DOMINGO XXII – A (Domingo 31 de Agosto del 2014)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 16,21-27:
En aquel tiempo, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos
que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos
sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al
tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios
no lo permita, Señor, eso no te sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a
Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo,
porque tu piensas como los hombres y no como Dios".
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a
causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero
si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre,
rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí
presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su
Reino" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de hoy tiene dos partes: El primer anuncio de
la pasión (Mt 16,21-23). Esta primera parte tiene a su vez tres partes: (1) el
anuncio de la pasión y la resurrección (en tercera persona Mt 16,21), (2) la
objeción por parte de Pedro (Mt 16,22) y (3) la reprensión a Pedro por parte de
Jesús (Mt 16,23). Y en la segunda parte trata el asunto de las condiciones del
seguimiento y la recompensa (Mt16,24-28).
1.1. Simón Pedro había respondido a la pregunta de Jesús ¿Uds.
Quién dicen que soy?: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt
16,16). Respuesta que mereció por parte de Jesús: "Feliz de ti, Simón,
hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi
Padre que está en el cielo (Mt 16,17). Pero ahora Jesús aclara la idea del Mesías:
“Él comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir
mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que
debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt 16,21). Es decir,
la idea del Mesías que propone Jesús, lo mismo que tiene que ver con la
voluntad de Dios (Jn 6,38) no concuerda en absoluto con el Mesías que los judíos
esperan, incluso la de los apóstoles como Pedro.
1.2. La objeción de por parte de Pedro: “Lo llevó aparte y
comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te
sucederá” (Mt 16,22). ¿Qué anda mal, quien no está en el camino correcto Jesús
o Pedro? Pues veamos: Los judíos y los apóstoles son judíos como Pedro, esperan
al Mesías con muchas ansias, pero esperan un mesías salvador de los judíos del
yugo y sometimientos de los romanos. Recordemos que los judíos han caído en el
poder de los romanos desde el año 64 aC. Los judíos tienen que pagar altos
impuestos a los romanos y venerar al Cesar como su nuevo dios. Los judíos esperan
que el Mesías llegará pronto y los liberara de este yugo tan pesado. En suma el
judaísmo espera un mesías héroe, que debe vencer a los romanos. En esta expectativa
la idea del Mesías que anuncia Jesús a sus discípulos: “Que debía ir a
Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y
de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“
(Mt 16,21). En este contexto de conjetura se entiende la reacción de Pedro: “Lo
llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita,
Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22).
1.3. La reprensión de Jesús a Pedro: “¡Retírate, ve detrás
de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son
los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,23). Estas palabras contrastan
totalmente con las que elogió en anterior ocasión: "Feliz de ti, Simón,
hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso si no mi
Padre” (Mt 16,17). Pero cada una de estas respuestas son a efecto de una buena
respuesta y otra mala respuesta como la de hoy: “Eso no puede pasarte a ti… “
(Mt 16,22). La gran tentación es esto precisamente, querer que Dios actúe como
nosotros quisiéramos. Y desde cuando el hombre tiene autoridad sobre Dios para
darle consejos de cómo tiene que actuar? Mucha razón tiene Jesús en poner las
cosas en su sitio y no tiene reparos en decir las verdades a quien tiene que
decir: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” (Mt 16,17). Y fíjense a quien lo está
diciendo, a su vicario, al primer papa (Mt 16,19). Como tampoco tendrá reparos
en decir a sus verdugos: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que
parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de
huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen
justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de
iniquidad” (Mt 23,27-28). Es que Jesús no ha venido a complacer a uno de sus apóstoles
y ni siquiera a un pueblo como los judíos: “He bajado del cielo, no para hacer
mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado
es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último
día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga
Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,38-40).
La reprensión a Pedro por parte de Jesús (Mt 16,23). La
reacción negativa de Pedro le da a Jesús la ocasión para afirmar de la manera
más fuerte posible la necesidad del mesianismo sufriente. “Pero él,
volviéndose, dijo a Pedro…”. El hecho que Jesús se voltee indica que continúa
adelante su camino pasando por encima de la interposición de Pedro. La
reprensión que viene es fuerte. Contiene tres frases que sacan a la luz tres
contrastes:
(1) “¡Quítate de mi vista, Satanás!”. El verdadero contraste aquí es entre Satanás
y Dios. Al tratar de apartar a Jesús de su camino, Pedro se convierte en instrumento
de Satanás (Mt 4,1-11). (2) “¡Escándalo eres para mí!”. El contraste aquí es
entre Pedro y Jesús. Pedro es llamado, literalmente, “piedra de tropiezo”
(significado del término “escándalo” en griego), esto es, la trampa tendida
para hacer caer a Jesús en su camino. Jesús se refiere a él como “tentación”
que hace caer (ver Sabiduría 14,11) y apartar del querer del Padre, o sea, un
obstáculo para desviar del camino que conduce la cruz pasando por el Getsemaní
y el Gólgota. Podría verse una relación, en el fondo una ironía, entre esta
reprensión y la promesa que se le había hecho a Pedro de ser “piedra (Is 8,14).
