domingo, 7 de diciembre de 2025

III DOMINGO DE ADVIENTO - A (14 de Diciembre del 2025)

 III DOMINGO DE ADVIENTO - A (14 de Diciembre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

11,2 Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:

11,3 "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"

11,4 Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

11,5 los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

11,6 ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!"

11,7 Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?

11,8 ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.

11,9 ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.

11,10 Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.

11,11 Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

El domingo anterior leíamos el evangelio en el que se nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta Isaías que pregonaba: “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir. Juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

“Los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

Hoy, en el domingo de la alegría (Flp 4,4) nos sitúa recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Domingo de gaudete, III domingo de adviento, Según Mt 11,2-11: ¿Qué dijo Cristo de Juan? Acabamos de oírlo: Comenzó a decir a las turbas acerca de Juan: ¿Qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña movida por el viento? No por cierto; Juan no giraba según cualquier viento de doctrina. Pero ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido de ropa fina? No; Juan lleva un vestido áspero; tenía un vestido de pelos de camello, no de plumas. Pero ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Eso sí, y más que un profeta (Mt 11,7-9). ¿Por qué más que un profeta? Porque los profetas anunciaron al Señor, a quien deseaban ver y no vieron (Lc 10,24), y a éste se le concedió lo que ellos codiciaron. Juan vio al Señor. Tendió el índice hacia él y dijo: He ahí el Cordero de Dios, he aquí quien quita los pecados del mundo (Jn 1,29). Ya había venido y no lo reconocían; por eso se engañaban con el mismo Juan (Mt 17,12). Y ahí está aquel a quien deseaban ver los patriarcas, a quien anunciaron los profetas, a quien anticipó la ley. He ahí el cordero de Dios, he ahí quien quita los pecados del mundo.

Domingo de Gaudete: ¿Quién es este Juan? El tercer domingo de Adviento es tradicionalmente conocido como Domingo de Gaudete (Domingo de la Alegría), llamado así por la antífona de entrada: «Gaudete in Domino semper»—«Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4). En medio de la seriedad de la preparación para la Natividad, la Iglesia nos invita a una alegría profunda: la venida del Señor ya está cerca.

La Pregunta de Juan y el Testimonio de Jesús

El Evangelio de hoy, Mt 11,2−11, nos presenta un momento de crisis y claridad. Desde la prisión, Juan el Bautista —el más grande de los profetas— envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?» .

La respuesta de Jesús no es una simple afirmación, sino un testimonio de sus obras, una referencia directa a las profecías de Isaías: «Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia la Buena Noticia a los pobres» (Mt 11,4−5; cf. Is 35,5−6). Este es el signo de que la alegría y la salvación han llegado.

La Grandeza de Juan: Más que un Profeta

Luego, la atención se centra en la multitud. Jesús, el Maestro, no quiere que se engañen sobre la identidad de Juan, y pronuncia un triple elogio retórico sobre él:

1. ¿Una Caña Movida por el Viento?

Respuesta de Cristo: «No por cierto.»

Significado Teológico: Juan no es un hombre débil, inconstante o acomodaticio. No se dobla ante la opresión política o la moda doctrinal. Es la voz del desierto, firme en la verdad y la rectitud moral. Es un modelo de coherencia profética en medio de la adversidad.

2. ¿Un Hombre Vestido de Ropa Fina?

Respuesta de Cristo: «No.»

Significado Teológico: Juan no representa el poder terrenal, el lujo o la complacencia mundana. Su vestimenta áspera de pelo de camello es un signo de su ascetismo, su desapego y su identificación con la misión de Elías (2 Re 1,8). El Reino de Dios no viene con ostentación, sino con humildad y penitencia.

3. ¿Un Profeta? Sí, y Más que un Profeta.

Respuesta de Cristo: «Eso sí, y más que un profeta.»

Significado Teológico: Aquí radica el punto culminante. Todos los profetas anunciaron al Señor, deseaban verlo y no pudieron. Juan es más que un profeta porque a él se le concedió el inmenso privilegio de ver al Señor, bautizarlo y señalarlo con el dedo.

    • Juan es el Ángel o Mensajero profetizado por Malaquías (Mal 3,1), el que prepara el camino.
    • Él es el eslabón que une la Antigua y la Nueva Alianza.
    • Él pasa de la simple profecía a la realización, pues dice: «He ahí el Cordero de Dios, he aquí quien quita los pecados del mundo» (Jn 1,29).

En resumen: Juan es la voz que introduce a la Palabra.

 Aplicación Homilética para Gaudete

La alabanza de Jesús a Juan nos interpela en este Domingo de Alegría:

  1. La Coherencia: Juan nos llama a ser «más que cañas». La cercanía de la Navidad no debe ser un cambio de calendario, sino una firmeza de vida que no se doblega ante el espíritu del mundo.
  2. La Humildad: Juan nos llama a «no buscar ropas finas». La verdadera alegría de Gaudete no está en el consumo, sino en la penitencia y el desapego que nos permite recibir al Niño Dios.
  3. El Testimonio: Juan es el ejemplo de la alegría del encuentro. Él nos enseña que el mayor gozo no es anunciar que Cristo viene, sino señalarlo cuando ya está aquí.

La alegría de Gaudete es la alegría de saber que el Mesías, a quien Juan preparó y señaló, ya ha venido y volverá. Por eso, aunque estemos en la prisión de nuestras pruebas o dudas (como Juan), podemos regocijarnos (Gaudete!) porque el Señor está cerca.

Juan Bautista es como el lucero de la mañana que anuncio que la luz del día ya está a punto de romper con eliminar las tinieblas de la noche e iluminar el mundo ( Jn 8,12).

¡Excelente elección! La imagen de Juan el Bautista como el lucero de la mañana (la estrella de la mañana), anunciando la inminente salida del Sol de Justicia, es una analogía profundamente rica y teológicamente hermosa.

Desarrollemos este punto con una reflexión detallada.

El Lucero de la Mañana: Juan, el Anunciador de la Luz

El punto que desea profundizar conecta magistralmente la figura de Juan con la promesa de Cristo como la Luz del Mundo (Jn 8,12). Es una imagen de la esperanza y la inmediatez propia del Adviento, y especialmente del Domingo de Gaudete.

1. Juan, La Estrella que Anuncia el Amanecer

En la analogía celeste, el Lucero de la Mañana (Venus, visible justo antes del amanecer) no es el sol, pero su aparición en la oscuridad de la noche es la señal inequívoca de que el sol está por salir.

Juan no es la Luz: El Evangelio de Juan es muy claro: «Él no era la luz, sino uno que venía a dar testimonio de la luz» (Jn 1,8). Juan mismo lo dice: «Es preciso que él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30).

Juan es el Testigo: Su grandeza radica en esta función. Su misión no es brillar por sí mismo, sino señalar al que viene. Al igual que el lucero, aparece cuando la noche es más oscura (el periodo de silencio profético en Israel), y prepara los ojos de los hombres para recibir la intensa Luz.

Reflexión Teológica: Juan representa la esperanza final del Antiguo Testamento. Todos los profetas anteriores eran como estrellas distantes en la noche. Juan es la estrella que, estando tan cerca del horizonte, declara: «Ya no es hora de dormir; la espera ha terminado.»

2. La Luz de Cristo: Deshaciendo las Tinieblas

La misión de Juan es preparar el camino para la Luz que es Cristo, quien dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Las Tinieblas de la Noche: Antes de Cristo, el mundo estaba envuelto en las tinieblas de la ignorancia de Dios, el pecado, la Ley (entendida solo como carga y no como promesa), y la muerte.

La Ruptura del Amanecer: Cuando el sol (Cristo) irrumpe en el mundo, estas tinieblas son disipadas. El anuncio de Juan —«Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado» (Mt 3,2)— es el grito de la inminencia: el Reino ha llegado para iluminar la vida y disipar las sombras de nuestros corazones.

Reflexión Homilética: En el Domingo de Gaudete, la aparición del Lucero (Juan) en el Evangelio nos llama a levantar la cabeza y regocijarnos. Las tinieblas de la duda, la tristeza o el desánimo no tienen la última palabra. Si el Lucero ya apareció, ¡el Sol ya viene! La promesa de la Navidad es la certeza de que la luz de la vida ha vencido la oscuridad del pecado y la muerte.

