Proclamación del santo evangelio según San Juan
13,31-33.34-35:
En aquel tiempo, cuando Judas
salió del cenáculo, dice Jesús: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del
hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él,
Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto."
Hijos míos, me queda poco de
estar entre Uds. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros
como yo les he amado. La señal por la que conocerán que son mis discípulos será
que se amen unos a otros." PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN
Estimado y queridos hermanos(as)
paz y bien en el Señor.
Ya en el inicio del evangelio se
nos ha dicho: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a
su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn
3,16-17). Hoy nos ha recalcado el tema del amor al decirnos: “Les doy un
mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo les he amado. La
señal por la que conocerán que son mis discípulos será que se amen unos a otros”
(Jn 13,34). Otras enseñanzas según los sinópticos también se nos dice: “Ustedes
han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les
digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del
Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y
hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a
quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y
si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que
está en el cielo” (Mt 5,43-48).
¿Por qué tanta insistencia sobre
el amor? Porque Dios es amor (I Jn 4,8). El amor autentico a Dios pasa por el
amor al hermano: “El que dice amo a Dios, y no ama a su hermano, es un
mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano,
a quien ve?” (I Jn 4,20). San Pablo agrega al respecto y dice: “Toda la Ley se
resume en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal 5,14). “Que
la única deuda con los demás sea la del amor mutuo porque el que ama al prójimo
ya cumplió toda la Ley” (Rm 13,8).
En este quinto domingo
del tiempo de pascua, tiempo de manifestación del amor de Dios para con cada
uno de nosotros, manifiesto expresado simplemente en el acontecimiento de Jesús
crucificado y resucitado. Y en este contexto o despliegue festivo del amor de
Dios, el evangelio nos aporta tres ideas principales, es a saber:
a) Judas que ya salió a hacer de
las suyas. Jesús ve con mucha serenidad lo que se viene, por más que sabe a lo
que va a pasar, Jesús mira con ojos nuevos su futuro. Sabe lo que le espera,
pero no lo ve ni como algo trágico ni como una desgracia. Al contrario, siente
que ahora ha llegado la hora de su propia glorificación y la glorificación del
Padre en Él. Lo que para muchos serán unas momentos de dolor, frustración o
fracaso, Jesús es capaz de ver en ello el momento de dar gloria a Dios y Él
mismo ser glorificado. Y es que Jesús siempre ve las cosas desde el otro lado,
desde el proyecto amoroso del Padre celestial.
b) La idea central que resalta el
evangelio de hoy es el gran mandamiento que nos deja. Lo hace como todo buen
padre lo haría con sus hijos al momento de morirse: que se amen unos a otros.
Pero, no se trata de un amor como lo entiende el hombre del siglo XXI (amor eros,
amor filia, amor interesado) un amor vacío. Se trata del amor como Él mismo nos
ha amado. Aquí no se trata de palabras bonitas y románticas de corte novelesca
y menos de una poesía bonita que todo eso no sirve de nada. El amor de verdad
del que nos habla Jesús es ese amor ágape, el amor sublime, el amor
incondicional y este tipo del amor verdadero solo puede venir de Dios. El amor
de verdad es amar como Jesús ama, hasta dar su vida por el mundo.
c) La otra idea que me parece
valioso es que: El verdadero testimonio cristiano que hace creíble nuestra fe y
hace creíble nuestra fe en Jesús, no es hacer grandes cosas ni ocupar altos
puestos, sino el "amarnos los unos a los otros. Los cristianos solemos ser
gente normal, gente como el resto de la gente. Comemos, bebemos, dormimos, nos
divertimos, trabajamos. Vamos en el autobús, nos molesta el frío. Nos agobia,
con frecuencia el calor. Nos encanta la playa. Igualitos a todos. En estos
actos simples se ve desplegado el amor autentico de todo discípulo y los demás
de por si entienden el mensaje y dicen mira cómo se aman. Entonces es cuando
nos sabemos que somos de Jesús nuestro maestro quien nos dejó esta forma de
vida evangélica. Con razón algunos eminentes santos en nuestra Iglesia
universal como como San Pablo dirá: Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí’
(Gál 2, 20). O como el mismo hermano universal, San Francisco de Asís que
propone a sus hermanos como norma de vida fraterna: vivir el santo evangelio,
que no es otra que vivir en el mismo amor de Dios.
En resumen: ¿cómo se nos
identifica como cristianos? ¿Cómo saber que somos seguidores de Jesús? Hay un
detalle que Jesús quiere dejar bien claro para que "conozcan que son mis
discípulos". Nuestro único y verdadero distintivo es el que más nos asemeja
a Él y al Padre. Para Jesús no es otra cosa que el "amor". "La
señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será que se amen unos
a otros como yo les he amado". La Iglesia no se identifica por su gran
organización, ni tampoco por la solemnidad de sus celebraciones ni siquiera por
sus grandes documentos, la Iglesia se identifica ante la sociedad por ser el
sacramento del amor de Dios a los hombres. La Iglesia no se identifica por su
ortodoxia, sino por ser la expresión del amor de Jesús crucificado en la Cruz y
como tal es el evangelio viviente y signo de salvación. Pues, ahora entendemos
del por qué Jesús respondió al maestro de la ley cuando un buen día le pregunto
¿Cuáles el mandamiento principal de la ley? A lo que Jesús respondió: amaras a
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y el segundo es
semejante: amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37).
San Pablo es bien explícito sobre
el tema: “Todo lo que hagan, háganlo con amor” (I Cor 16,14). Y es muy contundente
al descifrar los valores que construyen el amor al decir: “Aunque yo hablara
todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como
una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la
profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda
la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi
cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es
paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se
envanece, no procede con bajeza, no busca
su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se
alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo
disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Las profecías
acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá, el amor no
pasará jamás” (I Cor 13,1-8).
Proclamación del Santo Evangelio
según San Juan: 10,27-30
En aquel tiempo dijo Jesús: “Mis
ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida
eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre,
que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las
manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz
y Bien.
El evangelio nos sitúa en la
figura del pastor que cuida del rebaño que es la Iglesia:
1) Mis ovejas escuchan mi voz
“Escucha, Israel: el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras
que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés
en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte” (Dt 6,4-7).
