III DOMINGO DE CUARESMA - A (19 de marzo del 2017)
Proclamación del Evangelio de San Juan 4,5-42:
En aquel tiempo Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada
Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se
encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto
al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y
Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar
alimentos. La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de
beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los
samaritanos. Jesús le respondió: «Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma
se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no
tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua
viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este
pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?». Jesús le
respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba
del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré
se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». «Señor, le
dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir
hasta aquí a sacarla». Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve
aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al
decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es
tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres
un profeta.
Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen
que es en Jerusalén donde se debe adorar». Jesús le respondió: «Créeme, mujer,
llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que
los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque
esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo
adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». La mujer le dijo: «Yo sé que el
Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo». Jesús
le respondió: «Soy yo, el que habla contigo». En ese momento llegaron sus
discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo,
ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?».
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo
a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No
será el Mesías?». Salieron entonces de al ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro».
Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen».
Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá
traído de comer?». Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de
aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro
meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos:
ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el
grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una
misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: «Uno siembra y otro
cosecha». Y o los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han
trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos». Muchos samaritanos de
esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba:
«Me ha dicho todo lo que hice». Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a
Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.
Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no
creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él
es verdaderamente el Salvador del mundo». PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
El Primer Domingo de Cuaresma, en la dimensión humana, El
Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del
demonio (Mt 4,1-11). En el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte
Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en
oración se transfiguro… y la voz del Padre: este es mi hijo. Mi predilecto,
escúchenlo…” (Mt 17,1-9). Ya no es el
Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un
sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo. En este III domingo de
cuaresma, el Señor nos enseña, cómo esas dos dimensiones humana y divina del
que todos participamos (Gn 1,26) somos parte constitutiva del ser de Dios unido
por su gracia simbolizada en el agua (Jn 4,5-42). Con mucha razón Jesús nos
reitera versículos más abajo: “Quien tenga sed, que venga a mí y que beba”
(Jn7,37). Así, pues, quien vive envuelto en la gracia de Dios como el salmista
puede y con razón exclamar; Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma
esta sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca, agostada,
sin agua. Como te contemplaba en el santuario, viendo tu fuerza y tu gloria, tu
gracia vale más que la vida” (Slm 62,2).
Las Lecturas de hoy nos hablan de “agua viva”: agua en pleno
desierto brotando de una roca (Ex.17, 3-7), y agua de un pozo al que Jesús se
acerca para dialogar con la Samaritana (Jn. 4, 5-42). Relato maravilloso que para su mejor
entendido podemos tomarla en dos parte: a) Dios que se abaja en su Hijo (Flp
2,6-11) y que viene a salvarnos por puro amor suyo (Jn 3,16). b) la mujer
samaritana que descubre en Jesús lo que todo el pueblo espera: al Mesías
(Jn4,25).
a) En primer lugar, Dios nunca se nos presenta como el
autosuficiente que lo sabe y lo puede todo,
sino sencillamente sentado junto al pozo y Él mismo necesitado de que
alguien le ofrezca un vaso de agua para su sed: Allí se encuentra el pozo de
Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora
del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de
beber» (Jn 4,6-7). Pero esta misma realidad de se nos describe al final de la
vida de Jesús y esta vez ya desde la cruz: “Después de esto, sabiendo Jesús que
todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed», y con esto también se cumplió la
Escritura. Había allí un jarro lleno de vino agrio. Pusieron en una caña una
esponja empapada en aquella bebida y la acercaron a sus labios” (Jn 19,28-29).
En segundo lugar,
Jesús no comienza por ofrecer ideas, sino por meterse en nuestro corazón y
hacernos sentir nuestros propios vacíos y carencias: «El que beba de esta agua
tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más
volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial
que brotará hasta la Vida eterna». (Jn
4,13-14). Además, Jesús se ofrece a toda la humanidad para que beban de él:
“Quien tenga sed, que venga a mí y que beba” (Jn7,37).
En tercer Lugar, Jesús conoce el corazón de la mujer y le va
descubriendo toda su verdad: Dice Jesús a la samaritana: «Ve, llama a tu marido
y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes
razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora
tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor,
veo que eres un profeta” (Jn 4,16-19). Yes que ante dios nada podemos esconder,
todo se sabrá. Jesús nos reitera: “Cuando llega la luz, ¿debemos ponerla bajo
un macetero o debajo de la cama? ¿No la pondremos más bien sobre el candelero?
No hay cosa secreta que no deba ser descubierta; y si algo ha sido ocultado,
será sacado a la luz” (Mc 4,21-22).
En cuarto lugar,
Jesús la va llevando progresivamente poco a poco hasta que ella misma, la
samaritana baja sus resistencias y termina pidiendo también ella esa nueva
agua: “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no
necesite venir hasta aquí a sacarla” (Jn 4,15). Es más, mismo Jesús nos dice:
“Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al
que llama” (Mt 7,7).
b) La samaritana descubre en Jesús al mismo Mesías que todos
esperan:
En el primer momento, la samaritana ve a Jesús como un judío
común y corriente, incluso como un enemigo de los samaritanos: Jesús dijo “dame
de beber”… La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de
beber a mí, que soy samaritana?» (Jn 4,8-9).
En el segundo momento, la samaritana baja el tono de voz y
lo llama Señor: Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el
que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría
dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el
pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?” (Jn 4,10-11)… «Señor, le dijo
la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta
aquí a sacarla» (Jn 4,15).
En un tercer momento,
la samaritana ya lo ve a Jesús como un profeta: Jesús le dijo: «Ve, llama a tu
marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó:
«Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que
ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo:
«Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4,16-19).
En un cuarto momento la expectativa de la samaritana pasa el
gran día del Mesías anunciado profetas:
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él
venga, nos anunciará todo» (Jn 4,25).
Finalmente, Jesús se le revela como el Mesías que tanto
tiempo esperaba no solo los samaritanos sino la humanidad: Jesús le respondió:
« El Mesías que Uds. Esperan soy yo, el que habla contigo» (Jn 4,26).
La samaritana proclama la Buena Noticia (Evangelio): La
mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Vengan a
ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?».
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro” (Jn 4,28-30)… El Señor
advierte que es importante oír la palabra de Dios: “Les aseguro que el que
escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y ya no
habrá juicio para él porque ya ha pasado
de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Los samaritanos ahora han descubierto el
valor del Evangelio y que es Cristo Jesús y se acercaron, le ruegan que se
quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a
causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has
dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el
Salvador del mundo» (Jn 4,40-42).
Que pedagogía tan maravillosa de Jesús, que delicadeza en
dejarse descubrir por los samaritanos. Que poder de Dios, que hasta se vale de
la mujer que tiene varios maridos. Con razón San Pablo dijo: “Mientras los
judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en
cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura
para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido
llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que
la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la
fortaleza de los hombres. Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han
sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son
muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo
tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil,
para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale
nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios”
(Icor 1,22-29).
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