3. Nuestra Vocación: Ser Pequeños Luceros

La enseñanza final para nosotros es que, después de que el Sol de Justicia ha salido, somos llamados a reflejar esa luz.

De Juan a Nosotros: Juan cumplió su misión: fue la voz, el lucero. Ahora, Jesús nos dice a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14).

La Alegría de la Reflección: Si el Adviento es tiempo de preparación, este Domingo de Alegría es el momento de reavivar nuestra propia luz interior. Debemos ser pequeños luceros que, con nuestra firmeza (no como cañas) y nuestra humildad (no con ropas finas), ayudemos a otros a ver y a creer que Jesús, el Cordero de Dios, ya está presente y regresa en gloria.

Conclusión: Juan, el Lucero de la Mañana, nos recuerda que la luz está más cerca que nunca. Aceptemos la alegría de esta cercanía, preparemos nuestro corazón y seamos, a su ejemplo, firmes testigos de que el Sol de Justicia ya rompió las tinieblas del mundo.

Oración de conclusión basada en estas poderosas imágenes celestiales será un cierre perfecto y edificante para la homilía.

Oración de Conclusión (Domingo de Gaudete) Basada en Juan como Lucero y Cristo como Luz

Oremos, levantando nuestros ojos al encuentro de la Luz que viene:

Oh, Dios Padre, fuente de toda luz y consuelo. Te damos gracias por tu siervo Juan el Bautista, a quien constituiste como el Lucero de la Mañana, que valientemente anunció el inminente amanecer.

Te rogamos: Así como Juan, en su firmeza y humildad, no se dejó mover por los vientos de este mundo, concédenos la gracia de la coherencia para vivir el Adviento con rectitud, apartando de nuestros corazones toda sombra de duda y desánimo.

Que la alegría de este Domingo de Gaudete sea la certeza de que tu Hijo, Jesucristo, el verdadero Sol de Justicia, está cerca. Que su luz, de la que Juan dio testimonio, disipe las tinieblas de nuestro pecado, ilumine el camino de nuestra fe y nos impulse a ser, a ejemplo del Bautista, pequeños luceros que señalan tu presencia.

Ven, Señor Jesús, y haz resplandecer tu luz en el mundo para que, llenos de gozo, podamos contemplar tu Natividad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

martes, 2 de diciembre de 2025

DOMINGO II DE ADVIENTO - A (07 de Diciembre del 2025)

 DOMINGO II DE ADVIENTO - A (07 de Diciembre del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 3,1-12:

3,1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:

3,2 "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".

3,3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

3,4 Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.

3,5 La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,

3,6 y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

3,7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?

3,8 Produzcan el fruto de una sincera conversión,

3,9 y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.

3,10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.

3,11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3,12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y en ella el Señor nos ha dicho: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada” (Mt 24,40). “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,42-44). Estar preparados equivale: "Convertirse, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 3,2). “Producir el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8) que equivale llevar una vida de santidad (Lv20,26). El que se convierte y produce frutos de sincera conversión será llevado al cielo y el que no se convierte será dejado para el infierno. Este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento, viene a llevarnos y está a la puerta: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

Dios dijo por el profeta: “Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total (Mlq 3,23-24). Los discípulos preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

"El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Infierno). Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible” (Mt 3,1-12).

 El Juicio y el Fuego de la Transformación: Hermanos y hermanas en Cristo, nos encontramos ante las palabras vibrantes y urgentes de Juan el Bautista en el Evangelio de Mateo (3,1-12), un llamado a la conversión que resuena con una profundidad mística y profética. Este pasaje no es solo una advertencia, sino una revelación de la acción inminente de Dios en la historia y en el alma de cada uno.

"El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles" (Mt 3,10). Esta imagen es cruda y directa. No está en la rama, sino en la raíz, en lo más profundo de nuestra existencia, de donde surge nuestra vida, nuestras decisiones y nuestros frutos. El tiempo del mero "parecer" ha terminado. No basta con la herencia espiritual, con decir: "Tenemos a Abraham por padre". La gracia no es una póliza de seguro automático; requiere la fecundidad de una vida que se transforma: (Ez 36,26) que hace un hombre nuevo.

Místicamente, el hacha representa el Discernimiento Divino. Es la luz de la verdad que penetra hasta el fondo de nuestra alma, revelando la estructura de nuestro "árbol" interior. Está nuestra vida arraigada en el amor y la justicia, produciendo el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia (Gal 5,22), o está seca, consumida por el egoísmo, la indiferencia, y la falsedad. Si no hay fruto de la caridad, el corte es inevitable. Este juicio no es tardío, es inminente. Es la urgencia de vivir ahora en la verdad.

 La Superioridad de Cristo: Juan el Bautista se reconoce humildemente como el precursor, el que solo bautiza con agua para la conversión, para la limpieza exterior y el arrepentimiento. Pero la llegada del Mesías lo supera todo: "aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias" (Mt 3,11).

Jesús no trae solo arrepentimiento; trae poder y vida nueva. Él bautizará "en el Espíritu Santo y en el fuego". Aquí reside la clave mística.

El Espíritu Santo: Es el soplo de Dios, el principio de la vida divina infundida en nosotros (Gn 2,7). Es la fuerza que nos permite producir el fruto que de otra manera sería imposible. Es la unción que nos configura con Cristo.

El Fuego (Juicio y Purificación): Este fuego tiene una doble dimensión. Es el fuego del juicio que consume la paja (el pecado, el ego) y, al mismo tiempo, es el fuego purificador de la Presencia de Dios (como en el Sinaí o en Pentecostés). Es el amor de Dios que, por ser puro, arde. Nos quema y nos consume, no para destruirnos, sino para eliminar todo lo que no es esencial, para forjar el oro puro de un alma transformada. Es la acción mística de la gracia que nos santifica a través de las pruebas y la pasión.

 La era de la separación: La imagen final es la de la era, el lugar donde se trilla el grano: "Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,12).

Esta escena agrícola es un símbolo de la vida interior. La vida es nuestra era, donde el trigo (nuestra esencia, el bien obrado por la gracia) se mezcla con la paja (las vanidades, las excusas, el orgullo). La horquilla, en manos de Cristo, es el poder que separa lo esencial de lo accesorio.

El Trigo (El Granero): Representa la vida eterna (cielo). Quien es fiel y lleva vida productiva, será guardada en la comunión plena con Dios, el "granero" de su Reino.

La Paja (El Fuego Inextinguible): Es la materia muerta, el apego al pecado, el falso yo que resiste a Dios. El fuego inextinguible (infierno) es el destino final de todo lo que se niega a la transformación. No es tanto un castigo arbitrario, sino la consecuencia de una elección radical: rechazar el amor transformador de Dios hasta el final, eligiendo permanecer como paja inútil.

Hermanos, la gran pregunta de este Evangelio es: ¿Qué somos? ¿Trigo o paja? ¿Árboles con fruto o madera para el fuego?

La venida de Cristo (Adviento/Navidad) y la venida final están intrínsecamente ligadas a este llamado. Preparar el camino del Señor no es un mero ritual; es dar fruto de arrepentimiento y abrirnos a ser bautizados en su Fuego purificador.

Dejemos que el hacha de la Palabra corte las raíces secas de nuestro ego. Sometámonos al fuego de su amor. El Señor viene, y viene para cosechar.

El hacha, el fuego, la horquilla que es igual al juicio. por lo que algunos saldrán para la vida eterna que es cielo (grano), otros para la condena eterna que es infierno (paja) (Jn 5,29).

Profundizar en estos símbolos nos lleva directamente al corazón de la mística del juicio, donde la distinción entre la vida eterna y la condenación eterna se vuelve nítida, tal como lo expresa San Juan: "y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (Jn 5,29).

Analicemos los tres símbolos del juicio en su dimensión bíblica, espiritual y mística:

1.  El Hacha: La Raíz del Ser y el Juicio Personal: El hacha no se dirige a las hojas o a las ramas superficiales de un árbol, sino a la raíz. Simboliza el juicio que va a lo esencial, a la fuente de nuestra vida.

