DOMINGO XIV - A (09 de
Julio del 2017)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 11,25-30
En aquel tiempo, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los
prudentes y haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha
parecido mejor. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino
el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y
yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy
manso y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga
liviana". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Este
misterio de unidad intima entre el padre y el Hijo nos resume en este enunciado: “Que todos sean uno. Como
tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para
que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).
El Evangelio nos presenta dos momentos en la vida de Jesús.
1) Jesús en diálogo u oración con el Padre (Mt 11,25-27). 2) Nos aconseja que
todos nosotros comencemos a llevar una vida en Dios (Mt 11,28-30).
1) El Evangelio nos presenta a Jesús hablando con
el Padre, en momentos de silencio y oración en los que Jesús desahoga su
corazón hablándole de su experiencia al Padre. En este caso, el gozo y la
alegría de ver cómo la Palabra de Dios que no es otra cosa que el mismo Reino
de Dios va calando en el corazón de la gente sencilla y no precisamente en el
corazón de aquellos que se creen superiores. Más bien, son los de abajo, los
sencillos, los que significan poco para el mundo, son los más disponibles para
abrir sus corazones a la voluntad y a la gracia y el amor del Padre. Ese es el
gran misterio de la gracia.
2) Jesús que tiene la experiencia humana del cansancio de
los caminos, nos hace una invitación a saber reposar, descansar, regalarnos un
tiempo para respirar y dejar que nuestro espíritu se vacíe de tantas tensiones
que hoy, elegantemente, llamamos el “estrés”. Dios no es de los que echa cargas
encima de nosotros. Que a Dios no le gusta vernos derrumbados bajo el peso de
las obligaciones, imposiciones y mandatos de la carne. Que Dios lo que quiere
es vernos ligeros y libres en el camino y que las peores cargas ya las ha
llevado Él. Que carguemos con el yugo que Él nos impone, la vida en el espíritu,
porque es ligero y llevadero y no el yugo que con frecuencia nos imponemos asimismo
como es el de la carne o pecados. San Pablo nos sugiere así:
¿Quién es Dios para Jesús sino el Padre, y
quien es Jesús para Dios sino su Hijo?(Mt 11,27):Recordemos en el momento del bautismo: “Tú eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).
Refleja unida intima entre Padre-Hijo: “Yo y el Padre somos una sola realidad”
(Jn 10,30).
¿Quién es Jesús para mí? La pregunta de Jesús es: ¿Uds quien
dicen que soy? Pedro respondió y dijo: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios
vivo” (Mt 16,15-16). Ahora Jesús nos ha dicho: “Todo me ha sido entregado por
mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie
sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Jesús
es, aún más tajante al decir: “Todo poder se me dio en el cielo y en la tierra”
(Mt 28,18). Y en la tercera parte: ¿A quién se dirige Jesús? (Mt 11,28-30)? Se
dirige a cada uno de los pobres y pequeños, es decir a cada uno de nosotros.
Nos ha dicho: “Vengan a mí todos los que
están cansados y fatigados, y yo les daré descanso. Tomen sobre Uds. mi yugo, y
aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaran descanso para
sus almas” (Mt11,28-29). ¿Cuál es el yugo que mayormente pesaba sobre el pueblo
de aquel tiempo? Y ahora ¿cuál es el yugo que más pesa sobre ti? ¿No es el
odio, el resentimiento, envidia, orgullo etc? Y ¿Cuál es el yugo que me da
descanso? ¿No es el amor, la misericordia, la caridad, el perdón, la paz? ¿Cómo
pueden las palabras de Jesús ayudar a nuestra familia a ser un lugar de reposo
para nuestras vidas?
Fíjense que Jesús se nos presenta como revelador y como
camino al Padre. Algo que ya nos dijo: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va
al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora bien conviene otra vez preguntarnos:
¿Quién es Jesús para mí? Y ojala nos respondiéramos como Pedro que respondió:
“Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16) y ten seguridad que Jesús nos
diría también lo mismo que dijo a Pedro: “Feliz de ti Pedro, porque eso que me
has dicho nadie te revelo de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. Ahora te
digo Tu eres Pedro y sobres esta piedra edificare mi Iglesia” (Mt 16,17-18).
Pero esta respuesta por parte nuestra tiene que implicar un compromiso de ser
el mensajero de Dios; al respecto el profeta dice: “Que hermoso son los pasos y
los pies del mensajero que anuncia la palabra de Dios” (Is 52,7). Pero mismo
Jesús nos dice: “Al que me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo
reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me niegue entre los
hombres yo también lo najaré ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,32).
Este trabajo implica un compromiso serio, es el trabajo misionero.
En el Evangelio de Mateo, el discurso de la Misión ocupa
todo el capítulo 10. En la parte narrativa que sigue después de los capítulos
11 y 12, donde se describe cómo Jesús realiza la Misión, aparecen
incomprensiones y resistencias que Jesús debe afrontar. Juan Bautista, que
miraba a Jesús con una mirada del pasado, no lo comprende (Mt 11, 1-15). El
pueblo, que miraba a Jesús sólo por interés, no es capaz de entenderlo (Mt 11,
16-19). Las grandes ciudades en torno al lago, que habían oído la predicación y
habían visto los milagros, no quieren abrirse a su mensaje (Mt 11, 20-24). Los
escribas y doctores que juzgaban todo a partir de su ciencia, no son capaces de
entender la predicación de Jesús (Mt 11,25). Ni siquiera los parientes lo
entienden (Mt 12,46-50) Sólo los pequeños entienden y aceptan la buena nueva
del Reino (Mt 11,25-30). Los otros quieren sacrificios, pero Jesús quiere
misericordia (Mt 12,8). La resistencia contra Jesús lleva a los fariseos a
intentar matarlo (Mt 12,9-14). Ellos lo llaman Beelzebul (Mt 12, 22-32). Pero
Jesús no cede; él continúa asumiendo la misión del Siervo, descrito por el
profeta Isaías (Is 43, 1-4) y citado al completo por Mateo (Mt 12, 15-31).
