jueves, 13 de marzo de 2025

DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA – C (23 de Marzo de 2025)

 DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA – C (23 de Marzo de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 13,1-9:

13:1 En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.

13:2 Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?

13:3 Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

13:4 ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

13:5 Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".

13:6 Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.

13:7 Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?"

13:8 Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.

13:9 Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). “Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” ( Ez 36,25-26).

“Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera” (Lc 13,3). "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala" (Lc 13,7). Como se ve, el evangelio de hoy nos ilustra dos temas que a su vez son complementarias: La conversión (Lc 13, 1-5) y los frutos (Lc 13,6-9). El tema en referencia tiene mayor explicación en este episodio: “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt7,16-19).

El tiempo de la cuaresma es tiempo de convertirnos, del árbol malo al árbol bueno y los frutos son el único indicativo que pone de manifiesto si ya somos árbol bueno porque dejamos ser árbol malo. En este contexto conviene traer a colación la parábola siguiente: “Así como se arranca la cizaña (árbol malo) y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos (árbol bueno) resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).

"¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos morirán de la misma manera” (Lc 13,2-3).

El Señor empezó con una llamada a la conversión en el inicio de su predicación: “Se ha cumplido el tiempo y esta cerca el Reino de Dios; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc. 1, 15) Más adelante irá explicando las características del Reino, pero desde un principio se advierte que hace falta una postura nueva de la mente para poder entender el mensaje de salvación. Pone a los niños como ejemplo de la meta a que hay que llegar. Hay que «hacerse como niños» o «nacer de nuevo», como dirá a Nicodemo (Jn. 3, 4) La conversación con la mujer samaritana es un ejemplo práctico de cómo se llama a una persona a la conversión. A Zaqueo también lo llama a cambiar de vida, a convertirse. Lo mismo hará con otros muchos.

Cuando Jesús fue a bautizarse al Jordán, Juan le dijo: «Yo necesito ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?» (Mt. 3, 14) Más adelante dirá de Jesús: «He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn. 1, 29) San Juan Bautista no tenía el poder de perdonar los pecados, sino solamente predicaba la conversión y la penitencia preparando el camino del Señor. Como fruto de su labor serán muchos los que escucharán la doctrina de Cristo. Los dos primeros discípulos de Jesucristo serán dos discípulos de San Juan Bautista: Juan y Andrés. Además de estos discípulos primeros, muchos otros discípulos de Juan fueron tras Jesús. Juan se llenó de alegría, añadiendo: «Conviene que El crezca y yo disminuya» (Jn. 3, 30).

La conversión exige que se dé primero un arrepentimiento del pecado: El pecado mortal hunde sus raíces en la mala disposición del amor y del corazón del hombre, se sitúa en una actitud de egoísmo y cerrazón, se proyecta en una vida construida al margen de los mandamientos de Dios. El pecado mortal supone un fallo en lo fundamental de la existencia cristiana y excluye del Reino de Dios. Este fallo puede expresarse en situaciones, en actitudes o en actos concretos.

Convertirse es, en definitiva, cambiar de actitud, tomar otro camino (Lc 15,17). Es una vuelta a Dios, del que el hombre se aparta por la mala conducta, por las malas obras, es decir, por el pecado. Esa vuelta a Dios, que es fruto del amor, incluirá también una nueva actitud hacia el prójimo, que también ha de ser amado.

EL REINO DE DIOS COMIENZA CON LA CONVERSIÓN PERSONAL: Para entrar en el Reino de los Cielos es preciso renacer del agua y del Espíritu (Jn 3,5); de esta manera anunció Jesús a Nicodemo el comienzo del Reino de Dios en el alma de cada hombre. Para esta nueva vida Dios envía su gracia. La conversión unas veces será de un modo fulgurante y rápido, casi repentina; otras, de una manera suave y gradual; incluso, en ocasiones, sólo llega en el último momento de la vida. En las parábolas del Reino de los Cielos es muy frecuente que el Señor lo compare a una pequeña semilla, que crece y da fruto o se malogra. Con estos ejemplos indica que el Reino de Dios debe empezar por la conversión personal. Cuando un hombre se convierte, y es fiel, va creciendo en esa nueva vida; después va influyendo en los que le rodean. Así se desarrolla el Reino de Dios en el mundo. El camino que eligió Jesucristo fue predicar a todos la conversión, denunciar todas las situaciones de pecado e ir formando a los que se iban convirtiendo a su palabra

"Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?" (Lc 13,7).

Hay otras citas respecto a los frutos: “Cuídense de los falsos profetas, que vienen a Uds. con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconocerán” (Mt 7,15-20). Quizá lo primero que nos viene a la mente al pensar en esta frase del Señor es preguntarnos: ¿Qué frutos he dado en mi vida? Pero habría que preguntarnos antes ¿a qué tipo de fruto se refiere el Señor en esta frase?

La figura del árbol utilizada por el Señor es muy gráfica. Un árbol frutal hay que cuidarlo, regarlo, evitar que insectos o microorganismos lo infecten, cuidar que los pájaros no se coman los frutos, etc. De la misma manera, si nosotros queremos dar buenos frutos debemos cuidar de nosotros mismos: “regándonos” con la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración; evitando todo aquello nos “infecta”: las tentaciones, el pecado; cuidando que el demonio, el mundo y nuestro hombre viejo “se coman” nuestras buenas intenciones y resoluciones.

El Señor habla del fruto bueno y del fruto malo (Mt 12,33). Los frutos son las consecuencias visibles de nuestras opciones y actos. Si actuamos bien, tendremos buenos frutos, y eso será un indicativo de que lo que hacemos es de Dios, es parte de su Plan de Amor. Así, los frutos buenos señalan que nos estamos acercando más al Señor, y los frutos malos que nos alejamos de Él y de su Plan. Pero hay que señalar que la bondad del fruto no está relacionada necesariamente con el éxito material o personal, con la eficacia o algo similar. La bondad de los frutos a la que se refiere el Señor Jesús es el bien de la persona y las personas, la realización y plenitud. Así por ejemplo, cuando ayudo a un amigo(a), cuando me esfuerzo por hacer bien una responsabilidad o cuando estoy atento a las situaciones que me rodean para ayudar donde se me necesite estoy buscando dar frutos buenos y me acerco a Dios. Por el contrario, si por “flojera” no ayudo a mi amigo(a), cumplo mis responsabilidades dando el mínimo indispensable para que no llamen la atención o estoy encerrado en mí mismo haciendo sólo lo que “me conviene a mí”, entonces mi fruto será malo y me estaré alejando del Plan de amor que Dios tienen para mí.

