DOMINGO V DE CUARESMA – C (06 de Abril de 2025)
Proclamación del santo evangelio según San Juan 8,1-11:
8:1 Jesús fue al monte de los Olivos.
8:2 Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a
él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
8:3 Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que
había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
8:4 dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio.
8:5 Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de
mujeres. Y tú, ¿qué dices?"
8:6 Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
8:7 Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no
tenga pecado, que arroje la primera piedra".
8:8 E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el
suelo.
8:9 Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras
otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que
permanecía allí,
8:10 e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde
están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?"
8:11 Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
“Si la acusación
resulta verdadera y no aparecen las pruebas de la virginidad de la joven, la
sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la gente de esa ciudad la matará
a pedradas, por haber cometido una acción infame en Israel, prostituyéndose en
la casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de entre ustedes” (Dt
22,20-21). En el juicio de los maestros de ley es vital la opinión de quien dice
ser hijo de Dios: Jesús. ¿Esta con la ley o en contra de la ley de Dios?.
Para los judíos, la actitud de acusar y condenar es fruto de
considerarse superiores y mejores que los demás; limpios de toda culpa ante
Dios y ante los hombres. Pero El maestro dice: “Quien este sin pecados que tire
la primera piedra” ( Jn 8,7). También el apóstol Santiago dice: “No hay más que
un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar.
¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg 4,12).
El celo que muestran por el cumplimiento de lo ordenado por
Moisés era una máscara. La intención inconfesable, el motivo oculto, era
comprometer a Jesús, ponerle en un verdadero aprieto, denunciarle. La encerrona
era perfecta. Era lógico invitar a un hombre que se presentaba como maestro y con
ideas propias, incluso sobre la ley, a que se pronunciara en un caso tan
complejo. Los letrados y los fariseos tenían todas las de ganar. Si Jesús se
inclinaba a favor de la ley, su fama de hombre compasivo y misericordioso
desaparecería y, además, podrían denunciarlo a la administración romana, ya que
bajo su dominio los judíos habían perdido el derecho a aplicar la pena de
muerte (Jn 18,31). Un pronunciamiento a favor de la ley hubiera comprometido
seriamente a Jesús con las autoridades del imperio por interferirse en sus
asuntos. Podría haber sido detenido por los invasores. En el caso contrario,
que se hubiera pronunciado en contra de la ley mosaica, su situación era aún
peor -considerada desde su misión-: quedaría más patente su predicación sobre la
misericordia que tanto gustaba al pueblo y tan aborrecida era por los
dirigentes religiosos. Pero ¿con qué derecho -le objetarían- exponía la ley un
hombre que se pronunciaba en contra de sus mandatos?, ¿cómo podía ser un hombre
así el Mesías esperado?, ¿quién le había nombrado maestro? Y le hubieran
denunciado al sanedrín. La trampa estaba bien tendida; se notaba que los
estudios que hacían en las escuelas rabínicas servían para algo...
Respuesta de Jesús: Se inclinó hacia el suelo y escribía en
la tierra. Se ha especulado mucho sobre el contenido de lo escrito. San
Jerónimo pensaba que eran los pecados de los acusadores. Pero es una cuestión
sin importancia. Quizá no fue más que un gesto para indicar que no quería
tratar con aquella gente, o expresión de su estado reflexivo para poder dar una
respuesta pausada y pensada, consciente de la celada que le tendían. La prueba
de ello es que ninguno se inclinó para leer lo que él escribía.
Ante la insistencia de los acusadores, da una respuesta que,
aun reconociendo la culpabilidad de la mujer y la veracidad de la ley que
invocan, les niega la competencia para erigirse en jueces. Se niega a
pronunciar una sentencia condenatoria, dándoles una doble lección de justicia y
de misericordia. Condena ese falso celo de obligar al cumplimiento de unas
normas a los demás, mientras ellos no las cumplen. El hombre pecador -¿quién no
lo es?- que se atreve a condenar a su prójimo es un espectáculo de falta de
conciencia repugnante. ¡Qué frecuente es, qué cotidiano!
Es cierto que Moisés mandó apedrear a los adúlteros. Cuando
se pone una ley al lado de un pecado concreto, la sentencia adquiere un rigor
matemático. Pero las cosas cambian cuando al lado de la ley se coloca a una
persona concreta. Esta sustitución no solemos hacerla los hombres. Es
complicado. ¿Dónde iríamos a parar? ¡Así nos va! Por eso las manos están
siempre deseosas de lanzar las piedras, ¡no sobre el pecado, sino sobre el
pecador!
