DOMINGO XXXI –A- (Domingo 01 de noviembre de 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 5,1-12:
1 Jesus, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y
sus discípulos se le acercaron.
2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
3 “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos
es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en
herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la
justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán
a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos
serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan
y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será
grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas
anteriores a vosotros. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en el Señor paz y bien.
“Uds. serán felices si cumplen lo que yo les enseño” (Jn
13,17); “No hay amor más grande que el
que da la vida por sus amigos, uds. son mis amigos si cumplen lo que yo les
enseño; ya no les llamo siervos, porque el siervo no sabe la que hace su amo, a uds los llamo amigos
porque os enseñe todo cuanto aprendí de mi padre” (Jn 5,13-15). Hoy Jesús nos
habla sobre la felicidad eterna. ¿Quién no quiere ser feliz? Todos anhelamos la
felicidad, pero a menudo no sabemos que es la felicidad. Ahora nos lo dice el
Señor que es esa felicidad verdadera y no la felicidad falsa. La felicidad verdadera
pasa a menudo por el dolor, llanto, persecución, hambre, injusticia etc. Pero
dichos sufrimientos nos llevan a la purificación en este mundo para luego ser
santificados para gozar de la felicidad eterna.
«Bienaventurados o felices los pobres de espíritu…» Aquí
llama espíritu a la altivez y el orgullo. Cuando uno se humilla obligado por la
necesidad no tiene mérito, por lo cual llama bienaventurados a aquellos que se
humillan voluntariamente. Empieza cortando de raíz la soberbia y empieza así
porque la soberbia fue la raíz y la fuente del mal en el mundo. Contra ella
pone la humildad como un firme cimiento, porque una vez colocada ésta debajo,
todas las demás virtudes se edificarán con solidez; pero si ésta no sirve de
base, se destruye cuanto se levante por bueno que sea.
Pobres de espíritu se pueden llamar también a los temerosos,
a quienes tiemblan ante los juicios de Dios, como el mismo Dios lo dice por
boca de Isaías. ¿Qué más hay que simplemente humildes? Pues humilde, aquí es
ciertamente el sencillo, pero también el muy rico.
«Bienaventurados o felices los mansos,
porque ellos poseerán en herencia la tierra.» O de otro modo,
Jesucristo mezcló aquí las cosas sensibles con las promesas espirituales.
Puesto que se considera que quien es manso pierde todas sus cosas, le promete
lo contrario diciendo: «Que poseerá sus cosas con perseverancia todo aquel que
no sea soberbio; el que es de otro modo, pierde muchas veces su alma y la
herencia paternal». Por lo que el profeta había dicho: «Los mansos heredarán la
tierra» (Sal 36) y formó su sermón con las palabras acostumbradas.
«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados.» Y aun cuando sea suficiente disfrutar de su perdón, no
termina la retribución en el perdón de los pecados, sino que los hace
partícipes de muchos consuelos tanto para la vida presente como para la futura.
El Señor da siempre retribuciones mayores que los trabajos.
Obsérvese que propuso esta bienaventuranza con cierta
intención. Y por ello no dijo: «Los que se entristecen» sino «los que lloran».
Nos enseñó así la sabiduría más perfecta. Pues si los que lloran a los hijos u
otros individuos que han perdido, por todo el tiempo de su dolor no desean la
riqueza ni la gloria, ni se consumen por la envidia, ni se conmueven por las
ofensas, ni son presas de alguna otra pasión, mucho más deben observar estas
cosas los que lloran sus pecados, pues llorarlos cosa digna es.
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados.» Llama a la justicia, ya universal ya
particular, contraria a la avaricia. Como más adelante hablará de la
misericordia, nos dice antes cómo debemos compadecernos, no del robo ni de la
avaricia. En esto, atribuye también a la justicia lo que es propio de la
avaricia, a saber, el tener hambre y el tener sed.
Nuevamente instituyó un premio sensible: mientras que
conseguir muchas riquezas es considerado avaricia, dice en este caso lo
contrario, y más bien se vale de ello para la justicia: pues quien ama la
justicia, posee todo con la mayor seguridad.
«Bienaventurados o felices los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia.» Parece que la recompensa es igual pero en
realidad es mucho mayor. La misericordia humana no puede compararse con la
misericordia divina.
«Bienaventurados o felices los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios.» Aquí llama limpios a aquellos que poseen una virtud
universal y desconocen la malicia alguna, o a aquellos que viven en la
templanza o moderación, tan necesaria para poder ver a Dios, según aquella
sentencia del Apóstol: «Estad en paz con todos, y tened santidad, sin la cual
ninguno verá a Dios» (Heb 12,14). Dado que muchos se compadecen en verdad, pero
haciendo cosas impropias, mostrando que no es suficiente lo primero, a saber,
compadecerse, añadió esto de la limpieza.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos
serán llamados hijos de Dios.» Se llaman pacíficos los que no pelean ni se
aborrecen mutuamente, sino que reúnen a los litigantes, éstos se llaman con
propiedad hijos de Dios. Esta es la misión del Unigénito: reunir las cosas
separadas y establecer la paz entre los que pelean contra sí mismos.
«Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Una vez explicada la
bienaventuranza de los pacíficos, para que alguno no crea que es bueno buscar
siempre la paz para sí, añade: «Bienaventurados los que padecen persecución por
la justicia». Esto es, por los valores, por la defensa de otro o por la
religiosidad. Acostumbra ponerse la palabra justicia cuando se trata de
cualquier virtud del alma.
Resalto: felices los limpios de corazón porque ellos verán a
Dios (Mt 5,8). ¿Cómo tener un corazón o alma limpio? Evitando todo atentado
contra la voluntad de Dios: “Santifíquense Uds. cumpliendo mis mandamientos”
(Lv 20,7). Así el Octavo mudamiento dice: “No mentiras” (Ex 20,16). ¿Nunca
hemos mentido? Si hemos mentido entonces hemos desobedecido a Dios y eso es
pecado por tanto el alma lo tenemos manchado, ya no es puro. El alma impuro no
puede ver a Dios. Si este pecado de la mentira es leve amerita purgatorio, si
en este estado de pecado dejamos el cuerpo (muerte).
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