  ¿CÓMO DAR BUEN FRUTO? «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). La clave para dar buen fruto está en permanecer en el Señor Jesús. Y permanecer en Él no es otra cosa que buscar ser otro Cristo: teniendo los mismos pensamientos, sentimientos y modos de obrar que el Señor. Debemos preguntarnos constantemente: ¿los pensamientos que tengo son los pensamientos que hubiera tenido el Señor? ¿Estos sentimientos que experimento son los que Jesús tendría? ¿Es mi acción como la de Cristo? Se trata pues de conformar toda mi vida con el dulce Señor Jesús; esforzarme por conocerlo leyendo los Evangelios, buscándolo en la oración, acudiendo a los sacramentos: particularmente en la Eucaristía y la Reconciliación.

El mejor fruto de nuestra conversión es la vida de santidad: “Yo soy Dios, el que los ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (I Pe 1,15). ¿Cómo lograr la santidad? “Santifíquense y sean santos; porque yo soy Yahveh, su Dios. Guardando mis preceptos y cumpliendo mis mandamientos. Yo soy Yahveh, el que los santifico” (Lv 20,7). “Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Pongan cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que ninguna raíz amarga retoñe ni los perturbe y por ella llegue a infectarse la comunidad” (Heb 12,14-15). “¿No saben que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?  Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad” (Gal 5,6-8).

¿ESTA O NO ESTA DIOS ENTRE NOSOTROS? Estas situaciones provocan preguntas y hasta acusaciones frente a los creyentes. ¿Se puede hablar de la salvación de Dios en un mundo atravesado por el sufrimiento y la pobreza? El Evangelio de hoy hace referencia a estas preguntas. Algunos oyentes de Jesús le cuentan un hecho monstruoso que acaba de suceder y que llenó de indignación al pueblo: Pilato, el representante de Roma, ha mandado degollar a unos galileos en el preciso momento en que estaban ofreciendo en el templo sus sacrificios (Lc 13,1).

Podemos imaginar el dramatismo de la escena. La indignación de todos. ¿Por qué? ¿Qué hacer? Jesús no pierde los nervios. Si acaso, aumentar el sufrimiento de los pobres. Aprovecha la ocasión para dar una lección religiosa: "Les digo que si no se convierten, todos morirán del mismo modo" (Lc 13,5).

Las calamidades y el sufrimiento no son un castigo de Dios, como creían los fariseos piadosos. La explicación última del problema del mal sigue siendo un misterio. Lo que para Jesús no ofrece duda es que todos los hombres somos pecadores (Jn 8,7). Nadie puede sentirse justo ante Dios. Todo hombre necesita la salvación de Dios. Lo queramos o no reconocer, todos vivimos aún en el país de Egipto, esclavos del pecado, y somos solidarios del sufrimiento y la pobreza de los otros.

LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN (Ez 36,26). Para Jesús, el más hondo mal del hombre, su más dura y funesta esclavitud, está radicada en el propio corazón del hombre. Por eso, su mensaje es, ante todo, una llamada al cambio de la persona, a la conversión del corazón. Como nuevo Moisés, Jesús ha venido "a salvar a su pueblo de los pecados" (Mt. 1, 21).

Cuando el hombre entra en esta dinámica de conversión, comienza a descubrir el significado del nombre de Dios. Entonces se llega a comprender, mejor que con definiciones, quién es ese "Dios que salva"=Yavé. Sólo entonces estaremos en condiciones de construir un mundo mejor, el que Dios quiere, el que no perecerá jamás.

La conversión del corazón es condición que hace posible la llegada del reino de Dios. Todo sería distinto, incluso al nivel de la convivencia humana y de la propia relación del hombre con la naturaleza. Un escritor contemporánea ha dicho: "La supervivencia física de la especie humana no depende de las lluvias ni del sol, sino de un cambio radical del corazón humano" (E. Fromm).

POR SUS FRUTOS LOS CONOCERAN (Mt 7,20). Ahora bien, la conversión no se reduce a una buena disposición interior ni a un vago deseo de ser mejores. Con la parábola de la higuera que no da frutos Jesús nos enseña que Dios espera de nosotros obras de amor, justicia y verdad. De lo contrario, la conversión no es auténtica.

Tenemos el ejemplo de los santos. El hijo de Bernardone había oído las palabras del Señor: "Si quieres ser perfecto..." Sólo cuando vendió sus bienes, entregó el dinero a los pobres y cambió su forma de vida pudo ser San Francisco de Asís.

La conversión se hace tarea para construir un mundo de hermanos (Mt 23,8). No se puede dejar a los hombres en el país de Egipto de la miseria y opresión. Se trata de una tarea obligatoria para cada cristiano. No podemos olvidar las palabras de Jesús: "Tuve hambre y me disteis de comer, estuve desnudo y me vestisteis...".

Mientras no sigamos este camino, permanecemos en nuestros pecados y no es fecunda en nosotros la salvación de Dios. Porque, "¿Cómo puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve" (I Jn 4,20).

PARÁBOLA DE LA PACIENCIA (Lc 13,8). Preciosa conclusión del evangelio de hoy: El Señor espera nuestra respuesta libre porque quiere contar con nosotros para transformar el mundo. "Señor, no cortes la higuera; déjala todavía este año, a ver si da frutos". Jesús sabe que la contemplación de la actitud acogedora y entrañable de Dios es lo que puede cambiar nuestro corazón y abrirlo al amor.

Lo mismo que con el pueblo de la antigua Alianza, también hoy el Señor tiene paciencia con nosotros. Construir una nueva humanidad, sólo es posible con la colaboración decidida de hombres nuevos. Por eso espera nuestra respuesta. Como espera la vuelta del hijo pródigo con mucha paciencia (Lc 15,17).

Dios, para salvarnos, toma siempre la iniciativa, pero pide nuestra colaboración. Recordemos los signos: Cuando regala el vino, exige primero el agua (Jn 2,3) y cuando multiplica la pesca, pide que echen primero la red (Lc 5,4). Podría hacerlo de otra manera. Sin nosotros. Podría hacer llover los panes, que brotaran ríos de agua, vino y leche, curar de golpe a todos los enfermos... pero lo ha hecho así por respeto. Para dignificar al hombre. Para hacernos sentir útil en sus manos y cooperadores de su creación, por algo nos creó a su imagen y semejanza (Gn 1,27).

Porque nos quiere protagonistas de nuestra propia realización como personas y como hijos de Dios. Nada menos. Es nuestra gloria o nuestra tragedia. En todo caso, nuestra responsabilidad.

lunes, 10 de marzo de 2025

II DOMINGO DE CUARESMA – C (16 de Marzo de 2025)

 II DOMINGO DE CUARESMA – C (16 de Marzo de 2025)

Proclamación del Evangelio San Lucas 9,28-36:

9:28 Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.  

