DOMINGO 5 - A (9 de febrero del 2014)
Evangelio de San Mateo 5,13-16:
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:“Uds son la sal de la
tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para
nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Uds son la luz
del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
Ni tampoco se enciende una
lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que
alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz delante de los
hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en
los cielos.” PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.
El evangelio de hoy podemos resumirla así: QUE VEAN
EN NUESTRAS BUENAS OBRAS EL BRILLO DE LA LUZ DE DIOS, PORQUE JESÚS NOS DICE “YO SOY
LA LUZ DEL MUNDO, QUIEN ME SIGUE NO CAMINA EN TINIEBLAS SINO QUE TENDRA LA LUZ
DE LA VIDA” (Jn 8,12).
El Evangelio de hoy está contextualizado
entre la luz del sol que alumbra e ilumina y el alimento del pan material.
Si alguien creía que Jesús no sabía de cocina se equivoca. Jesús sabía de
cocina y no le gustaban las comidas sin sal. Me supongo que más de una vez fue
testigo de cómo su Mamá María echaba la sal en los pucheros y como a Él le
encanta hablar desde las realidades de la vida, hoy nos hace una llamada
bonita: “Uds son la sal de la tierra” (Mt 5,13). “Uds son la luz del mundo”(Mt
5,14) Entre la sal que tiene que ver con el mundo interior de uno y la luz que
tiene que ver con el mundo exterior. Dos imágenes bien gráficas y bonitas para
expresar la misión y el sentido de la vida del creyente en el mundo y, por lo
demás, bien actuales.
¿Quién no conoce la sal y la
función de la misma? Da sabor, da gusto a la comida. Por algo decimos cuando
alguien dice en son de broma: está en una vida “sin sal”. Sólo que a nosotros no nos dicen que seamos sal para la comida sino “sal para el mundo”. No es lo mismo
darle gusto y sabor a la comida que darle gusto y sabor a la vida y al mundo.
Frente a un mundo sin sabor y que carece de sentido, alguien tiene que darle al
mundo algo sabroso, algo que dé gusto vivir en él. Ser sal es darle sabor a la
vida, una vida que uno la vive gozosa y feliz y siente ganas de vivir. Esta es
nuestra misión de cristianos, hacer que la vida tenga sentido, hacer que la
gente viva a gusto.
¿Quién no conoce lo que es la luz? Posiblemente una de las cosas
que más nos fastidia es cuando sufrimos un apagón o simplemente se nos fue un
fusible. Acostumbrados a la luz, ya no sabemos vivir a la luz de una vela o un
candil.
Esta es la misión también del cristiano y de la Iglesia, iluminar,
alumbrar. ¿Recuerdan a aquel ciego que durante la noche caminaba con una
linterna encendido? Alguien le preguntó porqué llevaba la linterna si él no
veía. La respuesta fue linda: “Pero así puedo hacer que usted vea mejor el
camino.” En la vida y en el mundo hay demasiadas sombras y oscuridades. Alguien
tiene que ser luz para que otros puedan ver. Si dejamos de alumbrar, ¿qué
sentido tiene nuestra fe? Al respecto Un bueno día dijo Jesús a los fariseos: “Guías
ciegos, Uds. Cuelan el mosquito, mientras se tragan un camello” (Mt 23,24). San
Pablo nos agrega: “Nadie se en engañe, nadie se burle de Dios. Se cosecha de lo
que se siembra, quien siembra en la carne, cosecha de la carne corrupción y
muerte, quien siembra en el espíritu, cosecha del espíritu vida eterna” (Gal
6,7).
Así, pues, estimados
hermanos(as): Superemos esa falsa humildad de creernos menos de lo que somos. Superemos
esa falsa humildad de que los demás no ven lo malo sino solo bueno que hacemos.
Tarde o temprano se llega a saber. La luz no se enciende para esconderla, sino
para ponerla sobre el candelero. Si Dios ha encendido la luz en tu vida no es
para que la escondas. No se trata de hacer exhibicionismos, pero sí de
manifestarnos en lo que somos.
Si soy practicante no
tengo por qué hacerlo a escondidas. Si voy a Misa no tengo por qué avergonzarme
ante los que no van. Si soy creyente no tengo por qué avergonzarme delante de
los ateos.¿No te das cuenta de
cómo los ateos no se avergüenzan de declararse tales en público? ¿Y por qué voy
avergonzarme yo de ser creyente? ¿Por qué voy a sentirme menos declarándome
creyente? Yo respetaré al que no cree, pero igual derecho tengo a que se
respete mi fe. No se trata de sentirme más que ellos, pero tampoco de
acomplejarme ante ellos.
Si tengo que hablar
del Evangelio: “No me avergüenzo del Evangelio” (Rm 1,16). ¿Por qué avergonzarme
del evangelio? Cuando yo anuncio el Evangelio no lo impongo a nadie,
simplemente lo ofrezco. Si hago el bien a los demás no tengo por qué hacerlo en
secreto. No se trata de aprovecharlo para que me consideren más.¿Se avergüenza el sol
de brillar en el firmamento? ¿Se avergüenzan las luces de la calle por alumbrar
de noche? ¿Y por qué me he de avergonzar yo de que creo en Dios, en Jesús, en
el Evangelio? Con razón dice san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive,
es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).
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