martes, 23 de diciembre de 2025

SAGRADA FAMILIA - A (28 de Diciembre del 2025)

 SAGRADA FAMILIA - A (28 de Diciembre del 2025)

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo 2,13-15;19-23

2,13 Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".

2,14 José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

2,15 Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.

2,19 Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto,

2,20 y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño".

2,21 José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel.

2,22 Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea,

2,23 donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Lucas 2, 39 Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: Será llamado Nazareno. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

Pocos pasajes tan fuertes como esta huida de la Sagrada Familia. Un rey tirano y loco hace huir a la familia que Dios ha elegido para cumplir sus promesas a los hombres. Dios actúa a través de los acontecimientos, con frecuencia crueles y absurdos, de la vida de los hombres: nace en Belén por una orden del emperador de Roma, va a Egipto por la crueldad de un rey, vive en Nazaret por los riesgos que podría correr en Belén... Pero de esa forma se va cumpliendo la palabra divina, contenida en las Escrituras.

Parece que Dios se deja quitar la dirección de los acontecimientos. Impresión que está presente a lo largo de toda la historia humana. Idea que no está de acuerdo con la que nosotros nos hemos formado de Dios. De ahí tantas crisis de fe y tantas supersticiones.

Esta es la lección de José, cabeza visible de una familia tan indefensa como entonces lo era la compuesta por un hombre del pueblo, una mujer y un niño. Sería probablemente incorrecto decir que a José le salió todo bien; lo correcto es, más bien, decir que José vio el brazo salvador de Dios en los acontecimientos que le tocó padecer. Toda una lección de transcendencia para nosotros, presos más de la cuenta por las cuentas y los cálculos.

La sagrada familia (la virgen María y san José), antes de vivir juntos ya tenían problemas; el hijo que lleva en sus entrañas la virgen, no es precisamente para José (Mt 1,18), por eso José decidió ya no concretizar la vida conyugal. Pero, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo… Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt. 1,20;24). Cuando todo parece normalizarse, la sagrada familia tendrá otro problema, el problema del alojamiento: “María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7).

Que alegría, que el niño ya nació, pero los problemas no cesan en la sagrada familia. Ahora no todos se alegran con su nacimiento, sino muchos en Jerusalén se alborotan por su nacimiento empezando por el rey Herodes (Mt 2,2). El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto” (Mt 2,13-14).

Muchos dirán que la suerte no acompañó a la familia de Jesús que comenzó con problemas, nació en medio de problemas y recién nacido siguen los problemas. Ahora debe emigrar a Egipto como un prófugo, como un exilado. ¡Y era la Sagrada Familia! Era nada menos que la familia de Jesús. Con qué facilidad hablamos de la Sagrada Familia como si en ella todo fuese gozo y alegría, como si en ella no hubiese problemas, ni conflictos y dolores ni sufrimientos, ni carencias. Sin embargo, si meditamos el texto de Mateo fue una familia con serias dificultades y con serios problemas, y no solo en sus comienzos, sino durante toda la vida del Hijo de Dios.

Una familia muy santa y muy querida de Dios, pero también una familia que debió sufrir mucho. Yo diría que una familia muy parecida a muchas de nuestras familias de hoy. Esto es lo que me impresiona y de la Familia de Jesús. Siempre me habían presentado a la Sagrada Familia como un cielo en la tierra, todo era cariño, todo era amor y todo era felicidad, y ahora que leo y medito el Evangelio descubro que es una familia que debió vivir la realidad de muchas de nuestras familias.

Una familia sin casa propia que tiene que refugiarse en la marginalidad de Belén. Una familia de emigrantes, desarraigada de su propia tierra y de su propia lengua que tiene que vivir expatriada y exilada. Además algo bien curioso, por culpa del Hijo que es también el Hijo de Dios porque es a Él a quien Herodes quiere eliminar. María y José tienen un hijo a quien la autoridad y el poder persiguen para darle muerte, recién nacido.

Pero, sería bueno preguntarnos también, si no hubiera problemas, que sería de nosotros, seriamos como ángeles del cielo. Así, pues, los problemas no pueden ser una razón para no ser felices. Estoy seguro de que, a pesar de todos estos sufrimientos, la familia de Jesús fue una familia feliz. Si en tu familia hay problemas, no se desesperen, miren en la Sagrada Familia que los tuvo posiblemente mayores que los de Uds. ¿Quién no tiene problemas?

Para que vean, la Sagrada Familia no vivió en las nubes, sino en un mundo real, con unas situaciones concretas, con unas personas concretas, con unos poderes concretos y con unas mentalidades concretas. La familia de Jesús comenzó ya con problemas en la Encarnación. El susto de José y el riesgo de María, estaban ahí como cuchilla afilada rasgando corazones. Sólo la fe de José en la Palabra de Dios pudo abrir luz en aquella oscuridad.

Como ya dijimos, los problemas en la sagrada familia ya se presentan l inicio. El Nacimiento del mismo Niño no tuvo mucho de facilidades. Tocar puerta tras puerta y sentirse rechazados hasta ir a parar a un establo de ovejas, no debió de tener demasiado de fiesta. Y ahora algo realmente doloroso y peligroso: “Herodes quiere matar al Niño. Huye a Egipto.” Entonces como tres prófugos, emprenden el camino del desierto, como extranjeros en tierra ajena. Problema tras problema. Algunos, creíamos que la verdad y felicidad de la familia consiste en que no falte nada, lo tengamos todo, y no haya problemas. A la Sagrada Familia le faltó todo, no tenía nada y estuvo llena de problemas. Sin embargo era la Familia de Dios, era la Familia de Jesús, María y José.

Todos queremos tener una linda familia. Todos queremos tener una familia feliz. Ese ha de ser ideal de hogar y de familia, pero la realidad que nos rodea no siempre nos ayuda. En la familia de Jesús, el problema estuvo en el ansia de poder de Herodes, dispuesto a todo, con tal de sacar de en medio a alguien que pudiera poner en peligro su trono.

Hoy puede que no seamos tan ceñidos en problemas, pero hay muchos estilos de Herodes: la injusticia, la pobreza y la miseria, la falta de trabajo, son los problemas económicos. Nunca las alegrías vienen completas, hay muchas circunstancias que nos hacen sentir el sufrimiento y la desilusión. Sin embargo, la fe fue más fuerte que todas las amenazas en la Familia de Jesús. Nosotros tendríamos que afirmar un amor capaz de hacernos más fuertes que todos los tropiezos del camino. Un bello ejemplo para luchar y no desesperarnos. Un bello ejemplo para luchar y ser más que nuestras dificultades.

El secreto para afrontar nuestros conflictos, temores, e inseguridades está en la figura de la grada familia, en la humildad de san José, que nunca supo poner peros en la propuesta de Dios, hace lo que Dios le manda y sin decir una sola palabra. La virgen sin saber ser madre dice: Aquí está la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra (Lc 1,28). El Hijo terminara su vida en la cruz entre los malhechores como un condenado, pero al tercer día resucitará (Mc 10,33). Pero, antes tendrá que sufrir mucho, cargar con su cruz… “Padre si es posible aparta de mi esta copa, pero que no haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,24).

