martes, 4 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXII - C (09 de noviembre del 2025)

 DOMINGO XXXII - C (09 de noviembre del 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 20, 27 - 38:

20,27 Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección,

20,28 y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.

20,29 Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.

20,30 El segundo

20,31 se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.

20,32 Finalmente, también murió la mujer.

20,33 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?"

20,34 Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,

20,35 pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan.

20,36 Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios.

20,37 Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.

20,38 Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. PALABRA DEL SEÑOR.

REFELXIÒN:

Estimados amigos en el señor Paz y Bien

A los saduceos que no creen en la resurrección Jesús les dijo: “Quienes son dignos de la resurrección, no necesitan casarse. Ya no pueden morir, son como los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios” (Lc 20,35-36). San Pablo agrega: “Si anunciamos a Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (I Cor 15,12-14). Si con la muerte termina todo, ¿qué diferencia hay entre la muerte de un perro y un hombre?

“El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella formado y el espíritu vuelve a Dios porque Él lo dio” (Ecl 12,7). Corporalmente todos moriremos, pero el espíritu, que es el alma no muere, vuelve a Dios. Para volver a Dios el alma tiene que ser santo, porque Dios dice: “Sean Uds santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Y para ser santo, el alma debe ser puro y limpio (Mt 5,8). Si el alma no es santo ni es puro no entra en el cielo sino en el infierno (Mt 11,23).

“Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados” (NC Nº 1030). Cielo, infierno, purgatorio son realidades diferentes. Y el único lugar que se presta a la resurrección es el purgatorio. El cieno y el infierno son realidades eternas y no hay en ellas lugar a la resurrección. Y como el purgatorio es eventual si hay lugar a la resurrección previo juicio final.

El tema de enseñanza de este domingo es precisamente la resurrección. ¿Hay resurrección o no hay resurrección? ¿Y si hay resurrección en qué consiste esa resurrección? ¿La resurrección es la prolongación de la vida presente? ¿Será la resurrección una vida completamente distinta? y si es así ¿Cómo quedaran los problemas pendientes de este mundo como el matrimonio? Son preguntas que Jesús nos aclara hoy.

A la inquietud de los saduceos que no creen en la resurrección (Lc 20,27), Jesús dijo enfáticamente: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen en ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” (Lc, 20,34-38).

El modo de cómo responde Jesús a esta inquietud de los saduceos, me gusta como describe San Marcos: “¿Ustedes están equivocados porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? (Ex 3,6). Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error». (Mc 12,24-27).

San Pablo nos dice al respecto: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

La respuesta de Jesús es clara: claro que hay Resurrección y que resucitar no es una simple prolongación de esta vida, sino que es transformar nuestra vida en una vida glorificada, donde la única realidad será el ser “hijos de Dios” y que, por eso, Dios no es un Dios de muertos, un Dios de cementerios, sino un Dios de vivos, de los que viven para siempre (Lc 20,38). La escena del Evangelio de hoy se da entre Saduceos y Jesús. Los saduceos no eran demasiado bien vistos. Ellos no creían en la resurrección (Lc 20,27) y dándoselas de listos y de quien quiere poner en ridículo a Jesús le presentan el caso de la mujer y sus siete maridos (Lc 20,29).

Hoy por hoy son muchos los que toman la religión como un pasa tiempos, como si fuese un cuento de niños. Incluso, no faltan quienes se admiran de que un hombre con estudios, siga creyendo en Él. Dios pareciera ser para ignorantes, para todos, para gente sin cabeza porque la gente que se cree muy intelectual inmediatamente suele decir: “Creer es cosa de ignorantes y cosa del pasado.” Bien cae la cita: “El necio se dijo no hay Dios” (Slm 14,1). Sería bueno meditar y pensar que Dios es algo muy serio y por este principio de fe que creemos somos diferentes de los animalitos. El catecismo cita y dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios” (NC 27).

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21). En efecto, Dios no existe para quienes prefieren vivir a su libre albedrio y por libre sin que nadie les estorbe. Dios no existe para quienes viven una pobreza de vida que más que vivir, existen. Dios no existe para quienes se contentan con la vida sin horizontes o que, a lo más él único horizonte que tienen son ellos mismos. Dios no existe para quien solo tiene ojos para ver el mundo y es incapaz de ver el otro lado de las cosas. Para los saduceos no existía más que esta vida y si existía algo más allá no era sino la prolongación de la felicidad de aquí. De ahí el problema de quién será mujer si los siete se han casado con ella. Una visión miope de la vida, una visión de la vida recortada a los planes de este mundo. Por eso le proponen el caso a Jesús como una manera de ridiculizar la resurrección y el cielo.

No se puede ridiculizar a los hombres, menos a Dios. No se puede ridiculizar esta vida, pero menos todavía la nueva vida de la resurrección. Porque quien vive sin resurrección vive sin futuro. Aún en la hipótesis de que no existiese nada, valdría la pena creer en ella para que no vivamos siempre frente al paredón de la muerte tras el cual no existe nada. Saber que vivimos solo para morir, qué sentido tiene. Pero claro esta saber distinguir las dos dimensiones del hombre: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios – dijo Jesús- Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,3-6). En la dimensión humana o la carne moriremos, nadie es ser eterno, hasta Cristo Jesús murió (Lc 23,46), Pero es también cierto que como seres espirituales resucitaremos y el primero de todos es Cristo Jesús: “Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día” (Lc 24,5-7).

Desde la dimensión espiritual, Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida quien cree en mi aunque haya muerto vivirá" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (Jn 5, 24-25) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (Mc 10, 34).

Si por la fe creemos en estas palabras de Jesús, hay que ser sus testigos, no solo es suficiente creer (Mc 16,15-16). Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22), "haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él. Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

¿Cómo resucitan los muertos? En la muerte que es separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción que es la muerte, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús. ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; Dn 12, 2). ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora estamos revestidos, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44). “Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53). Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo glorificado.

Los saduceos a Jesús. Los saduceos, un grupo religioso judío influyente, solo aceptaban el Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia) y negaban la resurrección de los muertos.

El Dilema del Levirato: Presentan a Jesús un caso extremo basado en la ley del levirato (Dt 25:5), donde siete hermanos se casan sucesivamente con la misma mujer para darle descendencia al primero, y mueren sin hijos. Preguntan: "¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección?". Su objetivo era dejar en ridículo la idea de la resurrección.

La Respuesta de Jesús (Lc 20,34-36): Jesús refuta su premisa. Él distingue entre: "Los hijos de este mundo" (la vida presente), donde "los hombres se casan y las mujeres toman esposo". El matrimonio aquí es la norma.

"Los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos", de quienes dice: "no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio".

La teología detrás de las palabras de Jesús revela un cambio radical en la condición humana en la vida futura.

El Matrimonio como Institución Temporal: En la tierra, el matrimonio cumple principalmente dos propósitos: la procreación ("dar descendencia") y la compañía/ayuda mutua. En la resurrección, la necesidad de procrear desaparece, pues: "Ya no pueden morir" (Lc 20,36). La inmortalidad elimina la necesidad de la procreación para perpetuar la especie. "Son iguales a los ángeles" (Lc 20,36). Jesús no dice que se convierten en ángeles, sino que serán como ellos en el sentido de su modo de existencia y su relación con la muerte, un estado de gloria e inmortalidad que no requiere del matrimonio terrenal para su plenitud.

La Plenitud de la Relación con Dios: En la resurrección, el lazo principal de cada persona será con Dios mismo. La comunión con Dios (la visión beatífica) es la fuente inagotable de toda felicidad y plenitud. La relación conyugal, aunque buena y santa en la tierra, es superada por esta unión directa y perfecta.

