DOMINGO XX - A (20 de Agosto del 2017)
Proclamación del Santo Evangelio Según San Mateo 15,21-28:
15:21 En aquel tiempo, Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de Sidón.
15:22 Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".
15:23 Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
15:24 Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
15:25 Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!"
15:26 Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".
15:27 Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!"
15:28 Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de hoy complementa la enseñanza del domingo
anterior respecto a la importancia de la fe y la oración ( Mt 14,23; 31)
elementos que nos sitúan en el lugar que gusta, el cielo (Mt 17,4). En este
domingo se subraya el tema de la fe: “Que grande es tu fe, te suceda conforme
has creído” (Mt 15,28). ¿Qué es la fe? La fe es garantía de lo que se espera;
la prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11,1).
El domingo anterior resaltamos dos
elementos fundamentales de la vida espiritual: La oración y la fe: “Jesús subió
a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo” (Mt
14,23); Jesús increpo a Pedro: “Hombre de poca fe por qué dudaste?” (Mt 14,31).
La oración sin fe no tiene sentido; así como la fe sin obras está muerta (Stg
2,17). ¿Cómo fortalecer nuestra fe?: 1) Haciendo
buenas obras (caridad). San Pablo nos dice tres cosas son necesarias para
nuestra salvación: fe, esperanza y amor (I Cor 13,13) y de las tres la mayor es
la caridad (amor). “Todo lo que hagas, hazlo con amor” (I Cor 16,14). 2) orando
con perseverancia. ¿Por qué orar? Jesús nos dice: “Estén despiertos y oren para
no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es
débil" (Mt 26,41). Quien vive amando, y quien ama viviendo, tarde o temprano
se dará cuenta que está en camino místico de santidad, es hombre hecho oración,
como los grandes santos como San Francisco de Asís. En esta postura sin duda
que se está en el cielo y bien podemos como Pedro decir: “Que bien se está aquí”
(Mt 17,4) Porque estar en el cielo es estar con Dios, Enmanuel (Mt 1,23). Es
contemplar el rostro glorificad o transfigurado de Dios.
Jesús increpó a Pedro:
"Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14,31). "Mujer, ¡qué
grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" (Mt 15,28). En etas dos
enseñanzas hay gran diferencia. Pedro tiene muy poca fe y se hunde en el mar de
dudas, la mujer cananea tiene una fe fuerte que tiene un piso firme, firmeza
que le permite estar cerca de Jesús y con Jesús se está en Dios. Por eso nos había
dicho Jesús: “Yo soy camino y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6).
Jesús le dijo al funcionario real: "Si no ven signos y prodigios (milagros),
ustedes no creen" (Jn 4,48). La fe autentica no nace de un milagro como
Pedro quiso experimentar caminando sobre el agua (Mt 14,28). La fe es la que puede suscitar el milagro,
dependiendo cuanto de fe tenemos; y es que la fe no es como la ciencia que busca
experimentar para afirmar una hipótesis de verdad. La fe es un don gratuito de
Dios, por eso hemos de reiterar que la fe es lo que puede suscita milagros como
lo descrito en este episodio: “Que grande es tu fe, que te suceda conforme has
creído”. Y en ese momento su hija quedó curada (Mt 15, 28). Y si la fe es débil
como el de Pedro del domingo anterior, pues por eso se hundió (Mt 14,30).
El evangelio de hoy trae consigo episodios y actitudes
auténticas de fe: En Caná de Galilea, donde Jesús había convertido el agua en
vino (Jn 2,3). “Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en
Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en
Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a su casa a curar a su hijo que
agoniza. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no
creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo
se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El
hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que
su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría.
"Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron.
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu
hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia” (Jn 4,47-53). Fe de una
mujer que padecía flujo de sangre que solo le tocó el fleco del manto y se
sanó: “Jesús se volvió y, al verla, le dijo: Animo, hija, tu fe te ha sanado”
(Mt 9, 22). Fe de los amigos de un paralítico: Dijo al paralítico: Tus pecados
te son perdonados… (Mt 9, 2; Lc 5, 20). “Le rogaban que los dejara tocar tan
sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados” (Mt
14,36).
Fe de un centurión: “Cafarnaúm había un centurión que tenía
un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído
hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar
a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia,
diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación
y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba
cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no
te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me
consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi
sirviente se sanará. Porque yo —que no soy más que un oficial subalterno, pero
tengo soldados a mis órdenes— cuando digo a uno: "Ve", él va; y a
otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes
que hacer esto!", él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró
de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro
que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados
regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano (Lc 7,2-10).
Los apóstoles le dijeron: “Señor, auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais
fe como un grano de mostaza diríais a este sicomoro: "Arráncate y échate
al mar", y les obedecería. Nada es imposible para quien cree y tiene fe”
(Lc 17, 5). Los discípulos preguntaron: “Señor ¿Por qué no pudimos echar ese
demonio? Les respondió: porque tienen muy poca fe. Yo os aseguro que si
tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte (...) y nada les será
imposible. (Mt 17, 20).
