DOMINGO VI – B (11 de Febrero del 2018)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:
1,40 En aquel tiempo, se le acercó un leproso para pedirle
ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes
purificarme".
1:41 Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
"Lo quiero, queda purificado".
1:42 En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
1:43 Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
1:44 "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte
al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de
testimonio".
1:45 Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo
el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar
públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares
desiertos. Y acudían a él de todas partes. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien
El evangelio de hoy nos habla sobre el poder de la fe del
leproso. Ya nos había dicho Jesús: "No son los sanos los que tienen
necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores" (Mc 2,17). La mujer hemorroisa se dijo: "Con
sólo tocar su manto quedaré curada".
Y ni bien tocó, cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que
estaba curada de su mal” (Mc 5,28). “Llegaron unas personas de la casa de Jairo
le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al
Maestro? Pero Jesús dijo a Jairo: "No temas, basta que tengas fe". Jesús
llego a la casa de Jairo, la tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum",
que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!" En seguida la
niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar” (Mc 5,35-42).
“Lo que mancha o hace impuros al hombre no es lo que entra
por la boca, sino lo que sale de ella" (Mt 15,11). “Del corazón proceden
las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los
robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas si hacen
impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos" (Mt 15,19-20).
Dijo el señor: “Pidan y se les dará, busquen y encontraran;
porque al que pide se le da… (Mt 7,7). El leproso nos da una lección de fe
cuando dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran prudencia
y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni
se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno.
Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus
pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él (una oración simple
que sale del corazón profundo del leproso). En efecto, no le dice: “Dame salud;
o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’. No le dice: ‘Señor,
¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es
Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.
¿Qué dice el Señor para confirmar la opinión de aquellos que
contemplaban estupefactos su poder, Él que tantas veces habló con humildad de
muchas cosas que no se adecuaban a su gloria? Él dice: ‘Quiero, queda curado’
(Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no
consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí, en
efecto, para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su poder, dice
primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las
palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece en
comunión con la Ley de Moisés al manda al leproso a presentarse a los
sacerdotes (Mc 1,44; Lv 13,10) pero también en contraposición a ella cuando se
hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo
normal, que es alejarse gritando “impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco
Jesús lo hace: alejarse del leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas
por la ley de Moisés.
Lo que es puro e impuro dice el Señor: "Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le
preguntaron: ¿Qué es lo que hace puro o impuro al hombre? Dijo Jesús: “¿No
saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque
eso no va al corazón sino al vientre, y después a la letrina?" Así Jesús
declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: "Lo que sale
del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los
hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los
robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las
deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas
estas cosas malas proceden del interior y son las que hacen impuro al hombre"
(Mc 7,17-23).
Por tanto, no por comer mucho o poco; no por estar con un
mal del cuerpo, o por estar sano el cuerpo depende nuestra salvación. Sino de
cómo está el alma o espíritu nuestro, si puro o impuro, depende nuestra salvación.
La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos: 1)
Encuentro entre
Jesús y el leproso (Mc 1,40). 2) Curación del leproso (Mc 1,40-42).
3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44). 4) El hombre sanado pregona la
curación: el primer misionero de Jesús (Mc 1,45)
1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le
acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del
evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del
fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un
leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo
trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la
gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.
a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o
sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del
Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo
de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo
demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).
b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el
leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos
de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la
entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas
relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta
en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que
advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué humillación!
c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso
debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo
su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No
sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor
de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere
que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su
cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas
sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino
gritarle desde lejos (Lev 13,45-46).
Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús: 1)
Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación humanamente incurable. 2)
Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas poniendo en peligro
de exclusión social y religiosa a Jesús. 3) Un hombre que comprende lo que le
ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.
Curación del leproso (Mc 1,40-42): “…Suplicándole y, puesto
de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del leproso
representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea tiene del
precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La manera
como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración
propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando
en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia. Así
también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que será
resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc
7,25).
En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que
Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil
que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que
la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las
palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien
nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números
12,12). En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder
absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma
orará Jesús en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se
abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero,
sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Uno no puede de dejar de ver en esta
ocasión cómo la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene
un profundo sentido.
¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús?
Anteriormente en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc
1,25.27). Ahora se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación:
“Puedes limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes
declaraban cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la
limpieza-curación misma.
Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de
portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc
1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.
“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo:
‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está movido desde un gesto que
proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el
sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino
que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del
siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la
sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena
en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el
contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se
vuelve verbal: el poder de la Palabra.
1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41).
Vemos los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de
transmitir la potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad.
Hay un trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con
brazo extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex
6,5); y también el poder de Dios por
medio de los gestos de Moisés en (Ex 4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La
mano se extiende para tocar. Para Marcos el contacto físico es importante (Mc 3,10;
5,27.28.31; 6,56; 7,33; 8,22; 10,13), es una forma de comunicación honda que
vehicula algo de sí mismo.
2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las
palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la
orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso.
Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios!
“Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios:
basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.
Como es de ver, el tema de la purificación aparece por
tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarme” (Mc 1,40), “Queda limpio (puro)”
(Mc 1,41) y “Quedó limpio (puro)” (Mc
1,42). Esta secuencia de voces (del enfermo, de Jesús y del narrador que haces las
veces de observador externo muestra linealmente cómo la oración ha sido
atendida. Marcos nos invita a apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de
Jesús tiene un poder inmenso. ¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con
nuestra simple voluntad al enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios:
basta que quiera una cosa para que ella suceda. El leproso es curado al
instante de la enfermedad.
Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante
prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate
al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que
les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44). Enseguida viene una nueva orden, no para
la enfermedad sino para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos
componentes:
1) Uno negativo: lo que no debe hacer, esto es, guardar el
secreto de lo sucedido. La finalidad es evitar la publicidad y evitar concepciones
simplistas que expone a Jesús a la manipulación de quienes buscan su poder sin
comprender cuál es su profunda identidad mesiánica, o sea, sin dejarlo
revelarse y cumplir a cabalidad la misión para la cual vino (esto es el
“secreto mesiánico”.
2) Lo positivo: lo que sí debe hacer, que es proceder como
manda la Ley de Moisés al respecto (Lv 6,13), pero no como simple cumplimiento
de una normativa sino “para que le sirva de testimonio”: no una acusación sino
como demostración y anuncio concreto del acontecer del Reino de Dios. Las
palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o purificación) del leproso a la
obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea
del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.
4.- El hombre sanado pregona la curación: el primer
misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo
y a divulgar la noticia (El primero en proclamarla Buena Noticia, el poder de
Dios en el Hijo), de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en
ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y
acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada.
El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús:
“Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el
“entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la
enfermedad pero no el corazón del hombre.
Se hace notar enseguida: 1) Ahora el marginado es Jesús que
debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede
entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso:
éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito
del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La evangelización del (ex)
leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es testimonial y consigue
atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.
La forma verbal de la frase “acudían a él de todas partes”, genera un efecto: una
acción prolongada y constante de ríos de personas que –como lo hizo
inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El progresivo reconocimiento de
Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su
punto culminante. El punto es que no sólo la fama de Jesús se difunde. Sino que
–como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que
logra el primer misionero del Evangelio.
Una inquietud conecta la primera con la última página del
Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo
pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a
hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).
El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero
sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La
predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un
solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la
evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino
predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros.
Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo
y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.
Por tanto, la pregunta inquietante que nos ilumina en buscar
respuestas es: ¿Maestro, qué obras buenas debo hacer para heredar la vida
eterna? (Mc 10,17). Obrando en la enseñanza de Jesús en la misión: "Vayan
por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y
se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios
acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán
nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un
veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y
los curarán" (Mc 16,15-18). Porque Jesús no enseña meras teorías de cómo
se llega al cielo, sino de las experiencias de vida habitual en la misión:
sanando, limpiando leprosos, acudiendo al que necesita de la ayuda. Al respecto
dice el apóstol: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si
no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes,
al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les
dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que
necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras,
está completamente muerta” (Stg 2,14-17).