El que es de Dios escucha las
palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios"
(Jn 8,47). Jesús les dijo: "Felices los que escuchan la Palabra de Dios y
la ponen en práctica" (Lc 11,28). La capacidad de escucha supone una
sintonía entre el que habla y el oyente. Jesús hace que sus oyentes se vayan
identificando poco a poco con él. Jesús es el Buen Pastor precisamente porque
es el Cordero degollado y resucitado, que ha dado la vida por nosotros (Ap
7,9.14-17). No es de extrañar que sus ovejas lo escuchen, lo obedezcan y lo
sigan. Quieren vivir con Él porque así encuentran la vida. Los sacerdotes deben
identificarse con Jesús, Buen Pastor, y conducir las ovejas hacia Él, y no
hacia sí mismos.
Jesús mantiene con los creyentes
una relación de amor y de amistad semejante a la que Dios mantenía con Israel
en el seno de la alianza. Como Dios, Jesús tiene con sus ovejas una relación
personal intensa, de conocimiento y amor. Es un amor de elección y de
predilección. Sus ovejas, por su parte, corresponden a ese amor mediante la
escucha y el seguimiento. Nada puede, sin embargo, separar a los seguidores de
su Señor ya que en Él tienen asegurada la salvación. Es el Padre el que ha dado
esas ovejas a Cristo. Las ovejas son del Padre, que es superior a todos, y por
eso nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Los creyentes en Jesús, a
través de Él, están en buenos manos, en las manos del Padre. El Padre y Jesús
son uno. Por eso Jesús puede presentarse como el Pastor del pueblo, título que
pertenecía a Dios mismo. El pueblo de los redimidos por Cristo tiene a Él como
pastor. Él los conduce a las fuentes de agua vida, que son el Espíritu de Dios.
Es Jesús el que nos da su Espíritu. Ese pueblo apacentado por Jesús habita en
la casa misma de Dios, en su templo, dándole culto día y noche.
2) Yo las conozco
Felipe dijo a Natanael:
"Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los
Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret". Natanael le preguntó:
"¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?" "Ven y verás",
le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un
verdadero israelita, un hombre sin doblez". "¿De dónde me conoces?", le
preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes que Felipe te
llamara, cuando estabas debajo de la higuera". Natanael le respondió:
"Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Jesús
continuó: "Porque te dije: "Te vi debajo de la higuera", crees.
Verás cosas más grandes todavía". Y agregó: "Les aseguro que verán el
cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del
hombre" (Jn 1,45-51).
3) Ellas me siguen
Entonces Jesús dijo a sus
discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24). “El que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más
que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). Pedro le dijo: "Tú sabes que
nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les
aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos
o campos por mí y por el Evangelio, desde ahora, en este mundo, recibirá el
ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio
de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna” (Mc
10,28-30).
4) Yo les daré vida eterna
Porque el Hijo del hombre vendrá
en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno
de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27).
5) Yo y el Padre somos una sola cosa
Felipe le dijo: "Señor,
muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe,
hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha
visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No
crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo
no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo
estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,8-11).
Nuevamente Jesús nos compara a
nosotros los seres humanos con las ovejas. Y es que la Liturgia nos presenta
esta bella imagen una vez al año, en el Domingo Cuarto de Pascua, el cual
dedica la Iglesia al Buen Pastor. En el Evangelio vemos a Jesús como ese Buen
Pastor que da su vida por sus ovejas. Y sus ovejas somos todos: los de este
corral y los de fuera del corral. Dice Jesús: “Yo les doy la vida eterna y no
perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10, 27-30). Es cierto,
Jesús ha dado su vida por nosotros para que tengamos Vida Eterna. Privilegio
inmensísimo que no merecemos ninguno de nosotros. Privilegio que requiere una
condición exigida por el mismo Jesús en este trozo evangélico: “Mis ovejas oyen
mi voz ... y me siguen”. ¿Cómo escuchar la voz de Dios para poder seguirlo a El
y sólo a El? Porque ... hay muchas voces a nuestro derredor: los medios de
comunicación, las malas compañías, los enemigos de la Iglesia, los
cuestionadores de la Verdad, los mentirosos.
Jesús les dijo entonces esta
parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las
noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta
encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de
alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice:
"Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había
perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que
no necesitan convertirse" (Lc 15,4-7).
Lectura del santo evangelio según
san Juan 21,1-19)
En aquel tiempo, Jesús se
apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió
así: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de
Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les
dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también
nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron
nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían
que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?".
Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la
derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de
peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba
dijo a Pedro: "¡Es el Señor!" Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor,
se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los
otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque
estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que
había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los
pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red
a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser
tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a
comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién
eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se
lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús
resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón
Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?" Él le
respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo:
"Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez:
"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le respondió: "Sí, Señor,
sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le
preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro
se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo:
"Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo:
"Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te
vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos,
y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba
con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo:
"Sígueme". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos y hermanos en la
fe paz y bien.
La noche cruel que acechaba como
un lobo rapaz el temor, pánico, congoja, decepción, el desánimo y no era para
menos, recordemos que acaban de asesinar al maestro supremo y los apóstoles a
dudas penas pudieron escapar para no ser también crucificados conjuntamente con
su maestro, tal escena disipa poco a poco. Los apóstoles reinician con sus
labores habituales, quizá con mucha desidia al saber que tanto tiempo perdieron
y para nada; quizá hasta olvidaron las estrategias de la pesca.
Jesús había dicho a Simón: "No
temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres" (Lc 5,10). Pedro
dice me voy a pescar, los demás compañeros reflejan alguna identidad aún de
vida fraterna que aprendieron de su maestro: “vamos también nosotros contigo”
(Jn 21,3). Esta actitud se sitúa ya en un contexto eclesial, Pedro, decide
salir a anunciar el Evangelio, pero no irá él solo también el resto se le une
en la misión. Es que la Iglesia no es solo el Papa, ni solo el Obispo, ni solo
el sacerdote, la Iglesia somos todos los bautizados. Todos somos responsables y
todos estamos llamados a "ir de pesca", aunque la expresión pueda
parecer un tanto extraña. Desde luego hubo épocas en que la Iglesia nunca dijo
a los bautizados vamos a pescar, pero felizmente aunque todavía de modo muy
lento, vamos tomando conciencia de que el anuncio del Evangelio tiene que ser
obra de todos. No aislados, sino formando una comunidad y comunión con el Pedro
de hoy que es el Papa.
