DOMINGO XXV - C (21 de setiembre de 2025)
Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 16,1 - 13:
16,1 Decía también a los discípulos: "Había un hombre
rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
16,2 Lo llamó y le dijo: "¿Qué es lo que me han contado
de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto".
16,3 El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer
ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna?
Me da vergüenza.
16,4 ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto,
haya quienes me reciban en su casa!"
16,5 Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó
al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?"
16,6 "Veinte barriles de aceite", le respondió. El
administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota
diez".
16,7 Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto
debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El
administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos".
16,8 Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por
haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en
su trato con los demás que los hijos de la luz.
16,9 Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la
injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las
moradas eternas.
16,10 El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo
mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.
16,11 Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto,
¿quién les confiará el verdadero bien?
16,12 Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará
lo que les pertenece a ustedes?
16,13 Ningún servidor puede servir a dos señores, porque
aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y
menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". PALABRA
DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados hermanos y hermanas en el Señor Paz t Bien.
El Reino de los Cielos se parece a “un hombre que, al
salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio
cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su
capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos,
fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. Y entrego su balance diciendo: Me
diste cinco talentos, gane otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos,
ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el
dinero de su señor. Al que gano otros cinco dijo: "Está bien, servidor
bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te
encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor” (Mt 25,14-21).
Pero del que dio un talento: “Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor
inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes"(Mt 5,30). Hoy nos dice:
"¿Qué es lo que me han contado de ti? Entrégame el balance de tu gestión
(administración), porque quedas despedido" (Lc 16,2).
Esta vida que Dios nos dio es para que sepamos administrarla
bien. Dependerá nuestra vida futura (Eterna) de cómo hemos administrado la vida
presente (Temporal). Si lo hemos administrado bien, somos merecedores de la
vida eterna y si no supimos administrarla bien, somos merecedores de la condena
eterna.
Cuando Jesús nos dice: “No pueden servir a Dios y al dinero
al mismo tiempo” (Lc 16,13) no rechaza ni condena el dinero, lo que hace es
poner el dinero en su lugar que le corresponde y al hombre en el lugar que le
corresponde. Recordemos al respecto, Jesús dacia a Dios lo que es de Dios y a
Cesar lo que es de Cesar (Mt 22,21). Meditando el Evangelio vemos, Jesús nos
advierte que no nos será fácil vivir con el corazón partido, una parte para el
dinero y otra parte para Dios: “Nadie puede servir a dos señores a la vez, a
Dios y al dinero” (Lc 16,13). Dice también: “Allí donde está tu tesoro ahí
estará también tu corazón” (Mt 6,21). Y la mejor forma de orientar nuestro
corazón hacia Dios es compartiendo nuestros bienes con los que no tienen.
Entonces nuestro tesoro estará en Dios por el buen uso de los bienes de este
mundo (riqueza) que se manifiesta en toda obra de caridad, así amándonos unos a
otros por los gestos de caridad amamos a Dios (I Jn 4,20).
El joven rico pregunto: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para
heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: Tú conoces los mandamientos: No matarás,
no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás
a nadie, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: Maestro, todo
eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús le dijo: Sólo te falta una cosa:
ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo.
Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue
apenado…” (Mc 10,17-24). Y resumiendo esta enseñanza de Jesús podemos agregar
aquello que dijo: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha
querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse
bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde
no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su
tesoro, tendrán también su corazón” (Lc 12,32-34).
La enseñanza de hoy que Jesús nos imparte cierto que tiene
un matiz o una parábola un tanto extraña, pero que sí afronta serias realidades
de nuestra coyuntura. ¿Se han dado cuenta de cómo este mal administrador, al
ser descubierto de mala administración y saber que lo van a despedir de su
trabajo, discurre de inmediato para no quedarse en la calle? (Lc 16, 3-7).
La sagacidad con que actúa el administrador infiel es lo que Jesús resalta, no es que alabe al mal administrador. Lo que Jesús alaba es lo vivo que es y lo rápido que piensa y busca soluciones a su difícil situación. Es que para lo que queremos somos bien vivos e inteligentes. Lo malo no está en ser vivo, lo malo está en utilizar nuestra viveza para las cosas malas. A mí mes es extraña cómo ciertas personas que vienen a pedir dinero como ayuda inventa mil cuentos para engatusar a uno y abrirle la billetera. Para cuando uno va, ellos están ya de vuelta en la esquina. Jesús aplica esta astucia para las cosas humanas, a lo que nos suele suceder cuando se trata del Evangelio, del Reino de Dios o de cambiar las cosas. Si tuviésemos la misma astucia, la misma viveza y la misma rapidez de pensamiento para renovar la Iglesia, para renovar nuestra pastoral, para renovar los caminos del anuncio del Evangelio, ciertamente que la cosa sería diferente y por ende una vida distinta.
