DOMINGO XX - C (18 de agosto del 2013)
San Lucas 12, 49 -53:
En aquel tiempo dejo Jesús a sus discípulos: "He venido
a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con
un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se
cumpla!.
¿Creen que estoy aquí para dar paz a la tierra? Les aseguro
que no, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán
divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre
contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija
contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra." PALABRA
DE DIOS.
COMENTARIO:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
El domingo pasada, Jesús en la parte final del Evangelio decía:
“Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya
confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). ¿Qué es lo más precioso
que Dios nos ha dado a la humanidad? Sin duda tiene que ser su amor, el don
precioso que Dios nos concede es el amor. Ahora el Señor comienza: "He
venido a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido!” (Lc 12, 49). ¿Por qué Jesús usa el símbolo del fuego para su
enseñanza de hoy? Porque el fuego purifica y es energía que da calor y vida y
que sabiduría de Jesús para saber usar como causa el fuego que arde en el corazón
de todo creyente y su efecto como el amor que nos une a Dios. Y dice Jesús he
venido encender esta llama del amor en
el corazón del hombre.
En el creyente la palabra de Dios tiene que ser como ese
fuego que purifica al crisol el oro que separa de la escoria, y por el fuego se
sabe que porción de oro se tiene y que
porción de escoria se tiene (I Pe 1,7). Al respecto el profeta dice: “Me has
seducido, Señor, y me dejé seducir por ti. Me tomaste a la fuerza y saliste
ganando. Todo el día soy el blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí. Pues
me pongo a hablar (en nombre de Dios), y son amenazas, no les anuncio más que
violencias y saqueos. La palabra de Dios me acarrea cada día humillaciones e
insultos. Por eso decidí no recordarme más de Dios, ni hablar más en su nombre,
pero sentía en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y
aunque yo trataba de apagarlo, no podía” (Jer 20,7-9).
En el Nuevo catecismo de la Iglesia 27 dice: “El deseo de Dios está inscrito en el
corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y
Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre
la verdad y la dicha que no cesa de buscar: «La razón más alta de la dignidad
humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es
invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque,
creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente
según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador»
(GS 19,1)
Por el profeta Ezequiel Dios nos dice sobre su intensión para
la humanidad: “Los sacaré de las naciones, los reuniré de entre los pueblos y
los traeré de vuelta a su tierra. Los rociaré con un agua pura y quedarán
purificados; los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos
ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo.
Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré
dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que
observen mis leyes y que las pongan en práctica” (Ez, 36,24-27). Y agrega. “Por
eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su
corazón” (Os 2,16).
Como se nota claramente que el hombre como criatura de Dios
lleva por dentro ese fuego del amor, desde los huesos, en el corazón y ese
fuego del amor proviene de Dios, con Razón se nos dice en Gen 1,27: “Dios creo
al hombre a su imagen y semejanza” Por eso el hombre lleva esa dignidad de ser
criatura de Dios.
San Pablo es más enfático en decirnos muy concretamente: “Dios
nos dejó constancia del amor que nos tiene en esto, que Cristo murió por
nosotros cuando todavía éramos pecadores. Con mucha más razón ahora nos salvará
del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos. Cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo; con mucha más
razón ahora su vida será nuestra plenitud” (Rm 5,8-10). Y al respecto hoy Jesús
nos ha dicho: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y qué angustiado estoy hasta
que se cumpla” (Lc 12, 49).
Mismo Señor nos lo dice que es el amor: “No hay amor más
grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo
que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que
hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que
aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió
a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así
es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre” (Jn 15,13-16).
Un buen día el doctor de la ley pregunto al Señor: “¿Qué
mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: «El primer mandamiento
es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia
y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos” (Mc 12,28-31). En
sus cartas propio Juan dice: “Quien ama
esta en Dios y conoce a Dios, quien no ama no conoce a Dios, porque dios es
amor” (1Jn 4,8). “Si uno dice «Yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un
mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no
ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame
también a su hermano” (1Jn 4,20-21).
Ahora bien, cuando Jesús nos dice: “Vine a traer fuego… división”
(Lc12,49-50). Entendemos al Señor a que se refiere y como bien sabemos el fuego
quema todo aquello que ya no sirve. Los mineros usan el fuego para separar el
oro de las escorias que no sirven. Los agricultores tienen un sistema muy
curioso. Recogida la cosecha prenden fuego a los rastrojos que ya no sirven
para nada. Pero el fuego, además tiene una fuerza y un dinamismo. No solo
calienta en los días fríos del invierno, sino que también sirve para poner en
marcha los motores.
