lunes, 15 de abril de 2024

IV DOMINGO DE PASCUA – B (21 de Abril del 2024)

  IV DOMINGO DE PASCUA – B (21 de Abril del 2024)

Promociona del Santo evangelio según San Juan: 10,11-18:

10:11 Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.

10:12 El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.

10:13 Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.

10:14 Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí

10:15 —como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre— y doy mi vida por las ovejas.

10:16 Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.

10:17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.

10:18 Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre". PALABRA DEL SEÑOR.

 

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

 “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (I Jn 4,7-8). El amor de Dios se nos da en el Hijo que hoy se nos presenta como buen pastor: “Yo soy el buen Pastor: Así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre; así también conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí  y (prueba de ello) doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,14-15). “Como el Padre me amó, yo también los he amado a Uds; permanezcan en mi amor. Y permanecerán en mi amor si guaran mi mandamientos como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). “En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo le conozco” y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él” ( IJn 2,3-5). Si acogemos el amor del buen pastor hemos de clamar: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Slm 23,1).

“Como el Padre me amó, así también los he amado yo; permanezcan en mi amor. Solo, si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” ( Jn 15,9-10). En la imagen del Buen Pastor, Jesús revela su unidad con el Padre: «Yo y el Padre somos uno (…). El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,30.38). Las autoridades judías le habían preguntado: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente» (Jn 10,24). La respuesta del Maestro es tan audaz y sorprendente que les escandaliza: «Tú, siendo hombre, te haces Dios» (Jn 10,33). Muchos de los oyentes que lo escucharon reaccionan con fe, pero algunos, en especial los jefes del pueblo, lo rechazan con odio, hasta el punto de coger piedras para lapidarle.

La unidad entre el Padre y el Hijo es un punto central del misterio de Dios: “Como tú, Padre, estas en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” ( Jn 17,21). El Padre lo «santificó y envió al mundo» (Jn 10,36), y le ha encargado cuidar de las ovejas. Formamos parte de la familia de Cristo porque él mismo nos ha escogido (Ef 1,4). Venimos a su redil, atraídos por sus voces y silbidos de Buen Pastor, con la certeza de que solo a su sombra encontraremos la verdadera felicidad temporal y eterna. El Señor sale al encuentro de todos porque le importan, ¡y mucho!, todas sus ovejas, y no cierra las puertas a las que están heridas, cuando vuelven con ánimo de dejarse curar (Lc 15,17-20).

Hay una perfecta ilación de ideas que el Profeta resume así: “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).

Como se nota claramente la relación de pastor y rebaño no es de simple pertenencia sino una relación de comunidad y unidad. En la Biblia el título de pastor se le da por extensión, a todos aquellos que imitan la premura, la dedicación de Dios por el bienestar de su pueblo.  Por eso a los reyes en los tiempos bíblicos se les llama pastores, igualmente a los sacerdotes y en general a todos los líderes del pueblo. En este orden de ideas, cuando un profeta como Ezequiel se refiere a los líderes del pueblo, los llama pastores, pero ya no para referirse a la imagen que deberían proyectar, de seguridad, de protección, sino a lo que realmente son: líderes irresponsables que llegan incluso hasta la delincuencia para sacar ventaja de su posición mediante la explotación y la opresión: “Exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,16). Es así como al lado de la imagen del buen pastor aparece también la del mal pastor o del mercenario que Jesús hace referencia con la palabra del asalariado “(Jn 10,12).  En el profeta Ezequiel, en el capítulo 34, encontramos un juicio tremendo contra los malos pastores que se apacientan solamente a sí mismos y por eso vemos que Dios, él mismo, decide ocuparse personalmente  de su rebaño: “Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez. 34,11).

 Jesús nos dice: “El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,15). El criterio para distinguir un buen y mal pastor era su sentido de la responsabilidad.  El Pastor en Palestina era totalmente responsable de las ovejas: si algo le pasaba a cualquiera de ellas, él tenía que demostrar que no había sido por culpa suya. Observemos algunas citas ilustrativas: “Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel”. El pastor debe salvar todo lo que pueda de su oveja, ni que sean las patas o la punta de la oreja de su oveja“ (Os 3,12). “Si un hombre entrega a otro una oveja o cualquier otro animal para su custodia, y éstos mueren o sufren daño o son robados sin que nadie lo vea... tendrá que restituir” (Ex 22,9.13).   En este caso el pastor tendrá que jurar que no fue por culpa suya (Ex 22,10) y traer una prueba de que la oveja no había muerto por culpa suya y de que él no había podido evitarlo. En fin, el pastor se la juega toda por sus ovejas, aun combatiendo tenazmente contra las fieras salvajes, haciendo gala de todo su vigor e incluso exponiendo su vida, como vemos que hizo David de manera heroica con las suyas: “Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y se revolvía contra mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo” (1 S 17,34-35).

 El Pastor y rebaño están unido por el amor: Todo lo que vimos anteriormente es lo que Dios hace con los suyos. Los orantes bíblicos, como lo hace notar el Slm 23, encontraban en la imagen de Dios-Pastor su verdadero rostro: su amor, su premura y su dedicación por ellos. En Dios encontraron su confianza para las pruebas de la vida. Ellos tenían en la mente y arraigada en el corazón esta convicción: "Sí, como un pastor bueno, Dios se la juega toda por mí”.

Ellos tenían la certeza de que Dios siempre estaba cuidando de ellos y combatiendo por ellos. Así predicaba el profeta Isaías: “Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca; tal será el descenso de Yahvéh de los ejércitos para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina” (Is 31,4). Y en el texto de Ezequiel, que ya mencionamos, vemos que nada se le escapa al compromiso y al amor de Dios-Pastor: “Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma” (Ez 34,16).