Es sumamente importante tener una
convicción firme y SIN MIEDO A LOS FRACASOS. No siempre basta la buena voluntad
y no siempre nos sonríe el éxito. También hay momentos en los que el éxito
brilla por su ausencia. No todos son éxitos en la Iglesia. No todos son éxitos
en el anuncio del Evangelio. "Aquella noche no cogieron nada" (Jn
21,5). Son esos momentos de oscuridad que terminan, con frecuencia,
invitándonos al desaliento. Hablo por experiencia como sacerdote y religioso
consagrado, no siempre he sido escuchado y no siempre he logrado lo que con
todo corazón buscaba en mi predicación. Alguna vez he desistido de ofrecer el
Evangelio a alguien, de lo cual luego me he arrepentido. Felizmente, he ido
aprendiendo de la propia experiencia y cuanto más me queda por aprender de la
gente sencilla y de los niños.
Es posible que aquella noche
Pedro y los suyos fuesen demasiado confiados en sus propias artes de pesca y fracasaron.
Hasta que se aparece Jesús y nos dice: "Tiren la red a la derecha de la
barca y encontrarán" (Jn 21,6). El supremo maestro si sabe de pesca, pero
para que Jesús coopere en la obra de la pesca requerimos hacer un alto en la
jornada de trabajo, conviene echar una mirada a Jesús que muy respetuoso espera
su turno nos sugiere como y donde tenemos que echar la red. Este momento sin
duda es el domingo, día del Señor y el día de la familia el hacer un alto en la
jornada de trabajo, dejar la red a un lado y dar una mirada de apertura al
Señor tiene mucho sentido en el domingo. Y Él nos dirá donde tenemos que echar
la red y veremos que la red si tiene peces si hay pan para los hijos.
No somos nosotros los que
cambiamos los corazones de los demás. No somos nosotros los que podemos cambiar
la vida de los demás. Esa es obra de Jesús. Por eso, para anunciar el Evangelio
necesitamos estar acompañados de Él, confiados en Él. Fiándonos de Él. Los
fracasos también entran en la pedagogía de Dios. Nos enseñan a confiar y
fiarnos más de Él que de nosotros. De ahí que el evangelizador primero ha de
hablar con Dios y escuchar a Dios. Evangelización y oración caminan juntas son
los dos brazos del Evangelio. ¿No será también esta la pedagogía de los padres
cuando ven que sus hijos se alejan de la fe? No basta enfadarse, ni echarles
grandes discursos. Primero oremos por ellos. Desde la orilla Jesús grita a los
discípulos que están pescando y les hace una pregunta: "¿Tienen pescado?
(Jn 21,5) La respuesta es tajante: "No." Jesús les dice: "Echen
la red a la derecha de la barca y encontraran." Así fue. El problema está
donde echar las redes, para ello hay que conocer bien el mar y el movimiento de
los peces. Para evangelizar hay que conocer la realidad del mundo, de la
historia y de los hombres.
A veces me temo que a nosotros
nos suceda algo parecido a los discípulos, queremos pescar en las Iglesias
vacías. Mientras tanto, la gente anda por la calle. La Iglesia puede estar
vacía y las playas están a abarrotadas de gente, pero alguien se atreve a
proclamar el Evangelio en la playa. La Iglesia puede estar vacía y las calles
están llenas de gente, pero alguien se atreve a hablar del Evangelio en la calle.
Tenemos que conocer dónde está la gente. Posiblemente tendremos que cambiar
nuestro estilo de evangelización. Los templos se van vaciando cada vez más,
pero nosotros seguimos empeñados en no salir de lo habitual. Seguimos echando
las redes a la "izquierda" cuando Jesús nos invita a echarlas a la
derecha. No esperemos que los peces vengan a nuestras redes, es preciso echar
las redes donde están los peces. No esperemos que la gente venga a buscarnos,
es preciso que nosotros salgamos a buscar a la gente. Y digo nosotros porque
esta Iglesia es nuestra, iglesia de todos los bautizados. El problema no estaba
en las redes, tampoco en los peces. El problema estaba en los pescadores que
pescaban donde no había peces.
Amigos y hermanos en la fe, no es
hora de llorar sobre la tumba vacía, no es hora de mirar el cielo, no es hora
de bonitas idea de Dios, eso es lindo pero algo más importante es sabernos
comprometer y decir yo en que y como puedo ayudar en esta tarea de la pesca.
Jesús nos ha dicho algo lindo en los apóstoles pescadores: sígueme. Dios a
pesar de todo cuanto somos, sigue fiándose de nosotros, sigue apostando por
nosotros. Olvidó de las traiciones, de las negaciones; ahora dice a Pedro me
amas. Si Señor; pastorea mis ovejas. Todos los bautizados somos sacerdotes de
Cristo y tenemos la misión de pastorear y depende ese trabajo la vida eterna
que nos prometió cuando dice: Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o
hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o tierras por mí, recibirá cien
veces más en esta vida, y heredará la vida eterna (Mt 19,29).
Jesús ya había manifestado,
cuando dijo: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en
abundancia. Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El
asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando
ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.
Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco
a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,10.14). Recordemos también cuando
había dicho: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia” (Mt
16,18). Ahora Jesús dijo: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le
respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo:
"Pastorea mis ovejas" (Jn 21,16).
Termina el evangelio con una
atenta invitación: “Sígueme” (Jn 21,19). Esto requiere: "El que quiera
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a
causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero
si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el
Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y
entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,24-27).
Proclamación del santo evangelio según
San Juan 20,19-31:
Al atardecer de ese mismo día, el
primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en
medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía
esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría
cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de
sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros
discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió:
"Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el
lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más
tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos
Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio
de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Luego dijo a Tomás:
"Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi
costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomás respondió:
"¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me
has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros
signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este
Libro. Estos han sido escritos
para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo,
tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor
Resucitado Paz y Bien.
