IV DOMINGO DE PASCUA – B (21 de Abril del 2024)
Promociona del Santo evangelio según San Juan: 10,11-18:
10:11 Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por
las ovejas.
10:12 El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que
no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el
lobo las arrebata y las dispersa.
10:13 Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
10:14 Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis
ovejas me conocen a mí
10:15 —como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre— y
doy mi vida por las ovejas.
10:16 Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral
y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo
Rebaño y un solo Pastor.
10:17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.
10:18 Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo
el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi
Padre". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
“Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (I Jn 4,7-8). El amor
de Dios se nos da en el Hijo que hoy se nos presenta como buen pastor: “Yo soy
el buen Pastor: Así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre; así
también conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí y (prueba
de ello) doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,14-15). “Como el Padre me amó, yo
también los he amado a Uds; permanezcan en mi amor. Y permanecerán en mi amor
si guaran mi mandamientos como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y
permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). “En esto sabemos que le conocemos: en que
guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo le conozco” y no guarda sus
mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su
Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto
conocemos que estamos en él” ( IJn 2,3-5). Si acogemos el amor del buen pastor
hemos de clamar: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Slm 23,1).
“Como el Padre me amó, así también los he amado yo;
permanezcan en mi amor. Solo, si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi
amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”
( Jn 15,9-10). En la imagen del Buen Pastor, Jesús revela su unidad con el
Padre: «Yo y el Padre somos uno (…). El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn
10,30.38). Las autoridades judías le habían preguntado: «¿Hasta cuándo nos vas
a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente» (Jn 10,24). La
respuesta del Maestro es tan audaz y sorprendente que les escandaliza: «Tú,
siendo hombre, te haces Dios» (Jn 10,33). Muchos de los oyentes que lo
escucharon reaccionan con fe, pero algunos, en especial los jefes del pueblo,
lo rechazan con odio, hasta el punto de coger piedras para lapidarle.
La unidad entre el Padre y el Hijo es un punto central del
misterio de Dios: “Como tú, Padre, estas en mí y yo en ti, que ellos también
sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” ( Jn
17,21). El Padre lo «santificó y envió al mundo» (Jn 10,36), y le ha encargado
cuidar de las ovejas. Formamos parte de la familia de Cristo porque él mismo
nos ha escogido (Ef 1,4). Venimos a su redil, atraídos por sus voces y silbidos
de Buen Pastor, con la certeza de que solo a su sombra encontraremos la verdadera
felicidad temporal y eterna. El Señor sale al encuentro de todos porque le
importan, ¡y mucho!, todas sus ovejas, y no cierra las puertas a las que están
heridas, cuando vuelven con ánimo de dejarse curar (Lc 15,17-20).
Hay una perfecta ilación de ideas que el Profeta resume así:
“Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de
su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis
ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día
de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las
naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de
Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las
apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas
altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se
alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré
a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver
a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a
la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).
Como se nota claramente la relación de pastor y rebaño no es
de simple pertenencia sino una relación de comunidad y unidad. En la Biblia el
título de pastor se le da por extensión, a todos aquellos que imitan la premura,
la dedicación de Dios por el bienestar de su pueblo. Por eso a los
reyes en los tiempos bíblicos se les llama pastores, igualmente a los
sacerdotes y en general a todos los líderes del pueblo. En este orden de ideas,
cuando un profeta como Ezequiel se refiere a los líderes del pueblo, los llama
pastores, pero ya no para referirse a la imagen que deberían proyectar, de
seguridad, de protección, sino a lo que realmente son: líderes irresponsables
que llegan incluso hasta la delincuencia para sacar ventaja de su posición
mediante la explotación y la opresión: “Exterminaré a la que está gorda y
robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,16). Es así como al lado de la
imagen del buen pastor aparece también la del mal pastor o del mercenario que
Jesús hace referencia con la palabra del asalariado “(Jn 10,12). En
el profeta Ezequiel, en el capítulo 34, encontramos un juicio tremendo contra
los malos pastores que se apacientan solamente a sí mismos y por eso vemos que
Dios, él mismo, decide ocuparse personalmente de su rebaño: “Aquí
estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez. 34,11).