Saben quién no tiene problemas. Es el que no hace nada en su vida, a quien le da igual hacer bien o mal. Pero quien quiere hacer siempre el bien, quien quiere superarse, siempre tendrá problemas. Pero contamos con la ayuda de Dios, él va a estar ahí donde todos te abandonan, él nunca te fallará. Tu fe y tu voluntad de superación y camino al éxito es tu única opción y eso solo tú puedes hacerlo por ti y los suyos ya nadie más lo hará por ti. Esperar con paciencia y la perseverancia es un deber, no un lujo. El cristiano es por definición, el Hombre de la Esperanza. San Pedro nos anima a que siempre estemos dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. Muchos creyentes toman por modelo a personas simples humanos (deportistas, artista) y dejan y dejan de lado el modelo de la humanidad que es Cristo Jesús. Miran la vida con pasividad y resignación: aceptan la frustración y la derrota; se olvidan que Dios sembró en cada uno capacidades extraordinarias, dones, talentos, para afrontar la vida, mejorar y hacer de ella una fiesta de esperanza y de gozo.

El ángel ha dicho a la virgen María: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). Jesús dice: Sin mi nada podrán hacer (Jn 15,5). Nada es imposible para quien cree y tiene fe (Mt 17,20). San Pablo: Para mi Cristo lo es todo (Col 3,11). La fe que mueve montañas, sumado a tu voluntad, podrás hacer cosas extraordinarias y de hecho es la única estrategia para escalar el cielo.

NOCHE BUENA – 24 DE DICIEMBRE

 NOCHE BUENA – 24 DE DICIEMBRE

Proclamación del evangelio según San Lucas 2,1-14:

2,1 En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.

2,2 Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria.

2,3 Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.

2,4 José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David,

2,5 para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.

2,6 Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre;

2,7 y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

2,8 En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche.

2,9 De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor,

2,10 pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:

2,11 Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.

2,12 Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

2,13 Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

2,14 ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz en bien el Señor que vino a salvarnos.

“El que peca procede del diablo, porque el diablo es pecador desde el principio. Pero, el Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo” (I Jn 3,8). 14 ¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! Porque, El Señor ha eliminado la sentencia que pesaba sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! El exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, (Sof 3,14-17).

Hoy y durante todo el tiempo de Navidad que hoy empieza, celebramos en primer lugar un hecho histórico: el nacimiento de Jesús, el hijo de María, la esposa de José. El mismo que después de unos treinta años de vida oculta, pasó haciendo el bien y anunciando la buena nueva del evangelio del Reino, y que fue crucificado y sepultado y después resucitó. Nació en un sitio determinado, en Belén, y en un tiempo concreto, bajo el imperio del César Augusto y siendo Quirino gobernador de Siria.

En el evangelio, escuchamos las palabras mediante las cuales los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del hijo de Dios, Jesucristo el Señor: Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor (Lc 2,14). Palabras de fiesta y de congratulación, no sólo para la mujer cuyo seno había dado a luz al niño, sino también para el género humano, en cuyo beneficio la virgen había alumbrado al Salvador. En verdad era digno y de todo punto conveniente que la que había procreado al Señor de cielo y tierra y había permanecido virgen después de dar a luz, viera celebrado su alumbramiento no con festejos humanos de algunas mujeres, sino con los divinos cánticos de alabanza de un ángel.

Nosotros también digámoslo con el mayor gozo que nos sea posible; nosotros que no anunciamos su nacimiento a pastores de ovejas, sino que lo celebramos en compañía de sus ovejas, la familia, con nuestras miserias, limitaciones; digamos también nosotros, vuelvo a repetirlo, con un corazón lleno de fe y con devota voz: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Meditemos con fe, esperanza y caridad estas palabras divinas, este cántico de alabanza a Dios, este gozo angélico, considerado con toda la atención de que seamos capaces. Tal como creemos, esperamos y deseamos, también nosotros seremos «gloria a Dios en las alturas» cuando, una vez resucitado el cuerpo espiritual, seamos llevados al encuentro en las nubes con Cristo, a condición de que ahora, mientras nos hallamos en la tierra, busquemos la paz con buena voluntad. Vida en las alturas ciertamente, porque allí está la región de los vivos; días buenos también allí donde el Señor es siempre el mismo y sus años no pasan. Pero quien ame la vida y desee ver días buenos, cohíba su lengua del mal y no hablen mentira sus labios; apártese del mal y obre el bien, y conviértase así en hombre de buena voluntad. Busque la paz y persígala, pues paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

Hace ya años que nos dicen que los evangelios no son "vidas de Jesús" -por lo menos en el sentido de las biografías modernas- pero quizás nos habíamos refugiado excesivamente en el Cristo de la fe, en detrimento del Jesús de la historia, Y si prescindimos de la historia de Jesús, fácilmente nosotros podríamos prescindir de la nuestra. Con razón hemos reaccionado, movidos tanto por la exégesis más reciente como por la urgencia de los cristianos comprometidos en la transformación del mundo, y redescubrimos la necesidad de apoyar nuestra fe, no en mitos atemporales, sino en acontecimientos históricos, entre los cuales el nacimiento de Jesús ocupa un puesto central.

Prácticamente toda la humanidad ha aceptado la era cristiana, es decir, que divide la historia en "antes" y en "después" de Cristo, y cuenta los años a partir de aquella primera Navidad. La historicidad de Jesús exige la historicidad del cristianismo: su repercusión en la historia. Nosotros, recordando el realismo de la vida mortal de nuestro Salvador, que nació en Belén y fue colocado en un pesebre, y que después de crucificado y muerto, fue colocado en un sepulcro en Jerusalén, nosotros "haremos histórico" a Jesús si contribuimos a la edificación de un mundo nuevo, más conforme con el plan de Dios.

EL QUE HA NACIDO ES LA PALABRA DE DIOS, en el Hijo Dios nos visita (Lc 7,16). Ha nacido un niño. Este niño es verdaderamente Dios hecho verdaderamente hombre. Pero si Dios se ha hecho hombre es para que el hombre pueda convertirse en hijo de Dios (I Jn 5,2). Es "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" (como decimos en la profesión de fe) que compartió nuestra condición mortal. En Jesucristo, la vida divina fue vivida humanamente, a través de una inteligencia, una voluntad y unos sentimientos de hombre, y esta vida divina vivida humanamente es comunicada por Jesucristo a todos los que creen en él, a los que no han nacido meramente "de sangre ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios". En Jesús de Nazaret la vida divina se hace perceptible a nuestros sentidos, para que "conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible" (prefacio de Navidad).

Todo hombre es llamado a convertirse en hijo de Dios. Para cada uno de los hombres, de las mujeres y de los niños, Dios se hizo hombre, murió y resucitó. Por eso, quien cree verdaderamente en el misterio de la Encarnación, debe creer también en la dignidad inviolable de la persona humana, y evitar profanarla: la propia por el pecado, la de los demás con tratos inhumanos.

