DOMINGO 17 - C (28 de julio del 2013)
San Lucas 11,1-13:
En aquel tiempo, estando Jesús en oración en cierto lugar,
cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar,
como enseñó Juan a sus discípulos." Él les dijo: "Cuando oren, digan así:
Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan
cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a
todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación."
Les dijo también: "Si uno de Uds. tiene un amigo y,
acudiendo a la medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, porque ha
llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y
aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está
cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a
dártelos", les aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo,
al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite."
Yo les digo: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran;
llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide
un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión?
Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" PALABRA DE DIOS
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Estamos en un día
especial aparte que, cada domingo siempre es día especial por ser día del Señor
, hoy estamos celebrando 192 años de vida de independencia como Estado Peruano,
por tal motivo para todos los peruanos(as) en el mundo un reiterado saludo
franciscano de Paz y Bien y desde ya os deseo una felices fiestas con la bendición
de Dios.
El domingo pasado en el evangelio, el Señor terminaba con
estas palabras: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas;
y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte
buena, que no le será quitada" (Lc.10,41). En este domingo, precisamente
en su enseñanza el Señor resalta un aspecto importante de este encuentro; pues,
¿qué es la oración sino el encuentro dialogante con Dios? ¿Qué sabemos de la oración?
¿Sabemos realmente orar? ¿Cuántas veces hemos rezado el Padre Nuestro? ¿Lo
habremos rezado de verdad o solo por costumbre y lo hacemos por cumplir?
¿Alguna vez le hemos pedido a Jesús que nos enseñe a orar? Como hoy los apóstoles
le piden al Señor que les enseñe a orar?
Conviene hacer una
diferencia entre: "orar" y "rezar", rezar es pronunciar o
repetir una fórmula establecida de palabras u oraciones, la mayor parte de las
veces, oraciones hechas por otros. Mientras que orar es el encuentro dialogante
con Dios, es abrir nuestro corazón delante de Dios, hablarle con las palabras
de nuestro corazón que nace de nuestra propia experiencia de vida, lo que
significa que el mismo trabajo, la realidad de la misma familia o los estudios
son un buen medio de oración. Con mucho sentido dice Jesús: “Vengan a mí los
que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi
yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas
encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28). Por
lo que orar es presentar a Dios los sentimientos de nuestro corazón para hallar
en él, el descanso y consuelo.
Para tener un mayor panorama de la oración nos situamos en
algunos ejemplos de oración en la misma Biblia: “Durante la noche se apareció
Dios a Salomón y le dijo: “Pide lo que quieras que te dé”, y Salomón respondió:
Señor, Tú hiciste con David, mi padre, gran misericordia, y a mí me has hecho
reinar en su lugar. Ahora, pues, ¡oh Dios!, se cumple tu promesa a David, mi
padre, ya que me has hecho rey de un pueblo numeroso como el polvo de la
tierra. Dame, pues, la sabiduría y el entendimiento para que pueda conducir a
este pueblo, porque ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo?» Dios dijo a
Salomón: «Ya que éste es tu deseo y no has pedido riquezas ni bienes, ni gloria
ni la muerte de tus enemigos, ni tampoco has pedido larga vida, sino que me has
pedido la sabiduría y el entendimiento para gobernar a mi pueblo, del cual te
he hecho rey, por eso desde ahora te doy sabiduría y entendimiento, y además te
daré riquezas, bienes y gloria como no las tuvieron nunca los reyes que fueron
antes de ti, ni las tendrá ninguno de los que vengan después de ti” (2 Cro.
1,7-12). Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que
se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos,
pero Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca
de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me
invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me
encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer
29,12)
Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones
nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del corazón
autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta parábola
por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás. Dos
hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El
fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy
gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros,
o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas
mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío,
ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo que este último estaba en
gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se
hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,9-14).
En la misma línea el salmista advierte que Dios no lo escucha: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis gritos mis palabras no te alcanzan!
Dios mío, de día te llamo y no me atiendes, de noche y no me escuchas, mas no
encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta
ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).
Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es
que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y
puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende inmediatamente.
Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así
conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio de Lucas Jesús
termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran;
llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide
un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un
escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan!" (Lc 11,9-14).
Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una
serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del
cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir
que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se
reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y
cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras
vidas.
Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que
muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y
luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta
curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen
que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración
de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen:
"Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.
El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono averiado
y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por dentro y no
tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la primera oración
que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única oración que
Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la hemos recitado
de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más maltratada. Orar el
Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el misterio de Dios y del
Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir palabras bonitas, sino un
meternos en ese misterio de Dios llamado a expresarlo en nuestras vidas.