¿Si llevas cuenta de nuestros
delitos quien podrá resistir? (Slm 129,2). “El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con
todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Slm 144,8). Con estas citas del
salmo iniciamos nuestra reflexión porque es el domingo de la misericordia y
estamos en el año de la misericordia. En efecto, esta semana hemos revivido una
serie de encuentros con el Verbo de Dios hecho carne (Jn 1,14), el hombre
perfecto resucitado de entre los muertos, quien es el centro de la alegría de
cada corazón y la plenitud de sus aspiraciones, como nos enseña el Concilio
Vaticano II (GS 45). Para culminar esta serie de encuentros con el resucitado
(Jn 20,16-18). Tomemos contacto con el evangelio que dimos lectura y que para
su mejor comprensión las podemos dividir en tres partes:
1) ¿Qué dones trae el Resucitado
para la comunidad? "¡La paz esté con ustedes!... les mostró sus manos y su
costado… Reciban el Espíritu Santo… como el Padre me envió así les envío…” (Jn 20,19-23).
2) ¿Cómo pueden llegar a creer en
Jesús glorificado? ¿Ver para creer como Tomas o creer para ver como Jesús exhorta
al final a Tomas? (Jn 20,24-29) El mismo Señor glorificado conduce a la fe
pascual al incrédulo.
3) ¿Qué pretende suscitar la
proclamación del Evangelio, en cuanto anuncio de los signos del Resucitado para
las personas y comunidades de todos los tiempos? (Jn 30-31). En estos dos
versículos el cuarto evangelio se presenta a Jesús como un camino de fe: “Para
que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo en su Nombre,
tengan Vida y vida eterna”.
Primera parte: Primer encuentro con la
comunidad reunida (Jn 20,19-23)
Ese mismo día –el primero de la
semana- por la mañana, María Magdalena les había comunicado: “He visto al
Señor” (Jn 20,18). Ahora, al atardecer
(Jn 20,19), es el mismo Jesús quien viene donde los discípulos y se deja ver
por los once. Jesús los encuentra con la puerta cerrada. Todavía están en el
sepulcro del miedo y no están participando de su nueva vida (Jn 20,19). Notemos
lo que va sucediendo en la medida en que Jesús se manifiesta en medio de la
comunidad:
1) Jesús se pone en medio: “Se
presentó en medio de ellos” (Jn 20,19).
Lo primero que hace Jesús es
mostrarles que lo tienen a él, vivo, en medio de ellos, y su presencia los
llena de paz y alegría. En un mundo que les infunde miedo, ellos tienen en
medio al vencedor del mundo. Recordemos que la última palabra de su enseñanza
cuando se despidió de ellos fue: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz
en mí. En el mundo tendrán tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo”
(Jn 16,33).
2) Jesús les da la paz: “Y les
dijo: La paz con ustedes” (Jn 20,19)
El don primero y fundamental del
Resucitado es la paz. Tres veces en este pasaje del evangelio se repite el
saludo: “Paz este con Uds.” (Jn 20,19.21.26) Jesús les había prometido esa paz
que el mundo no puede dar (Jn 14,27).
Ahora, en el tiempo pascual, cumple su palabra porque está en el Padre y
porque ha vencido al mundo (Jn 16,33). Esta victoria de Jesús es el fundamento
de la paz que él ofrece. Y, si bien Jesús no pretende eximir a sus discípulos
de las aflicciones del mundo (Jn 16,33), ciertamente su intención es darles
seguridad, serenidad y confianza en medio de ellas.
3) Jesús les muestra las llagas
de sus manos: “Dicho esto, les mostró las manos...” (Jn 20,20)
El Resucitado no sólo habla de
paz, sino que se legitima delante de sus discípulos, dándole un fundamento
sólido a su palabra. Para ello les muestra sus llagas. Los discípulos aprenden entonces que el que
está vivo delante de ellos es el mismo Jesús que murió en la Cruz: el
Resucitado es el Crucificado (Jn 12,24). Mostrar las llagas tiene doble
connotación en la comunidad: 1) es una expresión de su victoria sobre la
muerte; es como si nos dijera: “Mira he vencido”. 2) Es un signo de su inmenso
amor, un amor que no retrocedió a la hora de dar la vida por los amigos (Jn
15,13); y es como si nos dijera: “Mira cuánto te he amado, hasta dónde llega mi
amor por ti” (I Jn 4,8). El Resucitado estará siempre lleno de esta victoria y
de este amor que se nos revela tras la Cruz.
En otras palabras, en el Resucitado permanece para siempre el increíble
amor del Crucificado (Jn 14,18).
4) Jesús les muestra la herida
del pecho: “...y el costado” (Jn 20,20)
Jesús les muestra las llagas de
los clavos y también su pecho traspasado por la lanza. De esa herida había fluido sangre y agua
cuando estuvo en la Cruz. Por lo tanto el gesto nos remite a lo que observó el
Discípulo Amado cuando estuvo al pie de la Cruz: “Uno de los soldados le
atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn
19,33). La herida del costado de Jesús permanece para siempre en el cuerpo del
Resucitado como una prueba de que él es la fuente de la verdad y vida (Jn
7,38-39), esa vida nos hace nacer de nuevo en el Espíritu Santo en los
sacramentos (Jn 3,5).
5) Los discípulos, finalmente,
reaccionan con una inmensa alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al
Señor” (Jn 20,20)
La alegría pascual había sido una
promesa de Jesús antes de su muerte: “Estarán tristes, pero su tristeza se
convertirá en gozo... Uds. están tristes ahora, pero volveré a verlos y se
alegrará su corazón y su alegría nadie les podrá quitar” (Jn 16,20.22). Así,
pues, cuando los discípulos “ven” a Jesús, la promesa se convierte en
realidad. Jesús resucitado es el
fundamento indestructible de la paz y la fuente inagotable de la alegría. En
fin, el Resucitado viene y se deja ver. Contemplar al Resucitado es
experimentar el amor sin límite ni medida del Crucificado, participar de su
victoria sobre la muerte y recibir plenamente el don de su vida. Cuanto más comprendan esto los discípulos,
mucho más se llenarán de paz y de alegría.