EUCARISTÍA. El prefacio que he citado había sido compuesto originariamente para la fiesta de la Eucaristía, el Corpus. Porque la Eucaristía no sólo nos hace presente la fuerza salvadora de Cristo, como los demás sacramentos, sino también su misma persona, y en este sentido es la misma Encarnación la Encarnación. Pero no piensen que hoy al comulgar recibimos al niño Jesús; recibimos a JC resucitado y glorificado, que se hizo un niño, pero que por su misterio pascual ha vuelto allí donde estaba antes, junto al Padre, donde le ha sido dado todo poder, con el fin de poder enviar el Espíritu, y con él la vida divina, a todos los que creen en él. Esta vida divina consiste, sobre todo, en amar, tal como Jesús nos amó, hasta el extremo. El amor que nuestro Padre nos ha manifestado, en la Encarnación y en la Eucaristía, nos urge, no sólo a imitar a Jesús, sino más aún, a no sofocar su Espíritu en nosotros.

domingo, 14 de diciembre de 2025

DOMINGO IV DE ADVIENTO A (21 de diciembre del 2025)

 DOMINGO IV DE ADVIENTO A (21 de diciembre del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 1,18-24.

1,18 Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

1,19 José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

1,20 Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

1,21 Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".

1,22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

1,23 La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".

1,24 Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa,

1,25 y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Je sus. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”(Mt 1,20-21). Este episodio, más el relato de Lucas donde el Ángel dice a María: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1,30-32). Es el Ángel y por ende Dios quien desposa a María y José con la palabra: “Le pondrás por nombre Jesús”. Tanto María como José, ahora como esposos tienen el deber de dar la identidad dando un nombre, el nombre de Jesús que en el mundo bíblico tiene dos connotaciones: En el AT. Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros (Is 7,14). En el NT. (Dios salva, Jn 3,17). San Pablo nos dice al respecto: “Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla se en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor para gloria de  Dios Padre”(Flp 2,8-11).

 El Ángel anuncia a María (Lc 1,28). María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada (Mt 1,18), es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

El Ángel le dijo a José al igual que  María: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

La mayoría de las religiones primitivas situaban a Dios lejos de la vida humana, casi despreocupado de los hombres, que utilizaba intermediarios para comunicarse con ellos en determinados lugares y tiempos. Un Dios terrible al que había que aplacar frecuentemente para evitar sus castigos. El Dios cristiano no está lejos ni ausente: es un Dios humano, el "Dios-con-nosotros" (Is 7,14), que se ha dado a conocer en un Niño (Jn 1,14), en un Hombre crucificado y resucitado (Lc 24,44). Un Dios para todos los hombres, que nos invita a vivir como hermanos (Mt 23,8). No es el Dios de una religión, o de una raza, o de una cultura, o de una Iglesia... Es el Dios de los hombres, de todos sin limitación. Jesús no viene a recibir honores, a triunfar por la violencia. Quiere sacarnos de una vida rutinaria, torcida, vacía, llena de sombras, sin futuro (Ez 33,11). Viene para que aprendamos a ser hombres nuevos y auténticos, para que crezcamos día a día y nos transformemos en hombres nuevos. Que sabe amar y ser amado por Dios (Ez 36,26).

Mt 1, 18-24: El texto nos narra la manera extraordinaria cómo se realiza la concepción de Jesús. El autor, probablemente un judío helenista, se muestra respetuoso de las leyes y normas judías. Como buen judío resalta el protagonismo del varón. Hay un contraste evidente con el evangelio de Lucas. En Lucas María recibe el anuncio del Angel; aquí es José quien recibe el anuncio en sueños. La dificultad y el problema de un embarazo sin concurso de varón recae en María en el evangelio de Lucas: "¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre?" (Lc 1, 34). Aquí el problema se centra en José: "José, que era un hombre excelente, no queriendo desacreditarla, pensó firmarle en secreto un acta de divorcio" (Mt 1, 19). En Lucas es María quien da el nombre a su hijo: "Darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús" (Lc 1, 31). Aquí es José quien debe poner el nombre al niño: "Ella dará a luz un hijo al que pondrás el nombre de Jesús" (Mt 1,21).

El relato cita el texto de Isaías 7, 14 recogiendo la traducción de los Setenta y la tradición de la primitiva Iglesia, que atribuye estas palabras a María. Queda así legitimada la lectura mesiánica y mariana del oráculo de Isaías.

El relato desarrolla con toda claridad que la maternidad de María no es obra de José, sino del Espíritu Santo. Por dos veces afirma que no hubo relaciones de pareja: "antes de que vivieran juntos quedó esperando por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18). "Y sin que tuvieran relaciones dio a luz un hijo" (Mt 1,25). Hay en el autor una intención apologética al defender el nacimiento virginal de Jesús, quizás contestando a ciertas opiniones que empezaban ya a difundirse sobre este asunto. El nombre del niño, Jesús, traducción del hebreo "Jechuá", significa "Salvador". Nace para salvar de los pecados, de todos los pecados, y de todo el pecado: se trata pues de una salvación integral, que lo abarca todo. Queda así aclarada la procedencia y la misión de Jesús.

Dios entre nosotros. Este ha sido el deseo de Dios. La mayoría de los profesionales de lo religioso han dicho siempre que la mayor aspiración del hombre debía ser subir al cielo. Y, mientras tanto, Dios ha decidido bajar a la tierra. Pero..., a pesar de que celebremos cada año el nacimiento del Emmanuel, Dios-con/entre-nosotros, cada vez resulta más difícil comprender que Dios habite en este mundo.

El ha puesto su tienda en el centro de nuestra historia y en lo más íntimo de nuestro corazón. Ya no tienes que subir a la montaña para encontrarle, ni salir «fuera del campamento». «Ni en Jerusalén ni en Garicín, sino en espíritu y en verdad». Ya lo sabes, Dios te acompaña. Está cerca de ti y está dentro de ti. ¿No serás capaz de descubrirlo? Hay muchas presencias y muchos sacramentos de Cristo.

Si Dios está con nosotros, ¿quién puede sentirse solo? No hay soledad posible para el que tiene fe. Podemos estar con Dios en una conversación gozosa, ininterrumpida. No necesitas otras diversiones o entretenimientos. El Amigo te acompaña y te llena.

Si Dios está con nosotros, ¿qué se puede temer? Como retaba Pablo: «¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, ¿la muerte o la vida?...» (Rm 8,35-38). O como decía San Basilio al emperador: No temo tus amenazas, ni la confiscación, porque nada tengo; ni el destierro, porque encuentro a Dios en todas partes; ni la muerte, porque me lleva a Dios, lo que más deseo. Teniendo a Dios tenemos nuestra riqueza, nuestra fuerza, nuestro gozo, nuestra vida. Lo único que realmente tendríamos que temer es perder a Dios.

