domingo, 14 de septiembre de 2025

DOMINGO XXV - C (21 de setiembre de 2025)

 DOMINGO XXV - C (21 de setiembre de 2025)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 16,1 - 13:

16,1 Decía también a los discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.

16,2 Lo llamó y le dijo: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto".

16,3 El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.

16,4 ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!"

16,5 Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?"

16,6 "Veinte barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez".

16,7 Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos".

16,8 Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.

16,9 Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.

16,10 El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.

16,11 Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?

16,12 Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?

16,13 Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos y hermanas en el Señor Paz t Bien.

El Reino de los Cielos se parece a  “un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. Y entrego su balance diciendo: Me diste cinco talentos, gane otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Al que gano otros cinco dijo: "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor” (Mt 25,14-21). Pero del que dio un talento: “Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes"(Mt 5,30). Hoy nos dice: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Entrégame el balance de tu gestión (administración), porque quedas despedido" (Lc 16,2).

Esta vida que Dios nos dio es para que sepamos administrarla bien. Dependerá nuestra vida futura (Eterna) de cómo hemos administrado la vida presente (Temporal). Si lo hemos administrado bien, somos merecedores de la vida eterna y si no supimos administrarla bien, somos merecedores de la condena eterna.

Cuando Jesús nos dice: “No pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo” (Lc 16,13) no rechaza ni condena el dinero, lo que hace es poner el dinero en su lugar que le corresponde y al hombre en el lugar que le corresponde. Recordemos al respecto, Jesús dacia a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar (Mt 22,21). Meditando el Evangelio vemos, Jesús nos advierte que no nos será fácil vivir con el corazón partido, una parte para el dinero y otra parte para Dios: “Nadie puede servir a dos señores a la vez, a Dios y al dinero” (Lc 16,13). Dice también: “Allí donde está tu tesoro ahí estará también tu corazón” (Mt 6,21). Y la mejor forma de orientar nuestro corazón hacia Dios es compartiendo nuestros bienes con los que no tienen. Entonces nuestro tesoro estará en Dios por el buen uso de los bienes de este mundo (riqueza) que se manifiesta en toda obra de caridad, así amándonos unos a otros por los gestos de caridad amamos a Dios (I Jn 4,20).

El joven rico pregunto: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado…” (Mc 10,17-24). Y resumiendo esta enseñanza de Jesús podemos agregar aquello que dijo: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” (Lc 12,32-34).

La enseñanza de hoy que Jesús nos imparte cierto que tiene un matiz o una parábola un tanto extraña, pero que sí afronta serias realidades de nuestra coyuntura. ¿Se han dado cuenta de cómo este mal administrador, al ser descubierto de mala administración y saber que lo van a despedir de su trabajo, discurre de inmediato para no quedarse en la calle? (Lc 16, 3-7).

La sagacidad con que actúa el administrador infiel es lo que Jesús resalta, no es que alabe al mal administrador. Lo que Jesús alaba es lo vivo que es y lo rápido que piensa y busca soluciones a su difícil situación. Es que para lo que queremos somos bien vivos e inteligentes. Lo malo no está en ser vivo, lo malo está en utilizar nuestra viveza para las cosas malas. A mí mes es extraña cómo ciertas personas que vienen a pedir dinero como ayuda inventa mil cuentos para engatusar a uno y abrirle la billetera. Para cuando uno va, ellos están ya de vuelta en la esquina. Jesús aplica esta astucia para las cosas humanas, a lo que nos suele suceder cuando se trata del Evangelio, del Reino de Dios o de cambiar las cosas. Si tuviésemos la misma astucia, la misma viveza y la misma rapidez de pensamiento para renovar la Iglesia, para renovar nuestra pastoral, para renovar los caminos del anuncio del Evangelio, ciertamente que la cosa sería diferente y por ende una vida distinta.

Cuánta finura en aquellos que tratan de hacerse ricos a costa de tantos pobres, hasta vende la cascara de trigo inventando mil y un cuentos para engañar al pobre (Am 8,4-7). ¡Y ni se diga de aquello que atentan contra la juventud creando en ello una falsa felicidad al encaminarlos en el camino de la droga! ¡Y qué poca agudeza para inculcarla y clarificarla y descubrir la belleza de creer! Somos más agudos para destruir el mundo que para construir otro mejor. Hace unos días veía una película sobre los traficantes de la droga. Qué inteligencia para ganarse a unos y a otros, a los de arriba y a los de abajo ¿Seremos lo mismo para lograr un mundo sin drogas?

 Si discernimos correctamente en los asuntos de Dios nos daremos cuenta que: “La Ley perfecta, que nos hace libres, y se aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley, será feliz al practicarla. Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. La religión verdadera y pura delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con la corrupción del mundo” (Stg 1,25-27).

No vivamos apegados a los bienes materiales: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos. En lo que a ti concierne, hombre Dios, huye de todo esto. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad” (I Tm 6,9-11).

“Ningún servidor puede dedicarse a dos amos porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". Un día daremos cuentas de nuestra gestión a Dios. Según Lc 16,1-13

Para entender la profunda afirmación de que "ningún servidor puede servir a dos señores", es crucial analizarla desde varias perspectivas: bíblica, teológica, filosófica, espiritual y mística. La frase, extraída de Lucas 16:13, no es solo una advertencia sobre la codicia, sino una verdad fundamental sobre la naturaleza de la devoción y la lealtad

La parábola del mayordomo infiel en Lucas 16:1-13 es el contexto principal de esta enseñanza. Jesús presenta a un mayordomo que, al ser despedido, usa su astucia para asegurarse un futuro. La conclusión de Jesús es que, aunque el mayordomo actuó con picardía, los "hijos de este mundo" a menudo son más sagaces en sus asuntos que los "hijos de la luz". La lección culmina con la afirmación central: "No se puede servir a Dios y al Dinero".

Desde la razón, la frase se relaciona con el concepto de fidelidad y dedicación. La lealtad no puede dividirse sin debilitarse. Si una persona intenta servir a dos amos con intereses opuestos, inevitablemente terminará priorizando uno sobre el otro. La naturaleza humana tiende a buscar un solo objetivo supremo. Si el objetivo es Dios, la vida se enfoca en la justicia, el amor y el servicio. Si el objetivo es el dinero, la vida se centra en la acumulación, el poder y la seguridad material. Estos dos objetivos son, por naturaleza, contradictorios.

Desde una perspectiva mística, el alma humana busca la unión con Dios. El camino místico es un viaje de purificación y desapego. Para alcanzar esta unión, el místico debe desprenderse de todos los apegos terrenales, incluyendo el apego a la riqueza. San Francisco de Asís, por ejemplo, enseñó que para alcanzar la cumbre del Monte Alvernia (la unión con Dios= estigma), el alma debe dejar atrás todo, ya sea material o espiritual. La posesión de bienes o el apego a ellos pueden ser obstáculos que impiden el pleno encuentro con Dios. La frase "aborrecerá a uno y amará al otro" se refiere a la elección fundamental del alma: o bien se apega a las cosas del mundo (el dinero) o se eleva hacia la realidad divina (Dios).

En última instancia, el concepto de que no se puede servir a dos señores se basa en la realidad de que el amor (Corazón) no se puede dividir. Nuestra lealtad, nuestra energía y nuestro corazón solo pueden dedicarse por completo a una cosa a la vez. El día del juicio, del que habla la parábola, será la rendición de cuentas definitiva de nuestras decisiones. ¿A quién hemos servido realmente?

Desde lo escatológico (que se refiere a las "últimas cosas" o el fin de los tiempos), la imposibilidad de servir a dos amos es una preparación para el juicio final. La parábola del mayordomo infiel concluye con la necesidad de rendir cuentas. Este "dar cuentas" es una metáfora de la evaluación final que Dios hará de nuestra vida. Si hemos servido al dinero, nuestras acciones se habrán basado en la acumulación, la ganancia y el interés propio. Si hemos servido a Dios, nuestras acciones habrán estado motivadas por el amor, la justicia y el servicio al prójimo. El día del juicio, se revelará a quién hemos servido realmente, y nuestra recompensa o castigo será un reflejo de esa lealtad.

