domingo, 26 de octubre de 2025

DOMINGO XXXI - C (02 de Noviembre del 2025)

 DOMINGO XXXI - C (02 de Noviembre del 2025)

Evangelio: San Lucas 19, 1-10

19:1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

19:2 Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.

19:3 Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.

19:4 Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.

19:5 Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".

19:6 Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

19:7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".

19:8 Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".

19:9 Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham,

19:10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Un hombre y le preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna? Jesús respondió: Cumple los Mandamientos". El joven dijo: "Todo esto lo he cumplido desde pequeño: ¿qué más me falta?" Jesús le dijo: "Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes” (Mt 19,16-22). No se puede entrar en el cielo siendo egoístas. No es lo mismo vivir en el egoísmo (Joven rico) que en el amor (Zaqueo).

Jesús dijo a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,23-26).

El Rico y Lázaro (Lc 16,22-31): El Pecado de Omisión: La condenación del rico (a menudo llamado "Epulón") no se debe a que fuera rico, sino a su indiferencia radical y activa omisión. Vivía en opulencia ("banquete con esplendidez cada día") mientras Lázaro, un mendigo con nombre (que significa "Dios ayuda"), yacía a su puerta, deseando "saciar su hambre con lo que caía de la mesa" (Lc 16,21).

Juicio: El rico no fue castigado por robar o defraudar, sino por ignorar al prójimo en necesidad, lo que es un fracaso en el mandamiento fundamental del amor. Su riqueza le sirvió de barrera para no ver a Lázaro, convirtiendo el dinero en un ídolo que reemplazó a Dios.

Destino: Al morir, es llevado al Hades entre tormentos (Lc 16,23). Su destino sella la enseñanza de que la justicia de Dios invierte el destino terrenal (las Bienaventuranzas de Lc 6,20ss) y que no hay posibilidad de arrepentimiento tras la muerte.

Zaqueo (Lc 19,1-10): Conversión y Restitución: Pecado y Riqueza: Zaqueo también era rico y, además, un jefe de publicanos (recaudador de impuestos), lo que implicaba defraudar a su pueblo (pecado de acción). Era un pecador público, odiado y marginado.

Deseo de Encuentro: A diferencia del rico de la parábola, Zaqueo tiene un deseo activo de ver a Jesús (v. 3), mostrando una pequeña grieta en su autosuficiencia. Se humilla físicamente (subirse a un árbol), ignorando el ridículo social.

Conversión: La iniciativa de Jesús ("Zaqueo, baja pronto, porque es necesario que hoy me quede en tu casa", (Lc 19,5) lo sella. Zaqueo responde con un acto de fe y justicia radical que supera la Ley: Caridad que es: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres" (Lc 19,8).

Restitución: "Si he defraudado en algo a alguien, le devolveré cuatro veces más" (Lc 19,8). La Ley mosaica pedía restituir el capital más una quinta parte o, en caso de robo de animales, devolver el doble o el cuádruple, pero Zaqueo se aplica el cuádruple a todos sus fraudes.

Destino: Jesús proclama: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán" (Lc 19,9). O sea, Zaqueo demuestra que la riqueza no es la causa de la condenación, sino el apego idolátrico. Al transformar su riqueza en un instrumento de justicia y caridad, y al despojarse de la mitad, prueba que la salvación es posible para el rico a través del arrepentimiento genuino y la reparación de las injusticias.

La narración de Zaqueo en Lucas 19,1-10 es un poderoso ejemplo de cómo la recepción de la salvación está intrínsecamente ligada a la humildad y al desprendimiento del ego. La frase de Jesús: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa porque este también es hijo de Abraham" (Lc 19,9) no es un simple anuncio, sino la confirmación de una transformación radical que requiere "bajarse" de una posición de orgullo y autosuficiencia.

La historia se centra en Zaqueo, un jefe de publicanos y, por lo tanto, rico (Lc 19,2). En la sociedad judía, esto lo convertía en un pecador notorio y marginado, ya que se le acusaba de colaborar con Roma y de enriquecerse defraudando a su propio pueblo (publicanos eran deshonestos).

El Obstáculo del Ego y la Altura: Zaqueo, siendo de pequeña estatura (Lc 19,3), no podía ver a Jesús debido a la multitud. Su baja estatura puede interpretarse simbólicamente como su condición moral o espiritual ante Dios y la sociedad, pero su posición social y riqueza (su "ego" y orgullo) lo colocaban en una "altura" (la de ser jefe y rico) que lo separaba de la gente común y de Dios.

El Gesto de la Humildad ("Bajar del Ego"): Zaqueo corre y se sube a un sicómoro para ver a Jesús (Lc 19,4). Aunque el acto de subirse a un árbol parece ridículo para un hombre de su posición, es un gesto de humildad y deseo genuino de encuentro que ignora el decoro social. Esto es el inicio de "pisar tierra".

La Iniciativa Divina y el Llamado a "Bajar": Cuando Jesús llega, lo llama por su nombre: "Zaqueo, baja pronto, porque es necesario que hoy me quede en tu casa" (Lc 19,5). La orden de "baja" es la clave: Bajar del árbol: Pisar tierra, dejar el ridículo o la curiosidad distante para un encuentro real. Bajar de su posición: Dejar la autosuficiencia de su riqueza y su estatus de "jefe", reconociendo su necesidad.

La Respuesta de la Fe: Zaqueo baja rápido y lo recibe con alegría (Lc 19,6). Este encuentro lleva a una conversión inmediata y tangible, evidenciada por sus acciones: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más" (Lc 19,8). La restitución y la generosidad son la prueba de que su arrepentimiento es auténtico.

La Proclamación de la Salvación: Jesús responde confirmando que el encuentro y el arrepentimiento han traído la salvación, restaurándolo a su plena identidad como "hijo de Abraham, cielo" (Lc 19,9), es decir, miembro del pacto y heredero de la promesa.

La experiencia de Zaqueo es una analogía del camino espiritual de la salvación:

El Pecado/Ego como Altura: La riqueza y el orgullo (el ego) son el "árbol" o la "multitud" que impiden ver a Jesús y recibir la gracia. La posición social, el apego a los bienes o la soberbia espiritual nos colocan en una distancia donde pretendemos controlar el encuentro o verlo "desde arriba".

La Verdadera Búsqueda: El deseo inicial de Zaqueo de ver a Jesús es la semilla de la fe. A pesar de los obstáculos (su baja estatura, la multitud/juicio social, su riqueza), persevera en la búsqueda, un acto de la voluntad.

El "Bajar" y "Pisar Tierra": La salvación exige humildad. El "baja pronto" es una invitación a: Reconocer la necesidad: Admitir la propia miseria y el pecado, la "baja estatura" espiritual. Renunciar a la autosuficiencia: Dejar la seguridad que dan las posesiones o el estatus. Aceptar la Gracia: Recibir a Jesús "con alegría" a pesar del juicio de los demás.

La Conversión Real: El encuentro transforma el corazón y la cartera. El verdadero arrepentimiento no es solo un sentimiento (el ego no solo se baja de un árbol, sino que muere), sino una acción concreta de justicia social y desapego. La salvación no es solo para el alma, sino que impacta las relaciones con el dinero y el prójimo, que es la forma de pisar tierra y vivir en la realidad de la caridad.

El mensaje final es que Jesús, el Hijo del Hombre, vino a "buscar y salvar lo que se había perdido" (Lc 19,10), lo cual incluye incluso a aquellos considerados más alejados o más ricos, siempre y cuando estén dispuestos a "bajarse del ego" y "pisar tierra" con un corazón humilde y dispuesto a la acción justa.

