DOMINGO XXXIII - C (16 de Noviembre del 2025)
Proclamación del Santo Evangelio de San Lucas 21, 5 - 19:
21,5 Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba
adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
21,6 "De todo lo que ustedes contemplan, un día no
quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
21,7 Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá
lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?"
21,8 Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen
engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy
yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan.
21,9 Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se
alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el
fin".
21,10, Después les dijo: "Se levantará nación contra
nación y reino contra reino.
21,11 Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas
partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
21,12 Pero antes de todo eso, los detendrán, los
perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán
ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
21,13 y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de
mí.
21,14 Tengan bien presente que no deberán preparar su
defensa,
21,15 porque yo mismo les daré una elocuencia y una
sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
21,16 Serán entregados hasta por sus propios padres y
hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
21,17 Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
21,18 Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
21,19 Gracias a la constancia salvarán sus vidas. PALABRA
DELE SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.
"Todo será destruido... pero el fin no llegara pronto y
gracias a su perseverancia salvarán sus vidas" (Lc 21,5-19). "El
cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasaran" (Mt 24,35; 25,31-46.
Mc 16,16; Jn 5,29).
La
Inmutabilidad de la Palabra en la Fragilidad del Mundo: Nos encontramos hoy
ante un mensaje de Jesús que es a la vez una advertencia sombría y
una promesa luminosa. Jesús nos habla de la fragilidad del mundo y
de la firmeza de Su Palabra a través de pasajes que abordan la
Escatología, el estudio de las últimas cosas, pero que impactan directamente
nuestro presente.
Destrucción y Señales (Lc 21:5-11): La predicción de la
destrucción del Templo ("no quedará piedra sobre piedra") se cumplió
históricamente en el año 70 d.C. por el Imperio Romano. Las "guerras,
revoluciones, terremotos, hambres y pestes" (Lc 21:9-11) son presentadas
como señales que indican que los eventos del fin han comenzado, pero
no significan la llegada inmediata del fin absoluto ("el
fin no llegará pronto"). Teológicamente, esto establece un período de
tiempo —la "Historia de la Salvación"— entre la Primera Venida
de Cristo y su Segunda Venida.
Persecución y Testimonio (Lc 21:12-18): Jesús predice
la persecución de sus seguidores por su fe. Sin embargo, esta persecución no es
solo una prueba, sino una "ocasión para dar testimonio" (Lc
21:13). La promesa de Jesús de dar "palabras y sabiduría" (Lc 21:15)
asegura la asistencia divina en medio de la adversidad.
La Promesa de la Perseverancia (Lc 21:19): El núcleo de
la enseñanza práctica: "Gracias a su perseverancia salvarán sus
vidas" (o "ganarán vuestras almas"). La salvación no se
obtiene por la huida física de los desastres, sino por la fidelidad activa
y paciente en medio de ellos. La perseverancia es la clave para la vida
eterna.
La Permanencia de la Palabra (Mt 24:35; Mc 16:16; Jn 5:29): La
afirmación "El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán" es
un contraste teológico fundamental. Mientras que todo lo material y creado (el
cosmos, el Templo, las estructuras humanas) es efímero y sujeto a la
destrucción, la Palabra de Cristo tiene la misma eternidad e inmutabilidad
que Dios (Slm 102:25-27). Esta palabra no es solo una enseñanza, sino
el decreto divino que se cumplirá infaliblemente (incluyendo la
promesa del juicio final y la vida eterna de Mt 25:31-46 y Jn 5:29).
Lo Efímero y lo Inmutable: Jesús comienza contemplando la
magnificencia del Templo de Jerusalén (Obra del hombre), y anuncia su
destino: "Todo será destruido... no quedará piedra sobre piedra" (Lc
21:6).
Bíblicamente, esto establece un principio: nada en la
tierra es permanente o eterno, todo es pasajero. Ni la arquitectura más
sagrada, ni los imperios más poderosos, ni siquiera la propia estabilidad del
cosmos ("El cielo y la tierra pasarán"). Este es un llamado al desapego
radical. No podemos poner nuestra fe, nuestra esperanza ni nuestra seguridad en
lo que está sujeto al cambio, al colapso y a la destrucción. Incluso -dice San Pablo-
“al llegar a este mundo nada trajimos, al dejar tampoco llevaremos nada” (I Tm
6,7).
