimo (Mt 22,36). O sea, amando a Dios en el prójimo es como nos santificamos y alcanzamos la felicidad eterna (Ap 20,6).

domingo, 14 de septiembre de 2025

DOMINGO XXV - C (21 de setiembre de 2025)

 DOMINGO XXV - C (21 de setiembre de 2025)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 16,1 - 13:

16,1 Decía también a los discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.

16,2 Lo llamó y le dijo: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto".

16,3 El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.

16,4 ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!"

16,5 Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?"

16,6 "Veinte barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez".

16,7 Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos".

16,8 Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.

16,9 Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.

16,10 El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.

16,11 Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?

16,12 Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?

16,13 Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos y hermanas en el Señor Paz t Bien.

El Reino de los Cielos se parece a  “un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. Y entrego su balance diciendo: Me diste cinco talentos, gane otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Al que gano otros cinco dijo: "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor” (Mt 25,14-21). Pero del que dio un talento: “Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes"(Mt 5,30). Hoy nos dice: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Entrégame el balance de tu gestión (administración), porque quedas despedido" (Lc 16,2).

Esta vida que Dios nos dio es para que sepamos administrarla bien. Dependerá nuestra vida futura (Eterna) de cómo hemos administrado la vida presente (Temporal). Si lo hemos administrado bien, somos merecedores de la vida eterna y si no supimos administrarla bien, somos merecedores de la condena eterna.

Cuando Jesús nos dice: “No pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo” (Lc 16,13) no rechaza ni condena el dinero, lo que hace es poner el dinero en su lugar que le corresponde y al hombre en el lugar que le corresponde. Recordemos al respecto, Jesús dacia a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar (Mt 22,21). Meditando el Evangelio vemos, Jesús nos advierte que no nos será fácil vivir con el corazón partido, una parte para el dinero y otra parte para Dios: “Nadie puede servir a dos señores a la vez, a Dios y al dinero” (Lc 16,13). Dice también: “Allí donde está tu tesoro ahí estará también tu corazón” (Mt 6,21). Y la mejor forma de orientar nuestro corazón hacia Dios es compartiendo nuestros bienes con los que no tienen. Entonces nuestro tesoro estará en Dios por el buen uso de los bienes de este mundo (riqueza) que se manifiesta en toda obra de caridad, así amándonos unos a otros por los gestos de caridad amamos a Dios (I Jn 4,20).

El joven rico pregunto: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado…” (Mc 10,17-24). Y resumiendo esta enseñanza de Jesús podemos agregar aquello que dijo: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” (Lc 12,32-34).

La enseñanza de hoy que Jesús nos imparte cierto que tiene un matiz o una parábola un tanto extraña, pero que sí afronta serias realidades de nuestra coyuntura. ¿Se han dado cuenta de cómo este mal administrador, al ser descubierto de mala administración y saber que lo van a despedir de su trabajo, discurre de inmediato para no quedarse en la calle? (Lc 16, 3-7).

La sagacidad con que actúa el administrador infiel es lo que Jesús resalta, no es que alabe al mal administrador. Lo que Jesús alaba es lo vivo que es y lo rápido que piensa y busca soluciones a su difícil situación. Es que para lo que queremos somos bien vivos e inteligentes. Lo malo no está en ser vivo, lo malo está en utilizar nuestra viveza para las cosas malas. A mí mes es extraña cómo ciertas personas que vienen a pedir dinero como ayuda inventa mil cuentos para engatusar a uno y abrirle la billetera. Para cuando uno va, ellos están ya de vuelta en la esquina. Jesús aplica esta astucia para las cosas humanas, a lo que nos suele suceder cuando se trata del Evangelio, del Reino de Dios o de cambiar las cosas. Si tuviésemos la misma astucia, la misma viveza y la misma rapidez de pensamiento para renovar la Iglesia, para renovar nuestra pastoral, para renovar los caminos del anuncio del Evangelio, ciertamente que la cosa sería diferente y por ende una vida distinta.

Cuánta finura en aquellos que tratan de hacerse ricos a costa de tantos pobres, hasta vende la cascara de trigo inventando mil y un cuentos para engañar al pobre (Am 8,4-7). ¡Y ni se diga de aquello que atentan contra la juventud creando en ello una falsa felicidad al encaminarlos en el camino de la droga! ¡Y qué poca agudeza para inculcarla y clarificarla y descubrir la belleza de creer! Somos más agudos para destruir el mundo que para construir otro mejor. Hace unos días veía una película sobre los traficantes de la droga. Qué inteligencia para ganarse a unos y a otros, a los de arriba y a los de abajo ¿Seremos lo mismo para lograr un mundo sin drogas?

 Si discernimos correctamente en los asuntos de Dios nos daremos cuenta que: “La Ley perfecta, que nos hace libres, y se aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley, será feliz al practicarla. Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. La religión verdadera y pura delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con la corrupción del mundo” (Stg 1,25-27).

No vivamos apegados a los bienes materiales: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos. En lo que a ti concierne, hombre Dios, huye de todo esto. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad” (I Tm 6,9-11).

“Ningún servidor puede dedicarse a dos amos porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". Un día daremos cuentas de nuestra gestión a Dios. Según Lc 16,1-13

Para entender la profunda afirmación de que "ningún servidor puede servir a dos señores", es crucial analizarla desde varias perspectivas: bíblica, teológica, filosófica, espiritual y mística. La frase, extraída de Lucas 16:13, no es solo una advertencia sobre la codicia, sino una verdad fundamental sobre la naturaleza de la devoción y la lealtad

La parábola del mayordomo infiel en Lucas 16:1-13 es el contexto principal de esta enseñanza. Jesús presenta a un mayordomo que, al ser despedido, usa su astucia para asegurarse un futuro. La conclusión de Jesús es que, aunque el mayordomo actuó con picardía, los "hijos de este mundo" a menudo son más sagaces en sus asuntos que los "hijos de la luz". La lección culmina con la afirmación central: "No se puede servir a Dios y al Dinero".