En lo Espiritual: El hacha es la Palabra de Dios (Heb 4,12), que es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

El Mensaje: Ya no se acepta la religiosidad meramente exterior. El hacha exige un cambio radical (metanoia) en la raíz de nuestra intención: ¿Cuál es el motor profundo de mi vida? ¿Busco mi gloria o la de Dios? El juicio comienza ahora, en la vida presente, con la libre elección de mi raíz.

Místicamente, el hacha representa el corte de los apegos y de la falsa identidad (el "yo" inflado por el orgullo). La raíz del árbol que no da fruto es la voluntad propia separada de Dios.

El Juicio Interno: En el camino de la purificación, el hacha es el instrumento que Dios usa (a menudo a través de pruebas, despojos o "noches oscuras") para separar nuestra verdadera esencia (el trigo) de lo que hemos acumulado: títulos, auto-imagen, seguridades mundanas (la paja).

La Liberación: Al cortar la raíz estéril del ego, el alma es liberada para implantar la raíz de la Cruz, la única que da el fruto verdadero: la vida en Cristo. Si no dejamos que la Verdad (el hacha) nos corte el orgullo, la condena será la permanencia en esa raíz estéril.

2.  La Horquilla: La Separación de la Voluntad (Juicio): La horquilla (o bieldo) se usa en la era para lanzar el grano trillado al aire. El viento se lleva la paja liviana, mientras que el grano pesado cae al suelo.

El Juicio como Exposición: La horquilla es la imagen más clara del Juicio Final prometido por Cristo (Jn 5,29). Cristo, como Juez con la horquilla en mano, expone nuestras obras a la luz del Espíritu. Lo que es liviano e inconsistente (la paja) es disipado; lo que es sólido, pesado en el amor y la verdad (el grano), permanece.

Grano (Resurrección de Vida): Son las obras hechas por amor y en la gracia. El fruto es la vida de Cristo manifestada. Destino: El granero, que es la Vida Eterna / Cielo. Paja (Resurrección de Condenación): Son las obras sin caridad, la hipocresía, la vida vivida solo para sí. Destino: El fuego inextinguible, la Condena Eterna / Infierno. La horquilla representa la Caridad como principio de juicio. Al aventar, el Viento no es otro que el Espíritu Santo.

El Peso del Amor: Místicamente, el alma es juzgada por su "peso" específico. ¿Qué tan pesada es en la virtud de la caridad? San Juan de la Cruz nos recuerda que seremos examinados en el amor.

3.  El Fuego: Amor Consumidor y Consecuencia Radical: El fuego es el símbolo más poderoso y ambiguo de Dios en la Escritura: Es el fuego de la zarza ardiente (Ex 3,2), el fuego de Pentecostés (Hch 2,3), y el fuego de la destrucción (Sodoma).

Fuego del Espíritu Santo (Purificación): Es el amor purificador que no puede tolerar la impureza. Este fuego nos refina como al oro; quema el pecado pero fortalece la esencia.

Fuego Inextinguible (Condenación): El fuego no es un castigo añadido, sino la consecuencia radical de rechazar el Amor. El Infierno (la condenación eterna) es el estado de la paja que, habiendo sido expuesta a la Luz/Amor, se niega a unirse a Él. Al ser materia muerta e inútil, su destino es ser consumida por el fuego que rechazó como vida, y ahora experimenta como tormento. Es la permanencia irreversible en el estado de paja.

El fuego místico es la Presencia de Dios. Dios es Amor ( Jn 4,8).

Vida Eterna / Cielo (El Granero): Es la inmersión feliz en este Fuego. El alma se convierte en leña adecuada para arder sin consumirse, llena de gozo y luz, participando de la naturaleza misma del Amor.

Condena Eterna / Infierno (Fuego Inextinguible): Es la experiencia dolorosa de ese mismo Fuego para el alma que está en un estado de aversión incurable a Dios. El alma en el Infierno es como la paja que arde. El fuego la consume, pero ella, por su propia elección, se niega a la transformación, de modo que el tormento es eterno (inextinguible). La condena es la voluntad que se endurece en su rechazo al amor.

Estas imágenes nos invitan a la responsabilidad radical: La elección entre la vida (cielo) y la muerte (Infierno), el trigo y la paja, se forja en los frutos que producimos aquí y ahora, a la luz del Espíritu y la caridad. “Dios hizo al hombre en el principio y lo dejó librado a su propio albedrío. Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada. Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que el escoja. Porque grande es la sabiduría del Señor, él es fuerte y poderoso, y ve todas las cosas. Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen y él conoce todas las obras del hombre. A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar” (Eclo 15,14-20).

martes, 25 de noviembre de 2025

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (30 de Noviembre del 2025)

 I DOMINGO DE ADVIENTO - A (30 de Noviembre del 2025)

Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44

24,37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.

24,38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;

24,39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.

24,40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.

24,41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.

24,42 Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.

24,43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.

24,44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

La clave aquí es la prudencia (despiertos), que no es otra cosa que la sabiduría infundida por el Espíritu Santo. El siervo prudente sabe que el amo puede llegar en cualquier vigilia de la noche (en la prosperidad o en la prueba, en la alegría o en la desolación).

Estar despierto significa: a) Reconocer el Kairós: Discernir el tiempo de la gracia que Dios nos ofrece en cada instante y no desperdiciarlo. b) La Rectitud de Intención: Hacer todo por Amor a Dios, de modo que el trabajo o la molienda se conviertan en un acto de oración. C) El Desapego: Tener el corazón libre de las ataduras de las cosas pasajeras, listo para partir o para recibir al Huésped divino (advenimiento del Mesías).

Empieza un nuevo año cristiano. Hoy, primer domingo de Adviento, ciclo A, empezamos un nuevo año cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que nos resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde hoy hasta el final del tiempo de Navidad con la fiesta del Bautismo del Señor (enero), van a ser cinco semanas de "tiempo fuerte" en que celebramos la misma buena noticia: la venida del Señor. Las tres palabras. Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se hace presente en nuestra historia para darnos su salvación: “Nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo. El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él” (I Jn 4,14-15).

Esperar (adviento) y acoger a Cristo Jesús (navidad) Sn Mateo -que va a ser el evangelista dominical de este nuevo año litúrgico A - nos ha traído las palabras de Jesús, con las que invita a todos a estar despiertos y atentos, preparados en todo momento, porque su venida sucede en el momento más inesperado: "estén en vela, que no saben qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24,42).

Nuestra primera actitud, por tanto, es la atención, la vigilancia, la espera activa. En la carta a los Rm 13,11 hemos escuchado: "es hora de despertarse", "el día se echa encima". Los que están dormidos, distraídos, satisfechos de las cosas de este mundo, no esperan a ningún salvador. Y corren el peligro de perder otra vez la ocasión: la cercanía del Señor, que siempre viene a nuestras vidas para llenarnos de su salvación.

Los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús. Cristo es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la humanidad. No nos va a salvar la política, o la economía, o los adelantos de la ciencia y de la técnica: es Cristo Jesús el que da sentido a nuestra vida, y la abre a todos sus verdaderos valores, no sólo los de este mundo.

Cristo ya vino, hace dos mil años, después de siglos de espera en que lo fueron anunciando los profetas. Pero estas profecías se han cumplido con la llegada del Mesias. Hoy hemos leído cómo Isaías prometía la venida del Salvador para todos los pueblos, un Salvador que nos enseñaría la verdad ("nos instruirá en sus caminos") y nos traería la paz ("no alzará la espada pueblo contra pueblo"). Pero la venida de Jesús -que recordaremos de modo entrañable en la próxima Navidad- no fue un hecho aislado y completo, sino la inauguración de un proceso histórico que está en marcha. Precisamente porque ya vino, los cristianos seguimos esperando activamente que la obra que Jesús empezó llegue a su cumplimiento, que su Buena Noticia alcance a todos los hombres, que penetre en nuestras vidas, en la de cada uno de nosotros y en toda la sociedad. La obra salvadora de Jesús se inauguró en la Navidad pero sigue creciendo y madurando hasta el final de los tiempos: tenemos que abrirnos a Él y estar atentos a su presencia  a su venida gloriosa (Jn 14, 3;28).