El contraste es absoluto: "mis palabras no
pasarán" (Mt 24:35). La Palabra de Cristo es eterna porque
es la Palabra misma de Dios. Es el fundamento inmutable sobre el cual debemos
edificar nuestra vida. Si todo lo demás se derrumba (guerras, terremotos,
persecuciones), la enseñanza de Cristo, la promesa de Su Reino, y la verdad de
Su amor permanecen firmes. Esta Palabra es nuestro único ancla en la
tormenta de la historia.
La Paciencia en la Historia: El "No Pronto" y el
Testimonio: Jesús nos asegura que la destrucción no será el final
inmediato: "pero el fin no llegará pronto" (Lc 21:9). ¿Qué
significa este tiempo intermedio, esta "demora"?
Espiritualmente, este período de tiempo entre Su Primera
Venida y Su Segunda Venida es el tiempo de la Iglesia y el tiempo
de la Misión. La destrucción y la persecución que predice (Lc 21:12-18) no son
meros castigos, sino ocasiones para dar testimonio de la verdad (Lc
21:13; Jn 18,37).
Las pruebas son el crisol donde nuestra fe se purifica. El
sufrimiento, la traición y la amenaza se convierten en escenarios
providenciales donde el creyente, asistido por el Espíritu Santo, puede
proclamar la verdad con sabiduría y firmeza. ¡Nuestra vida no está oculta
del mundo, sino expuesta para el Evangelio vivo!
La Clave Mística: "Salvarán sus Vidas" a través de
la Perseverancia: Llegamos al corazón práctico y místico de la homilía: "gracias
a su perseverancia salvarán sus vidas" (Lc 21:19).
La palabra clave es Perseverancia. No se trata de una
paciencia pasiva, como quien espera sin hacer nada, sino de una resistencia
activa y firme. Es la virtud que nos permite permanecer de pie bajo la
carga; es la fidelidad tenaz a pesar de que el mundo parezca derrumbarse a
nuestro alrededor.
Místicamente, salvar la vida, o ganar el alma, es más
que la supervivencia física. Es el acto de unificar el alma con Cristo a
través del sufrimiento y la prueba. Es morir diariamente a la propia voluntad
para que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. Cuando todo lo externo es
quitado, solo queda la relación desnuda y pura con Dios. Esta perseverancia nos
alinea con Su Palabra Inmutable, asegurándonos un lugar en el Juicio final
donde seremos reconocidos (Mt 25:31-46; Jn 5:29).
En la enseñanza de hoy distinguimos tres partes: 1) El
anuncio de la destrucción del Templo (Lc 21,5-6); 2) No se dejen engañar sobre
la llegada del fin el mundo (Lc 21,7-11); 3) El tiempo de persecución una
valiosa oportunidad de dar testimonio anunciando el evangelio (Lc 21,12-19).
1) "De todo lo que ustedes contemplan, un
día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido"(Lc 21,5-6). Es el
anuncio de la destrucción del Templo. Este episodio es el complemento de lo
anunciado: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a
levantar" (Jn 2,19). Los judíos le dijeron: Han sido necesarios cuarenta y
seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus
discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en
la palabra que había pronunciado” (Jn 2,20-22). También complemente la idea
aquella cita: “Algunos escribas y fariseos le dijeron: Maestro, queremos que
nos hagas ver un milagro. Él les respondió: Esta generación malvada y adúltera
reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así
como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el
Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día del
Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la
condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí
hay alguien que es más que Jonás” (Mt 12,38-41).
Los elogios de la belleza del Templo de Jerusalén: “Como
dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y
ofrendas votivas…” (Lc 21,5). En principio es una cuestión de apreciación
artística. La estética de los arquitectos y el buen gusto de los peregrinos que
han dejado allí sus ofrendas votivas es motivo de admiración de residentes y
visitantes. La magnificencia del Templo obedece al gusto su último
reconstructor: el rey Herodes el Grande (40-4 aC). Herodes, de origen idumeo
(un pueblo de comerciantes al sur de Palestina), quiso ganarse el favor de sus
súbditos promoviendo esta construcción de dimensiones casi colosales. Se hizo
en el mismo lugar donde el rey Salomón había construido el primer Templo y
donde después del retorno del exilio se había hecho la primera reconstrucción
por parte del movimiento de Esdras y Nehemías. El rey de las grandes
edificaciones militares, de magníficos palacios y reconstructor de una ciudad
entera (Cesarea Marítima), hizo una gran inversión en este Templo. En los días
del ministerio de Jesús la construcción estaba bastante avanzada, si bien no
terminada completamente. Los peregrinos no podían sino quedar boquiabiertos
ante semejante edificación, la cual tenía lo mejor en materiales y decoración.