Jesús, el Hijo de Dios, se hace hombre y así cumple las promesas e inaugura el tiempo de la salvación, que es el que nosotros estamos viviendo hasta el final de la historia. El salmo nos ha hecho decir: "va a entrar el Señor, el Rey de la Gloria". Ya hace dos mil años que vino, pero ahora de nuevo quiere entrar en nuestra existencia, hoy y aquí. Su nombre, según la profecía de Isaías que acabamos de escuchar, es "Emmanuel, Dios-con-nosotros". ¿Podemos gozarnos de un nombre y de un acontecimiento más esperanzador? También Pablo nos ha asegurado que Cristo Jesús, en cuanto hombre, ha nacido de la estirpe de David: es el misterio de un niño cuyo nacimiento celebramos, que es a la vez hombre de nuestra raza y el Hijo eterno de Dios. Y viene, nos ha dicho, "a salvar a todos", para "que todos los gentiles respondan a la fe".

El evangelio de Mateo también nos revela cuál es el nombre del que nace en Belén. El ángel se lo dice a José: el hijo de María se llamará "Jesús", que significa "Dios salva", y también "Emmanuel, Dios-con-nosotros", anunciando así que la profecía de Isaías se cumple en Jesús de Nazaret.

En la víspera de Navidad los cristianos de todo el mundo nos alegramos de esto, por encima de otros varios aspectos de la fiesta, amables pero más románticos y superficiales. Celebramos que Dios es Dios-con-nosotros, un Dios Salvador. Es la fiesta mejor que podemos imaginar.

Pero hoy nuestra celebración está impregnada de un recuerdo entrañable: el de la Madre del Mesías, la Virgen María.

Ya Isaías anunciaba que "la virgen dará a luz un hijo, y este hijo será el Emmanuel, el Dios-con-nosotros".

En María se cumple como ha dicho Mateo en el evangelio, la profecía de Isaías, una virgen que da a luz un hijo, que es el Dios-con-nosotros. María es la nueva Eva: en el prefacio (el IV) glorificaremos a Dios "por el misterio de la Virgen Madre. Porque si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de María, la hija de Sión, ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María..." El recuerdo de María es muy oportuno para que terminemos bien el Adviento y celebremos con fe y profundidad la Navidad. En esta fiesta, en unión con todas las comunidades cristianas del mundo, miramos a la Madre del Señor, la Virgen María, nos gozamos con ella y aprendemos de ella a acoger al Salvador con fe y con amor, abriendo nuestra existencia a su gracia.

Al lado de la Virgen está también José, su esposo. Un joven humilde, trabajador de pueblo, que nos da un ejemplo de actitud abierta hacia Dios y sus planes. Él no entiende del todo el papel que Dios le asigna en la venida del Mesías. El evangelio nos ha contado sus dudas: no porque sospeche nada de María, o porque ignore lo que en ella ha pasado.

Precisamente porque José ya conoce el misterio sucedido y sabe que el hijo que va a tener María es obra de Dios, por eso, en su humildad, no quiere usurpar para sí una paternidad que ya sabe que es del Espíritu y se quiere retirar: no comprende que él pueda caber en los planes de Dios. Es el ángel el que le asegura que sí cabe: va a ser esposo de María y por eso va a hacer que el Mesías venga según la dinastía de David. José acepta los planes de Dios. Como tantos otros en la Historia, que se encuentran desconcertados, pero se fían de Dios. José acepta lo que se le encomienda y vive la Navidad desde una ejemplar actitud de creyente.

Junto con María, también José es un modelo para todos nosotros, abierto a la Palabra de Dios, obediente desde su vida de cada día a la misión que Dios le ha confiado. También de él podemos decir como de su esposa: "feliz tú porque has creído".

En la Navidad celebramos un acontecimiento siempre nuevo: Dios que se hace Dios-con-nosotros, Dios-Salvador. El recuerdo de María y de José nos ayudará a que esta fiesta no sea vacía, una Navidad sin Jesús. Sino una Navidad en la que gozosamente celebramos que Dios se ha hecho de nuestra familia, que ilumina toda nuestra existencia, y que nos pide una acogida de fe y de amor.

domingo, 7 de diciembre de 2025

III DOMINGO DE ADVIENTO - A (14 de Diciembre del 2025)

 III DOMINGO DE ADVIENTO - A (14 de Diciembre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

11,2 Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:

11,3 "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"

11,4 Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

11,5 los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

11,6 ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!"

11,7 Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?

11,8 ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.

11,9 ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.

11,10 Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.

11,11 Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

El domingo anterior leíamos el evangelio en el que se nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta Isaías que pregonaba: “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir. Juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

“Los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

Hoy, en el domingo de la alegría (Flp 4,4) nos sitúa recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Domingo de gaudete, III domingo de adviento, Según Mt 11,2-11: ¿Qué dijo Cristo de Juan? Acabamos de oírlo: Comenzó a decir a las turbas acerca de Juan: ¿Qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña movida por el viento? No por cierto; Juan no giraba según cualquier viento de doctrina. Pero ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido de ropa fina? No; Juan lleva un vestido áspero; tenía un vestido de pelos de camello, no de plumas. Pero ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Eso sí, y más que un profeta (Mt 11,7-9). ¿Por qué más que un profeta? Porque los profetas anunciaron al Señor, a quien deseaban ver y no vieron (Lc 10,24), y a éste se le concedió lo que ellos codiciaron. Juan vio al Señor. Tendió el índice hacia él y dijo: He ahí el Cordero de Dios, he aquí quien quita los pecados del mundo (Jn 1,29). Ya había venido y no lo reconocían; por eso se engañaban con el mismo Juan (Mt 17,12). Y ahí está aquel a quien deseaban ver los patriarcas, a quien anunciaron los profetas, a quien anticipó la ley. He ahí el cordero de Dios, he ahí quien quita los pecados del mundo.

Domingo de Gaudete: ¿Quién es este Juan? El tercer domingo de Adviento es tradicionalmente conocido como Domingo de Gaudete (Domingo de la Alegría), llamado así por la antífona de entrada: «Gaudete in Domino semper»—«Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4). En medio de la seriedad de la preparación para la Natividad, la Iglesia nos invita a una alegría profunda: la venida del Señor ya está cerca.

La Pregunta de Juan y el Testimonio de Jesús

El Evangelio de hoy, Mt 11,2−11, nos presenta un momento de crisis y claridad. Desde la prisión, Juan el Bautista —el más grande de los profetas— envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?» .

La respuesta de Jesús no es una simple afirmación, sino un testimonio de sus obras, una referencia directa a las profecías de Isaías: «Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia la Buena Noticia a los pobres» (Mt 11,4−5; Is 35,5−6). Este es el signo de que la alegría y la salvación han llegado.

La Grandeza de Juan: Más que un Profeta

Luego, la atención se centra en la multitud. Jesús, el Maestro, no quiere que se engañen sobre la identidad de Juan, y pronuncia un triple elogio retórico sobre él:

1. ¿Una Caña Movida por el Viento?

Respuesta de Cristo: «No por cierto.»

Significado Teológico: Juan no es un hombre débil, inconstante o acomodaticio. No se dobla ante la opresión política o la moda doctrinal. Es la voz del desierto, firme en la verdad y la rectitud moral. Es un modelo de coherencia profética en medio de la adversidad.