En primer lugar, comenzamos haciendo una confesión de fe en
Dios como Padre, por tanto en nosotros como hijos y todos como familia de Dios.
En segundo lugar lo reconocemos como "Padre Nuestro", lo que
significa una paternidad universal, y significa reconocernos a todos como
"hijos" y por tanto reconocernos a todos como "hermanos".
Toda una nueva visión de la humanidad. Toda una nueva visión
de la relación entre todos nosotros. Toda una visión de la humanidad como
"la familia de Dios". Bastaría esta simple invocación para que todo
cambie, para que el mundo se ponga patas arriba, pero todos nos sintamos
diferentes, para todos nos veamos y nos tratemos de una manera distinta. Por
eso la oración del Padre Nuestro no es una oración de pedigüeños, como suelen
ser nuestras oraciones, es una oración en la que nos implicamos todos en el
misterio paternal de Dios y en todos los intereses y planes y proyectos de
Dios.
En toda la primera parte nos comprometemos en los ideales de
Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios,
compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su
voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu
palabra." Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu voluntad y
no la mía." En la segunda parte, le pedimos por todo aquello que pueda
quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios. Compartir el pan,
el perdón que restaña todas las heridas en la comunidad y la fortaleza para ser
más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre Nuestro comienza por un
hablar con Dios Padre, pero luego implica todo un nuevo estilo de vida. Un
nuevo estilo de relaciones. Una nuevo visión de la humanidad no dividida por
los muros de los intereses humanos, sino unida por la fraternidad. ¿Te parece
fácil?
¿Qué es la oración?
La oración no es pedir. Es un anhelo del alma, es el pan de la vida espiritual.
Alguien dijo: “En la oración es mejor tener un corazón sin palabras que palabras
sin corazón. La oración la hemos confundido con "pedir", con una
especie de "petitorio". Algo así como si la amistad la convirtiésemos
en una lista de pedidos al amigo. La oración es un sentimiento del alma.
Por otra parte, hemos convertido la oración en un mar de
palabras, con frecuencia bastante vacías. Y aquí sí le doy la razón a Gandhi:
"Que mejor tener un corazón sin palabras que palabras sin corazón."
La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el Padre no tiene
muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia del mensaje del Evangelio
y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas palabras y no decirle nada a
Dios porque solo habla la lengua y no el corazón. Se puede guardar un gran
silencio y hablar mucho con los sentimientos del corazón. No estamos contra la
oración "hecha de palabras". Sí estamos en que la verdadera oración
brota y nace del corazón. No ama más el que mucho habla de amor, sino el que
siente su corazón enamorado.
¿Dónde está Dios?
Lo leí en alguna lectura espiritual: Una pareja
tenía dos niños pequeños, de 8 y 10 años de edad, quienes eran extremadamente
traviesos, siempre estaban metiéndose en problemas y sus padres sabían que si
alguna travesura ocurría en su pueblo sus hijos estaban seguramente
involucrados. La mamá de los niños escuchó que el sacerdote del pueblo había
tenido mucho éxito disciplinando niños, así que le pidió que hablara con sus
hijos. El sacerdote aceptó, pero pidió verlos de forma separada, así que la
mamá envió primero al niño más pequeño.
El sacerdote era un hombre enorme con una voz muy profunda, sentó
al niño frente a él y le preguntó gravemente: ¿Dónde está Dios? El niño se
quedó boquiabierto pero no respondió, sólo se quedó sentado con los ojos
pelones. Así que el sacerdote repitió la pregunta en un tono todavía más grave:
¿Dónde está Dios? De nuevo el niño no contestó. Entonces el sacerdote subió de
tono su voz, aún más, agitó su dedo frente a la cara del niño, y gritó: ¿Dónde
está Dios? El niño salió gritando del cuarto, corrió hasta su casa y se
escondió en el closet, azotando la puerta. Cuando su hermano lo encontró en el
closet le preguntó: ¿Qué pasó? El hermano pequeño sin aliento le contestó:
¡Ahora si que estamos en graves problemas hermano, han secuestrado a Dios y
creen que nosotros lo tenemos! Ya no es el cura quien pregunta, es la sociedad
entera la que pregunta a los cristianos: ¿Dónde está Dios? La gente quiere
verlo. Lo que necesitaríamos sería cuestionarnos como el niño que sentía que le
acusaban de haber secuestrado a Dios. ¿Estaremos seguros que nosotros no lo
hemos secuestrado? ¿No lo hemos secuestrado y lo tenemos metido en el templo,
pero lo hemos sacado de la calle? Pregúntese la Iglesia. Preguntémonos cada uno
de nosotros. ¿Dónde está Dios? ¿Dónde lo hemos escondido que la gente no lo ve?
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