DOMINGO XXIII – A (07 de Setiembre del 2014)
Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18, 15-20
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, si tu hermano
peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si
no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por
la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la
comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano
o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará
atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la
tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque
donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de
ellos". PALABRA DEL SEÑOR.
Paz y Bien en el Señor:
El Evangelio de hoy trata de dos temas complementarios: La
corrección como hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20).
Las dos partes bien pueden estar unidas a través de estas palabras de Jesús:
“Porque todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Y a esta comunidad de hermanos
que es la Iglesia (Mt 16,18) Jesús nos ha enseñado a invocar a Dios como “Padre
nuestro” (Mt 6,9). Pero, también en la misma oración del Padre nuestro nos ha
enseñado a decir: “Perdona nuestras ofensas, así como también nosotros
perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12). En la parte final de su
enseñanza respeto a la oración nos reitera Jesús: “Si perdonan sus faltas a los
demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si
no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt
6,14-15).
1 Corrección fraterna: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo
en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Y si no te escucha llama
a uno o dos testigos, y si tampoco hace caso, díselo a la comunidad, al final
si tampoco escucha a la comunidad considéralo pagano” (Mt 18,15-18). Como es de
ver, la responsabilidad como autoridad recae en la comunidad que es la iglesia
y como parte de esta comunidad de hermanos que somos por el bautismo (Mt 28,19),
cada uno somos responsables de la salvación o perdición de un hermano.
En esta tarea de corrección fraterna lo ideal es que lo hagamos
como el Señor nos enseñó, pero no solemos hacer como debiera:
a) Saber corregirnos como el Señor nos enseña: Corregir en
privado, llamar a los testigos, o a la comunidad (Mt 18,15-18). Las
correcciones nacen del amor mutuo (Jn 13,34), la idea es salvar al hermano
pecador porque Dios quiere eso: “Yo no deseo la muerte del pecador, sino que se
convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Jesús mismo lo manifiesta
así: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los
enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no
sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores" (Mt 9,12-13).
b) Generalmente actuamos al hacer la corrección motivados
por egoísmo. Entonces le dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a
esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? Decían esto para ponerlo a prueba, a
fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo
con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: El que no tenga pecado,
que arroje la primera piedra. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en
el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando
por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e
incorporándose, le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha
condenado? Ella le respondió: Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno, le dijo
Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,4-11). Y no olvidemos
aquello que nos dice Jesús: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no
serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán
sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida
con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,37.38).
¿Qué hacer cuando nos enteramos que un hermano está en una
vida de pecado? Ya tenemos suficientes pautas de cómo actuar. En el evangelio
que hemos leído, lo primero que se nos recuerda a uno es que el pecador es un
“hermano” y como tal hay que seguir tratándolo, por eso la repetición de la
frase “tu hermano” (Mt 18,15). Luego se
describe el camino recomendado para hacer todo lo posible y recuperar de nuevo
la oveja descarriada. No perdamos de vista que lo que se busca, ante todo, es
su salvación: “Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18,15). Ahora bien, si todo el proceso fracasa no
queda más remedio que darle el trato propio de una persona que aún no se ha
convertido -como los gentiles y publicanos-, esto es: mandarlo a hacer todo el
camino cristiano desde el principio.
La prudencia en las decisiones de la comunidad con relación
a las personas (Mt 18,18). Deja entender que con una persona que
intencionalmente persiste en su situación de pecado se puede llegar a la más
dolorosa y drástica de las decisiones: la excomunión, es decir, dejará de ser
considerado “hermano” en la comunidad. Pero
llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas encargadas
de tomar esta decisión: (1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera
la que tiene la potestad de “atar y desatar”; (2) Se les recuerda cualquier
decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra quedará hecho en el
cielo), de ahí que no se debe tomar decisiones aceleradamente sino siempre con
cautela. ¡Qué responsabilidad tan grande la que tiene una comunidad con
relación a la salvación o la perdición de cada uno de sus miembros!: Jesús dijo
a Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la
tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos” (Mt 16,19).
Ahora dijo Jesús: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará
desatado en el cielo” (Mt 18,18). En el primer caso se deja la responsabilidad
de atar y desatar (Perdón) a Pedro, luego se resalta la delegación de atar y
desatar a la comunidad. De estas enseñanzas del Señor es como nace el
sacramento de la confesión.
2. La comunión en la oración como expresión de la
solidaridad en todos los aspectos de la vida: “También les aseguro que si dos
de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo
se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy
presente en medio de ellos” (18,19-20).
Cuando la comunidad está bien unida y compacta en una misma fe, sucede en ella
lo que el Antiguo Testamento llama la “Shekináh”, es decir, la comunidad es
espacio habitado por la “gloria del Señor”, que para nuestro caso es el Señor
Resucitado. La unidad de la comunidad
expresa la comunión perfecta con Jesús viviente en medio de ella. Llama la atención que en una comunidad así, es
tal la solidaridad entre los hermanos, que todos son capaces pedir lo mismo “Si
se ponen de acuerdo para pedir algo”, (Mt 18,19). Renunciando a sus intereses
personales, los cuales normalmente aflorarían a la hora de hacer peticiones. En
una comunidad que llega a este nivel profundo de solidaridad, teniendo un mismo
“sentir” profundo, pueden resonar con fuerza las palabras de Jesús: “allí estoy
yo en medio de ellos” (Mt 18,20). ¡Esta sí que es una verdadera comunidad!
En esta enseñanza conviene recordar aquella enseñanza de
Jesús que nos dice: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que
tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a
reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda”
(Mt 5,23-24). Dios nos dice por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y
vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán,
siempre que me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12-13).
Dios escuchará nuestras plegarias, siempre que sepamos
invocar con las manos limpias y si no es así, no nos escuchará, lo dice por el
profeta: “Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la
instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! ¿Qué me importa la multitud de
sus sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros y de
la grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos.
Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, ¿quién les ha pedido que pisen mis
atrios? No me sigan trayendo vanas ofrendas… Cuando extienden sus manos, yo
cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las
manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi
vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el
bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan
a la viuda!” (Is 1,10-17).