2. ¿Un Hombre Vestido de Ropa Fina?

Respuesta de Cristo: «No.»

Significado Teológico: Juan no representa el poder terrenal, el lujo o la complacencia mundana. Su vestimenta áspera de pelo de camello es un signo de su ascetismo, su desapego y su identificación con la misión de Elías (2 Re 1,8). El Reino de Dios no viene con ostentación, sino con humildad y penitencia.

3. ¿Un Profeta? Sí, y Más que un Profeta.

Respuesta de Cristo: «Eso sí, y más que un profeta.»

Significado Teológico: Aquí radica el punto culminante. Todos los profetas anunciaron al Señor, deseaban verlo y no pudieron. Juan es más que un profeta porque a él se le concedió el inmenso privilegio de ver al Señor, bautizarlo y señalarlo con el dedo.

    • Juan es el Ángel o Mensajero profetizado por Malaquías (Mal 3,1), el que prepara el camino.
    • Él es el eslabón que une la Antigua y la Nueva Alianza.
    • Él pasa de la simple profecía a la realización, pues dice: «He ahí el Cordero de Dios, he aquí quien quita los pecados del mundo» (Jn 1,29).

En resumen: Juan es la voz que introduce a la Palabra.

 Connotaciones de Gaudete:

La alabanza de Jesús a Juan nos interpela en este Domingo de Alegría:

  1. La Coherencia: Juan nos llama a ser «más que cañas». La cercanía de la Navidad no debe ser un cambio de calendario, sino una firmeza de vida que no se doblega ante el espíritu del mundo.
  2. La Humildad: Juan nos llama a «no buscar ropas finas». La verdadera alegría de Gaudete no está en el consumo, sino en la penitencia y el desapego que nos permite recibir al Niño Dios.
  3. El Testimonio: Juan es el ejemplo de la alegría del encuentro. Él nos enseña que el mayor gozo no es anunciar que Cristo viene, sino señalarlo cuando ya está aquí.

La alegría de Gaudete es la alegría de saber que el Mesías, a quien Juan preparó y señaló, ya ha venido y volverá. Por eso, aunque estemos en la prisión de nuestras pruebas o dudas (como Juan), podemos regocijarnos (Gaudete!) porque el Señor está cerca.

Juan Bautista es como el lucero de la mañana que anuncio que la luz del día ya está a punto de romper con eliminar las tinieblas de la noche e iluminar el mundo ( Jn 8,12).

¡Excelente elección! La imagen de Juan el Bautista como el lucero de la mañana (la estrella de la mañana), anunciando la inminente salida del Sol de Justicia, es una analogía profundamente rica y teológicamente hermosa.

El Lucero de la Mañana: Juan, el Anunciador de la Luz

El punto que desea profundizar conecta magistralmente la figura de Juan con la promesa de Cristo como la Luz del Mundo (Jn 8,12). Es una imagen de la esperanza y la inmediatez propia del Adviento, y especialmente del Domingo de Gaudete.

1. Juan, La Estrella que Anuncia el Amanecer: En la analogía celeste, el Lucero de la Mañana (Venus, visible justo antes del amanecer) no es el sol, pero su aparición en la oscuridad de la noche es la señal inequívoca de que el sol está por salir.

Juan no es la Luz: El Evangelio de Juan es muy claro: «Él no era la luz, sino uno que venía a dar testimonio de la luz» (Jn 1,8). Juan mismo lo dice: «Es preciso que él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30).

Juan es el Testigo: Su grandeza radica en esta función. Su misión no es brillar por sí mismo, sino señalar al que viene. Al igual que el lucero, aparece cuando la noche es más oscura (el periodo de silencio profético en Israel), y prepara los ojos de los hombres para recibir la intensa Luz.

Reflexión Teológica: Juan representa la esperanza final del Antiguo Testamento. Todos los profetas anteriores eran como estrellas distantes en la noche. Juan es la estrella que, estando tan cerca del horizonte, declara: «Ya no es hora de dormir; la espera ha terminado.»

2. La Luz de Cristo: Deshaciendo las Tinieblas: La misión de Juan es preparar el camino para la Luz que es Cristo, quien dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Las Tinieblas de la Noche: Antes de Cristo, el mundo estaba envuelto en las tinieblas de la ignorancia de Dios, el pecado, la Ley (entendida solo como carga y no como promesa), y la muerte.

La Ruptura del Amanecer: Cuando el sol (Cristo) irrumpe en el mundo, estas tinieblas son disipadas. El anuncio de Juan —«Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado» (Mt 3,2)— es el grito de la inminencia: el Reino ha llegado para iluminar la vida y disipar las sombras de nuestros corazones.

Reflexión Homilética: En el Domingo de Gaudete, la aparición del Lucero (Juan) en el Evangelio nos llama a levantar la cabeza y regocijarnos. Las tinieblas de la duda, la tristeza o el desánimo no tienen la última palabra. Si el Lucero ya apareció, ¡el Sol ya viene! La promesa de la Navidad es la certeza de que la luz de la vida ha vencido la oscuridad del pecado y la muerte.

3. Nuestra Vocación: Ser Pequeños Luceros: La enseñanza final para nosotros es que, después de que el Sol de Justicia ha salido, somos llamados a reflejar esa luz.

De Juan a Nosotros: Juan cumplió su misión: fue la voz, el lucero. Ahora, Jesús nos dice a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14).

La Alegría de la Reflección: Si el Adviento es tiempo de preparación, este Domingo de Alegría es el momento de reavivar nuestra propia luz interior. Debemos ser pequeños luceros que, con nuestra firmeza (no como cañas) y nuestra humildad (no con ropas finas), ayudemos a otros a ver y a creer que Jesús, el Cordero de Dios, ya está presente y regresa en gloria.

Conclusión: Juan, el Lucero de la Mañana, nos recuerda que la luz está más cerca que nunca. Aceptemos la alegría de esta cercanía, preparemos nuestro corazón y seamos, a su ejemplo, firmes testigos de que el Sol de Justicia ya rompió las tinieblas del mundo.

Oración de conclusión basada en estas poderosas imágenes celestiales será un cierre perfecto y edificante para la homilía.

Oración de Conclusión (Domingo de Gaudete) Basada en Juan como Lucero y Cristo como Luz

Oremos, levantando nuestros ojos al encuentro de la Luz que viene:

Oh, Dios Padre, fuente de toda luz y consuelo. Te damos gracias por tu siervo Juan el Bautista, a quien constituiste como el Lucero de la Mañana, que valientemente anunció el inminente amanecer.

Te rogamos: Así como Juan, en su firmeza y humildad, no se dejó mover por los vientos de este mundo, concédenos la gracia de la coherencia para vivir el Adviento con rectitud, apartando de nuestros corazones toda sombra de duda y desánimo.

