DOMINGO XXXIV – A (26 de Noviembre de 2017).
Proclamación del Santo evangelio según san Mateo 25,31-46:
25:31 Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado
de todos los ángeles, Mateo 16, 27 se sentará en su trono glorioso. Mateo 19,
28
25:32 Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y
él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
25:33 y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a la
izquierda.
25:34 Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha:
"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue
preparado desde el comienzo del mundo,
25:35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve
sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
25:36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron;
preso, y me vinieron a ver".
25:37 Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
25:38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te
vestimos?
25:39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a
verte?"
25:40 Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada
vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron
conmigo".
25:41 Luego dirá a los de la izquierda: "Aléjense de
mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus
ángeles,
25:42 porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer;
tuve sed, y no me dieron de beber;
25:43 estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me
vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron".
25:44 Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te
hemos socorrido?"
25:45 Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez
que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron
conmigo".
25:46 Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida
eterna" PALABRA DEL SEÑOR.
Las siguientes citas contextualizan el mensaje del evangelio
de hoy: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al
Padre" (Jn 16,28). “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).
“Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos
conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes” (Jn 14,3).
“Salí del Padre y vine al mundo” ¿A qué vino el Señor? A instituir
el Reino de Dios: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse
y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Luego dice: “Volveré para llevarlos conmigo” Pero, para estar con Él,
hemos de ser evaluados sobre la misión que nos dejó: “Id al mundo entero y
enseñen el evangelio a toda la creación, quien crea y se bautice se salvara,
quien se resiste, será condenado”(Mc 16,15). El Señor volverá; se refiere a su
segunda venida y ¿Para qué vendrá? Pues, mismo Señor nos lo dice: “El hijo del
hombre vendrá con la gloria de su Padre rodeado de sus ángeles y recompensara a
cada uno según su trabajo” (Mt 16,27). La recompensa al trabajo desplegado (misión)
consiste en “estar para siempre con Él”. Ahora nos interesa saber con mayores
detalles sobre ¿Cómo seremos evaluados, o en qué consiste el juicio final? De
esta inquietud trata el evangelio de hoy: Mt 25,31-46. Escena que responde con
detalles a la pregunta de fondo y constante: ¿Qué de bueno tengo que hacer para
heredar la vida eterna? (Mt 19,16).
“Dios es amor” (IJn 4,8). Si Dios es amor, el juicio tiene
esta misma dimensión, porque Jesús vino a poner de manifiesto este amor: “Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él
no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no
es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el
nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). De ahí que, el juicio consiste en:
“la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas que la luz, porque
sus obras eran malas” (Jn 3,19). “El que ama a su hermano permanece en la luz,
pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin
saber a dónde va” (IJn 2,10).
Sabemos que: "Cristo murió por nuestros pecados y
volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9).
La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en
el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder
en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo principado,
potestad, virtud, dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió
todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (Ef 4, 10; 1
Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e
incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su
cumplimiento transcendente (NC 668). Mismo Señor nos dice: "Yo he recibido
todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Así, Cristo Jesús es también
la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (Ef 1, 22). Elevado al cielo y
glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su
Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del
Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (Ef 4, 11-13).
El designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya
en la "última hora" (1 Jn 2, 18; 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de
manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en
este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una
verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo
manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (Mc 16, 17-18) que
acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
El Reino de Dios, que es lo mismo decir Reino de Cristo, està presente ya en su Iglesia, pero,
no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; Mt
25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de
los ataques de los poderes del mal (2 Ts 2, 7), a pesar de que estos poderes
hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya
sido sometido (1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (1 Co 11,
26), que se apresure el retorno de Cristo (2 P 3, 11-12) cuando suplicamos:
"Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20).
El advenimiento de Cristo en su gloria es inminente (Ap 22,
20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que
ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; Mc 13, 32). Este
acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (Mt 24, 44: 1
Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder
estén "retenidos" en las manos de Dios (2 Ts 2, 3-12). Nuestro Señor
vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado se salvará, quien se resiste en creer, será condenado" (Mc 16,
15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los
pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para
nuestra justificación (Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida
nueva" (Rm 6, 4).
El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la
perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también
asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la
muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del
pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo
Testamento (2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino
del alma (Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros: “Estos
irán al castigo eterno (los que no fueron caritativos), y los justos
(caritativos) a la Vida eterna" (Mt 25,46).
