DOMINGO XVII - C (24 de Julio del 2022)
Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 11,1-13:
11:1 Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como
Juan enseñó a sus discípulos".
11:2 Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre,
santificado sea tu Nombre, venga tu Reino;
11:3 danos cada día nuestro pan cotidiano;
11:4 perdona nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la
tentación".
11:5 Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes
tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame
tres panes,
11:6 porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada
que ofrecerle",
11:7 y desde adentro él le responde: "No me fastidies;
ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo
levantarme para dártelos".
11:8 Yo les aseguro que aunque él no se levante para
dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le
dará todo lo necesario.
11:9 También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá.
11:10 Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y
al que llama, se le abrirá.
11:11 ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una
serpiente cuando le pide un pescado?
11:12 ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
11:13 Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a
sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que
se lo pidan!" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
La idea equivocada de que el hombre espera que Dios lo haga todo,
conduce inevitablemente a un mal uso y perverso de la plegaria. Porque, si
Dios lo hace todo, entonces el hombre lo pide todo, y Dios se convierte en
"servidor del hombre que sentado lo pide todo" a quien llamamos por
cualquier necesidad, incluso las más triviales. O Dios es considerado tan
omnipotente que lo hace todo y el hombre tan inútil que nada puede, que la
plegaria es un sustitutivo para el trabajo y el pensamiento.
Jesús nos dice: “Pidan y se les dará” (Lc 11,9). ¿Qué, cómo, cuándo y para que pedimos lo que pedimos? Los discípulos piden que les enseñe a orar (Lc 11,1); piden
que le aumente la fe (Lc 17,5). Por su parte Jesús ora el Padre y pide: “Hazlos
santos según la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17,17). Este pedido es
fundamental porque corresponde al mandato del Padre: “Uds. sean santos porque
yo soy santo” (Lv 11,45). ¿Para qué sirve el ser santos? Para estar con Dios. Y
¿Qué pasa si no estamos con Dios? Dijo Jesús: “¿Tu Cafarnaúm piensan escalara el
cielo?, Pues no. Descenderás al infierno” (Mt 11,23). Solo los que son santos
podrán escalar el cielo y los que nos son santos descenderán al infierno. Para
ser santos hace falta cumplir los tres consejos de Jesús: Ser hombres de fe,
hombres de oración y hombres cumplidores de la misión (Mt 28,19-20).
Siguiendo la línea de las enseñanzas anteriores, hoy estamos
en la tercera característica distintiva de un discípulo de Jesús: la oración
(Lc 11,1-13); que complementa a la escucha de Dios (Lc 10,38-42); tanto la
oración como la escucha termina con la actitud misericordiosa “buen samaritano”
(Lc 10,25-37). Con esta temática triple y complementaria queda diseñado un
cuadro completo de los ejercicios fundamentales del “seguimiento” de Jesús, o
sea, del discipulado. Es así como en medio de la subida a Jerusalén, Jesús
sigue ofreciendo las lecciones fundamentales del discipulado. Y no se concibe
un discípulo sin interés en la oración, sin la escucha de su maestro y sin
hacer lo que enseña (actitud misericordiosa).
En la catequesis sobre la oración, Jesús trata la enseñanza
más alta sobre los dones que se reciben en la oración: “¡Cuánto más el Padre
del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (11,13). Aquí
encontramos una conexión con Pentecostés: la oración termina con una efusión y
unción del Espíritu Santo y en Él recibimos al mismo ser del Padre, es decir
recibimos mucho más de lo que pedimos y a Él a quien realmente necesitamos.
Quien entiende esta grandiosidad, con razón como San Pablo puede exclamar lleno
de gozo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11), porque vivo yo, pero no vivo
yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Y quien tiene al Hijo,
tiene tambien al Padre (IJn 2,23); Jesús mismo dice “Yo y el Padre somos uno
solo” (Jn 10,30). Por eso Jesús en una de sus oraciones dice:
“Padre que todos sean uno: como tú estás en mí y yo en ti,
que también ellos(los que oran) estén en nosotros, para que el mundo crea que
tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno,
como nosotros somos uno —yo en ellos y tú en mí— para que sean perfectamente
uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como
me amaste a mí” (Jn 17,21-23).
