DOMINGO XV - A (16 de Julio del
2014)
Proclamación del Santo Evangelio
según San Mateo 13,1-23:
En aquel tiempo, Jesús salió de la casa y se
sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que
debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en
la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.
Les decía: "El sembrador
salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino
y los pájaros las comieron. Otras
cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en
seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se
quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y
estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto:
unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!
Los discípulos se acercaron y le
dijeron: ¿Por qué les hablas por medio de parábolas? Él les respondió: A
ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero
a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en
abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les
hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni
entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más
que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de
este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para
que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se
conviertan, y yo no los cure. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque
ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos
desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no
lo oyeron.
Escuchen, entonces, lo que significa
la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la
comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su
corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la
recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta
en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en
cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra,
inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que
escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las
riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y la semilla que cae en tierra fértil
es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea
cien, ya sesenta, ya treinta por uno". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el
Señor Paz Y Bien.
Con este episodio de Mt 13,1-23 Jesús, comienza una nueva sección. Se trata del tercer gran discurso formativo para con sus discípulos. Los dos primeros: el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el
Manual de la Misión (Mt 10), constituyen dos elementos en el camino de
maduración de la fe los discípulos que bien se puede resumir así: “Ustedes
serán felices si, practican lo que les enseño” (Jn 13,17); o “El que cumple lo
que enseñe, será grande en el Reino de
los Cielos” (Mt 5,19). Así pues, haciendo eco de las enseñanzas de Jesús sobre
el reino de los cielos es como encontramos la respuesta a las preguntas: “¿quién podrá
salvarse?" (Mt 19,25). ¿Qué obras
buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?" (Mt 19,16). “Serán poco
los que se salven?” (Lc 13,23).
Esta sección de enseñanza, que también tiene que ver con el reino de Dios, se puede iniciar con un enunciado: “Si
no entienden y creen cuando les hablo de
las cosas de la tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las
cosas del cielo?” (Jn 3,12). Las parábolas que Jesús emplea como estrategia de
su catequesis es para ahondar o hacer entender la importancia del reino de
Dios.
La enseñanza de Jesús se
despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve
introducción (Mt 13,1-2), comienzan las parábolas: 1) El sembrador (Mt 13,1-9). 2) El trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). 3) El grano
de mostaza (Mt 13,31-32). 4) La levadura (Mt 13,33). 5) El tesoro escondido en
el campo (Mt 13,44). 6) La perla del mercader (Mt 13,45-46). 7) La pesca en la
red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente
breve (Mt 13,51-52).
Las cuatro primeras parábolas, se
basan en trabajos del campo, educan en el discernimiento propiamente dicho; las
otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible
tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola
confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el
pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que
le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la
vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar
para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.
Hoy, Jesús empieza sus enseñanzas
con la parábola del sembrador: Sale de la casa en la que estaba y se va a la
orilla del mar (Mt 13,1). Y como mucha gente se le juntó, se subió a una barca,
la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza con su enseñanza
(Mt 13,3b-9), la primera en resaltarse, son los diversos tipos de terreno en
los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un
terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple
semilla.
Diversos tipos de terreno: Unas
semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron (Mt
13,4). Al caer en el camino donde no hay cuidado, cae de superficialmente; así
somos muchas personas que escuchamos la palabra, pero no llega al corazón, no
se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca. Por eso dice Jesús: “No todos
los que me dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino los
que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en
aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a
los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?. Entonces yo les manifestaré: Jamás los
conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal. Así, todo el que
escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede
compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las
lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la
casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al
contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un
hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se
precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se
derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,21-27).
Otras cayeron en pedregal, donde
no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra;
pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron (Mt
13,5). La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con
el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta
inmediatamente con alegría, pero no admite, la raíz es superficial, es
incoherente en su actuar y por tanto no germina. Otras cayeron entre abrojos es
decir entre espinos; crecieron los abrojos y las ahogaron (Mt 13,7). Aunque el
suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con
el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan
la palabra y no da frutos. ¿Quién sembró es mala hierba? Jesús en otro episodio
explica: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla
en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en
medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas,
también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y
le dijeron: Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que
ahora hay cizaña en él? Él les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo. Los
peones replicaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, les dijo el dueño,
porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo.
Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores:
Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos echen al fuego, y luego recojan
el trigo en mi granero" (Mt 13,24-30).
Otras cayeron en tierra buena y
dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta (Mt 13,8). La semilla
sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene maleza, es la
persona que abre su corazón, escucha la palabra
y da diferentes frutos. Al respecto, en otro pasaje Jesús decía: “Yo soy
la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no
dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están
limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo
permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece
en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los
sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque
separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el
sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que
quieran y lo obtendrán (Jn 15,1-7).
El sembrador que es un
profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas
semillas en terreno impropio para el cultivo.
Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la
calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba
Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían
dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Entonces la
imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es
un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a
pecadores” (Mt 9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene
límites para ofrecer sus bendiciones (Mt 6,45), pero esto implica de parte de
cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la
Palabra pueda crecer. La Palabra de Dios se
nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla
cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor
parte. Es un relato que nos lleva a la
esperanza.