Cuánta finura en aquellos que tratan de hacerse ricos a
costa de tantos pobres, hasta vende la cascara de trigo inventando mil y un
cuentos para engañar al pobre (Am 8,4-7). ¡Y ni se diga de aquello que atentan
contra la juventud creando en ello una falsa felicidad al encaminarlos en el
camino de la droga! ¡Y qué poca agudeza para inculcarla y clarificarla y
descubrir la belleza de creer! Somos más agudos para destruir el mundo que para
construir otro mejor. Hace unos días veía una película sobre los traficantes de
la droga. Qué inteligencia para ganarse a unos y a otros, a los de arriba y a
los de abajo ¿Seremos lo mismo para lograr un mundo sin drogas?
Si discernimos correctamente en los asuntos de Dios
nos daremos cuenta que: “La Ley perfecta, que nos hace libres, y se aficiona a
ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley,
será feliz al practicarla. Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no
domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. La religión
verdadera y pura delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los
huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con la
corrupción del mundo” (Stg 1,25-27).
No vivamos apegados a los bienes materiales: “Los que desean
ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables
ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la
perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse
llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables
sufrimientos. En lo que a ti concierne, hombre Dios, huye de todo esto.
Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad” (I
Tm 6,9-11).
“Ningún servidor puede dedicarse a dos amos porque
aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y
menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". Un día
daremos cuentas de nuestra gestión a Dios. Según Lc 16,1-13
Para entender la profunda afirmación de que "ningún
servidor puede servir a dos señores", es crucial analizarla desde varias
perspectivas: bíblica, teológica, filosófica, espiritual y mística. La frase,
extraída de Lucas 16:13, no es solo una advertencia sobre la codicia, sino una
verdad fundamental sobre la naturaleza de la devoción y la lealtad
La parábola del mayordomo infiel en Lucas 16:1-13 es el
contexto principal de esta enseñanza. Jesús presenta a un mayordomo que, al ser
despedido, usa su astucia para asegurarse un futuro. La conclusión de Jesús es
que, aunque el mayordomo actuó con picardía, los "hijos de este
mundo" a menudo son más sagaces en sus asuntos que los "hijos de la
luz". La lección culmina con la afirmación central: "No se
puede servir a Dios y al Dinero".
Desde la razón, la frase se relaciona con el concepto de fidelidad
y dedicación. La lealtad no puede dividirse sin debilitarse. Si una persona
intenta servir a dos amos con intereses opuestos, inevitablemente terminará
priorizando uno sobre el otro. La naturaleza humana tiende a buscar un solo
objetivo supremo. Si el objetivo es Dios, la vida se enfoca en la justicia, el
amor y el servicio. Si el objetivo es el dinero, la vida se centra en la
acumulación, el poder y la seguridad material. Estos dos objetivos son, por
naturaleza, contradictorios.
Desde una perspectiva mística, el alma humana busca la unión
con Dios. El camino místico es un viaje de purificación y desapego. Para
alcanzar esta unión, el místico debe desprenderse de todos los apegos
terrenales, incluyendo el apego a la riqueza. San Francisco de Asís, por
ejemplo, enseñó que para alcanzar la cumbre del Monte Alvernia (la unión con
Dios= estigma), el alma debe dejar atrás todo, ya sea material o espiritual. La
posesión de bienes o el apego a ellos pueden ser obstáculos que impiden el
pleno encuentro con Dios. La frase "aborrecerá a uno y amará al otro"
se refiere a la elección fundamental del alma: o bien se apega a las cosas del
mundo (el dinero) o se eleva hacia la realidad divina (Dios).
En última instancia, el concepto de que no se puede servir a
dos señores se basa en la realidad de que el amor (Corazón) no se puede dividir.
Nuestra lealtad, nuestra energía y nuestro corazón solo pueden dedicarse por
completo a una cosa a la vez. El día del juicio, del que habla la parábola,
será la rendición de cuentas definitiva de nuestras decisiones. ¿A quién hemos
servido realmente?
