domingo, 30 de marzo de 2025

DOMINGO V DE CUARESMA – C (06 de Abril de 2025)

DOMINGO V DE CUARESMA – C (06 de Abril de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 8,1-11:

8:1 Jesús fue al monte de los Olivos.

8:2 Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.

8:3 Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,

8:4 dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.

8:5 Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?"

8:6 Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.

8:7 Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".

8:8 E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.

8:9 Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,

8:10 e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?"

8:11 Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

 “Si la acusación resulta verdadera y no aparecen las pruebas de la virginidad de la joven, la sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la gente de esa ciudad la matará a pedradas, por haber cometido una acción infame en Israel, prostituyéndose en la casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de entre ustedes” (Dt 22,20-21). En el juicio de los maestros de ley es vital la opinión de quien dice ser hijo de Dios: Jesús. ¿Esta con la ley o en contra de la ley de Dios?.

Para los judíos, la actitud de acusar y condenar es fruto de considerarse superiores y mejores que los demás; limpios de toda culpa ante Dios y ante los hombres. Pero El maestro dice: “Quien este sin pecados que tire la primera piedra” ( Jn 8,7). También el apóstol Santiago dice: “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg 4,12).

El celo que muestran por el cumplimiento de lo ordenado por Moisés era una máscara. La intención inconfesable, el motivo oculto, era comprometer a Jesús, ponerle en un verdadero aprieto, denunciarle. La encerrona era perfecta. Era lógico invitar a un hombre que se presentaba como maestro y con ideas propias, incluso sobre la ley, a que se pronunciara en un caso tan complejo. Los letrados y los fariseos tenían todas las de ganar. Si Jesús se inclinaba a favor de la ley, su fama de hombre compasivo y misericordioso desaparecería y, además, podrían denunciarlo a la administración romana, ya que bajo su dominio los judíos habían perdido el derecho a aplicar la pena de muerte (Jn 18,31). Un pronunciamiento a favor de la ley hubiera comprometido seriamente a Jesús con las autoridades del imperio por interferirse en sus asuntos. Podría haber sido detenido por los invasores. En el caso contrario, que se hubiera pronunciado en contra de la ley mosaica, su situación era aún peor -considerada desde su misión-: quedaría más patente su predicación sobre la misericordia que tanto gustaba al pueblo y tan aborrecida era por los dirigentes religiosos. Pero ¿con qué derecho -le objetarían- exponía la ley un hombre que se pronunciaba en contra de sus mandatos?, ¿cómo podía ser un hombre así el Mesías esperado?, ¿quién le había nombrado maestro? Y le hubieran denunciado al sanedrín. La trampa estaba bien tendida; se notaba que los estudios que hacían en las escuelas rabínicas servían para algo...

Respuesta de Jesús: Se inclinó hacia el suelo y escribía en la tierra. Se ha especulado mucho sobre el contenido de lo escrito. San Jerónimo pensaba que eran los pecados de los acusadores. Pero es una cuestión sin importancia. Quizá no fue más que un gesto para indicar que no quería tratar con aquella gente, o expresión de su estado reflexivo para poder dar una respuesta pausada y pensada, consciente de la celada que le tendían. La prueba de ello es que ninguno se inclinó para leer lo que él escribía.

Ante la insistencia de los acusadores, da una respuesta que, aun reconociendo la culpabilidad de la mujer y la veracidad de la ley que invocan, les niega la competencia para erigirse en jueces. Se niega a pronunciar una sentencia condenatoria, dándoles una doble lección de justicia y de misericordia. Condena ese falso celo de obligar al cumplimiento de unas normas a los demás, mientras ellos no las cumplen. El hombre pecador -¿quién no lo es?- que se atreve a condenar a su prójimo es un espectáculo de falta de conciencia repugnante. ¡Qué frecuente es, qué cotidiano!

Es cierto que Moisés mandó apedrear a los adúlteros. Cuando se pone una ley al lado de un pecado concreto, la sentencia adquiere un rigor matemático. Pero las cosas cambian cuando al lado de la ley se coloca a una persona concreta. Esta sustitución no solemos hacerla los hombres. Es complicado. ¿Dónde iríamos a parar? ¡Así nos va! Por eso las manos están siempre deseosas de lanzar las piedras, ¡no sobre el pecado, sino sobre el pecador!

"El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra" (Jn 8,7). La ley penal hebrea exigía que, llegado el momento de la lapidación, el principal testigo de cargo arrojara la primera piedra sobre el condenado (Dt 13,10; 17,7). Jesús pretende con sus palabras ir en contra de los que se erigen en protectores de la ley, sin preocuparse por ser los primeros en responder a sus exigencias; en contra de una sociedad que practica una doble moral, con el agravante de condenar únicamente los pecados y delitos de los débiles y oprimidos. Los delitos de los "fuertes" son de "guante blanco" y muchas veces se llaman "negocios" o son realizados en nombre del "honor" o del "servicio a la patria"; no es raro que se premien con condecoraciones. Los delitos de los "débiles", siempre de menor cuantía, llenan las cárceles...

Desenlace: El desenlace es inesperado: se van todos; los provocadores desaparecen inmediatamente cuando se dan cuenta de que también ellos pueden ser acusados de algo. Vieron que lo mejor era abandonar aquella situación enojosa, ante el riesgo que corrían de quedar abochornados por el galileo ante la numerosa concurrencia que le estaba escuchando cuando ellos le habían interrumpido.

¿Por qué empezaron a marcharse los más viejos? ¿Porque el más viejo tiene más pecados?, ¿o porque son más prudentes y maliciosos y saben, por experiencia, cómo pueden acabar esos encuentros con Jesús? Su dignidad de dirigentes corre peligro de quedar malparada ante el pueblo. Y se van masticando rabia; pero se van. La trampa ha sido para ellos. Con su marcha todos se han reconocido pecadores. Pocas palabras han sido suficientes para darles una gran lección.

Una vez desaparecidos los acusadores, queda Jesús solo con la mujer. Este quedarse ellos solos no excluye la presencia de la turba que le estaba escuchando cuando le trajeron a la mujer.

Y hecha la lección de justicia contra los acusadores, da ahora la lección de misericordia. Si los que la acusaban no han podido condenarla, como era su deseo, menos lo hará Jesús, que vino a dar vida y no a quitarla.

"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más"(Jn 8,11). Con estas palabras, Jesús condena claramente el adulterio; lo trata como un verdadero pecado. No podemos llamarnos a engaño en nuestra permisiva sociedad: las relaciones sexuales deben reunir unas determinadas condiciones para que sean lícitas.

Al mismo tiempo, niega el derecho a condenar al culpable. Le pide que no peque más, que deje de hacerse daño a sí misma. En sus palabras hay perdón y confianza en el futuro de la mujer. No le dice que no tenga importancia ser adúltera ni busca justificaciones a su pecado, sino que le hace comprender, a través del perdón, la posibilidad de superarlo, la confianza que tiene en que no caerá más en él, en que vivirá en el futuro plenamente su dignidad de persona humana.

