DOMINGO XXII – A (Domingo 30 de agosto de 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 16,21-27:
16:21 En aquel tiempo, Jesús comenzó a anunciar a sus
discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos,
de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y
resucitar al tercer día.
16:22 Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo,
diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
16:23 Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro:
"¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque
tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
16:24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que
quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga.
16:25 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el
que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
16:26 ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si
pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
16:27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su
Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus
obras.
16:28 Les aseguro que algunos de los que están aquí
presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su
Reino". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
La enseñanza de hoy tiene que ver con la respuesta a la
pregunta: "¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación o la
Vida eterna?" (Mt 19,16). Jesús respondió: “si quieres entrar rn la vida
cumple los mandamientos”. El joven rico dijo que ya lo había cumplido todo eso
desde muy pequeño pero si algo mas le faltara. Jesús le dijo” Si quieres ser
perfecto, vende todo lo que tienes, dáselo el dinero a los pobres así tendrás
un teoso en el cielo, luego vente conmigo” (Mt 19,21). El joven rico se retiró
entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus
discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de
los Cielos” (Mt 19,22-23). Los discípulos asombrados se decían, entonces ¿Quién
podrá salvarse? (Mt19,25).
El evangelio de hoy hace complemento a las enseñanzas y
requisitos para heredar la salvación y tiene dos partes: El primer anuncio de
la pasión (Mt 16,21-23). Y en la segunda parte trata de las condiciones del
seguimiento y la recompensa (Mt16,24-28). Las dos escenas se resume en este
episodio: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a
causa de mí, la salvarà” (Mt 16,25).
Jesús dijo a Felipe: “¿No crees que yo estoy en el Padre y
que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías. El Padre que
habita en mí es el que hace las obras” (Jn 14,10). “El que es de Dios escucha
las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de
Dios" (Jn 8,47). “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me
siguen” (Jn 10,27). “Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero
aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). “Quien me confiese
abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el
cielo. Pero quien se avergüence de mi yo también me avergonzare de él anti mi
Padre que está en el cielo” (Mt 10,32-33). Hoy como vemos nos lo reitera así:
"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que
pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (Mt 16,24-25). La forma de vida ceñida
en el evangelio tiene su recompensa: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de
su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su
trabajo” (Mt 16,27).
Simón Pedro había respondido a la pregunta de Jesús ¿Uds.
Quién dicen que soy?: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt
16,16). Respuesta que mereció por parte de Jesús: "Feliz de ti, Simón,
hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi
Padre que está en el cielo (Mt 16,17). Pero ahora Jesús aclara la idea del
Mesías: “Él comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y
sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los
escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt
16,21). Es decir, la idea del Mesías que propone Jesús, lo mismo que tiene que
ver con la voluntad de Dios (Jn 6,38) no concuerda en absoluto con el Mesías
que los judíos esperan, incluso la de los apóstoles como Pedro.
La objeción de por parte de Pedro: “Lo llevó aparte y
comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te
sucederá” (Mt 16,22). ¿Qué anda mal, quien no está en el camino correcto Jesús
o Pedro? Pues veamos: Los judíos y los apóstoles son judíos como Pedro, esperan
al Mesías con muchas ansias, pero esperan un mesías salvador de los judíos del
yugo y sometimientos de los romanos. Recordemos que los judíos han caído en el
poder de los romanos desde el año 64 A.C. Los judíos tienen que pagar altos impuestos
a los romanos y venerar al Cesar como su nuevo dios. Los judíos esperan que el
Mesías llegará pronto y los liberara de este yugo tan pesado. En suma el
judaísmo espera un mesías héroe, que debe vencer a los romanos. En esta
expectativa la idea del Mesías que anuncia Jesús a sus discípulos: “Que debía
ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos
sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al
tercer día“ (Mt 16,21). La conjetura se entiende en la reacción de Pedro como
de todo judio: “Lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios
no lo permita, Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22).