Que la alegría de este Domingo de Gaudete sea la certeza de que tu Hijo, Jesucristo, el verdadero Sol de Justicia, está cerca. Que su luz, de la que Juan dio testimonio, disipe las tinieblas de nuestro pecado, ilumine el camino de nuestra fe y nos impulse a ser, a ejemplo del Bautista, pequeños luceros que señalan tu presencia.

Ven, Señor Jesús, y haz resplandecer tu luz en el mundo para que, llenos de gozo, podamos contemplar tu Natividad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

martes, 2 de diciembre de 2025

DOMINGO II DE ADVIENTO - A (07 de Diciembre del 2025)

 DOMINGO II DE ADVIENTO - A (07 de Diciembre del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 3,1-12:

3,1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:

3,2 "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".

3,3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

3,4 Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.

3,5 La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,

3,6 y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

3,7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?

3,8 Produzcan el fruto de una sincera conversión,

3,9 y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.

3,10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.

3,11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3,12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y en ella el Señor nos ha dicho: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada” (Mt 24,40). “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,42-44). Estar preparados equivale: "Convertirse, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 3,2). “Producir el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8) que equivale llevar una vida de santidad (Lv20,26). El que se convierte y produce frutos de sincera conversión será llevado al cielo y el que no se convierte será dejado para el infierno. Este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento, viene a llevarnos y está a la puerta: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

Dios dijo por el profeta: “Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total (Mlq 3,23-24). Los discípulos preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

"El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Infierno). Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible” (Mt 3,1-12).

 El Juicio y el Fuego de la Transformación: Hermanos y hermanas en Cristo, nos encontramos ante las palabras vibrantes y urgentes de Juan el Bautista en el Evangelio de Mateo (3,1-12), un llamado a la conversión que resuena con una profundidad mística y profética. Este pasaje no es solo una advertencia, sino una revelación de la acción inminente de Dios en la historia y en el alma de cada uno.

"El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles" (Mt 3,10). Esta imagen es cruda y directa. No está en la rama, sino en la raíz, en lo más profundo de nuestra existencia, de donde surge nuestra vida, nuestras decisiones y nuestros frutos. El tiempo del mero "parecer" ha terminado. No basta con la herencia espiritual, con decir: "Tenemos a Abraham por padre". La gracia no es una póliza de seguro automático; requiere la fecundidad de una vida que se transforma: (Ez 36,26) que hace un hombre nuevo.

Místicamente, el hacha representa el Discernimiento Divino. Es la luz de la verdad que penetra hasta el fondo de nuestra alma, revelando la estructura de nuestro "árbol" interior. Está nuestra vida arraigada en el amor y la justicia, produciendo el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia (Gal 5,22), o está seca, consumida por el egoísmo, la indiferencia, y la falsedad. Si no hay fruto de la caridad, el corte es inevitable. Este juicio no es tardío, es inminente. Es la urgencia de vivir ahora en la verdad.

 La Superioridad de Cristo: Juan el Bautista se reconoce humildemente como el precursor, el que solo bautiza con agua para la conversión, para la limpieza exterior y el arrepentimiento. Pero la llegada del Mesías lo supera todo: "aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias" (Mt 3,11).

Jesús no trae solo arrepentimiento; trae poder y vida nueva. Él bautizará "en el Espíritu Santo y en el fuego". Aquí reside la clave mística.

El Espíritu Santo: Es el soplo de Dios, el principio de la vida divina infundida en nosotros (Gn 2,7). Es la fuerza que nos permite producir el fruto que de otra manera sería imposible. Es la unción que nos configura con Cristo.

El Fuego (Juicio y Purificación): Este fuego tiene una doble dimensión. Es el fuego del juicio que consume la paja (el pecado, el ego) y, al mismo tiempo, es el fuego purificador de la Presencia de Dios (como en el Sinaí o en Pentecostés). Es el amor de Dios que, por ser puro, arde. Nos quema y nos consume, no para destruirnos, sino para eliminar todo lo que no es esencial, para forjar el oro puro de un alma transformada. Es la acción mística de la gracia que nos santifica a través de las pruebas y la pasión.

 La era de la separación: La imagen final es la de la era, el lugar donde se trilla el grano: "Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,12).

Esta escena agrícola es un símbolo de la vida interior. La vida es nuestra era, donde el trigo (nuestra esencia, el bien obrado por la gracia) se mezcla con la paja (las vanidades, las excusas, el orgullo). La horquilla, en manos de Cristo, es el poder que separa lo esencial de lo accesorio.

El Trigo (El Granero): Representa la vida eterna (cielo). Quien es fiel y lleva vida productiva, será guardada en la comunión plena con Dios, el "granero" de su Reino.

La Paja (El Fuego Inextinguible): Es la materia muerta, el apego al pecado, el falso yo que resiste a Dios. El fuego inextinguible (infierno) es el destino final de todo lo que se niega a la transformación. No es tanto un castigo arbitrario, sino la consecuencia de una elección radical: rechazar el amor transformador de Dios hasta el final, eligiendo permanecer como paja inútil.

Hermanos, la gran pregunta de este Evangelio es: ¿Qué somos? ¿Trigo o paja? ¿Árboles con fruto o madera para el fuego?

La venida de Cristo (Adviento/Navidad) y la venida final están intrínsecamente ligadas a este llamado. Preparar el camino del Señor no es un mero ritual; es dar fruto de arrepentimiento y abrirnos a ser bautizados en su Fuego purificador.

Dejemos que el hacha de la Palabra corte las raíces secas de nuestro ego. Sometámonos al fuego de su amor. El Señor viene, y viene para cosechar.

El hacha, el fuego, la horquilla que es igual al juicio. por lo que algunos saldrán para la vida eterna que es cielo (grano), otros para la condena eterna que es infierno (paja) (Jn 5,29).

Profundizar en estos símbolos nos lleva directamente al corazón de la mística del juicio, donde la distinción entre la vida eterna y la condenación eterna se vuelve nítida, tal como lo expresa San Juan: "y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (Jn 5,29).

Analicemos los tres símbolos del juicio en su dimensión bíblica, espiritual y mística:

1.  El Hacha: La Raíz del Ser y el Juicio Personal: El hacha no se dirige a las hojas o a las ramas superficiales de un árbol, sino a la raíz. Simboliza el juicio que va a lo esencial, a la fuente de nuestra vida.

En lo Espiritual: El hacha es la Palabra de Dios (Heb 4,12), que es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

El Mensaje: Ya no se acepta la religiosidad meramente exterior. El hacha exige un cambio radical (metanoia) en la raíz de nuestra intención: ¿Cuál es el motor profundo de mi vida? ¿Busco mi gloria o la de Dios? El juicio comienza ahora, en la vida presente, con la libre elección de mi raíz.

Místicamente, el hacha representa el corte de los apegos y de la falsa identidad (el "yo" inflado por el orgullo). La raíz del árbol que no da fruto es la voluntad propia separada de Dios.

El Juicio Interno: En el camino de la purificación, el hacha es el instrumento que Dios usa (a menudo a través de pruebas, despojos o "noches oscuras") para separar nuestra verdadera esencia (el trigo) de lo que hemos acumulado: títulos, auto-imagen, seguridades mundanas (la paja).