El episodio de hoy nos muestra que, cuando vive envuelto en el amor no le cuesta hacer obras de caridad que es opuesto a los actos del egoísmo: la actitud del joven rico y la actitud de Zaqueo. Zaqueo dice: "Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más" (Lc 19,8). Zaqueo entendió que la mejor forma de obtener el tesoro en el cielo cual es la salvación es dando a los pobre sus bienes (Mt 19,21). En cambio en la escena del joven rico (Mc 10,17-27). No hay salvación, porque el rico no quiso desprenderse de sus bienes, no quiso compartir. En cambio Zaqueo se desprendió y repartió sus bienes y esa actitud es lo que Jesús valora y por eso le dice. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9).

¿Qué idea tenemos de Dios? ¿El que castiga o salva? Dios es amor (I Jn 4,8). El despliegue del amor de Dios es su Hijo: Cristo Jesús. Por eso es como Jesús mismo explica a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Si Dios es amor (I Jn 4,8) Dios nos dice por el profeta Ezequiel: "Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. (Ez 33,). Alguien de la gente un buen día pregunto a Jesús: ¿Señor serán pocos los que se salven? (Lc.13,23). Si Dios es amor, por supuesto que Dios quiere que todos se salven: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4). ¿Cómo obtener nuestra salvación? Primero: Buscar a Jesús como Zaqueo; recibir en casa a Jesús; mostrar gestos concretos de amor a los demás (I Jn 4,20): Dar con amor a los pobres lo que tenemos; restituir todo a las personas de los que un día pudimos habernos aprovechado injustamente. Y no hay otra fórmula mágica de salvación. La salvación no se obtiene con bonitas ideas o razones. “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo?” (Stg 2,14). “Como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así la f sin obras está muerta” (Stg 2,26).

Jesús les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas. Les dijo entonces una parábola: Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha. Después pensó: Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,15-21). Los bienes materiales son medio de salvación para el hombre siempre que sepa compartir, pero son medio de perdición si no sabe compartir. Así pues, Dios quiere salvar a todos, tanto al rico como al pobre; pero, si ni el pobre y ni el rico no hacen lo que Dios manda, será difícil que el hombre logre la anhelada salvación.

domingo, 19 de octubre de 2025

DOMINGO XXX - C (26 de octubre del 2025)

 DOMINGO XXX - C (26 de octubre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 9 - 14:

18,9 Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:

18,10 "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.

18,11 El fariseo, de pie, oraba en voz baja: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.

18,12 Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas".

18,13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!"

18,14 Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Un hombre importante le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Lc 18,18). El domingo anterior se nos ha dicho que, si queremos heredar la vida eterna hace falta que seamos hombres de oración (Lc 18,1) y que, seamos hombres de fe (Lc 18,8). De hecho los discípulos a sugerencia del Señor que les dice: “pidan y se les dará” (Mt 7,7): Los discípulos pidieron: “Señor enséñanos a orar” (Lc 11,1); “Seños auméntanos la fe” (Lc 17,5). Dos dones que se complementan: A mayor oración mayor fe y a menor oración menor es nuestra fe. Y a menor fe estamos más alejados de Dios.  

En el salmo 101 se dice “A los que en secreto difaman a su prójimo –dice Dios- los haré callar, ojos ingeridos y corazones arrogantes no lo soportare” Pero dice también Dios en el salmo 50,19 “Un corazón quebrantado y humillado nunca desprecia” Por tanto de que depende que Dios escuche nuestras oraciones sino acercarse a Él con un corazón contrito y humillado por nuestras miserias y pecados.

La parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14) es una enseñanza profunda de Jesús que, en sus diversos niveles de interpretación, nos invita a un triple ejercicio espiritual de la mirada: hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia Dios. Teniendo en cuenta: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes” ( Lc 6,36-38); “Solo hay un legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg 4,12).

1. Mirarse con Sinceridad: El Publicano

Bíblicamente: La figura del publicano (recaudador de impuestos para los romanos) era considerada un pecador público, un traidor. Su actitud en el Templo es de total humildad y arrepentimiento: se queda "a distancia," "no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo," y "se golpeaba el pecho" mientras oraba: "¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador." (Lc 18, 13).

Teológicamente: Representa la confesión radical de la pecaminosidad y la dependencia absoluta de la misericordia de Dios (la gracia). Su justificación (ser declarado justo) no se basa en sus obras, sino en su reconocimiento sincero de su falta y en la súplica a la bondad divina. Es la base de la justificación por la fe.

Espiritual y Místicamente: Jesús nos invita a una introspección honesta, a despojarnos de toda autojustificación. El publicano simboliza el "corazón quebrantado y humillado" (Sal 51,19), el punto de partida esencial para el encuentro con Dios. Mirarnos con sinceridad es aceptar la verdad de lo que somos sin el disfraz del orgullo; es el camino místico de la "noche oscura" del yo, donde se reconoce la propia miseria para que la luz de Dios pueda entrar.

2. Mirar a los Demás con Caridad: No como el Fariseo

Bíblicamente: El fariseo es un hombre cumplidor de la Ley, que ayuna y da el diezmo (Lc 18, 12). Sin embargo, su oración es un autoelogio y una condena del otro: "te doy gracias porque no soy como los demás hombres... ni tampoco como ese publicano" (Lc 18,11).

Teológicamente: El fariseo comete el pecado de la soberbia espiritual y del juicio. Su justicia se vuelve un medio para menospreciar a su prójimo, anulando el mandamiento de la caridad. Su actitud rompe la dimensión horizontal de la fe. Aunque cumplía la Ley, su corazón no estaba "justificado," porque su piedad estaba viciada por el orgullo y el desprecio.

Espiritual y Místicamente: Jesús nos llama a abandonar el juicio y el desprecio. Mirar a los demás con caridad es reconocer en ellos la misma fragilidad y la misma necesidad de la gracia que tenemos nosotros. Es el ejercicio espiritual de la compasión que nos impide encerrarnos en una justicia propia (egoísta). El fariseo se miraba en un espejo y despreciaba al otro; la invitación de Jesús es a mirar al prójimo con los ojos de Dios, que son ojos de misericordia y amor incondicional, sin importar su condición moral o social.

3. Mirar a Dios con Humildad: La Conclusión de Jesús

Bíblicamente: La sentencia final de Jesús es el punto culminante: "Les digo que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquél (el fariseo) no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc 18, 14).

Teológicamente: Esta enseñanza revela el criterio divino de la justificación. Dios no mira las apariencias o el cúmulo de obras externas, sino la disposición interior del corazón. La humildad no es una virtud entre otras, sino la condición indispensable para recibir la gracia de Dios, pues solo el que se reconoce vacío puede ser llenado.

Espiritual y Místicamente: Mirar a Dios con humildad significa adorar Su grandeza y Su misericordia, no nuestras propias obras. Es el reconocimiento de que todo es gracia. El publicano, al no atreverse "ni a alzar los ojos al cielo," muestra la reverencia y el temor santo de quien se sabe indigno ante la Majestad de Dios. Esta humildad abre el alma a la unión mística, porque solo el alma despojada de su orgullo puede acoger a Dios.

La parábola es una llamada radical a la conversión interior que se verifica en la triple mirada:

  1. Sinceridad al mirarme (como el publicano),
  2. Caridad al mirar al prójimo (evitando la soberbia del fariseo), y
  3. Humildad al mirar a Dios (reconociendo que Su justicia es don, no mérito).

La parábola del fariseo y del publicano es muy actual: sigue aleccionándonos para que no centremos nuestra religiosidad en nosotros mismos ("no soy como...") ni en nuestras buenas obras ("yo hago...").