"Dios no es de muertos, sino de vivos". La segunda parte de la respuesta de Jesús aborda la creencia central: la resurrección misma. Argumento de la Zarza Ardiente (Lc 20,37-38): Jesús cita el Pentateuco, la única Escritura aceptada por los saduceos (Éxodo 3:6), donde Dios se presenta a Moisés como el "Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob".

Dios es el Dios de los Vivos: El argumento clave es que, si Dios sigue identificándose con los patriarcas mucho después de su muerte física, es porque ellos están vivos para Él. Dios mantiene una relación vital con ellos; por lo tanto, la resurrección es una realidad asegurada.

Vida en Plenitud: La frase "no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos" significa que la vida eterna es una existencia plena, activa y consciente. Espiritualmente, esta vida futura es tan superior que las instituciones de la vida presente, como el matrimonio (que está ligado a la muerte y la procreación), ya no son necesarias. La Comunión de los Santos en la vida resucitada será una forma de relación más profunda y perfecta, unificando a todos como "hijos de Dios" (v. 36), donde el amor conyugal se transforma en el amor perfecto y universal de la nueva creación.

En resumen, la ausencia de matrimonio en la resurrección no es una pérdida, sino una transformación a una forma de existencia donde las necesidades y limitaciones terrenales.


XXXII DOMINGO – C (09 de noviembre de 2025)

Proclamación del santo evangelio Según San Juan 2,13-22:

2,13 Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén

2,14 y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

2,15 Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas

2,16 y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio».

2,17 Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

2,18 Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?».

2,19 Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar».

2,20 Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».

2,21 Pero él se refería al templo de su cuerpo.

2,22 Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y bien en el Señor:

Cuando Jesús dice “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” se refiere a su resurrección con lo que cumple lo que dijo: "Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» según Lc 24,44. Jesús, al decir "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2:19), se refirió a la Resurrección de su propio cuerpo, inaugurando así una nueva forma de adoración que cumple con la declaración "Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (Jn 4:24).

Perspectiva Bíblica: El Templo del Cuerpo: El Evangelio de Juan aclara la intención de Jesús. Después de que los judíos le piden un signo por haber purificado el Templo, Jesús les da esta enigmática respuesta. El texto bíblico inmediatamente después comenta: "Pero él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2:21). Los discípulos, después de la Resurrección, recordaron esta palabra y creyeron (Jn 2:22).

Cumplimiento en la Resurrección: La "destrucción" fue su muerte en la cruz, y el "levantamiento en tres días" fue su Resurrección. Este evento fue el signo definitivo que acreditó su autoridad mesiánica y divina, confirmando la verdad de todas sus enseñanzas.

La Ley y los Profetas: La cita de Lucas 24:44 se da tras la Resurrección, cuando Jesús explica a sus discípulos que "era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". La Resurrección es el cumplimiento fundamental de las Escrituras, que abren la puerta a una nueva era.

Cristo, el Nuevo Templo: Teológicamente, Jesús sustituye al Templo de Jerusalén. El Templo físico era el lugar de la presencia de Dios (la Shekinah) y el centro del culto (sacrificios y purificación). Al resucitar, el cuerpo glorioso de Jesús se convierte en el lugar permanente de la presencia de Dios entre los hombres. El Templo ya no es una estructura de piedras, sino la Persona de Cristo mismo y, por extensión, su Cuerpo Místico, que es la Iglesia.

Adoración "en Espíritu": El Espíritu Santo, prometido y enviado tras la glorificación de Jesús (su Resurrección y Ascensión), es el agente de la nueva adoración. Si "Dios es espíritu" (Jn 4:24), la única forma de adorarle es a través del Espíritu, el mismo Espíritu que resucitó a Jesús (Rom 8:11). Esto marca el fin de la adoración limitada a un lugar geográfico (como el templo o el monte Gerizim) y el comienzo de la adoración universal e interior.

Adoración "en Verdad": Jesús es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14:6). Adorar en verdad significa adorar a través de Él y de acuerdo con su revelación. La Resurrección, como evento culminante, es la verdad más grande revelada sobre la naturaleza de Jesús y el plan de Dios. La adoración verdadera es, por lo tanto, la participación en el misterio Pascual de Cristo.

El Templo Interior: Místicamente, la destrucción y reconstrucción del Templo en tres días simboliza la muerte al ego y la resurrección espiritual del creyente. Para adorar "en espíritu y verdad", el adorador debe permitir que su "viejo templo" (su vida centrada en sí mismo, el pecado) sea "destruido" para que Cristo, el Espíritu Santo, pueda "levantar" un nuevo templo interior.

Unión con el Resucitado: La adoración "en espíritu" es la experiencia de comunión viva con el Cristo Resucitado. Es una adoración que se realiza no por actos externos o rituales vacíos, sino por la entrega total del espíritu humano al Espíritu de Dios, que nos hace partícipes de la Vida de Cristo. El verdadero lugar de encuentro con Dios es el corazón purificado del creyente.

Perspectiva Homilética: Queridos hermanos, el Señor nos desafía a ser verdaderos adoradores.

El Cambio de Templo: La Resurrección de Jesús, el Templo definitivo, nos anuncia que la vieja estructura de la Ley y los sacrificios ha quedado atrás. La pregunta que los judíos hicieron: "¿Qué signo nos das?" (Jn 2:18), ha sido respondida en la carne de Cristo, en su Cuerpo glorificado. ¡Ese es el signo!

El Fin de la Geografía Sagrada: Ya no peregrinamos a un templo de piedra para encontrar a Dios. El Señor nos dice: "Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". Esta es la libertad de la fe. No necesitamos un lugar fijo, sino una disposición fija del corazón. La verdadera adoración se realiza ahora en el Espíritu Santo, que ora en nosotros (Rom 8:26), y en la Verdad de Cristo, que se nos ha revelado.

La Resurrección Personal: El Señor nos invita a aplicar este misterio a nuestras vidas. Cada uno de nosotros es un templo de Dios (1 Cor 6:19). ¿Hemos permitido que nuestras viejas estructuras, nuestros hábitos de pecado, sean "destruidos" en el Bautismo y en la penitencia? La promesa de Jesús es que, si le entregamos nuestra "destrucción", Él nos "levantará en tres días"; nos llenará con su vida de Resurrección, capacitándonos para vivir y adorar en la única forma que agrada al Padre: "en espíritu y en verdad".

El Cambio de Templo es La Resurrección de Jesús, el Templo definitivo, lo mismo que nos anuncia que la vieja estructura de la Ley y los sacrificios ha quedado atrás. La pregunta que los judíos hicieron: "¿Qué signo nos das?" (Jn 2:18), ha sido respondida en la carne de Cristo, en su Cuerpo glorificado. ¡Ese es el signo! Mayor signo del cumplimiento de la promesa de Dios: "Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo" ( Jer 31,33).

El Templo Nuevo: Adoración Escrita en el Corazón:

Nos detenemos hoy ante una de las declaraciones más profundas y desafiantes de nuestro Señor: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2:19). Esta no es solo una profecía de su resurrección, es la declaración de un cambio cósmico en la relación de Dios con la humanidad.

1. El Signo Definitivo: El Cuerpo de Cristo

Cuando los líderes religiosos le preguntaron a Jesús: "¿Qué signo nos das para actuar así?" (Jn 2:18), buscaban una prueba visible, una maravilla que justificara su autoridad. Ellos esperaban que restaurara el viejo templo, que lo hiciera más grande o más glorioso.

Pero Jesús les ofrece un signo infinitamente superior y completamente inesperado: Él mismo. El Evangelio nos aclara: "Él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2:21).