Ya no pecaría más. ¿Cómo iba a tener ganas de pecar en adelante después de aquel encuentro? Se sentía curada para siempre por aquella mirada que la había salvado de todos; invadida por el recuerdo de una bondad, de un afecto y delicadeza jamás experimentados. Ya no tendría necesidad de llenar su vacío de pecados. Su corazón había encontrado el amor y la alegría. Había encontrado a un tiempo la vergüenza, el perdón, la gracia y el cambio de vida. Había sido suficiente un gesto de amigo para transformar su existencia. Jesús había logrado aumentar su clientela reclutada entre aquellos a los que la "decencia" de la sociedad había apartado.

Estas palabras de Jesús deberían quedar grabadas a fuego en nuestro corazón, porque nos muestran la postura que tiene Dios con cada uno de nosotros y la que debemos tener los creyentes con todas las demás personas. Son palabras que debemos escuchar como dichas a cada uno de nosotros. Hemos de hacer presente este estilo de Jesús en el mundo que vivimos. El Padre Dios ha establecido unas relaciones basadas en el amor incansable y sin límites y quiere que los hombres nos relacionemos también desde la comprensión, el amor, la comunicación, la misericordia... Sólo así trabajaremos de verdad por la nueva humanidad que comenzó Jesús. Ni es cristiano quien condena al pecador ni quien deja de luchar contra todo mal o lo relativiza. La postura de Jesús, que debe ser la nuestra, es clara: la defensa y la búsqueda del bien del hombre y la lucha contra el pecado que lo esclaviza.

Este episodio debería haber sido suficiente para que hubiera desaparecido para siempre de la boca de un cristiano toda palabra de condena y todo gesto de castigo. Pero no ha sido así. Este bello texto evangélico no ha logrado hacer desaparecer uno de los oficios más antiguos y más necios del mundo: la confesión de los pecados ajenos. Es verdad que ahora somos más "civilizados": hemos sustituido las piedras por el fango. Después de todo, el fango no hace daño como las piedras; sólo mancha..., aunque vaya a parar a donde menos lo esperamos. Las piedras hacen sangre; es mejor calumniar, condenar... Para condenar a los demás es necesario ser ciego y sufrir de amnesia; olvidarnos de nuestra realidad más indiscutible: el mal -pecado- que habita en nosotros. Abundantes páginas de la historia de la iglesia constituyen un escalofriante comentario del precio que ha pagado por el olvido de este pasaje: inquisiciones, cruzadas... Se ha llegado a lo increíble: a matar en nombre de Dios.

Recordemos algunas escenas de enseñanza de Jesús que dijo a los que se creen perfectos: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). Otras escenas también convienen recordar. Jesús les dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,36-38). Como vemos, que tan lejos de estas enseñanzas están los maestros de la ley para darse a sí mismos de jueces. Al respecto Santiago nos dice: “Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma. Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo? (Stg 4,11-12).

En el evangelio de hoy, una mujer sorprendida en pecado y con la muerte pendiente sobre su cabeza. Unos escribas y fariseos acusándola y, con las manos llenas de piedras, dispuestos a apedrearla. Pero también un Jesús sereno y tranquilo, dispuesto siempre a defender al débil que ha caído y dispuesto siempre a levantarle, escena equivalente al padre  recibe entre besos y abrazos al hijo que vuelve a casa (Lc 15,20), aquí Jesús dispuesto siempre al perdón y devolver a la vida a la que los hombres están dispuestos a apedrear.

Los maestros de la ley, los fariseos dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? (Jn 8,4-5). Una mujer hundida en la vergüenza, temblando de miedo ante la dureza y la incomprensión humana. Unos hombres siempre dispuestos a escandalizarse de los pecados de los demás, siempre dispuestos a juzgar y condenar a los otros. Además, un Jesús, siempre dispuesto a amar, a perdonar, a salvar, a tender sus manos para levantar al que ha caído. Ya nos dijo con claridad: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra" (Jn 8,7). Escena que cambia completamente el panorama. Los acusadores se convirtieron en acusados por su conciencia. Y aquí es donde se cumple exactamente lo que Jesús ya dijo: “Con la medida con que ustedes midan también ustedes serán medidos" (Lc 6,38). O aquel refrán que dice: “No escupas al cielo”. Estas palabras de Jesús desubicaron completamente a los acusadores quienes incluso buscaban con la supuesta sentencia de Jesús, saber acusarlo y llevarlo a la cruz al mismo maestro. “Los acusadores se fueron retirando uno por uno” (Jn 8,9). Apedreados por su misma conciencia. Y es que no lo dijo por gusto aquella enseñanza: “No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido” (Mt 10,16). Todo queda al descubierto ante Dios, nada se puede ocultar.

Jesús le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,10-11). Que palabras de consolación y de amor para la pecadora. Este el amor misericordioso de Dios por cada pecador convertido al evangelio, con razón nos dijo: “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15,7). “Quien no practico misericordia será juzgado sin misericordia” (Stg 2,13). En la base de todo acto misericordioso está el amor. Preguntaron a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40).

Jesús explicó a Nicodemo en el siguiente termino respecto del amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús no vino al mundo a condenar a nadie sino a mostrarnos cuanto Dios nos ama.

El amor auténtico no permite condenar a nadie.  Por algo insiste Jesús en hacernos entender el tema cuando en su enseñanza central nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

miércoles, 26 de marzo de 2025

DOMINGO IV DE CUARESMA – C (domingo 30 de marzo de 2025)

 DOMINGO IV DE CUARESMA – C (domingo 30 de marzo de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 15, 1-3;11-32:

15:1 Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.

15:2 Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".

15:3 Jesús les dijo entonces esta parábola:

15:11 "Un hombre tenía dos hijos.

15:12 El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.

15:13 Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

15:14 Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

15:15 Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.

15:16 Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

15:17 Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!

15:18 Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;

15:19 ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".

15:20 Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

15:21 El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".

15:22 Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.

15:23 Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,

15:24 porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

15:25 El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

15:26 Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

15:27 Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".

15:28 Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,

15:29 pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

15:30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"

15:31 Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

15:32 Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Si uno vive en Cristo es criatura nueva, lo viejo ha pasado y comenzó lo nuevo” ( II Cor5,17).

“En el cielo habrá más alegría por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15.7). Mientras los adversarios  de Jesús preferían mantener distancia para no “ensuciarse” con ellas de las personas de mala reputación y las miraban con desprecio, Jesús, por su parte, iba al encuentro de ellas, anunciándoles la misericordia de un Dios que se arrimaba a ellos sin pudor, dispuesto a perdonarlos y a acogerlos de nuevo en la comunión con él. Este hecho despertó desencanto entre los enemigos de Jesús: “Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".( Lc 15,2; Mt 9, 11). Jesús responde con tres parábolas en las que en diversos personajes (un pastor, una madre y un padre) que han perdido algo preciado para ellos, una vez que lo encuentran invitan a todos (a los amigos y vecinos, a los siervos y al hermano) a compartir su alegría: “Alégrense conmigo” (Lc 6 y 9; Lc 24 y 32). En la parábola del Padre misericordioso la alegría compartida es mucho más expresiva: “Comamos y celebremos una fiesta” (Lc 15,23). Ahí está la explicación del comportamiento escandaloso de Jesús.