Jesús de Nazaret nos dice que debemos confiarnos a la bondad de un Dios que es compasivo y misericordioso, que ama y perdona si nos acercamos a El con un corazón limpio y desnudo. El es el único juez y quien salva.

El Señor, que siente debilidad por los pobres y los oprimidos, los huérfanos y las viudas, los desvalidos y los inocentes (1.lect.), mira con bondad al pobre publicano arrepentido, como mira también a Pablo, ahora prisionero y abandonado en los últimos momentos de su vida, pero que siempre ha confiado en el Señor desde su pobreza (2.lect.).

Las dos actitudes religiosas de todos los tiempos. Jesús, con una vivacidad extraordinaria y cierta ironía, nos presenta a estos dos hombres que encarnan las dos actitudes religiosas de los hombres de todos los tiempos.

El fariseo o el hombre "disfrazado". Se ha revestido de obras buenas: limosnas, plegarias, ayunos, diezmos... Y está convencido de que cumple perfectamente la ley, de que no es como los demás, de que el Señor debe estar a su lado.

El fariseísmo, o el arte del disfraz especial, no ha muerto, por desgracia. Es una manera religiosa de vivir que siempre tiene seguidores o adeptos. Son los que se creen "santos" y que sacrifican al hombre en función de las formas y criterios humanos.

Siempre habrá santos de este tipo, orando en nuestros templos, mientras no entendamos todos que el hombre vale más que la ley -y el sábado- y mientras no comprendamos que Dios no se complace en nuestras manos llenas de buenas obras, sino en nuestro corazón sincero, limpio, pobre, arrepentido y desnudo: “EL hombre se fija en apariencias, Dios se fija en el corazón del hombre” (I Sml 16,7). Porque el otro personaje, el publicano, es precisamente esto, un hombre de corazón limpio y desnudo.

El publicano o el hombre "desnudo". No esconde la realidad de su vida pecadora. Como recaudador de impuestos al servicio del imperio romano se ha enriquecido injustamente, como los otros de la misma profesión.

Y no se excusa defendiendo su puesto de trabajo... Se ve tan pobre y tan poca cosa ante Dios que ni se atreve a levantar los ojos. Sinceramente pide perdón de su pecado, de su mala vida. Y Dios lo salva, lo mira con ojos de bondad. Lo ama. Porque a Dios no le asusta la verdad del hombre, la realidad sincera de nuestra vida pecadora. Más aún: la desea, como base de su obra salvadora en el corazón del hombre. Solamente el hombre desnudo de toda suficiencia y orgullo puede ser salvado. Es lo que nos dice Jesús y nos invita con esta parábola: a mirarnos con sinceridad; a mirar a los demás con caridad; a mirar a Dios con humildad.

A mirarnos con sinceridad, para descubrir qué tenemos de uno y de otro de estos dos personajes y saber si caminamos o no por el camino de la verdadera justicia. Estas son las actitudes religiosas de los hombres de todos los tiempos: de los fariseos de entonces y de los fariseos de ahora; de los publicanos de hoy y de los publicanos de siempre; de los que de verdad buscan al Dios de la salvación y de los que se buscan a sí mismos. No nos engañemos. ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Confiamos que ya vamos bien? ¿Nos sentimos seguros porque ya cumplimos, porque rezamos y hacemos caridad? 

A mirar a los demás con caridad. Podemos ver cómo el juicio de Jesús sobre uno y otro es muy desconcertante. Tenemos que pensar que nuestras derechas e izquierdas no coinciden con las derechas e izquierdas de Dios que nos mira de frente: los que situamos a nuestra derecha, a Él le quedan a la izquierda y al revés. ¿Quiénes somos para juzgar al hermano? ¿Por qué despreciamos a los demás? 

A mirar a Dios con humildad. Debemos ir a la búsqueda del Dios que salva, teniendo muy presente, sin embargo, nuestra pobreza, nuestra limitación, nuestro pecado. Desde el abismo de nuestra nada podremos llamar a Dios y Él nos escuchará, nos salvará, seremos justificados, seremos amados de Dios.

La oración sincera y verdadera nos descubre nuestra intimidad y nos adentra en la intimidad del Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo.

Gozando así del don de Dios, viviéndolo y anunciándolo. Este es el auténtico sentido de la oración cristiana, algo que no descubrió -ni descubre- el fariseo disfrazado de “buenas obras”.

La Eucaristía es el mejor momento para orar como el publicano, el mejor momento para sentir nuestra pobreza ante el gran don del Padre en su Hijo amado, pan de vida y vino de salvación. Que salgamos de aquí justificados por la misericordia y la bondad del corazón de Dios.

domingo, 12 de octubre de 2025

DOMINGO XXIX - C (19 de octubre del 2025)

 DOMINGO XXIX - C (19 de octubre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:

18,1 Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:

18,2 "En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;

18,3 y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".

18,4 Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,

18,5 pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme"".

18,6 Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.

18,7 Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?

18,8 Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

“Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). El evangelio termina con esta pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18,8). Dos temas de vital importancia en la vida espiritual del creyente: La oración y la fe. El Señor dice: “Pidan y se les dará” (Mt 7,7). Los discípulos piden: “Señor, enséñanos a orar (Lc 11,1); “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17,5).

 “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, pero siempre y cuando me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12).

Antes de pedir debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo pedir y para qué pedir a Dios.  Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt. 7,7-11).  Pero debemos recordar lo que dice este texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.

Debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto amerita conocer la voluntad de Dios.  Y estar confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene.  Esas “cosas buenas” (Mt 7,11) son las cosas que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de nuestras necesidades, pues veamos:

“Señor, Dios mío, Concédeme un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo? Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido la capacidad de discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,7-14).

“Todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta” (Jn 16,23-24). ¿Por qué parece que Dios no responde nuestras oraciones?  Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos conviene.  Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe dárnoslas.  Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene.  Y la oración no debe dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitamos. Pero hay que tener en cuenta dos cosas: La oración de petición comprende dos partes: La alabanza que es lo principal y la petición. Ejemplo: Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). “Padre Nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre…” (Mt 6,9-13). Luego viene la segunda parte: el pedido: “Danos hoy el pan nuestro de cada día…” (Mt 6,11). La segunda parte de la oración petitoria es circunstancial tal como dice Jesús: “No se inquieten, diciendo ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe de sus necesidades antes que se lo pidan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,31-34).

¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo? Notemos que habla el Señor sobre “sus elegidos, que claman a Él día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”.  De hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).

La oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese momento final.  Es más, en el recuento que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia?  Que la Fe va a estar muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús.  Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).   

El Señor, hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc. 17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc 22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por II vez (Lc. 18,8).

El evangelio de hoy Lc 18,1-8 es una joya que nos revela el verdadero corazón de la oración y la fe, don de Dios:

1. Explicación Exegética: La parábola del juez inicuo y la viuda persistente (Lc 18,1-8) se estructura con una intención didáctica clarísima:

El contexto (v. 1): El evangelista Lucas no deja dudas sobre el tema central: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre y sin desfallecer." La oración no es opcional ni casual; es una necesidad vital para el discípulo, y su cualidad esencial es la perseverancia (no desfallecer).

La Comparación (vv. 2-8a): El corazón exegético reside en el argumento (de lo menor a lo mayor), es decir, "cuánto más".

El Juez (lo menor): Es un hombre que reúne todas las características negativas: no teme a Dios ni respeta a los hombres (es la encarnación de la injusticia y la apatía). Responde a la viuda solo por egoísmo: para evitar ser molestado, "no sea que, viniendo de continuo, me agote la paciencia".