En la primera venida Cristo aparece envuelto en pañales dentro de un pesebre, en la segunda vendrá envuelto de la luz glorioso como en un manto. El tiempo de adviento es esperar al Salvador y reconocer que tenemos necesidad de salvación, admitir que somos pecadores, sentir la exigencia -¡y la urgencia!- de la conversión. Según el Evangelio según San Mateo 24,37-44.

Primera Venida vs. Segunda Venida: El contraste entre las dos venidas de Cristo marca la esencia de la esperanza cristiana.

Primera Venida (Navidad): Cristo apareció envuelto en pañales dentro de un pesebre. Este es el misterio de la humildad y la kénosis (vaciarse de sí mismo) de Dios (Mt 1,21). Vino como un bebé vulnerable, en la pobreza y la sencillez, manifestando el amor de Dios que se hace cercano y accesible a todos.

Segunda Venida (Parusía): Cristo vendrá envuelto en la luz gloriosa como en un manto. Este evento será la manifestación de su majestad, su poder y su juicio definitivo. Vendrá como el Rey de Gloria para consumar la salvación y establecer su Reino plenamente. (Apocalipsis 1:7; Mateo 24:30).

Este contraste subraya que el mismo Dios, que vino en la suavidad de la carne, regresará en el esplendor de la gloria.

El Tiempo de Adviento y la Conversión: El Adviento es el tiempo litúrgico de la espera vigilante del Salvador (Rm 13,12). Se centra en un triple advenimiento: la venida histórica en Belén (Navidad), la venida gloriosa al final de los tiempos, y la venida diaria en la vida del creyente.

La espera del Salvador nos obliga a un examen de conciencia y a una conversión urgente:

  1. Reconocer la Necesidad de Salvación: La espera no es pasiva, sino un reconocimiento activo de nuestra limitación y nuestra dependencia de Dios.
  2. Admitir que Somos Pecadores: Es el paso fundamental para la conversión. Implica humildad para reconocer que nuestra vida necesita ser enderezada y sanada por la gracia de Dios.
  3. Sentir la Exigencia y Urgencia de la Conversión: Esto se conecta directamente con el llamado a la vigilancia de Mateo.

El pasaje de Mateo se enmarca en el discurso escatológico de Jesús y es la base bíblica para el llamado a la vigilancia durante el Adviento.

1. El Ejemplo de los Días de Noé (Mt 24,37-39): Jesús compara su venida con los días de Noé:

"En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos."

La Gente: Estaba absorta en las actividades cotidianas (comer, beber, casarse), que no son malas en sí mismas, pero las vivían con una inconsciencia espiritual total, sin prestar atención a los signos de Dios o al anuncio de Noé.

La Venida: Llegará de forma repentina e inesperada para los que están distraídos, arrastrándolos con su juicio.

2. La Separación Repentina (Mt 24, 40-41): Jesús utiliza imágenes de personas realizando la misma actividad, pero con destinos diferentes:

"De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado (Bueno-preparado) y el otro es dejado (Malo-no esta preparado). De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada."

Esta separación ilustra la dimensión judicial de la venida del Hijo del Hombre. El criterio no es la actividad que se realiza, sino la condición existencial y espiritual interna, es decir, quién estaba preparado o vigilante y quién estaba distraído o dormido espiritualmente.

3. La Parábola del Ladrón (Mt 24,42-44). La conclusión es una clara exhortación:

"Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor... Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada."

Vigilancia y Preparación: El Evangelio nos llama a vivir en un estado de alerta continua (velar). La Segunda Venida es cierta, pero el momento es incierto (como la llegada de un ladrón), por lo que la única manera de no ser sorprendidos es estar siempre preparados.

Conversión Constante: Estar preparado significa vivir la vida ordinaria con conciencia, fe, y caridad, es decir, viviendo el proceso de conversión y arrepentimiento que el Adviento nos pide. La "urgencia de la conversión" es la respuesta activa a la incertidumbre del "día y la hora".

En resumen, la temporada de Adviento nos recuerda el humilde pasado del Salvador, nos exige una preparación en el presente, y nos orienta hacia la gloriosa esperanza de su futuro retorno.

Profundizar en el concepto de la vigilancia es central para la espiritualidad del Adviento. Es un concepto riquísimo que va mucho más allá de "no estar durmiendo"; implica una actitud activa y transformadora del corazón.

La Vigilancia como Actitud Fundamental del Adviento. La vigilancia en el contexto de Adviento no es el miedo a un juicio inminente, sino una espera activa y amorosa del Señor que viene. Aquí están los aspectos clave de esta vigilancia:

1. Vigilancia Espiritual (Mantenerse Despierto). Consiste en no dejarse adormecer por la mediocridad espiritual o la distracción de la vida cotidiana, como se menciona en Mateo 24,38 (comer, beber, casarse).

Evitar el Sopor: Significa tener el corazón despierto para reconocer la presencia de Dios en los acontecimientos diarios, en la Eucaristía, en la oración y en el rostro de los demás.

Discernimiento: Estar vigilante permite discernir las "voces" del mundo y del pecado, para no confundirlas con la voz del Buen Pastor.

2. Vigilancia Moral (La Conversión Permanente). La vigilancia exige la preparación moral del alma. Si Cristo viene como un ladrón a la hora menos pensada (Mt 24,43), debemos asegurarnos de que nuestra "casa" (nuestra alma) esté ordenada.

Arrepentimiento: Es la disponibilidad para la conversión constante. El Adviento nos recuerda que siempre podemos y debemos mejorar, "enderezar los caminos" (como Juan el Bautista).

Obras de Misericordia: La vigilancia se traduce en la caridad operante. La mejor manera de esperar al Señor no es mirando el cielo, sino sirviendo a los hermanos, pues en ellos nos visita el Señor.

3. Vigilancia Orante (El Encuentro Diario). Es el aspecto más íntimo y personal. La vigilancia se nutre de la oración.

Perseverancia: Mantener el diálogo con Dios a pesar de las pruebas o el tedio. Es el "mantener encendidas las lámparas" de la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13).

La Eucaristía: Es la cumbre de la vigilancia. Al participar en la Misa, proclamamos: "Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!" Es el acto más perfecto de espera.

 

RITO DE BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO:

 Monición:

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.

Oración al comienzo del Adviento:

La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Derrama tu santa bendición en ella: …+… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, Amén. Para que vivamos este tiempo de conversión según tu santa voluntad practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo seamos con él admitidos a su reino. Amen.

Oración del primer domingo de Adviento:

Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...

V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.

R. Y seremos salvados.

REFLEXIÓN:

Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza. Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué de nuestro esperar.

De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza, sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38). Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo prepararnos?

San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades. Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?

En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos, es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.

No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).

lunes, 17 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXIV – C (23 de Noviembre del 2025)

 DOMINGO XXXIV – C (23 de Noviembre del 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 23,35-43:

23,35 El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!"

23,36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,

23,37 le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!"

23,38 Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".

23,39 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".

23,40 Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?

23,41 Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".

23,42 Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".

23,43 Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Por el Profeta Dios dice: “El Señor es el Dios verdadero, él es un Dios viviente y un Rey eterno. Cuando él se irrita, la tierra tiembla y las naciones no pueden soportar su enojo. Esto es lo que ustedes dirán de ellos: Los dioses que no hicieron ni el cielo ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de debajo del cielo. Con su poder él hizo la tierra, con su sabiduría afianzó el mundo, y con su inteligencia extendió el cielo” (Jer 10,10-12).

Los fariseos preguntaron a Jesús: ¿cuándo llegaría el Reino de Dios? Él les respondió: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente como Uds. creen, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). “Si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia" (Mc 1,14). "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de este mundo". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?" Jesús respondió: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,36-37).

En el último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Jesús mismo se declara Rey ante Pilatos en el interrogatorio a que lo sometió cuando se lo entregaron con la acusación de que había usurpado el título de 'rey de los Judíos'. "Tu lo dices, yo soy rey. Pero mi reino no es de este mundo", añade. En efecto, el reino de Jesús, el reino de Dios nada tiene que ver con los reinos de este mundo, aunque se manifieste en este mundo. No tiene ejércitos ni pretende imponer su autoridad por la fuerza. Jesús no vino a dominar sobre pueblos ni territorios, sino a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios. El reino de Dios se realiza no con la fuerza y la potencia, sino en la humildad y en la obediencia. Cristo cumple su misión en obediencia al Padre y servicio a la humanidad. Reinar es servir.