La parábola tiene dos partes: 1) la historia de la conversión del hijo menor (Lc 15,11-24) y 2) la historia de la resistencia del hijo mayor para compartir la misericordia y la alegría del Papá (Lc 15,25-32). Como hilo conductor, a lo largo de todo el relato no se pierde de vista nunca al Papá, él es el punto de referencia y el verdadero protagonista de la historia.

1) La historia del hijo menor está presentada en un camino de ida y vuelta: “Se marchó a un país lejano...” (Lc 15,13) y “Levantándose, partió hacia su padre” (Lc 15,20). En la ida y vuelta del hijo menor se recorren los cinco pasos de un camino de conversión: a) La ida (Lc 15,11-13). b) La penuria en la extrema lejanía (Lc 15,14-16). c) La toma de conciencia de la situación y la decisión de volver (Lc 15,17-20). d) El encuentro con el Padre (Lc 15,20b-21). e) La celebración de la vida del hijo menor (Lc 15,22-24).

2) La historia del hijo mayor presenta la problematización del comportamiento exagerado del Padre con el hijo renuente (su derroche de alegría en la fiesta), que se recoge en la frase: “Él se irritó y no quería entrar” (Lc 15,28); todo lo contrario del hermano menor que “partió hacia su padre”, (Lc 15,20). Esta parte de la historia gira en torno a dos diálogos que el hijo mayor sostiene respectivamente: a) Cuando está a punto de llegar a la casa, los criados le exponen la situación y el motivo de la fiesta (Lc 15,25-27). b) Con su padre, quien sale a buscarlo para pedirle insistentemente que entre en casa, escucha el argumento de su rabia y finalmente le responde exponiéndole sus motivos (Lc 15,28-32). Ambas partes convergen en la misma idea, la cual se repite casi en los mismos términos al final de cada una de ellas: la invitación a la fiesta (Comamos y celebremos una fiesta” “Convenía celebrar una fiesta y alegrarse”; Lc 15,23-32) y su motivo (Porque este hijo mío [hermano tuyo] estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”; (Lc 24 y 32). El énfasis de la parábola está en el modo de acoger al hijo alejado y de celebrar su regreso con alegría total porque “le ha recobrado sano” (Lc 15,27). Aquí reposa el misterio de la reconciliación en su clave pascual (paso de la muerte a la vida), acción salvífica de Dios en el hombre (Jn 5,24).

3. El Padre: Actitud misericordiosa (Lc 15,20b-24)

El centro de la parábola está en el encuentro entre el hijo menor y su padre (Lc 15,20-24). Hacia allá apunta toda la primera parte. Los siervos y el hijo mayor no logran comprenderlo, se les vuelve un enigma. Poniendo la mirada en el eje focal de la parábola, vemos en el colorido de las imágenes una catequesis sobre la misericordia: 1) El hijo arrepentido va hacia su Padre, pero al final es el padre el que “corre” hacia su hijo, impulsado por la “conmoción” interior. Esta agitación interna que se vuelve impulso de búsqueda es lo que se traduce por “misericordia”: puesto que el hijo nunca se le ha salido del corazón (lo lleva en lo más profundo como una madre lleva a su hijo en las entrañas), la visión del hijo en su humillación y sufrimiento descompone el distanciamiento. 2) El sentimiento (emoción) interno se explicita en siete gestos de amor que reconstruyen la vida del hijo disipado. La misericordia reconstruye la vida del otro:

a) El padre que corre al encuentro de su hijo primero “lo abraza” (Lc 15,20): El padre se humilla más que el mismo hijo. No espera sus explicaciones. No le pide purificación previa al que viene con el mal aspecto de la vida disoluta, contaminado en el contacto con paganos y rebajado al máximo en la impureza (legal y física) de los cerdos; el padre rompe las barreras. No hay toma de distancia sino inmensa cercanía con este que está “sucio”, para él es simplemente su hijo.

b) Lo “besa” (Lc 15,20): “Efusivamente”. El beso es la expresión del perdón paterno (como el beso de perdón de David a su hijo Absalón en 2ªSamuel 14,33). Nótese que el perdón se ofrece antes de la confesión de arrepentimiento del hijo (Lc 15,21).

c) Le manda poner “el mejor vestido” (Lc 15,22); como se podría leer en griego): el padre le restituye su dignidad de hijo y le confirma sus antiguos privilegios. El vestido viejo, su pasado, queda atrás.

d) Le manda poner “el anillo” (Lc 15,22). Este anillo es una simplemente señal del nuevo pacto o alianza, el amor del padre siempre está en vigencia hacia el hijo menor, derrochador de plata (Lc 15,13). ¡Qué confianza la que este padre tiene en la conversión de su hijo! (uno normalmente lo pondría primero en cuarentena hasta que demuestre que sabe manejar la plata, antes de entregarle la chequera).

e) Le manda poner “sandalias” (Lc 15,22): este era un privilegio de los hombres libres, incluso en una casa sólo las llevaba el dueño, no los huéspedes. Este gesto es una delicada negativa al hijo que iba a pedir ser tratado como jornalero. Para el padre la dignidad del hijo siempre está en vigencia.

f) Hace sacrificar el “novillo cebado” (Lc 15,23), el animal que se alimentaba con más cuidado y se reservaba para alguna celebración importante en la casa.

g) Convoca una “fiesta” (Lc 15,23) con todas las de la ley: la mejor comida, música y danza. La fiesta parece desproporcionada, pero el padre expone el motivo: el gran valor de la vida del hijo menor. Esto llama la atención: la casa cambia completamente. Se suspende toda labor cotidiana, en el centro de la fiesta esta la presencia del hijo vuelto a nacer en la familia.