"El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra" (Jn 8,7). La ley penal hebrea exigía que, llegado el momento de la
lapidación, el principal testigo de cargo arrojara la primera piedra sobre el
condenado (Dt 13,10; 17,7). Jesús pretende con sus palabras ir en contra de los
que se erigen en protectores de la ley, sin preocuparse por ser los primeros en
responder a sus exigencias; en contra de una sociedad que practica una doble
moral, con el agravante de condenar únicamente los pecados y delitos de los
débiles y oprimidos. Los delitos de los "fuertes" son de "guante
blanco" y muchas veces se llaman "negocios" o son realizados en
nombre del "honor" o del "servicio a la patria"; no es raro
que se premien con condecoraciones. Los delitos de los "débiles",
siempre de menor cuantía, llenan las cárceles...
Desenlace: El desenlace es inesperado: se van todos; los
provocadores desaparecen inmediatamente cuando se dan cuenta de que también
ellos pueden ser acusados de algo. Vieron que lo mejor era abandonar aquella
situación enojosa, ante el riesgo que corrían de quedar abochornados por el galileo
ante la numerosa concurrencia que le estaba escuchando cuando ellos le habían
interrumpido.
¿Por qué empezaron a marcharse los más viejos? ¿Porque el
más viejo tiene más pecados?, ¿o porque son más prudentes y maliciosos y saben,
por experiencia, cómo pueden acabar esos encuentros con Jesús? Su dignidad de
dirigentes corre peligro de quedar malparada ante el pueblo. Y se van
masticando rabia; pero se van. La trampa ha sido para ellos. Con su marcha
todos se han reconocido pecadores. Pocas palabras han sido suficientes para
darles una gran lección.
Una vez desaparecidos los acusadores, queda Jesús solo con
la mujer. Este quedarse ellos solos no excluye la presencia de la turba que le
estaba escuchando cuando le trajeron a la mujer.
Y hecha la lección de justicia contra los acusadores, da
ahora la lección de misericordia. Si los que la acusaban no han podido
condenarla, como era su deseo, menos lo hará Jesús, que vino a dar vida y no a
quitarla.
"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques
más"(Jn 8,11). Con estas palabras, Jesús condena claramente el adulterio;
lo trata como un verdadero pecado. No podemos llamarnos a engaño en nuestra
permisiva sociedad: las relaciones sexuales deben reunir unas determinadas
condiciones para que sean lícitas.
Al mismo tiempo, niega el derecho a condenar al culpable. Le
pide que no peque más, que deje de hacerse daño a sí misma. En sus palabras hay
perdón y confianza en el futuro de la mujer. No le dice que no tenga
importancia ser adúltera ni busca justificaciones a su pecado, sino que le hace
comprender, a través del perdón, la posibilidad de superarlo, la confianza que
tiene en que no caerá más en él, en que vivirá en el futuro plenamente su
dignidad de persona humana.
Ya no pecaría más. ¿Cómo iba a tener ganas de pecar en
adelante después de aquel encuentro? Se sentía curada para siempre por aquella
mirada que la había salvado de todos; invadida por el recuerdo de una bondad,
de un afecto y delicadeza jamás experimentados. Ya no tendría necesidad de
llenar su vacío de pecados. Su corazón había encontrado el amor y la alegría.
Había encontrado a un tiempo la vergüenza, el perdón, la gracia y el cambio de
vida. Había sido suficiente un gesto de amigo para transformar su existencia.
Jesús había logrado aumentar su clientela reclutada entre aquellos a los que la
"decencia" de la sociedad había apartado.
Estas palabras de Jesús deberían quedar grabadas a fuego en
nuestro corazón, porque nos muestran la postura que tiene Dios con cada uno de
nosotros y la que debemos tener los creyentes con todas las demás personas. Son
palabras que debemos escuchar como dichas a cada uno de nosotros. Hemos de
hacer presente este estilo de Jesús en el mundo que vivimos. El Padre Dios ha
establecido unas relaciones basadas en el amor incansable y sin límites y
quiere que los hombres nos relacionemos también desde la comprensión, el amor,
la comunicación, la misericordia... Sólo así trabajaremos de verdad por la
nueva humanidad que comenzó Jesús. Ni es cristiano quien condena al pecador ni
quien deja de luchar contra todo mal o lo relativiza. La postura de Jesús, que
debe ser la nuestra, es clara: la defensa y la búsqueda del bien del hombre y
la lucha contra el pecado que lo esclaviza.