  • La Destrucción: Fue el Viernes Santo, su sacrificio en la cruz.
  • La Reconstrucción: Es el Domingo de Resurrección, su Cuerpo Glorificado (Lc 24,44).

¡Este es el signo! El signo no es una piedra movida o un rito cumplido; es la carne de Dios hecha Templo definitivo, un Templo que la muerte no puede retener.

2. La Antigua Estructura Queda Atrás

La Resurrección de Jesús, el Templo Nuevo, marca el fin de la "vieja estructura de la Ley y los sacrificios". El Templo de Jerusalén era el lugar de la separación. Era necesario para los sacrificios, para la purificación ritual, para acercarse a la Presencia (el Santo de los Santos). Era un sistema basado en:

  1. Mediación: Sacerdotes, sacrificios de animales.
  2. Externo: Ritos, normas, un lugar geográfico.

Con la Resurrección, todo eso queda atrás. El velo del Templo se rasgó (Mt 27:51) porque el acceso a Dios ya no está restringido. No hay más necesidad de sacrificios de sangre del macho cabrío, pues el Cordero de Dios se ha inmolado una vez y para siempre: Jesús es ahora nuestro Sumo Sacerdote, nuestro Sacrificio, y nuestro Lugar Santo.

El Templo es reemplazado por la Persona; el rito por la Vida; la geografía por la Gracia.

3. La Promesa Cumplida: Adoración Interior

Y aquí, hermanos, encontramos la conexión gloriosa con la promesa de Dios en Jeremías. El profeta anunció una Nueva Alianza:

"Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo" (Jer 31:33).

La Resurrección de Jesús es el mayor signo del cumplimiento de esta promesa.

  • ¿Dónde estaba antes la Ley? En las tablas de piedra, fuera de nosotros.
  • ¿Dónde está ahora la Ley? Escrita en el corazón, en nuestro interior.

El Templo físico estaba fuera; el Templo definitivo, Cristo, ahora vive en nosotros por el Espíritu. ¡Hemos pasado de la adoración en la piedra a la adoración en el Espíritu!

Cuando Jesús dice que debemos adorar "en espíritu y en verdad" (Jn 4:24), nos invita a vivir la profecía de Jeremías:

  • En Espíritu: Porque el Espíritu Santo es quien escribe la Ley de Amor en el corazón.
  • En Verdad: Porque la Verdad es Cristo Resucitado, el Templo en el que la Ley del Padre se cumple a la perfección.

Conclusión y Llamada:

Hermanos, la Resurrección nos dice que ya no somos peregrinos buscando un edificio, ¡sino templos ambulantes del Dios vivo!

Si Jesús es el Templo definitivo, y ese Templo se levantó en tres días, ¿qué significa eso para usted hoy? Significa que:

  1. Su fe no se basa en el ritual, sino en una Persona viva: “Tomen y coman que resto es mi cuerpo… tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mia” ( Lc 22,19). Es un mandato de Dios.
  2. Su corazón es el nuevo altar, que es el corazón de la Iglesia nueva ( Mt 16,18).

Dejemos atrás la vieja estructura del miedo, de la culpa sin perdón, de la Ley que condena. Entremos en el Templo Nuevo: la vida de Cristo Resucitado. Permitan que el Espíritu escriba la Ley de Amor en sus corazones, para que su vida, en cada acto y pensamiento, sea un acto de adoración en Espíritu y en Verdad.

La Mística Sacramental: El Templo Resucitado en el Alma

Desde una perspectiva mística, los Sacramentos no son solo ritos externos; son encuentros transformadores donde el Templo Nuevo (Cristo Resucitado) y la Alianza del Corazón (la Presencia de Dios en el alma) se funden para divinizar al creyente.

La mística sacramental ve el rito externo como la puerta a una realidad interior profunda, donde la vida de Cristo es infundida en el alma, (por el bautismo se es parte de la nueva Iglesia).

1. El Templo Interior y el Bautismo: Muerte del Yo

Místicamente, el alma es el Santuario que necesita ser "destruido y levantado" como el Templo de Jesús (Jn 2:19).

  • La Destrucción Mística: En el Bautismo, el alma muere al hombre viejo (el ego, la voluntad propia separada de Dios). La inmersión en el agua es la tumba del antiguo templo de piedra y de la Ley externa (Jn 3,5).
  • La Resurrección Mística: Al emerger, el alma es levantada por el poder de la Resurrección de Cristo. Se convierte en un Templo Nuevo donde Dios habita. Aquí se cumple la primera fase de la Alianza en el corazón: "Yo seré su Dios". El alma, antes vacía o profanada, es ahora el lugar de la Shekinah (la Presencia Divina).

2. El Fuego de la Ley y la Confirmación: La Inscripción

La Confirmación es el momento en que el Espíritu Santo, el "fuego" del Sinaí, viene no para grabar en piedra, sino para escribir la Ley de Amor en la sustancia misma del alma.

  • La Pluma del Espíritu: Místicamente, el don del Espíritu en la Confirmación es la "pluma" que sella y activa la Alianza. La Ley ya no es un mandamiento moral frío, sino una inspiración viva que mueve el corazón a amar como Dios ama.
  • El Corazón de Fuego: El alma recibe el Conocimiento Místico (Gnosis en el sentido bíblico). Se cumple: "Todos me conocerán" (Jer 31:34). El creyente ya no aprende sobre Dios de forma externa, sino que participa íntimamente en el conocimiento que el Hijo tiene del Padre, movido por el Espíritu.

3. La Fusión y la Eucaristía: El Centro de la Presencia

La Eucaristía es el ápice de la mística sacramental. No es solo recibir a Jesús; es la fusión del Templo Humano con el Templo Divino.

  • Unión Sustancial: Al comulgar, el alma se une al Cuerpo Glorificado de Cristo (el Templo Resucitado). El creyente no solo contiene a Dios, sino que se transforma en Él, viviendo la máxima de San Pablo: "Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí" (Gal 2:20).
  • Adoración Pura: La Eucaristía purifica la adoración. El alma que ha comulgado adora "en espíritu y en verdad" (Jn 4:24) porque:
    • Espíritu: Está infundida por el Espíritu de Cristo.
    • Verdad: Contiene la Verdad misma, el Templo y el Sacrificio perfectos.

El alma eucarística se convierte en una Custodia viviente, y su vida se transforma en un sacrificio de alabanza incesante, cumpliendo la Alianza donde Dios y su Pueblo se vuelven uno.

4. La Reconciliación: La Reconstrucción después de la Caída

Cuando el pecado mancha o "destruye" el templo del alma, la Reconciliación es el proceso místico de reconstrucción en tres días (Resurrección).

  • El Gesto del Alfarero: Dios, el Alfarero, toma el barro roto (el corazón arrepentido) y, por el poder de la absolución, lo rehace. No se trata solo de un perdón legal, sino de una infusión de Gracia que sana la herida interior y re-escribe la Ley de Amor donde había grietas de egoísmo.
  • El Olvido de Dios: Se cumple místicamente: "No me acordaré más de su pecado" (Jer 31:34). El alma es restaurada a su estado original de "templeidad", lista para continuar su camino de unión.

5. El Servicio y el Sello Nupcial: La Expansión Mística

  • Orden Sacerdotal: El alma del sacerdote se configura místicamente para ser un portal a través del cual el Templo de Cristo actúa en el mundo. Su corazón es el "lugar" donde se realiza el Templo y el Sacrificio Eucarístico.
  • Matrimonio: Místicamente, el sacramento funde dos almas, creando un único templo dual, reflejo de la unión de Cristo con su Iglesia. La Ley del Amor (la Alianza) se inscribe recíprocamente en los corazones de los esposos, cuyo amor debe ser una fuente visible de la Vida Resucitada de Cristo.