Desde la razón, la frase se relaciona con el concepto de fidelidad y dedicación. La lealtad no puede dividirse sin debilitarse. Si una persona intenta servir a dos amos con intereses opuestos, inevitablemente terminará priorizando uno sobre el otro. La naturaleza humana tiende a buscar un solo objetivo supremo. Si el objetivo es Dios, la vida se enfoca en la justicia, el amor y el servicio. Si el objetivo es el dinero, la vida se centra en la acumulación, el poder y la seguridad material. Estos dos objetivos son, por naturaleza, contradictorios.

Desde una perspectiva mística, el alma humana busca la unión con Dios. El camino místico es un viaje de purificación y desapego. Para alcanzar esta unión, el místico debe desprenderse de todos los apegos terrenales, incluyendo el apego a la riqueza. San Francisco de Asís, por ejemplo, enseñó que para alcanzar la cumbre del Monte Alvernia (la unión con Dios= estigma), el alma debe dejar atrás todo, ya sea material o espiritual. La posesión de bienes o el apego a ellos pueden ser obstáculos que impiden el pleno encuentro con Dios. La frase "aborrecerá a uno y amará al otro" se refiere a la elección fundamental del alma: o bien se apega a las cosas del mundo (el dinero) o se eleva hacia la realidad divina (Dios).

En última instancia, el concepto de que no se puede servir a dos señores se basa en la realidad de que el amor (Corazón) no se puede dividir. Nuestra lealtad, nuestra energía y nuestro corazón solo pueden dedicarse por completo a una cosa a la vez. El día del juicio, del que habla la parábola, será la rendición de cuentas definitiva de nuestras decisiones. ¿A quién hemos servido realmente?

Desde lo escatológico (que se refiere a las "últimas cosas" o el fin de los tiempos), la imposibilidad de servir a dos amos es una preparación para el juicio final. La parábola del mayordomo infiel concluye con la necesidad de rendir cuentas. Este "dar cuentas" es una metáfora de la evaluación final que Dios hará de nuestra vida. Si hemos servido al dinero, nuestras acciones se habrán basado en la acumulación, la ganancia y el interés propio. Si hemos servido a Dios, nuestras acciones habrán estado motivadas por el amor, la justicia y el servicio al prójimo. El día del juicio, se revelará a quién hemos servido realmente, y nuestra recompensa o castigo será un reflejo de esa lealtad.

Teológicamente, la devoción a Dios es un acto de fidelidad absoluta. El primer mandamiento del Decálogo es: "No tendrás otros dioses delante de mí" (Éxodo 20:3). Este mandamiento prohíbe la idolatría, y Jesús amplía esta prohibición al incluir el dinero como un posible ídolo. Servir a dos amos es una contradicción en sí misma. Si la lealtad se divide entre Dios y el dinero, se está negando la naturaleza única y soberana de Dios. La teología nos enseña que Dios exige un corazón indiviso. No se puede amar plenamente a Dios si el corazón está apegado a las riquezas materiales. La lección de Lucas 16 es que la verdadera riqueza no está en las posesiones terrenales, sino en la fidelidad a Dios, que es la única que tiene valor eterno.

Espiritualmente, la lección es sobre la orientación del corazón y la energía vital. Nuestra "lealtad, nuestra energía y nuestro corazón" no pueden ser divididos sin ser debilitados. Servir a Dios implica una vida de oración, servicio y amor al prójimo, mientras que servir al dinero a menudo lleva a la avaricia, la deshonestidad y la explotación. Estas dos orientaciones son mutuamente excluyentes. La elección de servir a Dios implica una renuncia constante a los apegos materiales que puedan desviar nuestra atención. La parábola nos insta a ser "astutos" en nuestra devoción a Dios, de la misma manera que el mayordomo infiel fue astuto para asegurar su futuro. En el ámbito espiritual, esta astucia significa usar nuestros recursos (tiempo, talento y tesoro) para construir el Reino de Dios, de modo que podamos presentarnos ante Él con una vida que demuestre a quién hemos servido realmente.

En Lucas 16,1-13 el administrador es despedido por su amo, pero antes de irse, reduce las deudas de los deudores de su señor para asegurarse un futuro. No es alabado por ser corrupto, sino por haber actuado con sagacidad en una situación de crisis.

El versículo central: "Ningún servidor puede dedicarse a dos amos porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero" (Lucas 16,13), es una conclusión directa que Jesús saca de la parábola. El dinero, en este contexto, no es solo la moneda, sino la riqueza material y todo lo que representa: seguridad, poder, estatus terrenal.

La parábola y el versículo final subrayan la incompatibilidad radical de servir a dos señores con demandas opuestas. Dios pide una entrega total, un amor incondicional y una confianza absoluta. El dinero, por su parte, también exige una dedicación completa. El que lo ama, confía en él para su seguridad y felicidad, desplazando a Dios del centro de su vida.

Jesús no condena el dinero en sí mismo, sino la idolatría del dinero, es decir, el acto de poner la riqueza por encima de Dios. La lección es que la forma en que administramos nuestros bienes materiales es un reflejo directo de a quién servimos. El administrador de la parábola usa su dinero para asegurar su futuro terrenal; Jesús nos invita a usar nuestras riquezas para asegurar nuestro futuro eterno, construyendo amistades con los pobres y desfavorecidos. La rendición de cuentas que se menciona es un tema recurrente en la teología de Lucas, y nos recuerda que un día seremos juzgados por cómo hemos usado los recursos que se nos han confiado.