Jesús Resucitado es el fundamento de la paz y la fuente de la alegría. La
experiencia de vida del Resucitado que lleva a la comunidad a hacer propia la
victoria de Jesús sobre la Cruz, tiene enseguida consecuencias: ella es enviada
con la misma misión, vida y autoridad de Jesús resucitado. De esta manera Jesús
les abre las puertas a los discípulos encerrados por el miedo y los lanza al
mundo con una nueva identidad y como portadores de sus dones (Aquí nace el
Kerigma apostólico). Veamos:
1) Los discípulos reciben la
misma misión de Jesús: “Como el Padre me envió, así también los envío yo” (Jn
20,21)
Jesús les transmite la paz a sus
discípulos por segunda vez y conecta este don con la misión que les confía.
Quien participa de la misión de Jesús, también participa de su destino de Cruz,
por eso los misioneros pascuales deben estar arraigados en la paz de Jesús.
Jesús envía a sus discípulos al mundo con plena autoridad (“Yo les envío”), así
como el Padre lo envió a Él (Jn 17,18).
En la pascua se participa de la vida del Verbo encarnado (Jn 1,14) y una
forma concreta de participar de su vida es continuar su misión en el
mundo. Como se ve enseguida, el Espíritu
Santo es también el principio creador de la misión.
2) Los discípulos reciben la
misma vida de Jesús: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el
Espíritu Santo” (Jn 20,22). Para que la misión sea posible, los discípulos
deben estar revestidos del Espíritu Santo (Mt 22,12). Cuando Jesús sopla el Espíritu Santo sobre
ellos los hace “hombres nuevos” (Jn 3,8).
El mismo Jesús de cuyo costado herido por la lanza brotó el agua que es
símbolo del Espíritu Santo (Jn 7,39), él mismo –como en el día de la
creación- infunde en los discípulos el
“Ruah”, esto es, el “Soplo vital” de Dios (Jn 20,22). Los discípulos resucitan
y pasan propiamente a ser apóstoles de Jesús. El resucitado les da una vida
nueva que no pasará nunca, su misma vida de resucitado, esa vida que tiene en
común con el Padre. Ahora el temor se acabó y los apóstoles proclaman abiertamente
la verdad: “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes
realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos
conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la
previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio
de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la
muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).
3) Los discípulos reciben la
misma autoridad de Jesús: “A quienes perdonen los pecados les quedan
perdonados...” (Jn 20,23). El Resucitado envía a los discípulos con plena
autoridad para perdonar pecados. El
perdón de los pecados es acción del Espíritu, porque ser perdonado es dejarse
crear por Dios. Es así como en la Pascua se realizan plenamente las palabras
que Juan Bautista dijo acerca de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo” (Jn 1,29). Quien
acoge a Jesús resucitado, experimenta su salvación, sus pecados son perdonados
y entra en la comunión con Dios (Jn 5,24). Los discípulos pueden ser rechazados
en la misión. En realidad, el rechazo del evangelizador no es un rechazo de él
sino de Jesús que fue quien lo envió (Jn 20,21). Y el rechazo de Jesús es el
rechazo de su obra pascual, el negarse una vida en paz y alegría, porque el
pecado es conflicto interno y tristeza continua (Lc 10,16). Por eso, cuando hay “obstinación” ante el
mensaje pascual de los discípulos, ellos pueden “retener los pecados”, que en
realidad es “retener el perdón”. Por tanto, el que se opone a creer en el
resucita esta condenado a permanecer en la tumba de la muerte: “El que cree en él, no es condenado; el que no
cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios” (Jn 3,18). La comunidad de los seguidores de Jesús queda consagrada para
la misión de vida nueva. Por eso la Iglesia es por su naturaleza propia:
misionera (Mc 16,15).
Segunda parte: El nacimiento
de la fe en el corazón del incrédulo Tomás (Jn 20,24-29)
El apóstol Tomás, ausente en el
primer encuentro con el Resucitado, rechaza el testimonio de los otros
discípulos (“Hemos visto al Señor”, Jn 20,24), no confía en ellos, porque los
considera víctimas de una alucinación colectiva. Él exige ver a Jesús
personalmente para constatar que se trata del mismo Jesús que conoció
terrenalmente, con las cicatrices de los clavos y la herida de lanza (Jn
20,24-25). Y el Señor acepta el desafío de Tomás. Jesús no rechaza su solicitud
sino que, contrariamente a lo que se podría esperar, le concede lo pedido. Pero si bien mediante el contacto con sus
llagas lo conduce a la fe, una fe nunca antes vista, Jesús recalca que la
verdadera fe que merece bienaventuranza es de los que creen sin haber visto.
Por propia iniciativa se va hasta
donde está Tomás, Jesús le muestra las marcas de su muerte y de su amor: “No
seas incrédulo sino creyente”(Jn 20,27), es decir, le hace sentir que lo ama y
que al dar la vida por él, Jesús es la fuente de su salvación. Al mostrarle las
llagas responde plenamente a la pregunta que Tomás le hizo en el ambiente de la
última cena: esas llagas son el camino de la resurrección, la verdad de un Dios
que lo ama y lo Salva, y la fuente de la vida nueva.
Tomas reacciona (pasa de la
muerte a la vida) con una altísima confesión de fe, como ninguno antes que él:
“¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28).
Tomás se demoró más que todos los demás para llegar a la fe, pero cuando
llegó los sobrepasó a todos. Cuando dice “Señor mío”, Tomás está reconociendo
que con su resurrección Jesús ha mostrado que es verdadero Dios, ya que “Señor”
es la forma como la Biblia griega lee el nombre de “Yahveh”. Por tanto Jesús es
Dios así como Dios Padre: con la resurrección Él ha entrado en la posesión de
la gloria divina, la gloria que tenía en el Padre antes de la creación del
mundo (Jn 17,5.24). Cuando dice “Mío”, Tomás se somete a su voluntad y se abre
a la acción de su mano poderosa.
Esta relación con Jesús, basada
en su Señorío, tiene validez porque Jesús es Dios. Por eso lo acepta como “¡Mi
Dios!”. Tomás reconoce a Jesús como el
mismo Dios en persona que se acerca a cada hombre en su realidad histórica para
salvarlo dándole vida en abundancia.