Jesús es Rey porque ha venido a este mundo para dar testimonio de la verdad. "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37). El reino de Jesús es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y de la paz. La 'verdad' que Cristo vino a testimoniar en el mundo es que Dios es amor y llama a la vida para participar de su amor. Toda la existencia de Jesucristo es relevación de Dios y de su amor, mediante palabras y obras. Esta es la verdad de la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su propia vida en el Calvario.

La cruz es el 'trono' desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor: ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del 'príncipe de este mundo' e instauró definitivamente el reino de Dios. Desde este momento, la Cruz se transforma en fuerza y poder salvador. Lo que era instrumento de muerte se convierte en triunfo y causa de vida. Este reino se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y por último la muerte, sean sometidos.

Celebrar a Cristo como Rey de la humanidad suscita en nosotros sentimientos de gratitud, de gozo, de amor y de esperanza. El Reino de Jesús es el reino de la verdad, del amor, de la salvación. El nos ha librado del reinado del pecado, de las fuerzas que nos esclavizan y del poder de la muerte. El nos pone en el terreno de la verdad y de la vida, en el camino del amor y de la esperanza. El es el Rey de la Vida Eterna. Esta fiesta nos exhorta a acoger la verdad del amor de Dios, que no se impone jamás por la fuerza. El amor de Dios llama a la puerta del corazón y, donde Él puede entrar, infunde alegría y paz, vida y esperanza.

Para sorpresa nuestra, Dios arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo esta contundente afirmación: "Sobre su cabeza había una inscripción: Este es el rey de los judíos" (Lc 23,38); “¿Tu eres el Rey de los judíos?” (Jn 18,37). Sin duda, estas cosas solo puede hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de burla para los hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades hasta de una piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» (Lc 23,36-37).

Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz (Jn 3,14). En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.

Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Porque “Yo soy la verdad” (Jn 14.6) Y además Jesús recomienda: "Si permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

El buen ladrón le dijo: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino". Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,42-43). Es la segunda palabra que Jesús pronuncia en el suplicio de la Cruz.

Por el sacramento del bautismo recibimos los títulos de: “Sacerdote, profeta y rey” porque nos configuramos con Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. Así pues, al ser configurados con Cristo Jesús reinaremos con Jesús en razón del ejercicio de nuestro sacerdocio en Cristo.

Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). ¿Cómo ejercer nuestro bautismo? Recordemos la misión que Jesús nos dejó como tarea: “Vayan y proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento” (Mt 10,7-10).

¡Este es un pasaje bíblico y un tema profundamente rico y espiritual! El contraste que destacas entre la burla de los verdugos y la fe del buen ladrón es central en la narrativa de la crucifixión.

El Rey en la Cruz: Una Revelación Forzada y Gloriosa. Dios es el Soberano que puede torcer las acciones y palabras humanas, incluso las más maliciosas, para que sirvan a su propósito de revelación.

1. La Afirmación de los Verdugos (Lc 23,38 y Jn 18,37): El Título del Sufrimiento: La inscripción colocada en la cruz (titulus) que dice: “Este es el rey de los judíos” (Lc 23,38, con variantes en otros evangelios) fue escrita por orden de Pilato (Jn 19,19). Era una declaración política y legal, destinada a ser una burla y una advertencia contra cualquier intento de rebelión.

La Ironía Divina: El sanedrín quería que la inscripción dijera: "Él dijo: 'Soy el Rey de los judíos'", para condenarlo por blasfemia y falsa pretensión. Pero Pilato se negó. Esto es la ironía divina en acción: el gobernador pagano, por capricho o por miedo a los judíos, se convierte en el heraldo involuntario de la verdad que la nación de Israel no quiso aceptar. El título que le pusieron en son de mofa es, en realidad, Su verdadera identidad.

Comentario Espiritual: La Verdad No Puede Ser Silenciada: La verdad sobre Jesús (Él es el Rey) no depende de la fe de los hombres; es una realidad ontológica. Dios utiliza la burla, el cinismo y la hostilidad de Sus enemigos como un megáfono. El Rey no está siendo coronado con oro, sino con espinas, y Su trono no es un palacio, sino una cruz. Su reinado se revela en Su máxima humillación: Colgado en la cruz.

La Soberanía de Dios: Este evento es una prueba de la soberanía total de Dios. Él puede hacer que una declaración hecha para deshonrar se convierta en la proclamación oficial de Su reino ante el mundo, cumpliendo la profecía (aunque el Rey no era solo de los judíos, sino del universo).

2. La Burla de los Soldados (Lc 23,36-37): El Desafío Cínico. "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!" (Lc 23,37). Este es el desafío central de la Pasión: Si tienes poder divino, úsalo para escapar del sufrimiento.

El Ofrecimiento Falso: Le ofrecen vinagre (posiblemente vino agrio, la bebida común del soldado romano), lo cual añade una capa de burla y falso consuelo a su desafío.

El Poder de un Reino Diferente: Si Jesús se hubiera bajado de la cruz, habría demostrado Su poder, pero habría negado Su realeza tal como la entendía el Padre. El Reino de Dios no es un reino de auto-preservación, sino de auto-sacrificio. Su poder reside en Su amor y obediencia a la voluntad de Dios hasta el final, incluso a la muerte.

El Silencio del Rey: Jesús no responde a la burla. Su silencio ante el sarcasmo es un testimonio de Su dignidad y Su propósito inquebrantable. Él sabía que Su salvación (la resurrección) pasaba a través del sufrimiento, no por evitarlo.

3. La Fe del Buen Ladrón (Lc 23,42-43): La Conversión Asombrosa: En contraste con la ceguera espiritual de los líderes, el cinismo de los soldados y la desesperación del otro ladrón, este hombre (tradicionalmente llamado Dimas) tiene un momento de clara revelación.

"Acuérdate de mí en tu reino" (Lc 23,42). Fe Profunda: ¿Cómo puede un hombre, que ve a Jesús en la misma condición de fracaso y tormento que él, creer que Jesús tiene un reino? No es un reino político aquí y ahora. El ladrón vio al Rey a través de la humanidad sufriente y humillada. Esto es un acto de fe puro y milagroso.

Esperanza en el Post-mortem: El ladrón entiende que el verdadero Reino está más allá de esta vida.

La Llave del Paraíso: La respuesta de Jesús: "Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43) es uno de los versículos más reconfortantes de la Escritura.

La Realeza Aceptada: Aquí, Jesús acepta la afirmación del ladrón de Su realeza. El primer habitante del Paraíso por la nueva alianza es un criminal arrepentido, un marginado total.

La Gracia Inmediata: La salvación es gratuita, accesible e inmediata. No requiere obras, ritos ni años de piedad; solo un corazón arrepentido que confiesa al Rey. La Cruz, que era el símbolo de la vergüenza y la maldición, se convierte en el puente más rápido al Paraíso. El ladrón es la prueba viviente de que el reinado de Jesús es el de la gracia y la misericordia, no el de la justicia legalista.

Conclusión Espiritual: Estos versículos, juntos, nos enseñan que el reinado de Jesús es paradójico: Se proclama por los enemigos en burla. Se revela en la humillación de la Cruz. Se ofrece como gracia al más indigno.

La Cruz es el único trono donde el Rey demuestra todo Su poder: no el poder de la fuerza, sino el poder del amor redentor que abre las puertas del Paraíso al pecador que lo reconoce.

Profundizamos en estos dos temas cruciales de la Pasión! Ambos ofrecen una riqueza teológica que revela la naturaleza del Reino de Jesús:

La Figura del Buen Ladrón (Dimas). El "Buen Ladrón" es una figura de inmensa importancia espiritual que aparece solo en el Evangelio de Lucas (23,39-43).

1. La Diferencia Crucial: Reprensión y Confesión: El pasaje muestra un claro contraste entre los dos criminales crucificados junto a Jesús:

El Ladrón Malvado: Se une a la burla, desafiando a Jesús a salvarse a sí mismo y a ellos: "«¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!»" (Lc 23,39). Su visión del Mesías es la de un libertador terrenal que usa el poder para escapar del sufrimiento.