(3) “¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. El
contraste aquí es entre los hombres y Dios. Se explica el “por qué” de lo
anterior: “porque tú no concuerdas con los caminos de Dios (que incluyen el
sufrimiento y la muerte del Mesías) sino con el punto de vista de los hombres
(esperar un Mesías triunfante sin pasar por el dolor)”.
La contraposición entre los puntos de vista humanos y
divinos muestra que Pedro, en su manera de comportarse, está guiado por
intereses egocéntricos. No sólo priman los cálculos humanos sino sus propios
intereses (Mt 12,40). Sintetizando, en términos negativos, vemos cómo Jesús
–con pocas palabras- coloca a Pedro en la raya, mostrando la distancia de
pensamiento que hay entre los dos; por otra parte, en términos positivos,
notamos cómo Jesús le hace a Pedro una nueva invitación al seguimiento, cuando
éste parece comenzar a decaer (Mt 4,19), solicitándole que aprenda lo que el
discipulado implica.
Instrucción sobre la verdadera naturaleza del discipulado (Mt
16,24-27) ¿Cuál es el “pensamiento de Dios” qué Pedro y los discípulos deben
aprender? El verdadero discipulado no se logra fácilmente porque es un
“seguimiento” (Mt 16,24) del ejemplo del Maestro Jesús y esto tiene su precio. Es
así como comienza una instrucción de Jesús, “a sus discípulos”, sobre la
naturaleza del discipulado. La enseñanza tiene tres partes:
(1) El “Qué”: (una sentencia más un “porque”) Si el Maestro
Jesús soporta un camino de sufrimiento y muerte (Mt 16,21-23), igualmente los
discípulos están llamados a dar sus vidas y cargar la cruz (16,24). Se da la
motivación fundamental para hacerlo (Mt 16,25: un paralelo que contrapone
“salvar la vida” / “perder la vida”). (2) El “Argumento”: (una sentencia más un
“porque”) Con dos preguntas retóricas (es decir, que traen implícita la
respuesta), una positiva y una negativa, Jesús enseña que hay que “trascender”,
que la vida plena no se gana en este mundo (Mt 16,26) sino en el venidero (Mt 16,27).
Aquí se da una contraposición de valores: “ganar el mundo entero” / “ganar la
vida”. (3) La “Verificación”: (un segundo aspecto del “porque” anterior). En la
confrontación final con Jesús, quien vendrá en su gloria de “Hijo del hombre”,
se verá quién ha sido verdadero discípulo a partir de un criterio fundamental:
“Su conducta” (Mt 16,27).
Seguir al Maestro cargando la Cruz (Mt 16,24-25): “Si alguno
quiere venir en pos de mí…”. Después de la imprudente, pero honesta, reacción
de Pedro, Jesús enseña que ser discípulo significa seguirlo en el camino hacia
Jerusalén, donde le espera la Cruz. Entrar en esta ruta supone una escogencia
libre: “Si alguno quiere…”. En el horizonte está la Cruz de Jesús, la que Él ha
tomado primero. Ante ella, e imitando al Maestro el discípulo hace tres cosas:
(1) Se “niega a sí mismo”. Negarse a sí mismo significa no
anteponer nada al seguimiento, dejar de lado todo capricho personal. El valor
de Jesús es tan grande que se es capaz de dejar de lado aquello que pueda ir en
contradicción con Él y sus enseñanzas. (2) “Toma su propia cruz”. El estar
prontos a seguir llevando la cruz implica el estar prontos a dar la vida. Puede
entenderse como: (a) la radicalidad de quien está dispuesto a ir hasta el
martirio por sostener su opción por Jesús; (b) la fortaleza y perseverancia
frente a los sacrificios y sinsabores que la existencia cotidiana del discípulo
comporta; (c) la capacidad de “amar” y de transformar la adversidad en una
fuente de vida. (3) “Sigue” a Jesús. En fidelidad al Maestro, como alguna vez
propuso san Francisco de Asís, el discípulo pone cada uno de sus pasos en las
huellas del Maestro.