Dios (lo mayor): Jesús contrasta este juez inicuo con el Padre Celestial. Si un hombre malvado, por una razón egoísta, finalmente cede, ¡cuánto más Dios, que es el amor y la justicia perfectos, defenderá a sus elegidos que claman a Él! La tardanza no es por apatía, sino parte de su plan divino.

La Conclusión (v. 8b): La pregunta final de Jesús es el punto culminante que conecta la oración persistente con la fe: "¿Pero cuando venga el Hijo del hombre, hallará fe en la tierra?" Esta es la clave. La perseverancia en la oración es la única prueba tangible de que la fe sigue viva mientras se espera la plena manifestación de la justicia divina.

2. Explicación Bíblica (Relación con las Escrituras)

Esta parábola confirma enseñanzas fundamentales sobre la Alianza y el carácter de Dios:

Dios Defensor de los Débiles: La viuda representa bíblicamente a la persona más vulnerable y marginada de la sociedad (junto con el huérfano y el extranjero). El Antiguo Testamento está lleno de mandatos divinos para defenderlas (Dt 10,18; Is 1,17). Al tomar a la viuda como protagonista, Jesús subraya que Dios, a diferencia del juez, tiene una predilección absoluta por los oprimidos.

La Tradición Profética: El clamor "día y noche" de los elegidos resuena con los salmos (como el Salmo 88) y los profetas, que animaban al pueblo a no cesar de interceder (Is 62,6-7). Este clamor persistente es el eco de la oración de Israel esperando la vindicación.

Fe y Obra: La insistencia de la viuda es su "obra de fe". Ella no solo cree que el juez puede hacer justicia, sino que actúa sobre esa creencia día tras día, a pesar de los rechazos. Así, Jesús enseña que la fe verdadera no es pasiva; es una fe dinámica que se expresa en la tenacidad de la oración.

3. Explicación Espiritual (Aplicación a la Vida Interior). Aquí es donde la parábola se vuelve profundamente personal y mística:

La Oración como Expresión de una Fe Viva: La oración insistente es el termómetro del alma. Si un alma se cansa de orar, es señal de que la fe se ha debilitado o se ha vuelto autosuficiente. La viuda nos enseña que la verdadera fe se manifiesta en la incapacidad de dejar de pedir, porque confía plenamente en Aquel a quien se dirige.

Vencer el Desaliento ("No Desfallecer"): Espiritualmente, la "tardanza aparente" es la gran prueba que purifica nuestra fe. La demora no significa indiferencia de Dios, sino una oportunidad para que nuestra fe madure, se haga más fuerte y libre de las motivaciones superficiales. La fe que persevera es la que resiste a la tentación del desánimo y al grito de "¿dónde está tu Dios?".

El Favor de Dios: La Plenitud de la Justicia: "Alcanzar los favores de Dios" es, en este contexto, experimentar Su justicia y vindicación. Clamar hasta el final significa que el creyente se niega a conformarse con la injusticia terrenal o con el silencio, manteniendo la esperanza viva hasta la venida del Señor. La recompensa no es solo obtener la petición, sino ser hallado fiel en la espera.

En resumen, tu entendimiento es perfecto: La perseverancia en la oración es el sello de garantía de la fe. Es la viuda gritando: "Sé que eres Justo, y no te dejaré hasta que tu Justicia se cumpla en mi vida." Es la certeza inquebrantable de que el carácter de Dios es infinitamente mejor que el del juez inicuo.

La enseñanza de Lucas 18,1-8 se conecta con grandes temas de la Revelación:

El Carácter de Dios (Justicia y Amor): A lo largo de toda la Biblia, Dios se presenta como el defensor del oprimido (la viuda, el huérfano, el extranjero). El Juez inicuo de la parábola es un antimodelo de Yahvé. La insistencia de la viuda apela a la justicia que Dios tiene por pacto con su pueblo. Sabemos, por el Antiguo Testamento, que Dios "hace justicia a sus elegidos" (v. 7), no por fastidio, sino por fidelidad a su Alianza.

La Oración en el Nuevo Testamento: Esta parábola se complementa con la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-8), que también enseña sobre la audacia y la osadía en la oración. Ambas parábolas desmitifican la idea de que hay que rogarle a un Dios perezoso. Más bien, nos enseñan que la oración debe reflejar la intensidad del deseo de nuestro corazón, sabiendo que Dios, a diferencia del amigo dormido o el juez inicuo, está siempre atento.

Fe y Paciencia (Hebreos y Santiago): La fe bíblica no es solo asentimiento intelectual, sino fidelidad activa y paciente. La "tardanza aparente" es una prueba mencionada en otras cartas (por ejemplo, Santiago 5,7-8: "Sed, pues, pacientes, hermanos, hasta la venida del Señor..."). La oración insistente es el ejercicio visible de esta paciencia que se niega a dudar de la promesa de Dios.

La oración insistente es la expresión de una fe viva que persevera.

La Oración como Ejercicio de Fe: Cuando oramos y las peticiones no se cumplen inmediatamente, surge la tentación del desánimo (desfallecer). La oración insistente es el acto espiritual de aferrarse a Dios no por lo que sentimos o vemos, sino por lo que sabemos de Él (su bondad, su justicia, su poder). Clamar hasta el final significa que la fe es tan robusta que sobrevive al silencio de Dios y al paso del tiempo.

Purificación del Deseo: Místicamente, la "tardanza aparente" (el intervalo entre el clamor y la respuesta) cumple una función purificadora. El creyente, al insistir, se ve forzado a examinar si su deseo es caprichoso o si proviene de una necesidad profunda. La perseverancia en la oración profundiza el deseo y alinea nuestra voluntad con la de Dios. Si seguimos clamando, significa que nuestra fe sigue esperando en la certeza de que Dios responderá, aunque lo haga según su propio tiempo y modo, que siempre son los mejores.

Alcanzar los Favores de Dios: La parábola nos asegura que la fe que resiste obtiene la vindicación (los favores de Dios). El verdadero favor es que Dios nos "hará justicia sin demora" (v. 8). Espiritualmente, esto no se limita a recibir un bien material, sino a la experiencia de ser vindicados y justificados por el amor fiel de Dios, lo cual es la mayor gracia. La fe viva es la que no abandona el "tribunal" de la oración hasta que Dios, que es Padre, se revela plenamente como Juez Justo y Defensor.

En resumen, la oración insistente no es un intento de vencer la resistencia de Dios, sino el signo de que hemos vencido nuestra propia resistencia a dudar de Él. Es la fe que, como la viuda, se planta firmemente en la presencia divina y proclama: "Sé quién eres, y no me iré hasta que tu justicia se manifieste en mi vida."

domingo, 5 de octubre de 2025

DOMINGO XXVIII - C (12 octubre del 2025)

 DOMINGO XXVIII - C (12 octubre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 17, 11 -19:

17,11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.

17,12 Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia

17,13 y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!"

17,14 Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.

17,15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta

17,16 y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

17,17 Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?

17,18 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?"

17,19 Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

"Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?" (Lc 13,23). Dios quiere salvar a los diez: “En el camino quedaron purificados los diez” Lc 17,14). San Pablo agrega: “Él quiere que todos se salven y llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4). Pero, en la enseñanza de hoy, solo uno participa de la salvación, el que sabe ser agradecido. “Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero? Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado" (Lc 17,17-19).