9:29 Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

9:30 Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,

9:31 que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

9:32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.

9:33 Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Él no sabía lo que decía.

9:34 Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.

9:35 Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".

9:36 Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Los tres discípulos que luego serán testigos del abatimiento de Jesús en Getsamaní, fueron elegidos antes para ver su gloria en el Tabor.

La blancura de los vestidos de Jesús y el nuevo aspecto de su rostro (Mateo dice que aquellos se tornaron blancos como la luz y que su rostro resplandecía como el sol) no son más que la manifestación de la dignidad y la gloria que le correspondía como Hijo de Dios. Moisés y Elías, representando a la Ley y los Profetas -todo el Antiguo Testamento-, conversan con Jesús de lo que aún ha de cumplirse en Jerusalén. Toda la historia de la salvación culmina en Jesucristo, pero el momento de esta culminación es la hora de su exaltación en la cruz. El Tabor no se explica sin el Calvario.

Hace seis días (Mt 17, 1) desde que Jesús les había anunciado su pasión y muerte en Jerusalén y había reprendido precisamente a Pedro porque intentó torcer su camino, éste sigue sin entender nada. Piensa que ha llegado la hora de disfrutar el triunfo y que puede ahorrarse lo que ha de suceder todavía: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Lc 9,33).

La "nube", o la "columna luminosa" (Lc 9,34), es en la biblia el símbolo de la presencia de Dios. Aquí aparece como respuesta a la proposición de Pedro. De la nube sale la voz de Dios. El signo de la nube es interpretado por la palabra. Y la palabra confirma a Jesús como enviado de Dios, como Hijo que ha venido a cumplir su voluntad. A él deben atenerse Pedro y sus compañeros. Lo fascinante y lo tremendo de la presencia de Dios, de la teofanía, se advierte en las palabras de Pedro y en el temor de los tres discípulos al ser introducidos dentro de la nube.

La transfiguración, que el evangelista sitúa como un alto en el camino que sube a Jerusalén, no ha sido otra cosa que una anticipación momentánea de la última meta y como un aliento para seguir caminando. Jesús les manda que callen lo que han visto hasta que todo se cumpla y el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos (Mt 17,9).

Dios dice al pueblo: “Pongo ante ti cielo y tierra; vida y muerte; bendición y maldición. Escoge la vida, amando a tu Dios, escuchando su palabra y uniéndote a Él” (Dt 30,19). Dios mismo dice en referencia a su Hijo: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones” (Is 42,1).  Y Jesús cuando se bautizó, el Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Luego dice Jesús en el inicio de su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Y al final de su ministerio Jesús recibe esta nuevo mensaje de parte del Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo" (Lc 9,35).

En el ser del Hijo está el mismo ser Padre: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Dios se deja ver en su Hijo; en el domingo anterior en la parte humana, hoy en la parte divina. Es decir, Jesús en la transfiguración se deja ver un momento en el cielo.

La II Divina Persona, Jesús es la manifestación del amor de Dios a favor de toda la humanidad, pues así manifiesta Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene, sino que el que cree en Él se salve. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Completando la idea, Jesús dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). El voy al padre o estar con el Padre es estar en el mismo cielo pero para estar en este estado requiere la purificación y de eso se trata el tiempo de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.

El domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Lc 4,1-13). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Lc 9,28-36). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (I Jn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt 17,4)

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración debemos vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá “escuchen a Moisés”, sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

“Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él” (Lc 9,32). En este tiempo de cuaresma es importante mantenernos despiertos y en oración, pue así nos exhorta el mismo Señor: “Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mt 26,40-41).

Finalmente, la oración de oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).

El tema de la transfiguración, que se repite invariablemente en los tres ciclos, es el que confiere una fisonomía especial a este segundo domingo de cuaresma. Ahí está pues, la clave de la interpretación ajustada del tema: Dios es Enmanuel: Is 7,14 ( Dios con nosotros); hoy se nos invita  que subamos al monte Tabor para que estemos con Dios (visión beatifica). Pero requiere: “Felices los que tienen corazón y alma puro, ellos verán a Dios” ( Mt 5,8).

En lo alto de la montaña: La Cuaresma constituye una invitación permanente a subir a lo alto de la montaña, junto con el Señor y en compañía de sus discípulos más adictos. Allí nos dedicaremos a orar, a dejarnos invadir por el poderoso resplandor de su presencia luminosa. En la soledad de la montaña (=en la intimidad del corazón) es donde el Señor se manifiesta a los suyos, donde les descubre el resplandor de su rostro.

Moisés y Elías: Son los dos personajes misteriosos que acompañan a Jesús en el momento de la transfiguración. Ellos representan a la Ley y a los Profetas. Cristo transfigurado, en medio de ellos, se nos manifiesta como la culminación definitiva de la ley y de los profetas, es decir, del Antiguo Testamento. En él queda cumplida la esperanza mesiánica del Pueblo de Israel. En él llega a su punto culminante la Historia de la Salvación. En él la humanidad ha quedado definitivamente salvada.

El simbolismo de los números: Los antiguos gustaban de jugar con el simbolismo de los números. El número cuarenta es uno de esos números cargados de simbolismo. Por eso los años que pasó Israel en el desierto fueron cuarenta, y cuarenta los días que pasó Jesús. Moisés estuvo cuarenta días y cuarenta noches en el Sinaí. Elías caminó hacia el monte Horeb también por espacio de cuarenta días y cuarenta noches. La coincidencia en el número denota su densidad simbólica. No se trata de hacer malabarismos con los números en la homilía. Pero sí conviene saber que este número es símbolo de preparación. Además las seis semanas que contiene la cuaresma son imagen de la vida temporal; mientras la siete de las cincuentena pascual simbolizan la vida futura, la vida eterna. Por eso Pascua es el paso de este mundo (simbolizado en el número "seis") a la vida en comunión con el Padre (Número "siete" 7).

La cruz y la gloria: Es sorprendente que Moisés y Elías, "que aparecieron con gloria" junto a Jesús transfigurado, conversaran con él precisamente sobre "su muerte, que iba a consumar en Jerusalén". Esta referencia a la muerte, justo en el momento de la transfiguración gloriosa de Jesús, deja entender a las claras como reza el prefacio, "que la pasión es el camino de la resurrección". Más aún, cruz y gloria son las dos caras de la misma realidad: la Pascua. Esta coincidencia hay que hacerla notar a los fieles.

