DOMINGO DE LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA – A (1° de Enero de
2017).
Proclamamos el Evangelio de Jesucristo según San Lucas 2,16
-21:
En aquel tiempo, los pastores fueron rápidamente y
encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al
verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los
escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba
en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por
todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de
circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido
dado por el Ángel antes de su
concepción. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor, en el inicio de un nuevo año
les expreso un saludo cordial, fraterno franciscano de Paz y bien; deseándoles muchos
augurios y éxitos en este nuevo año.
En el credo decimos y rezamos: “Creo en un solo Señor,
JESUCRISTO, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios
de Dios, Luz de Luz. Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de
la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los
hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. En efecto en el misterio de la anunciación
el Ángel dice a María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será
llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). El mismo Ángel dice a José: “María dará a luz
un hijo, a quien tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su
Pueblo de todos sus pecados". Jesús explica a Nicodemo y dice: “Tanto amó Dios
al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino
que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se
condene sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). San Pablo dice: “La
gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha
manifestado” (Ti 2, 11). “La prueba que Dios nos ama es que siendo nosotros
pecadores Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).
“El Señor mismo les dará un signo: Miren, la joven está
embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel. Él se
alimentará de leche cuajada y miel, cuando ya sepa desechar lo malo y elegir lo
bueno” (Is 7,14-15). Emmanuel que traducido significa “Dios con nosotros” (Mt
1,21-23). En una visión panorámica de Dios con nosotros se nos dice: “Esta es
la nueva Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos
días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley
en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al
otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me conocerán, del más pequeño
al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no
me acordaré más de su pecado” (Jer31,33-34).
“Cuando se cumplió el
tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la
Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos
adoptivos” (Gal 4,4-5). ¿Por qué comenzamos el nuevo año recordando el misterio
de María, Madre del Dios encarnado?. Porque en María el Hijo se hace uno como
nosotros, para que seamos como Él es. María se mantuvo un tanto en la sombra
durante las Navidades. ¿No se merecía un recuerdo especial? ¿Acaso no es ella la
que nos regaló las Navidades?
El Ángel dijo a los pastores: "No teman, porque les
traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la
ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto
les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y
acostado en un pesebre" (Lc 2,10-12). Los pastores se decían unos a otros:
"Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha
anunciado. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido
acostado en el pesebre” (Lc 2,15-16).
Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas
revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido
dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt
11,25-27). Los sencillos pastores que se han enterado de la noticia y corren a
Belén a encontrarse con el Niño y tienen el privilegio de ser los primeros en
adorarle y ofrecerle sus sencillos dones del campo. Lo comenzamos también con
algo que, a muchos, pudiera pasarles desapercibido. ¿Saben qué es? Lo que nos
dice la primera lectura de hoy que debiera ser como un tipo de eslogan para
todo el año: la bendición. Comenzar el año regalándonos una bendición y
continuarlo bendiciéndonos cada día. Porque bendecir es precisamente eso:
decirnos cosas buenas, desearnos cosas buenas. ¿No les parece maravilloso que
este año lo pasásemos diciéndonos y deseándonos unos a otros cosas buenas y
bonitas?
Son tres acontecimientos que hoy celebramos. En primer
lugar, está la figura de María, la Madre del Dios, hecho hombre entre los
hombres. El acontecimiento navideño es el acontecimiento de Dios que asume
nuestra condición humana. Incluso cuando entre nosotros nace un niño, todo el
mundo saluda a la mamá y al papá, pero todos los ojos se nos van al niño, que
si es lindo, que si la carita es de mamá, que si la nariz es del papá, que si
las orejas son de los abuelos. Como si él no tuviese nada propio, sino que todo
era prestado.
la Liturgia le dedica este primer día del año, recordándola
como madre a María y no una madre cualquiera sino como la madre elegida y
escogida por Dios para ser la madre de su hijo humanado, encarnado. Si el hijo
es el Hijo de Dios hay en ella una maternidad divina. Y el Ángel se lo dijo
claramente: “Será obra del Espíritu Santo que la cubrirá con su sombra.” (Lc
1,35).
En el Antiguo, y el Nuevo Testamento, la nube que cubre la
montaña es siempre una señal de revelación, de manifestación de Dios al hombre.
Pues cubrirla con su sombra es como la nube del misterio en el que Dios se
revela y manifiesta, pero esta vez “Palabra hecha carne” (Jn 1,14).
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