El Buen Ladrón (Dimas): Su respuesta es triple y revela una fe milagrosa en ese momento de agonía:

Reconocimiento de la Justicia Propia: "Nosotros, en verdad, justamente padecemos, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos" (Lc 23,41). Este es el primer paso: arrepentimiento y aceptación de la propia culpa.

Reconocimiento de la Inocencia de Jesús: "Pero este ningún mal ha hecho" (Lc 23,41). Reconoce que Jesús es el Cordero sin mancha.

Confesión de la Realeza: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino" (Lc 23,42).

2. El Milagro de la Fe Teológica: La fe de Dimas es teológicamente profunda por varias razones: Fe en el Momento del Fracaso: Mientras todos los seguidores de Jesús huían y veían en Él a un fracasado, Dimas lo ve como un Rey triunfante más allá de la muerte. Su confesión ocurre cuando el "Reino" de Jesús parece estar en su punto más bajo.

Esperanza en la Resurrección: Al pedirle a Jesús que se acuerde de él "cuando vengas en tu Reino," Dimas está expresando una fe en la vida eterna y en la futura venida gloriosa de Jesús, algo que ni siquiera muchos de los discípulos entendían completamente en ese momento.

3. La Respuesta de Gracia Inmediata: La promesa de Jesús, "Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43), ofrece varias enseñanzas clave:

La Inmediatez de la Salvación: No hay un proceso intermedio de espera o purificación prolongada. La gracia de Dios es inmediata ante la fe y el arrepentimiento sincero.

El Reino como Persona: El Paraíso no es primariamente un lugar, sino la presencia de Jesús. "Estarás conmigo en el paraíso." La salvación es la comunión con el Rey.

El Poder de la Cruz: La Cruz no solo salva al mundo, sino que salva al individuo, y el primer ejemplo de la Nueva Alianza que entra al Paraíso es un pecador al pie de ese mismo madero. El Buen Ladrón se convierte en el patrono de la misericordia in extremis.

El Significado Teológico del Título "Rey de los Judíos" en Juan. El Evangelio de Juan (Jn 18-19) pone un énfasis especial en la realeza de Jesús durante Su juicio y crucifixión, usándola como un hilo conductor teológico.

1. Diálogo con Pilato (Jn 18,33-37): El título se convierte en el centro del interrogatorio: Pilato Cuestiona la Autoridad Terrenal: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" (Jn 18,33). Pilato solo entiende un rey en términos de rebelión política y amenaza al César.

Jesús Define Su Reino (Jn 18,36): "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí."

Significado Teológico: Jesús establece que Su realeza no es geográfica ni militar, sino espiritual y trascendente. Esto desarma la amenaza política para Pilato, pero establece la autoridad eterna para el lector.

Jesús Afirma la Verdad (Jn 18,37): "Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad."

Significado Teológico: El reinado de Jesús se ejerce a través de la Verdad. Ser Su súbdito significa escuchar Su voz y vivir conforme a la verdad que Él revela.

2. El Titulus y la Resistencia de los Judíos (Jn 19,19-22): La Proclamación (Jn 19,19): El letrero, escrito por orden de Pilato, decía: "JESÚS DE NAZARET, EL REY DE LOS JUDÍOS" (en hebreo, latín y griego).

La Protesta de los Líderes: Los principales sacerdotes protestan: "No escribas: 'El Rey de los judíos', sino: 'Él dijo: Soy el Rey de los judíos'" (Jn 19,21). Ellos querían que fuera la declaración de un falso profeta.

La Firmeza de Pilato: "Lo que he escrito, escrito está" (Jn 19,22). Significado Teológico: En el Evangelio de Juan, esta es la proclamación oficial y universal (por los tres idiomas) de Su identidad. Es la afirmación, hecha por el poder romano (involuntariamente), de que el Mesías crucificado es verdaderamente el Rey. La protesta de los líderes judíos sirve solo para resaltar que la verdad está siendo revelada a pesar de su rechazo. La realeza de Jesús es innegociable y final.

Ambas figuras (el Buen Ladrón y el título real) subrayan que el reinado de Jesús se establece no a través de la fuerza, sino a través de la humildad, el sufrimiento y la gracia redentora, que mismo Jesús lo dijo: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra redentora” (Jn 4,34); “No hay amor mas grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Por tanto, la llave del Reinado de Dios es el amor expresado en la Cruz. Este acto redentor es el sello del Reinado de Dios.

domingo, 9 de noviembre de 2025

 DOMINGO XXXIII - C (16 de Noviembre del 2025)

Proclamación del Santo Evangelio de San Lucas 21, 5 - 19:

21,5 Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:

21,6 "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".

21,7 Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?"

21,8 Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan.

21,9 Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".

21,10, Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.

21,11 Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.

21,12 Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,

21,13 y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.

21,14 Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,

21,15 porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.

21,16 Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.

21,17 Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.

21,18 Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.

21,19 Gracias a la constancia salvarán sus vidas. PALABRA DELE SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

"Todo será destruido... pero el fin no llegara pronto y gracias a su perseverancia salvarán sus vidas" (Lc 21,5-19). "El cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasaran" (Mt 24,35; 25,31-46. Mc 16,16; Jn 5,29).

 La Inmutabilidad de la Palabra en la Fragilidad del Mundo: Nos encontramos hoy ante un mensaje de Jesús que es a la vez una advertencia sombría y una promesa luminosa. Jesús nos habla de la fragilidad del mundo y de la firmeza de Su Palabra a través de pasajes que abordan la Escatología, el estudio de las últimas cosas, pero que impactan directamente nuestro presente.

Destrucción y Señales (Lc 21:5-11): La predicción de la destrucción del Templo ("no quedará piedra sobre piedra") se cumplió históricamente en el año 70 d.C. por el Imperio Romano. Las "guerras, revoluciones, terremotos, hambres y pestes" (Lc 21:9-11) son presentadas como señales que indican que los eventos del fin han comenzado, pero no significan la llegada inmediata del fin absoluto ("el fin no llegará pronto"). Teológicamente, esto establece un período de tiempo —la "Historia de la Salvación"— entre la Primera Venida de Cristo y su Segunda Venida.

Persecución y Testimonio (Lc 21:12-18): Jesús predice la persecución de sus seguidores por su fe. Sin embargo, esta persecución no es solo una prueba, sino una "ocasión para dar testimonio" (Lc 21:13). La promesa de Jesús de dar "palabras y sabiduría" (Lc 21:15) asegura la asistencia divina en medio de la adversidad.

La Promesa de la Perseverancia (Lc 21:19): El núcleo de la enseñanza práctica: "Gracias a su perseverancia salvarán sus vidas" (o "ganarán vuestras almas"). La salvación no se obtiene por la huida física de los desastres, sino por la fidelidad activa y paciente en medio de ellos. La perseverancia es la clave para la vida eterna.

La Permanencia de la Palabra (Mt 24:35; Mc 16:16; Jn 5:29): La afirmación "El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán" es un contraste teológico fundamental. Mientras que todo lo material y creado (el cosmos, el Templo, las estructuras humanas) es efímero y sujeto a la destrucción, la Palabra de Cristo tiene la misma eternidad e inmutabilidad que Dios (Slm 102:25-27). Esta palabra no es solo una enseñanza, sino el decreto divino que se cumplirá infaliblemente (incluyendo la promesa del juicio final y la vida eterna de Mt 25:31-46 y Jn 5:29).

Lo Efímero y lo Inmutable: Jesús comienza contemplando la magnificencia del Templo de Jerusalén (Obra del hombre), y anuncia su destino: "Todo será destruido... no quedará piedra sobre piedra" (Lc 21:6).

Bíblicamente, esto establece un principio: nada en la tierra es permanente o eterno, todo es pasajero. Ni la arquitectura más sagrada, ni los imperios más poderosos, ni siquiera la propia estabilidad del cosmos ("El cielo y la tierra pasarán"). Este es un llamado al desapego radical. No podemos poner nuestra fe, nuestra esperanza ni nuestra seguridad en lo que está sujeto al cambio, al colapso y a la destrucción. Incluso -dice San Pablo- “al llegar a este mundo nada trajimos, al dejar tampoco llevaremos nada” (I Tm 6,7).