3) El Hijo mayor: En esta parte de la parábola está el punto de confrontación que manda al piso los mezquinos paradigmas de relación humana representados en el rol que juega el hijo mayor en la parábola:

El problema no es simplemente “estar” con el padre (“Hijo, tú estás siempre conmigo”, Lc 15,31) sino de qué manera se está. Mientras el hermano mayor mide su relación con el padre a partir del cumplimiento externo de la norma (“hace tantos años te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya”, Lc 15,29) y su expectativa es la proporcional retribución (“pero nunca me has dado un cabrito...”; Lc 15,29), la relación entre el padre y el hijo menor se rige por el amor, en el cual lo que importa no es lo que uno le pueda dar al otro sino el hecho de ser “hijo”. Sale a flote en inmenso valor de la relación y de su verdadero fundamento. Basta recordar qué es lo que le duele al Padre: la “perdida”, y para él lo “perdido” no fueron los bienes sino “el hijo mío” (“este hijo mío estaba perdido y ha sido hallado”). El hijo menor admite que ha “pecado”, pero el fondo de su pecado es el abandono de la casa, es decir, el rechazar ser hijo. Pedir la herencia es declarar la muerte del padre, es decir la muerte de la relación padre-hijo. Por eso dice: “pequé contra el cielo y ante ti” Lc 15,18 y 21). La vida disoluta es el resultado de una vida autónoma que excluye la relación fundante. En el perdón se reconstruyen todos los aspectos de esta relación y esto es lo que importa en primer lugar: un hijo que redescubre (o quizás experimenta por primera vez) el amor paterno y que se goza en ello porque resurge con una nueva fuerza de vida (“estaba muerto y ha vuelto a la vida”). El hijo mayor, en cambio, aún en casa, seguirá viviendo como un extraño. El redescubrimiento de la filiación lleva a la recuperación de la fraternidad. Por eso el Padre se permite corregir al hermano mayor: le sustituye el “¡Ese hijo tuyo!” (Lc 15,30) por “¡Este hermano tuyo!” (Lc 15,32). Los caminos de reconciliación con el hermano deben partir del encuentro común en el corazón del Padre, allí donde “todo lo mío es tuyo” (Lc 15,31).

Conviene preguntarnos, ¿Qué actitud asumimos como hijos. Somos como el hijo mayor que vive dominado por el orgullo o como el hijo menor que se reconoce pecador?. Otra cita describe el mismo sentir de los que se creen prefectos y el pecador: Jesús dijo a Simón, el fariseo: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados" (Lc 7,44-48).

La liturgia de hoy, ya desde su comienzo, nos invita a la alegría: "Festejen a Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman...". (antífona de entrada). Y es que ya están próximas las fiestas pascuales y, con ellas, la plena restauración de la comunidad cristiana por la Muerte y Resurrección de Cristo. Por ello pedimos al Señor en la oración colecta que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las fiestas pascuales. A lo largo de estas semanas hemos tomado conciencia de que somos pecadores (Rm 5,12). Y, como el hijo pródigo, hemos emprendido el itinerario penitencial para volver a la casa del padre (Lc 15,17). El camino de la penitencia será auténtico en la medida en que sepamos abrir comprensivamente nuestro corazón a los demás, perdonándolos y evitando cualquier actitud de superioridad o soberbia espiritual (I Jn 4,16).

Así entramos en los sentimientos del corazón de Dios que nos dice hoy: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado (Lc 15,32).

No participaremos en todo este misterio de salvación sino iluminados por la claridad que la fe (Heb 11.1) y la gracia bautismal encendieron un día en nuestro espíritu (Jn 3,5). En el camino cuaresmal de conversión (Lc 13,5) vamos renovando esa gracia bautismal y, peregrinos en un camino oscuro, vamos recuperando el esplendor de la fe. Todo ello se traducirá, en la práctica, en aprender a amar a Dios de todo corazón (I Jn 4,20). Por toda esta luz experimentaremos hoy una gran alegría (Flp 4,4).

jueves, 13 de marzo de 2025

DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA – C (23 de Marzo de 2025)

 DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA – C (23 de Marzo de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 13,1-9:

13:1 En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.

13:2 Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?

13:3 Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

13:4 ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

13:5 Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".

13:6 Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.

13:7 Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?"

13:8 Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.

13:9 Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). “Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” ( Ez 36,25-26).

“Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera” (Lc 13,3). "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala" (Lc 13,7). Como se ve, el evangelio de hoy nos ilustra dos temas que a su vez son complementarias: La conversión (Lc 13, 1-5) y los frutos (Lc 13,6-9). El tema en referencia tiene mayor explicación en este episodio: “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt7,16-19).

El tiempo de la cuaresma es tiempo de convertirnos, del árbol malo al árbol bueno y los frutos son el único indicativo que pone de manifiesto si ya somos árbol bueno porque dejamos ser árbol malo. En este contexto conviene traer a colación la parábola siguiente: “Así como se arranca la cizaña (árbol malo) y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos (árbol bueno) resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).

"¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos morirán de la misma manera” (Lc 13,2-3).

El Señor empezó con una llamada a la conversión en el inicio de su predicación: “Se ha cumplido el tiempo y esta cerca el Reino de Dios; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc. 1, 15) Más adelante irá explicando las características del Reino, pero desde un principio se advierte que hace falta una postura nueva de la mente para poder entender el mensaje de salvación. Pone a los niños como ejemplo de la meta a que hay que llegar. Hay que «hacerse como niños» o «nacer de nuevo», como dirá a Nicodemo (Jn. 3, 4) La conversación con la mujer samaritana es un ejemplo práctico de cómo se llama a una persona a la conversión. A Zaqueo también lo llama a cambiar de vida, a convertirse. Lo mismo hará con otros muchos.

Cuando Jesús fue a bautizarse al Jordán, Juan le dijo: «Yo necesito ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?» (Mt. 3, 14) Más adelante dirá de Jesús: «He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn. 1, 29) San Juan Bautista no tenía el poder de perdonar los pecados, sino solamente predicaba la conversión y la penitencia preparando el camino del Señor. Como fruto de su labor serán muchos los que escucharán la doctrina de Cristo. Los dos primeros discípulos de Jesucristo serán dos discípulos de San Juan Bautista: Juan y Andrés. Además de estos discípulos primeros, muchos otros discípulos de Juan fueron tras Jesús. Juan se llenó de alegría, añadiendo: «Conviene que El crezca y yo disminuya» (Jn. 3, 30).

La conversión exige que se dé primero un arrepentimiento del pecado: El pecado mortal hunde sus raíces en la mala disposición del amor y del corazón del hombre, se sitúa en una actitud de egoísmo y cerrazón, se proyecta en una vida construida al margen de los mandamientos de Dios. El pecado mortal supone un fallo en lo fundamental de la existencia cristiana y excluye del Reino de Dios. Este fallo puede expresarse en situaciones, en actitudes o en actos concretos.

Convertirse es, en definitiva, cambiar de actitud, tomar otro camino (Lc 15,17). Es una vuelta a Dios, del que el hombre se aparta por la mala conducta, por las malas obras, es decir, por el pecado. Esa vuelta a Dios, que es fruto del amor, incluirá también una nueva actitud hacia el prójimo, que también ha de ser amado.