"El transformará nuestra condición humilde": Estas palabras de Pablo aparecen en la segunda lectura y hacen referencia al tema del día. La transfiguración de Jesús, anticipo misterioso de su gloriosa resurrección, es la primicia y la garantía de una transfiguración universal que habrá de llevarse a cabo en la Pascua. Todos estamos llamados a compartir la transfiguración de Jesús. Aunque, para ello, tengamos que compartir primero su pasión y su muerte: la entrega generosa de nuestra vida para los demás.

domingo, 2 de marzo de 2025

DOMINGO I DE CUARESMA – C (09 de Marzo del 2025)

 DOMINGO I DE CUARESMA – C (09 de Marzo del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas: 4,1 - 13:

4:1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,

4:2 donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.

4:3 El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".

4:4 Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".

4:5 Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra

4:6 y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.

4:7 Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".

4:8 Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".

4:9 Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si eres hijo de Dios tírate de aquí abajo” 

4:10 porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.

4:11 Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".

4:12 Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".

4:13 Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

“Nadie diga: Dios me tentó. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie; sino que cada uno es tentado por su propio deseo (concupiscencia), que lo atrae y lo seduce. El deseo es madre del pecado, y este, una vez cometido, engendra la muerte” (Stg 1,13-15). “Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte pero la carne es débil” (Mt 26,41). Es propia del demonio la tentación que propone al hombre que desobedecer los mandamientos de Dios. “El pecado es la desobediencia a los mandamientos de Dios” (I Jn 3,4).

El evangelista Lucas altera el orden de las tentaciones de Jesús para hacerlas terminar en Jerusalén, lugar de especial importancia teológica en su Evangelio. Pero los tres sinópticos concuerdan en presentarnos las tentaciones de Jesús como marco para su ministerio y en vincularlas al Bautismo (Lc 3,22) . Es el mismo Espíritu que desciende sobre Jesús en el bautismo el que empuja al desierto "cuando volvió del Jordán" (Lc 4,1).

Bautismo y tentaciones forman así no un episodio aislado en la vida de Jesús, sino la clave teológica de la comprensión de su vida. En el Bautismo, queda clara la experiencia de la filiación: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". En las tentaciones se prueba esa misma filiación, qué estilo va a tener, qué estrategia va a adoptar.

Hay tentaciones que nos apartan del bien y nos ofrecen el mal como objetivo, aunque sea bajo la capa del bien. Hay que elegir entre el bien y el mal, entre Dios y el demonio. Nadie hay que pueda poner la mano en el fuego y afirmar que él ya no tiene esta tentación que San Pablo llama de la "carne" en sentido teológico. Pero la prueba ante la que se encuentra Jesús es otra mucho más sutil. Es la de los hombres religiosos, los que ya han optado por Dios. Es la tentación de quien ya ha aceptado una misión. Fue la tentación de Israel precisamente en cuanto pueblo de Dios. Es la tentación de Jesús precisamente en cuanto Hijo de Dios. Será la tentación de la Iglesia precisamente en cuanto comunidad del Reino. No es una tentación al pecado. Al revés, se trata de llevar a cabo una misión recibida de Dios. La prueba versa sobre las estrategias para cumplir la misión. Porque hay dos estrategias de salvación. El espíritu evangélico y su antagónico no sólo tienen fines distintos, sino estrategias distintas.

Hemos iniciado el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza y en la imposición de la ceniza se nos ha recordado: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás! (Gn 3,19). O también «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértete y cree en la Evangelio» (Mc 1,15). El tiempo de cuaresma es propicio para pasar de lo impuro a lo puro: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!"(Mc 5,8); “Felices quienes tienen el corazón puro porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

Dios dio al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). La serpiente  dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? La mujer dijo a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín.  Pero del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." (Gn 3,1-5).  El pecado del demonio consiste en mentir: “¿Cómo es eso que Dios les ha dicho que no coman de ningún árbol?” Luego engaña al hombre, incitando que coman del árbol prohibido porque “serán como dioses” El pecado del demonio es creerse dios e invita al hombre que también sea como Dios.  San Juan dice: “El que peca procede del demonio, porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio” (I Jn 3,8).

La serpiente sigue mintiendo y engañando cuando dice a Jesús: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.  Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá" (Lc 4,6-7). “Todo el poder se me ha dado” ¿Quién y cuándo le dio el poder? Nadie le dio ese poder, pero Como Jesús dice a los judíos que no creen: “Ustedes tienen por padre al demonio porque el demonio es padre de la mentira” (Jn 8,44). El demonio pide a Jesús que lo adore. Porque el demonio se cree Dios y no lo es. Pero Jesús actúa conforme a la verdad: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto" (Lc 4,8).

En este primer domingo de la cuaresma, llamado el domingo de la tentación, Jesús experimenta como hombre verdadero tres fuertes tentaciones. Que son las tres grandes tentaciones de la humanidad, de la Iglesia y de la sociedad. Tentaciones que están latentes a cada momento de nuestra vida terrenal.

1) La tentación de que Dios solucione el hambre del mundo: El diablo, acercándose a Jesús le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “El hombre no vive solamente de pan (Lc 4,4), sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,3-4). Episodios que nos recuerda al pueblo de Israel en el desierto: “El pueblo de Israel partió de Elim, y el día quince del segundo mes después de su salida de Egipto, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. “Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Pero ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea” (Ex 16,1-3).

La obra del demonio es dividir las necesidades del hombre en dos y nos propone quedarnos solo con una de ellas: el pan material. Y es el medio más fácil por la que somete a la miseria. Por eso Jesús aclara muy bien en decirnos: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Es claro la distinción entre el pan material y el pan espiritual. Uno es efecto del otro, lo más importante es el pan de la vida espiritual cual es la oración y la fe y el efecto es el pan abundante de la vida material. Así no hay lugar a que el demonio no tiente al hombre aprovechándose de sus necesidades.

2) La tentación del exhibicionismo y la admiración: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra". Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios" (Lc 4,9-12). Otra escena que nos recuerda la tentación del pueblo de Israel torturado por la sed: Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”. Moisés les respondió: ¿Por qué me acusan? ¿Por qué tientan al Señor?. Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: ¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: ¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?. El Señor respondió a Moisés: Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo” (Ex 17,1-6).

La tentación del demonio es distraernos y hacer que el capricho del ego se convierta en prioridad para el hombre, con razón se nos recuerda que: “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios” (IPe 1,18-21).

3) La tentación de hacernos dueños del mundo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto" (Lc 4,8). Esta escena nos recuerda otra escena del desierto: Cuando el pueblo vio que Moisés demoraba en bajar de la montaña, se congregó alrededor de Aarón y le dijo: “Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto Aarón les respondió: Quiten a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas, las argollas de oro que llevan prendidas a sus orejas, y tráiganlas aquí. Entonces todos se quitaron sus aros y se los entregaron a Aarón. El recibió el oro, lo trabajó con el cincel e hizo un ternero de metal fundido. Ellos dijeron entonces: Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto. Al ver esto, Aarón erigió un altar delante de la estatua y anunció en alta voz: Mañana habrá fiesta en honor del Señor. Y a la mañana siguiente, bien temprano, ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión. Luego el pueblo se sentó a comer y a beber, y después se levantó para divertirse. El Señor dijo a Moisés: Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto. Luego le siguió diciendo: Ya veo que este es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación” (Ex 32,1-10).