La frase "No se puede servir a Dios y al Dinero" es un recordatorio espiritual de que nuestra fidelidad no puede estar dividida. La batalla por nuestro corazón se libra en el uso que hacemos de nuestros recursos, nuestro tiempo y nuestra energía. El dinero puede ser un obstáculo para la vida espiritual si se convierte en una obsesión, pero también puede ser una herramienta para el bien si se usa para la caridad, la justicia y el servicio a los demás. La verdadera sabiduría espiritual, entonces, consiste en invertir los bienes terrenales en el Reino de Dios, lo cual no tiene un retorno material, sino un retorno eterno.

lunes, 8 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIV – C (Domingo 14 de setiembre del 2025)

 DOMINGO XXIV – C (Domingo 14 de setiembre del 2025)

Proclamación del santo Evangelio Según San Lucas 15,1-32

15,11 Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.

15,12 El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.

15,13 Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

15,14 Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

15,15 Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.

15,16 Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

15,17 Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!

15,18 Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;

15,19 ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".

15,20 Entonces partió y volvió a la casa de su padre.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

15,21 El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".

15,22 Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.

15,23 Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,

15,24 porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

15:25 El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

15,26 Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

15,27 Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".

15,28 Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,

15,29 pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

15,30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"

15,31 Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

15,32 Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" .PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el A.T. Dios se define como: “Yo soy” (Ex 3,14); en el N.T. “Dios es Espíritu” (Jn 4,24). Y Juan en resumen nos dice: “Dios es amor” (I Jn 4,8). Si Dios es Espíritu de amor, es obvio que ante el desatino del hombre (Gn 3,4-7), Dios se proponga un nuevo proyecto: "Juro por mi vida —Dice el Señor— que yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Y para concretar su proyecto, Dios se propone: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). “Te desposaré conmigo para siempre, en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia y en fidelidad, y tú conocerás al Señor tu Dios” (Os 2,21-22). “Como una  madre consuela y acaricia a su hijo sobre su rodilla, así yo te consolare en Jerusalén” (Is 66,13). Este proyecto de Dios amor es como hoy se describe en la parábola del hijo prodigo.

"Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido" (Lc 15,6). "Alégrense conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido" (Lc 15,9).  “Celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15,23).  Los tres episodios tienen un común denominador. Alegría y gozo (Lc 1,28): ¿Gozo de quién y  por qué? Gozo de Dios por el regreso del hijo pecador. Esta escena Jesús lo describe así:  “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera si no que tenga vida, porque Dios no envió a su Hijo al mundo para que el mundo se condene, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). 

En la misma línea Jesús responde a la pregunta: ¿Cuál es el mandamiento principal? respondió: “El primero es ama a tu Dios con todo tu corazón, fuerza y mente, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, estos dos mandamientos sostienen la ley y los profetas” (Mc 12,28). Es decir, Jesús resume todos los mandamientos en dos: amor a Dios y al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo.

¿Si Dios nos ama tanto, habrá motivo para apartarnos de su amor? Dios Conoce nuestros corazones (Lc 16,15). Dios sabe que en amarnos unos a otros podemos fallar y por ende a Dios. Por eso acude en las parábolas a los ejemplos de: La Oveja descarriada (Lc 15,4); La monda perdida (Lc 15,8) y el Hijo que se va de casa (Lc15, 13). Dios que nos ama tanto, no se queda feliz cuando uno de nosotros nos perdemos o nos alejamos de su amor por el pecado. Dios no renuncia al amor que nos tiene. Esta siempre pendiente de nosotros, y sabe que un día volveremos hacia él (Lc 15,20). Él sabe que nada podemos en su ausencia: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). Y ¿qué padre o madre estará feliz al saber que uno de sus hijos se marchó de casa? Y ¿Qué padre no se alegrará porque el hijo que un día se marchó, vuelve a casa? Así “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).

“Estando el hijo todavía lejos, el padre le vio y, conmovido, corrió a su encuentro, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Jn 15,20).  Cuando Jesús cuenta esta parábola del hijo prodigo, revela este misterio: nosotros los hombres arruinamos y destruimos nuestra dignidad; pero esa dignidad esta para siempre custodiada del mismo modo en el seno del Padre, más aún, en su corazón, en donde, pase lo que pase, siempre somos sus hijos. El hijo presenta su discurso de perdón... pero el Padre está tan contento, que ni siquiera se detiene a hablar sobre el tema:

El padre dijo a sus siervos: "Traigan aprisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta” (Lc 15,22-23). Si el pecado nos deja desnudos, al descubierto e indefensos, es precisamente nuestro Padre el que nos cubre nuevamente con su amor y su gracia en el sacramento de la confesión (Jn 20,23) y nos devuelve la dignidad de ser su imagen y semejanza (Gn 1,26).

 “Todo es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados. Ellos hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus actos, lo niegan: son personas reprochables, rebeldes, incapaces de cualquier obra buena” (Ti 1,15). Esta cita de San Pablo nos sirve para contraponer lo opuesto de la fiesta: a) “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-2). b) “El hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano. Pero Él se enojó y no quería entrar” (Lc 15,25-28).

Ya aquí se percibe una predisposición negativa frente a la situación: no sabe de qué se trata, pero toma distancia de la situación, y se informa a través de terceros. No pregunta ¿por qué es la fiesta?, ni menos aún entra en ella. Pero pregunta qué significa eso. Cuando se le informa, “Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos...” (Lc 15,29).

A lo largo de todo este diálogo, el hijo mayor nunca llama Padre a su Padre; y los verbos que utiliza dan la pauta de cómo ha establecido él esta relación: “ordenar”, “obedecer”, “servir”... son verbos más de un cuartel que de una familia. Este hijo ha establecido con su Padre una relación de servicio, y de servicio interesado “nunca me diste un cabrito...”, no de amor. Este hijo se ha quedado en la casa, pero no ha descubierto la grandeza inefable del Padre que tiene delante de él, y que es su Padre. No conoce su corazón, y por eso tampoco comprende su proceder. Pero lo que viene es aún más terrible:

“Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber devorado tu hacienda con prostitutas, haces matar para él el ternero engordado" (Lc 15,30). No llama hermano a su hermano, ni menos aún por su nombre: toma distancia de ambos: “ese hijo tuyo”; además, no ahorra palabras a la hora de recalcar el pecado de su hermano, para presentarlo como un criminal. Uno de los nombres del diablo es precisamente este: el acusador (Jn 8,44).

“Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15,31-32).

En suma, entre el dios de los que dicen ser buenos y justos (fariseos, hijo mayor) y Dios que Jesús nos presenta, Dios lleno de amor y que siempre esta atento a sus hijos, es este Dios que lo tenemos de Padre y Padre nuestro. De ahí que, en verdad me encanta el Dios de Jesús. El Dios que no abandona a los malos sino que sale a buscarlos. El Dios que deja en casa a los buenos y sale a buscar a los que se han extraviado y corren peligro en el monte. El Dios que no se escandaliza del hijo que se va de casa y malgasta toda su herencia. El Dios que no hace falta ganarle con nuestras bondades, sino que Él nos sigue amando, incluso cuando estamos perdidos en el monte y hay que fatigarse para encontrarnos. El Dios que ni siquiera exige que primero cambiemos para luego regresar a casa.

El Dios que nos ofrece hoy la liturgia y que se describe en las parábolas es el Dios de la gratuidad y puro amor. Es el Dios que sale a buscar lo perdido y lo carga sobre sus hombros. Es el Dios que además se alegra y hace fiesta. ¡Pero, qué poco festivo suele ser el Dios de nuestra fe! En cambio, el Dios de Jesús es un Dios que no disfruta solo sino que quiere compartir sus alegrías con los demás. Siempre ponemos nuestra atención en la oveja perdida, cuando en realidad el personaje importante es el pastor que, cansado y todo, renuncia al descanso hasta que la encuentra y no la trae a casa a patadas y de mal humor, sino feliz de haberla encontrado.

¿Alguna vez te has sentido oveja perdida? ¿Alguna vez te has sentido feliz de que Dios te haya salido a tu encuentro y te haya cargado sobre sus hombros y haya celebrado tu regreso? Dios dice por el Profeta: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él.  Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel… Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).

Es un tema profundo que une la teología, la mística y la experiencia humana, mostrando que el amor de Dios no está condicionado por nuestras faltas. A través de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), podemos entender cómo el amor divino supera toda miseria.

El Amor de Dios es Incondicional y Mísericordioso: La parábola nos presenta a un padre que es una imagen de Dios. El hijo menor pide su herencia, una acción que en esa cultura era equivalente a desear la muerte del padre. A pesar de esta afrenta, el padre accede y lo deja ir. Esto demuestra que el amor de Dios es incondicional. Él nos da libre albedrío, incluso si sabe que podemos usarlo para alejarnos.

La miseria humana se refleja en la historia del hijo pródigo. Malgasta su fortuna en vicios y termina en la más profunda degradación, deseando comer la comida de los cerdos. Este estado de indigencia y desesperación simboliza la condición del ser humano alejado de Dios. La miseria, ya sea por el pecado, el sufrimiento o la desesperanza, no es un obstáculo para el amor de Dios.

La Respuesta al Arrepentimiento: A pesar de su situación, el hijo recapacita y decide regresar a casa, preparado para pedir perdón y convertirse en uno de los sirvientes. Es su arrepentimiento lo que desencadena una respuesta asombrosa del padre. El padre lo ve desde lejos y corre a su encuentro. Esta reacción nos enseña que Dios no nos espera pasivamente. Él nos busca activamente cuando volvemos a Él.

Bíblicamente: El padre lo abraza y lo besa antes de que el hijo pueda terminar su confesión. Esto muestra que la misericordia de Dios nos precede. Su perdón es pleno y total. Él no solo restaura el vínculo, sino que también lo celebra.

Teológicamente: Este acto simboliza la gracia divina. El hijo no hizo nada para merecer el perdón, solo se arrepintió. La celebración con un banquete, la túnica, el anillo y las sandalias, representa la restitución completa de su dignidad como hijo. El perdón de Dios nos devuelve nuestra identidad perdida.

Espiritualmente: La historia es un recordatorio de que siempre hay un camino de regreso. No importa cuán lejos hayamos caído, el amor de Dios es una luz que nos guía de vuelta. Es un amor que no se cansa ni se rinde.

Místicamente: El reencuentro es un momento de unión profunda. La fiesta no es solo una celebración externa, sino un reflejo del gozo interior que se experimenta al volver a la comunión con Dios. Es la experiencia de ser amado incondicionalmente, un sentimiento que trasciende el entendimiento racional y se vive en el corazón.

El Amor de Dios Supera la Condición Humana: La parábola es un mensaje claro de que el amor de Dios es más grande que cualquier error o miseria humana. La misericordia divina es la respuesta al pecado y al sufrimiento. Dios no nos abandona en nuestra miseria, sino que nos busca y nos celebra.

Al final, la parábola contrasta el amor incondicional del padre con la actitud del hermano mayor, que representa la rigidez de quienes creen que el amor y la salvación se ganan con méritos. La respuesta del padre al hermano mayor es: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era preciso hacer fiesta y regocijarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". Este versículo encapsula la esencia del mensaje: el amor de Dios se enfoca en restaurar a los perdidos, y ese acto de redención es la máxima expresión de su alegría.

lunes, 1 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIII - C (07 de setiembre de 2025)

 DOMINGO XXIII - C (07 de setiembre de 2025)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 14,25 - 33:

14,25 Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:

14,26 "Cualquiera que venga a mí y no ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.

14,27 El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

14,28 ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?

