DOMINGO XXVII – A (08 de Octubre del 2023)
Proclamación del Santo evangelio según San Mateo:
21,33-43
21:33 Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una
tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de
vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
21:34 Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus
servidores para percibir los frutos.
21:35 Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo
golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.
21:36 El propietario volvió a enviar a otros servidores, en
mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
21:37 Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando:
"Respetarán a mi hijo".
21:38 Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este
es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".
21:39 Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y
lo mataron.
21:40 Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con
aquellos viñadores?"
21:41 Le respondieron: "Acabará con esos miserables y
arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo".
21:42 Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las
Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la
piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?
21:43 Por eso les digo que el Reino de Dios se les quitará a
ustedes, para dárselo a un pueblo que dé frutos a su tiempo para el reino de
Dios". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.
Cuando el Señor aplica en sus enseñanzas usando parábolas,
conviene traer a colación la pregunta del joven rico: “¿Qué obras buenas tengo
que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Y por el reino
de los cielos entiéndase simplemente el “Cielo”. ¿Por qué tiene tanta
importancia el cielo para Jesús? Porque lo opuesto del cielo es el infierno (Mc
16,15). Al cielo no se entra haciendo lo que uno quiere: Los viñadores asesinos
(Mt 21,35-39), sino haciendo lo que el señor quiere: “Aquel siervo que,
conociendo la voluntad de su señor, no hace lo que él quiere, recibirá un
castigo muy riguroso; pero el que sin saber la voluntad de su señor reprueba el
querer de su señor recibirá un castigo menor. Porque a quien se le dio mucho, se le exigirá mucho mas.” (Lc
12,47-48).
En la enseñanza de hoy, la “parábola” de los viñadores
asesinos (Mt 21,33-43) en realidad es un conglomerado de “alegoría” que tiene
un correspondiente significado en la realidad, así:
1) La viña significa Israel (Mt 21,33b), Jerusalén (Mt
21,39), el Reino de Dios (Mt 21,43). 2) El propietario de la viña es Dios
(llamado el “Señor” en el Mt 21,40). 3) Los viñadores son los líderes de
Jerusalén e Israel. 4) Los frutos son las buenas obras de justicia que Dios
espera que se hagamos. 5) El rechazo de los siervos significa el rechazo de los
profetas. 6) El envío y el rechazo del hijo, significa el envío y el rechazo de
Jesús por parte del pueblo. 7) El castigo de los viñadores homicidas, es la destrucción
de Jerusalén. 8) Los nuevos viñadores es la Iglesia universal que Jesús
edificó.
Esta parábola de hoy tiene dos partes:
1): Narración de la parábola de los viñadores homicidas (Mt
21,33-39): Comienza con una invitación a la escucha: “Escuchen otra parábola
(Mt 21,33)”: Una serie de tres envíos por parte del dueño para solicitar los
frutos y tres respuestas agresivas por partes de los viñadores. (Mt 21,34-39)
2): Aplicación de la parábola (Mt 21,40-43): Jesús plantea
una pregunta: “Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores malvados?” (Mt 21,40). Respondieron la pregunta de Jesús: “Les dará
una muerte miserable” (Mt 21,41). Luego, Jesús da un comentario sobre la piedra
angular rechazada (Mt 41,42-43).
Idea central (Mt 21,42): La parábola tiene como punto
central el rechazo de Jesús por parte de Israel y la necesidad de que los
discípulos de Jesús sean responsables con sus frutos. Al final de la parábola
se anuncia la paradoja pascual: el hijo rechazado se convierte en la piedra
angular de una edificación. Esta construcción es imagen de la comunión que se
construye en el Cristo Pascual, piedra viva de la cual nos aferramos.
Destacamos dos imágenes que vienen del A.T: La
viña como símbolo de Israel. En el (Mt 21,39) simboliza a Jerusalén y en
el (Mt 21,43) el Reino. Simboliza los privilegios que Dios le concedió al
pueblo de la Alianza, así como lo vemos en Isaías 5,1-7 (primera lectura), en
la cual se dice: “La viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel, y
los hombres de Judá son su plantación exquisita”. En este contexto se comprende
el juicio profético: “Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y
hay alaridos” (Is 5,7).
Los profetas como “siervos” enviados por Dios. Es una
constante en los textos proféticos. Ésta era la conciencia del gran profeta
Elías: “Que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor
y que por orden tuya he obrado todas estas cosas” (1 Re 18,36). Un oráculo en
el profeta Isaías dice: “Mi siervo ha andado descalzo y desnudo durante tres
años…” (Is 20,3). Otro en el profeta Jeremías es más enfático: “Os envié a
todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente” (Jer 7,25). Y
constantemente se deja sentir el lamento de Dios porque el pueblo rechaza a sus
servidores: “Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que atiesando la
cerviz hicieron peor que sus padres” (Jer 7,26). Con base en estos datos que
provienen del Antiguo Testamento, se construye una parábola que pone de relieve
el envío a la viña del Señor, ya no de un siervo más, sino del Hijo de Dios
(Jesucristo).