 “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos piden solo dos cosas básicas: “Enséñanos a orar” (Lc. 11,1). Y la otra: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

El evangelio de hoy es el manifiesto de la fe de los diez leprosos que gritaron: "¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron sanos” (Lc 17,13-14). Otro episodio similar: “Una mujer cananea, comenzó a gritar: "Señor, Hijo de David, ¡ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio… Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,22-28). El padre del muchacho endemoniado dijo: si puedes ayúdalo. Respondió Jesús: Todo es posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,23-24). Jesús dijo a la hemorroisa: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad. Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro? Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,34-36)

¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero al inicio dice: Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Al inicio el clamor es de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno de ellos, el de un leproso samaritano y la ingratitud de los 9 leprosos judíos.

 “La mujer samaritana dijo a Jesús: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, vendrá pronto. Cuando él venga, nos enseñará todo». Jesús le respondió: «El Mesías que esperan soy yo, el que habla contigo». (Jn 4,25-26)…Y Jesús le dijo a la mujer sus verdades respecto a su marido…”La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?” Y los samaritanos salieron de la cuidad al encuentro de Jesus” (Jn 4,28-30). Al escuchar a Jesús los samaritanos decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo». (Jn 4,42). Otro pasaje famoso de los samaritanos es el del buen samaritano: “… Pero, un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? El que tuvo compasión de él, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”(Lc 10,30-37).

El evangelio de hoy nos reporta varias ideas: En primer lugar, la religión de la ley es una religión que excluye y sobre esta primera idea dice San Pablo: “Sabemos que la Ley es buena, si se la usa debidamente, es decir, si se tiene en cuenta que no fue establecida para los justos, sino para los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros. En una palabra, la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios” (ITm 1,8-11). Pues, estos pobres leprosos tienen que vivir lejos de toda convivencia humana. Tienen que hablar a lo lejos. Es posible que hoy hayamos vencido la lepra y que hayan surgido otras razones que marginan. No será la lepra, pero sí la pobreza. También hoy hay zonas en las que los pobres no tienen espacio.

En segundo lugar, resaltamos la idea de: cómo el dolor y el sufrimiento es capaz de unir lo que la religión separaba. De los diez, nueve eran judíos y uno samaritano. A pesar de no hablarse unos y otros, el sufrimiento era capaz de juntarlos y unirlos. Dios al respecto ya dijo: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28).

Una tercera idea que nos aporta el evangelio de hoy es que, de los diez leprosos que son curados, nueve de ellos regresan a la religión que los excluyó es decir a la religión judía. Y también al respecto y con gran sabiduría Dios nos dice: “El perro vuelve a su vómito y el necio recae en su locura” (Prov 26,11). Y mismo Jesús nos dice: “Nadie te condeno, tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar mas” (Jn 8,11).

Una última idea que el evangelio de hoy nos aporta es la actitud grata del Leproso extranjero. Solo uno es capaz de regresar alabando a Dios a gritos y se postra a los pies de Jesús dando gracias. Los demás se olvidan y son incapaces de dar gracias. “Y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano” (Lc 17,16). El único que tiene un corazón agradecido es precisamente un pagano.

La perícopa de la sanación de los diez leprosos en Lucas 17,11-19 es un pasaje profundamente rico que, a través del contraste entre los nueve desagradecidos y el samaritano agradecido, ilustra la interconexión entre la fe, la gratitud y la salvación.

El Milagro Completo: En el relato (Lc 17,11-19), se distinguen claramente dos momentos en la obra de Jesús:

  1. Sanación (Limpieza): Los diez leprosos, al clamar a Jesús con fe (reconocimiento de su poder), reciben la orden de ir a presentarse a los sacerdotes. En el camino, son sanados o "limpiados" (v. 14). Esta sanación física (la purificación ritual de la lepra) es un acto de misericordia de Jesús para todos ellos.
  2. Salvación y Gratitud: Solo uno, un samaritano (un "extranjero" despreciado por los judíos, un detalle crucial en Lucas), se da cuenta de su sanación, regresa, glorifica a Dios a gran voz, se postra a los pies de Jesús y le da gracias (v. 15-16). A este hombre, y solo a él, Jesús le dice: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado" (v. 19).

La sanación física fue para los diez, pero la salvación integral (que implica una dimensión espiritual más profunda) fue declarada solo para el samaritano. El regreso con gratitud fue la manifestación visible y la culminación de la fe que lo distinguió.

Fe, Gracia y la Respuesta Humana:

1. La Fe como Apertura a la Gracia

  • Fe Inicial (Obediencia): Los diez mostraron una fe inicial al clamar a Jesús y al obedecer la orden de ir a los sacerdotes antes de ver su curación. Esta fe fue suficiente para recibir el milagro de la limpieza o gracia común. Teológicamente, esto muestra que Dios es bueno y misericordioso incluso con los ingratos y aquellos que solo buscan el beneficio inmediato.
  • Fe Salvadora (Reconocimiento): El samaritano, en cambio, exhibe una fe que va más allá de la sanación. Al regresar, adora a Dios y agradece a Jesús. Su fe no solo creyó en el poder de Jesús para sanar, sino que lo reconoció como el autor de su bien y el vehículo de la misericordia divina (glorificando a Dios). Esta fe, manifestada en la gratitud y la adoración, es la que Jesús declara que lo ha salvado, un término que en Lucas a menudo implica una salvación integral que afecta tanto al cuerpo como al espíritu.

2. La Gratitud como Evidencia de la Fe Salvadora

  • La Gratitud es Adoración: El acto del samaritano de postrarse y glorificar a Dios es un acto de adoración. Teológicamente, la verdadera gratitud es el reconocimiento de que todo bien (incluida la sanación y la vida) proviene de Dios. La ingratitud de los nueve es, por lo tanto, una falta de reconocimiento de Dios como el Soberano y Proveedor de la gracia.
  • La Gratitud es Respuesta: La salvación es ofrecida gratuitamente por Dios. No se gana por mérito, sino que se recibe por fe. Sin embargo, la gratitud se convierte en la respuesta necesaria a este don inmerecido (la Gracia). No es la causa de la salvación, sino su fruto y su evidencia más clara. Si la fe es el acto de recibir la salvación, la gratitud es el acto de responder a la Gracia con una vida de adoración.

El Cultivo de la Vida en Cristo

1. La Lepra y el Pecado

Espiritualmente, la lepra es vista como una metáfora poderosa del pecado: aísla, degrada e imposibilita el acercamiento a Dios y a la comunidad. La sanación es la justificación (limpieza del pecado), y la salvación es la vida eterna y la restauración completa de la relación con Dios.

2. El Peligro de la Ingratitud Espiritual

  • Los Nueve: Representan a aquellos que buscan el favor de Dios (el milagro, la bendición, la limpieza del pecado) de manera utilitarista. Obtienen el don de Dios, pero no al Dador. Su enfoque está en el beneficio personal y su cumplimiento de la ley (ir al sacerdote), olvidando el encuentro y el agradecimiento a la fuente de la gracia.
  • El Samaritano: Representa al verdadero creyente. Su gratitud lo lleva de vuelta a Jesús. Espiritualmente, esto nos enseña que el camino de la salvación (la metanoia o conversión) es un regreso a Cristo. La vida espiritual plena se manifiesta no solo en el gozo del beneficio recibido, sino en una vida continua de alabanza, humildad (postrarse) y agradecimiento a Dios.

La lección para todo creyente es que la salvación no solo cura (limpia) sino que transforma la identidad y la vida, llevándola a un estado perpetuo de gratitud. Esta gratitud activa y adoradora es el signo de una fe madura que ha comprendido la profundidad del don de Dios en Cristo.

domingo, 28 de septiembre de 2025

DOMINGO XXVII - C (05 de octubre del 2025)

 DOMINGO XXVII - C  (05 de octubre del 2025)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 17,5 - 10:

17,5 Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".