La reprensión de Jesús a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí,
Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de
Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,23). Estas palabras contrastan
totalmente con las que elogió en anterior ocasión: "Feliz de ti, Simón,
hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso si no mi
Padre” (Mt 16,17). Pero cada una de estas respuestas son a efecto de una buena
respuesta y otra mala respuesta como la de hoy: “Eso no puede pasarte a ti… “
(Mt 16,22). La gran tentación es esto precisamente, querer que Dios actúe como
nosotros quisiéramos. Y desde cuando el hombre tiene autoridad sobre Dios para
darle consejos de cómo tiene que actuar? Mucha razón tiene Jesús en poner las
cosas en su sitio y no tiene reparos en decir las verdades a quien tiene que
decir: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” (Mt 16,17). Y fíjense a quien lo
está diciendo, a su vicario, al primer papa (Mt 16,19). Como tampoco tendrá
reparos en decir a sus verdugos:
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen
sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de
muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos
delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de
iniquidad” (Mt 23,27-28). Es que Jesús no ha venido a complacer a uno de sus
apóstoles y ni siquiera a un pueblo como los judíos: “He bajado del cielo, no
para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me
ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite
en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree
en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn
6,38-40).
La reprensión a Pedro por parte de Jesús (Mt 16,23). La
reacción negativa de Pedro le da a Jesús la ocasión para afirmar de la manera
más fuerte posible la necesidad del mesianismo sufriente. “Pero él,
volviéndose, dijo a Pedro…”. El hecho que Jesús se voltee indica que continúa
adelante su camino pasando por encima de la interposición de Pedro. La
reprensión que viene es fuerte. Contiene tres frases que sacan a la luz tres
contrastes:
“¡Quítate de mi vista, Satanás!”. El verdadero
contraste aquí es entre Satanás y Dios. Al tratar de apartar a Jesús de su
camino, Pedro se convierte en instrumento de Satanás (Mt 4,1-11). (2)
“¡Escándalo eres para mí!”. El contraste aquí es entre Pedro y Jesús. Pedro es
llamado, literalmente, “piedra de tropiezo” (significado del término
“escándalo” en griego), esto es, la trampa tendida para hacer caer a Jesús en
su camino. Jesús se refiere a él como “tentación” que hace caer (ver Sabiduría
14,11) y apartar del querer del Padre, o sea, un obstáculo para desviar del
camino que conduce la cruz pasando por el Getsemaní y el Gólgota. Podría verse
una relación, en el fondo una ironía, entre esta reprensión y la promesa que se
le había hecho a Pedro de ser “piedra (Is 8,14). (3) “¡Tus pensamientos no son
los de Dios, sino los de los hombres!”. El contraste aquí es entre los hombres
y Dios. Se explica el “por qué” de lo anterior: “porque tú no concuerdas con
los caminos de Dios (que incluyen el sufrimiento y la muerte del Mesías) sino
con el punto de vista de los hombres (esperar un Mesías triunfante sin pasar
por el dolor)”.
La contraposición entre los puntos de vista humanos y
divinos muestra que Pedro, en su manera de comportarse, está guiado por
intereses egocéntricos. No sólo priman los cálculos humanos sino sus propios
intereses (Mt 12,40). Sintetizando, en términos negativos, vemos cómo Jesús
–con pocas palabras- coloca a Pedro en la raya, mostrando la distancia de
pensamiento que hay entre los dos; por otra parte, en términos positivos,
notamos cómo Jesús le hace a Pedro una nueva invitación al seguimiento, cuando
éste parece comenzar a decaer (Mt 4,19), solicitándole que aprenda lo que el
discipulado implica.
Instrucción sobre la verdadera naturaleza del discipulado
(Mt 16,24-27) ¿Cuál es el “pensamiento de Dios” qué Pedro y los discípulos
deben aprender? El verdadero discipulado no se logra fácilmente porque es un
“seguimiento” (Mt 16,24) del ejemplo del Maestro Jesús y esto tiene su precio.