Recordemos que este episodio de la tentación del Señor sucede después del bautismo: “Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3,16-17). Es decir, Jesús empieza a compartir la experiencia de nuestra vida humana con todo lo que es e incluso la experiencia del Pueblo de Dios en la escena de la salida de la esclavitud.

Dios es quien toma la iniciativa de  hacerlo salir de esclavo a un pueblo libre. Es Dios que lo lleva al desierto y lo acompaña en su andar. Ahora es el Espíritu el que empuja a Jesús al desierto. El desierto es camino de libertad, pero también camino de tentación. El Evangelio reúne en una sola escena todas las tentaciones. El Pueblo vivió la tentación de regresar a la esclavitud. Jesús es tentado de todo aquello que lo puede desviar de los caminos de Dios.

La Cuaresma es un tiempo de búsqueda de la libertad pascual en base al ayuno, oración y la caridad (Mt 6,2-16). Aunque nosotros tenemos la tentación de sentirnos bien con nuestras esclavitudes, la tentación de renunciar a nuestra libertad. Cada uno sabe de qué esclavitudes Dios lo quiere sacar. Cada uno sabe que la esclavitud del pecado está maquillada de bondad y belleza. El pecado tiene mucho de maquillaje. Se presenta como algo bueno y termina destruyéndonos. El pecado se presenta como algo sabroso y termina amargándonos el corazón. ¿Hemos hecho la prueba de cómo vemos el pecado antes y cómo lo vemos luego de caer?

Comencemos viéndonos como peregrinos hacia la Pascua. Peregrinos de la libertad. Peregrinos de la resurrección. Salgamos juntos de nuestra escena de la esclavitud Egipto, para encontrarnos juntos en la tierra gozosa de nuestra Pascua. Dejemos liberar de nuestras cadenas de la esclavitud que cada uno tenemos. Y hoy podemos comenzar; esos cuarenta días de camino hacia la Pascua. Y comenzamos con una experiencia que nos sorprende: con un Jesús tentado en el desierto, con un Jesús experimentando esas luchas internas de cada uno de nosotros. Es una experiencia de cuarenta días en los que Jesús hace la experiencia de su pueblo, hace la experiencia de nosotros, hace la experiencia de su condición humana.

La peor tentación de hoy es lo de no creerse tentado. La peor tentación es no tomar conciencia de que estamos tentados, ¿Cómo sanar al que no se cree enfermo?. Y al respecto, nuestras mayores tentaciones son: Creer que nosotros somos buenos y no necesitamos de la ayuda de nadie. Creer que la santidad no es para nosotros. Creer que no necesito de la Iglesia porque también ella está cargada de defectos. Creer que no necesito confesarme porque no tengo pecado y, en todo caso, el confesor también es pecador. Creer que no necesito de los demás porque yo me basto a mí mismo. Creer que basta ser bueno y puedo prescindir de los demás: Me basta el amor a Dios sin necesidad del amor al prójimo. Creer que la Cuaresma no me va a cambiar. No tomar en serio nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua y, por tanto, no tomarnos en serio a notros mismos. Y donde queda estas palabras: Jesús comía con los pecadores, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores? Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

No hay Cuaresma sin cambio o conversión. Cambio que tiene que nacer del corazón y no de meras superficialidades. Así nos deja notar Dios por el profeta: “Uds. se quejan y dicen ¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?. Porque ustedes –dice Dios- el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo? Acaso se trata solo de doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el saco de ceniza: ¿a eso llaman ayuno y día aceptable al Señor? ¿No saben cuál es el ayuno que me gusta? El ayuno que yo amo –oráculo del Señor- soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardarán en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!» (Is 58,3-9).

La tentación que Jesús sufre como hombre verdadero, nos permite y enseña, hasta donde somos capaces de llegar y saber optar por nosotros mismos como Hijos de Dios, que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn1,26). Nos permite también saber medir nuestros actos en la libertad de ser hijos de Dios, saber optar por Dios o por el Diablo: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para servirlo. Yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo en la tierra que vas a poseer después de cruzar el Jordán. Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra; yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Dt.30,15-20).

Jesús increpo al demonio: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!" Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" Él respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos". Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó” (Mc 5,8-13). “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). “En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

domingo, 23 de febrero de 2025

DOMINGO VIII – C (Domingo 02 de marzo del 2025)

 DOMINGO VIII – C (Domingo 02 de marzo del 2025)

Proclamación del santo evangelio según san Lucas 6:39-45

39 Les añadió una parábola: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

40 No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro.

41 ¿Cómo es que miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?

42 ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la paja que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja que hay en el ojo de tu hermano.

43 «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno.

44 Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas.

45 El hombre bueno, del bien que atesoro en el corazón saca lo bueno, y el malo, del mal saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y bien el señor.

Tercer fragmento del "discurso del llano". Las enseñanzas sobre el ciego que guía a otro ciego (Lc 6,39) y la de los árboles que dan buenos o malos frutos en Mateo están aplicados a los fariseos y a los falsos profetas (Mt 15,14; 7,16-21; 12,33-35), mientras que en Lucas se aplican a todo el mundo, empezando por los mismos discípulos, que de este modo son invitados a hacerse auto-crítica seria para ser hombres auténticos.

En el texto se pueden distinguir tres enseñanzas:

“La locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” ( I Cor 1,25). Uno no debe creerse demasiado sabio ni pretender dirigir a los demás, sino que tiene que conocer cuáles son sus propias posibilidades y la necesidad que todos tenemos de aprender y buscar luz. El discípulo siempre debe estar en estado de aprendizaje, intentando llegar a ser como su maestro, Jesús.

“Tú, que enseñas a los otros, ¿Por qué no te enseñas a ti mismo? Tú, que enseñas que el adulterio es pecado, también lo cometes. Tú, que aborreces a los ídolos, saqueas sus templos. Tú, que te glorías en la Ley, deshonras a Dios violando la Ley (Rm 2,21-23). No pretender corregir a los demás sin haber mirado antes si nosotros tenemos algo por corregir. El texto es desmesuradamente hiperbólico (¡una viga en el ojo!), pero es que también es muy absurda la pretensión de arreglar la vida de los demás cuando uno tiene tantas cosas por arreglar en la suya. La exageración de la imagen muestra que Jesús debía tener especial interés en prevenir a sus discípulos ante esta manera de actuar, y que debía pensar que era muy fácil caer en ella.