17,6 Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.

17,7 Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la mesa"?

17,8 ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después”?

17,9 ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?

17,10 Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor paz y bien.

“Quien crea y se bautice se salvara, quien se resista en creer, se condenara” (Mc 16,15). Los Apóstoles dijeron Señor: "Auméntanos la fe" (Lc 17,5). Termina el evangelio diciendo: Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: "Somos siervos inútiles porque, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber" (Lc 17,10). Para asegurar nuestra salvación hace falta cumplir más de lo mandado: Cumplir con los mandamientos, recibir los sacramentos y algo más: Vivir en la fe, (obras de caridad).

Solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos auténticos piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y la otra, lo que hemos leído hoy: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Escenas que se unen en esta cita: “Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán" (Mt 21,22).

El poder de la fe: “La fe es la certeza de lo que esperamos y convicción de lo que no vemos” (Heb 11,1). Sin fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan (Heb 11,6). Ahora se puede tener fe, pero la fe puede ser incipiente. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese demonio? Porque ustedes tienen poca fe, les dijo y agregó: Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña arráncate de raíz y plántate en el mar, y la montaña les obedecería; y nada sería imposible para ustedes" (Mt 17,19-20).  El papa del muchacho endemoniado pidió ayuda a Jesús diciendo: “A menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. Jesús respondió ¿Cómo es eso de que si puedo? Y agregó: Todo es posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,22-24).

Posiblemente muchos de nosotros hayamos pedido muchas cosas al Señor pero ¿le hemos pedido alguna vez “Señor aumenta nuestra fe”? Si nos examinamos debidamente puede que seamos creyentes, pero nuestra fe resulta demasiado pobre, insuficiente como para orientar y animar nuestra vida. También pudiera darse que con la costumbre nuestra fe debe purificarse porque también se va degenerando y necesita limpiarse de demasiadas adherencias que la deforman, cosas que no son del querer de Dios, sino del enemigo, como la mala hierba  o la cizaña (Mt 13,24).

Cuando la fe en Dios es fuerte, entonces sencillamente pasa cosas extraordinarias en nuestra vida, así por ejemplo tenemos la fe del centurión que dijo: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará… Y Jesús dijo al centurión: Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento” (Mt 8,8-13). Pero también muchos querían que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto de Jesús, y todos los que lo tocaron quedaron curados (Mt 14,36). “Una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias… Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su manto quedaré curada. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal” (Mc 5,25-29).

Es posible que muchos de nosotros también le pidamos “que nos aumente la fe”, que nos “dé más fe”. La fe no es cuestión de “cuánta” tenemos, sino de “cómo” es la que tenemos. Lo importante no es la cantidad de fe, sino la “calidad de nuestra fe”. Porque podemos pensar que creemos y que tenemos bastante fe, pero una fe de escasa calidad, nuestra fe no transmite vida. La fe de mama, o papa o la abuela tuvo su tiempo, ahora nuestros tiempo requieren de una fe más acorde a nuestra realidad. Y quien te dijo que la fe se queda petrificada en el pasado y como cosa de historia?.

Tenemos fe en sus doctrinas. Tenemos fe en lo que se nos dice. Pero lo que realmente necesitamos es “reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en la persona de Jesús. Lo importante no es creer en cosas que bien puede darnos Jesús, sino creer en Él.

Para tener más fe en Jesús, hace falta orar (Lc 11,1); cuanto más fe, estamos más cerca de Jesús y es posible conocerle más a Él, y ¿cómo conoceremos más Jesús si no gustamos experimentar su presencia en nuestras vidas? Empieza por leer su palabra, orar con su palabra, meditar en su forma de vida, es decir sentir la dulzura en el alma por vivir en Jesús. Pero no se trata de un conocimiento de sus doctrinas, que luego vendrán por su pie, sino de conocerle como se conocen a las personas. No conocemos a las personas por sus ideas, sus teorías o por el lugar que ocupan, donde viven y de donde vienen. A las personas las conocemos cuando entramos dentro de ellas, las vemos por dentro y nos fiamos de ellas, confiamos en ellas, y hasta somos capaces de entregarles nuestras vidas. ¿Acaso el matrimonio no es un fiarnos el uno del otro hasta entregarle nuestra vida “hasta que la muerte nos separe, en la alegría y la tristeza, en la riqueza y pobreza, en la salud y en la enfermedad” (forma de consagración conyugal)? “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6).

Puede que seamos creyentes, pero hasta donde nos sentimos atraídos por la persona de Jesús. ¿Hasta dónde nos fiamos plenamente de Jesús? ¿Hasta dónde somos capaces de dar nuestras vidas por El? La cantidad está bien para el dinero, más para la fe lo que se necesita es calidad, de lo contrario no llegará ni siquiera a un diminuto “grano de mostaza”. Mejor dicho con la forma de fe como tenemos, nos es fácil seguir a un Jesús “el súper héroe” o un  Jesús una tanto ceñido de nuestras fantasías y por el contrario nos es difícil seguir a un Jesús que tiene que someterse a manos de sus enemigos y ser muerto. Pedro le confiesa orgulloso como el Mesías de Dios como el cree tener a su gusto. En cambio, cuando Jesús les habla de su muerte, la fe de Pedro se viene abajo y hasta recibe una buena reprimenda (Mt. 16,21-23). En tal contexto, ¿cómo no va a ser necesario que nos aumente la fe para re-direccionar o purificar nuestra fe de esas fantasías que nos despoja del ser autentico de Dios?

El poder de la oración: Los discípulos un día le pidieron a Jesús: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y no es que no supiesen orar, sabían orar como se oraba en el Antiguo Testamento. Lo que necesitan es aprender a orar con la nueva visión de oración ceñida en el Nuevo Testamento. Sabían orar como habían aprendido en la Ley, ahora quieren aprender a orar como oraba Jesús. Jesús les advierte que la fe del formalismo o de la ley como esa fe de los fariseos no tiene sentido en el seguimiento a Jesús. La ley mata más el espíritu da vida dirá San Pablo (II Cor 3,6).

No hay fórmulas efectivas de oración, pero Jesús nos da algunas pautas de cómo podemos entablar un dialogo con Dios porque la oración es un dialogo con Dios: Cuando ustedes oren nos dice Jesús: “No hagan como los hipócritas porque a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6,5-8).

La oración siempre ha de ser antes un agradecimiento a Dios, así por ejemplo Jesús lo hace cuando se dirige al Padre: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). O en la misma oración del padre nuestro nos dice Jesús. Ustedes oren de esta manera: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,9-10). Luego viene recién el pedido: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan” (Mt 7,7-11).

Si cumplimos los mandamientos de Dios, diremos somos siervos inútiles, porque solo hicimos lo que debíamos hacer. Para revertir esta situación es conveniente también recibir los sacramentos y vivir haciendo obras de caridad para merecer la gracia de la salvación según Lc 17,5-10.

La frase "siervo inútil" proviene directamente de Lucas 17, 10, donde Jesús dice: "Así también uds, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: 'Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer'".

Jesús usa una parábola para ilustrar la humildad en la obediencia a Dios. Un siervo que cumple con sus deberes no espera un agradecimiento o una recompensa adicional por simplemente hacer lo que se le ordenó. Del mismo modo, nuestra obediencia a los mandamientos es un deber fundamental como criaturas de Dios. Es lo mínimo que podemos hacer en respuesta a su amor y a la gracia que ya hemos recibido.

San Agustín decía que fuiste creado sin ti y no te salvaras sin ti. La salvación es un don gratuito de Dios. Nuestras obras de caridad y la obediencia a los mandamientos son la respuesta a esa gracia que suscita salvación (recompensa). El Concilio de Trento y otros documentos magisteriales han enfatizado que la justificación es un proceso de cooperación con la gracia divina, donde las obras son necesarias como fruto de la fe.