Jesús es el Pastor que da la vida por sus ovejas: Jn 10,11-18). En el evangelio retoma este esquema del Buen y del Mal Pastor, pero con una novedad. Él dice: “¡Yo soy el Buen Pastor!”(Jn 10,11). La promesa de Dios se ha convertido en realidad, superando todas las expectativas. Jesús hace lo que ningún pastor haría, lo que ningún pastor por muy bueno que sea se atrevería a hacer: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). “Yo soy el Buen Pastor” (Jn.11 y 14). Cuatro veces se dice que “da la vida (por las ovejas)” (Jn.11.15.17 y 18).

 En el desarrollo de esta parte de la catequesis de Jesús, distingamos dos partes:

a)    Los versículos 11-13, que trazan el contraste entre un el Buen y el Mal Pastor, lo que podríamos llamar “el verdadero pastor” b)    Los versículos 14-18, que describe el rol del Buen Pastor, lo que podríamos llamar: “la excelencia del Pastor”. El verdadero Pastor: “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas” (Jn 11,10-13).

 “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Jesús va más allá, no es suficiente decir que ha venido a dar vida, lo que llama la atención es el “cómo”: su manera de trabajar por la vida es dando la propia, “El buen pastor da la vida por las ovejas”.  El Pastor auténtico no vacilaba en arriesgar y en dar su vida para salvar a sus ovejas ante cualquier peligro que las amenazara. Es decir: no repara ni siquiera en su propia vida, nos ama más que a su propia vida y de este amor se desprende todo lo que hace por nosotros.

 b El rol del buen pastor: “Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 11,14-18).

 Esta sección se va mucho más a fondo, considerando ahora únicamente la figura del “Pastor Bueno” (que cumple los tres requisitos anteriores) delinea la belleza su personalidad, o mejor de su espiritualidad, de su secreto interno, respondiendo a estas preguntas: ¿Qué significa dar vida ofreciendo la propia? ¿Cuál es el contenido de esa vida? ¿A qué debe conducir? ¿Cuál es la raíz última de toda la entrega del Pastor?

martes, 9 de abril de 2024

III DOMINGO DE PASCUA – B (14 de abril 2023)

 III DOMINGO DE PASCUA – B (14 de abril 2023)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 24.35-48:

24:35 Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

24:36 Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

24:37 Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma,

24:38 pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?

24:39 Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".

24:40 Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

24:41 Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?"

24:42 Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;

24:43 él lo tomó y lo comió delante de todos.

24:44 Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".

24:45 Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,

24:46 y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

24:47 y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

24:48 Ustedes son testigos de todo esto. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor resucitado Paz y Bien.

“Soplo sobre ellos y le dijo reciban el Espiritu Santo” (Jn 20,22); Hoy: “Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras” (Lc 24,45). Acoger el espíritu de Dios es indispensable para adquirir sabiduría (Prov 2,6); porque sin sabiduría no hay conocimiento y sin conocimiento no hay libertad y sin libertad no hay mérito y sin merito no haya salvación que Dios nos ofrece.

El mensaje de hoy tiene doble connotación: por una parte el gozo de saber que todas las profecías se han cumplido en Cristo Jesús (en su muerte y su resurrección); por otra parte, la necesidad de arrepentimiento y conversión por nuestros pecados.

“Si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá. Tal vez te preguntes: "¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha pronunciado el Señor?. Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18,20-22). Lo que significa que, si lo que el profeta dice y se cumple, esa profecía viene de Dios. En Jesús se cumplió todas las profecías.

El mensaje de este tercer domingo pascual lo encontramos: Las profecías debían cumplirse. Es decir, todo aquello que había sido escrito en la ley y Moisés acerca del Mesías, acerca de sus sufrimientos y de su muerte, debía tener cabal cumplimiento en Cristo. En la primera lectura Pedro muestra la continuidad entre el Dios de Abraham, el Dios de Issac, el Dios de Jacob y el Dios que ha glorificado a Jesús. Ninguna ruptura entre las promesas hechas por Dios y la realidad actual; por el contrario: un cumplimiento cabal y perfecto del plan de Dios, de su pacto de amor con los hombres llevado hasta el amor extremo.

“Dios es amor” (I Jn 4,8) y Dios ha hecho al hombre por amor y a su imagen (Gn 1,26).  Dios quiere devolver al hombre la vida que éste había perdido pecando (Gn 3,1-8). Dios quiere restaurar en el hombre la imagen primitiva: “La volveré a conquistar,  la llevaré al desierto  y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). Para realizar esta obra de redención, de restauración elige un camino largo y penoso: su encarnación (Lc 1,26-38), su nacimiento (Lc 2,6), su vida, su pasión, muerte y resurrección. Dios se propone salvar al hombre mediante el misterio inescrutable de la encarnación. ¡Misterio de Dios! ¡Maravilloso misterio de Dios que nos rescató haciéndose hombre (Jn 1,14). e incorporándonos a la naturaleza divina: “Te desposaré para siempre,  te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21-22).

“Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24,45).  ¿Qué no entendían? ¿Por qué no entendían? ¿Qué hacía falta para abrirles el entendimiento a los discípulos? Y ¿Por qué era necesario que entendieran? Creemos que responder a estas preguntas nos dé luces para que también a nosotros se nos abra el entendimiento.

¿Qué no entendían?: “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y recién creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22). Recordemos también las citas textuales respecto al acontecimiento de la resurrección: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). “Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó que no hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos" (Mt 17,9). Hoy mismo constatamos que sucede lo mismo cuando Jesús resucitado esta entre ellos: Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? (Lc 24,36-38).

¿Por qué no entendían la resurrección de Jesús? Un día Jesús dijo a Nicodemo: Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo” (Jn 3,11-13). Es decir, si no somos capaces entender las cosas terrenales no seremos capaces de entender las cosas del cielo; para entender las cosas del cielo conviene entender las cosas terrenales y no solo quedarnos en ella sino dar sentido de las cosas terrenales en razón de las cosas del cielo y para ellos sabemos que tenemos dos medios: para entender las cosas terrenales hace falta la razón y para entender las cosas del cielo en necesario la fe. Y si nos falta alguno de estos elementos no sabremos entender y por ende creer el misterio de la resurrección del Señor.