14,29 No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:

14,30 "Este comenzó a edificar y no pudo terminar".

14,31 ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?

14,32 Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

14,33 De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23. “El que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado” (Lc 14,11). Respondería Jesús: Se salvaran todos los que dejan ensalzar por Dios. Y Para que Dios nos ensalce hace falta que seamos humildes y sencillos de corazón (Mt 11, 28). Ahora para que Dios nos salve o nos ensalce hace falta que lo amemos como él nos amó (Jn 13,34). El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.  El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará” (Mt 10,37-39).

San pablo dice: “Para mí, Cristo Jesús lo es todo” (Col,3,11) o lo mismo: “A causa del Señor nada tiene valor para mí, todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8), “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). En efecto, para quien piensa de esta manera las palabras del evangelio de hoy tienen mucho sentido. Aunque la  primera impresión que pudiera Jesús suscitar en nosotros es que quiere poner muy alto el precio a su seguimiento. Pero nada concordante es nuestro parecer con el querer y mensaje de hoy. Lo que Jesús busca es decirnos que: "Nadie puede estar al servicio de dos amos, pues amarà a uno y al otro despreciara, no pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo" (Mt 6,24).

No es poner muy alto precio del cielo y menos el tratar de apagar las ilusiones y las esperanzas de nadie y menos se piense que Jesús trata de desanimar a alguien que desea seguirle. Es sencillamente un llamado a la realidad. Y es que, seguir a Jesús y por ende optar por el cielo, no es cosa de juego, no es una broma, ni tampoco un irnos de un buen paseo un fin de semana. Jesús no quiere un corazón dividido de sus discípulos. Seguir a Jesús es una decisión para toda la vida y con todas las consecuencias. Aquí no hay lugar y no debiera haber motivo alguno para dar vuelta atrás, y es que sencillamente Dios no está jugando con nadie, la cuestión del Reino de Dios no es una cosa pasajera y entre bromas.

Dios se jugó todo por la humanidad y por tanto también exige de quien desea seguirle que se la juegue todo por él. Y dígase lo mismo de un matrimonio. ¿A quién le gustaría que se jueguen de él? ¿A quién le gustaría que lo vean hoy como un vaso descartable que se usa y se bota? Dice Jesús: "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Es decir, el amor conyugal es para siempre. De la misma forma, Dios quiere que quien opte por seguirle opte para siempre y con un corazón indiviso y por eso recalca: " Ahí donde esta tu tesoro ahí estará también tu corazón" (Mt 6,21).

Me es imposible seguir hablando y no ceñirme a las mismas palabras de Jesús y lo primero que me viene a la mente es este famoso episodio del joven rico y del doctor de la ley que preguntan al Señor: “Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). Fíjese lo que dice Jesús “dáselo a los pobre todo” y no le dijo y así ya estás en el cielo, sino que, dice luego “vente conmigo”. Y es que nadie puede llegar al cielo por su propia cuenta, con Razón ya dijo en otro episodio: “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6).

“Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos” (Mc 12,28-31).

Así, pues, cuando hoy Jesús nos dice: "Si alguno viene donde mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Jesús nos invita que si queremos seguirle, primero que reflexionemos seriamente, y somos libres de seguirlo, pero si decidimos ir tras su llamada; porque no acepta seguidores que digan si y luego se cansen y se queden a medio camino, como quien comienza a edificar una torre pero no tiene con qué terminarla. La gente se va a reír de él, "comenzó y no pudo terminar". (Lc 14,30). Esto hay que aplicarlo a todo. Por ejemplo en el matrimonio ha de ser lo mismo: "Antes de casarte, piensa si estás dispuesto a llegar hasta el final del camino con este hombre o con esta mujer, y no quejarte y pedir el divorcio." O te casas para siempre o no te cases mejor. Igual habría que decir que si te sientas llamado al sacerdocio o vida consagrada, piénsalo bien, no sea que luego vengas con el cuento de que no era para ti esta forma de vida. Desde luego hay muchos episodios que nos recuerda esta opción a medias que Jesús nunca aceptará: 

“Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a otro: «Sígueme». El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9,57-62).

Jesús ya nos había dicho: “La verdad los hará libres” (Jn 8,32). Jesús no tiene reparo alguno al proponer como meta de su seguimiento una meta muy alta. Ser capaz de aventurarse a una fidelidad que puede llevar hasta la mismísima cruz: “El que quiera venir detrás de mí, que se renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino» (Mt 16,24-28).

"Cualquiera que venga a mí y no ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo… (Lc 14,26). Porque para ser cristiano de verdad hay que tener ganas de serlo, hay que ser capaz de hacer lo que implica el seguimiento, hay que escogerlo personalmente". Así como Dios se jugó del todo por el amor a la humanidad (Jn 15,13). No se pone mano al arado de un momento y luego se deja (Lc 9,62).

Para ser cristianos hay que querer serlo. Y si no, mejor sería borrarse. Y luego Jesús termina con una sentencia clara y definitiva, que explica las condiciones que uno debe ser capaz y estar dispuesto a aceptar: "El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío". Así como para entrar en la universidad, si uno no tiene ganas de estudiar o no sabe, es mejor que no entre, para ser seguidor de Jesús uno tiene que estar dispuesto a renunciar a todo, a escoger a Jesús y su evangelio por encima de todo. Hay que amar a Jesús por encima de toda cosa; hay que aceptar la cruz de Jesús. Y si no, mejor no meterse. ¿Qué significan esas condiciones que Jesús pone a los que quieran seguirlo, las condiciones de amarlo a él por encima de toda cosa, y llevar su cruz? La primera condición es ésa: amar a Jesús por encima de toda cosa. Incluso posponiendo al padre y a la madre, a la esposa y a los hijos... amar a Jesús más que todo lo que uno pueda amar.