En conclusión, la mística sacramental nos enseña que el cambio de Templo es una realidad interior y transformadora. Cada sacramento es un "pulso" del Cristo Resucitado (el Templo Nuevo) que penetra el alma, limpia el corazón, e inscribe la Ley de la Nueva Alianza a fuego lento, convirtiendo al creyente en un adorador perfecto que vive en Espíritu y en Verdad.


domingo, 26 de octubre de 2025

DOMINGO XXXI - C (02 de Noviembre del 2025)

 DOMINGO XXXI - C (02 de Noviembre del 2025)

Evangelio: San Lucas 19, 1-10

19:1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

19:2 Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.

19:3 Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.

19:4 Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.

19:5 Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".

19:6 Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

19:7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".

19:8 Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".

19:9 Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham,

19:10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Un hombre y le preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna? Jesús respondió: Cumple los Mandamientos". El joven dijo: "Todo esto lo he cumplido desde pequeño: ¿qué más me falta?" Jesús le dijo: "Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes” (Mt 19,16-22). No se puede entrar en el cielo siendo egoístas. No es lo mismo vivir en el egoísmo (Joven rico) que en el amor (Zaqueo).

Jesús dijo a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,23-26).

El Rico y Lázaro (Lc 16,22-31): El Pecado de Omisión: La condenación del rico (a menudo llamado "Epulón") no se debe a que fuera rico, sino a su indiferencia radical y activa omisión. Vivía en opulencia ("banquete con esplendidez cada día") mientras Lázaro, un mendigo con nombre (que significa "Dios ayuda"), yacía a su puerta, deseando "saciar su hambre con lo que caía de la mesa" (Lc 16,21).

Juicio: El rico no fue castigado por robar o defraudar, sino por ignorar al prójimo en necesidad, lo que es un fracaso en el mandamiento fundamental del amor. Su riqueza le sirvió de barrera para no ver a Lázaro, convirtiendo el dinero en un ídolo que reemplazó a Dios.

Destino: Al morir, es llevado al Hades entre tormentos (Lc 16,23). Su destino sella la enseñanza de que la justicia de Dios invierte el destino terrenal (las Bienaventuranzas de Lc 6,20ss) y que no hay posibilidad de arrepentimiento tras la muerte.

Zaqueo (Lc 19,1-10): Conversión y Restitución: Pecado y Riqueza: Zaqueo también era rico y, además, un jefe de publicanos (recaudador de impuestos), lo que implicaba defraudar a su pueblo (pecado de acción). Era un pecador público, odiado y marginado.

Deseo de Encuentro: A diferencia del rico de la parábola, Zaqueo tiene un deseo activo de ver a Jesús (v. 3), mostrando una pequeña grieta en su autosuficiencia. Se humilla físicamente (subirse a un árbol), ignorando el ridículo social.

Conversión: La iniciativa de Jesús ("Zaqueo, baja pronto, porque es necesario que hoy me quede en tu casa", (Lc 19,5) lo sella. Zaqueo responde con un acto de fe y justicia radical que supera la Ley: Caridad que es: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres" (Lc 19,8).

Restitución: "Si he defraudado en algo a alguien, le devolveré cuatro veces más" (Lc 19,8). La Ley mosaica pedía restituir el capital más una quinta parte o, en caso de robo de animales, devolver el doble o el cuádruple, pero Zaqueo se aplica el cuádruple a todos sus fraudes.

Destino: Jesús proclama: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán" (Lc 19,9). O sea, Zaqueo demuestra que la riqueza no es la causa de la condenación, sino el apego idolátrico. Al transformar su riqueza en un instrumento de justicia y caridad, y al despojarse de la mitad, prueba que la salvación es posible para el rico a través del arrepentimiento genuino y la reparación de las injusticias.

La narración de Zaqueo en Lucas 19,1-10 es un poderoso ejemplo de cómo la recepción de la salvación está intrínsecamente ligada a la humildad y al desprendimiento del ego. La frase de Jesús: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa porque este también es hijo de Abraham" (Lc 19,9) no es un simple anuncio, sino la confirmación de una transformación radical que requiere "bajarse" de una posición de orgullo y autosuficiencia.

La historia se centra en Zaqueo, un jefe de publicanos y, por lo tanto, rico (Lc 19,2). En la sociedad judía, esto lo convertía en un pecador notorio y marginado, ya que se le acusaba de colaborar con Roma y de enriquecerse defraudando a su propio pueblo (publicanos eran deshonestos).

El Obstáculo del Ego y la Altura: Zaqueo, siendo de pequeña estatura (Lc 19,3), no podía ver a Jesús debido a la multitud. Su baja estatura puede interpretarse simbólicamente como su condición moral o espiritual ante Dios y la sociedad, pero su posición social y riqueza (su "ego" y orgullo) lo colocaban en una "altura" (la de ser jefe y rico) que lo separaba de la gente común y de Dios.

El Gesto de la Humildad ("Bajar del Ego"): Zaqueo corre y se sube a un sicómoro para ver a Jesús (Lc 19,4). Aunque el acto de subirse a un árbol parece ridículo para un hombre de su posición, es un gesto de humildad y deseo genuino de encuentro que ignora el decoro social. Esto es el inicio de "pisar tierra".

La Iniciativa Divina y el Llamado a "Bajar": Cuando Jesús llega, lo llama por su nombre: "Zaqueo, baja pronto, porque es necesario que hoy me quede en tu casa" (Lc 19,5). La orden de "baja" es la clave: Bajar del árbol: Pisar tierra, dejar el ridículo o la curiosidad distante para un encuentro real. Bajar de su posición: Dejar la autosuficiencia de su riqueza y su estatus de "jefe", reconociendo su necesidad.

La Respuesta de la Fe: Zaqueo baja rápido y lo recibe con alegría (Lc 19,6). Este encuentro lleva a una conversión inmediata y tangible, evidenciada por sus acciones: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más" (Lc 19,8). La restitución y la generosidad son la prueba de que su arrepentimiento es auténtico.

La Proclamación de la Salvación: Jesús responde confirmando que el encuentro y el arrepentimiento han traído la salvación, restaurándolo a su plena identidad como "hijo de Abraham, cielo" (Lc 19,9), es decir, miembro del pacto y heredero de la promesa.

La experiencia de Zaqueo es una analogía del camino espiritual de la salvación:

El Pecado/Ego como Altura: La riqueza y el orgullo (el ego) son el "árbol" o la "multitud" que impiden ver a Jesús y recibir la gracia. La posición social, el apego a los bienes o la soberbia espiritual nos colocan en una distancia donde pretendemos controlar el encuentro o verlo "desde arriba".

La Verdadera Búsqueda: El deseo inicial de Zaqueo de ver a Jesús es la semilla de la fe. A pesar de los obstáculos (su baja estatura, la multitud/juicio social, su riqueza), persevera en la búsqueda, un acto de la voluntad.

El "Bajar" y "Pisar Tierra": La salvación exige humildad. El "baja pronto" es una invitación a: Reconocer la necesidad: Admitir la propia miseria y el pecado, la "baja estatura" espiritual. Renunciar a la autosuficiencia: Dejar la seguridad que dan las posesiones o el estatus. Aceptar la Gracia: Recibir a Jesús "con alegría" a pesar del juicio de los demás.

La Conversión Real: El encuentro transforma el corazón y la cartera. El verdadero arrepentimiento no es solo un sentimiento (el ego no solo se baja de un árbol, sino que muere), sino una acción concreta de justicia social y desapego. La salvación no es solo para el alma, sino que impacta las relaciones con el dinero y el prójimo, que es la forma de pisar tierra y vivir en la realidad de la caridad.