La profecía de Jesús: “Esto que ven, llegarán días en que no
quedará piedra sobre piedra, todo será destruida’” (Lc 21,6). Jesús les hace
una réplica a los comentarios de la gente, anuncia un cambio de situación:
“días vendrán” (el mismo lenguaje utilizado en Lc 5,35 y Lc 17,22 para señalar
cambios radicales). Lo que la gente ahora “contempla” será destruido: los muros
se vendrán al piso, “una piedra no quedará encima de otra”. En Lc 19,44,
precisamente antes de entrar en la ciudad santa y de cara a ella, encontramos
una profecía similar por parte de Jesús.
El mensaje de Jesús es que no hay que sentirse absolutamente
seguro con el hecho de tener Templo (generalmente se espera que los bellos y
grandes edificios duren mucho tiempo) porque un día será destruido. Hay un
matiz en la frase que es digno de ser notado: el “llegarán días” se refiere a
que el panorama del Templo destruido durará largo tiempo. Esto es importante
para entender que el “fin” del que se va a hablar enseguida no es el día de la
destrucción del Templo sino en ése período.
2) Las señales del fin del mundo: Jesús
respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se
presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El
tiempo está cerca". No los sigan... Habrá grandes terremotos; peste y
hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes
señales en el cielo. (Lc 21,7-11). Este anuncio del fin del mundo se
complemente bien con esta cita: “Inmediatamente después de la tribulación de
aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas
caerán del cielo y los astros se conmoverán. Entonces aparecerá en el cielo la
señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y
verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de
gloria. Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta,
congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al
otro del horizonte” (Mt 24,29-31). Igual se afirma aquello que Jesús ya dijo
(Mt 24,35): “Vi una nube blanca, sobre la cual estaba sentado alguien que
parecía Hijo de hombre, con una corona de oro en la cabeza y una hoz afilada en
la mano listo para la siega” (Ap 14,14).
En la mentalidad judía de estos tiempos se pensaba que el
fin del Templo sería uno de los signos del fin del mundo, la pregunta sobre la
llegada del fin de la historia pasa ahora a ocupar el centro de atención:
La gente plantea dos preguntas a Jesús: “Maestro, ¿cuándo
sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para
ocurrir?’” (Lc 21,7) Jesús es interpelado en calidad de “Maestro”. A él se le
plantea la doble pregunta: 1) cuándo sucederá y 2) qué signo inequívoco dará el
pronóstico. En la pregunta llama la atención el plural: “estas cosas”. Esto se
debe a que la destrucción del Templo es uno de los eventos distintivos de los
últimos días, pero no el único. Por eso el discurso va más allá del asunto del
Templo y se explaya en la enumeración de signos apocalípticos que ya estaban en
la mentalidad popular. Sobre todo aquellos que tenían que ver con
desgracias. Esto no es novedad: siempre que hay calamidades lo primero que se
tiende a pensar es en el fin del mundo. Pero hay un punto importante que no
podemos perder de vista si queremos entender el pensamiento lucano: que la
suerte de Jerusalén está ligada a la del Templo, que es el signo de las
relaciones de Alianza entre Dios y su pueblo. Su tragedia resulta de las
vicisitudes comunes de la historia siendo, al mismo tiempo, emblemática de
todas las crisis de la humanidad, en la cuales está siempre indicado el
comportamiento del hombre para con Dios.
Cuando se viven tiempos difíciles es muy fácil ser
“engañados” (literalmente “apartados” o “desviados”, (Ap 2,20; 12,9; 13,14),
caer en manos de avivatos que se aprovechan de la situación. Estos charlatanes
aprovecharán las calamidades para anunciar el fin del mundo y se ofrecerán como
rescatadores de los que no quieran perecer en los eventos finales.