En el evangelio de hoy, primer lugar se observan los cuidados
que el propietario le provee a su viña: la deja completa y hermosa. Luego la
arrienda y se ausenta (Mt 21,33). Viene luego una serie de tres envíos por
parte del propietario para recibir los frutos que le corresponden. Se va
notando una progresión tanto en número (el segundo grupo de siervos es mayor
que el primero) como en calidad (el último enviado es su hijo). Llega así
el momento trágico del asesinato del hijo. Los labradores reflexionan: “Vamos,
matémosle y quedémonos con su herencia” (Mt 21,38). Hasta aquí la parábola está
releyendo la historia de la muerte de Jesús. Dios, el propietario, envía a
siervos que, como Juan Bautista, no son oídos. Cuando el propietario manda a su
propio hijo el trato al principio es similar, incluso peor. Los labradores
representan a aquellos que no tienen interés en entregar sus frutos de
conversión (Mt 3,8) y prefieren quitar de en medio, de manera definitiva, la
voz perturbadora que pide responsabilidad (Mt 21,45-46). Estas son las
actitudes que terminan llevando a Jesús hasta la muerte. Pero la
irresponsabilidad se revierte contra los agresores: darán cuenta de sus actos y
perderán sus privilegios, incluso la vida. La viña entonces será
entregada a otros labradores que sí entregarán los frutos (Mt 21,41).
Esta parábola que leemos en el hoy de la Iglesia vuelve a
cuestionar si a quien finalmente se le traspasó la viña está siendo responsable
con su tarea. Podemos caer en la presunción de considerarnos pueblo
elegido y dormirnos en nuestras responsabilidades. No cuenta tanto la belleza
del discurso ni las grandes obras que se hagan sino la conversión al mensaje
profético de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15).
La frase del Mt 21,43, “para dárselo a un pueblo que rinda
sus frutos”, está precedida por el anuncio de una piedra angular que al darle
cohesión a todo el edificio supone superadas las fragilidades que llevaron a
los primeros labradores a cometer su error. Por lo tanto la responsabilidad es
mayor.
Fíjense, aquí en la gran providencia de Dios y en la
inexplicable indolencia de los labradores. En verdad, mismo Dios hizo lo que
competía a los labradores: edificar la cerca, plantar la viña y todo lo demás.
Apenas les dejó la menor de las tareas: guardar lo que ya tenían, cuidar lo que
les había sido dado. Nada fue omitido, todo estaba listo. Pero ni así supieron
sacar provecho, no obstante los grandes dones recibidos de Él. Porque fue así
que, al salir de Egipto, les dio la Ley, les edificó una ciudad, les preparó un
altar, les construyó un templo y se ausentó, esto es, tuvo paciencia con ellos,
no castigándolos siempre de forma inmediata por sus pecados. Porque esta
ausencia quiere significar la inmensa longanimidad de Dios. Y les mandó sus
criados –los profetas– para recibir el fruto, esto es, la obediencia que ellos
debían mostrar por sus obras. Pero ellos también aquí mostraron su maldad, no
sólo en no dar fruto después de tanta solicitud… sino también en irritarse por
su venida”.
¿No estaremos incurriendo en la misma falta de los judíos,
al ser improductivos e incluso indiferentes con el don de la fe que recibimos
Dios? Y si es así, Dios ¿No nos estará increpando con esta parábola al
decirnos: Se les quitará la viña y daré a otros viñadores y todo porque no
supimos dar frutos? Recordemos aquello que el mismo Señor nos dijo: “Yo
soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos
que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía… Permanezcan
en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto
si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí” (Jn
15,1-4).
Esta parábola (Mt 21,33-43) en que el Señor nos describe la
persecución de los profetas (A.T.), El Hijo Crucificado, se volvió a repetir
con los apóstoles quienes han sido perseguidos y así nuestra Iglesia nació
edificada sobre los mártires de los tres primeros siglos. Aquí, por ejemplo la
escena que se nos narra, la persecución de Pedro y los demás apóstoles: “Los
sumos sacerdotes, hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: ¿Con
qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso? Pedro, lleno del Espíritu
Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta
del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el
pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre
de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios
resucitó de entre los muertos. Él es la piedra que ustedes, los constructores,
han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque en ningún otro hay
salvación, ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual
podamos salvarnos" (Hch 4,7-12).
“¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios? Jesús
les respondió: La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado.” (Jn
6,28-29). “El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; si Uds. no las
escuchan, es porque no son de Dios” (Jn 8,47). Para entrar en el cielo hace
falta hacer el querer de Dios y el querer de Dios es que demos frutos de buenas
obras (Gn 1,31).