jueves, 5 de enero de 2017

DOMINGO DE LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA – A (1° de Enero de 2017).

DOMINGO DE LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA – A (1° de Enero de 2017).

Proclamamos el Evangelio de Jesucristo según San Lucas 2,16 -21:

En aquel tiempo, los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.  Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel  antes de su concepción. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor, en el inicio de un nuevo año les expreso un saludo cordial, fraterno franciscano de Paz y bien; deseándoles muchos augurios y éxitos en este nuevo año.

En el credo decimos y rezamos: “Creo en un solo Señor, JESUCRISTO, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz. Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. En efecto en el misterio de la anunciación el Ángel dice a María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). El mismo Ángel dice a José: “María dará a luz un hijo, a quien tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". Jesús explica a Nicodemo y dice: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). San Pablo dice: “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado” (Ti 2, 11). “La prueba que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).

“El Señor mismo les dará un signo: Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel. Él se alimentará de leche cuajada y miel, cuando ya sepa desechar lo malo y elegir lo bueno” (Is 7,14-15). Emmanuel que traducido significa “Dios con nosotros” (Mt 1,21-23). En una visión panorámica de Dios con nosotros se nos dice: “Esta es la nueva Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley  en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer31,33-34).


 “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Gal 4,4-5). ¿Por qué comenzamos el nuevo año recordando el misterio de María, Madre del Dios encarnado?. Porque en María el Hijo se hace uno como nosotros, para que seamos como Él es. María se mantuvo un tanto en la sombra durante las Navidades. ¿No se merecía un recuerdo especial? ¿Acaso no es ella la que nos regaló las Navidades?

El Ángel dijo a los pastores: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,10-12). Los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,15-16).

Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,25-27). Los sencillos pastores que se han enterado de la noticia y corren a Belén a encontrarse con el Niño y tienen el privilegio de ser los primeros en adorarle y ofrecerle sus sencillos dones del campo. Lo comenzamos también con algo que, a muchos, pudiera pasarles desapercibido. ¿Saben qué es? Lo que nos dice la primera lectura de hoy que debiera ser como un tipo de eslogan para todo el año: la bendición. Comenzar el año regalándonos una bendición y continuarlo bendiciéndonos cada día. Porque bendecir es precisamente eso: decirnos cosas buenas, desearnos cosas buenas. ¿No les parece maravilloso que este año lo pasásemos diciéndonos y deseándonos unos a otros cosas buenas y bonitas?

Son tres acontecimientos que hoy celebramos. En primer lugar, está la figura de María, la Madre del Dios, hecho hombre entre los hombres. El acontecimiento navideño es el acontecimiento de Dios que asume nuestra condición humana. Incluso cuando entre nosotros nace un niño, todo el mundo saluda a la mamá y al papá, pero todos los ojos se nos van al niño, que si es lindo, que si la carita es de mamá, que si la nariz es del papá, que si las orejas son de los abuelos. Como si él no tuviese nada propio, sino que todo era prestado.

la Liturgia le dedica este primer día del año, recordándola como madre a María y no una madre cualquiera sino como la madre elegida y escogida por Dios para ser la madre de su hijo humanado, encarnado. Si el hijo es el Hijo de Dios hay en ella una maternidad divina. Y el Ángel se lo dijo claramente: “Será obra del Espíritu Santo que la cubrirá con su sombra.” (Lc 1,35).

En el Antiguo, y el Nuevo Testamento, la nube que cubre la montaña es siempre una señal de revelación, de manifestación de Dios al hombre. Pues cubrirla con su sombra es como la nube del misterio en el que Dios se revela y manifiesta, pero esta vez “Palabra hecha carne” (Jn 1,14).

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