Teológicamente, la devoción a Dios es un acto de fidelidad absoluta. El primer mandamiento del Decálogo es: "No tendrás otros dioses delante de mí" (Éxodo 20:3). Este mandamiento prohíbe la idolatría, y Jesús amplía esta prohibición al incluir el dinero como un posible ídolo. Servir a dos amos es una contradicción en sí misma. Si la lealtad se divide entre Dios y el dinero, se está negando la naturaleza única y soberana de Dios. La teología nos enseña que Dios exige un corazón indiviso. No se puede amar plenamente a Dios si el corazón está apegado a las riquezas materiales. La lección de Lucas 16 es que la verdadera riqueza no está en las posesiones terrenales, sino en la fidelidad a Dios, que es la única que tiene valor eterno.

Espiritualmente, la lección es sobre la orientación del corazón y la energía vital. Nuestra "lealtad, nuestra energía y nuestro corazón" no pueden ser divididos sin ser debilitados. Servir a Dios implica una vida de oración, servicio y amor al prójimo, mientras que servir al dinero a menudo lleva a la avaricia, la deshonestidad y la explotación. Estas dos orientaciones son mutuamente excluyentes. La elección de servir a Dios implica una renuncia constante a los apegos materiales que puedan desviar nuestra atención. La parábola nos insta a ser "astutos" en nuestra devoción a Dios, de la misma manera que el mayordomo infiel fue astuto para asegurar su futuro. En el ámbito espiritual, esta astucia significa usar nuestros recursos (tiempo, talento y tesoro) para construir el Reino de Dios, de modo que podamos presentarnos ante Él con una vida que demuestre a quién hemos servido realmente.

En Lucas 16,1-13 el administrador es despedido por su amo, pero antes de irse, reduce las deudas de los deudores de su señor para asegurarse un futuro. No es alabado por ser corrupto, sino por haber actuado con sagacidad en una situación de crisis.

El versículo central: "Ningún servidor puede dedicarse a dos amos porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero" (Lucas 16,13), es una conclusión directa que Jesús saca de la parábola. El dinero, en este contexto, no es solo la moneda, sino la riqueza material y todo lo que representa: seguridad, poder, estatus terrenal.

La parábola y el versículo final subrayan la incompatibilidad radical de servir a dos señores con demandas opuestas. Dios pide una entrega total, un amor incondicional y una confianza absoluta. El dinero, por su parte, también exige una dedicación completa. El que lo ama, confía en él para su seguridad y felicidad, desplazando a Dios del centro de su vida.

Jesús no condena el dinero en sí mismo, sino la idolatría del dinero, es decir, el acto de poner la riqueza por encima de Dios. La lección es que la forma en que administramos nuestros bienes materiales es un reflejo directo de a quién servimos. El administrador de la parábola usa su dinero para asegurar su futuro terrenal; Jesús nos invita a usar nuestras riquezas para asegurar nuestro futuro eterno, construyendo amistades con los pobres y desfavorecidos. La rendición de cuentas que se menciona es un tema recurrente en la teología de Lucas, y nos recuerda que un día seremos juzgados por cómo hemos usado los recursos que se nos han confiado.

La frase "No se puede servir a Dios y al Dinero" es un recordatorio espiritual de que nuestra fidelidad no puede estar dividida. La batalla por nuestro corazón se libra en el uso que hacemos de nuestros recursos, nuestro tiempo y nuestra energía. El dinero puede ser un obstáculo para la vida espiritual si se convierte en una obsesión, pero también puede ser una herramienta para el bien si se usa para la caridad, la justicia y el servicio a los demás. La verdadera sabiduría espiritual, entonces, consiste en invertir los bienes terrenales en el Reino de Dios, lo cual no tiene un retorno material, sino un retorno eterno.

lunes, 8 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIV – C (Domingo 14 de setiembre del 2025)

 DOMINGO XXIV – C (Domingo 14 de setiembre del 2025)

Proclamación del santo Evangelio Según San Lucas 15,1-32

15,11 Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.

15,12 El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.

15,13 Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

15,14 Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

15,15 Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.

15,16 Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

15,17 Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!

15,18 Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;

15,19 ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".

15,20 Entonces partió y volvió a la casa de su padre.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

15,21 El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".

15,22 Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.

15,23 Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,

15,24 porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

15:25 El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

15,26 Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

15,27 Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".

15,28 Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,

15,29 pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

15,30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"

15,31 Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

15,32 Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" .PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el A.T. Dios se define como: “Yo soy” (Ex 3,14); en el N.T. “Dios es Espíritu” (Jn 4,24). Y Juan en resumen nos dice: “Dios es amor” (I Jn 4,8). Si Dios es Espíritu de amor, es obvio que ante el desatino del hombre (Gn 3,4-7), Dios se proponga un nuevo proyecto: "Juro por mi vida —Dice el Señor— que yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Y para concretar su proyecto, Dios se propone: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). “Te desposaré conmigo para siempre, en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia y en fidelidad, y tú conocerás al Señor tu Dios” (Os 2,21-22). “Como una  madre consuela y acaricia a su hijo sobre su rodilla, así yo te consolare en Jerusalén” (Is 66,13). Este proyecto de Dios amor es como hoy se describe en la parábola del hijo prodigo.

"Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido" (Lc 15,6). "Alégrense conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido" (Lc 15,9).  “Celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15,23).  Los tres episodios tienen un común denominador. Alegría y gozo (Lc 1,28): ¿Gozo de quién y  por qué? Gozo de Dios por el regreso del hijo pecador. Esta escena Jesús lo describe así:  “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera si no que tenga vida, porque Dios no envió a su Hijo al mundo para que el mundo se condene, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). 

En la misma línea Jesús responde a la pregunta: ¿Cuál es el mandamiento principal? respondió: “El primero es ama a tu Dios con todo tu corazón, fuerza y mente, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, estos dos mandamientos sostienen la ley y los profetas” (Mc 12,28). Es decir, Jesús resume todos los mandamientos en dos: amor a Dios y al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo.

¿Si Dios nos ama tanto, habrá motivo para apartarnos de su amor? Dios Conoce nuestros corazones (Lc 16,15). Dios sabe que en amarnos unos a otros podemos fallar y por ende a Dios. Por eso acude en las parábolas a los ejemplos de: La Oveja descarriada (Lc 15,4); La monda perdida (Lc 15,8) y el Hijo que se va de casa (Lc15, 13). Dios que nos ama tanto, no se queda feliz cuando uno de nosotros nos perdemos o nos alejamos de su amor por el pecado. Dios no renuncia al amor que nos tiene. Esta siempre pendiente de nosotros, y sabe que un día volveremos hacia él (Lc 15,20). Él sabe que nada podemos en su ausencia: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). Y ¿qué padre o madre estará feliz al saber que uno de sus hijos se marchó de casa? Y ¿Qué padre no se alegrará porque el hijo que un día se marchó, vuelve a casa? Así “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).

“Estando el hijo todavía lejos, el padre le vio y, conmovido, corrió a su encuentro, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Jn 15,20).  Cuando Jesús cuenta esta parábola del hijo prodigo, revela este misterio: nosotros los hombres arruinamos y destruimos nuestra dignidad; pero esa dignidad esta para siempre custodiada del mismo modo en el seno del Padre, más aún, en su corazón, en donde, pase lo que pase, siempre somos sus hijos. El hijo presenta su discurso de perdón... pero el Padre está tan contento, que ni siquiera se detiene a hablar sobre el tema:

El padre dijo a sus siervos: "Traigan aprisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta” (Lc 15,22-23). Si el pecado nos deja desnudos, al descubierto e indefensos, es precisamente nuestro Padre el que nos cubre nuevamente con su amor y su gracia en el sacramento de la confesión (Jn 20,23) y nos devuelve la dignidad de ser su imagen y semejanza (Gn 1,26).