Tercera enseñanza es sobre la manera de actuar y las actitudes de fondo, que se puede leer desde dos posiciones: En primer lugar, qué son los hechos, el modo de hablar y de actuar, los frutos, lo que muestra quién es y cómo es cada persona. Es lo que resume la famosa frase emblemática de Mt 7,20 que Lucas no recoge: "Por sus frutos los conocerán". Y en segundo lugar, lo importante es saber qué llevamos dentro, qué criterios y qué actitudes de fondo nos mueven a actuar. Porque si lo que llevamos en el corazón es "tesoro de bondad", lo que aflorará serán frutos de bondad, mientras que si llevamos en el corazón es "tesoro de maldad", los frutos serán de maldad. Nuevamente, pues, nos hallamos con este elemento clave de la manera como Jesús entiende la actuación de sus seguidores y la suya propia, y que impregnaba el evangelio del domingo pasado: hay un "modo de ser", una manera de entender la vida y las relaciones con los demás, que es la del Reino, y otra que es contraria: “Tú piensas como los hombre y no como Dios, apártate de mí satanás” (Mt 16,23).

El Señor dijo a Samuel: "No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón del hombre" (I Sm 16,7). En efecto, en nuestro ser interior está el germen de lo auténtico. Así se podría formular una de las líneas de fuerza del mensaje de Jesús. En medio de la sociedad judía, supeditada a las leyes de lo puro y lo impuro, lo sacro y lo profano, Jesús introduce un principio revolucionario para aquellas mentes: “Nada que entre de fuera hace impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro” (Mt 15,11). Porque: “Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos". (Mt 15,19).

Las apariencias no cuentan para nuestra salvación, de ahí que dijo Jesús: “Hipócritas que bien saben justificar sus apariencias, con razón dijo de Uds. Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos". (Mt 15,7-9). El pensamiento de Jesús es claro: el hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es del “corazón”, ese lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a nosotros mismos. Según ese “despertador de conciencias” que es Jesús, ahí se juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.

Las consecuencias son palpables. Las leyes nunca han de reemplazar la voz de la conciencia. Jesús no viene a abolir la Ley (Mt 5.17), pero sí a superarla y desbordarla desde el “corazón”. No se trata de vivir cínicamente al margen de la ley, pero sí de humanizar las leyes viviendo del espíritu hacia el que apuntan cuando son rectas. Vivir honestamente el amor a Dios y al hermano puede llevar a una más humana que la que propugnan ciertas leyes.

Lo mismo sucede con los ritos. Jesús siente un santo horror hacia lo que es falso, teatral o postizo. Una de las frases bíblicas más citadas por Jesús es ésta del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío” (Is 29,13) Lo que Dios quiere es amor y no cánticos y sacrificios. Lo mismo pasa con las costumbres, tradiciones, modas y prácticas sociales o religiosas. Lo importante, según Jesús, es la limpieza del corazón: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8)

El mensaje de Jesús tiene hoy más actualidad que nunca en una sociedad donde se vive una vida programada desde fuera y donde los individuos son víctimas de toda clase de modas y consignas. Es necesario “interiorizar la vida” para hacernos más humanos. Podemos adornar al hombre con cultura e información; podemos hacer crecer su poder con ciencia y técnica. Si su interior no es más limpio y su corazón no es capaz de amar más, su futuro no será más humano.  “El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal” (Lc 6,45).

No me parece superfluo en este contexto recordar la advertencia evangélica: “No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano” (Lc 6,43). En una sociedad dañada por una violencia ya vieja, necesitamos hombres y mujeres de conciencia lúcida y sana, que nos ayuden a avanzar con realismo hacia la paz. No bastan las estrategias. Es importante el talante y la actitud de las personas.

Quien tiene su corazón lleno de fanatismo y resentimiento, no puede sembrar paz a su alrededor; la persona que alimenta en su interior odio y ánimo de venganza, poco puede aportar para construir una sociedad más reconciliada. Sólo quien vive en paz consigo mismo y con los demás, puede abrir caminos de pacificación; sólo quien alimenta una actitud interior de respeto y tolerancia, puede favorecer un clima de diálogo y búsqueda de mutuo entendimiento.

Lo mismo sucede con la verdad. Quien busca ciegamente sus intereses, sin escuchar la verdad de su conciencia, no aportará luz ni objetividad a los conflictos; el que no busca la verdad en su propio corazón, fácilmente cae en visiones apasionadas. Por el contrario, el hombre de «corazón sincero» aporta y exige verdad en los enfrentamientos; pide que la verdad sea buscada y respetada por todos como camino ineludible hacia la paz.

La persona que señala y denuncia con tanta claridad la mota en el ojo ajeno para ayudar a eliminarla, no hace más que poner al descubierto las miserias humanas de su propio corazón. Lo suyo, como dice Jesús, no es una mota sino una viga. Deberíamos aprender a ser muy prudentes a la hora de denunciar o condenar las acciones de nuestros hermanos. ¡Tenemos el tejado de cristal! Pero además deberíamos tener el valor de mirar dentro de nuestro corazón sin miedo y tratar de remover sinceramente la viga que seguramente tenemos. Así estaremos más ligeros para seguir a Jesús y amar a nuestros hermanos y hermanas.

domingo, 16 de febrero de 2025

DOMINGO VII – C (Domingo 23 de Febrero de 2025)

 DOMINGO VII – C (Domingo 23 de Febrero de 2025)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 6,27-38:

6:27 Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.

6:28 Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.

6:29 Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.

6:30 Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.

6:31 Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.

6:32 Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.

6:33 Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.

6:34 Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.

6:35 Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.

6:36 Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.

6:37 No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

6:38 Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes".  PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y Bien.

A las bienaventuranzas y amenazas del domingo anterior, leemos hoy el cuerpo central del "sermón del llano" de Lucas, equivalente reducido del sermón de la montaña de Mateo.

La gran diferencia del texto de Mateo respecto al de Lucas, aparte su mayor brevedad, es que en el segundo no figuran las referencias y los contrastes con la Ley de Israel que sí contiene, en cambio, Mateo. Y eso hace que, precisamente, el texto de Lucas sea mucho más ágil y mucho más fácilmente captable para el lector actual, de mentalidad más cercana a la griega, para la cual escribía Lucas, que a la de los buenos conocedores de la Ley a los que se dirigía Mateo.