Muchos cristianos esperaríamos que Jesús deje las cosas como
están. A lo más habría que ponerle unos parches, por eso se desilusionan de
Jesús. O lo que es peor, muchos se imaginan que ser fieles a Jesús es dejar que
las cosas sigan igual, sigan como siempre. El cambio no entra en su mentalidad.
Jesús es todo lo contrario. El vino a introducir el cambio. El mismo ya es un
cambio. El cambio es señal de vida, es señal de que algo que no está bien y es
preciso cambiarlo. Además, el cambio no es negar el pasado, sino más bien es
hacer que el pasado camine y no se quede en el ayer.
Jesús vino a cambiar muchas cosas. Vino a cambiar la
religión de "sacrificio por la religión de la misericordia". Jesús
vino a cambiar la religión de "los holocaustos por la religión del
amor". Vino a cambiar la "religión del sábado y la ley por la
religión del hombre". Vino a cambiar la "religión del templo por la
religión del hombre". Pero, eso sí. Jesús no actuó con rebeldía. Jesús no
es de los que quiere el cambio por la fuerza y el poder, sino por la fuerza del
amor, la comprensión, el respeto a los demás. La violencia destruye, pero no
construye. Vemos la violencia de ciertas huelgas y manifestaciones que pasan
destruyéndolo todo. La violencia impone el cambio a fuerza del poder del más
fuerte.
No. Eso no es el estilo de Jesús ni tampoco del cristiano.
El cristiano es el que quiere que lo que está mal esté bien, pero cambiando el
corazón del hombre. El cristiano es el que quiere que aquello que declara como
bueno una situación de injusticia, cambie por otra situación de justicia, pero
no con otra injusticia. Jesús quiere que aquello que no responde a la dignidad
del hombre tiene que cambiar, que el centro de todo tiene que ser el hombre y
la dignidad y bienestar del hombre. Por eso el cristiano no es un conformista
que deja que las cosas sigan igual. El cristiano es el hombre del cambio, es el
hombre de lo nuevo.
Hoy es frecuente que en las familias se creen problemas
religiosos a consecuencia de las diferentes opciones religiosas. "Padre,
mi hijo se ha cambiado de religión. Padre, mi hijo o mi hermano o mi marido se
ha pasado a los hermanos separados." Jesús vino a proclamar la libertad de
los hijos de Dios y ni él nos priva de esa libertad. Jesús es muy claro. Él ha
venido a poner división en la misma familia. Padres contra hijos, hijos contra
padres, hermanos contra hermanos. Todo eso a consecuencia del don de la
libertad. En la familia habrá quienes crean en el Evangelio y quienes se
nieguen a creer. Habrá quienes tengan la fe católica y quienes se hayan pasado
a otras confesiones religiosas.
Esto, evidentemente crea situaciones de tensión entre los
miembros de la familia. Sin embargo, Jesús nos pide el respeto a la conciencia
de los demás. Respeto que no significa que yo acepte el modo de pensar de los
otros, pero que sí significa que yo respeto la conciencia y la libertad de los
demás. Muchos padres se preguntan qué hacer con sus hijos que se han pasado a
otras confesiones o filosofías orientales. Nadie es dueño de la libertad de los
demás. Tendremos que aceptar la realidad, por mucho que no duela. Siempre nos
quedará el pedir al Señor que mueva y toque e ilumine las mentes y los
corazones de los demás. Esto mismo se convertirá en una exigencia de fidelidad
para nosotros mismos. Jesús es principio de unidad y comunión, pero también de
división. Esa es la realidad del Evangelio. Él mismo tuvo en su grupo quien no
aceptó su mensaje e incluso llegó a traicionarle. No es fácil, pero es la
verdad. La religión no se impone. El Evangelio se ofrece. El ser católico no
puede imponerse por la fuerza, sino por la oferta y el testimonio de nuestras
vidas.
Termino con las mismas palabras de Jesús: “Les doy un
mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos
a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos,
en que se amen unos a otros” (Jn 13,34-335). Así pues, estimados amigos en la
fe, si somos creyentes no nos queda sino hacer que arda el fuego del amor en
nuestros corazones, aquel fuego que Cristo quien dando su vida en la cruz por
nosotros dejó encendido en nuestros corazones, dejemos que arda este fuego y
demos testimonio de ese ardor del calor humano el cual es el amor, el amor de
Dios.
hola... Paz y Bien. Dios os cuide siempre.
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