Desde lo escatológico (que se refiere a las "últimas
cosas" o el fin de los tiempos), la imposibilidad de servir a dos amos es
una preparación para el juicio final. La parábola del mayordomo infiel
concluye con la necesidad de rendir cuentas. Este "dar cuentas" es
una metáfora de la evaluación final que Dios hará de nuestra vida. Si hemos
servido al dinero, nuestras acciones se habrán basado en la acumulación, la
ganancia y el interés propio. Si hemos servido a Dios, nuestras acciones habrán
estado motivadas por el amor, la justicia y el servicio al prójimo. El día del
juicio, se revelará a quién hemos servido realmente, y nuestra recompensa o
castigo será un reflejo de esa lealtad.
Teológicamente, la devoción a Dios es un acto de fidelidad
absoluta. El primer mandamiento del Decálogo es: "No tendrás otros dioses
delante de mí" (Éxodo 20:3). Este mandamiento prohíbe la idolatría, y
Jesús amplía esta prohibición al incluir el dinero como un posible ídolo.
Servir a dos amos es una contradicción en sí misma. Si la lealtad se divide
entre Dios y el dinero, se está negando la naturaleza única y soberana de Dios.
La teología nos enseña que Dios exige un corazón indiviso. No se puede amar
plenamente a Dios si el corazón está apegado a las riquezas materiales. La
lección de Lucas 16 es que la verdadera riqueza no está en las posesiones
terrenales, sino en la fidelidad a Dios, que es la única que tiene valor
eterno.
Espiritualmente, la lección es sobre la orientación del
corazón y la energía vital. Nuestra "lealtad, nuestra energía y nuestro
corazón" no pueden ser divididos sin ser debilitados. Servir a Dios
implica una vida de oración, servicio y amor al prójimo, mientras que servir al
dinero a menudo lleva a la avaricia, la deshonestidad y la explotación. Estas
dos orientaciones son mutuamente excluyentes. La elección de servir a Dios
implica una renuncia constante a los apegos materiales que puedan desviar
nuestra atención. La parábola nos insta a ser "astutos" en nuestra
devoción a Dios, de la misma manera que el mayordomo infiel fue astuto para
asegurar su futuro. En el ámbito espiritual, esta astucia significa usar
nuestros recursos (tiempo, talento y tesoro) para construir el Reino de Dios,
de modo que podamos presentarnos ante Él con una vida que demuestre a quién
hemos servido realmente.
En Lucas 16,1-13 el administrador es despedido por su amo,
pero antes de irse, reduce las deudas de los deudores de su señor para
asegurarse un futuro. No es alabado por ser corrupto, sino por haber actuado
con sagacidad en una situación de crisis.
El versículo central: "Ningún servidor puede dedicarse
a dos amos porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el
primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero"
(Lucas 16,13), es una conclusión directa que Jesús saca de la parábola. El
dinero, en este contexto, no es solo la moneda, sino la riqueza material y todo
lo que representa: seguridad, poder, estatus terrenal.
La parábola y el versículo final subrayan la incompatibilidad
radical de servir a dos señores con demandas opuestas. Dios pide una entrega
total, un amor incondicional y una confianza absoluta. El dinero, por su parte,
también exige una dedicación completa. El que lo ama, confía en él para su
seguridad y felicidad, desplazando a Dios del centro de su vida.
Jesús no condena el dinero en sí mismo, sino la idolatría
del dinero, es decir, el acto de poner la riqueza por encima de Dios. La
lección es que la forma en que administramos nuestros bienes materiales es un
reflejo directo de a quién servimos. El administrador de la parábola usa su
dinero para asegurar su futuro terrenal; Jesús nos invita a usar nuestras
riquezas para asegurar nuestro futuro eterno, construyendo amistades con los
pobres y desfavorecidos. La rendición de cuentas que se menciona es un tema
recurrente en la teología de Lucas, y nos recuerda que un día seremos juzgados
por cómo hemos usado los recursos que se nos han confiado.
La frase "No se puede servir a Dios y al Dinero"
es un recordatorio espiritual de que nuestra fidelidad no puede estar dividida.
La batalla por nuestro corazón se libra en el uso que hacemos de nuestros
recursos, nuestro tiempo y nuestra energía. El dinero puede ser un obstáculo
para la vida espiritual si se convierte en una obsesión, pero también puede ser
una herramienta para el bien si se usa para la caridad, la justicia y el
servicio a los demás. La verdadera sabiduría espiritual, entonces, consiste en
invertir los bienes terrenales en el Reino de Dios, lo cual no tiene un retorno
material, sino un retorno eterno.