¿Qué hacía falta para abrirles el entendimiento? Tres cosas: 

1) Creer que Jesús resucitó pero hasta aquí ellos no creían que Jesús haya resucitado y por eso la escena siguiente: “Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado” (Mc 16,11-14). 

2) Por tanto hace falta constatar que Jesús el Nazarenos a quien vieron morir en la cruz es él mismo el que está vivo y para eso hace falta para los apóstoles tener certeza que está vivo viéndolo y tocándoles las manos y los pies: “Los otros discípulos le dijeron a Tomas: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe"(Jn 20,25-27). Hoy en relato ahondamos sobre el asunto: 

“Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,37-40). 3) y finalmente viene como una estucada las palabras de aclaración del mismo resucitado: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía esto: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.  Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras” (Lc 24,44-45).

¿Por qué es necesario creer en el resucitado? Porque en adelante en su nombre se predicará la conversión: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,46-48). Para cumplir esta sagrada misión nos da todo el poder de su espíritu: "La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20, 21-23). Además ya nos dijo el Señor algo importante: “Al que me confiese abiertamente ante los hombres, yo lo confesaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien se avergüence de mi ante los hombres yo también me avergonzare del él ante mi padre que está en el cielo” (Mt 10,32-33).

Vale la pena traer a colación las primeras profesiones o proclamaciones del Señor resucitado, misión que es efecto del espíritu del mismo Señor resucitado en la primera comunidad encabezada por Pedro: “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hch 2,22-24).

“Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó” (I Cor 15,14-16).

domingo, 31 de marzo de 2024

II DOMINGO DE PASCUA – B (07 de abril del 2024)

 II DOMINGO DE PASCUA – B (07 de abril del 2024)

 Proclamación del santo Evangelio según San Juan 20,19-31:

 20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"

20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí,

yo también los envío a ustedes".

20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos

a los que ustedes se los retengan".

20:24 Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

20:25 Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".

20:26 Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"

20:27 Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".

20:28 Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"

20:29 Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

20:30 Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.

20:31 Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Resucitado Paz y Bien.

“Quien escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24): “Sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Los discípulos pasan de la muerte a la vida, ahora son propiamente Apóstoles al recibir el encargo: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Jn 20,21). “A quienes Uds. les perdonen lo pecados se les perdona en el cielo, a quienes no, tampoco se les perdona en el cielo” (Jn 20,23).

La resurrección del Señor es la reafirmación de todo cuanto se dijo: “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22).

Todo cambió grandiosamente de rumbo, la historia dio un gran vuelco hacia arriba, cuando en la amanecida purísima del día de Pascua se alzó con el poder de Dios la firme losa del sepulcro y surgió, potente y glorioso como un gigante vencedor, el Señor resucitado, dándoles la razón a los profetas, llenando de sentido a sus parábolas, dando cumplimiento a sus promesas, empujando hacia adelante el futuro de la humanidad. El Señor ha resucitado!, gritaron primero las santas mujeres, luego Pedro y Juan, al final todos los apóstoles, incluido el incrédulo Tomás y los amigos de Emaús.

Revestidos del espíritu de Jesús glorificado los testigos ya no tiene miedo de confesar a Jesús. Pedro: "Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección" (Hech. 10,39-41).

Juan: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos del Verbo de la vida... la vida eterna que estaba en el Padre y se nos manifestó... os lo anunciamos a vosotros para que vosotros viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con nuestro Señor Jesucristo" (I Jn. 1. 1-3).

Pablo: "Desde luego os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Pedro y luego a los doce. Se apareció también a más de quinientos hermanos de una vez, de los que la mayoría viven todavía, otros murieron. Luego se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles, y después de todos, como a un abortivo, también se me apareció a mí." (I Cor 15, 3-9).

A los testigos se les cree, o no se les echa cuentas, según la confianza que merecen, según el índice de credibilidad que se les reconoce. Ni a los testigos directos de entonces ni a los que hoy intentamos serlo, les han hecho mucho caso una buena parte de sus oyentes. Rozamos el misterio de la fe, que tiene otros componentes, como el martirio.

El sello del martirio: Digo ahora que a los estudiosos del Nuevo Testamento y a los espíritus con auténtica inquietud religiosa, que releen las escenas evangélicas del resucitado, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de san Pablo, lo que más suele convencerles y más les llega al corazón es la llamarada de fe que estalló en el mundo con el cambio radical de aquellos primeros testigos, que apostaron con su vida entera por el Señor resucitado y sellaron, por millares, ese testimonio con el derramamiento martirial de su sangre.

La vida, el mensaje del  evangelio, la pasión salvadora, la muerte en la cruz y, más que nada, la resurrección definitiva de Jesús, son oferta de salvación para cuantos quieran acogerla. Quienes, sin méritos propios, gozamos del don de la fe, sabemos del impacto, la fuerza, la claridad, la paz, la esperanza que empapan todo nuestro ser, cuando, por el sacramento del perdón, el pan de la Eucaristía, la oración contemplativa, la aceptación de la cruz, la comunión con los hermanos y el acercamiento existencial a los pobres, conseguimos hacer nuestra la experiencia pascual de Jesús.

La resurrección es cosa de todos. A pesar de nuestra poca fe, somos legión los convencidos de que Cristo Jesús con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección nos devolvió la vida. Y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de nuestra feliz resurrección. "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el día final" (Jn. 6,54).

Lo cierto es que ya hemos resucitado. El bautismo, la fe, la pertenencia a la Iglesia son en nosotros semillas de resurrección, fuentes de agua viva, que manan hasta la vida eterna. Intentamos, por ello, vivir como cristianos resucitados y no como creyentes anónimos. Me pregunto entonces: Si mi fe me remite a los primeros testigos de la Resurrección, en los que creo y de los que me fío, no habrá alguien por ahí que esté necesitando mi testimonio como yo del de aquellos? Mas, nada de ponerse tristes ni temerosos porque estamos en fiesta de Pascua al ser revestidos de su espíritu ( Jn 20,22). “Porque Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor, y de dominio propio' (2 Tm 1,7).