EL REINO DE DIOS COMIENZA CON LA CONVERSIÓN PERSONAL: Para entrar en el Reino de los Cielos es preciso renacer del agua y del Espíritu (Jn 3,5); de esta manera anunció Jesús a Nicodemo el comienzo del Reino de Dios en el alma de cada hombre. Para esta nueva vida Dios envía su gracia. La conversión unas veces será de un modo fulgurante y rápido, casi repentina; otras, de una manera suave y gradual; incluso, en ocasiones, sólo llega en el último momento de la vida. En las parábolas del Reino de los Cielos es muy frecuente que el Señor lo compare a una pequeña semilla, que crece y da fruto o se malogra. Con estos ejemplos indica que el Reino de Dios debe empezar por la conversión personal. Cuando un hombre se convierte, y es fiel, va creciendo en esa nueva vida; después va influyendo en los que le rodean. Así se desarrolla el Reino de Dios en el mundo. El camino que eligió Jesucristo fue predicar a todos la conversión, denunciar todas las situaciones de pecado e ir formando a los que se iban convirtiendo a su palabra

"Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?" (Lc 13,7).

Hay otras citas respecto a los frutos: “Cuídense de los falsos profetas, que vienen a Uds. con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconocerán” (Mt 7,15-20). Quizá lo primero que nos viene a la mente al pensar en esta frase del Señor es preguntarnos: ¿Qué frutos he dado en mi vida? Pero habría que preguntarnos antes ¿a qué tipo de fruto se refiere el Señor en esta frase?

La figura del árbol utilizada por el Señor es muy gráfica. Un árbol frutal hay que cuidarlo, regarlo, evitar que insectos o microorganismos lo infecten, cuidar que los pájaros no se coman los frutos, etc. De la misma manera, si nosotros queremos dar buenos frutos debemos cuidar de nosotros mismos: “regándonos” con la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración; evitando todo aquello nos “infecta”: las tentaciones, el pecado; cuidando que el demonio, el mundo y nuestro hombre viejo “se coman” nuestras buenas intenciones y resoluciones.

El Señor habla del fruto bueno y del fruto malo (Mt 12,33). Los frutos son las consecuencias visibles de nuestras opciones y actos. Si actuamos bien, tendremos buenos frutos, y eso será un indicativo de que lo que hacemos es de Dios, es parte de su Plan de Amor. Así, los frutos buenos señalan que nos estamos acercando más al Señor, y los frutos malos que nos alejamos de Él y de su Plan. Pero hay que señalar que la bondad del fruto no está relacionada necesariamente con el éxito material o personal, con la eficacia o algo similar. La bondad de los frutos a la que se refiere el Señor Jesús es el bien de la persona y las personas, la realización y plenitud. Así por ejemplo, cuando ayudo a un amigo(a), cuando me esfuerzo por hacer bien una responsabilidad o cuando estoy atento a las situaciones que me rodean para ayudar donde se me necesite estoy buscando dar frutos buenos y me acerco a Dios. Por el contrario, si por “flojera” no ayudo a mi amigo(a), cumplo mis responsabilidades dando el mínimo indispensable para que no llamen la atención o estoy encerrado en mí mismo haciendo sólo lo que “me conviene a mí”, entonces mi fruto será malo y me estaré alejando del Plan de amor que Dios tienen para mí.

  ¿CÓMO DAR BUEN FRUTO? «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). La clave para dar buen fruto está en permanecer en el Señor Jesús. Y permanecer en Él no es otra cosa que buscar ser otro Cristo: teniendo los mismos pensamientos, sentimientos y modos de obrar que el Señor. Debemos preguntarnos constantemente: ¿los pensamientos que tengo son los pensamientos que hubiera tenido el Señor? ¿Estos sentimientos que experimento son los que Jesús tendría? ¿Es mi acción como la de Cristo? Se trata pues de conformar toda mi vida con el dulce Señor Jesús; esforzarme por conocerlo leyendo los Evangelios, buscándolo en la oración, acudiendo a los sacramentos: particularmente en la Eucaristía y la Reconciliación.

El mejor fruto de nuestra conversión es la vida de santidad: “Yo soy Dios, el que los ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (I Pe 1,15). ¿Cómo lograr la santidad? “Santifíquense y sean santos; porque yo soy Yahveh, su Dios. Guardando mis preceptos y cumpliendo mis mandamientos. Yo soy Yahveh, el que los santifico” (Lv 20,7). “Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Pongan cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que ninguna raíz amarga retoñe ni los perturbe y por ella llegue a infectarse la comunidad” (Heb 12,14-15). “¿No saben que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?  Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad” (Gal 5,6-8).

¿ESTA O NO ESTA DIOS ENTRE NOSOTROS? Estas situaciones provocan preguntas y hasta acusaciones frente a los creyentes. ¿Se puede hablar de la salvación de Dios en un mundo atravesado por el sufrimiento y la pobreza? El Evangelio de hoy hace referencia a estas preguntas. Algunos oyentes de Jesús le cuentan un hecho monstruoso que acaba de suceder y que llenó de indignación al pueblo: Pilato, el representante de Roma, ha mandado degollar a unos galileos en el preciso momento en que estaban ofreciendo en el templo sus sacrificios (Lc 13,1).

Podemos imaginar el dramatismo de la escena. La indignación de todos. ¿Por qué? ¿Qué hacer? Jesús no pierde los nervios. Si acaso, aumentar el sufrimiento de los pobres. Aprovecha la ocasión para dar una lección religiosa: "Les digo que si no se convierten, todos morirán del mismo modo" (Lc 13,5).

Las calamidades y el sufrimiento no son un castigo de Dios, como creían los fariseos piadosos. La explicación última del problema del mal sigue siendo un misterio. Lo que para Jesús no ofrece duda es que todos los hombres somos pecadores (Jn 8,7). Nadie puede sentirse justo ante Dios. Todo hombre necesita la salvación de Dios. Lo queramos o no reconocer, todos vivimos aún en el país de Egipto, esclavos del pecado, y somos solidarios del sufrimiento y la pobreza de los otros.

LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN (Ez 36,26). Para Jesús, el más hondo mal del hombre, su más dura y funesta esclavitud, está radicada en el propio corazón del hombre. Por eso, su mensaje es, ante todo, una llamada al cambio de la persona, a la conversión del corazón. Como nuevo Moisés, Jesús ha venido "a salvar a su pueblo de los pecados" (Mt. 1, 21).

Cuando el hombre entra en esta dinámica de conversión, comienza a descubrir el significado del nombre de Dios. Entonces se llega a comprender, mejor que con definiciones, quién es ese "Dios que salva"=Yavé. Sólo entonces estaremos en condiciones de construir un mundo mejor, el que Dios quiere, el que no perecerá jamás.

La conversión del corazón es condición que hace posible la llegada del reino de Dios. Todo sería distinto, incluso al nivel de la convivencia humana y de la propia relación del hombre con la naturaleza. Un escritor contemporánea ha dicho: "La supervivencia física de la especie humana no depende de las lluvias ni del sol, sino de un cambio radical del corazón humano" (E. Fromm).

POR SUS FRUTOS LOS CONOCERAN (Mt 7,20). Ahora bien, la conversión no se reduce a una buena disposición interior ni a un vago deseo de ser mejores. Con la parábola de la higuera que no da frutos Jesús nos enseña que Dios espera de nosotros obras de amor, justicia y verdad. De lo contrario, la conversión no es auténtica.

