DOMINGO XXIX - C (19 de octubre del 2025)
Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:
18,1 Después Jesús les enseñó con una parábola que era
necesario orar siempre sin desanimarse:
18,2 "En una ciudad había un juez que no temía a Dios
ni le importaban los hombres;
18,3 y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él,
diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
18,4 Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después
dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
18,5 pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para
que no venga continuamente a fastidiarme"".
18,6 Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez
injusto.
18,7 Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a
él día y noche, aunque los haga esperar?
18,8 Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará
justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.
“Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es
fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). El evangelio termina con esta
pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?" (Lc 18,8). Dos temas de vital importancia en la vida espiritual
del creyente: La oración y la fe. El Señor dice: “Pidan y se les dará” (Mt 7,7).
Los discípulos piden: “Señor, enséñanos a orar (Lc 11,1); “Señor, auméntanos la
fe” (Lc 17,5).
“Cuando ustedes me
invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me
encontrarán, pero siempre y cuando me busquen con un corazón puro y sincero”
(Jer 29,12).
Antes de pedir debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo
pedir y para qué pedir a Dios. Hace poco las Lecturas nos hablaban
de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y
encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su
hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt.
7,7-11). Pero debemos recordar lo que dice este texto al final:
“Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.
Debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto
amerita conocer la voluntad de Dios. Y estar confiados en que es
Dios Quien sabe qué nos conviene. Esas “cosas buenas” (Mt 7,11) son
las cosas que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras
necesidades antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más
allá de nuestras necesidades, pues veamos:
“Señor, Dios mío, Concédeme un corazón comprensivo, para
juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario,
¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo? Al Señor le
agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: Porque tú has pedido
esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus
enemigos, sino que has pedido la capacidad de discernimiento necesario para
juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón
sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni
habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido:
tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda
tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos,
como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,7-14).
“Todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi
Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y
tendrán una alegría que será perfecta” (Jn 16,23-24). ¿Por qué parece que Dios
no responde nuestras oraciones? Porque la mayoría de las veces
pedimos lo que no nos conviene. Pero, si nosotros no sabemos pedir
cosas buenas, El sí sabe dárnoslas. Por eso la oración debe ser
confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos
da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí
nos conviene. Y la oración no debe dejarse porque no recibamos lo
que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que
necesitamos. Pero hay que tener en cuenta dos cosas: La oración de petición
comprende dos partes: La alabanza que es lo principal y la petición. Ejemplo:
Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber
ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los
pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). “Padre Nuestro
que estas en el cielo, santificado sea tu nombre…” (Mt 6,9-13). Luego viene la
segunda parte: el pedido: “Danos hoy el pan nuestro de cada día…” (Mt 6,11). La
segunda parte de la oración petitoria es circunstancial tal como dice Jesús:
“No se inquieten, diciendo ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos
vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre
que está en el cielo sabe de sus necesidades antes que se lo pidan. Busquen
primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No
se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada
día le basta su aflicción” (Mt 6,31-34).
¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra
cuando vuelva a venir Jesucristo? Notemos que habla el Señor sobre “sus
elegidos, que claman a Él día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de
tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario
de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y
noche”. De hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de
comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era precisamente el de
su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).
La oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese momento final. Es más, en el recuento que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia? Que la Fe va a estar muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús. Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).
El Señor, hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No se pide
cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no
conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos
lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc.
17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no
caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc
22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por
II vez (Lc. 18,8).
El evangelio de hoy Lc 18,1-8 es una joya que nos revela el
verdadero corazón de la oración y la fe, don de Dios:
1. Explicación Exegética: La parábola del juez inicuo y la
viuda persistente (Lc 18,1-8) se estructura con una intención didáctica
clarísima:
El contexto (v. 1): El evangelista Lucas no deja dudas sobre
el tema central: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso
orar siempre y sin desfallecer." La oración no es opcional ni casual; es
una necesidad vital para el discípulo, y su cualidad esencial es la perseverancia
(no desfallecer).
La Comparación (vv. 2-8a): El corazón exegético reside en el
argumento (de lo menor a lo mayor), es decir, "cuánto más".
El Juez (lo menor): Es un hombre que reúne todas las
características negativas: no teme a Dios ni respeta a los hombres (es la
encarnación de la injusticia y la apatía). Responde a la viuda solo por egoísmo:
para evitar ser molestado, "no sea que, viniendo de continuo, me agote la
paciencia".
Dios (lo mayor): Jesús contrasta este juez inicuo con el
Padre Celestial. Si un hombre malvado, por una razón egoísta, finalmente cede, ¡cuánto
más Dios, que es el amor y la justicia perfectos, defenderá a sus elegidos que
claman a Él! La tardanza no es por apatía, sino parte de su plan divino.
La Conclusión (v. 8b): La pregunta final de Jesús es el
punto culminante que conecta la oración persistente con la fe: "¿Pero
cuando venga el Hijo del hombre, hallará fe en la tierra?" Esta es la
clave. La perseverancia en la oración es la única prueba tangible de que la fe
sigue viva mientras se espera la plena manifestación de la justicia divina.
2. Explicación Bíblica (Relación con las Escrituras)
Esta parábola confirma enseñanzas fundamentales sobre la
Alianza y el carácter de Dios:
Dios Defensor de los Débiles: La viuda representa
bíblicamente a la persona más vulnerable y marginada de la sociedad (junto con
el huérfano y el extranjero). El Antiguo Testamento está lleno de mandatos
divinos para defenderlas (Dt 10,18; Is 1,17). Al tomar a la viuda como
protagonista, Jesús subraya que Dios, a diferencia del juez, tiene una predilección
absoluta por los oprimidos.