Desde una perspectiva espiritual, decir "soy un siervo inútil" es un acto de abandono total a la voluntad de Dios. Es reconocer que nuestra capacidad para hacer el bien no proviene de nosotros mismos, sino de la gracia que opera en nosotros. San Pablo lo expresa en 1 Corintios 15, 10: "Por la gracia de Dios soy lo que soy... y su gracia no ha sido estéril en mí; antes bien, he trabajado más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo".

La mística, por su parte, va más allá del simple cumplimiento. Busca la unión transformadora con Dios, donde la obediencia y las obras de caridad no son solo deberes, sino expresiones espontáneas de un amor que fluye de la presencia de Dios en el alma.

Los sacramentos son fundamentales en este camino. No son meras formalidades, sino encuentros reales con la gracia de Cristo. El Bautismo nos incorpora a su cuerpo, la Eucaristía nos une íntimamente a Él, y la Reconciliación nos devuelve a su gracia. Las obras de caridad son la manifestación de este amor recibido, la prueba de que la fe no está muerta (Stg 2,26), como dice la Epístola de Santiago. A través de la fe sin obras, no "ganamos" la salvación. Pero si demostramos que la gracia ya está obrando en nosotros, transformándonos a imagen de Cristo que suscita una vida en santidad, entonces ya somos participes de una vida nueva.

En conclusión, la frase del "siervo inútil" no desvaloriza nuestras acciones, sino que nos invita a la humildad radical. Reconoce que nuestra salvación es un don inmerecido de Dios. Nuestra obediencia a los mandamientos, la recepción de los sacramentos y las obras de caridad son medio eficaz para "merecer" la salvación.

domingo, 21 de septiembre de 2025

DOMINGO XXVI - C (28 de setiembre del 2025)

 DOMINGO XXVI - C (28 de setiembre del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 16,19 - 31:

16,19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.

16,20 A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,

16,21 que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.

16,22 El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

16,23 En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.

16,24 Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan".

16,25 "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.

16,26 Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí".

16,27 El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,

16,28 porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento".

16,29 Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen".

16,30 "No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán".

16,31 Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en la fe Paz y Bien.

“Tanto el rico como el pobre tienen algo es común: Que los dos provienen de la mano creadora de Dios” (Prov 22,2); así también el pobre y el rico no deciden qué día morirán (Ecl 8,8). Hoy nos ha dicho el Señor que: “Así como el pobre muere, el rico también muere” (Lc 16,22). “Recuerda que eres polvo y a polvo volverás” (Gn 3,19). Corporal o físicamente tenemos el mismo destino: volver a ser tierra. Pero hay un detalle importante: “El polvo vuelva a la tierra, como lo que es, y el espíritu vuelva a Dios, porque es él quien lo dio” (Ecl 12,7). La muerte solo afecta al cuerpo, porque está hecho de tierra, pero el espíritu que recibimos de Dios no se corrompe con la muerte (Gn 2,7), no es susceptible a la muerte, pero luego del desposo del cuerpo tiene dos destinos: o vuelve a Dios o no vuelve a Dios. Hoy nos lo ha dicho el Señor: El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, cielo. El rico también murió y fue sepultado, Infierno” (Lc 16,22).

El pobre no está en el cielo por ser pobre, ni el rico en el infierno por ser rico. El pobre puede estar en el cielo o en el infierno, como también el rico puede estar en el cielo o infierno. ¿De qué depende estar en el cielo o infierno tanto para el rico como para el pobre? "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Hereden el Reino de los cielos. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer” (Mt 25,40-42). “Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" (Mt 25,46).

"Si quieres ser perfecto, dijo Jesús al rico, ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes” (Mt 19,21-22). Si el rico hubiera sido capaz de compartir su riqueza con los pobres hubiera adquirido un tesoro en el cielo y sus bienes lo hubieran servido para su salvación. Por tanto, el rico está en el infierno clamando piedad por no saber compartir su riqueza con el pobre.  El pobre pudo también estado en el infierno si no hubiera sabido vivir en la honradez, el pobre está en el cielo porque vivió mendigando y no robo a nadie. Hay muchos que apelando a su pobreza asaltan y matan. Y hacen mucho daño.

Me viene a la memoria aquella pregunta que hacen a Jesús: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). Y San Pablo describe lo que en el corazón de Jesús ronda la respuesta a esta pregunta: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad” (I Tm 2,4). Pero como vemos en el relato y enseñanza de hoy, Jesús nos describe que no será así, es decir que, no todos se salvaran porque no todos aceptaran esta oferta de Dios cual es vivir en el amor unos a otros (Mc 12,28-31). Esta parábola de hoy (Lc 16,19-31) nos describe dos realidades distintas en el que un día tenemos que sopesar o afrontar: O bien seremos recibido en el seno de Abraham que es el cielo (Lc 16,22) o seremos recibidos en el abismo que es el infierno (Lc 19,23). Reitero no por ser rico estaremos en infierno o por ser pobre en el cielo, sino de como hicimos el uso de los bienes y la vida en el amor manifiesto por el prójimo en obras de caridad.

Dice Dios: "Juro por mi que, no deseo la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Se han preguntado alguna vez y por lo menos por mera curiosidad de ¿cómo será el cielo y cómo será el infierno? Son preguntas que en teología se llama preguntas del orden escatológico que corresponden a realidades postrimeras o realidades después de la muerte física. Pues, aquí Jesús, hoy nos presenta y nos da algunas pautas de cómo es el cielo  y cómo es el infierno, las posibles moradas del alma nuestro. Digo posibles en el sentido que, o estaremos un día en el seno de Abraham, recibiendo consolación (cielo, Lc 16,25) o en el seno del abismo, en medio de tormenta de fuego (infierno, Lc 16,24). No podemos estar en los dos y o estar fuera de esas dos realidades. Para nuestra vida futura, vida del alma no hay otra tercera posibilidad, es decir pasar un momento en el abismo, otro momento en el cielo, o escapar de estas dos realidades. Eso es imposible dice Jesús en su explicación de hoy (Lc 19,26). Ahora recordemos otra vez la pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23) y ¿cómo hacer que nos salvemos del infierno y no estar a lado del rico? Pues, a Jesús le interesa hacernos entender esta realidad mediante esta parábola.

Para deslindar esta parábola maravillosa conviene destacar: Primero, un rico que se da una vida de señor y amo por sus bienes materiales (Lc 16,19). Vive una vida en la que “no le falta nada”. Vendría bien citar aquello que se dijo el rico: “Hombre tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida" (Lc 12,19). Bueno, eso de nada le falta lo ponemos entre comillas porque es una vida en la que falta todo para heredar la vida verdadera y eterna. Vive una vida en soledad porque los bienes materiales no le dan calor humano que toda persona requiere. Segundo, el rico (Lc 16,19) como no es incapaz de mirar más allá del portón de su casa (egoísmo), no tiene nombre. En cambio, Jesús pone nombre al pobre: Lázaro (Lc. 16,20). Es que la pobreza hecho fantasma o sea sin rostro humano a nadie alude. Y Dios no es fantasma. Dios tiene nombre, es un hombre (Lc 24,39), tiene rostro y como tal quiere amar al hombre con rostro humano y no al hombre con máscaras o fantasmas.