Para Tomás, todo lo que Jesús obra como Señor, en realidad es lo que
Dios obra. En el corazón del discípulo incrédulo se enciende entonces la llama
de una fe profunda que supera la de los demás. Tomás comprende que al resucitar
de entre los muertos, el Maestro ha demostrado de forma clara y contundente que
Él es el Señor Dios, como Yahvéh, soberano de la vida y de la muerte.
3. El evangelio como signo
permanente que invita a la fe pascual (Jn 20,30-31). La voz pasa de Jesús a la
del evangelista Juan quien dialoga directamente con nosotros. Si leemos estos
versículos en conexión con Jn 20,29, notaremos enseguida la continuidad. Jesús
pronunció la bienaventuranza del “creer”, pero no dejó claro con base en qué se
daría este “creer”. Ahora Juan nos dice
que el “creer” está basado en el “testimonio pascual”, y dicho testimonio llega
a nosotros por medio del evangelio escrito y por la predicación de la Iglesia
que le da viva voz y la actualiza. Los signos “escritos” (Jn 20,30-31) hacen
referencia al itinerario de la fe propio del evangelio de Juan: sus siete
signos reveladores transversales, las tres pascuas de Jesús y sobre todo el
relato de la Pasión-gloriosa del Maestro. Por esta razón termina diciendo que
redactó su evangelio precisamente con este fin: que los lectores de su libro
crean que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (Jn 20,30-31). La fe en el mesianismo divino de Jesús se
alimenta de la meditación de los signos realizados por el Señor, entre los
cuales el más estrepitoso consiste en su resurrección de entre los muertos al
tercer día (Jn 2,18), precisamente allí donde nos comunicó su misma vida.
Recordemos aquella escena en que
Jesús dijo a los judíos: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré
a levantar… Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús
resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la
Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,19-22). Los discípulos de
Emaús se asombraron y dijeron: “¿Con razón, no nos ardía el corazón cuando Él
nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32). San Pablo por su parte dice: “Si se anuncia
que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que
los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si
Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes…
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no
resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. En
consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre… Pero
no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte
vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la
resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos
revivirán en Cristo” (I Cor 15,12-22).
Proclamación del Santo Evangelio
según San Juan 20, 1-9:
El primer día de la semana, de
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio
que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo
salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo
corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las
vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y
entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y también el sudario que había
cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar
aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él
vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía
resucitar de entre los muertos. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Amigos en el Señor resucitado Paz
y Bien.
Si queremos ser parte del triunfo
de Jesús sobre la muerte, tenemos que pasar de la muerte a la vida. Jesús nos había
dicho adelantándose a esta escena lo siguiente: “El que escucha mi palabra y cree
en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino
que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Y el mismo Resucitado dijo
a Tomas: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela
en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20,27). En la
parte final del evangelio de hoy hemos leído: “Todavía no habían comprendido
que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). De
modo que, el Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos titular con
este anuncio: DE INCRÉDULOS A CREYENTES. Recordemos la cita que trae el
evangelista San Lucas: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está
aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea:
el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser
crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7).
“Sabiendo que el Padre había
puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios
volvía” (Jn 13,3). “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y
vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios
no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El
hijo tiene la misión que Él mismo explica en estos términos a Nicodemo: “Tanto
amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no
muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). La misma
idea plantea usando la figura del pastor cuando explica a la gente en estos
termino: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en
abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas" (Jn
10,10-11). Y en tercera persona es más enfático y directo en decir: “Así como
Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre
será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”
(Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces
sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el
Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo
hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
En este Domingo de la pascua de
resurrección conviene reflexionar con detalles este episodio de (Jn. 20, 1-9):
En primer lugar: María Magdalena
descubre que la tumba está vacía (Jn 20,1-2).Notemos los movimientos de María
Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia
(La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando
todavía estaba oscuro” (Jn 20,1). Esta
acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por aquel que vio
morir en la cruz. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos
acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian
un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la
luz todas las cosas van dando poco a poco su forma. Así sucederá con la fe en el Resucitado:
habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y
comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado
e irradiará la gloria de su vida inmortal.
María una vez descubierta la
puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no
está porque no entró a la tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados,
apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (Jn 20,2). Esta
carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su
llanto junto a la tumba vacía (Jn 20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y
el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor
Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.
María confiesa a Jesús como
“Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han
puesto” (Jn 20,2). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es
el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá
diciendo: Jn 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús
y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el
Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.
En segundo lugar: Los dos
discípulos corren hacia la tumba vacía fuente de información de la Buena
noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos
a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento,
ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio
(que tiene sujeto comunitario: no sabemos). Notemos cómo las acciones de los
dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras
observaciones de María Magdalena.
“Se encaminaron al sepulcro” (Jn
20,3): La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio
prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a
Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Jn 1,42), quien confiesa la fe en nombre de
todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del
evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17). Por su parte el Discípulo Amado es el modelo
del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (Jn 13,23; 19,26;
21,7.20). El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta
el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra.
Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro. “Simón
Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió
su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (Jn 20,6-7).
Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un
poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba
doblado aparte en un solo lugar (Jn 20,7).
Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido
robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto
trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas. Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo
de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que
debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia
de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.
Desde luego que la tumba vacía y
las vendas no son una prueba de la resurrección, son simplemente un signo de
que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En
cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (Jn 20,8) “...que según la
Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9) El Discípulo
Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que
éste no dio: cree en la resurrección de Jesús. La constatación de simples
detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el
orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más
para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “Dichosos
los que creen sin haber visto” (Jn 20,29).
El Discípulo Amado vio y creyó en
la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (Jn 20,9). Esto ya se había
anunciado en Juan 2,22. Aquí el
evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco
ningún anuncio por parte de Jesús. Pero
queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos
implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó
del hecho (Jn 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el
“creer” (Jn 20,8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del
capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos,
para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no
han visto y han creído” (Jn 20,29). ¿Qué hace falta para pasar de incrédulo a
creyente? Recordemos lo que ya nos había dicho Jesús: “Todavía tengo muchas
cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el
Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad” (Jn 16,12-13).