El mensaje final es que Jesús, el Hijo del Hombre, vino a "buscar y salvar lo que se había perdido" (Lc 19,10), lo cual incluye incluso a aquellos considerados más alejados o más ricos, siempre y cuando estén dispuestos a "bajarse del ego" y "pisar tierra" con un corazón humilde y dispuesto a la acción justa.

El episodio de hoy nos muestra que, cuando vive envuelto en el amor no le cuesta hacer obras de caridad que es opuesto a los actos del egoísmo: la actitud del joven rico y la actitud de Zaqueo. Zaqueo dice: "Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más" (Lc 19,8). Zaqueo entendió que la mejor forma de obtener el tesoro en el cielo cual es la salvación es dando a los pobre sus bienes (Mt 19,21). En cambio en la escena del joven rico (Mc 10,17-27). No hay salvación, porque el rico no quiso desprenderse de sus bienes, no quiso compartir. En cambio Zaqueo se desprendió y repartió sus bienes y esa actitud es lo que Jesús valora y por eso le dice. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9).

¿Qué idea tenemos de Dios? ¿El que castiga o salva? Dios es amor (I Jn 4,8). El despliegue del amor de Dios es su Hijo: Cristo Jesús. Por eso es como Jesús mismo explica a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Si Dios es amor (I Jn 4,8) Dios nos dice por el profeta Ezequiel: "Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. (Ez 33,). Alguien de la gente un buen día pregunto a Jesús: ¿Señor serán pocos los que se salven? (Lc.13,23). Si Dios es amor, por supuesto que Dios quiere que todos se salven: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4). ¿Cómo obtener nuestra salvación? Primero: Buscar a Jesús como Zaqueo; recibir en casa a Jesús; mostrar gestos concretos de amor a los demás (I Jn 4,20): Dar con amor a los pobres lo que tenemos; restituir todo a las personas de los que un día pudimos habernos aprovechado injustamente. Y no hay otra fórmula mágica de salvación. La salvación no se obtiene con bonitas ideas o razones. “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo?” (Stg 2,14). “Como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así la f sin obras está muerta” (Stg 2,26).

Jesús les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas. Les dijo entonces una parábola: Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha. Después pensó: Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,15-21). Los bienes materiales son medio de salvación para el hombre siempre que sepa compartir, pero son medio de perdición si no sabe compartir. Así pues, Dios quiere salvar a todos, tanto al rico como al pobre; pero, si ni el pobre y ni el rico no hacen lo que Dios manda, será difícil que el hombre logre la anhelada salvación.

domingo, 19 de octubre de 2025

DOMINGO XXX - C (26 de octubre del 2025)

 DOMINGO XXX - C (26 de octubre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 9 - 14:

18,9 Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:

18,10 "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.

18,11 El fariseo, de pie, oraba en voz baja: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.

18,12 Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas".

18,13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!"

18,14 Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Un hombre importante le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Lc 18,18). El domingo anterior se nos ha dicho que, si queremos heredar la vida eterna hace falta que seamos hombres de oración (Lc 18,1) y que, seamos hombres de fe (Lc 18,8). De hecho los discípulos a sugerencia del Señor que les dice: “pidan y se les dará” (Mt 7,7): Los discípulos pidieron: “Señor enséñanos a orar” (Lc 11,1); “Seños auméntanos la fe” (Lc 17,5). Dos dones que se complementan: A mayor oración mayor fe y a menor oración menor es nuestra fe. Y a menor fe estamos más alejados de Dios.  

En el salmo 101 se dice “A los que en secreto difaman a su prójimo –dice Dios- los haré callar, ojos ingeridos y corazones arrogantes no lo soportare” Pero dice también Dios en el salmo 50,19 “Un corazón quebrantado y humillado nunca desprecia” Por tanto de que depende que Dios escuche nuestras oraciones sino acercarse a Él con un corazón contrito y humillado por nuestras miserias y pecados.

La parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14) es una enseñanza profunda de Jesús que, en sus diversos niveles de interpretación, nos invita a un triple ejercicio espiritual de la mirada: hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia Dios. Teniendo en cuenta: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes” ( Lc 6,36-38); “Solo hay un legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg 4,12).

1. Mirarse con Sinceridad: El Publicano

Bíblicamente: La figura del publicano (recaudador de impuestos para los romanos) era considerada un pecador público, un traidor. Su actitud en el Templo es de total humildad y arrepentimiento: se queda "a distancia," "no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo," y "se golpeaba el pecho" mientras oraba: "¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador." (Lc 18, 13).

Teológicamente: Representa la confesión radical de la pecaminosidad y la dependencia absoluta de la misericordia de Dios (la gracia). Su justificación (ser declarado justo) no se basa en sus obras, sino en su reconocimiento sincero de su falta y en la súplica a la bondad divina. Es la base de la justificación por la fe.

Espiritual y Místicamente: Jesús nos invita a una introspección honesta, a despojarnos de toda autojustificación. El publicano simboliza el "corazón quebrantado y humillado" (Sal 51,19), el punto de partida esencial para el encuentro con Dios. Mirarnos con sinceridad es aceptar la verdad de lo que somos sin el disfraz del orgullo; es el camino místico de la "noche oscura" del yo, donde se reconoce la propia miseria para que la luz de Dios pueda entrar.

2. Mirar a los Demás con Caridad: No como el Fariseo

Bíblicamente: El fariseo es un hombre cumplidor de la Ley, que ayuna y da el diezmo (Lc 18, 12). Sin embargo, su oración es un autoelogio y una condena del otro: "te doy gracias porque no soy como los demás hombres... ni tampoco como ese publicano" (Lc 18,11).

Teológicamente: El fariseo comete el pecado de la soberbia espiritual y del juicio. Su justicia se vuelve un medio para menospreciar a su prójimo, anulando el mandamiento de la caridad. Su actitud rompe la dimensión horizontal de la fe. Aunque cumplía la Ley, su corazón no estaba "justificado," porque su piedad estaba viciada por el orgullo y el desprecio.

Espiritual y Místicamente: Jesús nos llama a abandonar el juicio y el desprecio. Mirar a los demás con caridad es reconocer en ellos la misma fragilidad y la misma necesidad de la gracia que tenemos nosotros. Es el ejercicio espiritual de la compasión que nos impide encerrarnos en una justicia propia (egoísta). El fariseo se miraba en un espejo y despreciaba al otro; la invitación de Jesús es a mirar al prójimo con los ojos de Dios, que son ojos de misericordia y amor incondicional, sin importar su condición moral o social.

3. Mirar a Dios con Humildad: La Conclusión de Jesús

Bíblicamente: La sentencia final de Jesús es el punto culminante: "Les digo que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquél (el fariseo) no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc 18, 14).

Teológicamente: Esta enseñanza revela el criterio divino de la justificación. Dios no mira las apariencias o el cúmulo de obras externas, sino la disposición interior del corazón. La humildad no es una virtud entre otras, sino la condición indispensable para recibir la gracia de Dios, pues solo el que se reconoce vacío puede ser llenado.

Espiritual y Místicamente: Mirar a Dios con humildad significa adorar Su grandeza y Su misericordia, no nuestras propias obras. Es el reconocimiento de que todo es gracia. El publicano, al no atreverse "ni a alzar los ojos al cielo," muestra la reverencia y el temor santo de quien se sabe indigno ante la Majestad de Dios. Esta humildad abre el alma a la unión mística, porque solo el alma despojada de su orgullo puede acoger a Dios.

La parábola es una llamada radical a la conversión interior que se verifica en la triple mirada:

  1. Sinceridad al mirarme (como el publicano),
  2. Caridad al mirar al prójimo (evitando la soberbia del fariseo), y
  3. Humildad al mirar a Dios (reconociendo que Su justicia es don, no mérito).