Es así como comienza una instrucción de Jesús, “a sus discípulos”, sobre la
naturaleza del discipulado. La enseñanza tiene tres partes: El “Qué”: (una
sentencia más un “porque”) Si el Maestro Jesús soporta un camino de sufrimiento
y muerte (Mt 16,21-23), igualmente los discípulos están llamados a dar sus
vidas y cargar la cruz (16,24). Se da la motivación fundamental para hacerlo
(Mt 16,25: un paralelo que contrapone “salvar la vida” / “perder la vida”). (2)
El “Argumento”: (una sentencia más un “porque”) Con dos preguntas retóricas (es
decir, que traen implícita la respuesta), una positiva y una negativa, Jesús
enseña que hay que “trascender”, que la vida plena no se gana en este mundo (Mt
16,26) sino en el venidero (Mt 16,27). Aquí se da una contraposición de
valores: “ganar el mundo entero” / “ganar la vida”. (3) La “Verificación”: (un
segundo aspecto del “porque” anterior). En la confrontación final con Jesús,
quien vendrá en su gloria de “Hijo del hombre”, se verá quién ha sido verdadero
discípulo a partir de un criterio fundamental: “Su conducta” (Mt 16,27).
Seguir al Maestro cargando la Cruz (Mt 16,24-25): “Si alguno
quiere venir en pos de mí…”. Después de la imprudente, pero honesta, reacción
de Pedro, Jesús enseña que ser discípulo significa seguirlo en el camino hacia
Jerusalén, donde le espera la Cruz. Entrar en esta ruta supone una escogencia
libre: “Si alguno quiere…”. En el horizonte está la Cruz de Jesús, la que Él ha
tomado primero. Ante ella, e imitando al Maestro el discípulo hace tres cosas:
Se “niega a sí mismo”. Negarse a sí mismo significa no
anteponer nada al seguimiento, dejar de lado todo capricho personal. El valor
de Jesús es tan grande que se es capaz de dejar de lado aquello que pueda ir en
contradicción con Él y sus enseñanzas. (2) “Toma su propia cruz”. El estar
prontos a seguir llevando la cruz implica el estar prontos a dar la vida. Puede
entenderse como: (a) la radicalidad de quien está dispuesto a ir hasta el
martirio por sostener su opción por Jesús; (b) la fortaleza y perseverancia
frente a los sacrificios y sinsabores que la existencia cotidiana del discípulo
comporta; (c) la capacidad de “amar” y de transformar la adversidad en una
fuente de vida. (3) “Sigue” a Jesús. En fidelidad al Maestro, como alguna vez
propuso san Francisco de Asís, el discípulo pone cada uno de sus pasos en las
huellas del Maestro.
La motivación fundamental es ésta contraposición: “Porque
quien quiera salvar su vida, la perderá pero quien pierda su vida por mí, la
encontrará” (Mt 16,25). Estas dos posibilidades contrapuestas, puestas ahora en
consideración, iluminan el sentido del seguir a Jesús con la cruz
partiendo de la idea de la vida. En pocas palabras: la meta del discipulado es
encontrar la vida, lo cual corresponde al deseo más profundo de todo ser
humano. Ahora bien, esta meta puede ser lograda o fracasada solamente de manera
radical, no hay soluciones intermedias. La vida, aquí y más allá de la muerte,
se consigue mediante un gesto supremo de donación de la propia vida. Hay falsas
ofertas de felicidad (o “realización de la vida”) que conducen a la pérdida de
la vida; la vida es siempre un don que no nos podemos dar a nosotros mismos, en
cambio, siempre estamos en capacidad de darla. En esta lógica: quien pierde la
propia vida por Dios y por los demás, “la encontrará”. El discipulado, bajo la
perspectiva de la cruz, no es un camino de infelicidad, todo lo contrario: ¡El
sentido último del seguimiento es alcanzar la vida!