Tenemos el ejemplo de los santos. El hijo de Bernardone había oído las palabras del Señor: "Si quieres ser perfecto..." Sólo cuando vendió sus bienes, entregó el dinero a los pobres y cambió su forma de vida pudo ser San Francisco de Asís.

La conversión se hace tarea para construir un mundo de hermanos (Mt 23,8). No se puede dejar a los hombres en el país de Egipto de la miseria y opresión. Se trata de una tarea obligatoria para cada cristiano. No podemos olvidar las palabras de Jesús: "Tuve hambre y me disteis de comer, estuve desnudo y me vestisteis...".

Mientras no sigamos este camino, permanecemos en nuestros pecados y no es fecunda en nosotros la salvación de Dios. Porque, "¿Cómo puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve" (I Jn 4,20).

PARÁBOLA DE LA PACIENCIA (Lc 13,8). Preciosa conclusión del evangelio de hoy: El Señor espera nuestra respuesta libre porque quiere contar con nosotros para transformar el mundo. "Señor, no cortes la higuera; déjala todavía este año, a ver si da frutos". Jesús sabe que la contemplación de la actitud acogedora y entrañable de Dios es lo que puede cambiar nuestro corazón y abrirlo al amor.

Lo mismo que con el pueblo de la antigua Alianza, también hoy el Señor tiene paciencia con nosotros. Construir una nueva humanidad, sólo es posible con la colaboración decidida de hombres nuevos. Por eso espera nuestra respuesta. Como espera la vuelta del hijo pródigo con mucha paciencia (Lc 15,17).

Dios, para salvarnos, toma siempre la iniciativa, pero pide nuestra colaboración. Recordemos los signos: Cuando regala el vino, exige primero el agua (Jn 2,3) y cuando multiplica la pesca, pide que echen primero la red (Lc 5,4). Podría hacerlo de otra manera. Sin nosotros. Podría hacer llover los panes, que brotaran ríos de agua, vino y leche, curar de golpe a todos los enfermos... pero lo ha hecho así por respeto. Para dignificar al hombre. Para hacernos sentir útil en sus manos y cooperadores de su creación, por algo nos creó a su imagen y semejanza (Gn 1,27).

Porque nos quiere protagonistas de nuestra propia realización como personas y como hijos de Dios. Nada menos. Es nuestra gloria o nuestra tragedia. En todo caso, nuestra responsabilidad.

lunes, 10 de marzo de 2025

II DOMINGO DE CUARESMA – C (16 de Marzo de 2025)

 II DOMINGO DE CUARESMA – C (16 de Marzo de 2025)

Proclamación del Evangelio San Lucas 9,28-36:

9:28 Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.  

9:29 Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

9:30 Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,

9:31 que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

9:32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.

9:33 Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Él no sabía lo que decía.

9:34 Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.

9:35 Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".

9:36 Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Los tres discípulos que luego serán testigos del abatimiento de Jesús en Getsamaní, fueron elegidos antes para ver su gloria en el Tabor.

La blancura de los vestidos de Jesús y el nuevo aspecto de su rostro (Mateo dice que aquellos se tornaron blancos como la luz y que su rostro resplandecía como el sol) no son más que la manifestación de la dignidad y la gloria que le correspondía como Hijo de Dios. Moisés y Elías, representando a la Ley y los Profetas -todo el Antiguo Testamento-, conversan con Jesús de lo que aún ha de cumplirse en Jerusalén. Toda la historia de la salvación culmina en Jesucristo, pero el momento de esta culminación es la hora de su exaltación en la cruz. El Tabor no se explica sin el Calvario.

Hace seis días (Mt 17, 1) desde que Jesús les había anunciado su pasión y muerte en Jerusalén y había reprendido precisamente a Pedro porque intentó torcer su camino, éste sigue sin entender nada. Piensa que ha llegado la hora de disfrutar el triunfo y que puede ahorrarse lo que ha de suceder todavía: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Lc 9,33).

La "nube", o la "columna luminosa" (Lc 9,34), es en la biblia el símbolo de la presencia de Dios. Aquí aparece como respuesta a la proposición de Pedro. De la nube sale la voz de Dios. El signo de la nube es interpretado por la palabra. Y la palabra confirma a Jesús como enviado de Dios, como Hijo que ha venido a cumplir su voluntad. A él deben atenerse Pedro y sus compañeros. Lo fascinante y lo tremendo de la presencia de Dios, de la teofanía, se advierte en las palabras de Pedro y en el temor de los tres discípulos al ser introducidos dentro de la nube.

La transfiguración, que el evangelista sitúa como un alto en el camino que sube a Jerusalén, no ha sido otra cosa que una anticipación momentánea de la última meta y como un aliento para seguir caminando. Jesús les manda que callen lo que han visto hasta que todo se cumpla y el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos (Mt 17,9).

Dios dice al pueblo: “Pongo ante ti cielo y tierra; vida y muerte; bendición y maldición. Escoge la vida, amando a tu Dios, escuchando su palabra y uniéndote a Él” (Dt 30,19). Dios mismo dice en referencia a su Hijo: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones” (Is 42,1).  Y Jesús cuando se bautizó, el Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Luego dice Jesús en el inicio de su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Y al final de su ministerio Jesús recibe esta nuevo mensaje de parte del Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo" (Lc 9,35).

En el ser del Hijo está el mismo ser Padre: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Dios se deja ver en su Hijo; en el domingo anterior en la parte humana, hoy en la parte divina. Es decir, Jesús en la transfiguración se deja ver un momento en el cielo.

La II Divina Persona, Jesús es la manifestación del amor de Dios a favor de toda la humanidad, pues así manifiesta Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene, sino que el que cree en Él se salve. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Completando la idea, Jesús dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). El voy al padre o estar con el Padre es estar en el mismo cielo pero para estar en este estado requiere la purificación y de eso se trata el tiempo de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.

El domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Lc 4,1-13). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Lc 9,28-36). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (I Jn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt 17,4)

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración debemos vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá “escuchen a Moisés”, sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

“Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él” (Lc 9,32). En este tiempo de cuaresma es importante mantenernos despiertos y en oración, pue así nos exhorta el mismo Señor: “Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mt 26,40-41).

Finalmente, la oración de oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).

El tema de la transfiguración, que se repite invariablemente en los tres ciclos, es el que confiere una fisonomía especial a este segundo domingo de cuaresma. Ahí está pues, la clave de la interpretación ajustada del tema: Dios es Enmanuel: Is 7,14 ( Dios con nosotros); hoy se nos invita  que subamos al monte Tabor para que estemos con Dios (visión beatifica). Pero requiere: “Felices los que tienen corazón y alma puro, ellos verán a Dios” ( Mt 5,8).