El evangelio de hoy es como la "carta magna" de los sentimientos de fondo que debe llevar en su interior el cristiano, que debe moverle en todas sus actuaciones y que ha de configurarle todos los criterios de pensamiento. Aunque el texto no lo diga, estos sentimientos de fondo son, precisamente, los de Jesús. Y no son, precisamente, los que más espontáneamente salen del corazón de las personas ni los que más fácilmente se promueven colectivamente a todos los niveles (sociales, políticos, eclesiales...). Pero sí son (por eso llamamos "Buena Noticia" al mensaje de Jesús) los que harían que el mundo llegase a funcionar bien. Podemos resaltar de ellos los siguientes aspectos:

- Una frase central: "Traten a los demás como ellos quieren que los trate" (Lc 6,31). Entendida en profundidad, esta regla de oro comporta desear y tratar a todo el mundo, sea quien sea y haya hecho lo que haya hecho, lo mejor posible siempre.

- Una actitud emblemática y sintomática: "Amen a sus enemigos" (Lc 6,35). El mejor punto de examen para saber si tenemos los sentimientos de Jesús: ¿Qué deseamos para los que nos han hecho daño o nos caen mal?

- Un modelo: "Sean compasivos como su Padre es compasivo" (Lc 6,36). Mateo dice "perfectos", que por ser tan global puede parecer abstracto. Lucas se fija en un atributo muy específico, y hace de él el objetivo de la imitación cristiana de Dios.

Preguntaron a Jesús: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" Jesús respondió. Tú conoces los mandamientos: No cometerás adulterio, no robes, no mientas, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: "Todo esto lo he cumplido desde mi juventud". Al oírlo, Jesús le dijo: "Una cosa te falta todavía: vende todo lo que tienes y distribúyelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme" (Lc 18,18-22). Respecto a los mandamientos, preguntaron también: “Un escriba se acercó  a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;  y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31).

Los diez mandamientos se resume en dos: Amor a Dios y amor al prójimo. Incluso los une los dos mandatos en una sola: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Es decir, que el amor a Dios tiene que pasar por el amor al hermano. De ahí que Juan dice: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él” (I Jn 14,7-9). Es más: “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermanos un mentiroso” (IJn 4,20).

Hoy nos ha dicho que el amor no solo es entre los que nos aman, el amor verdadero va incluso hasta los que no nos aman: “Amen a sus enemigos, hagan el bien sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,35-38).

¿Saben cuál es el acto más grande de Dios? El amor por cada uno de nosotros. El efecto su amor se nos manifiesta en el perdón. A nuestro Dios no le cuesta trabajo perdonar porque nos ama. A nuestro Dios le gusta perdonar porque nos ama.  Nuestro Dios ha amado hasta el extremo en su hijo Cristo Jesús (Jn 13,1). San pablo  dice: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Y ahora que estamos justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por él de la ira de Dios. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida” (Rm 5,8-10).

El amor perdona siempre y el perdón nos hace libres. Nuestro Dios se hizo amor en Jesús de Nazaret y éste se hizo vida y muerte con nosotros para entregarnos el perdón de Dios. Jesús en el evangelio de hoy, dice: "Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian” (Lc 6,27). ¿Hay aquí alguien que no tenga enemigos? ¿Alguien que no sienta el peso del odio? ¿Alguien que no haya sido insultado y maltratado? Pon esos nombres propios. Repásalos y preséntaselos a Dios. Los actos que quiere el Señor de ti son: ama, haz el bien, bendice y ora. ¿Le gusta esta medicina? ¿Quién se toma esta medicina? Los que escuchan y siguen al Señor. Lo ordinario lo hacen hasta los pecadores. Lo extraordinario, los que escuchan de verdad a Jesús. Jesús no vino a enseñarnos lo ordinario.

jueves, 13 de febrero de 2025

DOMING0 VI – C (Domingo 16 de Febrero de 2025)

 DOMING0 VI – C (Domingo 16 de Febrero de 2025)

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 17. 20-26:

6:17 Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,

6:20 Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:

"¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

6:21 ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!

¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!

6:22 ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre!

6:23 ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

6:24 Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!

6:25 ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!

¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!

6:26 ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas! PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

"El pobre murió y los Angeles lo llevaron al seno de Abraham, ambien murió el rico y lo sepultaron" (Lc 16,22). El pobre esta en el cielo y es bienaventurado por vivir honradamente, el rico esta en el infierno por vivir egoistamente.

Al escuchar las Bienaventuranzas, no podemos evitar un serio interrogante en nuestro interior: ¿son las Bienaventuranzas un camino de felicidad? Está claro que Dios desea que seamos felices:  “Ustedes serán felices si, cumplen y las ponen en practican lo que yo les enseño” (Jn 13,17).Para esto nos ha creado, para comunicarnos su amor (IJn 4,8). Y en este amor participado consiste la verdadera felicidad de todo ser humano. Por otra parte, nos resistimos a imaginarnos que el camino conducente a la felicidad pase por la renuncia a las riquezas y la asunción de la persecución como forma habitual de vida. Tenemos la sensación de encontrarnos envueltos en una contradicción. Es, por lo menos, una verdadera paradoja. Apelemos a hechos referidos en el evangelio, que pueden, tal vez, desvelarnos alguna salida a este laberinto.

Por encima de todo, Dios nos quiere felices. La experiencia de cada día y las conclusiones de las ciencias humanas nos confirman que este deseo de felicidad es el móvil más profundo que guía el comportamiento humano. Los expertos no se ponen de acuerdo en señalar cómo se puede conseguir esta sensación de felicidad humana. ¿Sentirse uno bien consigo mismo? ¿Sentirse amado, acogido, valorado por los que le rodean? ¿Estar en armonía consigo mismo, con los demás, con la naturaleza, con Dios? ¿O simplemente tener cada vez más, de todo, para despertar la admiración y la envidia de los demás? Es evidente que por este último camino va la sociedad de consumo. En cambio, la psicología moderna va por los otros caminos de la interioridad. En cambio el Señor nos dice que la verdadera felicidad está en poner en práctica los valores.

Quizás San Agustín lo intuyera cuando, en medio de su azarosa vida, pudo decir: "Señor, nos has hecho para Ti y nuestro corazón no descansa hasta que te encuentra a Ti" (Confesiones 1,1). El compendio evangélico de las Bienaventuranzas nos promete la plenitud del Reino; es lo mismo que decir la culminación de toda felicidad. Y esta culminación está en el encuentro definitivo con Dios mismo: "Dichoso el hombre que confía en Ti" (Sal 84,13). “Quien ama ha nacido de Dios conoce a Dios, quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” I Jn 4,8).