 “Todo es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados. Ellos hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus actos, lo niegan: son personas reprochables, rebeldes, incapaces de cualquier obra buena” (Ti 1,15). Esta cita de San Pablo nos sirve para contraponer lo opuesto de la fiesta: a) “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-2). b) “El hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano. Pero Él se enojó y no quería entrar” (Lc 15,25-28).

Ya aquí se percibe una predisposición negativa frente a la situación: no sabe de qué se trata, pero toma distancia de la situación, y se informa a través de terceros. No pregunta ¿por qué es la fiesta?, ni menos aún entra en ella. Pero pregunta qué significa eso. Cuando se le informa, “Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos...” (Lc 15,29).

A lo largo de todo este diálogo, el hijo mayor nunca llama Padre a su Padre; y los verbos que utiliza dan la pauta de cómo ha establecido él esta relación: “ordenar”, “obedecer”, “servir”... son verbos más de un cuartel que de una familia. Este hijo ha establecido con su Padre una relación de servicio, y de servicio interesado “nunca me diste un cabrito...”, no de amor. Este hijo se ha quedado en la casa, pero no ha descubierto la grandeza inefable del Padre que tiene delante de él, y que es su Padre. No conoce su corazón, y por eso tampoco comprende su proceder. Pero lo que viene es aún más terrible:

“Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber devorado tu hacienda con prostitutas, haces matar para él el ternero engordado" (Lc 15,30). No llama hermano a su hermano, ni menos aún por su nombre: toma distancia de ambos: “ese hijo tuyo”; además, no ahorra palabras a la hora de recalcar el pecado de su hermano, para presentarlo como un criminal. Uno de los nombres del diablo es precisamente este: el acusador (Jn 8,44).

“Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15,31-32).

En suma, entre el dios de los que dicen ser buenos y justos (fariseos, hijo mayor) y Dios que Jesús nos presenta, Dios lleno de amor y que siempre esta atento a sus hijos, es este Dios que lo tenemos de Padre y Padre nuestro. De ahí que, en verdad me encanta el Dios de Jesús. El Dios que no abandona a los malos sino que sale a buscarlos. El Dios que deja en casa a los buenos y sale a buscar a los que se han extraviado y corren peligro en el monte. El Dios que no se escandaliza del hijo que se va de casa y malgasta toda su herencia. El Dios que no hace falta ganarle con nuestras bondades, sino que Él nos sigue amando, incluso cuando estamos perdidos en el monte y hay que fatigarse para encontrarnos. El Dios que ni siquiera exige que primero cambiemos para luego regresar a casa.

El Dios que nos ofrece hoy la liturgia y que se describe en las parábolas es el Dios de la gratuidad y puro amor. Es el Dios que sale a buscar lo perdido y lo carga sobre sus hombros. Es el Dios que además se alegra y hace fiesta. ¡Pero, qué poco festivo suele ser el Dios de nuestra fe! En cambio, el Dios de Jesús es un Dios que no disfruta solo sino que quiere compartir sus alegrías con los demás. Siempre ponemos nuestra atención en la oveja perdida, cuando en realidad el personaje importante es el pastor que, cansado y todo, renuncia al descanso hasta que la encuentra y no la trae a casa a patadas y de mal humor, sino feliz de haberla encontrado.

¿Alguna vez te has sentido oveja perdida? ¿Alguna vez te has sentido feliz de que Dios te haya salido a tu encuentro y te haya cargado sobre sus hombros y haya celebrado tu regreso? Dios dice por el Profeta: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él.  Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel… Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).

Es un tema profundo que une la teología, la mística y la experiencia humana, mostrando que el amor de Dios no está condicionado por nuestras faltas. A través de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), podemos entender cómo el amor divino supera toda miseria.

El Amor de Dios es Incondicional y Mísericordioso: La parábola nos presenta a un padre que es una imagen de Dios. El hijo menor pide su herencia, una acción que en esa cultura era equivalente a desear la muerte del padre. A pesar de esta afrenta, el padre accede y lo deja ir. Esto demuestra que el amor de Dios es incondicional. Él nos da libre albedrío, incluso si sabe que podemos usarlo para alejarnos.

La miseria humana se refleja en la historia del hijo pródigo. Malgasta su fortuna en vicios y termina en la más profunda degradación, deseando comer la comida de los cerdos. Este estado de indigencia y desesperación simboliza la condición del ser humano alejado de Dios. La miseria, ya sea por el pecado, el sufrimiento o la desesperanza, no es un obstáculo para el amor de Dios.

La Respuesta al Arrepentimiento: A pesar de su situación, el hijo recapacita y decide regresar a casa, preparado para pedir perdón y convertirse en uno de los sirvientes. Es su arrepentimiento lo que desencadena una respuesta asombrosa del padre. El padre lo ve desde lejos y corre a su encuentro. Esta reacción nos enseña que Dios no nos espera pasivamente. Él nos busca activamente cuando volvemos a Él.

Bíblicamente: El padre lo abraza y lo besa antes de que el hijo pueda terminar su confesión. Esto muestra que la misericordia de Dios nos precede. Su perdón es pleno y total. Él no solo restaura el vínculo, sino que también lo celebra.

Teológicamente: Este acto simboliza la gracia divina. El hijo no hizo nada para merecer el perdón, solo se arrepintió. La celebración con un banquete, la túnica, el anillo y las sandalias, representa la restitución completa de su dignidad como hijo. El perdón de Dios nos devuelve nuestra identidad perdida.

Espiritualmente: La historia es un recordatorio de que siempre hay un camino de regreso. No importa cuán lejos hayamos caído, el amor de Dios es una luz que nos guía de vuelta. Es un amor que no se cansa ni se rinde.

Místicamente: El reencuentro es un momento de unión profunda. La fiesta no es solo una celebración externa, sino un reflejo del gozo interior que se experimenta al volver a la comunión con Dios. Es la experiencia de ser amado incondicionalmente, un sentimiento que trasciende el entendimiento racional y se vive en el corazón.

El Amor de Dios Supera la Condición Humana: La parábola es un mensaje claro de que el amor de Dios es más grande que cualquier error o miseria humana. La misericordia divina es la respuesta al pecado y al sufrimiento. Dios no nos abandona en nuestra miseria, sino que nos busca y nos celebra.

Al final, la parábola contrasta el amor incondicional del padre con la actitud del hermano mayor, que representa la rigidez de quienes creen que el amor y la salvación se ganan con méritos. La respuesta del padre al hermano mayor es: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era preciso hacer fiesta y regocijarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". Este versículo encapsula la esencia del mensaje: el amor de Dios se enfoca en restaurar a los perdidos, y ese acto de redención es la máxima expresión de su alegría.

lunes, 1 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIII - C (07 de setiembre de 2025)

 DOMINGO XXIII - C (07 de setiembre de 2025)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 14,25 - 33:

14,25 Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:

14,26 "Cualquiera que venga a mí y no ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.

14,27 El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

14,28 ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?

14,29 No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:

14,30 "Este comenzó a edificar y no pudo terminar".

14,31 ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?

14,32 Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

14,33 De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23. “El que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado” (Lc 14,11). Respondería Jesús: Se salvaran todos los que dejan ensalzar por Dios. Y Para que Dios nos ensalce hace falta que seamos humildes y sencillos de corazón (Mt 11, 28). Ahora para que Dios nos salve o nos ensalce hace falta que lo amemos como él nos amó (Jn 13,34). El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.  El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará” (Mt 10,37-39).

San pablo dice: “Para mí, Cristo Jesús lo es todo” (Col,3,11) o lo mismo: “A causa del Señor nada tiene valor para mí, todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8), “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). En efecto, para quien piensa de esta manera las palabras del evangelio de hoy tienen mucho sentido. Aunque la  primera impresión que pudiera Jesús suscitar en nosotros es que quiere poner muy alto el precio a su seguimiento. Pero nada concordante es nuestro parecer con el querer y mensaje de hoy. Lo que Jesús busca es decirnos que: "Nadie puede estar al servicio de dos amos, pues amarà a uno y al otro despreciara, no pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo" (Mt 6,24).