Una sabia decisión que hay que tomar con base en argumentos
sólidos (Mt 16,26): Enseguida Jesús plantea dos preguntas que llevan a
conclusiones irrefutables. Éstas están formuladas de tal manera que sólo
pueden tener una respuesta negativa: (a) “¿De qué le servirá al hombre ganar el
mundo entero, si arruina su vida?”. Respuesta obvia: “De nada”. (b) “¿Qué puede
dar el hombre a cambio de su vida?”. Respuesta obvia: “Nada”. Para captar lo
específico de este dicho de Jesús hay que considerar la característica propia
de la idea de la vida. No se habla aquí de la vida como de un valor biológico,
de una vida larga y ojalá con buena salud. Se trata del sentido de la vida. La
verdadera vida, la cual según la Biblia se alcanza en la comunión con Dios, se
logra –en última instancia- mediante el seguimiento de Jesús. El seguimiento de
Jesús es, entonces, un camino completamente orientado a la vida, a la
existencia plena y realizada.
Ésta se pone en riesgo cuando se vive de manera equivocada,
cuando se construye sobre falsas seguridades. Al referirse a gente que quiere
“ganar (=conquistar) el mundo entero”, Jesús denuncia la falsa confianza puesta
en propiedades y riquezas. A esto se había referido ya el relato de las
tentaciones de Jesús: la búsqueda y apego al poder, al prestigio, a lo terreno,
como caminos de felicidad o como metas de vida. Nadie puede darse a sí mismo la
vida y su sentido. Por lo tanto, un serio peligro amenaza a quien quiere
desaforadamente “ganar” el mundo entero apoyándose en imágenes de felicidad que
parecieran convertirse en fines en sí mismos, entre ellos la carrera, el
prestigio o el orgullo por los propios logros. El verbo en futuro, en la
expresión “¿de qué le servirá al hombre?”, invita a poner la mirada en el
tiempo final, en el cual cada uno verificará si ha logrado o no el objetivo de
su vida.
“El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre,
con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27).
Finalmente, y extendiendo más aún la mirada hacia el futuro, Jesús hace
referencia al tiempo final de la venida del Hijo del Hombre: donde se valora la
vida como un todo. La valoración está en manos del Hijo del hombre; los ángeles
aparecen formando su corte. La expresión “en la gloria de su Padre” indica a
Jesús como Hijo de Dios. El “Hijo del hombre”, quien –habiendo pasado por la
humillación y el rechazo- culmina su camino triunfante, es, en última
instancia, el “Hijo de Dios”; el mismo a quien Pedro –sin captar todas las
implicaciones- había confesado como tal un poco antes. Y frente al “Hijo” por
excelencia se desvela la verdad de todo hombre.
En este momento de revelación final, cada hombre debe
responder por su vida. Este es un pensamiento bíblico bien afirmado (Slm 62,13;
Prov 24,12; Rm 14,12; 1 Cor 4,5; 2 Cor 5,10). La síntesis del criterio de
juicio sobre el obrar humano no es lo que haya dicho o prometido hacer (Mt
7,21-23) sino su “hacer” real: “Pagará a cada uno según su conducta”. En el
Sermón de la montaña, Jesús había dicho: “el que haga la voluntad de mi Padre
celestial” (Mt 7,21) y también “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16);
también en la parábola del rey: “cuanto hicisteis… cuanto dejasteis de hacer”
(Mt 25,40.45).
No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino
de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el
cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos
en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu
Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense
de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23). Es decir, no es
suficiente hablar bellísimas confesiones de fe de boca, como vimos hace una
semana. El discipulado es moldear la vida entera en la dinámica del seguimiento
del que fue camino a la Cruz para recibir allí, del Padre, la vida resucitada.
La Cruz no sólo es para ser contemplada sino para hacerla realidad en todas las
circunstancias de la vida. De esta manera el discípulo reconoce y asume el
destino de su Maestro en el propio.
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