La realidad de la violencia: tres niveles progresivos de
conflictividad (Lc 21,10-11): Si bien los discípulos no deben dejarse “desviar”
(o engañar) por falsos profetas que aparecen en tiempos de desgracia ofreciendo
una salvación que no pueden dar, tampoco deben escandalizarse ante la realidad
del mal en el mundo. En medio de las guerras y de los desastres naturales se da
una situación de muerte a la que hay que ponerle remedio, pero hay que tenerlo
claro: no son vaticinio de parte de Dios de que ha llegado el fin inmediato del
mundo. Siguiendo la lectura del pasaje notamos cómo se van describiendo eventos
trágicos de menor a mayor escala planetaria, incluso cósmica. El mensaje es
siempre el mismo: “El fin no es inmediato” (Lc 21,9).
Notemos cómo en orden se van describiendo tres niveles de
conflictividad: 1) Conflictos locales en Palestina: “Cuando oigáis hablar de
guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero
estas cosas, pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9) Los discípulos escucharán
hablar de guerras e insurrecciones (Stgo 3,16). Aquí parece estarse hablando de
guerras civiles. Es posible que se esté pensando en la guerra judía (66-70 dC)
que culminó en el 70 dC. También en esa época hubo falsas profecías y mala
interpretación de los signos de los tiempos. Las guerras que aparecen en el
discurso apocalíptico, son típicas de su lenguaje (Is 19,2; Ez 13,31; Dn 11,44;
Ap 6,8). Los disturbios pueden llegar a hacer pensar que llegó el fin y llenar
los corazones de miedo, pensando que no sobrevivirán.
Conflictos internacionales: “Entonces, les dijo: ‘Se
levantará nación contra nación y reino contra reino’” (Lc 21,10). Los
discípulos no deben aterrarse. Estos eventos están en el plan de Dios: deben
suceder y así se realiza el plan de Dios (Dn 2,28). La idea de fondo sigue
siendo la misma: esto no significa que ha llegado el fin.
Conflictos naturales en la tierra y en el cielo: signos
cósmicos: Pasamos ahora a los desastres naturales y a los signos cósmicos:
“‘Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas
espantosas, y grandes señales en el cielo’” (Lc 21,10-11). También la
literatura apocalíptica acostumbra hablar de terremotos (Is 13,13; Ageo 2,6; Zc
14,14; Ap 6,12; 8,5) y de eventos climáticos que matan las cosechas y provocan
la hambruna (Is 14,30; 8,21; Ap 18,8). Junto a los desastres en la tierra, se
anuncia que se verán signos terribles en el cielo. Parece hacerse referencia a
fenómenos inusuales que los astrónomos no consiguen explicar. Las convulsiones
cósmicas también pertenecen a los típicos signos apocalípticos (Joel 2,30-31;
Am 8,9; Ap 6,12-14).Todos son signos apocalípticos del fin pero no son el fin.
La misma idea sigue martillando: “pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9b).
3. El tiempo de persecución como valiosa oportunidad de
testimonio: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán,
entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y
gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Hagan
pues el propósito de no preparar la defensa, porque yo les daré una elocuencia
y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus
adversarios. Serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y
les matarán a algunos de Uds. y serán odiados de todos por causa de mi nombre.
Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvaran sus
almas” (Lc 21,12-19).
En el conflicto que se da en el tiempo entre el ministerio
de Jesús y el retorno glorioso del Señor al fin de la historia, ahora se sitúan
los discípulos: “Antes de todo esto…”. También por causa de la fe se sufre
violencia. Jesús nos invita a ver bajo esta nueva perspectiva la era de los
mártires. Del peligro de ser “engañados” o confundidos pensando que estamos
ante el “fin”, el discurso pasa a un peligro mayor al que se expone el
discípulo: el peligro de sucumbir ante la tentación de ceder en la fe. Los escenarios
de la persecución que amenazan la fe y el testimonio de los discípulos son dos:
1) El arresto y el juicio en los tribunales (Lc 21,12-15). 2) La traición en la
familia y el odio generalizado (Lc 21,16-19).
Jesús primero describe el escenario y luego enseña cómo
reaccionar frente a él: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les
perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes
y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio” (Lc
21,12-13). Lo primero que se aclara es que lo anunciado ocurrirá “antes de todo
esto”. Es decir que hay una antesala: la violencia entre los hombres y los
desastres del mundo comienzan primero en la violencia contra los discípulos por
causa de su fe en Jesús.