La motivación fundamental es ésta contraposición: “Porque
quien quiera salvar su vida, la perderá / pero quien pierda su vida por mí, la
encontrará” (Mt 16,25). Estas dos posibilidades contrapuestas, puestas ahora en
consideración, iluminan el sentido del
seguir a Jesús con la cruz partiendo de la idea de la vida. En pocas palabras:
la meta del discipulado es encontrar la vida, lo cual corresponde al deseo más
profundo de todo ser humano. Ahora bien, esta meta puede ser lograda o
fracasada solamente de manera radical, no hay soluciones intermedias. La vida,
aquí y más allá de la muerte, se consigue mediante un gesto supremo de donación
de la propia vida. Hay falsas ofertas de felicidad (o “realización de la vida”)
que conducen a la pérdida de la vida; la vida es siempre un don que no nos
podemos dar a nosotros mismos, en cambio, siempre estamos en capacidad de
darla. En esta lógica: quien pierde la propia vida por Dios y por los demás,
“la encontrará”. El discipulado, bajo la perspectiva de la cruz, no es un
camino de infelicidad, todo lo contrario: ¡El sentido último del seguimiento es
alcanzar la vida!
Una sabia decisión que hay que tomar con base en argumentos
sólidos (Mt 16,26): Enseguida Jesús plantea dos preguntas que llevan a
conclusiones irrefutables. Éstas están
formuladas de tal manera que sólo pueden tener una respuesta negativa: (a)
“¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”.
Respuesta obvia: “De nada”. (b) “¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?”.
Respuesta obvia: “Nada”. Para captar lo específico de este dicho de Jesús hay
que considerar la característica propia de la idea de la vida. No se habla aquí
de la vida como de un valor biológico, de una vida larga y ojalá con buena
salud. Se trata del sentido de la vida. La verdadera vida, la cual según la
Biblia se alcanza en la comunión con Dios, se logra –en última instancia-
mediante el seguimiento de Jesús. El seguimiento de Jesús es, entonces, un
camino completamente orientado a la vida, a la existencia plena y realizada.
Ésta se pone en riesgo cuando se vive de manera equivocada,
cuando se construye sobre falsas seguridades. Al referirse a gente que quiere
“ganar (=conquistar) el mundo entero”, Jesús denuncia la falsa confianza puesta
en propiedades y riquezas. A esto se había referido ya el relato de las
tentaciones de Jesús: la búsqueda y apego al poder, al prestigio, a lo terreno,
como caminos de felicidad o como metas de vida. Nadie puede darse a sí mismo la
vida y su sentido. Por lo tanto, un serio peligro amenaza a quien quiere
desaforadamente “ganar” el mundo entero apoyándose en imágenes de felicidad que
parecieran convertirse en fines en sí mismos, entre ellos la carrera, el
prestigio o el orgullo por los propios logros. El verbo en futuro, en la
expresión “¿de qué le servirá al hombre?”, invita a poner la mirada en el
tiempo final, en el cual cada uno verificará si ha logrado o no el objetivo de
su vida.
“Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su
Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt
16,27). Finalmente, y extendiendo más aún la mirada hacia el futuro, Jesús hace
referencia al tiempo final de la venida del Hijo del Hombre: donde se valora la
vida como un todo. La valoración está en manos del Hijo del hombre; los ángeles
aparecen formando su corte. La expresión “en la gloria de su Padre” indica a
Jesús como Hijo de Dios. El “Hijo del hombre”, quien –habiendo pasado por la
humillación y el rechazo- culmina su camino triunfante, es, en última
instancia, el “Hijo de Dios”; el mismo a quien Pedro –sin captar todas las
implicaciones- había confesado como tal un poco antes. Y frente al “Hijo” por
excelencia se desvela la verdad de todo hombre.
En este momento de revelación final, cada hombre debe
responder por su vida. Este es un pensamiento bíblico bien afirmado (Slm 62,13;
Prov 24,12; Rm 14,12; 1 Cor 4,5; 2 Cor 5,10). La síntesis del criterio de
juicio sobre el obrar humano no es lo que haya dicho o prometido hacer (Mt
7,21-23) sino su “hacer” real: “Pagará a cada uno según su conducta”. En el
Sermón de la montaña, Jesús había dicho: “el que haga la voluntad de mi Padre
celestial” (Mt 7,21) y también “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16);
también en la parábola del rey: “cuanto hicisteis… cuanto dejasteis de hacer” (Mt
25,40.45).
No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que
entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi
Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor,
¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos
milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los
conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23). Es
decir, no es suficiente hablar bellísimas confesiones de fe de boca, como vimos
hace una semana. El discipulado es moldear la vida entera en la dinámica del
seguimiento del que fue camino a la Cruz para recibir allí, del Padre, la vida
resucitada. La Cruz no sólo es para ser contemplada sino para hacerla realidad
en todas las circunstancias de la vida. De esta manera el discípulo reconoce y
asume el destino de su Maestro en el propio. El discipulado es un camino de
vida, una verdadera vida que vale la pena descubrir. Y es para todos, no sólo
para los apóstoles. Esta es la lección fundamental. Seguiremos los próximos
domingos un curso de discipulado, a la manera del evangelista Mateo.
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