En lo alto de la montaña: La Cuaresma constituye una invitación permanente a subir a lo alto de la montaña, junto con el Señor y en compañía de sus discípulos más adictos. Allí nos dedicaremos a orar, a dejarnos invadir por el poderoso resplandor de su presencia luminosa. En la soledad de la montaña (=en la intimidad del corazón) es donde el Señor se manifiesta a los suyos, donde les descubre el resplandor de su rostro.

Moisés y Elías: Son los dos personajes misteriosos que acompañan a Jesús en el momento de la transfiguración. Ellos representan a la Ley y a los Profetas. Cristo transfigurado, en medio de ellos, se nos manifiesta como la culminación definitiva de la ley y de los profetas, es decir, del Antiguo Testamento. En él queda cumplida la esperanza mesiánica del Pueblo de Israel. En él llega a su punto culminante la Historia de la Salvación. En él la humanidad ha quedado definitivamente salvada.

El simbolismo de los números: Los antiguos gustaban de jugar con el simbolismo de los números. El número cuarenta es uno de esos números cargados de simbolismo. Por eso los años que pasó Israel en el desierto fueron cuarenta, y cuarenta los días que pasó Jesús. Moisés estuvo cuarenta días y cuarenta noches en el Sinaí. Elías caminó hacia el monte Horeb también por espacio de cuarenta días y cuarenta noches. La coincidencia en el número denota su densidad simbólica. No se trata de hacer malabarismos con los números en la homilía. Pero sí conviene saber que este número es símbolo de preparación. Además las seis semanas que contiene la cuaresma son imagen de la vida temporal; mientras la siete de las cincuentena pascual simbolizan la vida futura, la vida eterna. Por eso Pascua es el paso de este mundo (simbolizado en el número "seis") a la vida en comunión con el Padre (Número "siete" 7).

La cruz y la gloria: Es sorprendente que Moisés y Elías, "que aparecieron con gloria" junto a Jesús transfigurado, conversaran con él precisamente sobre "su muerte, que iba a consumar en Jerusalén". Esta referencia a la muerte, justo en el momento de la transfiguración gloriosa de Jesús, deja entender a las claras como reza el prefacio, "que la pasión es el camino de la resurrección". Más aún, cruz y gloria son las dos caras de la misma realidad: la Pascua. Esta coincidencia hay que hacerla notar a los fieles.

"El transformará nuestra condición humilde": Estas palabras de Pablo aparecen en la segunda lectura y hacen referencia al tema del día. La transfiguración de Jesús, anticipo misterioso de su gloriosa resurrección, es la primicia y la garantía de una transfiguración universal que habrá de llevarse a cabo en la Pascua. Todos estamos llamados a compartir la transfiguración de Jesús. Aunque, para ello, tengamos que compartir primero su pasión y su muerte: la entrega generosa de nuestra vida para los demás.

domingo, 2 de marzo de 2025

DOMINGO I DE CUARESMA – C (09 de Marzo del 2025)

 DOMINGO I DE CUARESMA – C (09 de Marzo del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas: 4,1 - 13:

4:1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,

4:2 donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.

4:3 El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".

4:4 Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".

4:5 Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra

4:6 y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.

4:7 Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".

4:8 Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".

4:9 Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si eres hijo de Dios tírate de aquí abajo” 

4:10 porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.

4:11 Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".

4:12 Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".

4:13 Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

“Nadie diga: Dios me tentó. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie; sino que cada uno es tentado por su propio deseo (concupiscencia), que lo atrae y lo seduce. El deseo es madre del pecado, y este, una vez cometido, engendra la muerte” (Stg 1,13-15). “Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte pero la carne es débil” (Mt 26,41). Es propia del demonio la tentación que propone al hombre que desobedecer los mandamientos de Dios. “El pecado es la desobediencia a los mandamientos de Dios” (I Jn 3,4).

El evangelista Lucas altera el orden de las tentaciones de Jesús para hacerlas terminar en Jerusalén, lugar de especial importancia teológica en su Evangelio. Pero los tres sinópticos concuerdan en presentarnos las tentaciones de Jesús como marco para su ministerio y en vincularlas al Bautismo (Lc 3,22) . Es el mismo Espíritu que desciende sobre Jesús en el bautismo el que empuja al desierto "cuando volvió del Jordán" (Lc 4,1).

Bautismo y tentaciones forman así no un episodio aislado en la vida de Jesús, sino la clave teológica de la comprensión de su vida. En el Bautismo, queda clara la experiencia de la filiación: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". En las tentaciones se prueba esa misma filiación, qué estilo va a tener, qué estrategia va a adoptar.

Hay tentaciones que nos apartan del bien y nos ofrecen el mal como objetivo, aunque sea bajo la capa del bien. Hay que elegir entre el bien y el mal, entre Dios y el demonio. Nadie hay que pueda poner la mano en el fuego y afirmar que él ya no tiene esta tentación que San Pablo llama de la "carne" en sentido teológico. Pero la prueba ante la que se encuentra Jesús es otra mucho más sutil. Es la de los hombres religiosos, los que ya han optado por Dios. Es la tentación de quien ya ha aceptado una misión. Fue la tentación de Israel precisamente en cuanto pueblo de Dios. Es la tentación de Jesús precisamente en cuanto Hijo de Dios. Será la tentación de la Iglesia precisamente en cuanto comunidad del Reino. No es una tentación al pecado. Al revés, se trata de llevar a cabo una misión recibida de Dios. La prueba versa sobre las estrategias para cumplir la misión. Porque hay dos estrategias de salvación. El espíritu evangélico y su antagónico no sólo tienen fines distintos, sino estrategias distintas.

Hemos iniciado el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza y en la imposición de la ceniza se nos ha recordado: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás! (Gn 3,19). O también «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértete y cree en la Evangelio» (Mc 1,15). El tiempo de cuaresma es propicio para pasar de lo impuro a lo puro: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!"(Mc 5,8); “Felices quienes tienen el corazón puro porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

Dios dio al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). La serpiente  dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? La mujer dijo a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín.  Pero del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." (Gn 3,1-5).  El pecado del demonio consiste en mentir: “¿Cómo es eso que Dios les ha dicho que no coman de ningún árbol?” Luego engaña al hombre, incitando que coman del árbol prohibido porque “serán como dioses” El pecado del demonio es creerse dios e invita al hombre que también sea como Dios.  San Juan dice: “El que peca procede del demonio, porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio” (I Jn 3,8).

La serpiente sigue mintiendo y engañando cuando dice a Jesús: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.  Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá" (Lc 4,6-7). “Todo el poder se me ha dado” ¿Quién y cuándo le dio el poder? Nadie le dio ese poder, pero Como Jesús dice a los judíos que no creen: “Ustedes tienen por padre al demonio porque el demonio es padre de la mentira” (Jn 8,44). El demonio pide a Jesús que lo adore. Porque el demonio se cree Dios y no lo es. Pero Jesús actúa conforme a la verdad: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto" (Lc 4,8).

