sábado, 19 de marzo de 2016

DOMINGO DE RAMOS - C (20 de marzo de 2016)


DOMINGO DE RAMOS - C

Proclamamos la Pasión de Jesucristo según San Lucas en el Capítulo 23, 1-49 (Lectura abreviada)

Levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey.» Pilato le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» El le respondió: «Sí, tú lo dices.» Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: «Ningún delito encuentro en este hombre.» Pero ellos insistían diciendo: «Solivianta al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó, hasta aquí.» Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo. Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también en Jerusalén. Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera. Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada.

Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato. Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados.

Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo y les dijo: «Me han traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de Uds y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusan. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré.» Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: «¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!» Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato. Pilato les habló de nuevo, intentando librar a Jesús, pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícale, crucifícale!» Por tercera vez les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho éste? No encuentro en él ningún delito que merezca la muerte; así que le castigaré y le soltaré.» Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y sus gritos eran cada vez más fuertes. Pilato sentenció que se cumpliera su demanda. Soltó, pues, al que habían pedido, el que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su voluntad. Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevará detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por uds y por sus hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caigan sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cúbranos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él. Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.» También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!» Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.» Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho esto, expiró. Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.» Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho. Estaban a distancia, viendo estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea”. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Con la celebración del domingo de ramos iniciamos la semana santa y tiene varias escenas, desde el día más oscuro (Viernes Santo) como el día más claro (Domingo de Pascua). En resumidas cuentas ¿Qué significa la semana santa? Todo pensamiento que podemos decir, queda insuficiente ante el misterio y silencio de Jesús en la cruz. Ya el profeta Isaías hace 7 siglos, antes de la escena de la pasión del Señor anuncio: “Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él (Hijo) las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y, ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo” (Is. 53,7-58).
El salmista clama viendo esta escena de la pasión del Señor: “Mis enemigos me han rodeado como toros, como bravos toros de Basán; rugen como leones feroces, abren la boca y se lanzan contra mí. Soy como agua que se derrama; mis huesos están dislocados. Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mí. Tengo la boca seca como una teja; tengo la lengua pegada al paladar. ¡Me has hundido hasta el polvo de la muerte! Como perros, una banda de malvados me ha rodeado por completo; me han desgarrado las manos y los pies. ¡Puedo contarme los huesos! Mis enemigos no me quitan la vista de encima; se han repartido mi ropa entre si y sobre ella echan suertes” (Slm 21,19). Con muchos pasajes podemos buscar su real dimensión de la pasión del Señor, incluso el mis Señor dirá resumiendo todo el A.T: “Estas profecías que acaban de oír, hoy se cumplen”(Lc 4,21).

En este relato de la pasión del Señor, es tan cierto como el Profeta lo predijo: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca. Como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca para su defensa” (Is 53,7). Donde solo hablan los hombres y tan cierto que Jesús guarda silencio. Pero con la poca fuerza que le queda, sólo alguna que otra palabra pronuncia, no en su defensa, sino manifestando su amor incluso a sus verdugos. Esas que llamamos las siete palabras. Lucas pone en boca de Jesús tres palabras: La del perdón (Lc 23,34), la de la promesa al buen ladrón (Lc 23,43) y la entrega de su espíritu en manos del Padre (Lc 23,46). Lucas trae un detalle: la muerte de Jesús está sellada con la confesión de fe del Centurión Romano, un pagano que reconoce a Dios en la Cruz por ver el modo como muere (Lc.23,47).

Las tres Palabra citadas en la pasión, relatadas por Lucas son de doble dimensión: divinas y humanas. Divinas porque sólo Dios puede olvidarse de sí mismo y de sus sufrimientos para seguir pensando en el hombre. Sólo Dios puede morir perdonando, que es el mejor oficio de Dios. Y sólo Dios es capaz de abrir a la esperanza de la salvación a un facineroso que muere a su lado. Morir regalando esperanza. Y sólo Él es dueño de la muerte. Por eso sólo Él es capaz de vencer a la muerte (Jn 11,25) entregando voluntariamente su espíritu en las manos del Padre (Lc 23,46). Son también, palabras profundamente humanas. Revelan la gran sensibilidad de Jesús hacia el dolor de los demás (Lc 23,43). Revelan que se puede morir olvidándose de su muerte para dedicar sus últimos momentos a quienes están necesitados de perdón y de esperanza (Lc 23,34). Por eso mismo, la Semana Santa no podemos vivirla sin sentirnos solidarios con los demás (Mc 12,28). La Semana Santa es un diálogo con Dios y con los hombres, un compromiso con Dios y con los hombres. Porque es la gran semana del amor (Jn 13,34).

 ¡QUÉ DIFICIL ES CREER EN UN DIOS QUE SE DEJA MORIR! (Lc 23,46)

¿Qué Dios se nos manifiesta en la Semana definitiva de la Pasión? Un Dios, para muchos, un tanto extraño, un Dios que no responde a nuestras expectativas. Pues a nosotros nos encanta un Dios que lo sabe todo, lo puede todo. En la Pasión Dios se nos revela con un rostro totalmente diferente. Es el Dios débil, del que los hombres pueden hacer lo que les viene en gana: prenderlo, juzgarlo, condenarlo y crucificarlo. Aquí no hay nada de grandeza humana, lo único que hay es debilidad: “Pero yo no soy un hombre, sino un gusano; ¡soy el hazmerreír de la gente!” (Slm 21,7) . Un Dios que, hasta los soldados y criados, se permiten el lujo de escupirle en la cara, darle de bofetadas, y convertirlo en objeto de diversión y burla. ¿A esto se ha reducido Dios? ¿Es posible que Dios se haya podido empequeñecer más? Un Dios víctima de todos. Todos tienen derecho a jugar con él. El único que carece de derechos es él.

¿Qué tipo de Dios tenías en la mente? El Dios de la Pasión es el Dios débil y de los débiles, crucificado y de los crucificados, el Dios que calla y sufre en el silencio, mientras todos vociferan y piden a gritos su condena. Sin embargo, todo eso no es sino el ropaje con el que se reviste Dios porque, por dentro, la realidad es otra. El Dios de la Pasión es el Dios que encarna los valores del Reino. El Dios que se sale del sistema humano(Razón) y anuncia un sistema nuevo(Fe y amor). Se sale del sistema de la fuerza y el poder y proclama el sistema del amor y la solidaridad y la fraternidad. El Dios que se comparte a sí mismo con los débiles y ofrece la esperanza a los débiles. El Dios que no ama el dolor, pero que es capaz de convertirlo en expresión de amor y de vida. Un Dios que, colgado en la Cruz, es capaz de olvidarse de sí mismo y escucha y atiende las súplicas de un crucificado que se desangra a su lado.


Hoy, propios y extraños nos preguntamos: ¿qué hace un Dios colgado de la Cruz? ¿No parece el mayor absurdo humano? Pues lo único que hace Dios colgado de la Cruz es hacernos entender cuánto Dios nos ama, perdonar, salvar, dar su vida por ti. Dar la vida por los demás, dar su vida para que otros vivan, puede ser un absurdo humano, pero es la sabiduría divina. Con razón dijo san Pablo: “El mensaje de la cruz es una locura para los que están en camino de perdición, pero para los que están en camino de salvación es fuerza de Dios. Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el docto sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad? En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (I Cor 1,18-25). 

En resumidas cuentas, la escena de la pasión del Señor no s sino la manifestación del amor de Dios en su Hijo a la humanidad y la concreción y manifestación del Hijo que nos enseña por su palabra y ahora por su testimonio: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,38-39).

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