No es poner muy alto precio del cielo y menos el tratar de apagar las ilusiones y las esperanzas de nadie y menos se piense que Jesús trata de desanimar a alguien que desea seguirle. Es sencillamente un llamado a la realidad. Y es que, seguir a Jesús y por ende optar por el cielo, no es cosa de juego, no es una broma, ni tampoco un irnos de un buen paseo un fin de semana. Jesús no quiere un corazón dividido de sus discípulos. Seguir a Jesús es una decisión para toda la vida y con todas las consecuencias. Aquí no hay lugar y no debiera haber motivo alguno para dar vuelta atrás, y es que sencillamente Dios no está jugando con nadie, la cuestión del Reino de Dios no es una cosa pasajera y entre bromas.

Dios se jugó todo por la humanidad y por tanto también exige de quien desea seguirle que se la juegue todo por él. Y dígase lo mismo de un matrimonio. ¿A quién le gustaría que se jueguen de él? ¿A quién le gustaría que lo vean hoy como un vaso descartable que se usa y se bota? Dice Jesús: "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Es decir, el amor conyugal es para siempre. De la misma forma, Dios quiere que quien opte por seguirle opte para siempre y con un corazón indiviso y por eso recalca: " Ahí donde esta tu tesoro ahí estará también tu corazón" (Mt 6,21).

Me es imposible seguir hablando y no ceñirme a las mismas palabras de Jesús y lo primero que me viene a la mente es este famoso episodio del joven rico y del doctor de la ley que preguntan al Señor: “Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). Fíjese lo que dice Jesús “dáselo a los pobre todo” y no le dijo y así ya estás en el cielo, sino que, dice luego “vente conmigo”. Y es que nadie puede llegar al cielo por su propia cuenta, con Razón ya dijo en otro episodio: “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6).

“Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos” (Mc 12,28-31).

Así, pues, cuando hoy Jesús nos dice: "Si alguno viene donde mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Jesús nos invita que si queremos seguirle, primero que reflexionemos seriamente, y somos libres de seguirlo, pero si decidimos ir tras su llamada; porque no acepta seguidores que digan si y luego se cansen y se queden a medio camino, como quien comienza a edificar una torre pero no tiene con qué terminarla. La gente se va a reír de él, "comenzó y no pudo terminar". (Lc 14,30). Esto hay que aplicarlo a todo. Por ejemplo en el matrimonio ha de ser lo mismo: "Antes de casarte, piensa si estás dispuesto a llegar hasta el final del camino con este hombre o con esta mujer, y no quejarte y pedir el divorcio." O te casas para siempre o no te cases mejor. Igual habría que decir que si te sientas llamado al sacerdocio o vida consagrada, piénsalo bien, no sea que luego vengas con el cuento de que no era para ti esta forma de vida. Desde luego hay muchos episodios que nos recuerda esta opción a medias que Jesús nunca aceptará: 

“Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a otro: «Sígueme». El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9,57-62).

Jesús ya nos había dicho: “La verdad los hará libres” (Jn 8,32). Jesús no tiene reparo alguno al proponer como meta de su seguimiento una meta muy alta. Ser capaz de aventurarse a una fidelidad que puede llevar hasta la mismísima cruz: “El que quiera venir detrás de mí, que se renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino» (Mt 16,24-28).

"Cualquiera que venga a mí y no ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo… (Lc 14,26). Porque para ser cristiano de verdad hay que tener ganas de serlo, hay que ser capaz de hacer lo que implica el seguimiento, hay que escogerlo personalmente". Así como Dios se jugó del todo por el amor a la humanidad (Jn 15,13). No se pone mano al arado de un momento y luego se deja (Lc 9,62).

Para ser cristianos hay que querer serlo. Y si no, mejor sería borrarse. Y luego Jesús termina con una sentencia clara y definitiva, que explica las condiciones que uno debe ser capaz y estar dispuesto a aceptar: "El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío". Así como para entrar en la universidad, si uno no tiene ganas de estudiar o no sabe, es mejor que no entre, para ser seguidor de Jesús uno tiene que estar dispuesto a renunciar a todo, a escoger a Jesús y su evangelio por encima de todo. Hay que amar a Jesús por encima de toda cosa; hay que aceptar la cruz de Jesús. Y si no, mejor no meterse. ¿Qué significan esas condiciones que Jesús pone a los que quieran seguirlo, las condiciones de amarlo a él por encima de toda cosa, y llevar su cruz? La primera condición es ésa: amar a Jesús por encima de toda cosa. Incluso posponiendo al padre y a la madre, a la esposa y a los hijos... amar a Jesús más que todo lo que uno pueda amar.

Dios, en su Hijo, establece las condiciones para el seguimiento en Lucas 14,25-33. Este pasaje subraya que el discipulado no es opcional ni negociable, sino una llamada radical que exige una respuesta incondicional al indicar: “Yo soy camino, verdad y vida; nadie va al Padre sino no por mi” (Jn 14,6).

Desde una perspectiva teológica, el pasaje de Lucas 14,25-33 nos revela una verdad fundamental: Dios, en su soberanía, es quien establece las reglas del juego y el hombre las cumple si o si (II Tm 2,5). No somos nosotros quienes definimos los términos de la relación con Él, sino que debemos responder a su invitación (Mt 22,8). Jesús no está buscando seguidores a medias, sino discípulos que lo amen por encima de todo (Col 3,11). El evangelio no es un producto que se adapte a nuestras preferencias (Jn 13,8), sino una invitación a una vida nueva que requiere nuestra total sumisión (Mt 22,12). Esto se relaciona directamente con el concepto de la Gracia Divina (Stg 4,6), la cual es un don inmerecido de Dios. Nuestra única respuesta es la fe y la obediencia, que se manifiestan en la disposición a dejarlo todo por Él (Mt 16,24).

Reflexivamente, este pasaje nos invita a una profunda introspección. En un mundo donde el individualismo y el "yo decido" son la norma. Jesús nos confronta con la idea de que, para ser verdaderamente libres, debemos entregar el control. La renuncia a la familia, a los bienes y a la propia vida (simbolizada en la cruz) no es un acto de pérdida, sino de ganancia (Flp 3,8). Al desprendernos de todo aquello que nos define y nos ata, nos abrimos a una nueva identidad en Cristo. ¿Qué nos impide seguir a Jesús? A menudo, no son las grandes cosas, sino los pequeños apegos que llenan nuestra vida. La familia, el trabajo, las posesiones, incluso nuestro propio orgullo, pueden convertirse en ídolos que nos alejan de Dios. El llamado de Jesús es un desafío a la autenticidad, a examinar qué valoramos realmente en nuestra vida, ¿nuestra propia vida o renunciar por aquel que da sentido a nuestra existencia?.

Espiritualmente, el pasaje nos muestra el camino de la santidad (Lv 20,7-8). Este camino comienza con la renuncia a lo que no es Dios (Ecl 1,2) para que se dé el encuentro con Dios. Al "renunciar" a la familia, a los bienes y al propio yo, estamos participando en un acto de vaciamiento de sí mismo (kenosis), imitando a Cristo (Flp 2,8).

La cruz, en particular, no es solo un símbolo de sufrimiento, sino de unión mística con Cristo (Gal 6,14). Al cargar nuestra cruz, nos unimos a su Pasión, y en este acto de entrega, nos purificamos de todo aquello que nos separa de Él (Jn 16,9). Paradójicamente, es a través de esta muerte simbólica que encontramos la verdadera vida (Flp ,1,21). La alegría y la plenitud de la vida espiritual no se encuentran en la comodidad o en la ausencia de problemas, sino en la certeza de que, incluso en el sufrimiento, estamos caminando con el Amado (Jn 15,13). La renuncia es la puerta de entrada (Jn 10,9), la cruz es el camino, y la unión con Dios es el destino (Jn 17,21). Es un viaje que transforma el dolor en gozo (Jn 16,20) , la pérdida en ganancia y la muerte en vida (Gal 2,19-20).