¿Cómo haces tu oración? Tanto en la vida consagrada como en
el matrimonio solemos caminar muy atareados en tantas cosas y dejar de lado las
cosas de la vida espiritual, somos como Martha que: Andaba muy ocupada con los
quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana
me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le
respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin
embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será
quitada" (Lc 10,38-42). A veces solemos quejarnos que rezamos y Dios no
nos escucha. Entonces tiramos la toalla y lo peor es que tiramos también a Dios
de nuestras vidas. Le pedí y no me hizo caso. ¿Para qué me sirve Dios y para
qué me sirve pedir? Estamos acostumbrados a hacer de nuestra oración una
especie de “tocar el timbre” y que alguien nos responda de inmediato. Sería
bueno volver a preguntarnos: ¿Cómo, cuándo, con qué medios hago mi oración?
¿Será cierto que Dios no nos escucha? El evangelio de hoy nos comprueba que
Dios si escucha y sin mayores demoras.
Dios nos escucha siempre que lo pidamos con fe pero con un
corazón sincero: “Cuando ustedes me busquen, me invoquen y vengan a suplicarme,
yo los escucharé; pero siempre que me
invoquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,112). Por el profeta Isaías
dice Dios: “Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que
multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas
de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus
acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el
derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la
viuda! Vengan, y discutamos —dice el Señor—: Aunque sus pecados sean como la
escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura,
serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del
país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada,
porque ha hablado la boca del Señor“ (Is 1,15-20).
En el evangelio de hoy, esta pobre mujer cananea refleja y
reúne estos dos elementos como es la: Fe y la oración autentica y pureza de
corazón. A veces Jesús toma actitudes que son como una lección para nosotros.
La mujer grita detrás de Él y Él se hace como quien no escucha. Era tan
insistente su grito que hasta los discípulos le piden que la atienda porque ya
resulta molesta (Mt 15,22-23). Jesús tiene una frase que hasta pareciera sonar
mal en sus labios y peor aún en su corazón, en el fondo la compara con los
perros. “No está bien echar a los perros el pan de los hijos.” (Mt 15,26)
¿Verdad que diera la impresión de ser un Jesús diferente al que estamos
acostumbrados? De repente, su actitud cambia y termina elogiando la fe de esta
mujer: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt 15,28).
La oración tiene que ser
insistente aun cuando sintamos que Dios está sordo y no nos escucha. Nosotros
desistimos demasiado fácilmente, nos cansamos de pedir. Ese cansancio significa
que no pedimos con verdadera confianza y con verdadera fe. Es preciso pedir sin
cansarnos ni desalentarnos, incluso si sentimos que "Dios no nos
escucha". Nosotros tenemos que seguir orando. No porque Dios nos escuche
por nuestra insistencia, sino porque la insistencia implica que tenemos fe y
confianza, incluso a pesar de su silencio. No es que la oración sea mejor
porque oramos gritando, no se trata de volumen de voz: “Cuando ustedes oren, no
hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en
las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su
recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la
puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos:
ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque
el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de
que se lo pidan” (Mt 6,5-8).
Muchas veces nuestra oración resulta siendo un fracaso
porque nos cansamos, porque no seguimos insistiendo, porque creemos que
molestamos a los demás con nuestros gritos salidos del corazón. ¿Cuántas veces
hemos orado a gritos? ¿Cuántas veces hemos orado, incluso sintiendo el silencio
de Dios que no nos responde? Jesús no la alaba por sus gritos, pero sí por su
constancia y por su fe. ”Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15,28). Nuestra
oración no se mide por las palabras que decimos, sino por la fe de nuestro
corazón. Si quieres medir la eficacia de tu oración, no te preguntes cuánto
pides sino cómo pides y con qué fe pides. ¿Pides con una fe capaz de perforar
el silencio y el aparente rechazo de Dios? Tenemos que orar hasta cansarnos,
porque sólo así se expresa nuestra confianza en Él que nos lo dará tarde o
temprano, pero ¿Qué pedimos? Tenemos que pedir que nos enseñe a orar (Lc 11,1).
Jesús mismo nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y
encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su
hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las
pidan! (Mt 7,7-11). Y este detalle es lo que hoy constatamos en el evangelio:
Se trata de una mujer pagana en diálogo de fe con Jesús. Luego, un Jesús que
quiere poner a prueba la fe de esta mujer, como había puesto a prueba la fe de
Pedro (Mt 14,32). Con la diferencia de que Pedro “tenía poca fe y comenzó a
titubear”, mientras que esta mujer pagana demostró más fe (Mt 15,28) que el
mismo Pedro que es cabeza de la Iglesia. ¿Cómo esta nuestra fe? ¿Podrá Jesús
decirnos a nosotros hoy: qué grande es tu fe? Nuestra oración, ¿será así de
constante y perseverancia que logremos cansar a Dios y al fin tenga que
escucharnos?
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