En esta semana hemos revivido una serie de encuentros con el Verbo de Dios hecho carne (Jn 1,14), el hombre perfecto resucitado de entre los muertos, quien es el centro de la alegría de cada corazón y la plenitud de sus aspiraciones, como nos enseña el Concilio Vaticano II (GS 45). Para culminar esta serie de encuentros con el resucitado (Jn 20,16-18). Tomemos contacto inmediatamente con las tres partes del evangelio para que captemos su enfoque:

 1° Jn 20,19-23, Jesús resucitado se le aparece por primera vez a la comunidad reunida en el cenáculo y les hace vivir la experiencia pascual. Esta primera parte responde a la pregunta: ¿Qué dones trae para mí el Resucitado?

 2° Jn 20,24-29, Jesús resucitado se aparece a la comunidad “ocho días después”, esta vez estando presente Tomás, quien pone en duda la veracidad de la resurrección de Jesús. El mismo Jesús lo conduce a la fe pascual.  Surge entonces la pregunta: ¿Cómo pueden llegar a creer en Jesús las personas que no han visto directamente a Jesús resucitado como lo vieron los apóstoles?

 3° Jn 30-31. En estos dos versículos el cuarto evangelio se presenta todo él como un camino de fe pascual. Al condensar en sus pasos fundamentales el camino vivido y proyectarlo como modelo hacia el futuro, se plantea la pregunta: ¿Qué pretende suscitar la proclamación del Evangelio, en cuanto anuncio de los signos del Resucitado para las personas y comunidades de todos los tiempos?

1. Primera parte: Primer encuentro con la comunidad reunida (Jn 20,19-23)

Ese mismo día, el primero de la semana por la mañana, María Magdalena les había comunicado: “He visto al Señor” (Jn 20,18).  Ahora, al atardecer (Jn 20,19), es el mismo Jesús quien viene donde los discípulos y se deja ver por los once. Jesús los encuentra con la puerta cerrada. Todavía están en el sepulcro del miedo y no están participando de su nueva vida (Jn 20,19). Notemos lo que va sucediendo en la medida en que Jesús se manifiesta en medio de la comunidad:

Primer momento: los discípulos experimentan la presencia del Señor (Jn 20,19-21):

1) Jesús se pone en medio: “Se presentó en medio de ellos” (Jn 20,19). Lo primero que hace Jesús es mostrarles que lo tienen a él, vivo, en medio de ellos, y su presencia los llena de paz y alegría. En un mundo que les infunde miedo, ellos tienen en medio al vencedor del mundo. Recordemos que la última palabra de su enseñanza cuando se despidió de ellos fue: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

2) Jesús les da la paz: “Y les dijo: La paz con ustedes” (Jn 20,19). El don primero y fundamental del Resucitado es la paz. Tres veces en este pasaje del evangelio se repite el saludo: “Paz este con Uds.” (Jn 20,19.21.26) Jesús les había prometido esa paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27).  A. hora, en el tiempo pascual, cumple su palabra porque está en el Padre y porque ha vencido al mundo (Jn 16,33). Esta victoria de Jesús es el fundamento de la paz que él ofrece. Y, si bien Jesús no pretende eximir a sus discípulos de las aflicciones del mundo (Jn 16,33), ciertamente su intención es darles seguridad, serenidad y confianza en medio de ellas.

3) Jesús les muestra las llagas de sus manos: “Dicho esto, les mostró las manos...” (Jn 20,20). El Resucitado no sólo habla de paz, sino que se legitima delante de sus discípulos, dándole un fundamento sólido a su palabra. Para ello les muestra sus llagas.  Los discípulos aprenden entonces que el que está vivo delante de ellos es el mismo Jesús que murió en la Cruz: el Resucitado es el Crucificado (Jn 12,24). Mostrar las llagas tiene doble connotación en la comunidad: a) es una expresión de su victoria sobre la muerte; es como si nos dijera: “Mira he vencido”. b) Es un signo de su inmenso amor, un amor que no retrocedió a la hora de dar la vida por los amigos (Jn 15,13); y es como si nos dijera: “Mira cuánto te he amado, hasta dónde llega mi amor por ti” (I Jn 4,8). El Resucitado estará siempre lleno de esta victoria y de este amor que se nos revela tras la Cruz.  En otras palabras, en el Resucitado permanece para siempre el increíble amor del Crucificado (Jn 14,18).

4) Jesús les muestra la herida del pecho: “...y el costado” (Jn 20,20). Jesús le muestra las llagas de los clavos y también su pecho traspasado por la lanza.  De esa herida había fluido sangre y agua cuando estuvo en la Cruz. Por lo tanto el gesto nos remite a lo que observó el Discípulo Amado cuando estuvo al pie de la Cruz: “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,33). La herida del costado de Jesús permanece para siempre en el cuerpo del Resucitado como una prueba de que él es la fuente de la verdad y vida (Jn 7,38-39), esa vida nos hace nacer de nuevo en el Espíritu Santo en los sacramentos (Jn 3,5).

5) Los discípulos, finalmente, reaccionan con una inmensa alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Jn 20,20). La alegría pascual había sido una promesa de Jesús antes de su muerte: “Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo... Uds. están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie les podrá quitar” (Jn 16,20.22). Así, pues, cuando los discípulos “ven” a Jesús, la promesa se convierte en realidad.  Jesús resucitado es el fundamento indestructible de la paz y la fuente inagotable de la alegría. En fin, el Resucitado viene y se deja ver. Contemplar al Resucitado es experimentar el amor sin límite ni medida del Crucificado, participar de su victoria sobre la muerte y recibir plenamente el don de su vida.  Entre más comprendan esto los discípulos, mucho más se llenarán de paz y de alegría.  Jesús Resucitado es el fundamento de la paz y la fuente de la alegría.