Desde un punto de vista humano, la renuncia a la familia, a los bienes y al propio yo es un acto contracultural. Estamos programados para buscar la seguridad en las relaciones, en las posesiones y en nuestra propia autonomía. El llamado de Jesús desafía esta lógica, proponiendo que la verdadera seguridad no se encuentra en lo que podemos controlar o poseer, sino en la entrega total a Dios.

Espiritualmente, la renuncia es un acto de humildad y confianza. Es reconocer que no somos autosuficientes y que los ídolos de nuestra vida (familia, dinero, poder) nos impiden una relación profunda con lo divino. La renuncia, por lo tanto, es una purificación del corazón que nos libera de los apegos que nos separan de Dios.

La Cruz como Camino: La cruz, en este contexto, no es solo un símbolo de sufrimiento, sino el camino de la unión. En la vida humana, el dolor es inevitable. A menudo, lo evitamos o lo sufrimos en soledad. Jesús nos invita a cargar la cruz, es decir, a abrazar nuestros sufrimientos y unirlos a los suyos.

Espiritualmente, la cruz es el camino de la santificación. Al caminar por este sendero, el dolor se transforma de una experiencia sin sentido a un medio de crecimiento y unión. La cruz, que humanamente representa la muerte, espiritualmente se convierte en el lugar de la muerte del ego, permitiendo que surja una nueva vida en el espíritu.

La Unión con Dios como Destino: El destino de este viaje es la unión con Dios. La paradoja central del cristianismo, y de este pasaje, es que al perder nuestra vida, la encontramos. La renuncia y la cruz no son metas, sino el proceso que nos lleva a la verdadera vida en Dios. Este destino no es solo para el más allá, sino que comienza aquí y ahora.

Este viaje transforma el dolor en gozo porque le da un propósito. La pérdida se vuelve ganancia al descubrir un tesoro mayor que cualquier posesión. La muerte, entendida como la muerte al ego, se convierte en la puerta a una vida plena en la que Dios es el centro. Esta transformación no es un mero cambio de mentalidad, sino una experiencia real y tangible de paz, alegría y propósito que se experimenta en medio de las pruebas. La renuncia, el camino de la cruz y la unión con Dios no son meros conceptos, sino la hoja de ruta para una vida verdaderamente plena y libre. Por lo tanto, la renuncia, el camino de la cruz y la unión con Dios no son conceptos abstractos, sino una hoja de ruta práctica para vivir una vida santa y libre.

La renuncia es un acto de liberación. En un mundo donde constantemente se nos presiona a acumular más, la renuncia a los bienes materiales es un acto de rebeldía que nos libera de la esclavitud del consumismo. De igual forma, la renuncia a las ataduras familiares, en el sentido de poner a Cristo primero, no es un rechazo al amor, sino una reorientación del amor mismo. Al amar a Dios por encima de todo, aprendemos a amar a los demás de una manera más pura y desinteresada, sin las expectativas o dependencias que a menudo nos limitan. Esta renuncia es un paso crucial hacia la autonomía y la verdadera libertad interior.

La Cruz como el Camino de la Transformación Espiritual: Espiritualmente, la cruz es el camino de la santidad. No es un mero sufrimiento sin sentido, sino la aceptación consciente de los desafíos y las pruebas de la vida como oportunidades para crecer. Al cargar nuestra cruz, nos unimos a la Pasión de Cristo, y en esa unión, nuestros sufrimientos se vuelven redentores. Esta transformación espiritual nos permite ver el dolor no como un obstáculo, sino como un medio para purificar el alma y fortalecer la fe. La cruz, que a nivel humano es un símbolo de muerte y fracaso, se convierte en el camino a la victoria.

La Unión con Dios como el Destino de la Plenitud: El objetivo de este camino es la unión con Dios. Esta unión no es una recompensa al final de la vida, sino una experiencia real que comienza aquí y ahora. Es el destino que hace que la renuncia y la cruz valgan la pena. Cuando unimos nuestra vida a la de Dios, descubrimos que el gozo, la paz y el sentido que buscamos en el mundo ya están en Él. La renuncia transforma la pérdida en ganancia, el camino de la cruz transforma el dolor en gozo, y en última instancia, la unión con Dios transforma la muerte en vida. Esta hoja de ruta, marcada por la renuncia y la cruz, nos lleva a una vida verdaderamente santa y libre, porque es una vida en completa comunión para y con Dios.

 

lunes, 25 de agosto de 2025

DOMINGO XXII - C (31 de agosto del e2025)

 DOMINGO XXII - C (31 de agosto del e2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 14 1.7-14:

14,1 Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

14,7 Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:

14,8 "Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú,

14,9 y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.

14,10 Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados.

14,11 Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

14,12 Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.

14,13 Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

14,14 ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Cuando te inviten, colócate en el último sitio, y cuando llegue el que te invitó, te diga: Amigo, pasa más adelante, y quedarás bien delante de todos” (Lc 14,10).

En la lectura del domingo anterior “Preguntaron: Señor, ¿Serán pocos los que se salvan?" Él respondió: Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no podrán entrar” (Lc 13,23-24). Hoy nos da mayores luces de cuantos o quiénes son los que se salven: “Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado" (Lc 14,11). Equivale decir que:

a) Se salvarán todos los que se dejan ensalzar por Dios y eso requiere humildad. El ensalzamiento de Dios suscita la estadía con Dios. Pero requiere que el hombre sepa situarse ante Dios tal cual es: “Dios creó, al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre si sabe reconocerse como criatura de Dios, entonces Dios se encarga de ensalzarlo al darle el soplo de su Espíritu (Gn 2,7).

b) “El que se ensalce (Soberbia) será humillado” (Lc 14,11). El que no se deja ensalzar por Dios; sino que, busca ensalzarse a sí mismo. Dios al crear al hombre le dijo: “No comerás del árbol prohibido, el día que comas de ella ten certeza que morirás” (Gn 2,16).  Mas luego, se nos describe que: “Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,4-5). El pecado del demonio es precisamente el ensalzarse así mismo, prescindiendo del querer de Dios. Como se cree igual a Dios, instiga al hombre a que desobedezca a Dios y se ensalce así mismo. Por tal razón Dios humillo al Ángel rebelde expulsándolo del paraíso a su propio reino que es el infierno.

Hoy nos ha puesto un ejemplo para los que de veras nos interesa nuestra salvación: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos! (Salvación)" (Lc 14,13-14). “El Rey dirá a los de su derecha: "Les aseguro que cada vez que compartieron un con el más pobres de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles… porque: Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" (Mt 25,40-46). “Den, y se les dará (Lc 6,38). “Dios quiere que todos los hombres se salven, llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).

En la enseñanza de este domingo, Jesús agrega dos consejos respecto al deseo de salvación de la humanidad: 1) “Cuando te inviten a una fiesta, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: Amigo, acércate más, y así quedarás bien delante de todos los invitados” (Lc 14,10). 2) “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.  Y Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos” (Lc 14,13-14).

Las dos enseñanzas de hoy de Jesús bien pueden acuñar una respuesta a otra escena de fiesta en el que alguien entro sin traje de fiesta:   "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta? El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos" (Mt 22,12-14). ¿Qué es ese traje de fiesta que se requiere para estar en fiesta (Cielo)? El traje de fiesta es la santidad. Solo los que son santos serán parte del banquete de bodas del Cordero, es decir gozaran de la vida eterna. Hoy nos da dos pautas más de cómo podemos ganarnos el traje de fiesta: Siendo humildes, buscando siempre los últimos puestos en los banquetes si somos invitados (Lc 14,10), e invitar a los pobres si organizamos una fiesta o banquete (Lc 14,13).

Jesús se interesa mucho por hacernos entender del por qué tenemos que saber amarnos, así por ejemplo explica a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17)). Y el modo como nos amó, es el amor de Dios por cada uno de nosotros al decir: “No hay amor más  grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10,9-11).