Este episodio debería haber sido suficiente para que hubiera
desaparecido para siempre de la boca de un cristiano toda palabra de condena y
todo gesto de castigo. Pero no ha sido así. Este bello texto evangélico no ha
logrado hacer desaparecer uno de los oficios más antiguos y más necios del
mundo: la confesión de los pecados ajenos. Es verdad que ahora somos más
"civilizados": hemos sustituido las piedras por el fango. Después de
todo, el fango no hace daño como las piedras; sólo mancha..., aunque vaya a
parar a donde menos lo esperamos. Las piedras hacen sangre; es mejor calumniar,
condenar... Para condenar a los demás es necesario ser ciego y sufrir de
amnesia; olvidarnos de nuestra realidad más indiscutible: el mal -pecado- que
habita en nosotros. Abundantes páginas de la historia de la iglesia constituyen
un escalofriante comentario del precio que ha pagado por el olvido de este
pasaje: inquisiciones, cruzadas... Se ha llegado a lo increíble: a matar en
nombre de Dios.
Recordemos algunas escenas de enseñanza de Jesús que dijo a
los que se creen perfectos: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de
tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a
tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la
paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). Otras escenas también convienen recordar.
Jesús les dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es
misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre
el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida
con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,36-38). Como
vemos, que tan lejos de estas enseñanzas están los maestros de la ley para
darse a sí mismos de jueces. Al respecto Santiago nos dice: “Hermanos, no
hablen mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo
condena, habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la
Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma. Y no hay más que un
solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar.
¿Quién eres tú para condenar al prójimo? (Stg 4,11-12).
En el evangelio de hoy, una mujer sorprendida en pecado y
con la muerte pendiente sobre su cabeza. Unos escribas y fariseos acusándola y,
con las manos llenas de piedras, dispuestos a apedrearla. Pero también un Jesús
sereno y tranquilo, dispuesto siempre a defender al débil que ha caído y
dispuesto siempre a levantarle, escena equivalente al padre recibe entre
besos y abrazos al hijo que vuelve a casa (Lc 15,20), aquí Jesús dispuesto
siempre al perdón y devolver a la vida a la que los hombres están dispuestos a
apedrear.
Los maestros de la ley, los fariseos dijeron a Jesús:
"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés,
en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? (Jn
8,4-5). Una mujer hundida en la vergüenza, temblando de miedo ante la dureza y
la incomprensión humana. Unos hombres siempre dispuestos a escandalizarse de
los pecados de los demás, siempre dispuestos a juzgar y condenar a los otros.
Además, un Jesús, siempre dispuesto a amar, a perdonar, a salvar, a tender sus
manos para levantar al que ha caído. Ya nos dijo con claridad: "No son los
sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan
qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido
a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no
tenga pecado, que arroje la primera piedra" (Jn 8,7). Escena que cambia
completamente el panorama. Los acusadores se convirtieron en acusados por su
conciencia. Y aquí es donde se cumple exactamente lo que Jesús ya dijo: “Con la
medida con que ustedes midan también ustedes serán medidos" (Lc 6,38). O
aquel refrán que dice: “No escupas al cielo”. Estas palabras de Jesús
desubicaron completamente a los acusadores quienes incluso buscaban con la
supuesta sentencia de Jesús, saber acusarlo y llevarlo a la cruz al mismo
maestro. “Los acusadores se fueron retirando uno por uno” (Jn 8,9). Apedreados
por su misma conciencia. Y es que no lo dijo por gusto aquella enseñanza: “No
hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser
conocido” (Mt 10,16). Todo queda al descubierto ante Dios, nada se puede
ocultar.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?
¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn
8,10-11). Que palabras de consolación y de amor para la pecadora. Este el amor
misericordioso de Dios por cada pecador convertido al evangelio, con razón nos
dijo: “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no
necesitan convertirse" (Lc 15,7). “Quien no practico misericordia será
juzgado sin misericordia” (Stg 2,13). En la base de todo acto misericordioso
está el amor. Preguntaron a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?
Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El
segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40).
Jesús explicó a Nicodemo en el siguiente termino respecto
del amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a
su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que
cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha
creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús no vino al
mundo a condenar a nadie sino a mostrarnos cuanto Dios nos ama.
El amor auténtico no permite condenar a nadie. Por
algo insiste Jesús en hacernos entender el tema cuando en su enseñanza central
nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como
yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a
los otros" (Jn 13,34-35).