Dios, en su Hijo, establece las condiciones para el seguimiento en Lucas 14,25-33. Este pasaje subraya que el discipulado no es opcional ni negociable, sino una llamada radical que exige una respuesta incondicional al indicar: “Yo soy camino, verdad y vida; nadie va al Padre sino no por mi” (Jn 14,6).

Desde una perspectiva teológica, el pasaje de Lucas 14,25-33 nos revela una verdad fundamental: Dios, en su soberanía, es quien establece las reglas del juego y el hombre las cumple si o si (II Tm 2,5). No somos nosotros quienes definimos los términos de la relación con Él, sino que debemos responder a su invitación (Mt 22,8). Jesús no está buscando seguidores a medias, sino discípulos que lo amen por encima de todo (Col 3,11). El evangelio no es un producto que se adapte a nuestras preferencias (Jn 13,8), sino una invitación a una vida nueva que requiere nuestra total sumisión (Mt 22,12). Esto se relaciona directamente con el concepto de la Gracia Divina (Stg 4,6), la cual es un don inmerecido de Dios. Nuestra única respuesta es la fe y la obediencia, que se manifiestan en la disposición a dejarlo todo por Él (Mt 16,24).

Reflexivamente, este pasaje nos invita a una profunda introspección. En un mundo donde el individualismo y el "yo decido" son la norma. Jesús nos confronta con la idea de que, para ser verdaderamente libres, debemos entregar el control. La renuncia a la familia, a los bienes y a la propia vida (simbolizada en la cruz) no es un acto de pérdida, sino de ganancia (Flp 3,8). Al desprendernos de todo aquello que nos define y nos ata, nos abrimos a una nueva identidad en Cristo. ¿Qué nos impide seguir a Jesús? A menudo, no son las grandes cosas, sino los pequeños apegos que llenan nuestra vida. La familia, el trabajo, las posesiones, incluso nuestro propio orgullo, pueden convertirse en ídolos que nos alejan de Dios. El llamado de Jesús es un desafío a la autenticidad, a examinar qué valoramos realmente en nuestra vida, ¿nuestra propia vida o renunciar por aquel que da sentido a nuestra existencia?.

Espiritualmente, el pasaje nos muestra el camino de la santidad (Lv 20,7-8). Este camino comienza con la renuncia a lo que no es Dios (Ecl 1,2) para que se dé el encuentro con Dios. Al "renunciar" a la familia, a los bienes y al propio yo, estamos participando en un acto de vaciamiento de sí mismo (kenosis), imitando a Cristo (Flp 2,8).

La cruz, en particular, no es solo un símbolo de sufrimiento, sino de unión mística con Cristo (Gal 6,14). Al cargar nuestra cruz, nos unimos a su Pasión, y en este acto de entrega, nos purificamos de todo aquello que nos separa de Él (Jn 16,9). Paradójicamente, es a través de esta muerte simbólica que encontramos la verdadera vida (Flp ,1,21). La alegría y la plenitud de la vida espiritual no se encuentran en la comodidad o en la ausencia de problemas, sino en la certeza de que, incluso en el sufrimiento, estamos caminando con el Amado (Jn 15,13). La renuncia es la puerta de entrada (Jn 10,9), la cruz es el camino, y la unión con Dios es el destino (Jn 17,21). Es un viaje que transforma el dolor en gozo (Jn 16,20) , la pérdida en ganancia y la muerte en vida (Gal 2,19-20).

Desde un punto de vista humano, la renuncia a la familia, a los bienes y al propio yo es un acto contracultural. Estamos programados para buscar la seguridad en las relaciones, en las posesiones y en nuestra propia autonomía. El llamado de Jesús desafía esta lógica, proponiendo que la verdadera seguridad no se encuentra en lo que podemos controlar o poseer, sino en la entrega total a Dios.

Espiritualmente, la renuncia es un acto de humildad y confianza. Es reconocer que no somos autosuficientes y que los ídolos de nuestra vida (familia, dinero, poder) nos impiden una relación profunda con lo divino. La renuncia, por lo tanto, es una purificación del corazón que nos libera de los apegos que nos separan de Dios.

La Cruz como Camino: La cruz, en este contexto, no es solo un símbolo de sufrimiento, sino el camino de la unión. En la vida humana, el dolor es inevitable. A menudo, lo evitamos o lo sufrimos en soledad. Jesús nos invita a cargar la cruz, es decir, a abrazar nuestros sufrimientos y unirlos a los suyos.

Espiritualmente, la cruz es el camino de la santificación. Al caminar por este sendero, el dolor se transforma de una experiencia sin sentido a un medio de crecimiento y unión. La cruz, que humanamente representa la muerte, espiritualmente se convierte en el lugar de la muerte del ego, permitiendo que surja una nueva vida en el espíritu.

La Unión con Dios como Destino: El destino de este viaje es la unión con Dios. La paradoja central del cristianismo, y de este pasaje, es que al perder nuestra vida, la encontramos. La renuncia y la cruz no son metas, sino el proceso que nos lleva a la verdadera vida en Dios. Este destino no es solo para el más allá, sino que comienza aquí y ahora.

Este viaje transforma el dolor en gozo porque le da un propósito. La pérdida se vuelve ganancia al descubrir un tesoro mayor que cualquier posesión. La muerte, entendida como la muerte al ego, se convierte en la puerta a una vida plena en la que Dios es el centro. Esta transformación no es un mero cambio de mentalidad, sino una experiencia real y tangible de paz, alegría y propósito que se experimenta en medio de las pruebas. La renuncia, el camino de la cruz y la unión con Dios no son meros conceptos, sino la hoja de ruta para una vida verdaderamente plena y libre. Por lo tanto, la renuncia, el camino de la cruz y la unión con Dios no son conceptos abstractos, sino una hoja de ruta práctica para vivir una vida santa y libre.