Una simple puerta (egoísmo que enceguece y es igual al infierno) puede impedir (Lc 16,20) ver a los que están fuera sumergido en miseria, impiden ver el hambre de los que están al otro lado. Impiden ver las necesidades de los demás. Esta puerta es pues, el ego del hombre que será también la puerta que impedirá que un día pueda pasar de las tinieblas o del fuego ardiente hacia la vida celestial (Lc 16,26).

Conviene resaltar el estilo y trato de Jesús. No tiene palabras de condena para el rico, prefiere presentarnos la triste realidad y que sea ésta la que toque nuestro corazón rompiendo el muro o la puerta del ego. Porque no es condenando como se solucionan los problemas. El único camino para solucionar el sufrimiento de los demás es ponerle rostro al hambre. Ponerle un corazón de carne en lugar del corazón de piedra (Ez. 36,26).

A la pregunta de, si se salvaran pocos o muchos (Lc 13,23), el problema no está en que pocos o muchos puedan vivir espléndidamente. El problema tampoco está en los que viven sumergidos en la miseria. El problema que molesta mucho a Dios es la indiferencia con que el hombre actúa en relación a los demás (Mt 25,40-43). Tal vez sin pretenderlo, todos tengamos muchos muros o puertas en nuestro corazón que nos impiden ver la pobreza de quienes se sentirían felices con lo que a nosotros nos sobra. Con esta forma de vida no podemos decir que amamos a Dios. Porque bien lo dice Juan: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). 

Si no amamos como Dios nos ama no podemos decir que somos de Dios. “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor en Dios no es bonita teoría y muy romántica, no. Juan dice: “No amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (I Jn 3,18-20).

Entre el rico y el pobre “se abre un gran abismo” (Lc 16,26): Como ya hemos dicho; Jesús, no condena la riqueza, no condena los esplendidos banquetes que pudiéramos darnos y ojala fueran todos los días. El gran problema de la humanidad no es el ser ricos y tener mucho. El problema de la humanidad es la vida envuelto en el egoísmo y eso es lo que Dios condena: la actitud que asumimos hacia los demás. Cuando no tenemos capacidad para darnos cuenta de las necesidades de los otros. Cuando vivimos indiferentes ante el hambre de los demás. Cuando no nos importan los problemas de los demás. Cuando no nos importan las lágrimas de los demás. Cuando los sentimientos de los otros no dicen nada a nuestro corazón de piedra (Ez 36,26). La indiferencia es la actitud de quienes viven en el “egoísmo, encarcelados o esclavos de su yo” y no se enteran de que también existen los demás. La indiferencia es la manera de matar y hacer que solo nosotros existimos. Pero esta forma de vida no durara por siempre, el placer, la seguridad que ofrece los bienes materiales no trasciende, se agota.

La única forma de romper el ego que nos aísla del amor de Dios es aquella forma de vida que Jesús nos enseñó: “Ámense unos a otros como os he amado” (Jn. 13,34). Pero ese amor del que nos habla y manda Jesús no es de mero subjetivo, sino un amor encarnado (Jn 3,16). Y la única forma de no caer en el amor subjetivo o teórico es comprender la respuesta que Jesús dio un día al joven rico que preguntó ¿Cuál es el mandamiento principal? Y Jesús respondo: "El Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31).

La única forma de no estar alado del rico del evangelio de hoy que padece tormento de fuego es saber amar a Dios y al prójimo, mejor dicho, amando al pobre es como se ama de verdad a Dios. Pero mucho cuidado, no nos vaya a pasar aquello del joven rico a quien dijo Jesús: “Ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven rico, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios” (Mc 10,17-23).

En la parte final no puedo cerrar mi reflexión de este domingo sino es antes haciendo una mención especial a nuestro seráfico Padre San Francisco de Asís, que es el santo que entendió perfectamente el evangelio de Jesús y supo desprenderse todos los bienes materiales repartiéndolo entre los pobres y solo vivir para el Señor. San Pablo puede resumir la vida del pobrecillo de Asís de esta forma: “Yo en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir solo para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Y aquello respecto al despojo de bienes materiales: “A causa del Señor, nada tiene valor para mí. Todo los considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Al final de su vida San Francisco de Asís, recibió como premio la estigmatización, las santas llagas del Señor: “Ahora en adelante, que nadie me venga con molestias: porque yo llevo en mi cuerpo las huellas de Cristo pobre y crucificado” (Gal 6,17).

Recordando al santo padre, Papa Nº 266 de nuestra Iglesia católica y Romana por qué escogió este nombre de Francisco, sino es por todo cuanto significa para la Iglesia este santo, llamado con justa razón EL HERMANO UNIVERSAL: “Desde luego, algunos – Dice el Santo Padre- no sabrán por qué he decidido llamarme Francisco. Les voy a contar una historia... Comenzó diciendo: como durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de Sao Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero. Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, los cardenales rompieron a aplaudir. "Humes me abrazó, me besó y me dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras: “los pobres”. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el hombre de la paz. Y así entró ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento, ¡con el creador no tenemos una relación tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" Como lo quiso san Francisco de Asís, el Hermano pobrecillo de Asís.

En Resumen: Los Dos Destinos del hombre: Seno de Abraham (Cielo), el sepulcro (Infierno). La parábola presenta dos destinos escatológicos claros para el alma después de la muerte corporal por el que todos pasaremos:

1)El seno de Abraham (El Cielo): Lázaro, el mendigo, es llevado por los ángeles al seno de Abraham. Este concepto se refiere a un lugar de consuelo, paz y comunión con Dios y los justos que le han precedido. Teológicamente, el seno de Abraham se interpreta como una prefiguración del cielo. Lázaro, a pesar de su pobreza y sufrimiento en vida, encuentra la salvación y el descanso eterno por su honradez. Su destino no fue determinado por su riqueza o pobreza, sino por su honradez y, de manera implícita, su fe. Pudiendo robar o asaltar no lo hizo.

2)El Hades (El Infierno): El hombre rico, por el contrario, se encuentra en el Hades, un lugar de tormento. El tormento que sufre (pide una gota de agua), ya que ve a Lázaro en el seno de Abraham y se da cuenta de su destino entre llamas. Este destino no se debe a su riqueza en sí misma, sino a su falta de caridad y su indiferencia ante el sufrimiento de Lázaro, quien yacía a su puerta. Ignoró la oportunidad de practicar la misericordia y la justicia, y esa omisión tuvo consecuencias eternas.

La Caridad como Condición para la Salvación: La perspectiva mística nos invita a ver esta parábola más allá de una simple moralidad. La riqueza material es un símbolo de las bendiciones que Dios nos da, pero que deben ser usadas para el bien de los demás. La falta de caridad del hombre rico no es solo un acto de omisión, sino una ceguera espiritual que le impide ver a su prójimo como su hermano. Lázaro, al estar a su puerta, era una oportunidad para ganarse la gracia o el cielo, una llamada a la caridad que fue ignorada. La verdadera riqueza no es lo material, sino la riqueza en el amor y la caridad.

El mensaje de la parábola es claro: nuestra salvación no depende de nuestra situación económica, sino de cómo usamos lo que tenemos para amar y servir a los demás. El llamado de Jesús en esta parábola es a una vida de caridad activa, no solo como un acto de bondad, sino como una respuesta fundamental a la llamada de Dios. Como dice la parábola, si no escuchamos a Moisés y a los profetas (que enseñan la justicia y la caridad), tampoco nos convenceríamos si un muerto resucitara. La ley de Dios, ya revelada, es suficiente para guiarnos hacia la vida eterna. Ley sagrada que se resume en dos: Amor a Dios y en el amor al prójimo (Mt 22,36). O sea, amando a Dios en el prójimo es como nos santificamos y alcanzamos la felicidad eterna (Ap 20,6).