Segundo momento: Jesús envía al mundo a la comunidad compartiéndole su misión, su vida y su autoridad (Jn 20,22-23): La experiencia de vida del Resucitado que lleva a la comunidad a hacer propia la victoria de Jesús sobre la Cruz, tiene enseguida consecuencias: ella es enviada con la misma misión, vida y autoridad de Jesús resucitado. De esta manera Jesús les abre las puertas a los discípulos encerrados por el miedo y los lanza al mundo con una nueva identidad y como portadores de sus dones (Aquí nace el Kerigma apostólico). Veamos:

1) Los discípulos reciben la misma misión de Jesús: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21): Jesús les transmite la paz a sus discípulos por segunda vez y conecta este don con la misión que les confía. Quien participa de la misión de Jesús, también participa de su destino de Cruz, por eso los misioneros pascuales deben estar arraigados en la paz de Jesús. Jesús envía a sus discípulos al mundo con plena autoridad (“Yo les envío”), así como el Padre lo envió a Él (Jn 17,18).  En la pascua se participa de la vida del Verbo encarnado (Jn 1,14) y una forma concreta de participar de su vida es continuar su misión en el mundo.  Como se ve enseguida, el Espíritu Santo es también el principio creador de la misión.

2) Los discípulos reciben la misma vida de Jesús: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Para que la misión sea posible, los discípulos deben estar revestidos del Espíritu Santo (Mt 22,12).  Cuando Jesús sopla el Espíritu Santo sobre ellos los hace “hombres nuevos” (Jn 3,8).  El mismo Jesús de cuyo costado herido por la lanza brotó el agua que es símbolo del Espíritu Santo (Jn 7,39), él mismo –como en el día de la creación (Gn 2,7)-  infunde en los discípulos el “Ruah”, esto es, el “Soplo vital” de Dios (Jn 20,22). 

Los discípulos resucitan y pasan propiamente a ser apóstoles de Jesús. El resucitado les da una vida nueva que no pasará nunca, su misma vida de resucitado, esa vida que tiene en común con el Padre (Jn 17,21). Ahora el temor se acabó y los apóstoles proclaman abiertamente la verdad (Jn 8,31-32): “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).

3) Los discípulos reciben la misma autoridad de Jesús: “A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados...” (Jn 20,23). El Resucitado envía a los discípulos con plena autoridad para perdonar pecados.  El perdón de los pecados es acción del Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. Es así como en la Pascua se realizan plenamente las palabras que Juan Bautista dijo acerca de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).  Quien acoge a Jesús resucitado, experimenta su salvación, sus pecados son perdonados y entra en la comunión con Dios (Jn 5,24).

Los discípulos pueden ser rechazados en la misión. En realidad, el rechazo del evangelizador no es un rechazo de él sino de Jesús que fue quien lo envió (Jn 20,21). Y el rechazo de Jesús es el rechazo de su obra pascual (Lc 10,16), el negarse una vida en paz y alegría, porque el pecado es conflicto interno y tristeza continua.  Por eso, cuando hay “obstinación” ante el mensaje pascual de los discípulos, ellos pueden “retener los pecados”, que en realidad es “retener el perdón”. La comunidad de los seguidores de Jesús queda consagrada para la misión. Por eso la Iglesia es por su naturaleza propia: misionera (Mc 16,15).

2. Segunda parte: el drama del nacimiento de la fe en el corazón del incrédulo Tomás (Jn 20,24-29). El apóstol Tomás, ausente en el primer encuentro con el Resucitado, rechaza el testimonio de los otros discípulos (“Hemos visto al Señor”, Jn 20,24), no confía en ellos, porque los considera víctimas de una alucinación colectiva. Él exige ver a Jesús personalmente para constatar que se trata del mismo Jesús que conoció terrenalmente, con las cicatrices de los clavos y la herida de lanza (Jn 20,24-25). Y el Señor acepta el desafío de Tomás. Jesús no rechaza su solicitud sino que, contrariamente a lo que se podría esperar, le concede lo pedido.  Pero si bien mediante el contacto con sus llagas lo conduce a la fe, una fe nunca antes vista, Jesús recalca que la verdadera fe que merece bienaventuranza es de los que creen sin haber visto, es decir, la fe que no depende de las condiciones puestas por este apóstol. 

Por propia iniciativa se va hasta donde está Tomás, Jesús le muestra las marcas de su muerte y de su amor “ … no seas incrédulo sino creyente”(Jn 20,27), es decir, le hace sentir que lo ama y que al dar la vida por él, Jesús es la fuente de su salvación. Al mostrarle las llagas responde plenamente a la pregunta que Tomás le hizo en el ambiente de la última cena: esas llagas son el camino de la resurrección, la verdad de un Dios que lo ama y lo Salva, y la fuente de la vida nueva.

Tomas reacciona con una altísima confesión de fe, como ninguno antes que él: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28).  Tomás se demoró más que todos los demás para llegar a la fe, pero cuando llegó los sobrepasó a todos. Cuando dice “Señor mío”, Tomás está reconociendo que con su resurrección Jesús ha mostrado que es verdadero Dios, ya que “Señor” es la forma como la Biblia griega lee el nombre de “Yahveh”. Por tanto Jesús es Dios así como Dios Padre: con la resurrección Él ha entrado en la posesión de la gloria divina, la gloria que tenía en el Padre antes de la creación del mundo (Jn 17,5.24). Cuando dice “Mío”, Tomás se somete a su voluntad y se abre a la acción de su mano poderosa.

Esta relación con Jesús, basada en su Señorío, tiene validez porque Jesús es Dios. Por eso lo acepta como “¡Mi Dios!”.  Tomás reconoce a Jesús como el mismo Dios en persona que se acerca a cada hombre en su realidad histórica para salvarlo dándole vida en abundancia.  Para Tomás, todo lo que Jesús obra como Señor, en realidad es lo que Dios obra. En el corazón del discípulo incrédulo se enciende entonces la llama de una fe profunda que supera la de los demás. Tomás comprende que al resucitar de entre los muertos, el Maestro ha demostrado de forma clara y convincente que Él es el Señor Dios, como Yahvéh, soberano de la vida y de la muerte.