Jesús no quiere cristianos que hagamos el ridículo ante la gente. No quiere cristianos arrepentidos que tratan de buscar caminos más fáciles. Jesús quiere cristianos de cuerpo entero que son capaces de jugarse enteros y todo por él, porque él se jugó todo por ti e incluso dios su vida por ti y al respecto San Pablo dice: “El (Cristo Jesús), siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre”(Flp 2,6-11). “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparada con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como basura, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8). “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11).

“Mi dicha y mi felicidad es estar cerca a Dios” (Slm 73,28).

Humildad es la estrategia para estar cerca del Señor: La humildad es una virtud fundamental en el cristianismo, considerada una cualidad que agrada a Dios. La frase que citas de Lucas 14:1, 7-14, es un ejemplo claro de esta enseñanza. Jesús utiliza una parábola para ilustrar la importancia de no buscar la prominencia, sino de humillarse para ser exaltado por Dios.

En Lucas 14,7-14 Jesús está en casa de un fariseo, observando cómo los invitados escogen los primeros puestos en la mesa. Esta acción no era simplemente una cuestión de etiqueta, sino que reflejaba un profundo deseo de honor y estatus social. En la cultura judía de esa época, la posición en la mesa era un indicador directo de la importancia de la persona.

Jesús interviene con una lección sobre la humildad: Aconseja a los invitados a no sentarse en el primer puesto, para evitar la vergüenza de ser relegados a un lugar inferior si llega alguien más importante (Lc 14,8); Enseña que es mejor ocupar un último lugar en señal de modestia y ser invitado a subir, ya que esto le confiere honor delante de todos invitados (Lc 14,10); Concluye con el principio de enseñanza: "Porque todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado (Lc 14,11). Este pasaje es una crítica directa a la autosuficiencia y la búsqueda de gloria personal. La humildad, en este contexto, no es una baja autoestima, sino el reconocimiento de que nuestra valía no proviene de nuestro estatus o de la opinión de los demás, sino de nuestra relación con Dios.

Interpretación Mística: La interpretación mística trasciende el significado literal y se centra en la experiencia espiritual y la unión con lo divino. Desde una perspectiva mística, la humildad no es solo un comportamiento, sino un estado del alma:

Vaciamiento del yo: La humildad mística implica un "vaciamiento del yo" (kenosis), un despojo del ego, la vanidad y el orgullo. Este proceso crea un espacio interior que puede ser llenado por la presencia de Dios.

Dios en el silencio: Los místicos a menudo hablan de encontrar a Dios no en el ruido de la autoafirmación, sino en el silencio y la sencillez. La humildad es la llave que abre la puerta a este espacio interior. Como dice San Juan de la Cruz, "para venir a poseer el todo, no quieras poseer algo en nada". La humildad nos lleva a desear "nada" para que Dios sea nuestro "todo".

Exaltación espiritual: La "exaltación" mencionada en la parábola no es un premio social, sino una elevación espiritual. Es la gracia de Dios actuando en el alma humilde, transformándola y acercándola a la divinidad. La humildad es el cimiento sobre el cual se construye la verdadera vida espiritual.

En resumen, tanto desde una perspectiva exegética como mística, la humildad no es un signo de debilidad, sino una fuente de fuerza y de gracia. Es el camino para que el Señor obre en nuestras vidas, elevándonos de una manera que la gloria humana nunca podría. La humildad es una expresión de la confianza en Dios, ya que confiamos en que Él nos dará el honor que nos corresponde, en lugar de tratar de conseguirlo por nuestra cuenta.

“Todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado" (Lucas 14:11) es una de las frases más conocidas de Jesús, y su demostración exegética se basa en el análisis del contexto literario, histórico y teológico del pasaje. El término exégesis se refiere a la interpretación crítica y completa de un texto, basándose en su contexto original. Para entender este versículo, debemos ver el pasaje completo (Lucas 14:7-14) y su lugar en el Evangelio.

Contexto Literario y Estructural: El Evangelio de Lucas presenta a Jesús como un maestro de la sabiduría que utiliza parábolas y dichos para subvertir las expectativas sociales y religiosas. La parábola del banquete, que precede al versículo 11, es un ejemplo perfecto. Jesús observa cómo los invitados buscan los puestos de honor. Esto revela una preocupación por el estatus y la posición social, una dinámica común en la sociedad de la época. Jesús, al contar la parábola, invierte esta lógica. Sugiere que es mejor sentarse en el último lugar, no por un falso sentido de modestia, sino para ser exaltado por el anfitrión. El anfitrión, que representa a Dios, es quien tiene el poder de elevar a la persona. La frase de Lucas 14:11 actúa como la conclusión y el principio moral de la parábola.

El verbo griego para "ensalzar” que significa "elevar," "exaltar," u "honrar." Este mismo verbo se usa en otros pasajes para hablar de la exaltación de Jesús por parte del Padre (por ejemplo, en Hechos 2:33 y 5:31). Por otro lado, el verbo "humillar", que significa "rebajar," "humillar,". En la teología de Lucas, la verdadera grandeza no se mide por la posición social, sino por la humildad. El que busca la grandeza por sus propios medios (el orgullo) será rebajado por Dios, mientras que el que se humilla (por obediencia y servicio reconociendo la soberanía de Dios) será exaltado por Él. La exaltación es un don divino, no un logro humano.

Conclusión Exegética: La exégesis de Lucas 14:11 revela que Jesús no está simplemente dando un consejo de etiqueta social. Está estableciendo un principio fundamental del Reino de Dios: la inversión de los valores humanos. En el Reino de Dios, el camino hacia la grandeza no es el orgullo y la auto-exaltación (quien se ensalce), sino la humildad y la auto-negación (quien se humille). Este principio resuena en toda la enseñanza de Jesús, desde la bienaventuranza de los pobres de espíritu (Mateo 5,3) hasta el lavatorio de los pies (Juan 13). La frase es un resumen de la ética de Jesús y del carácter del Dios que él revela. La humildad es el camino para ser reconocido y honrado por Dios, mientras que el orgullo es una barrera en el camino que conduce a la humillación.

domingo, 17 de agosto de 2025

XXI DOMINGO T.O. - C (24 de agosto del 2025)

 XXI DOMINGO T.O. - C (24 de agosto del 2025)

Proclamación del santo Evangelio de San Lucas 13,22 - 30:

13:22 Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

13:23 Una persona le preguntó: "Señor, ¿Serán pocos los que se salven?" Él respondió:

13:24 "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

13:25 En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".

13:26 Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas".

13:27 Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!"

13:28 Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.

13:29 Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.

13:30 Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

Preguntan a Jesús: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" (Lc 13,23).   Si son pocos los que se salven, entonces ¿serán muchos los que se condenen? O ¿serán muchos los que se salven y pocos los que se condenen? La respuesta del Señor es: Se salvaran todos los que saben amar, porque Dios es amor (I Jn 4,8). Por eso ya nos ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Ahora mismo nos ha dicho también: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán” (Lc 13,24). Y se nos agrega al decir: “Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición (condenación), y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida (salvación), y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7,13-14). Como Dios es amor; la puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres; siempre que el hombre sepan vivir en el amor de Dios.

La pregunta por la cantidad de salvados se contextualiza con la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le preguntó a su vez al doctor de a ley: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?" Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la salvación" (Lc 10,25-28).

Jesús puso en la parte central de su enseñanza el tema del amor cuando dijo: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34). El amor de Dios no tiene límites, el amor de Dios no conoce de números si entendemos que el medio de salvación es el amor. Ya, al inicio, mismo Jesús explica a Nicodemo al decir: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17)). También, en entro contexto dice: “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10,9-11).

