SEXTO DOMINGO DE PASCUA - A (25 de Mayo del 2014)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 14,15-21:
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y
yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con
ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo
ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y permanecerá
en ustedes. No los dejaré huérfanos, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco
el mundo ya no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes también
vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre y ustedes están en mí
y yo en ustedes. El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es
el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo
amaré y me manifestaré a él.» PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Resucitado Paz y Bien.
El misterio y la dignidad del hombre está en el proyecto
creador de Dios: “El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”
(Gn1,2). “Dios creo al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y
hembra los creó (Gn 1,27). “Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego
sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida”
(Gn 2,7)… El ángel Gabriel dice a la virgen María: “El Espíritu Santo
descenderá sobre ti, y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso
el niño santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35). Cuando Jesús
se bautizó en el Jordán: “El espíritu santo bajó sobre y se manifestó en forma
de paloma, una voz del cielo llego y dijo: Tu eres mi hijo amado yo te he
engendrado hoy” (Lc 3,22).
Jesús al inicio de su vida pública como hijo de Dios dice: “No
crean que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a deshacer,
sino a dar pleno cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta sobre mí,
me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). “En adelante,
el Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les
enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,23)… Al
final de su vida dijo Jesús: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc
24,46) y luego murió. Una vez resucitado, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz
este con ustedes, así como el Padre me envió les envió a ustedes, y dicho esto
sopló sobre ellos y le dijo: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19-22).
En la enseñanza del pasado domingo Jesús nos ha dicho: “Yo
soy la verdad” (Jn 14,6) y ahora nos ha dicho que nos enviará “el Espíritu de
la verdad” (Jn 14,17) para vivamos en la verdad y no en el engaño y la mentira,
porque la verdad de Dios es la única verdad. Además nos dice: “No los dejaré
huérfanos, sino que volveré a ustedes” (Jn 14,18). Para llevarnos consigo, para
que estemos con el: “Donde estoy yo estarán también ustedes” (Jn 14,3). Pero eso
si, con una condición: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos” (Jn
14,15). Y ¿Cuál es el mandamiento que hay que cumplir para estar con él? Pues,
dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros.
Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán
todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn 13,34).
Hoy, nuestra coyuntura nos indica que la gente vive demasiado rodeada de
gente; sin embargo, vive demasiado sola. La soledad creo que es uno de los
males de nuestro tiempo. Esposas solas. Hijos solos. Ancianos solos. Sin
embargo, el Señor nos dice hoy que “no nos dejará huérfanos”, que no nos dejará
en la soledad, porque Él nos promete enviarnos el “Espíritu de la verdad”.
Fijémonos lo que dice el mismo Jesús: “El mundo no puede
recibirlo, porque ni lo ve ni lo conoce.” En cambio ustedes “lo conocen,
porque vive con ustedes y está con ustedes” (Jn 14,17). La vida no está en la
superficialidad de las cosas, sino que como la savia y la sangre corre por
dentro, por las venas del Espíritu. Algo bien importante, el pasado domingo
decíamos que Jesús es la “verdad” (Jn 14,6) y ahora nos dice que nos enviará
“el Espíritu de la verdad”(Jn 14, 17a) vivamos en el verdad, la verdad de Dios
del que el hombre bebe de esa fuente de la verdad (Jn 4,13-14).
El mundo no lo conoce porque no lo ve. En cambio, nosotros
lo vemos y lo conocemos porque habita en nosotros y está con nosotros (Jn 3,5).
Somos nosotros quienes tenemos que darlo a conocer y lo haremos mediante el
testimonio de nuestras vidas. Somos los testigos de Jesús y somos también los
testigos del Espíritu Santo. Testigos de que Jesús “está con el Padre” y que
“nosotros estamos con Él y Él con nosotros” (Hch 1,8). Nuestro gran testimonio
será el del amor (Jn 14,15).
Jesús se siente como madre y padre de los suyos. Nunca lo
dijo, pero sus actitudes y comportamientos para con ellos tenían mucho de madre
y de padre. Por eso, cuando les anuncia que ha llegado la hora de irse, siente
que la tristeza amenaza con invadir sus corazones y comienzan a sentirse solos,
huérfanos (Jn 13,1). Jesús quiere llenar de antemano ese vacío y les dice: “No les dejaré huérfanos”, “Yo pediré al Padre os dé otro defensor, que esté siempre
con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16). El Espíritu Santo está
llamado a llenar el vacío que Él mismo deja y será “para siempre” el que nos
habite; el que esté, no con nosotros, sino en nosotros; el encargado de llenar
el vacío haciendo presente al mismo Jesús y, con Él, al Padre.
Como creyentes podemos vivir la alegría y el gozo de que
nunca quedaremos solos ni tampoco vacíos. Al contrario, Jesús nos hace unas
promesas increíbles: “Dentro de poco me verán y porque yo sigo viviendo.”
Viviremos mientras Jesús viva.” Aún más: “Entonces sabrán que yo estoy con mi
Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes.” (Jn 14,20). ¿Te imaginas hasta
dónde estamos llamados a amarnos unos a otros? Casi nos identificamos con
Jesús. Si antes existía la comunión de la Trinidad, ahora, como diríamos en
nuestro lenguaje somos morada: " del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
Porque Jesús está en el Padre, pero también en nosotros y nosotros en Él. Y
quien no cree en el Hijo, por ende en el Padre y en el Espíritu vive en la orfandad,
porque es huérfano. Yo me admiro de que de que nos valoremos tan poco, de que
nos sintamos tan poco y no vivamos esa alegría de vivir en comunión de vida con
el Padre, el Hijo y el Espíritu que nos habita.
Quienes vivimos en el espíritu de Dios, el espíritu de la
verdad, vivimos en familia y no hay lugar para la soledad y los frutos de la
vida en el espíritu son inmensos como San Pablo nos dice. Nos lo dice bien
claro en la Carta a los Gálatas y lo hace de una manera típica. El contraste
entre el hombre de la carne, es decir, del mundo y el hombre que vive del
Espíritu: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación,
impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras,
rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas
semejantes.” (Gal 5,19). Pero, las obras del Espíritu son diversas y ¿dónde
están? Están en nuestra vida que se refleja a cada momento: “En cambio el fruto
del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza” (Gal 15,22).
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