Jesús nos dice: “El buen pastor da la vida por sus
ovejas” (Jn 10,15). El criterio para distinguir un buen y mal pastor era su
sentido de la responsabilidad. El Pastor en Palestina era totalmente
responsable de las ovejas: si algo le pasaba a cualquiera de ellas, él tenía
que demostrar que no había sido por culpa suya. Observemos algunas citas
ilustrativas: “Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de
una oreja, así se salvarán los hijos de Israel”. El pastor debe salvar todo lo
que pueda de su oveja, ni que sean las patas o la punta de la oreja de su
oveja“ (Os 3,12). “Si un hombre entrega a otro una oveja o cualquier otro
animal para su custodia, y éstos mueren o sufren daño o son robados sin que
nadie lo vea... tendrá que restituir” (Ex 22,9.13). En este
caso el pastor tendrá que jurar que no fue por culpa suya (Ex 22,10) y traer
una prueba de que la oveja no había muerto por culpa suya y de que él no había
podido evitarlo. En fin, el pastor se la juega toda por sus ovejas, aun
combatiendo tenazmente contra las fieras salvajes, haciendo gala de todo su
vigor e incluso exponiendo su vida, como vemos que hizo David de manera heroica
con las suyas: “Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía
el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía tras él, le golpeaba
y se la arrancaba de sus fauces, y se revolvía contra mí, lo sujetaba por la
quijada y lo golpeaba hasta matarlo” (1 S 17,34-35).
El Pastor y rebaño están unido por el amor: Todo lo
que vimos anteriormente es lo que Dios hace con los suyos. Los orantes
bíblicos, como lo hace notar el Slm 23, encontraban en la imagen de Dios-Pastor
su verdadero rostro: su amor, su premura y su dedicación por ellos. En Dios
encontraron su confianza para las pruebas de la vida. Ellos tenían en la mente
y arraigada en el corazón esta convicción: "Sí, como un pastor bueno, Dios
se la juega toda por mí”.
Ellos tenían la certeza de que Dios siempre estaba cuidando
de ellos y combatiendo por ellos. Así predicaba el profeta Isaías: “Como ruge
el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los
pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca; tal será el
descenso de Yahvéh de los ejércitos para guerrear sobre el monte Sión y sobre
su colina” (Is 31,4). Y en el texto de Ezequiel, que ya mencionamos, vemos que
nada se le escapa al compromiso y al amor de Dios-Pastor: “Buscaré la oveja perdida,
tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma” (Ez
34,16).
Jesús es el Pastor que da la vida por sus ovejas: Jn
10,11-18). En el evangelio retoma este esquema del Buen y del Mal Pastor, pero
con una novedad. Él dice: “¡Yo soy el Buen Pastor!”(Jn 10,11). La promesa de
Dios se ha convertido en realidad, superando todas las expectativas. Jesús hace
lo que ningún pastor haría, lo que ningún pastor por muy bueno que sea se
atrevería a hacer: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). “Yo soy el Buen
Pastor” (Jn.11 y 14). Cuatro veces se dice que “da la vida (por las ovejas)”
(Jn.11.15.17 y 18).
En el desarrollo de esta parte de la catequesis de
Jesús, distingamos dos partes:
a) Los versículos 11-13, que trazan
el contraste entre un el Buen y el Mal Pastor, lo que podríamos llamar “el
verdadero pastor” b) Los versículos 14-18, que describe
el rol del Buen Pastor, lo que podríamos llamar: “la excelencia del Pastor”. El
verdadero Pastor: “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las
ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas,
ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y
las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas” (Jn 11,10-13).
“Yo he venido para tengan vida y la tengan en
abundancia” (10,10). Jesús va más allá, no es suficiente decir que ha venido a
dar vida, lo que llama la atención es el “cómo”: su manera de trabajar por la
vida es dando la propia, “El buen pastor da la vida por las
ovejas”. El Pastor auténtico no vacilaba en arriesgar y en dar su
vida para salvar a sus ovejas ante cualquier peligro que las amenazara. Es
decir: no repara ni siquiera en su propia vida, nos ama más que a su propia
vida y de este amor se desprende todo lo que hace por nosotros.
b El rol del buen pastor: “Yo soy el Buen Pastor; y
conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo
conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas,
que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi
voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque
doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy
voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa
es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 11,14-18).
Esta sección se va mucho más a fondo, considerando
ahora únicamente la figura del “Pastor Bueno” (que cumple los tres requisitos
anteriores) delinea la belleza su personalidad, o mejor de su espiritualidad,
de su secreto interno, respondiendo a estas preguntas: ¿Qué significa dar vida
ofreciendo la propia? ¿Cuál es el contenido de esa vida? ¿A qué debe conducir?
¿Cuál es la raíz última de toda la entrega del Pastor?
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