Por los visto, las Bienaventuranzas son como el corazón  de las enseñanzas o del mensaje de Jesús: Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los ame” ( Jn 13,34). Un mensaje que no sólo anunció sino que lo vivió a lo largo de su vida. Si constituyen el corazón de la vida de Jesús, habremos de concluir que son la Buena Noticia para todos, no sólo para los pobres y perseguidos. Para entenderlo así, es preciso que descubramos que Jesús inicia un proceso de transformación y de cambio en la forma de vida de la sociedad. Al anunciar la presencia del Reino, está llamando a todos a vivir una nueva relación de fraternidad. Nos enseña a reconocer a Dios como Abbá, el Padre-madre de todos, que ama a todos como hijos, pero de una manera especial a los empobrecidos y perseguidos de la tierra, porque son sus hijos más desvalidos. Nos urge a cambiar todas las situaciones y sistemas que generan pobreza, marginación, aplastamiento, opresión.

Esta urgencia la sienten más agudamente los que padecen las consecuencias de este sistema injusto, es decir, los empobrecidos y oprimidos. Ellos son, por esta razón, los primeros artífices de este cambio o transformación. Por eso son los preferidos de Dios: no simplemente porque son pobres (sería injusto pensar que Dios desea mantener las situaciones de injusticia), sino porque son ellos quienes desencadenan el proceso de transformación de las estructuras injustas e inhumanas. Ellos, y todos los que se solidarizan con ellos en este sobrehumano esfuerzo de cambio, gozan de la predilección de Dios, de la asistencia del Espíritu, en definitiva, del Reino de Dios. Quien ha descubierto que la causa de los pobres es la causa de Dios es destinatario de la Buena Noticia de las Bienaventuranzas. Quien ha experimentado, como María, que "Dios derriba a los poderosos de sus tronos y despide a los ricos vacíos" (Magnificat), acoge las Bienaventuranzas como Buena Noticia.

“Felices ustedes, cuando los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre. Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas” (Lc 6,22-23). Tiene su paralelo con: “Felices ustedes, cuando los insulten, persigan, y los calumnien por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt 5,11-12). Tres citas puede completar la enseñanza: “Todos les odiaran por mi causa, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). “Al que me anuncie abiertamente ante los hombres, yo también lo anunciaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero al que se avergüence de mi ante los hombres yo también me avergonzare de el ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,22-23). El sanedrín había prohibido hablar a los apóstoles en nombre de Jesús y por eso Pedro les dijo: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).

“Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes” (Jn 15,18-20). Estas citas dan una respuesta panorámica a la pregunta: “Maestro que cosas buenas tengo que hacer para heredar la vida eterna” (Lc 18,18). Para heredar la vida eterna hay que anunciar el Evangelio (Mc 16,15). “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.  ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras (Mt 16,25-27).

Si las bienaventuranzas, son más amplias en san Mateo, Lucas nos da una versión abreviada, pero en el fondo nos está dando las ideas principales del sermón de Jesús. Por otro lado, no se queda con las bienaventuranzas, sino que agrega también ciertos reproches a los que actúan en forma contraria. Guardar los mandamientos (Mt 19,16), es el camino ordinario de salvación, como el propio Jesús enseñó a propósito de un hombre que le preguntó sobre lo que había que hacer para conseguir la vida eterna. Quien no actúa de acuerdo a ellos demuestra que no está dispuesto a obedecer a Dios: "Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven rico se fue triste" (Mt 19,21).

Con las bienaventuranzas Jesús va más allá, mostrándonos un camino superior. Contentarnos con guardar los mandamientos es demostrar que, en primer lugar, no queremos ser castigados, sino premiados. Las bienaventuranzas nos conducen por los caminos del amor, no del temor. Son muchos los que obedecen a Dios por temor. Le tienen miedo. No quieren provocar su ira. Por eso hacen las cosas lo mejor que pueden, pero siempre con un dejo de queja por no poder actuar de otro manera.

Como aquel joven rico que desde niño guardaba los mandamientos, pero no tuvo valor para seguir a Jesús de una forma total. Con las bienaventuranzas Jesús nos está invitando a ir mucho más lejos, sin que esto suponga sacrificios especiales.

No se trata de que las bienaventuranzas sean sólo para los que sienten la vocación por la vida religiosa o sacerdotal, que deben comprometerse, con un voto o no, a llevar una vida de castidad y pobreza en óptimo grado. Todos los cristianos hemos sido llamados a seguir el camino de las bienaventuranzas, porque todos tenemos que despojarnos de las apetencias mundanas y, sin dejar de vivir en el mundo, vivir sabiendo que no pertenecemos al mundo.

Para ser un verdadero cristiano hay que tener clara la conciencia de que somos peregrinos. Nada tenemos que no sea temporal y pasajero. Cuando olvidamos esto y nos encastillamos, pensando que poseemos algo seguro en la tierra, pasamos a ser unos cristianos que si actuamos bien, lo hacemos sólo para poder pasar el examen aunque sea con un mero aprobado. Y esto es vivir en un gran riesgo, pues al Señor no le gustan las medias tintas, y no soporta que podamos servir, al mismo tiempo, a otro señor.

El lo dijo claramente: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir a Dios y al Dinero” (Lucas 16,13). Las bienaventuranzas son otra forma de decirnos que sólo hay dos caminos. No podemos transitar al mismo tiempo por los dos. Tenemos que definirnos. Tenemos que decidirnos por cuál de ellos vamos a caminar. Dijo Jesús: “Entren por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran” (Mateo 7,13).

Si pensamos, como piensan muchos, que se puede ser cristiano sin sacrificio y sin cruz, eso significaría que no hemos aprendido nada del Evangelio y nos estamos engañando a nosotros mismos. Esta vida no es para sufrir, desde luego. Pero tampoco es, como se dice, para gozarla. Esta vida es para trabajar por lo más importante, que es llegar al Reino de Dios.

El día de nuestro bautismo se nos regaló una nueva ciudadanía. Ese día comenzamos a ser hijos de Dios y herederos del Reino. Pero, aunque ya ese reino está dentro de nosotros, todavía no podemos gozar de la felicidad que un día tendremos cuando lleguemos plenamente a él. Por eso caminamos hacia El, aceptando cada día sus luchas y sus triunfos, sus alegrías y sus sinsabores, pero conscientes de que nada tenemos seguro hasta que no lleguemos. Eso sí, contamos con la gracia de Dios y los dones del Espíritu Santo. Si el camino es difícil, Jesús va con nosotros todo el tiempo. Los que confunden las cosas y se creen que el cielo está en la tierra, disfrutando de placeres puramente pasajeros como si por ellos valiera la pena jugarse la vida, están terriblemente equivocados. Que nunca lo estemos nosotros, los que hemos recibido la gracia de ser llamados y ser los hijos de Dios. Al respecto dijo Jesús: “Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos siervos inútiles, porque solo hemos hecho lo que teníamos que cumplir con nuestro deber" (Lc 17,10).