La renuncia es un acto de liberación. En un mundo donde constantemente se nos presiona a acumular más, la renuncia a los bienes materiales es un acto de rebeldía que nos libera de la esclavitud del consumismo. De igual forma, la renuncia a las ataduras familiares, en el sentido de poner a Cristo primero, no es un rechazo al amor, sino una reorientación del amor mismo. Al amar a Dios por encima de todo, aprendemos a amar a los demás de una manera más pura y desinteresada, sin las expectativas o dependencias que a menudo nos limitan. Esta renuncia es un paso crucial hacia la autonomía y la verdadera libertad interior.

La Cruz como el Camino de la Transformación Espiritual: Espiritualmente, la cruz es el camino de la santidad. No es un mero sufrimiento sin sentido, sino la aceptación consciente de los desafíos y las pruebas de la vida como oportunidades para crecer. Al cargar nuestra cruz, nos unimos a la Pasión de Cristo, y en esa unión, nuestros sufrimientos se vuelven redentores. Esta transformación espiritual nos permite ver el dolor no como un obstáculo, sino como un medio para purificar el alma y fortalecer la fe. La cruz, que a nivel humano es un símbolo de muerte y fracaso, se convierte en el camino a la victoria.

La Unión con Dios como el Destino de la Plenitud: El objetivo de este camino es la unión con Dios. Esta unión no es una recompensa al final de la vida, sino una experiencia real que comienza aquí y ahora. Es el destino que hace que la renuncia y la cruz valgan la pena. Cuando unimos nuestra vida a la de Dios, descubrimos que el gozo, la paz y el sentido que buscamos en el mundo ya están en Él. La renuncia transforma la pérdida en ganancia, el camino de la cruz transforma el dolor en gozo, y en última instancia, la unión con Dios transforma la muerte en vida. Esta hoja de ruta, marcada por la renuncia y la cruz, nos lleva a una vida verdaderamente santa y libre, porque es una vida en completa comunión para y con Dios.

 

lunes, 25 de agosto de 2025

DOMINGO XXII - C (31 de agosto del e2025)

 DOMINGO XXII - C (31 de agosto del e2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 14 1.7-14:

14,1 Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

14,7 Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:

14,8 "Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú,

14,9 y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.

14,10 Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados.

14,11 Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

14,12 Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.

14,13 Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

14,14 ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Cuando te inviten, colócate en el último sitio, y cuando llegue el que te invitó, te diga: Amigo, pasa más adelante, y quedarás bien delante de todos” (Lc 14,10).

En la lectura del domingo anterior “Preguntaron: Señor, ¿Serán pocos los que se salvan?" Él respondió: Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no podrán entrar” (Lc 13,23-24). Hoy nos da mayores luces de cuantos o quiénes son los que se salven: “Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado" (Lc 14,11). Equivale decir que:

a) Se salvarán todos los que se dejan ensalzar por Dios y eso requiere humildad. El ensalzamiento de Dios suscita la estadía con Dios. Pero requiere que el hombre sepa situarse ante Dios tal cual es: “Dios creó, al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre si sabe reconocerse como criatura de Dios, entonces Dios se encarga de ensalzarlo al darle el soplo de su Espíritu (Gn 2,7).

b) “El que se ensalce (Soberbia) será humillado” (Lc 14,11). El que no se deja ensalzar por Dios; sino que, busca ensalzarse a sí mismo. Dios al crear al hombre le dijo: “No comerás del árbol prohibido, el día que comas de ella ten certeza que morirás” (Gn 2,16).  Mas luego, se nos describe que: “Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,4-5). El pecado del demonio es precisamente el ensalzarse así mismo, prescindiendo del querer de Dios. Como se cree igual a Dios, instiga al hombre a que desobedezca a Dios y se ensalce así mismo. Por tal razón Dios humillo al Ángel rebelde expulsándolo del paraíso a su propio reino que es el infierno.

Hoy nos ha puesto un ejemplo para los que de veras nos interesa nuestra salvación: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos! (Salvación)" (Lc 14,13-14). “El Rey dirá a los de su derecha: "Les aseguro que cada vez que compartieron un con el más pobres de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles… porque: Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" (Mt 25,40-46). “Den, y se les dará (Lc 6,38). “Dios quiere que todos los hombres se salven, llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).

En la enseñanza de este domingo, Jesús agrega dos consejos respecto al deseo de salvación de la humanidad: 1) “Cuando te inviten a una fiesta, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: Amigo, acércate más, y así quedarás bien delante de todos los invitados” (Lc 14,10). 2) “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.  Y Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos” (Lc 14,13-14).

Las dos enseñanzas de hoy de Jesús bien pueden acuñar una respuesta a otra escena de fiesta en el que alguien entro sin traje de fiesta:   "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta? El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos" (Mt 22,12-14). ¿Qué es ese traje de fiesta que se requiere para estar en fiesta (Cielo)? El traje de fiesta es la santidad. Solo los que son santos serán parte del banquete de bodas del Cordero, es decir gozaran de la vida eterna. Hoy nos da dos pautas más de cómo podemos ganarnos el traje de fiesta: Siendo humildes, buscando siempre los últimos puestos en los banquetes si somos invitados (Lc 14,10), e invitar a los pobres si organizamos una fiesta o banquete (Lc 14,13).

Jesús se interesa mucho por hacernos entender del por qué tenemos que saber amarnos, así por ejemplo explica a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17)). Y el modo como nos amó, es el amor de Dios por cada uno de nosotros al decir: “No hay amor más  grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10,9-11).

Jesús no quiere cristianos que hagamos el ridículo ante la gente. No quiere cristianos arrepentidos que tratan de buscar caminos más fáciles. Jesús quiere cristianos de cuerpo entero que son capaces de jugarse enteros y todo por él, porque él se jugó todo por ti e incluso dios su vida por ti y al respecto San Pablo dice: “El (Cristo Jesús), siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre”(Flp 2,6-11). “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparada con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como basura, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8). “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11).