3. El evangelio como signo permanente que invita a la fe pascual (Jn 20,30-31). La voz pasa de Jesús a la del evangelista Juan quien dialoga directamente con nosotros. Si leemos estos versículos en conexión con Jn 20,29, notaremos enseguida la continuidad. Jesús pronunció la bienaventuranza del “creer”, pero no dejó claro con base en qué se daría este “creer”.  Ahora Juan nos dice que el “creer” está basado en el “testimonio pascual”, y dicho testimonio llega a nosotros por medio del evangelio escrito y por la predicación de la Iglesia que le da viva voz y la actualiza. Los signos “escritos” (Jn 20,30-31) hacen referencia al itinerario de la fe propio del evangelio de Juan: sus siete signos reveladores transversales, las tres pascuas de Jesús y sobre todo el relato de la Pasión-gloriosa del Maestro. Por esta razón termina diciendo que redactó su evangelio precisamente con este fin: que los lectores de su libro crean que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (Jn 20,30-31).  La fe en el mesianismo divino de Jesús se alimenta de la meditación de los signos realizados por el Señor, entre los cuales el más estrepitoso consiste en su resurrección de entre los muertos al tercer día (Jn 2,18), precisamente allí donde nos comunicó su misma vida.

domingo, 24 de marzo de 2024

DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN - B (31 de marzo de 2024)

 DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN - B (31 de marzo de 2024)

 Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:

 20:1 El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

20:2 Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

20:3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.

20:4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.

20:5 Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.

20:6 Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo

20:7 y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.

20:8 Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él vio y creyó.

20:9 Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

 Estimados hermanos en el Señor glorificado paz y bien.

Jesús resucitado le dijo: “Estas son aquellas palabras mías que les hablé cuando todavía estaba con Uds: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."  Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén”. ( Lc 24,44-47).

 “Si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá". Y ¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha pronunciado el Señor? Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple y queda sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18.20-22).  Pero si lo que el profeta dice y se cumple lo que dice,  esa palabra viene de Dios y el profeta viene de Dios. “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22).

 El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7). La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta en práctica de todo lo que dijo e hizo.

 Dijo ya Jesús: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El hijo tiene esa misión: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas". En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).

En primer lugar: María Magdalena descubre que la tumba está vacía (Jn 20,1-2).Notemos los movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20,1).  Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

 María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (Jn 20,2a). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (Jn 20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

 Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: Jn 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.

 He aquí un ejemplo para imitar en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).

Los dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de información de la Buena noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (“no sabemos  dónde han puesto”, Jn 20,2). Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.

 “Se encaminaron al sepulcro” (Jn 20,3). La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20).

 “El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (Jn 20,4). El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (Jn 20,5) El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

 “Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (Jn 20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7).  Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas.  Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.

Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (Jn 20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús.

 La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29). Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (Jn20,9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús.  Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (ver también 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (Jn 20,30-31).

En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero.  Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra vida.

Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).

La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.

 1)  Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.

2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto . (Mc 15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.

3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).

¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.

 4) Para los AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.

¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su murió de  verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).

Si murió Jesús; ¿Dónde está el cuerpo de Jesús el crucificado? No está en la tumba y si no está en la tumba solo cabe dos posibilidades: O Robaron el cuerpo o Resucitó como Él mismo ya lo había dicho (Mc 10,33). Si robaron el cuerpo del Señor ¿Quién o quiénes pudieron robar? solo dos posibilidades: O los enemigos o los amigos, porque a otras personas no les interesa el cuerpo del crucificado. Luego si los enemigos robaron, sin duda que lo mostrarían el cuerpo del crucificado porque se generó mayor escándalo al ser proclamado por los apóstoles que: "Jesús resucitó" (Hec 2,36). Los enemigos no lo mostraron el cuerpo, por tanto no robaron los enemigos. Pero tampoco robaron los amigos o los discípulos porque nadie daría la vida por una mentira. si los apóstoles dan su vida por una verdad: Que Jesús si resucitó. porque nadie da su vida por una mentira. Por tanto Jesús si resucitó (I Cor 15,3-20).

domingo, 17 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR - B (24 de marzo del 2024)

 DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR - B (24 de marzo del 2024)

Proclamación del Evangelio según Marcos15,15- 39:

(Lectura breve)

15:15 Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.

15:16 Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte.

15:17 Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen.

15:18 Y se pusieron a saludarle: “¡Salve, Rey de los judíos!”

15:19 Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

15:20 Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.

15:21 Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz.

15:22 Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario.

15:23 Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó.

15:24 Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.

15:25 Era la hora tercia cuando le crucificaron.

15:26 Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: “El Rey de los judíos.”

15:27 Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda.

15:29 Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días,

15:30 ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!”

15:31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse.

15:32 ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.” También le injuriaban los que con él estaban crucificados.

15:33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.

15:34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: “Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?”, - que quiere decir - “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”

15:35 Al oír esto algunos de los presentes decían: “Mira, llama a Elías.”

15:36 Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: “Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.”

15:37 Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo.

15:39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el señor paz y bien.

“He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza… pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 31,31-33). “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre sea glorificado” (Jn 12,23). Llego la hora de la nueva y definitiva alianza, la hora la la salvación de la humanidad. La mayor prueba del amor de Dios por la humanidad (Rm 5,8).

 “No hay amor más grande que el que da la vida por su amigos (Jn 15, 13). “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). El amor no es un sentimiento, es una decisión, una opción. Jesús que es la manifestación del amor de  Dios, dio  libremente su   vida por cada uno de nosotros. “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.  Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”  (Jn 15,9-10).  Decimos que Jesús tenía que morir, que su muerte fue un acto del  destino. No. Jesús decidió predicar y vivir amándonos, eligió el amor a nosotros, decidió amarnos a todos y esta decisión le llevó a la muerte.

