lunes, 10 de marzo de 2025

II DOMINGO DE CUARESMA – C (16 de Marzo de 2025)

 II DOMINGO DE CUARESMA – C (16 de Marzo de 2025)

Proclamación del Evangelio San Lucas 9,28-36:

9:28 Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.  

9:29 Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

9:30 Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,

9:31 que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

9:32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.

9:33 Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Él no sabía lo que decía.

9:34 Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.

9:35 Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".

9:36 Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Los tres discípulos que luego serán testigos del abatimiento de Jesús en Getsamaní, fueron elegidos antes para ver su gloria en el Tabor.

La blancura de los vestidos de Jesús y el nuevo aspecto de su rostro (Mateo dice que aquellos se tornaron blancos como la luz y que su rostro resplandecía como el sol) no son más que la manifestación de la dignidad y la gloria que le correspondía como Hijo de Dios. Moisés y Elías, representando a la Ley y los Profetas -todo el Antiguo Testamento-, conversan con Jesús de lo que aún ha de cumplirse en Jerusalén. Toda la historia de la salvación culmina en Jesucristo, pero el momento de esta culminación es la hora de su exaltación en la cruz. El Tabor no se explica sin el Calvario.

Hace seis días (Mt 17, 1) desde que Jesús les había anunciado su pasión y muerte en Jerusalén y había reprendido precisamente a Pedro porque intentó torcer su camino, éste sigue sin entender nada. Piensa que ha llegado la hora de disfrutar el triunfo y que puede ahorrarse lo que ha de suceder todavía: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Lc 9,33).

La "nube", o la "columna luminosa" (Lc 9,34), es en la biblia el símbolo de la presencia de Dios. Aquí aparece como respuesta a la proposición de Pedro. De la nube sale la voz de Dios. El signo de la nube es interpretado por la palabra. Y la palabra confirma a Jesús como enviado de Dios, como Hijo que ha venido a cumplir su voluntad. A él deben atenerse Pedro y sus compañeros. Lo fascinante y lo tremendo de la presencia de Dios, de la teofanía, se advierte en las palabras de Pedro y en el temor de los tres discípulos al ser introducidos dentro de la nube.

La transfiguración, que el evangelista sitúa como un alto en el camino que sube a Jerusalén, no ha sido otra cosa que una anticipación momentánea de la última meta y como un aliento para seguir caminando. Jesús les manda que callen lo que han visto hasta que todo se cumpla y el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos (Mt 17,9).

Dios dice al pueblo: “Pongo ante ti cielo y tierra; vida y muerte; bendición y maldición. Escoge la vida, amando a tu Dios, escuchando su palabra y uniéndote a Él” (Dt 30,19). Dios mismo dice en referencia a su Hijo: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones” (Is 42,1).  Y Jesús cuando se bautizó, el Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Luego dice Jesús en el inicio de su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Y al final de su ministerio Jesús recibe esta nuevo mensaje de parte del Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo" (Lc 9,35).

En el ser del Hijo está el mismo ser Padre: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Dios se deja ver en su Hijo; en el domingo anterior en la parte humana, hoy en la parte divina. Es decir, Jesús en la transfiguración se deja ver un momento en el cielo.

La II Divina Persona, Jesús es la manifestación del amor de Dios a favor de toda la humanidad, pues así manifiesta Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene, sino que el que cree en Él se salve. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Completando la idea, Jesús dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). El voy al padre o estar con el Padre es estar en el mismo cielo pero para estar en este estado requiere la purificación y de eso se trata el tiempo de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.

El domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Lc 4,1-13). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Lc 9,28-36). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (I Jn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt 17,4)

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración debemos vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá “escuchen a Moisés”, sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

“Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él” (Lc 9,32). En este tiempo de cuaresma es importante mantenernos despiertos y en oración, pue así nos exhorta el mismo Señor: “Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mt 26,40-41).

Finalmente, la oración de oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).

El tema de la transfiguración, que se repite invariablemente en los tres ciclos, es el que confiere una fisonomía especial a este segundo domingo de cuaresma. Ahí está pues, la clave de la interpretación ajustada del tema: Dios es Enmanuel: Is 7,14 ( Dios con nosotros); hoy se nos invita  que subamos al monte Tabor para que estemos con Dios (visión beatifica). Pero requiere: “Felices los que tienen corazón y alma puro, ellos verán a Dios” ( Mt 5,8).

En lo alto de la montaña: La Cuaresma constituye una invitación permanente a subir a lo alto de la montaña, junto con el Señor y en compañía de sus discípulos más adictos. Allí nos dedicaremos a orar, a dejarnos invadir por el poderoso resplandor de su presencia luminosa. En la soledad de la montaña (=en la intimidad del corazón) es donde el Señor se manifiesta a los suyos, donde les descubre el resplandor de su rostro.

Moisés y Elías: Son los dos personajes misteriosos que acompañan a Jesús en el momento de la transfiguración. Ellos representan a la Ley y a los Profetas. Cristo transfigurado, en medio de ellos, se nos manifiesta como la culminación definitiva de la ley y de los profetas, es decir, del Antiguo Testamento. En él queda cumplida la esperanza mesiánica del Pueblo de Israel. En él llega a su punto culminante la Historia de la Salvación. En él la humanidad ha quedado definitivamente salvada.

El simbolismo de los números: Los antiguos gustaban de jugar con el simbolismo de los números. El número cuarenta es uno de esos números cargados de simbolismo. Por eso los años que pasó Israel en el desierto fueron cuarenta, y cuarenta los días que pasó Jesús. Moisés estuvo cuarenta días y cuarenta noches en el Sinaí. Elías caminó hacia el monte Horeb también por espacio de cuarenta días y cuarenta noches. La coincidencia en el número denota su densidad simbólica. No se trata de hacer malabarismos con los números en la homilía. Pero sí conviene saber que este número es símbolo de preparación. Además las seis semanas que contiene la cuaresma son imagen de la vida temporal; mientras la siete de las cincuentena pascual simbolizan la vida futura, la vida eterna. Por eso Pascua es el paso de este mundo (simbolizado en el número "seis") a la vida en comunión con el Padre (Número "siete" 7).

La cruz y la gloria: Es sorprendente que Moisés y Elías, "que aparecieron con gloria" junto a Jesús transfigurado, conversaran con él precisamente sobre "su muerte, que iba a consumar en Jerusalén". Esta referencia a la muerte, justo en el momento de la transfiguración gloriosa de Jesús, deja entender a las claras como reza el prefacio, "que la pasión es el camino de la resurrección". Más aún, cruz y gloria son las dos caras de la misma realidad: la Pascua. Esta coincidencia hay que hacerla notar a los fieles.

"El transformará nuestra condición humilde": Estas palabras de Pablo aparecen en la segunda lectura y hacen referencia al tema del día. La transfiguración de Jesús, anticipo misterioso de su gloriosa resurrección, es la primicia y la garantía de una transfiguración universal que habrá de llevarse a cabo en la Pascua. Todos estamos llamados a compartir la transfiguración de Jesús. Aunque, para ello, tengamos que compartir primero su pasión y su muerte: la entrega generosa de nuestra vida para los demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Paz y Bien

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.