“Mi dicha y mi felicidad es estar cerca a Dios” (Slm 73,28).

Humildad es la estrategia para estar cerca del Señor: La humildad es una virtud fundamental en el cristianismo, considerada una cualidad que agrada a Dios. La frase que citas de Lucas 14:1, 7-14, es un ejemplo claro de esta enseñanza. Jesús utiliza una parábola para ilustrar la importancia de no buscar la prominencia, sino de humillarse para ser exaltado por Dios.

En Lucas 14,7-14 Jesús está en casa de un fariseo, observando cómo los invitados escogen los primeros puestos en la mesa. Esta acción no era simplemente una cuestión de etiqueta, sino que reflejaba un profundo deseo de honor y estatus social. En la cultura judía de esa época, la posición en la mesa era un indicador directo de la importancia de la persona.

Jesús interviene con una lección sobre la humildad: Aconseja a los invitados a no sentarse en el primer puesto, para evitar la vergüenza de ser relegados a un lugar inferior si llega alguien más importante (Lc 14,8); Enseña que es mejor ocupar un último lugar en señal de modestia y ser invitado a subir, ya que esto le confiere honor delante de todos invitados (Lc 14,10); Concluye con el principio de enseñanza: "Porque todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado (Lc 14,11). Este pasaje es una crítica directa a la autosuficiencia y la búsqueda de gloria personal. La humildad, en este contexto, no es una baja autoestima, sino el reconocimiento de que nuestra valía no proviene de nuestro estatus o de la opinión de los demás, sino de nuestra relación con Dios.

Interpretación Mística: La interpretación mística trasciende el significado literal y se centra en la experiencia espiritual y la unión con lo divino. Desde una perspectiva mística, la humildad no es solo un comportamiento, sino un estado del alma:

Vaciamiento del yo: La humildad mística implica un "vaciamiento del yo" (kenosis), un despojo del ego, la vanidad y el orgullo. Este proceso crea un espacio interior que puede ser llenado por la presencia de Dios.

Dios en el silencio: Los místicos a menudo hablan de encontrar a Dios no en el ruido de la autoafirmación, sino en el silencio y la sencillez. La humildad es la llave que abre la puerta a este espacio interior. Como dice San Juan de la Cruz, "para venir a poseer el todo, no quieras poseer algo en nada". La humildad nos lleva a desear "nada" para que Dios sea nuestro "todo".

Exaltación espiritual: La "exaltación" mencionada en la parábola no es un premio social, sino una elevación espiritual. Es la gracia de Dios actuando en el alma humilde, transformándola y acercándola a la divinidad. La humildad es el cimiento sobre el cual se construye la verdadera vida espiritual.

En resumen, tanto desde una perspectiva exegética como mística, la humildad no es un signo de debilidad, sino una fuente de fuerza y de gracia. Es el camino para que el Señor obre en nuestras vidas, elevándonos de una manera que la gloria humana nunca podría. La humildad es una expresión de la confianza en Dios, ya que confiamos en que Él nos dará el honor que nos corresponde, en lugar de tratar de conseguirlo por nuestra cuenta.

“Todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado" (Lucas 14:11) es una de las frases más conocidas de Jesús, y su demostración exegética se basa en el análisis del contexto literario, histórico y teológico del pasaje. El término exégesis se refiere a la interpretación crítica y completa de un texto, basándose en su contexto original. Para entender este versículo, debemos ver el pasaje completo (Lucas 14:7-14) y su lugar en el Evangelio.

Contexto Literario y Estructural: El Evangelio de Lucas presenta a Jesús como un maestro de la sabiduría que utiliza parábolas y dichos para subvertir las expectativas sociales y religiosas. La parábola del banquete, que precede al versículo 11, es un ejemplo perfecto. Jesús observa cómo los invitados buscan los puestos de honor. Esto revela una preocupación por el estatus y la posición social, una dinámica común en la sociedad de la época. Jesús, al contar la parábola, invierte esta lógica. Sugiere que es mejor sentarse en el último lugar, no por un falso sentido de modestia, sino para ser exaltado por el anfitrión. El anfitrión, que representa a Dios, es quien tiene el poder de elevar a la persona. La frase de Lucas 14:11 actúa como la conclusión y el principio moral de la parábola.

El verbo griego para "ensalzar” que significa "elevar," "exaltar," u "honrar." Este mismo verbo se usa en otros pasajes para hablar de la exaltación de Jesús por parte del Padre (por ejemplo, en Hechos 2:33 y 5:31). Por otro lado, el verbo "humillar", que significa "rebajar," "humillar,". En la teología de Lucas, la verdadera grandeza no se mide por la posición social, sino por la humildad. El que busca la grandeza por sus propios medios (el orgullo) será rebajado por Dios, mientras que el que se humilla (por obediencia y servicio reconociendo la soberanía de Dios) será exaltado por Él. La exaltación es un don divino, no un logro humano.

Conclusión Exegética: La exégesis de Lucas 14:11 revela que Jesús no está simplemente dando un consejo de etiqueta social. Está estableciendo un principio fundamental del Reino de Dios: la inversión de los valores humanos. En el Reino de Dios, el camino hacia la grandeza no es el orgullo y la auto-exaltación (quien se ensalce), sino la humildad y la auto-negación (quien se humille). Este principio resuena en toda la enseñanza de Jesús, desde la bienaventuranza de los pobres de espíritu (Mateo 5,3) hasta el lavatorio de los pies (Juan 13). La frase es un resumen de la ética de Jesús y del carácter del Dios que él revela. La humildad es el camino para ser reconocido y honrado por Dios, mientras que el orgullo es una barrera en el camino que conduce a la humillación.