La Tradición Profética: El clamor "día y noche" de
los elegidos resuena con los salmos (como el Salmo 88) y los profetas, que
animaban al pueblo a no cesar de interceder (Is 62,6-7). Este clamor
persistente es el eco de la oración de Israel esperando la vindicación.
Fe y Obra: La insistencia de la viuda es su "obra de
fe". Ella no solo cree que el juez puede hacer justicia, sino que actúa
sobre esa creencia día tras día, a pesar de los rechazos. Así, Jesús enseña que
la fe verdadera no es pasiva; es una fe dinámica que se expresa en la tenacidad
de la oración.
3. Explicación Espiritual (Aplicación a la Vida Interior). Aquí
es donde la parábola se vuelve profundamente personal y mística:
La Oración como Expresión de una Fe Viva: La oración
insistente es el termómetro del alma. Si un alma se cansa de orar, es señal de
que la fe se ha debilitado o se ha vuelto autosuficiente. La viuda nos enseña
que la verdadera fe se manifiesta en la incapacidad de dejar de pedir,
porque confía plenamente en Aquel a quien se dirige.
Vencer el Desaliento ("No Desfallecer"):
Espiritualmente, la "tardanza aparente" es la gran prueba que
purifica nuestra fe. La demora no significa indiferencia de Dios, sino una
oportunidad para que nuestra fe madure, se haga más fuerte y libre de las
motivaciones superficiales. La fe que persevera es la que resiste a la
tentación del desánimo y al grito de "¿dónde está tu Dios?".
El Favor de Dios: La Plenitud de la Justicia: "Alcanzar
los favores de Dios" es, en este contexto, experimentar Su justicia y
vindicación. Clamar hasta el final significa que el creyente se niega a
conformarse con la injusticia terrenal o con el silencio, manteniendo la
esperanza viva hasta la venida del Señor. La recompensa no es solo obtener la
petición, sino ser hallado fiel en la espera.
En resumen, tu entendimiento es perfecto: La perseverancia
en la oración es el sello de garantía de la fe. Es la viuda gritando: "Sé
que eres Justo, y no te dejaré hasta que tu Justicia se cumpla en mi
vida." Es la certeza inquebrantable de que el carácter de Dios es
infinitamente mejor que el del juez inicuo.
La enseñanza de Lucas 18,1-8 se conecta con grandes temas de
la Revelación:
El Carácter de Dios (Justicia y Amor): A lo largo de toda la
Biblia, Dios se presenta como el defensor del oprimido (la viuda, el huérfano,
el extranjero). El Juez inicuo de la parábola es un antimodelo de Yahvé. La
insistencia de la viuda apela a la justicia que Dios tiene por pacto con su
pueblo. Sabemos, por el Antiguo Testamento, que Dios "hace justicia a sus
elegidos" (v. 7), no por fastidio, sino por fidelidad a su Alianza.
La Oración en el Nuevo Testamento: Esta parábola se
complementa con la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-8), que también
enseña sobre la audacia y la osadía en la oración. Ambas parábolas desmitifican
la idea de que hay que rogarle a un Dios perezoso. Más bien, nos enseñan que la
oración debe reflejar la intensidad del deseo de nuestro corazón, sabiendo que
Dios, a diferencia del amigo dormido o el juez inicuo, está siempre atento.
Fe y Paciencia (Hebreos y Santiago): La fe bíblica no es
solo asentimiento intelectual, sino fidelidad activa y paciente. La
"tardanza aparente" es una prueba mencionada en otras cartas (por
ejemplo, Santiago 5,7-8: "Sed, pues, pacientes, hermanos, hasta la venida
del Señor..."). La oración insistente es el ejercicio visible de esta
paciencia que se niega a dudar de la promesa de Dios.
La oración insistente es la expresión de una fe viva que
persevera.
La Oración como Ejercicio de Fe: Cuando oramos y las peticiones
no se cumplen inmediatamente, surge la tentación del desánimo (desfallecer).
La oración insistente es el acto espiritual de aferrarse a Dios no por lo que
sentimos o vemos, sino por lo que sabemos de Él (su bondad, su justicia, su
poder). Clamar hasta el final significa que la fe es tan robusta que sobrevive
al silencio de Dios y al paso del tiempo.
Purificación del Deseo: Místicamente, la "tardanza
aparente" (el intervalo entre el clamor y la respuesta) cumple una función
purificadora. El creyente, al insistir, se ve forzado a examinar si su deseo es
caprichoso o si proviene de una necesidad profunda. La perseverancia en la
oración profundiza el deseo y alinea nuestra voluntad con la de Dios. Si
seguimos clamando, significa que nuestra fe sigue esperando en la certeza de
que Dios responderá, aunque lo haga según su propio tiempo y modo, que siempre
son los mejores.
Alcanzar los Favores de Dios: La parábola nos asegura que la
fe que resiste obtiene la vindicación (los favores de Dios). El verdadero favor
es que Dios nos "hará justicia sin demora" (v. 8). Espiritualmente,
esto no se limita a recibir un bien material, sino a la experiencia de ser
vindicados y justificados por el amor fiel de Dios, lo cual es la mayor gracia.
La fe viva es la que no abandona el "tribunal" de la oración hasta
que Dios, que es Padre, se revela plenamente como Juez Justo y Defensor.
En resumen, la oración insistente no es un intento de vencer
la resistencia de Dios, sino el signo de que hemos vencido nuestra propia
resistencia a dudar de Él. Es la fe que, como la viuda, se planta firmemente en
la presencia divina y proclama: "Sé quién eres, y no me iré hasta que tu
justicia se manifieste en mi vida."