La parábola del fariseo y del publicano es muy actual: sigue aleccionándonos para que no centremos nuestra religiosidad en nosotros mismos ("no soy como...") ni en nuestras buenas obras ("yo hago...").

Jesús de Nazaret nos dice que debemos confiarnos a la bondad de un Dios que es compasivo y misericordioso, que ama y perdona si nos acercamos a El con un corazón limpio y desnudo. El es el único juez y quien salva.

El Señor, que siente debilidad por los pobres y los oprimidos, los huérfanos y las viudas, los desvalidos y los inocentes (1.lect.), mira con bondad al pobre publicano arrepentido, como mira también a Pablo, ahora prisionero y abandonado en los últimos momentos de su vida, pero que siempre ha confiado en el Señor desde su pobreza (2.lect.).

Las dos actitudes religiosas de todos los tiempos. Jesús, con una vivacidad extraordinaria y cierta ironía, nos presenta a estos dos hombres que encarnan las dos actitudes religiosas de los hombres de todos los tiempos.

El fariseo o el hombre "disfrazado". Se ha revestido de obras buenas: limosnas, plegarias, ayunos, diezmos... Y está convencido de que cumple perfectamente la ley, de que no es como los demás, de que el Señor debe estar a su lado.

El fariseísmo, o el arte del disfraz especial, no ha muerto, por desgracia. Es una manera religiosa de vivir que siempre tiene seguidores o adeptos. Son los que se creen "santos" y que sacrifican al hombre en función de las formas y criterios humanos.

Siempre habrá santos de este tipo, orando en nuestros templos, mientras no entendamos todos que el hombre vale más que la ley -y el sábado- y mientras no comprendamos que Dios no se complace en nuestras manos llenas de buenas obras, sino en nuestro corazón sincero, limpio, pobre, arrepentido y desnudo: “EL hombre se fija en apariencias, Dios se fija en el corazón del hombre” (I Sml 16,7). Porque el otro personaje, el publicano, es precisamente esto, un hombre de corazón limpio y desnudo.

El publicano o el hombre "desnudo". No esconde la realidad de su vida pecadora. Como recaudador de impuestos al servicio del imperio romano se ha enriquecido injustamente, como los otros de la misma profesión.

Y no se excusa defendiendo su puesto de trabajo... Se ve tan pobre y tan poca cosa ante Dios que ni se atreve a levantar los ojos. Sinceramente pide perdón de su pecado, de su mala vida. Y Dios lo salva, lo mira con ojos de bondad. Lo ama. Porque a Dios no le asusta la verdad del hombre, la realidad sincera de nuestra vida pecadora. Más aún: la desea, como base de su obra salvadora en el corazón del hombre. Solamente el hombre desnudo de toda suficiencia y orgullo puede ser salvado. Es lo que nos dice Jesús y nos invita con esta parábola: a mirarnos con sinceridad; a mirar a los demás con caridad; a mirar a Dios con humildad.

A mirarnos con sinceridad, para descubrir qué tenemos de uno y de otro de estos dos personajes y saber si caminamos o no por el camino de la verdadera justicia. Estas son las actitudes religiosas de los hombres de todos los tiempos: de los fariseos de entonces y de los fariseos de ahora; de los publicanos de hoy y de los publicanos de siempre; de los que de verdad buscan al Dios de la salvación y de los que se buscan a sí mismos. No nos engañemos. ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Confiamos que ya vamos bien? ¿Nos sentimos seguros porque ya cumplimos, porque rezamos y hacemos caridad? 

A mirar a los demás con caridad. Podemos ver cómo el juicio de Jesús sobre uno y otro es muy desconcertante. Tenemos que pensar que nuestras derechas e izquierdas no coinciden con las derechas e izquierdas de Dios que nos mira de frente: los que situamos a nuestra derecha, a Él le quedan a la izquierda y al revés. ¿Quiénes somos para juzgar al hermano? ¿Por qué despreciamos a los demás? 

A mirar a Dios con humildad. Debemos ir a la búsqueda del Dios que salva, teniendo muy presente, sin embargo, nuestra pobreza, nuestra limitación, nuestro pecado. Desde el abismo de nuestra nada podremos llamar a Dios y Él nos escuchará, nos salvará, seremos justificados, seremos amados de Dios.

La oración sincera y verdadera nos descubre nuestra intimidad y nos adentra en la intimidad del Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo.

Gozando así del don de Dios, viviéndolo y anunciándolo. Este es el auténtico sentido de la oración cristiana, algo que no descubrió -ni descubre- el fariseo disfrazado de “buenas obras”.

La Eucaristía es el mejor momento para orar como el publicano, el mejor momento para sentir nuestra pobreza ante el gran don del Padre en su Hijo amado, pan de vida y vino de salvación. Que salgamos de aquí justificados por la misericordia y la bondad del corazón de Dios.

domingo, 12 de octubre de 2025

DOMINGO XXIX - C (19 de octubre del 2025)

 DOMINGO XXIX - C (19 de octubre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:

18,1 Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:

18,2 "En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;

18,3 y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".

18,4 Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,

18,5 pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme"".

18,6 Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.

18,7 Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?

18,8 Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

“Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). El evangelio termina con esta pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18,8). Dos temas de vital importancia en la vida espiritual del creyente: La oración y la fe. El Señor dice: “Pidan y se les dará” (Mt 7,7). Los discípulos piden: “Señor, enséñanos a orar (Lc 11,1); “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17,5).

 “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, pero siempre y cuando me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12).

Antes de pedir debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo pedir y para qué pedir a Dios.  Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt. 7,7-11).  Pero debemos recordar lo que dice este texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.

Debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto amerita conocer la voluntad de Dios.  Y estar confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene.  Esas “cosas buenas” (Mt 7,11) son las cosas que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de nuestras necesidades, pues veamos:

“Señor, Dios mío, Concédeme un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo? Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido la capacidad de discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,7-14).

“Todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta” (Jn 16,23-24). ¿Por qué parece que Dios no responde nuestras oraciones?  Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos conviene.  Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe dárnoslas.  Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene.  Y la oración no debe dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitamos. Pero hay que tener en cuenta dos cosas: La oración de petición comprende dos partes: La alabanza que es lo principal y la petición. Ejemplo: Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). “Padre Nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre…” (Mt 6,9-13). Luego viene la segunda parte: el pedido: “Danos hoy el pan nuestro de cada día…” (Mt 6,11). La segunda parte de la oración petitoria es circunstancial tal como dice Jesús: “No se inquieten, diciendo ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe de sus necesidades antes que se lo pidan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,31-34).

¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo? Notemos que habla el Señor sobre “sus elegidos, que claman a Él día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”.  De hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).

La oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese momento final.  Es más, en el recuento que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia?  Que la Fe va a estar muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús.  Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).   

El Señor, hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc. 17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc 22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por II vez (Lc. 18,8).

El evangelio de hoy Lc 18,1-8 es una joya que nos revela el verdadero corazón de la oración y la fe, don de Dios:

1. Explicación Exegética: La parábola del juez inicuo y la viuda persistente (Lc 18,1-8) se estructura con una intención didáctica clarísima:

El contexto (v. 1): El evangelista Lucas no deja dudas sobre el tema central: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre y sin desfallecer." La oración no es opcional ni casual; es una necesidad vital para el discípulo, y su cualidad esencial es la perseverancia (no desfallecer).

La Comparación (vv. 2-8a): El corazón exegético reside en el argumento (de lo menor a lo mayor), es decir, "cuánto más".

