DOMINGO VI – B (15 de Febrero del 2015)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:
En aquel tiempo, se le acerca a Jesús un leproso
suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido
de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio. Y al
instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante
prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate
al sacerdote y haz por tu purificación
la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él,
así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de
modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que
se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas
partes” PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien
¿Qué les sugiere el evangelio de hoy? El leproso dijo: “Señor,
si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran prudencia y fe la de este
leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni se atraviesa
entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno… Y no se lo
pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus pies, con fe
sincera y con una opinión correcta acerca de Él. En efecto, no le dice: “Dame salud;
o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’. No le dice: ‘Señor,
¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es
Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.
¿Qué dice el Señor para confirmar la opinión de aquellos que
contemplaban estupefactos su poder, Él que tantas veces habló con humildad de
muchas cosas que no se adecuaban a su gloria? Él dice: ‘Quiero, queda curado’
(Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no
consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí, en
efecto, para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su poder, dice
primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las
palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece en comunión con la Ley de Moisés al manda al
leproso a presentarse a los sacerdotes (Mc 1,44) pero también en contraposición
a ella cuando se hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo normal, que es alejarse gritando
“impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco Jesús lo hace: alejarse del
leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas por la ley de Moisés.
La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos:
(1) Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40)
(2) Curación del leproso (Mc 1,40-42)
(3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44)
(4) El hombre sanado pregona la curación: el primer
misionero de Jesús (Mc 1,45)
1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le
acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del
evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del
fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un
leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo
trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la
gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.
a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o
sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del
Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo
de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo
demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).
b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el
leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos
de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la
entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas
relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta
en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que
advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué
humillación!
c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso
debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo
su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No
sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor
de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere
que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su
cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas
sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino gritarle
desde lejos (Lev 13,45-46).
Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús:
(1) Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación
humanamente incurable.
(2) Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las
reglas poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús.
(3) Un hombre que comprende lo que le ofrece la Buena Nueva
de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.
2.- Curación del leproso (1,40b-42): “…Suplicándole y,
puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del
leproso representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea
tiene del precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La
manera como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una
oración propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero
expresando en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia.
Así también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que
será resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc
7,25).
En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que
Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil
que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que
la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las
palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien
nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números 12,12).
En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder absoluto
de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma orará Jesús
en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se abandonará
filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo
que quieras tú” (Mc 14,36b). Uno no puede de dejar de ver en esta ocasión cómo
la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene un profundo
sentido.
¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús? Anteriormente
en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc 1,25.27). Ahora
se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación: “Puedes
limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes declaraban
cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la
limpieza-curación misma.
Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de
portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc
1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.
“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo:
‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está ambientado desde un gesto
que proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el
sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino
que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del
siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21 ; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la
sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena
en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el
contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se
vuelve verbal: el poder de la Palabra.
(1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41). Vemos
los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de transmitir la
potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad. Hay un
trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con brazo
extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex 6,5); y también el poder de Dios por medio de los
gestos de Moisés en (Ex 4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La mano se extiende
para tocar. Para Marcos el contacto físico es importante (ver 3,10; 5,27.28.31;
6,56; 7,33; 8,22; 10,13), es una forma de comunicación honda que vehicula algo
de sí mismo.
(2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las
palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la
orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso.
Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios!
“Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios:
basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.
Veamos el hecho. El tema de la purificación aparece por
tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarte” (Mc 1,40), “Queda limpio” (Mc 1,41) y “Quedó limpio” (Mc 1,42). Esta secuencia de
voces (del enfermo, de Jesús y del narrador que haces las veces de observador
externo) muestra linealmente cómo la oración ha sido atendida. Marcos nos
invita a apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de Jesús tiene un poder
inmenso. ¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con nuestra simple
voluntad al enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios: basta que quiera
una cosa para que ella suceda. El leproso es curado al instante de la
enfermedad.
3.- Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante
prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate
al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para
que les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44)
Enseguida viene una nueva orden, no para la enfermedad sino
para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos componentes: 1) Uno negativo:
lo que no debe hacer, esto es, guardar el secreto de lo sucedido. La finalidad
es evitar la publicidad y el boato populachero que expone a Jesús a la
manipulación de quienes buscan su poder sin comprender cuál es su profunda
identidad mesiánica, o sea, sin dejarlo revelarse y cumplir a cabalidad la
misión para la cual vino (esto es el “secreto mesiánico”.2) Uno positivo: lo
que sí debe hacer, que es proceder como manda la Ley de Moisés al respecto,
pero no como simple cumplimiento de una normativa sino “para que le sirva de
testimonio”: no una acusación sino como demostración y anuncio concreto del acontecer
del Reino de Dios. Las palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o
purificación) del leproso a la obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de
vida y de culto, a la asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y
deberes.
4.- El hombre sanado pregona la curación: el primer
misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo
y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público
en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y
acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada.
El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús:
“Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el
“entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la enfermedad
pero no el corazón del hombre. El efecto se hace notar enseguida: 1) Ahora el
marginado es Jesús que debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares
solitarios”. Esto puede entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la
situación del leproso: éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere
mantener el propósito del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La
evangelización del (ex) leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es
testimonial y consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.
La forma verbal de la frase “acudían a él de todas partes”, genera un efecto: una
acción prolongada y constante de ríos de personas que –como lo hizo
inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El progresivo reconocimiento de
Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su
punto culminante. El punto es que no sólo la fama de Jesús se difunde. Sino que
–como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que
logra el primer misionero del Evangelio.
Una inquietud conecta la primera con la última página del
Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo
pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a
hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).
El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero
sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La
predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un
solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la
evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino
predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros.
Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo
y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.