El Mesías ha venido, no para vencer a los hombres, sino para vencer el mal que hay en el hombre. Ha venido para liberarlo de todo lo que le oprime: “Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. Pero, el Hijo de Dios vino para destruir las obras del Diablo” ( I Jn 3,8). ¿Cómo lo ha hecho?: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”( I Cor 15,3). De esta forma nos redimió o nos justificó. Y la razón de esta actitud de Dios es que: “Dios es amor” ( I Jn 4,8). Por eso dice San Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros en la Cruz” (Rm 5,8).

Escenas del suceso de la Pasión:

1. Cuando vamos a comenzar a revivir la Semana Santa, la Iglesia, como que nos previene: Todo esto va a tener un final feliz, la Resurrección. Por eso con la Procesión de los Ramos celebrada con ritmo festivo, al aclamar a Cristo como el Hijo de David que viene en el nombre del Señor, adelantamos su Resurrección.

2 "Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo" Marcos 11,1. "Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a tí humilde, montado en un asno" (Mat 21,1). En cotraposición a los reyes victoriosos montando a caballo, Jesús entra como rey en la ciudad santa humildemente. Es manso y humilde de corazón.

3 Lucas completa la narración de Mateo, contándonos el llanto de Jesús: "Al ver la ciudad, lloró como gotas de sangre por ella" (Lc 19,49). A medida que va avanzando hacia la muerte, se aprecia más la sensibilidad de Jesús, lamentando la desgracia de su patria, manifestando la ternura por sus discípulos.

4 "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oido para que escuche" (Is 50,4). Escuchar y hablar. Para poder dar vida y ser fuerte, para soportar insultos y salivazos, para ofrecer la espalda a sus golpes, para seguir a Cristo, necesitamos escuchar la palabra. Sólo ella nos dará la fuerza necesaria.

5 "Se burlan de mí, me acorrala una jauría de mastines, me taladran las manos y pies, se pueden contar mis huesos, se reparten mi ropa, se sortean mi túnica. Fuerza mía, ven corriendo a ayudarme" (Slm 21).

6. "Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oirlo se alegraron y le prometieron dinero" (Mc 14,1). Judas, hombre mezquino y ambicioso, capaz de traicionar y entregar a su Maestro y desencadenar una tragedia tan enorme por unas monedas.

El domingo de pasión -más conocido como domingo de ramos- inaugura la semana santa. De acuerdo con la rúbrica, "en este día la Iglesia celebra la entrada de Cristo en Jerusalén para realizar su misterio pascual". Los cuatro evangelistas relatan este acontecimiento y subrayan su importancia. Jesús es presentado como el Rey-Mesías, que entra y toma posesión de su ciudad. Pero no entra como un rey guerrero que avanza con su gran ejército, sino como un Mesías humilde y manso, cumpliendo así la profecía de Zacarías (9,9): "He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y. montado en un asno".

La procesión. La característica de la procesión es el júbilo, gozo que anticipa el de pascua. Es una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se cantan himnos y aclamaciones a Cristo. La Iglesia realiza los acontecimientos del primer domingo de ramos: lo que se lee en el evangelio se vive inmediatamente después en la procesión.

"¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; ¡hosanna en las alturas!" En cada celebración eucarística repetimos esta aclamación al comenzar la oración eucarística. La venida de Cristo en el misterio eucarístico acontece diariamente. En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, representada en cada asamblea litúrgica, sale a recibir y dar la bienvenida a Cristo de una manera especial.

La procesión nos transmite como una anticipación o pregustación del domingo de pascua. La alegría y el triunfo de pascua rompe así la liturgia más bien sombría del domingo de ramos. Las palmas que se bendicen y se llevan en procesión, son emblema de victoria. "Hoy honramos a Cristo, el rey triunfador, llevando estos ramos". El responsorio que se canta al entrar en la iglesia menciona explícitamente la resurrección: "Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo".

Liturgia de la palabra. Este domingo se llama de dos maneras: domingo de ramos y también domingo de pasión. Ramos por la victoria y pasión por el sufrimiento. La procesión es heraldo de la victoria de pascua; en cambio, la liturgia de la palabra que le sigue nos sumerge en la liturgia del viernes santo. Cristo vencerá efectivamente, pero lo hará por su pasión y muerte.

La primera lectura es del profeta Isaías (50,74). Los sufrimientos del profeta en manos de sus enemigos son figura de los de Cristo. Su serena aceptación de los insultos e injurias nos hace pensar en la humildad de Cristo cuando fue sometido a provocaciones aún peores. Es un sufrimiento aceptado libremente y voluntariamente soportado. Esta idea de aceptación se encuentra también en la segunda lectura (Flp 2,6-11), que nos dice: "Cristo se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz". Repetimos el mismo tema en el prefacio: "Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales".

La segunda lectura nos hace penetrar con profundidad en el misterio de la redención. San Pablo, escribiendo a los filipenses, habla del anonadamiento (kenosis) de Cristo, el cual no sólo "se despojó de sí mismo asumiendo la condición de esclavo", sino que incluso se humilló hasta someterse a la muerte de cruz. Esta era lo último de la humillación y el anonadamiento, hacerse un proscrito, un desecho de la sociedad. Pero san Pablo, después de sondeadas las profundidades de los sufrimientos de Cristo, eleva en seguida nuestro pensamiento: "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el `Nombre-sobretodo-nombre`.

domingo, 10 de marzo de 2024

V DOMINGO DE CUARESMA – B (17 de Marzo de 2024).

 V DOMINGO DE CUARESMA – B (17 de Marzo de  2024).

 Proclamcion del santo evangelio según San Juan: 12,20-33:

 12:20 Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos

12:21 que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".

12:22 Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

12:23 Él les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

12:24 Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,  queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

12:25 El que tiene apego a su vida la perderá;  y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

12:26 El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

12:27 Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "Padre, líbrame de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a esta hora!

12:28 ¡Padre, glorifica tu Nombre!" Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".

12:29 La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".