El contraste es absoluto: "mis palabras no pasarán" (Mt 24:35). La Palabra de Cristo es eterna porque es la Palabra misma de Dios. Es el fundamento inmutable sobre el cual debemos edificar nuestra vida. Si todo lo demás se derrumba (guerras, terremotos, persecuciones), la enseñanza de Cristo, la promesa de Su Reino, y la verdad de Su amor permanecen firmes. Esta Palabra es nuestro único ancla en la tormenta de la historia.

La Paciencia en la Historia: El "No Pronto" y el Testimonio: Jesús nos asegura que la destrucción no será el final inmediato: "pero el fin no llegará pronto" (Lc 21:9). ¿Qué significa este tiempo intermedio, esta "demora"?

Espiritualmente, este período de tiempo entre Su Primera Venida y Su Segunda Venida es el tiempo de la Iglesia y el tiempo de la Misión. La destrucción y la persecución que predice (Lc 21:12-18) no son meros castigos, sino ocasiones para dar testimonio de la verdad (Lc 21:13; Jn 18,37).

Las pruebas son el crisol donde nuestra fe se purifica. El sufrimiento, la traición y la amenaza se convierten en escenarios providenciales donde el creyente, asistido por el Espíritu Santo, puede proclamar la verdad con sabiduría y firmeza. ¡Nuestra vida no está oculta del mundo, sino expuesta para el Evangelio vivo!

La Clave Mística: "Salvarán sus Vidas" a través de la Perseverancia: Llegamos al corazón práctico y místico de la homilía: "gracias a su perseverancia salvarán sus vidas" (Lc 21:19).

La palabra clave es Perseverancia. No se trata de una paciencia pasiva, como quien espera sin hacer nada, sino de una resistencia activa y firme. Es la virtud que nos permite permanecer de pie bajo la carga; es la fidelidad tenaz a pesar de que el mundo parezca derrumbarse a nuestro alrededor.

Místicamente, salvar la vida, o ganar el alma, es más que la supervivencia física. Es el acto de unificar el alma con Cristo a través del sufrimiento y la prueba. Es morir diariamente a la propia voluntad para que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. Cuando todo lo externo es quitado, solo queda la relación desnuda y pura con Dios. Esta perseverancia nos alinea con Su Palabra Inmutable, asegurándonos un lugar en el Juicio final donde seremos reconocidos (Mt 25:31-46; Jn 5:29).

En la enseñanza de hoy distinguimos tres partes: 1) El anuncio de la destrucción del Templo (Lc 21,5-6); 2) No se dejen engañar sobre la llegada del fin el mundo (Lc 21,7-11); 3) El tiempo de persecución una valiosa oportunidad de dar testimonio anunciando el evangelio (Lc 21,12-19).

1)  "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido"(Lc 21,5-6). Es el anuncio de la destrucción del Templo. Este episodio es el complemento de lo anunciado: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2,19). Los judíos le dijeron: Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,20-22). También complemente la idea aquella cita: “Algunos escribas y fariseos le dijeron: Maestro, queremos que nos hagas ver un milagro. Él les respondió: Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás” (Mt 12,38-41).

Los elogios de la belleza del Templo de Jerusalén: “Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas…” (Lc 21,5). En principio es una cuestión de apreciación artística. La estética de los arquitectos y el buen gusto de los peregrinos que han dejado allí sus ofrendas votivas es motivo de admiración de residentes y visitantes. La magnificencia del Templo obedece al gusto su último reconstructor: el rey Herodes el Grande (40-4 aC). Herodes, de origen idumeo (un pueblo de comerciantes al sur de Palestina), quiso ganarse el favor de sus súbditos promoviendo esta construcción de dimensiones casi colosales. Se hizo en el mismo lugar donde el rey Salomón había construido el primer Templo y donde después del retorno del exilio se había hecho la primera reconstrucción por parte del movimiento de Esdras y Nehemías. El rey de las grandes edificaciones militares, de magníficos palacios y reconstructor de una ciudad entera (Cesarea Marítima), hizo una gran inversión en este Templo. En los días del ministerio de Jesús la construcción estaba bastante avanzada, si bien no terminada completamente. Los peregrinos no podían sino quedar boquiabiertos ante semejante edificación, la cual tenía lo mejor en materiales y decoración.

La profecía de Jesús: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruida’” (Lc 21,6). Jesús les hace una réplica a los comentarios de la gente, anuncia un cambio de situación: “días vendrán” (el mismo lenguaje utilizado en Lc 5,35 y Lc 17,22 para señalar cambios radicales). Lo que la gente ahora “contempla” será destruido: los muros se vendrán al piso, “una piedra no quedará encima de otra”. En Lc 19,44, precisamente antes de entrar en la ciudad santa y de cara a ella, encontramos una profecía similar por parte de Jesús.

El mensaje de Jesús es que no hay que sentirse absolutamente seguro con el hecho de tener Templo (generalmente se espera que los bellos y grandes edificios duren mucho tiempo) porque un día será destruido. Hay un matiz en la frase que es digno de ser notado: el “llegarán días” se refiere a que el panorama del Templo destruido durará largo tiempo. Esto es importante para entender que el “fin” del que se va a hablar enseguida no es el día de la destrucción del Templo sino en ése período.

2)  Las señales del fin del mundo: Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan... Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. (Lc 21,7-11). Este anuncio del fin del mundo se complemente bien con esta cita: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mt 24,29-31). Igual se afirma aquello que Jesús ya dijo (Mt 24,35): “Vi una nube blanca, sobre la cual estaba sentado alguien que parecía Hijo de hombre, con una corona de oro en la cabeza y una hoz afilada en la mano listo para la siega” (Ap 14,14).

En la mentalidad judía de estos tiempos se pensaba que el fin del Templo sería uno de los signos del fin del mundo, la pregunta sobre la llegada del fin de la historia pasa ahora a ocupar el centro de atención:

La gente plantea dos preguntas a Jesús: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?’” (Lc 21,7) Jesús es interpelado en calidad de “Maestro”. A él se le plantea la doble pregunta: 1) cuándo sucederá y 2) qué signo inequívoco dará el pronóstico. En la pregunta llama la atención el plural: “estas cosas”. Esto se debe a que la destrucción del Templo es uno de los eventos distintivos de los últimos días, pero no el único. Por eso el discurso va más allá del asunto del Templo y se explaya en la enumeración de signos apocalípticos que ya estaban en la mentalidad popular.  Sobre todo aquellos que tenían que ver con desgracias. Esto no es novedad: siempre que hay calamidades lo primero que se tiende a pensar es en el fin del mundo. Pero hay un punto importante que no podemos perder de vista si queremos entender el pensamiento lucano: que la suerte de Jerusalén está ligada a la del Templo, que es el signo de las relaciones de Alianza entre Dios y su pueblo. Su tragedia resulta de las vicisitudes comunes de la historia siendo, al mismo tiempo, emblemática de todas las crisis de la humanidad, en la cuales está siempre indicado el comportamiento del hombre para con Dios.

Cuando se viven tiempos difíciles es muy fácil ser “engañados” (literalmente “apartados” o “desviados”, (Ap 2,20; 12,9; 13,14), caer en manos de avivatos que se aprovechan de la situación. Estos charlatanes aprovecharán las calamidades para anunciar el fin del mundo y se ofrecerán como rescatadores de los que no quieran perecer en los eventos finales.

La realidad de la violencia: tres niveles progresivos de conflictividad (Lc 21,10-11): Si bien los discípulos no deben dejarse “desviar” (o engañar) por falsos profetas que aparecen en tiempos de desgracia ofreciendo una salvación que no pueden dar, tampoco deben escandalizarse ante la realidad del mal en el mundo. En medio de las guerras y de los desastres naturales se da una situación de muerte a la que hay que ponerle remedio, pero hay que tenerlo claro: no son vaticinio de parte de Dios de que ha llegado el fin inmediato del mundo. Siguiendo la lectura del pasaje notamos cómo se van describiendo eventos trágicos de menor a mayor escala planetaria, incluso cósmica. El mensaje es siempre el mismo: “El fin no es inmediato” (Lc 21,9).