El Juez (lo menor): Es un hombre que reúne todas las características negativas: no teme a Dios ni respeta a los hombres (es la encarnación de la injusticia y la apatía). Responde a la viuda solo por egoísmo: para evitar ser molestado, "no sea que, viniendo de continuo, me agote la paciencia".

Dios (lo mayor): Jesús contrasta este juez inicuo con el Padre Celestial. Si un hombre malvado, por una razón egoísta, finalmente cede, ¡cuánto más Dios, que es el amor y la justicia perfectos, defenderá a sus elegidos que claman a Él! La tardanza no es por apatía, sino parte de su plan divino.

La Conclusión (v. 8b): La pregunta final de Jesús es el punto culminante que conecta la oración persistente con la fe: "¿Pero cuando venga el Hijo del hombre, hallará fe en la tierra?" Esta es la clave. La perseverancia en la oración es la única prueba tangible de que la fe sigue viva mientras se espera la plena manifestación de la justicia divina.

2. Explicación Bíblica (Relación con las Escrituras)

Esta parábola confirma enseñanzas fundamentales sobre la Alianza y el carácter de Dios:

Dios Defensor de los Débiles: La viuda representa bíblicamente a la persona más vulnerable y marginada de la sociedad (junto con el huérfano y el extranjero). El Antiguo Testamento está lleno de mandatos divinos para defenderlas (Dt 10,18; Is 1,17). Al tomar a la viuda como protagonista, Jesús subraya que Dios, a diferencia del juez, tiene una predilección absoluta por los oprimidos.

La Tradición Profética: El clamor "día y noche" de los elegidos resuena con los salmos (como el Salmo 88) y los profetas, que animaban al pueblo a no cesar de interceder (Is 62,6-7). Este clamor persistente es el eco de la oración de Israel esperando la vindicación.

Fe y Obra: La insistencia de la viuda es su "obra de fe". Ella no solo cree que el juez puede hacer justicia, sino que actúa sobre esa creencia día tras día, a pesar de los rechazos. Así, Jesús enseña que la fe verdadera no es pasiva; es una fe dinámica que se expresa en la tenacidad de la oración.

3. Explicación Espiritual (Aplicación a la Vida Interior). Aquí es donde la parábola se vuelve profundamente personal y mística:

La Oración como Expresión de una Fe Viva: La oración insistente es el termómetro del alma. Si un alma se cansa de orar, es señal de que la fe se ha debilitado o se ha vuelto autosuficiente. La viuda nos enseña que la verdadera fe se manifiesta en la incapacidad de dejar de pedir, porque confía plenamente en Aquel a quien se dirige.

Vencer el Desaliento ("No Desfallecer"): Espiritualmente, la "tardanza aparente" es la gran prueba que purifica nuestra fe. La demora no significa indiferencia de Dios, sino una oportunidad para que nuestra fe madure, se haga más fuerte y libre de las motivaciones superficiales. La fe que persevera es la que resiste a la tentación del desánimo y al grito de "¿dónde está tu Dios?".

El Favor de Dios: La Plenitud de la Justicia: "Alcanzar los favores de Dios" es, en este contexto, experimentar Su justicia y vindicación. Clamar hasta el final significa que el creyente se niega a conformarse con la injusticia terrenal o con el silencio, manteniendo la esperanza viva hasta la venida del Señor. La recompensa no es solo obtener la petición, sino ser hallado fiel en la espera.

En resumen, tu entendimiento es perfecto: La perseverancia en la oración es el sello de garantía de la fe. Es la viuda gritando: "Sé que eres Justo, y no te dejaré hasta que tu Justicia se cumpla en mi vida." Es la certeza inquebrantable de que el carácter de Dios es infinitamente mejor que el del juez inicuo.

La enseñanza de Lucas 18,1-8 se conecta con grandes temas de la Revelación:

El Carácter de Dios (Justicia y Amor): A lo largo de toda la Biblia, Dios se presenta como el defensor del oprimido (la viuda, el huérfano, el extranjero). El Juez inicuo de la parábola es un antimodelo de Yahvé. La insistencia de la viuda apela a la justicia que Dios tiene por pacto con su pueblo. Sabemos, por el Antiguo Testamento, que Dios "hace justicia a sus elegidos" (v. 7), no por fastidio, sino por fidelidad a su Alianza.

La Oración en el Nuevo Testamento: Esta parábola se complementa con la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-8), que también enseña sobre la audacia y la osadía en la oración. Ambas parábolas desmitifican la idea de que hay que rogarle a un Dios perezoso. Más bien, nos enseñan que la oración debe reflejar la intensidad del deseo de nuestro corazón, sabiendo que Dios, a diferencia del amigo dormido o el juez inicuo, está siempre atento.

Fe y Paciencia (Hebreos y Santiago): La fe bíblica no es solo asentimiento intelectual, sino fidelidad activa y paciente. La "tardanza aparente" es una prueba mencionada en otras cartas (por ejemplo, Santiago 5,7-8: "Sed, pues, pacientes, hermanos, hasta la venida del Señor..."). La oración insistente es el ejercicio visible de esta paciencia que se niega a dudar de la promesa de Dios.

La oración insistente es la expresión de una fe viva que persevera.

La Oración como Ejercicio de Fe: Cuando oramos y las peticiones no se cumplen inmediatamente, surge la tentación del desánimo (desfallecer). La oración insistente es el acto espiritual de aferrarse a Dios no por lo que sentimos o vemos, sino por lo que sabemos de Él (su bondad, su justicia, su poder). Clamar hasta el final significa que la fe es tan robusta que sobrevive al silencio de Dios y al paso del tiempo.

Purificación del Deseo: Místicamente, la "tardanza aparente" (el intervalo entre el clamor y la respuesta) cumple una función purificadora. El creyente, al insistir, se ve forzado a examinar si su deseo es caprichoso o si proviene de una necesidad profunda. La perseverancia en la oración profundiza el deseo y alinea nuestra voluntad con la de Dios. Si seguimos clamando, significa que nuestra fe sigue esperando en la certeza de que Dios responderá, aunque lo haga según su propio tiempo y modo, que siempre son los mejores.

Alcanzar los Favores de Dios: La parábola nos asegura que la fe que resiste obtiene la vindicación (los favores de Dios). El verdadero favor es que Dios nos "hará justicia sin demora" (v. 8). Espiritualmente, esto no se limita a recibir un bien material, sino a la experiencia de ser vindicados y justificados por el amor fiel de Dios, lo cual es la mayor gracia. La fe viva es la que no abandona el "tribunal" de la oración hasta que Dios, que es Padre, se revela plenamente como Juez Justo y Defensor.

En resumen, la oración insistente no es un intento de vencer la resistencia de Dios, sino el signo de que hemos vencido nuestra propia resistencia a dudar de Él. Es la fe que, como la viuda, se planta firmemente en la presencia divina y proclama: "Sé quién eres, y no me iré hasta que tu justicia se manifieste en mi vida."

domingo, 5 de octubre de 2025

DOMINGO XXVIII - C (12 octubre del 2025)

 DOMINGO XXVIII - C (12 octubre del 2025)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 17, 11 -19:

17,11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.

17,12 Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia

17,13 y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!"

17,14 Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.

17,15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta

17,16 y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

17,17 Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?

17,18 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?"

17,19 Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

"Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?" (Lc 13,23). Dios quiere salvar a los diez: “En el camino quedaron purificados los diez” Lc 17,14). San Pablo agrega: “Él quiere que todos se salven y llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4). Pero, en la enseñanza de hoy, solo uno participa de la salvación, el que sabe ser agradecido. “Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero? Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado" (Lc 17,17-19).