Hoy en su enseñanza termina Jesús termina con una afirmación bien sencillo: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el reino"(Lc 13,29). Ahí tienes la universalidad de la Salvación. El odio y el desamor cierran muchas puertas por anchas que sean; en tanto que el amor, abre y ensancha las puertas más estrechas. ¿Recuerdas aquello del Apocalipsis del 144.000 salvados? Algunos tacaños como el que le hace la pregunta a Jesús se olvidan que a continuación dice: "Y vi una multitud inmensa que nadie podía contar (Ap 14,1).

Sin dudo, que en el Evangelio hay exigencias bien duras porque ahí se nos expone el precio del cielo. Tampoco dudo de que el Evangelio no esté con paños calientes, ni poniendo parchecitos a la vida. Sin embargo, el Evangelio sigue siendo lo que es "Evangelio", es decir "Buena Noticia". La mejor noticia es que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (I Tm. 2,4). La puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres. Pero es tan ancha como el corazón de Dios y por el corazón de Dios podemos entrar todos, incluso si vamos en montón. Pues, a decir verdad, a mí no me quita demasiado el sueño. Por una razón muy sencilla, Jesús no es de los que juegan a los números.

No dice si serán pocos o serán muchos los que se salven, y ni siquiera me asusta su respuesta de que hay que entrar "por la puerta estrecha". Claro que la puerta del mal dicen que es mucho más ancha y que por ella entran hasta los gorditos. Con ello no digo que todos los gorditos se van al infierno y los flaquitos al cielo… no no. Al respecto dice San Pablo: “Piensen que el Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

Lo que nosotros vemos como estrecho, para Dios es bien ancho. Evidente que no todos querrán entrar por esa puerta, pero ¿saben ustedes cuál es la puerta de la que habla Jesús? Pues el mismo lo dijo: "Yo soy la puerta y el que entra por mí..." Nadie me dirá que Jesús es tan estrecho como nosotros. La puerta de la salvación es Jesús y Jesús fue capaz de amar y entregarse por todos. ¿Quién es capaz de dar la vida por mí, tendrá un corazón tan estrecho que solo entren los delgados? Además, la puerta de la salvación es el amor y el amor es tan ancho que cabemos todos.

Eso sí, para salvarse no es suficiente comer ni beber con Jesús, ni enseñar en las plazas (Lc 13,26). Jesús solo reconoce a los que aman y a los que se aman, a los que aman como Él nos amó (Jn 13,34). Personalmente, me encanta la frase de Pablo en la Carta a los Romanos cuando él mismo se pregunta quién será el juez que le juzgue. Y él mismo se responde: "Aquel que murió por mí." ¿Ustedes tendrían miedo al juicio de quien es capaz de amarles hasta morir por ustedes? Me gusta la frase de Jesús: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Señor y se sentarán a la mesa en el reino de Dios (Lc 13,19). Así que, amigos, no tengan miedo, pero eso sí hay que entrar por el cristianismo del amor. ¿Recuerdan a San Pablo cuando se refiere al amor? “Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad” (I Cor 13,1-6).

La pregunta que le hace este personaje a Jesús es pregunta de corte egoísta y pesimista: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). El generoso, el entusiasta preguntaría de otra manera: "Señor, ¿serán muchos los que se salven verdad?" La pregunta misma indica que este tipo conoce bien poco el corazón de Dios y conoce bien poco el corazón de Jesús, siempre dispuesto a dar su vida por la salvación de todos (Jn 10,11). Además, a Dios no le van como ya dijimos las matemáticas. En todo caso, le encanta más sumar y multiplicar que restar y dividir. Yo creo y me gusta Dios precisamente por eso porque a mí tampoco me gustaban las matemáticas, prefería la literatura pero una literatura que nace de experiencia de vida. Yo sigo prefiriendo un amor sin matemáticas, a lo más prefiero un amor que suma y multiplica. 

Personalmente soy de los que cree que son muchísimos los que se salvan, incluso aquellos que nosotros condenamos tan fácilmente. Yo estoy seguro que Dios salva a lo que nosotros condenamos y que cuando lleguemos junto a Él, y los encontremos por allí, nos vamos a llevar una gran sorpresa. ¿Este aquí? Es que Dios es amor (I Jn 4,8) y el amor no condena. Dios es amor y conoce de sobra las debilidades humanas. El amor suple nuestras debilidades. Por eso me encanta la respuesta que Jesús da a los maestros de la ley por la mujer adúltera: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra… Jesús dice a la adultera yo tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar más” (Jn 8,7-11).

Me gusta gente de mentalidad positiva. Me encantan los que todo lo ven desde el amor como Juan en su Primera carta, en el que todo habla sobre el amor. Me encantan aquellos que son ciegos a lo malo y saben descubrir lo bueno que hay, incluso en los peor del mundo.

¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos (Mc 12,28-31). Por tanto la respuesta a la pregunta: “¿Pocos se salvaran?” (Lc13,23) Jesús responde que se salvará quien sabe amar de verdad. “Si uno dice yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (I Jn 4,20-21).

A partir del pasaje de Lucas 13, 22-30, la pregunta "¿Serán pocos los que se salven?" puede abordarse desde diversas perspectivas el tema de la salvación. La respuesta de Jesús no es un simple "sí" o "no" o números y ni siquiera de estadística, sino una exhortación o llamada a la urgencia y a la responsabilidad personal.

Perspectiva Bíblica y Exegética: El pasaje bíblico presenta un diálogo en el que alguien le pregunta a Jesús si son pocos los que se salvan. La respuesta de Jesús se centra en la metáfora de la puerta estrecha:

Lucas 13, 24: "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán."

Contexto Inmediato: Jesús está de camino a Jerusalén, un viaje que culmina en su pasión y muerte. Este viaje es simbólico del camino de la fe, que no es fácil.

Análisis del término "esfuércense": La palabra griega denota una lucha intensa, como la de un atleta en una competencia. Esto sugiere que la salvación no es automática o pasiva, sino que requiere un compromiso activo y una lucha contra las tentaciones y el pecado.

La Puerta Estrecha: Simboliza la conversión y el discipulado radical. Es el camino del seguimiento de Cristo, que implica sacrificio, renuncia y una vida de virtud.

Los "muchos" que no podrán entrar: No se refiere a un número limitado de personas, sino a la multitud que confía en una salvación basada en méritos externos o en una relación superficial con Dios ("Hemos comido y bebido contigo" Lc 13,26).

La respuesta de Jesús, por lo tanto, no es una estadística. Es una advertencia. La salvación es posible para todos, pero exige un compromiso radical y no es de improvisar, sino un proceso continuo desde el día del uso de la razón hasta la muerte corporal.

Perspectiva Teológica: Desde un punto de vista teológico, la respuesta de Jesús aborda la relación entre la gracia y la libertad humana.

Teología de la Gracia: La salvación es un don de Dios, no algo que se pueda ganar por méritos propios. Sin embargo, este don requiere una respuesta libre y activa por parte del ser humano. La "puerta estrecha"(Lc 13,24) no es algo que el hombre pueda abrir solo, pero sí debe "esforzarse" por pasar a través de ella una vez que Dios la ha abierto por su hijo (Lc 3,22).

Universalismo vs. Particularismo: El pasaje evita un universalismo simplista (todos se salvan sin esfuerzo, sin cruz) y un particularismo fatalista (solo unos pocos predestinados se salvan). La salvación es universalmente ofrecida, pero su aceptación depende de la respuesta libre de cada persona.

El rechazo y el llanto (Lc 13, 28-30): El pasaje concluye con la imagen del "llanto y el crujir de dientes" de aquellos que son excluidos. Teológicamente, esto representa el dolor de la autoexclusión de la comunión con Dios (cielo), una consecuencia de la libre elección de vivir sin la gracia divina (infierno). La salvación no se pierde por falta de oportunidad, sino por el rechazo de la oferta.

Perspectiva Filosófica: La pregunta y la respuesta de Jesús pueden ser analizadas desde la filosofía moral y la metafísica.

Libre Albedrío y Responsabilidad: La respuesta de Jesús enfatiza la responsabilidad individual. Si la salvación dependiera de un número fijo, el esfuerzo humano carecería de sentido. El pasaje de Lucas reafirma el libre albedrío humano y la capacidad de cada individuo para tomar decisiones morales que afectan su destino final.