En el inicio de la oración “Y sucedió, que estando él orando
en cierto lugar, cuando terminó…” Uno de los suyos le dijo “Maestro
enséñanos a orar”(Lc 11,1). El evangelio comienza en son de paz y fortaleza,
dándose un tiempo para contemplar sobre el escenario a Jesús orante. Con apenas
las palabras esenciales se describen una oración completa de Jesús. El
evangelista Lucas nos ha enseñado que la oración era una constante de la vida
de Jesús. No es sino recordar pasajes ya leídos: la oración en el Bautismo (Lc
3,22), antes de llamar a los Doce (Lc 6,12), antes de la confesión de fe de
Pedro (Lc 9,18), en la transfiguración (Lc 9,28), después del regreso de los
setenta y dos misioneros (Lc 10,21-22). Ahora lo vemos orando una vez más.
La enseñanza es clara: el punto de partida de la oración
cristiana es la misma oración de Jesús. Si nosotros podemos orar es porque él
ora y todas nuestras oraciones están dentro de la suya. Un discípulo siempre
ora “en” Jesús: Él origina, sostiene e impregna nuestra oración.
En el camino de subida hacia Jerusalén, un legista le había
preguntado a Jesús qué tenía que “hacer” para alcanzar la vida eterna (Lc
10,25). Como respuesta resultó una estupenda enseñanza sobre el amor. El tema
del amor vuelve a aparecer cuando, a propósito de la solicitud de uno de los
discípulos -“Señor, enséñanos a orar”(Lc 11,1-13)-, Jesús realiza una extensa
pero bien ordenada catequesis sobre la oración que termina hablando sobre los
dones que nos da el amor del Padre, especialmente su amor viviente en nosotros,
que es el Espíritu Santo.
Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y
se les abrirá” (Lc 11,,9) ¿Qué pedimos en nuestras oraciones? El Padre del
cielo da lo que es propio del cielo: “el Espíritu Santo” (11,13). Lo más
perfecto que Dios nos da sobrepasa nuestras peticiones: El don del Espíritu
Santo. Por lo tanto, la oración no debe tener los límites de nuestra mezquindad
humana que sólo tiene aspiraciones terrenas; nuestra oración debe ser tal que
nos haga gritar desde lo hondo de nuestro corazón el deseo incesante del don
mayor, que es Dios mismo, que nos inunde de sí mismo y haga radiante nuestra
vida, como lo vemos el día del gran don en Pentecostés ( Hch 2,1-11). Es “Él”
lo que más necesitamos y él se vacía en nosotros en el don del Espíritu Santo.
Pero, ¿será que los hijos tenemos conciencia de la excelencia de este don?
Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones
nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del
corazón autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta
parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los
demás. Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro
publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh
Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones,
injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la
décima parte de todas mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba
atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo
que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el
fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla
será enaltecido” (Lc 18,9-14). En la misma línea el salmista advierte que Dios
no lo escucha: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis
gritos mis palabras no te alcanzan! Dios mío, de día te llamo y no me atiendes,
de noche y no me escuchas, mas no encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás
en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).
Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es
que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y
puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende
inmediatamente. Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan
y recibirán, así conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio
de Lucas Jesús termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y
hallaran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si
su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un
huevo, le da un escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas
a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se
lo pidan!" (Lc 11,9-14).
Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una
serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del
cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir
que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se
reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y
cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras
vidas.
Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que
muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y
luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta
curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen
que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración
de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen:
"Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.
El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono
averiado y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por
dentro y no tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la
primera oración que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única
oración que Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la
hemos recitado de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más
maltratada. Orar el Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el
misterio de Dios y del Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir
palabras bonitas, sino un meternos en ese misterio de Dios. Es decir:
Comenzamos haciendo una confesión de fe en Dios como Padre, por tanto en
nosotros como hijos y todos como familia de Dios. Luego lo reconocemos como
"Padre Nuestro", lo que significa una paternidad universal, y
significa reconocernos a todos como "hijos" y por tanto reconocernos
a todos como "hermanos" (Mt 23,8).