 “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos piden solo dos cosas básicas: “Enséñanos a orar” (Lc. 11,1). Y la otra: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

El evangelio de hoy es el manifiesto de la fe de los diez leprosos que gritaron: "¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron sanos” (Lc 17,13-14). Otro episodio similar: “Una mujer cananea, comenzó a gritar: "Señor, Hijo de David, ¡ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio… Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,22-28). El padre del muchacho endemoniado dijo: si puedes ayúdalo. Respondió Jesús: Todo es posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,23-24). Jesús dijo a la hemorroisa: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad. Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro? Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,34-36)

¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero al inicio dice: Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Al inicio el clamor es de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno de ellos, el de un leproso samaritano y la ingratitud de los 9 leprosos judíos.

 “La mujer samaritana dijo a Jesús: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, vendrá pronto. Cuando él venga, nos enseñará todo». Jesús le respondió: «El Mesías que esperan soy yo, el que habla contigo». (Jn 4,25-26)…Y Jesús le dijo a la mujer sus verdades respecto a su marido…”La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?” Y los samaritanos salieron de la cuidad al encuentro de Jesus” (Jn 4,28-30). Al escuchar a Jesús los samaritanos decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo». (Jn 4,42). Otro pasaje famoso de los samaritanos es el del buen samaritano: “… Pero, un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? El que tuvo compasión de él, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”(Lc 10,30-37).

El evangelio de hoy nos reporta varias ideas: En primer lugar, la religión de la ley es una religión que excluye y sobre esta primera idea dice San Pablo: “Sabemos que la Ley es buena, si se la usa debidamente, es decir, si se tiene en cuenta que no fue establecida para los justos, sino para los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros. En una palabra, la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios” (ITm 1,8-11). Pues, estos pobres leprosos tienen que vivir lejos de toda convivencia humana. Tienen que hablar a lo lejos. Es posible que hoy hayamos vencido la lepra y que hayan surgido otras razones que marginan. No será la lepra, pero sí la pobreza. También hoy hay zonas en las que los pobres no tienen espacio.

En segundo lugar, resaltamos la idea de: cómo el dolor y el sufrimiento es capaz de unir lo que la religión separaba. De los diez, nueve eran judíos y uno samaritano. A pesar de no hablarse unos y otros, el sufrimiento era capaz de juntarlos y unirlos. Dios al respecto ya dijo: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28).

Una tercera idea que nos aporta el evangelio de hoy es que, de los diez leprosos que son curados, nueve de ellos regresan a la religión que los excluyó es decir a la religión judía. Y también al respecto y con gran sabiduría Dios nos dice: “El perro vuelve a su vómito y el necio recae en su locura” (Prov 26,11). Y mismo Jesús nos dice: “Nadie te condeno, tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar mas” (Jn 8,11).

Una última idea que el evangelio de hoy nos aporta es la actitud grata del Leproso extranjero. Solo uno es capaz de regresar alabando a Dios a gritos y se postra a los pies de Jesús dando gracias. Los demás se olvidan y son incapaces de dar gracias. “Y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano” (Lc 17,16). El único que tiene un corazón agradecido es precisamente un pagano.

La perícopa de la sanación de los diez leprosos en Lucas 17,11-19 es un pasaje profundamente rico que, a través del contraste entre los nueve desagradecidos y el samaritano agradecido, ilustra la interconexión entre la fe, la gratitud y la salvación.

El Milagro Completo: En el relato (Lc 17,11-19), se distinguen claramente dos momentos en la obra de Jesús:

  1. Sanación (Limpieza): Los diez leprosos, al clamar a Jesús con fe (reconocimiento de su poder), reciben la orden de ir a presentarse a los sacerdotes. En el camino, son sanados o "limpiados" (v. 14). Esta sanación física (la purificación ritual de la lepra) es un acto de misericordia de Jesús para todos ellos.
  2. Salvación y Gratitud: Solo uno, un samaritano (un "extranjero" despreciado por los judíos, un detalle crucial en Lucas), se da cuenta de su sanación, regresa, glorifica a Dios a gran voz, se postra a los pies de Jesús y le da gracias (v. 15-16). A este hombre, y solo a él, Jesús le dice: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado" (v. 19).

La sanación física fue para los diez, pero la salvación integral (que implica una dimensión espiritual más profunda) fue declarada solo para el samaritano. El regreso con gratitud fue la manifestación visible y la culminación de la fe que lo distinguió.

Fe, Gracia y la Respuesta Humana:

1. La Fe como Apertura a la Gracia

  • Fe Inicial (Obediencia): Los diez mostraron una fe inicial al clamar a Jesús y al obedecer la orden de ir a los sacerdotes antes de ver su curación. Esta fe fue suficiente para recibir el milagro de la limpieza o gracia común. Teológicamente, esto muestra que Dios es bueno y misericordioso incluso con los ingratos y aquellos que solo buscan el beneficio inmediato.
  • Fe Salvadora (Reconocimiento): El samaritano, en cambio, exhibe una fe que va más allá de la sanación. Al regresar, adora a Dios y agradece a Jesús. Su fe no solo creyó en el poder de Jesús para sanar, sino que lo reconoció como el autor de su bien y el vehículo de la misericordia divina (glorificando a Dios). Esta fe, manifestada en la gratitud y la adoración, es la que Jesús declara que lo ha salvado, un término que en Lucas a menudo implica una salvación integral que afecta tanto al cuerpo como al espíritu.

2. La Gratitud como Evidencia de la Fe Salvadora

  • La Gratitud es Adoración: El acto del samaritano de postrarse y glorificar a Dios es un acto de adoración. Teológicamente, la verdadera gratitud es el reconocimiento de que todo bien (incluida la sanación y la vida) proviene de Dios. La ingratitud de los nueve es, por lo tanto, una falta de reconocimiento de Dios como el Soberano y Proveedor de la gracia.
  • La Gratitud es Respuesta: La salvación es ofrecida gratuitamente por Dios. No se gana por mérito, sino que se recibe por fe. Sin embargo, la gratitud se convierte en la respuesta necesaria a este don inmerecido (la Gracia). No es la causa de la salvación, sino su fruto y su evidencia más clara. Si la fe es el acto de recibir la salvación, la gratitud es el acto de responder a la Gracia con una vida de adoración.

El Cultivo de la Vida en Cristo

1. La Lepra y el Pecado

Espiritualmente, la lepra es vista como una metáfora poderosa del pecado: aísla, degrada e imposibilita el acercamiento a Dios y a la comunidad. La sanación es la justificación (limpieza del pecado), y la salvación es la vida eterna y la restauración completa de la relación con Dios.

2. El Peligro de la Ingratitud Espiritual

  • Los Nueve: Representan a aquellos que buscan el favor de Dios (el milagro, la bendición, la limpieza del pecado) de manera utilitarista. Obtienen el don de Dios, pero no al Dador. Su enfoque está en el beneficio personal y su cumplimiento de la ley (ir al sacerdote), olvidando el encuentro y el agradecimiento a la fuente de la gracia.
  • El Samaritano: Representa al verdadero creyente. Su gratitud lo lleva de vuelta a Jesús. Espiritualmente, esto nos enseña que el camino de la salvación (la metanoia o conversión) es un regreso a Cristo. La vida espiritual plena se manifiesta no solo en el gozo del beneficio recibido, sino en una vida continua de alabanza, humildad (postrarse) y agradecimiento a Dios.

La lección para todo creyente es que la salvación no solo cura (limpia) sino que transforma la identidad y la vida, llevándola a un estado perpetuo de gratitud. Esta gratitud activa y adoradora es el signo de una fe madura que ha comprendido la profundidad del don de Dios en Cristo.