La Liberación: Al cortar la raíz estéril del ego, el alma es liberada para implantar la raíz de la Cruz, la única que da el fruto verdadero: la vida en Cristo. Si no dejamos que la Verdad (el hacha) nos corte el orgullo, la condena será la permanencia en esa raíz estéril.

2.  La Horquilla: La Separación de la Voluntad (Juicio): La horquilla (o bieldo) se usa en la era para lanzar el grano trillado al aire. El viento se lleva la paja liviana, mientras que el grano pesado cae al suelo.

El Juicio como Exposición: La horquilla es la imagen más clara del Juicio Final prometido por Cristo (Jn 5,29). Cristo, como Juez con la horquilla en mano, expone nuestras obras a la luz del Espíritu. Lo que es liviano e inconsistente (la paja) es disipado; lo que es sólido, pesado en el amor y la verdad (el grano), permanece.

Grano (Resurrección de Vida): Son las obras hechas por amor y en la gracia. El fruto es la vida de Cristo manifestada. Destino: El granero, que es la Vida Eterna / Cielo. Paja (Resurrección de Condenación): Son las obras sin caridad, la hipocresía, la vida vivida solo para sí. Destino: El fuego inextinguible, la Condena Eterna / Infierno. La horquilla representa la Caridad como principio de juicio. Al aventar, el Viento no es otro que el Espíritu Santo.

El Peso del Amor: Místicamente, el alma es juzgada por su "peso" específico. ¿Qué tan pesada es en la virtud de la caridad? San Juan de la Cruz nos recuerda que seremos examinados en el amor.

3.  El Fuego: Amor Consumidor y Consecuencia Radical: El fuego es el símbolo más poderoso y ambiguo de Dios en la Escritura: Es el fuego de la zarza ardiente (Ex 3,2), el fuego de Pentecostés (Hch 2,3), y el fuego de la destrucción (Sodoma).

Fuego del Espíritu Santo (Purificación): Es el amor purificador que no puede tolerar la impureza. Este fuego nos refina como al oro; quema el pecado pero fortalece la esencia.

Fuego Inextinguible (Condenación): El fuego no es un castigo añadido, sino la consecuencia radical de rechazar el Amor. El Infierno (la condenación eterna) es el estado de la paja que, habiendo sido expuesta a la Luz/Amor, se niega a unirse a Él. Al ser materia muerta e inútil, su destino es ser consumida por el fuego que rechazó como vida, y ahora experimenta como tormento. Es la permanencia irreversible en el estado de paja.

El fuego místico es la Presencia de Dios. Dios es Amor ( Jn 4,8).

Vida Eterna / Cielo (El Granero): Es la inmersión feliz en este Fuego. El alma se convierte en leña adecuada para arder sin consumirse, llena de gozo y luz, participando de la naturaleza misma del Amor.

Condena Eterna / Infierno (Fuego Inextinguible): Es la experiencia dolorosa de ese mismo Fuego para el alma que está en un estado de aversión incurable a Dios. El alma en el Infierno es como la paja que arde. El fuego la consume, pero ella, por su propia elección, se niega a la transformación, de modo que el tormento es eterno (inextinguible). La condena es la voluntad que se endurece en su rechazo al amor.

Estas imágenes nos invitan a la responsabilidad radical: La elección entre la vida (cielo) y la muerte (Infierno), el trigo y la paja, se forja en los frutos que producimos aquí y ahora, a la luz del Espíritu y la caridad. “Dios hizo al hombre en el principio y lo dejó librado a su propio albedrío. Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada. Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que el escoja. Porque grande es la sabiduría del Señor, él es fuerte y poderoso, y ve todas las cosas. Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen y él conoce todas las obras del hombre. A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar” (Eclo 15,14-20).

martes, 25 de noviembre de 2025

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (30 de Noviembre del 2025)

 I DOMINGO DE ADVIENTO - A (30 de Noviembre del 2025)

Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44

24,37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.

24,38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;

24,39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.

24,40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.

24,41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.

24,42 Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.

24,43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.

24,44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

La clave aquí es la prudencia (despiertos), que no es otra cosa que la sabiduría infundida por el Espíritu Santo. El siervo prudente sabe que el amo puede llegar en cualquier vigilia de la noche (en la prosperidad o en la prueba, en la alegría o en la desolación).

Estar despierto significa: a) Reconocer el Kairós: Discernir el tiempo de la gracia que Dios nos ofrece en cada instante y no desperdiciarlo. b) La Rectitud de Intención: Hacer todo por Amor a Dios, de modo que el trabajo o la molienda se conviertan en un acto de oración. C) El Desapego: Tener el corazón libre de las ataduras de las cosas pasajeras, listo para partir o para recibir al Huésped divino (advenimiento del Mesías).

Empieza un nuevo año cristiano. Hoy, primer domingo de Adviento, ciclo A, empezamos un nuevo año cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que nos resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde hoy hasta el final del tiempo de Navidad con la fiesta del Bautismo del Señor (enero), van a ser cinco semanas de "tiempo fuerte" en que celebramos la misma buena noticia: la venida del Señor. Las tres palabras. Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se hace presente en nuestra historia para darnos su salvación: “Nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo. El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él” (I Jn 4,14-15).

Esperar (adviento) y acoger a Cristo Jesús (navidad) Sn Mateo -que va a ser el evangelista dominical de este nuevo año litúrgico A - nos ha traído las palabras de Jesús, con las que invita a todos a estar despiertos y atentos, preparados en todo momento, porque su venida sucede en el momento más inesperado: "estén en vela, que no saben qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24,42).

Nuestra primera actitud, por tanto, es la atención, la vigilancia, la espera activa. En la carta a los Rm 13,11 hemos escuchado: "es hora de despertarse", "el día se echa encima". Los que están dormidos, distraídos, satisfechos de las cosas de este mundo, no esperan a ningún salvador. Y corren el peligro de perder otra vez la ocasión: la cercanía del Señor, que siempre viene a nuestras vidas para llenarnos de su salvación.

Los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús. Cristo es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la humanidad. No nos va a salvar la política, o la economía, o los adelantos de la ciencia y de la técnica: es Cristo Jesús el que da sentido a nuestra vida, y la abre a todos sus verdaderos valores, no sólo los de este mundo.

Cristo ya vino, hace dos mil años, después de siglos de espera en que lo fueron anunciando los profetas. Pero estas profecías se han cumplido con la llegada del Mesias. Hoy hemos leído cómo Isaías prometía la venida del Salvador para todos los pueblos, un Salvador que nos enseñaría la verdad ("nos instruirá en sus caminos") y nos traería la paz ("no alzará la espada pueblo contra pueblo"). Pero la venida de Jesús -que recordaremos de modo entrañable en la próxima Navidad- no fue un hecho aislado y completo, sino la inauguración de un proceso histórico que está en marcha. Precisamente porque ya vino, los cristianos seguimos esperando activamente que la obra que Jesús empezó llegue a su cumplimiento, que su Buena Noticia alcance a todos los hombres, que penetre en nuestras vidas, en la de cada uno de nosotros y en toda la sociedad. La obra salvadora de Jesús se inauguró en la Navidad pero sigue creciendo y madurando hasta el final de los tiempos: tenemos que abrirnos a Él y estar atentos a su presencia  a su venida gloriosa (Jn 14, 3;28).