La oración del Padre nuestro nos compromete en el proyecto
de Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios,
compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su
voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu
palabra" (Lc 1,38) Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu voluntad
y no la mía. (Mc 14,36)" En la segunda parte, le pedimos por todo aquello
que pueda quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios. Compartir
el pan, el perdón que sana todas las heridas en la comunidad y la fortaleza
para ser más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre Nuestro comienza
por un hablar con Dios como Padre o papá, pero luego implica todo un nuevo
estilo de vida. Un nuevo estilo de relaciones. Una nuevo visión de la humanidad
no dividida por los muros de los intereses humanos, sino unida por la
fraternidad. ¿Te parece fácil?
En esta visión ¿Qué es la oración? La oración claro está, no
es pedir un un pan o dos panes, no es pedir ni siquiera un pasaje para el
cielo. Es un anhelo del alma en ser uno con Él (Jn 17,21), ser morada con Él
(Jn14,23), ser templo de su mismo Espíritu (I Cor 6,19). De ahí que, la oración
es sin duda el pan de la vida espiritual. Pero, a menudo hemos convertido la
oración en un acto de teatro o un espectáculo para hacer ver a la gente que oramos
(Mt 6,5), o hemos convertido en un mar de palabras, con frecuencia bastante
vacías (Mt 6,7). Ante Dios, vale mucho tener un corazón de carne que un corazón
de piedra (Ez 36,26), Una palabra que miles de palabras (Mt 6,8).
La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el
Padre no tiene muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia filial
del mensaje del Evangelio y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas
palabras y no decirle nada a Dios porque solo habla la lengua y no el corazón.
Se puede guardar un gran silencio y hablar mucho con los sentimientos del
corazón. No estamos contra la oración "hecha de palabras". Sí estamos
en que la verdadera oración brota y nace del corazón. No ama más el que mucho
habla de amor, sino el que tiene el corazón enamorado de Dios. Y el hombre de
Dios es un hombre hecho oración (San Francisco de Asís).
Jesús por muchos motivos nos dice " Oren para no caer
en tentación porque el Espíritu es fuerte pero la carne débil" (Mt 26,41).
San Pedro nos dice: "Sean sobrios y vigilantes porque su enemigo, el
diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar, resistidle firmes en
la fe" (I Pe 5,8), y San Pablo nos aconseja: "Oren sin cesar, den
gracias a Dios en toda circunstancia" (I Tes 5,17). La oración mayor es la
Santa Eucaristía; al respecto nos dice mismo Jesús: "Toman y coman que
esto es mi cuerpo" (Mt 26,26), "Si no comen la carne del hijo del
hombre y no beben su sangre no tienen vida en Ud. el que come mi carne y bebe
mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6,53-54).
Alguien decía: "Creo en la paz, pero no se producirá
mientras Dios no lo quiera. Uds, los pobres, deberían dejar de protestar y
empezar a rezar". Estoy convencido de que necesitamos rezar para obtener
ayuda y guía de Dios en esta lucha por la paz, pero nos equivocamos totalmente
si creemos que ganaremos esta lucha solamente con oraciones. Dios, que nos ha
dado la inteligencia para pensar y el cuerpo para trabajar, traicionaría su
propio propósito si nos permitiese obtener por medio de la plegaria lo que
podemos ganar con el trabajo y la inteligencia. La plegaria es un suplemento
maravilloso y necesario para nuestros débiles esfuerzos, pero es un sustituto
peligroso.
Cuando Moisés se esforzaba por guiar a los israelitas hacia
la Tierra Prometida, Dios le dijo claramente que no haría por ellos nada de lo
que pudiesen hacer solos: "Y Dios dijo a Moisés: ¿A qué esos gritos? Di a
los hijos de Israel que se pongan en marcha".(Ex 14,15). Por consiguiente,
no debemos tener nunca la sensación de que Dios, valiéndose de cualquier
milagro o de un solo movimiento de su mano, eliminará el mal del mundo.
Mientras creamos esto rezaremos oraciones que no tendrán respuesta y rogaremos
a Dios que haga cosas que no veremos realizar nunca. La creencia de que Dios lo
hará todo en lugar del hombre es tan insostenible como lo es creer que el
hombre puede hacerlo todo por sí mismo. También es una señal de falta de fe.
Debemos saber que esperar que Dios lo haga todo mientras nosotros no hacemos
nada no es fe, sino superstición".