Nos había dicho también que: “Si
cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi
gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15,10-11). Pues bien,
ahora; la búsqueda amorosa del Señor se convierte en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una
experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como
este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no
se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de
amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que
ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a
Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra
vida.
“Cuando Jesús resucitó, sus
discípulos recién recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la
Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22). Es decir, la
experiencia del resucitado tiene que ser como aquella escena descrita: “Con razón,
no nos ardía el corazón cuando Él nos hablaba en el camino y nos explicaba las
escrituras?” (Lc 24,32). Y asi, ahora podemos dar una mirada hacia atrás desde
la pasión, muerte y resurrección del Señor con nueva visión. Así podremos recordar
aquellas palabras: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre,
entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo
que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo,
porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además los milagros que
hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra, y Jesús,
levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo
sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que
crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte:
«¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con
vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que
pueda caminar” (Jn 11,41-44).
La gran prueba de la divinidad de
Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día
resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la
resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no
murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo
murió en la cruz y resucito:
1) Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn
19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a
rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les
partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle
las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al
quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma
oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto
y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy
acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto. En
opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.
2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto. (Mc 15,44-45):
Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse
el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y
no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto.
Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José
de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los
familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para
darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto para las
autoridades cuando conceden permiso a José de Arimatea para que se lleven el cadáver
de Jesús.
3) Para los ENEMIGOS, Cristo
estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que les costó
llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el
cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo
había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que
nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a
la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).
¿Cómo los fariseos iban a dejar
que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar
la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar
a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y
que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole
con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al
pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les
permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la
historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a
Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los
fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los
fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque
Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.
4) Para los AMIGOS, Jesús está
muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo
en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza
de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en
la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si
hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en
la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan
estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y
se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer
todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de
las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo
estaba totalmente muerto en la cruz.
¿Por qué es importante que Jesús
muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones
trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de
verdad y sufrió de verdad y si murió de
verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto Jesús
entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces resucitó. Y
Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo Jesús es
verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).
Si murió Jesús; ¿Dónde está el
cuerpo de Jesús el crucificado? No está en la tumba y si no está en la tumba
solo cabe dos posibilidades: O Robaron el cuerpo o Resucitó como Él mismo ya lo
había dicho (Mc 10,33). Si robaron el cuerpo del Señor ¿Quién o quiénes
pudieron robar? solo dos posibilidades: O los enemigos o los amigos, porque a
otras personas no les interesa el cuerpo del crucificado. Luego si los enemigos
robaron, sin duda que lo mostrarían el cuerpo del crucificado porque se
alborotó mayor escándalo al ser proclamado por los apóstoles que Jesús resucitó
(Hch 2,36). Los enemigos no lo mostraron el cuerpo, por tanto no robaron los
enemigos. Pero tampoco robaron los amigos o los discípulos porque nadie daría
la vida por una mentira. Si los apóstoles dan su vida por una verdad: Que Jesús
si resucitó. Porque nadie da su vida por una mentira. Por tanto Jesús si
resucitó: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!"
(Lc 24,34).
Proclamamos la Pasión de
Jesucristo según San Lucas en el Capítulo 23, 1-49 (Lectura abreviada)
Levantándose todos ellos, le
llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste
alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo
que él es Cristo Rey.» Pilato le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» El
le respondió: «Sí, tú lo dices.» Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la
gente: «Ningún delito encuentro en este hombre.» Pero ellos insistían diciendo:
«Solivianta al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó,
hasta aquí.» Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo. Y, al
saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por
aquellos días estaba también en Jerusalén. Cuando Herodes vio a Jesús se alegró
mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él,
y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera. Le preguntó con mucha
palabrería, pero él no respondió nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes
y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes, con su guardia,
después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le
remitió a Pilato. Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes
estaban enemistados.
Pilato convocó a los sumos
sacerdotes, a los magistrados y al pueblo y les dijo: «Me han traído a este
hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de Uds y
no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusan. Ni
tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la
muerte. Así que le castigaré y le soltaré.» Toda la muchedumbre se puso a
gritar a una: «¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!» Este había sido encarcelado
por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato. Pilato les habló de nuevo,
intentando librar a Jesús, pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícale,
crucifícale!» Por tercera vez les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho éste? No
encuentro en él ningún delito que merezca la muerte; así que le castigaré y le
soltaré.» Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y
sus gritos eran cada vez más fuertes. Pilato sentenció que se cumpliera su
demanda. Soltó, pues, al que habían pedido, el que estaba en la cárcel por
motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su voluntad. Cuando le llevaban,
echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron
la cruz para que la llevará detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del
pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas,
dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por uds y por sus
hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las
entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a
decir a los montes: ¡Caigan sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cúbranos! Porque
si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» Llevaban además otros
dos malhechores para ejecutarlos con él. Llegados al lugar llamado Calvario, le
crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» Se
repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los
magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si
él es el Cristo de Dios, el Elegido.» También los soldados se burlaban de él y,
acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos,
¡sálvate!» Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.»
Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues
¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no
temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos
lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.» Y
decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo
te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
Era ya cerca de la hora sexta
cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora
nona. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito,
dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho esto, expiró. Al ver el
centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre
era justo.» Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver
lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho. Estaban a distancia, viendo
estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde
Galilea”. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz
y Bien.
Con la celebración del domingo de
ramos iniciamos la semana santa y tiene varias escenas, desde el día más oscuro
(Viernes Santo) como el día más claro (Domingo de Pascua). En resumidas cuentas
¿Qué significa la semana santa? Todo pensamiento que podemos decir, queda
insuficiente ante el misterio y silencio de Jesús en la cruz. Ya el profeta Isaías
hace 7 siglos, antes de la escena de la pasión del Señor anuncio: “Todos
andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor
hizo recaer sobre él (Hijo) las iniquidades de todos nosotros. Al ser
maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado
al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca.
Fue detenido y juzgado injustamente, y, ¿quién se preocupó de su suerte? Porque
fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi
pueblo” (Is. 53,7-58).