Como vemos, la estrategia
pedagógica que Jesús usó como buen maestro para enseñar era las parábolas que
como dice las escrituras: “Todo esto lo enseña Jesús a la muchedumbre por medio
de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo
anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban
ocultas, desde la creación del mundo” (Mt 13,34-35). Hoy, Jesús usó la parábola
del sembrador para explicarnos la importancia que tiene el escuchar la Palabra
de Dios y vivirla como experiencia de vida (Mt 7,21-26). Porque es por ella
como somos parte del reino de los cielos.
Jesús, el maestro supremo, no nos
quiere dar una lección de agricultura, sino una lección de cómo están nuestros
corazones para aceptar las semillas del Reino. El Reino de Dios se nos da en
semillas. Dios todo lo da en semillas. Por tanto, hay que trabajarla. Pero la
suerte del Reino y de la Palabra de Dios depende de cada uno de nosotros.
Donde, Él es el sembrador, su Palabra es la semilla, nosotros somos la tierra
donde se derrama la semilla. Como tal tenemos reacciones distintas frente a su
Palabra. Unos somos tierra muy dura como los del camino, otros, tierras
pedregosas, otro, tierras llenas de espinos o maleza, pero otros somos buena
tierra que dará buen fruto, unos cien, otros setenta, otros treinta por uno.
Dios no deja de hablarnos en su
Hijo. Dios es Palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). Una palabra capaz
de cambiarnos y dar frutos del Evangelio (Jn 15,5). El problema es cómo la
anunciamos y también cómo la recibe la gente. ¿Se imaginan que cada domingo la
Palabra de Dios diese el fruto del ciento por uno? ¿Y aunque no sea el sesenta?
El éxito de la voluntad de Dios depende de tu voluntad y de tu cooperación. El
querer de Dios depende de tu querer. Dios no es de los que utiliza su poder
para imponernos las cosas. El amor no se impone, el amor se ofrece (Mt 11,28).
Ese el gran misterio de Dios en el hombre. Dios quiere que todos nos salvemos
(I Tm 2,4); sin embargo, muchos no tienen mayor interés en su salvación o
incluso ni creen en eso de la salvación. ¿Cuáles son las condiciones para que
la Palabra de Dios no se pierda inútilmente y pueda dar fruto abundante en
nuestros corazones y en el mundo? Jesús nos propone varias. En primer lugar nos
propone ser tierra fértil para dar frutos al cien, setenta o treinta; pero
ello, requiere ser prevenidos, es decir no tener un corazón endurecido e
impenetrable (Slm 94), sino un corazón sincero, noble, abierto siempre a las
posibilidades de Dios en él. En segundo lugar, un corazón libre de ataduras que
le impiden decir sí a Dios, que sea tierra sin piedras y maleza.
¿Qué tipo de tierra somos?
¿Tierra dura como del camino? ¿Tierra pedregosa? ¿Tierra con maleza? ¿Tierra
fértil? Ojala que seamos tierra fértil, entonces la semilla derramada, que es
la palabra de Dios dará el fruto del ciento por uno (Mt 13,8). luego la Palabra
de Dios, Cristo Jesús no habrá venido en vano sino como el profeta dice: “Así
como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber
empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la
semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale
de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero
y cumple la misión que yo le encomendé” (Is 55,10-11). Dios nos anuncia por
medio del Profeta Isaías que su Palabra no quedará sin resultado, sino que ella
cumplirá su misión, la cual es el cumplimiento de la voluntad divina. Y esto lo dice con el mismo paisaje campestre
del Evangelio y del Salmo, es decir, la
siembra, la lluvia, la semilla, la germinación. El Salmo 64 que hemos rezado nos habla de la tierra y del
agua que la riega, de pastos y de flores, de rebaños y trigales. Y nos habla de la preparación de la
tierra. Y ¿quién prepara la tierra? ¿Quién prepara nuestra alma para recibir la
semilla y poder dar fruto? La prepara el
mismo Señor, el Sembrador.
En resumen: Dijo Jesús a sus discipulados: "Si no entienden y creen cuando les hablo de las cosas de la
tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las cosas del cielo?”
(Jn 3,12). El reino de Dios amerita mucha atención y discernimiento y por eso Jesús acude a las parábolas. Dios sabe que el hombre a menudo tiene corazón duro como tierra del camino: “Escúchenme, hombres de corazón duro, Uds. que están lejos de la
justicia, pero yo hago que se acerque a mi justicia y mi salvación no tardará”
(Is 46,12). Para ablandar el corazón del hombre Dios se propone: “Arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón
de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y
que observen y practiquen mis mandamientos. Ustedes habitarán en la tierra que
yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26). Luego Dios se propone: “Yo la volveré conquistar, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón”
(Os 2,16). “Yo te desposaré conmigo para siempre, en justicia, derecho, amor,
misericordia; fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21).Y lo hace en su Hijo Cristo Jesús, quien nos lo dice: “Vengan a mí todos
los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes
mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán
alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mt 11,28).Dios nos enamora en su Hijo para ello, reitero busca diversos modos de hacernos entender sobre el reino de los cielos, por ejemplo por las parábolas.
Jesús termina sus enseñanzas sobre el reino de Dios con esta sentencia: “Así sucederá al fin del mundo. Vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” Mt 13,49-50).
Jesús termina sus enseñanzas sobre el reino de Dios con esta sentencia: “Así sucederá al fin del mundo. Vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” Mt 13,49-50).
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