En la primera venida Cristo aparece envuelto en pañales dentro de un pesebre, en la segunda vendrá envuelto de la luz glorioso como en un manto. El tiempo de adviento es esperar al Salvador y reconocer que tenemos necesidad de salvación, admitir que somos pecadores, sentir la exigencia -¡y la urgencia!- de la conversión. Según el Evangelio según San Mateo 24,37-44.

Primera Venida vs. Segunda Venida: El contraste entre las dos venidas de Cristo marca la esencia de la esperanza cristiana.

Primera Venida (Navidad): Cristo apareció envuelto en pañales dentro de un pesebre. Este es el misterio de la humildad y la kénosis (vaciarse de sí mismo) de Dios (Mt 1,21). Vino como un bebé vulnerable, en la pobreza y la sencillez, manifestando el amor de Dios que se hace cercano y accesible a todos.

Segunda Venida (Parusía): Cristo vendrá envuelto en la luz gloriosa como en un manto. Este evento será la manifestación de su majestad, su poder y su juicio definitivo. Vendrá como el Rey de Gloria para consumar la salvación y establecer su Reino plenamente. (Apocalipsis 1:7; Mateo 24:30).

Este contraste subraya que el mismo Dios, que vino en la suavidad de la carne, regresará en el esplendor de la gloria.

El Tiempo de Adviento y la Conversión: El Adviento es el tiempo litúrgico de la espera vigilante del Salvador (Rm 13,12). Se centra en un triple advenimiento: la venida histórica en Belén (Navidad), la venida gloriosa al final de los tiempos, y la venida diaria en la vida del creyente.

La espera del Salvador nos obliga a un examen de conciencia y a una conversión urgente:

  1. Reconocer la Necesidad de Salvación: La espera no es pasiva, sino un reconocimiento activo de nuestra limitación y nuestra dependencia de Dios.
  2. Admitir que Somos Pecadores: Es el paso fundamental para la conversión. Implica humildad para reconocer que nuestra vida necesita ser enderezada y sanada por la gracia de Dios.
  3. Sentir la Exigencia y Urgencia de la Conversión: Esto se conecta directamente con el llamado a la vigilancia de Mateo.

El pasaje de Mateo se enmarca en el discurso escatológico de Jesús y es la base bíblica para el llamado a la vigilancia durante el Adviento.

1. El Ejemplo de los Días de Noé (Mt 24,37-39): Jesús compara su venida con los días de Noé:

"En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos."

La Gente: Estaba absorta en las actividades cotidianas (comer, beber, casarse), que no son malas en sí mismas, pero las vivían con una inconsciencia espiritual total, sin prestar atención a los signos de Dios o al anuncio de Noé.

La Venida: Llegará de forma repentina e inesperada para los que están distraídos, arrastrándolos con su juicio.

2. La Separación Repentina (Mt 24, 40-41): Jesús utiliza imágenes de personas realizando la misma actividad, pero con destinos diferentes:

"De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado (Bueno-preparado) y el otro es dejado (Malo-no esta preparado). De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada."

Esta separación ilustra la dimensión judicial de la venida del Hijo del Hombre. El criterio no es la actividad que se realiza, sino la condición existencial y espiritual interna, es decir, quién estaba preparado o vigilante y quién estaba distraído o dormido espiritualmente.

3. La Parábola del Ladrón (Mt 24,42-44). La conclusión es una clara exhortación:

"Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor... Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada."

Vigilancia y Preparación: El Evangelio nos llama a vivir en un estado de alerta continua (velar). La Segunda Venida es cierta, pero el momento es incierto (como la llegada de un ladrón), por lo que la única manera de no ser sorprendidos es estar siempre preparados.

Conversión Constante: Estar preparado significa vivir la vida ordinaria con conciencia, fe, y caridad, es decir, viviendo el proceso de conversión y arrepentimiento que el Adviento nos pide. La "urgencia de la conversión" es la respuesta activa a la incertidumbre del "día y la hora".

En resumen, la temporada de Adviento nos recuerda el humilde pasado del Salvador, nos exige una preparación en el presente, y nos orienta hacia la gloriosa esperanza de su futuro retorno.

Profundizar en el concepto de la vigilancia es central para la espiritualidad del Adviento. Es un concepto riquísimo que va mucho más allá de "no estar durmiendo"; implica una actitud activa y transformadora del corazón.

La Vigilancia como Actitud Fundamental del Adviento. La vigilancia en el contexto de Adviento no es el miedo a un juicio inminente, sino una espera activa y amorosa del Señor que viene. Aquí están los aspectos clave de esta vigilancia:

1. Vigilancia Espiritual (Mantenerse Despierto). Consiste en no dejarse adormecer por la mediocridad espiritual o la distracción de la vida cotidiana, como se menciona en Mateo 24,38 (comer, beber, casarse).

Evitar el Sopor: Significa tener el corazón despierto para reconocer la presencia de Dios en los acontecimientos diarios, en la Eucaristía, en la oración y en el rostro de los demás.

Discernimiento: Estar vigilante permite discernir las "voces" del mundo y del pecado, para no confundirlas con la voz del Buen Pastor.

2. Vigilancia Moral (La Conversión Permanente). La vigilancia exige la preparación moral del alma. Si Cristo viene como un ladrón a la hora menos pensada (Mt 24,43), debemos asegurarnos de que nuestra "casa" (nuestra alma) esté ordenada.

Arrepentimiento: Es la disponibilidad para la conversión constante. El Adviento nos recuerda que siempre podemos y debemos mejorar, "enderezar los caminos" (como Juan el Bautista).

Obras de Misericordia: La vigilancia se traduce en la caridad operante. La mejor manera de esperar al Señor no es mirando el cielo, sino sirviendo a los hermanos, pues en ellos nos visita el Señor.

3. Vigilancia Orante (El Encuentro Diario). Es el aspecto más íntimo y personal. La vigilancia se nutre de la oración.

Perseverancia: Mantener el diálogo con Dios a pesar de las pruebas o el tedio. Es el "mantener encendidas las lámparas" de la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13).

La Eucaristía: Es la cumbre de la vigilancia. Al participar en la Misa, proclamamos: "Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!" Es el acto más perfecto de espera.

 

RITO DE BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO:

 Monición:

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.

Oración al comienzo del Adviento:

La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Derrama tu santa bendición en ella: …+… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, Amén. Para que vivamos este tiempo de conversión según tu santa voluntad practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo seamos con él admitidos a su reino. Amen.

Oración del primer domingo de Adviento:

Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...

V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.

R. Y seremos salvados.

REFLEXIÓN:

Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza. Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué de nuestro esperar.

De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza, sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38). Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo prepararnos?

San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades. Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?

En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos, es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.

No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).