El salmista clama viendo esta
escena de la pasión del Señor: “Mis enemigos me han rodeado como toros, como
bravos toros de Basán; rugen como leones feroces, abren la boca y se lanzan
contra mí. Soy como agua que se derrama; mis huesos están dislocados. Mi
corazón es como cera que se derrite dentro de mí. Tengo la boca seca como una
teja; tengo la lengua pegada al paladar. ¡Me has hundido hasta el polvo de la
muerte! Como perros, una banda de malvados me ha rodeado por completo; me han desgarrado
las manos y los pies. ¡Puedo contarme los huesos! Mis enemigos no me quitan la
vista de encima; se han repartido mi ropa entre si y sobre ella echan suertes”
(Slm 21,19). Con muchos pasajes podemos buscar su real dimensión de la pasión del
Señor, incluso el mis Señor dirá resumiendo todo el A.T: “Estas profecías que
acaban de oír, hoy se cumplen”(Lc 4,21).
En este relato de la pasión del
Señor, es tan cierto como el Profeta lo predijo: “Al ser maltratado, se
humillaba y ni siquiera abría su boca. Como un cordero llevado al matadero, como
una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca para su defensa” (Is
53,7). Donde solo hablan los hombres y tan cierto que Jesús guarda silencio. Pero
con la poca fuerza que le queda, sólo alguna que otra palabra pronuncia, no en
su defensa, sino manifestando su amor incluso a sus verdugos. Esas que llamamos
las siete palabras. Lucas pone en boca de Jesús tres palabras: La del perdón
(Lc 23,34), la de la promesa al buen ladrón (Lc 23,43) y la entrega de su
espíritu en manos del Padre (Lc 23,46). Lucas trae un detalle: la muerte de
Jesús está sellada con la confesión de fe del Centurión Romano, un pagano que
reconoce a Dios en la Cruz por ver el modo como muere (Lc.23,47).
Las tres Palabra citadas en la pasión,
relatadas por Lucas son de doble dimensión: divinas y humanas. Divinas porque
sólo Dios puede olvidarse de sí mismo y de sus sufrimientos para seguir
pensando en el hombre. Sólo Dios puede morir perdonando, que es el mejor oficio
de Dios. Y sólo Dios es capaz de abrir a la esperanza de la salvación a un
facineroso que muere a su lado. Morir regalando esperanza. Y sólo Él es dueño
de la muerte. Por eso sólo Él es capaz de vencer a la muerte (Jn 11,25)
entregando voluntariamente su espíritu en las manos del Padre (Lc 23,46). Son también,
palabras profundamente humanas. Revelan la gran sensibilidad de Jesús hacia el
dolor de los demás (Lc 23,43). Revelan que se puede morir olvidándose de su
muerte para dedicar sus últimos momentos a quienes están necesitados de perdón
y de esperanza (Lc 23,34). Por eso mismo, la Semana Santa no podemos vivirla
sin sentirnos solidarios con los demás (Mc 12,28). La Semana Santa es un
diálogo con Dios y con los hombres, un compromiso con Dios y con los hombres.
Porque es la gran semana del amor (Jn 13,34).
¡QUÉ DIFICIL ES CREER EN UN DIOS QUE SE DEJA
MORIR! (Lc 23,46)
¿Qué Dios se nos manifiesta en la
Semana definitiva de la Pasión? Un Dios, para muchos, un tanto extraño, un Dios
que no responde a nuestras expectativas. Pues a nosotros nos encanta un Dios que
lo sabe todo, lo puede todo. En la Pasión Dios se nos revela con un rostro
totalmente diferente. Es el Dios débil, del que los hombres pueden hacer lo que
les viene en gana: prenderlo, juzgarlo, condenarlo y crucificarlo. Aquí no hay
nada de grandeza humana, lo único que hay es debilidad: “Pero yo no soy un
hombre, sino un gusano; ¡soy el hazmerreír de la gente!” (Slm 21,7) . Un Dios
que, hasta los soldados y criados, se permiten el lujo de escupirle en la cara,
darle de bofetadas, y convertirlo en objeto de diversión y burla. ¿A esto se ha
reducido Dios? ¿Es posible que Dios se haya podido empequeñecer más? Un Dios
víctima de todos. Todos tienen derecho a jugar con él. El único que carece de
derechos es él.
¿Qué tipo de Dios tenías en la
mente? El Dios de la Pasión es el Dios débil y de los débiles, crucificado y de
los crucificados, el Dios que calla y sufre en el silencio, mientras todos
vociferan y piden a gritos su condena. Sin embargo, todo eso no es sino el
ropaje con el que se reviste Dios porque, por dentro, la realidad es otra. El
Dios de la Pasión es el Dios que encarna los valores del Reino. El Dios que se
sale del sistema humano(Razón) y anuncia un sistema nuevo(Fe y amor). Se sale
del sistema de la fuerza y el poder y proclama el sistema del amor y la
solidaridad y la fraternidad. El Dios que se comparte a sí mismo con los
débiles y ofrece la esperanza a los débiles. El Dios que no ama el dolor, pero
que es capaz de convertirlo en expresión de amor y de vida. Un Dios que,
colgado en la Cruz, es capaz de olvidarse de sí mismo y escucha y atiende las
súplicas de un crucificado que se desangra a su lado.
Hoy, propios y extraños nos
preguntamos: ¿qué hace un Dios colgado de la Cruz? ¿No parece el mayor absurdo
humano? Pues lo único que hace Dios colgado de la Cruz es hacernos entender
cuánto Dios nos ama, perdonar, salvar, dar su vida por ti. Dar la vida por los
demás, dar su vida para que otros vivan, puede ser un absurdo humano, pero es
la sabiduría divina. Con razón dijo san Pablo: “El mensaje de la cruz es una
locura para los que están en camino de perdición, pero para los que están en
camino de salvación es fuerza de Dios. Porque está escrito: Destruiré la
sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está
el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el docto sutil de este mundo? ¿Acaso
Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad? En efecto, ya
que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que
manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la
predicación. Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de
sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo
para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para
los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios
es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más
fuerte que la fortaleza de los hombres” (I Cor 1,18-25).
En resumidas cuentas, la escena
de la pasión del Señor no s sino la manifestación del amor de Dios en su Hijo a
la humanidad y la concreción y manifestación del Hijo que nos enseña por su palabra
y ahora por su testimonio: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente
por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al
contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale
también la otra” (Mt 5,38-39).