12:30 Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.

12:31 Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera;

12:32 y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".

12:33 Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. PALABRA  DEL  SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Hemos escuchado en la primera lectura cómo el profeta Jeremías, después de haber sufrido por la ruina de su pueblo, Israel, con el destierro a Babilonia, ahora de parte de Dios, anuncia, por primera vez en todo el Antiguo Testamento, una Nueva Alianza. "Miren que llegan días en que haré con la casa de Israel y la cada de Judá una alianza Nueva". Dios sigue fiel a su promesa y a su Alianza: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo". A pesar de la dureza del corazón de su pueblo, Dios no le abandona. Por sus profetas le va conduciendo, le va exhortando a la conversión.

“Meteré mi ley en su corazon”: Una «nueva alianza» ha sido sellada por Dios, después de que la primera fuera «quebrantada». Mientras la soberanía de Dios era ante todo una soberanía basada en el poder -el Seńor había sacado a los israelitas de Egipto «tomándolos de la mano»- y los hombres no poseían una visión interior de la esencia del amor de Dios, era difícil, por no decir imposible, permanecer fiel a la alianza. Para ellos el amor que se les exigía era en cierto modo como un mandamiento, como una ley, y los hombres siempre propenden a transgredir las leyes para demostrar que son más fuertes que ellas. Pero cuando la ley del amor está dentro de sus corazones y aprenden a comprender desde dentro que Dios es amor, entonces la alianza se convierte en algo totalmente distinto, en una realidad interior, íntima; cada hombre la comprende ahora desde dentro, nadie tiene necesidad de aprenderla de otro, como se aprende en la escuela: «Todos me conocerán, desde el pequeńo al grande».

Esta alianza es nueva, no solamente porque es otra, una segunda, sino porque se diferencia esencialmente de la primera. żEn qué consiste la novedad de esta alianza que vendrá ? La respuesta nos la da el mismo Jeremías en un texto que puede ser considerado como de los más sublimes del Antiguo Testamento; texto que, por otra parte, inspirará gran parte del Nuevo.

Estas son las características de la Nueva Alianza” (Jr 31,33). «Pondré mi Ley en su interior y la escribiré en sus corazones. » El creyente aceptará la palabra divina como algo propio, como el hijo que vive la palabra del padre con quien se identifica. Interiorizar la Ley es asumir la obediencia perfecta al Padre, tal como la segunda lectura de hoy dice de Cristo. La palabra de Dios no es obedecida (escuchada) como algo impuesto por la autoridad, sino que es escuchada por el corazón. El creyente hace suyos los pensamientos y los actos de Dios.

La Alianza que anuncia Jeremías será más perfecta, más interior. No quedará grabada, como la de Moisés, en unas tablas de piedra: "Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones". "Todos me conocerán, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados".

Por eso el salmo nos ha hecho pedir: "Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo.". La Alianza, como el amor y la amistad, no se quedan en gestos exteriores, sino que piden una actitud interior, profunda.

A Cristo le costó lágrimas y sangre la Nueva Alianza. Lo que el profeta Jeremías intuyó desde la penumbra del Antiguo Testamento, nosotros lo vemos ya cumplido plenamente en Cristo Jesús. La Nueva Alianza la selló El con su Sangre en la Cruz.

Las lecturas de hoy nos dicen lo que le costó. Sería una falsa imagen de Jesús el imaginarlo como un superhombre, impasible, estoico, por encima de todo sentimiento de dolor o de miedo, de duda o de crisis. Juan, en el evangelio, nos ha dicho cómo Jesús, instintivamente, pedía a Dios que le librara de la muerte, aunque luego él mismo recapacitó y pidió que se cumpliera la voluntad del Padre. Y en la carta a los Hebreos hemos leído detalles que no constan en el evangelio: Cristo, ante la muerte, pidió ser librado de ella con lágrimas y gritos.

Sólo puede extrańar esto a los que no han entendido la profundidad de su comunión y su solidaridad con los hombres. Tenemos un mediador, un Pontífice, que no es extrańo a nuestra historia, que sabe comprender nuestros peores momentos y nuestras experiencias de dolor, de duda y de fatiga. Lo ha experimentado en su propia carne. Y así es como ha realizado entre Dios y la Humanidad la definitiva Alianza.

Obedeciendo, solidarizándose hasta la cruz. haciendo suyo el castigo por nuestro pecado, "se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Hebreos).

-El grano de trigo que muere y así da fruto: Pero todo esto no es la última palabra. Este amor total hasta la muerte tiene un sentido positivo. El mismo Jesús nos ha presentado una imagen muy expresiva: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto". Ese es el camino de la salvación que Cristo nos ha conseguido. Como es el camino de todas las cosas que valen la pena.

Nos estamos acercando a la Semana Santa y la Pascua. Contemplamos esta figura de Cristo caminando hacia su Cruz y dispongámonos a incorporarnos también nosotros al mismo movimiento de su Pascua: muerte y vida, renuncia y novedad.

Nos ha dicho: "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. El que se ama a sí mismo, se pierde". Celebrar la Pascua supone renunciar a lo viejo y abrazar con decisión lo nuevo. La novedad de vida que Cristo nos quiere comunicar.

Esto supone lucha. Esto comporta muchas veces dolor, sacrificio, conversión de caminos que no son pascuales, que no son conformes a la Alianza con Dios. El mejor fruto de la Pascua es que nuestra fe, tanto a nivel personal como comunitario, se haga más profunda y convencida, y que cambie el estilo de nuestra vida.

Cuando hoy escuchemos en la Eucaristía lo que el sacerdote dice del cáliz de vino: "este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna", recordemos lo que anunciaba Jeremías, y que se ha consumado en la Cruz de Cristo. De esa Alianza participamos cada vez que acudimos a comulgar. La Eucaristía es cada vez una Pascua concentrada: EU/PAS: Cristo mismo ha querido en ella hacernos partícipes de toda la fuerza salvadora de su entrega en la Cruz.