Notemos cómo en orden se van describiendo tres niveles de conflictividad: 1) Conflictos locales en Palestina: “Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9) Los discípulos escucharán hablar de guerras e insurrecciones (Stgo 3,16). Aquí parece estarse hablando de guerras civiles. Es posible que se esté pensando en la guerra judía (66-70 dC) que culminó en el 70 dC. También en esa época hubo falsas profecías y mala interpretación de los signos de los tiempos. Las guerras que aparecen en el discurso apocalíptico, son típicas de su lenguaje (Is 19,2; Ez 13,31; Dn 11,44; Ap 6,8). Los disturbios pueden llegar a hacer pensar que llegó el fin y llenar los corazones de miedo, pensando que no sobrevivirán.

Conflictos internacionales: “Entonces, les dijo: ‘Se levantará nación contra nación y reino contra reino’” (Lc 21,10). Los discípulos no deben aterrarse. Estos eventos están en el plan de Dios: deben suceder y así se realiza el plan de Dios (Dn 2,28). La idea de fondo sigue siendo la misma: esto no significa que ha llegado el fin.

Conflictos naturales en la tierra y en el cielo: signos cósmicos: Pasamos ahora a los desastres naturales y a los signos cósmicos: “‘Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales en el cielo’” (Lc 21,10-11). También la literatura apocalíptica acostumbra hablar de terremotos (Is 13,13; Ageo 2,6; Zc 14,14; Ap 6,12; 8,5) y de eventos climáticos que matan las cosechas y provocan la hambruna (Is 14,30; 8,21; Ap 18,8). Junto a los desastres en la tierra, se anuncia que se verán signos terribles en el cielo. Parece hacerse referencia a fenómenos inusuales que los astrónomos no consiguen explicar. Las convulsiones cósmicas también pertenecen a los típicos signos apocalípticos (Joel 2,30-31; Am 8,9; Ap 6,12-14).Todos son signos apocalípticos del fin pero no son el fin. La misma idea sigue martillando: “pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9b).

3. El tiempo de persecución como valiosa oportunidad de testimonio: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Hagan pues el propósito de no preparar la defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios. Serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y les matarán a algunos de Uds. y serán odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvaran sus almas” (Lc 21,12-19).

En el conflicto que se da en el tiempo entre el ministerio de Jesús y el retorno glorioso del Señor al fin de la historia, ahora se sitúan los discípulos: “Antes de todo esto…”. También por causa de la fe se sufre violencia. Jesús nos invita a ver bajo esta nueva perspectiva la era de los mártires. Del peligro de ser “engañados” o confundidos pensando que estamos ante el “fin”, el discurso pasa a un peligro mayor al que se expone el discípulo: el peligro de sucumbir ante la tentación de ceder en la fe. Los escenarios de la persecución que amenazan la fe y el testimonio de los discípulos son dos: 1) El arresto y el juicio en los tribunales (Lc 21,12-15). 2) La traición en la familia y el odio generalizado (Lc 21,16-19).

Jesús primero describe el escenario y luego enseña cómo reaccionar frente a él: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio” (Lc 21,12-13). Lo primero que se aclara es que lo anunciado ocurrirá “antes de todo esto”. Es decir que hay una antesala: la violencia entre los hombres y los desastres del mundo comienzan primero en la violencia contra los discípulos por causa de su fe en Jesús.

La persecución (Lc. 11,49), la captura y la entrega a las autoridades –como es frecuente en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8,3; 12,4; 21,11; 22,4; 27,1; 28,17)- es una ocasión propicia para dar el testimonio de Jesús: “Esto les sucederá para que den testimonio” (Lc. 21,13). Lo importante es que este es el tiempo del testimonio. Hay que aprender de los mártires. Los lugares a los cuales serán llevados los discípulos son las “sinagogas” –las cuales tenían eventualmente la función de corte judicial local- y las “cárceles” –una forma de castigo ampliamente conocida (Hch 8,3; 22,4)-. “Hagan el propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios” (Lc 21,14-15). Habiendo dicho que enfrentarán situaciones penosas ante los jueces, ahora Jesús instruye a los discípulos para que sigan un comportamiento consecuente con su fe. Los que sufren por su nombre, reciben coraje y sabiduría de la persona de Jesús. Entonces no hay que dejarse dominar por la ansiedad, ya que Jesús promete que él mismo (“yo”) dará tanto boca (capacidad de expresión: Ex 4,11.15; Ez 29,21) como sabiduría (Hch 6,10). Pero a ellos les corresponde “Decidir no preparar el discurso” (Lc12,11). Es interesante notar en esta línea cómo el nombre de Jesús está en lugar de la conocida mención al Espíritu Santo (Lc 12,12).

Fe y testimonio ante la traición en la familia y el odio generalizado: El asunto se pone todavía más cruel cuando la persecución procede de los seres queridos: “Serán entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros” (Lc 21,16). Este nuevo escenario se desborda en el rechazo generalizado que reciben los discípulos de Jesús: “Serán odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21,17). La violencia es como un espiral que sube desde la familia y va contagiando los diversos estamentos de la vida social. Aquí se habla expresamente de una violencia que se sufre por causa de la fe: el motivo es la lealtad a Jesús. Ésta destapa otras falsas lealtades (Lc 6,22.27).

La enseñanza de Jesús sobre cómo reaccionar (Lc 21,18-19): Con todo lo cruel que pueda parecer y quizás hasta exagerado, Jesús está describiendo duras verdades. De ahí pasa a su exhortación final: un discípulo debe ser sólido en su fe y su testimonio, estos sucesos no pueden realmente debilitarlos. Es mostrando solidez como ellos alcanzarán la vida resucitada.

En un contexto de martirio estas son las palabras precisas que necesita oír el discípulo y apóstol de Jesús. Los conflictos parecerán grandes, horrorosa incluso la muerte de algunos hermanos, pero la comunidad de los discípulos no debe perder por esto su confianza en Jesús. El esfuerzo del discípulo: “Con su perseverancia salvaran sus almas” (Lc. 21,19). Jesús espera discípulos que perseveren en la fidelidad así como él lo hizo y de esa forma alcanzarán la plenitud de la vida. La carta de presentación de un discípulo de Jesús será entonces: “ Uds son los que han perseverado conmigo en mis pruebas” (Lc 22,28). Esto nos remite a otro pasaje lucano sobre el discipulado: es verdadero discípulo “oyente de la Palabra” es aquel que llega a  “dar fruto con perseverancia” (Lc 8,15). Dicha perseverancia es el resultado del cultivo de la semilla de la Palabra del Reino en el corazón.

A la inquietud de “cuándo” y el “cómo” de la llegada del “fin” y de cara ante la lista de acontecimientos trágicos enumerados, Jesús nos hace caer en cuenta que ninguno de ellos es exclusivo de ningún período histórico particular. Lo mismo vale para las persecuciones a los discípulos. Lo que cuenta es que en medio de ellas debe brillar la fuerza de la fe y del testimonio. Un discípulo de Jesús no es inmune a las crisis de la humanidad; pero en medio de ellas no puede caer ni en stress generando alharacas ni tampoco adormecerse acunado en falsas seguridades de espiritualidades superficiales que ignoran la realidad de la vida o invitan a la fuga de ella, sino movilizar evangelización con la fuerza de los profetas. “Bienaventurados son cuando los hombres les odien, cuando les expulsen, les injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas” (Lc 6,22-23).

Entre las dificultades del mundo (violencia, pobreza, marginación, silenciamiento de las voces críticas) los discípulos son “profetas”. Como lo deja entender el pasaje de hoy, viviendo las actitudes enseñadas por Jesús, ellos encararán con realismo histórico y fe madura las violencias presentes y futuras, y alcanzarán la plena libertad. Habrá dificultades, sí, muchas de ellas absurdas, pero así como en aquella ocasión que nos narra los Hechos de los Apóstoles, los discípulos siguen adelante “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre” (Hch 5,41). Esto es vivir las bienaventuranzas y ser ante el mundo un signo de esperanza con miras a la salvación del alma.