En este primer domingo de la cuaresma, llamado el domingo de la tentación, Jesús experimenta como hombre verdadero tres fuertes tentaciones. Que son las tres grandes tentaciones de la humanidad, de la Iglesia y de la sociedad. Tentaciones que están latentes a cada momento de nuestra vida terrenal.

1) La tentación de que Dios solucione el hambre del mundo: El diablo, acercándose a Jesús le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “El hombre no vive solamente de pan (Lc 4,4), sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,3-4). Episodios que nos recuerda al pueblo de Israel en el desierto: “El pueblo de Israel partió de Elim, y el día quince del segundo mes después de su salida de Egipto, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. “Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Pero ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea” (Ex 16,1-3).

La obra del demonio es dividir las necesidades del hombre en dos y nos propone quedarnos solo con una de ellas: el pan material. Y es el medio más fácil por la que somete a la miseria. Por eso Jesús aclara muy bien en decirnos: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Es claro la distinción entre el pan material y el pan espiritual. Uno es efecto del otro, lo más importante es el pan de la vida espiritual cual es la oración y la fe y el efecto es el pan abundante de la vida material. Así no hay lugar a que el demonio no tiente al hombre aprovechándose de sus necesidades.

2) La tentación del exhibicionismo y la admiración: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra". Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios" (Lc 4,9-12). Otra escena que nos recuerda la tentación del pueblo de Israel torturado por la sed: Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”. Moisés les respondió: ¿Por qué me acusan? ¿Por qué tientan al Señor?. Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: ¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: ¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?. El Señor respondió a Moisés: Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo” (Ex 17,1-6).

La tentación del demonio es distraernos y hacer que el capricho del ego se convierta en prioridad para el hombre, con razón se nos recuerda que: “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios” (IPe 1,18-21).

3) La tentación de hacernos dueños del mundo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto" (Lc 4,8). Esta escena nos recuerda otra escena del desierto: Cuando el pueblo vio que Moisés demoraba en bajar de la montaña, se congregó alrededor de Aarón y le dijo: “Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto Aarón les respondió: Quiten a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas, las argollas de oro que llevan prendidas a sus orejas, y tráiganlas aquí. Entonces todos se quitaron sus aros y se los entregaron a Aarón. El recibió el oro, lo trabajó con el cincel e hizo un ternero de metal fundido. Ellos dijeron entonces: Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto. Al ver esto, Aarón erigió un altar delante de la estatua y anunció en alta voz: Mañana habrá fiesta en honor del Señor. Y a la mañana siguiente, bien temprano, ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión. Luego el pueblo se sentó a comer y a beber, y después se levantó para divertirse. El Señor dijo a Moisés: Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto. Luego le siguió diciendo: Ya veo que este es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación” (Ex 32,1-10).

Recordemos que este episodio de la tentación del Señor sucede después del bautismo: “Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3,16-17). Es decir, Jesús empieza a compartir la experiencia de nuestra vida humana con todo lo que es e incluso la experiencia del Pueblo de Dios en la escena de la salida de la esclavitud.

Dios es quien toma la iniciativa de  hacerlo salir de esclavo a un pueblo libre. Es Dios que lo lleva al desierto y lo acompaña en su andar. Ahora es el Espíritu el que empuja a Jesús al desierto. El desierto es camino de libertad, pero también camino de tentación. El Evangelio reúne en una sola escena todas las tentaciones. El Pueblo vivió la tentación de regresar a la esclavitud. Jesús es tentado de todo aquello que lo puede desviar de los caminos de Dios.

La Cuaresma es un tiempo de búsqueda de la libertad pascual en base al ayuno, oración y la caridad (Mt 6,2-16). Aunque nosotros tenemos la tentación de sentirnos bien con nuestras esclavitudes, la tentación de renunciar a nuestra libertad. Cada uno sabe de qué esclavitudes Dios lo quiere sacar. Cada uno sabe que la esclavitud del pecado está maquillada de bondad y belleza. El pecado tiene mucho de maquillaje. Se presenta como algo bueno y termina destruyéndonos. El pecado se presenta como algo sabroso y termina amargándonos el corazón. ¿Hemos hecho la prueba de cómo vemos el pecado antes y cómo lo vemos luego de caer?

Comencemos viéndonos como peregrinos hacia la Pascua. Peregrinos de la libertad. Peregrinos de la resurrección. Salgamos juntos de nuestra escena de la esclavitud Egipto, para encontrarnos juntos en la tierra gozosa de nuestra Pascua. Dejemos liberar de nuestras cadenas de la esclavitud que cada uno tenemos. Y hoy podemos comenzar; esos cuarenta días de camino hacia la Pascua. Y comenzamos con una experiencia que nos sorprende: con un Jesús tentado en el desierto, con un Jesús experimentando esas luchas internas de cada uno de nosotros. Es una experiencia de cuarenta días en los que Jesús hace la experiencia de su pueblo, hace la experiencia de nosotros, hace la experiencia de su condición humana.

La peor tentación de hoy es lo de no creerse tentado. La peor tentación es no tomar conciencia de que estamos tentados, ¿Cómo sanar al que no se cree enfermo?. Y al respecto, nuestras mayores tentaciones son: Creer que nosotros somos buenos y no necesitamos de la ayuda de nadie. Creer que la santidad no es para nosotros. Creer que no necesito de la Iglesia porque también ella está cargada de defectos. Creer que no necesito confesarme porque no tengo pecado y, en todo caso, el confesor también es pecador. Creer que no necesito de los demás porque yo me basto a mí mismo. Creer que basta ser bueno y puedo prescindir de los demás: Me basta el amor a Dios sin necesidad del amor al prójimo. Creer que la Cuaresma no me va a cambiar. No tomar en serio nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua y, por tanto, no tomarnos en serio a notros mismos. Y donde queda estas palabras: Jesús comía con los pecadores, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores? Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

No hay Cuaresma sin cambio o conversión. Cambio que tiene que nacer del corazón y no de meras superficialidades. Así nos deja notar Dios por el profeta: “Uds. se quejan y dicen ¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?. Porque ustedes –dice Dios- el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo? Acaso se trata solo de doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el saco de ceniza: ¿a eso llaman ayuno y día aceptable al Señor? ¿No saben cuál es el ayuno que me gusta? El ayuno que yo amo –oráculo del Señor- soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardarán en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!» (Is 58,3-9).

La tentación que Jesús sufre como hombre verdadero, nos permite y enseña, hasta donde somos capaces de llegar y saber optar por nosotros mismos como Hijos de Dios, que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn1,26). Nos permite también saber medir nuestros actos en la libertad de ser hijos de Dios, saber optar por Dios o por el Diablo: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para servirlo. Yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo en la tierra que vas a poseer después de cruzar el Jordán. Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra; yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Dt.30,15-20).

Jesús increpo al demonio: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!" Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" Él respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos". Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó” (Mc 5,8-13). “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). “En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).