El contexto de los capítulos 10-12 de Mateo sugiere que la
aceptación de la buena nueva por parte de los pequeños es la realización de la
profecía de Isaías 53,3. Jesús es el Mesías esperado, pero es diverso de lo que la
mayoría imaginaba. No es el Mesías glorioso nacionalista, ni siquiera un juez
severo, ni un Mesías rey poderoso. Sino que es el Mesías humilde y siervo que
"no rompe la caña cascada, ni apagará la mecha humeante" (Mt 12,20).
Él proseguirá luchando, hasta cuando la justicia y el derecho prevalezcan en el
mundo (Mt 12,18. 20-21). La acogida del Reino por parte de los pequeños es la
luz que brilla (Mt 5,14), es la sal que da sabor (Mt 5,13), es el grano de
mostaza que (una vez convertido en árbol grande) permitirá a las aves del cielo
anidar entre sus ramas (Mt 13, 31-32).
El resultado del trabajo misionero de los discípulas ha suscitado
en Jesús esta exclamación de gozo. En efecto, con la llegada de los enviados a
la misión y la alegría de ver cómo la semilla ha comenzado a prender y echar
raíces en el corazón de los sencillos, los pequeños, que son precisamente sus
preferidos. Aquello que todos excluyen son los que abren la tierra de sus
corazones a las semillas de la Palabra de Dios. Esta exclamación de gozo y
alegría del Señor ¿No será una llamada de atención para todos y también para la
Iglesia? Dar el valor real a la gente que dio cabida a la palabra de Dios.
Todos damos gran importancia a las ideas de los sabios, de los grandes
entendidos que es otro problema de hoy, pero escuchamos muy poco la sabiduría
de la gente sencilla. Todos consultamos
a los grandes, a los intelectuales, a los teólogos, ¿cuándo será que escuchemos
a la madre y al padre de familia que cada día luchan por el pan de sus hijos y
que hasta pudiera darse que no sepan ni leer ni escribir, pero tienen un
corazón lleno de Dios y lleno de la sabiduría de Dios? Además hay un segundo
mensaje que me parece importantísimo: Jesús nos invita a cuantos estamos
cansados, agobiados, nerviosos y preocupados a buscar en él un poco de
descanso. Algo que nosotros ya no sabemos hacer, ¿verdad?
¿Quién sabe descansar hoy día que andamos como locos mirando
siempre al reloj? Somos como Marta: “Marta, estaba muy ocupada con los
quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana
me deje sola con todo el servicio? Dile que me ayude. Pero el Señor le
respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin
embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será
quitada" (Lc 10,38-42).
Hay algo a lo que solemos dar poca importancia. Es que
también nosotros leemos del Evangelio lo que nos conviene. Jesús nos dice que
Él no ha venido a imponernos cargas pesadas, al contrario, ha venido a
regalarnos el don de la libertad. Nos vino a liberar de las esclavitudes. La
fidelidad al Evangelio no es hacer insoportables las cosas, sino hacerlas
ligeras y llevaderas. Aquí todos tenemos mucho que aprender. La primera expresa
la ternura de la relación de Jesús con el Padre, como en la casa la relación
entre hijo y papá. Aquí es Jesús que acude a la oración lleno de gozo a
contarle al Padre lo que está sucediendo con el anuncio del Reino (Mt
11,25-26). Yo no sé si alguna vez hemos hablado con Dios para contarle algún
acontecimiento que hemos visto o nos ha sucedido. ¿No es nuestro Padre? ¿Por
qué no tener esa libertad de espíritu y esa confianza para hablarle a Dios de
las cosas que nos suceden cada día?. Por ejemplo, cuanto tenemos que aprender
de los pobres como el ciego que ha sido curado por Jesús y luego le
pregunto:"¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor,
para que crea en él?. Jesús le dijo: "lo estás viendo: es el que te está
hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se arrodilló y
lo adoró” (Jn 9,35-38).
Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te
doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por
esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado" (Jn
11,41-42). Jesús dialoga con el Padre, Jesús le manifiesta y la confía su
alegría por la reacción de la gente sencilla, la gente del pueblo. Jesús tiene
una preferencia especial por los sencillos y los pobres y disfruta de la
respuesta que esta gente sencilla da al Evangelio. Su alegría es tal que no
puede quedarse con ella y va a contárselo al Padre. Además, le da las gracias
porque también esas mismas son las preferencias de Dios. Jesús no se mueve
entre los sabios, ni los grandes intelectuales que aplastan al resto con su
saber y su ciencia y son los que se creen dueños de la verdad. Jesús prefiera a los que se sienten poca cosa para el mundo, y tienen un corazón simple y
abierto al amor del Padre y al anuncio del reino. La pregunta está ahí mismo y
no podemos desviarla para no sentirnos mal. ¿Cuáles son nuestras preferencias? ¿A quién invitamos a ser parte de nuestra vida? ¿Con quién nos sentimos más a
gusto? ¿Tendremos las preferencias de Jesús o tendremos las preferencias del
mundo? Si nuestras preferencias son de Jesús, entonces nos dice:"Felices los
que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”
(Mt 5,3).
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