La persecución (Lc. 11,49), la captura y la entrega a las
autoridades –como es frecuente en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8,3; 12,4;
21,11; 22,4; 27,1; 28,17)- es una ocasión propicia para dar el testimonio de
Jesús: “Esto les sucederá para que den testimonio” (Lc. 21,13). Lo importante
es que este es el tiempo del testimonio. Hay que aprender de los mártires. Los
lugares a los cuales serán llevados los discípulos son las “sinagogas” –las
cuales tenían eventualmente la función de corte judicial local- y las
“cárceles” –una forma de castigo ampliamente conocida (Hch 8,3; 22,4)-. “Hagan
el propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré una elocuencia y una
sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios” (Lc
21,14-15). Habiendo dicho que enfrentarán situaciones penosas ante los jueces,
ahora Jesús instruye a los discípulos para que sigan un comportamiento
consecuente con su fe. Los que sufren por su nombre, reciben coraje y sabiduría
de la persona de Jesús. Entonces no hay que dejarse dominar por la ansiedad, ya
que Jesús promete que él mismo (“yo”) dará tanto boca (capacidad de expresión:
Ex 4,11.15; Ez 29,21) como sabiduría (Hch 6,10). Pero a ellos les corresponde
“Decidir no preparar el discurso” (Lc12,11). Es interesante notar en esta línea
cómo el nombre de Jesús está en lugar de la conocida mención al Espíritu Santo
(Lc 12,12).
Fe y testimonio ante la traición en la familia y el odio
generalizado: El asunto se pone todavía más cruel cuando la persecución procede
de los seres queridos: “Serán entregados por padres, hermanos, parientes y
amigos, y matarán a algunos de vosotros” (Lc 21,16). Este nuevo escenario se
desborda en el rechazo generalizado que reciben los discípulos de Jesús: “Serán
odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21,17). La violencia es como un
espiral que sube desde la familia y va contagiando los diversos estamentos de
la vida social. Aquí se habla expresamente de una violencia que se sufre por
causa de la fe: el motivo es la lealtad a Jesús. Ésta destapa otras falsas
lealtades (Lc 6,22.27).
La enseñanza de Jesús sobre cómo reaccionar (Lc 21,18-19):
Con todo lo cruel que pueda parecer y quizás hasta exagerado, Jesús está
describiendo duras verdades. De ahí pasa a su exhortación final: un discípulo
debe ser sólido en su fe y su testimonio, estos sucesos no pueden realmente
debilitarlos. Es mostrando solidez como ellos alcanzarán la vida resucitada.
En un contexto de martirio estas son las palabras precisas
que necesita oír el discípulo y apóstol de Jesús. Los conflictos parecerán
grandes, horrorosa incluso la muerte de algunos hermanos, pero la comunidad de
los discípulos no debe perder por esto su confianza en Jesús. El esfuerzo del
discípulo: “Con su perseverancia salvaran sus almas” (Lc. 21,19). Jesús espera
discípulos que perseveren en la fidelidad así como él lo hizo y de esa forma
alcanzarán la plenitud de la vida. La carta de presentación de un discípulo de
Jesús será entonces: “ Uds son los que han perseverado conmigo en mis pruebas”
(Lc 22,28). Esto nos remite a otro pasaje lucano sobre el discipulado: es
verdadero discípulo “oyente de la Palabra” es aquel que llega a “dar
fruto con perseverancia” (Lc 8,15). Dicha perseverancia es el resultado del
cultivo de la semilla de la Palabra del Reino en el corazón.
A la inquietud de “cuándo” y el “cómo” de la llegada del
“fin” y de cara ante la lista de acontecimientos trágicos enumerados, Jesús nos
hace caer en cuenta que ninguno de ellos es exclusivo de ningún período
histórico particular. Lo mismo vale para las persecuciones a los discípulos. Lo
que cuenta es que en medio de ellas debe brillar la fuerza de la fe y del
testimonio. Un discípulo de Jesús no es inmune a las crisis de la humanidad;
pero en medio de ellas no puede caer ni en stress generando alharacas ni
tampoco adormecerse acunado en falsas seguridades de espiritualidades
superficiales que ignoran la realidad de la vida o invitan a la fuga de ella,
sino movilizar evangelización con la fuerza de los profetas. “Bienaventurados
son cuando los hombres les odien, cuando les expulsen, les injurien y
proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese
día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese
modo trataban sus padres a los profetas” (Lc 6,22-23).