Justicia y Meritocracia: El pasaje critica una visión meramente meritocrática de la salvación ("Hemos comido y bebido contigo" Lc 13,26). La justicia divina no se basa en relaciones superficiales o en la pertenencia a un grupo, sino en la coherencia entre la vida y la fe.

Plenitud: Desde una perspectiva aristotélica, la puerta estrecha puede ser vista como el camino hacia la verdadera felicidad o eudaimonía. Esta no se alcanza fácilmente, sino a través de la virtud y la práctica constante del bien, lo que requiere un "esfuerzo" considerable.

Perspectiva Espiritual y Mística: La respuesta de Jesús trasciende lo puramente racional y apunta a una realidad espiritual más profunda.

El Yo Falso y el Yo Verdadero: La puerta estrecha puede simbolizar el renunciar al ego y a todas las ilusiones que nos separan de Dios. El "esfuerzo" no es tanto una lucha con lo externo, sino una lucha interna para morir al yo egoísta y renacer al verdadero yo, en unión con lo divino.

La Transformación Interior: La salvación no es un evento futuro, sino un proceso de transformación interior que se vive en el presente. El "llanto y crujir de dientes"(Lc 13,28). representa el estado de conciencia de aquel que, al final de su vida, se da cuenta de que ha construido su existencia sobre la ilusión y la separación, y el dolor de esa constatación es insoportable.

La paradoja del número: La frase "los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos" (Lc 13, 30) es una paradoja mística. Desafía la lógica humana de las clasificaciones y la jerarquía. La salvación no es un asunto de estatus, tiempo o pertenencia, sino de humildad y entrega total a Dios, que a menudo se encuentra en aquellos que el mundo considera "últimos".

A partir del pasaje de Lucas 13, 22-30, la pregunta " Si ¿Serán pocos los que se salven?" entonces serán muchos los que se condenen? Si son muchos o pocos los que se salven ¿qué hacer para ser parte de los que se salvan? Jesús no ofrece una respuesta numérica a la pregunta de si serán pocos los que se salven. En cambio, redirige la atención de una cuestión de cantidad a una de cualidad y esfuerzo. La respuesta implícita es que la salvación no es una cuestión de números, sino de compromiso personal y acción radical.

Perspectiva Exegética: Jesús evita dar una estadística sobre la salvación. La pregunta del interlocutor, "¿Serán pocos los que se salven?", es respondida con una exhortación: "Esfuércense por entrar por la puerta estrecha" (Lc 13, 24). Este "esfuerzo" no se refiere a un trabajo o mérito humano que nos gane la salvación, sino a una lucha intensa y una dedicación total en el seguimiento de Cristo. La puerta estrecha simboliza la entrada al reino de Dios, que es accesible para todos, pero exige un cambio de vida radical. Jesús no dice que la puerta es demasiado pequeña para muchos, sino que la mayoría no está dispuesta a hacer esfuerzo y lo necesario para pasar por ella. La "puerta" representa la aceptación de Jesús como el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6), lo que a menudo implica la renuncia a la comodidad, el ego y las estructuras del mundo.

La parábola concluye con la imagen de los que son excluidos: "Muchos tratarán de entrar y no podrán" (Lc 13, 24). La razón no es que la puerta esté cerrada, sino que llegan demasiado tarde, cuando el amo de la casa ya ha cerrado la puerta (Lc 13,25; Mt 25,10). Los excluidos protestan diciendo: "Hemos comido y bebido contigo" (Lc 13, 26). Esto ilustra que una relación superficial o una mera afiliación a una comunidad religiosa no garantizan la salvación. La salvación es una cuestión de corazón y acción, no de privilegios o rituales vacíos.

Desde un punto de vista teológico, la salvación no se puede cuantificar, ya que es un don de la gracia divina, que es infinita e incondicional. La pregunta de los números es irrelevante para Dios, cuya voluntad es que "todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).

La gracia y el libre albedrío: La respuesta de Jesús a la pregunta de los números resalta la tensión entre la gracia divina y el libre albedrío humano. Dios desea la salvación de todos (gracia), pero el hombre tiene la libertad de aceptar o rechazar esta oferta (libre albedrío). Los que se pierden lo hacen por su propia decisión de no esforzarse por la puerta estrecha.

Juicio y justicia divina: La imagen de los que son arrojados fuera es una manifestación de la justicia divina. La salvación no es un derecho automático; es una respuesta a la libre elección de vivir en conformidad con la voluntad de Dios. La exclusión no es un acto arbitrario de Dios, sino el resultado inevitable del rechazo humano a la gracia.

La salvación como proceso: La salvación no es un evento único, sino un proceso de santificación que dura toda la vida. La puerta estrecha representa el comienzo de este viaje. El esfuerzo continuo en la vida de fe es la respuesta humana a la gracia de Dios. Filosóficamente, la respuesta de Jesús rechaza el fatalismo y el determinismo, y abraza el existencialismo teológico.

Libertad y responsabilidad: La exhortación de Jesús a "esfuércense" subraya la importancia de la elección personal y la responsabilidad moral. Si la salvación dependiera de un número fijo, las acciones humanas carecerían de significado. La respuesta de Jesús reafirma que la elección es lo que moldea el destino final de cada individuo.

Crítica al utilitarismo y al pragmatismo: La respuesta de Jesús critica la idea de que la salvación puede ser alcanzada por medios pragmáticos (como la mera pertenencia a un grupo). La salvación es un asunto de verdad y autenticidad, no de conveniencia. La salvación no es un premio al final de la vida, sino la realización del telos o propósito del ser humano: vivir en comunión con Dios. El "esfuerzo" es la praxis necesaria para alcanzar esta meta. Desde una visión espiritual, la salvación es una cuestión de conciencia y unión interior. La puerta estrecha simboliza el camino hacia el conocimiento del yo y la unión con lo divino.

Muerte del ego: Para entrar por la puerta estrecha, uno debe morir al ego. El ego es lo que nos separa de la verdad y de la unidad. El "esfuerzo" es la disciplina espiritual necesaria para superar la ilusión de la separación.

La salvación como estado de ser: La salvación no es un lugar al que se va, sino un estado de ser. Quienes están en el camino de la salvación viven en un estado de conciencia despierta y unión con Dios. Los que son excluidos están en un estado de "sueño", sin ser conscientes de su verdadero ser. La frase "los postreros serán los primeros y los primeros, los postreros" (Lc 13, 30) es una paradoja mística que anula toda jerarquía y toda contabilidad. En el reino de Dios, las etiquetas y los rangos terrenales carecen de sentido. Lo que importa es la autenticidad y la humildad.

"¿Serán pocos los que se salven?", Jesús responde con una exhortación: "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha" (Lc 13, 24). Este "esfuerzo" no se refiere a un trabajo o mérito humano que nos gane la salvación, sino a una lucha intensa y una dedicación total en el seguimiento de Cristo que es único camino de salvación. San Pablo agrega y dice: "El atleta no recibe el premio si no lucha de acuerdo con las reglas" (IITm 2,5). Así también para la salvación hay que cumplir reglas estrictas que las pone Dios.

La pregunta sobre si "pocos se salvan" es una preocupación recurrente. Jesús, sin embargo, no da una cifra, sino que redirige la atención a la cualidad del discipulado. La respuesta es una exhortación a la acción y al compromiso total, como una "lucha intensa" en el seguimiento de Cristo.

La referencia a 2 Timoteo 2, 5 ("El atleta no recibe el premio si no lucha de acuerdo con las reglas") añade una capa de significado. San Pablo utiliza la analogía deportiva para enfatizar que la vida cristiana tiene sus propias reglas divinas. La salvación, el "premio", se obtiene a través de la perseverancia y la obediencia a la voluntad de Dios, no de una manera desordenada. Las "reglas" divinas incluyen la fe, la obediencia, el amor al prójimo y la perseverancia.