El Juicio Final es una verdad de fe expresamente contenida
en la Sagrada Escritura y definida por la Iglesia de una manera explícita. Por
ello cada vez que rezamos el Credo recordamos este artículo de fe cristiana:
“(Jesucristo) vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su
Reino no tendrá fin”. El anuncio del Juicio Final, será para todos los seres
humanos, está presente en muchas citas del Antiguo Testamento. Allí vemos
anunciado cómo Dios juzgará al mundo por el fuego (Is. 66, 16). Reunirá a las
naciones y se sentará a juzgar realizando la siega y la cosecha (Joel 4,
12-14). El Profeta Daniel describe con imágenes impresionantes este juicio con
el que concluye el tiempo y comienza el Reino eterno del Hijo del Hombre (Dn.
7, 9-12 y 26). El Libro de la Sabiduría muestra a buenos y malos juntos para
rendir cuentas; sólo los pecadores deberán tener temor, pues los justos serán
protegidos por Dios mismo (Sb. 4 y 5).
Cristo mismo varias veces nos habló de este momento, así: "Entonces
aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre. Mientras todas las razas de
la tierra se golpeen el pecho verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes
del cielo, con el Poder divino y la plenitud de la Gloria. Mandará a sus
Angeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro
puntos cardinales, de un extremo a otro del mundo.” (Mt. 24, 30- 31). Cuando el
Hijo del Hombre venga en su Gloria rodeado de todos sus Angeles, se sentará en
su Trono como Rey glorioso. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y
como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, así también lo hará El.
Separará unos de otros, poniendo las ovejas a su derecha y los machos cabríos a
su izquierda” (Mt. 25, 32).
San Pedro y San Pablo también se ocuparon del tema del
Juicio en varias oportunidades. Nos aseguran que Dios juzgará a cada uno según
sus obras sin hacer diferenciación de personas, de raza, de origen o de
religión. (1 Pe. 1, 17 y Rom. 2, 6). También nos dice San Pablo que todo se conocerá,
hasta las acciones más secretas de cada uno (Rom. 2, 16). San Juan nos narra en
el Apocalipsis la visión que tuvo del Juicio Final: “Vi un trono espléndido muy
grande y al que se sentaba en él. Su aspecto hizo desaparecer el cielo y la
tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban al pie del
trono. Se abrieron unos libros, y después otro más, el Libro de la Vida.
Entonces los muertos fueron juzgados de acuerdo a lo que estaba escrito en los
libros, es decir, cada uno según sus obras” (Ap. 20, 11-14).
De acuerdo a estas citas sabemos que: 1) Cristo vendrá con
gran poder y gloria, en todo el esplendor de su divinidad. 2) Cristo glorioso
será precedido de una cruz en el Cielo (la señal del Hijo del Hombre). 3)
Vendrá acompañado de los Angeles. 4) Con su omnipresencia, todos los
resucitados, de todas las naciones estarán ante Cristo Juez. Comparecerán
delante del Tribunal de Dios todos los seres humanos, sin excepción, para
recibir la recompensa o el castigo que cada uno merezca. En el Juicio Final
vendrá a conocerse la obra de cada uno, tanto lo bueno, como lo malo, y aun lo
oculto. 5) Ya resucitados todos, Cristo separará a los salvados de los
condenados.
¿Quién podrá salvarse? (Mt 19,25) Aquél que tiene fe en
Jesucristo, nos dice el Evangelio. Pero tener fe en Jesucristo no significa
solamente creer en El, sino que es indispensable vivir de acuerdo a esa fe; es
decir, siguiendo a Cristo en hacer la Voluntad del Padre: “El que escucha mis
palabras y las pone en práctica, es como un hombre sabio que edificó su casa
sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los
vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida
sobre roca. El que escucha mis palabras y no las practica, es como un hombre
necio, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron
los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y
su ruina fue grande" (Mt 7,24-27).
El día del Juicio Final se sabrá por qué permitió Dios el
mal y cómo sacó mayores bienes. Quedarán definitivamente respondidas las
frecuentes preguntas: ¿Por qué Dios permite tanta injusticia? ¿Por qué los
malos triunfan y los buenos fracasan? Mucho de lo que ahora en este mundo se
considera tonto, negativo, incomprensible, se verá a la luz de la Sabiduría
Divina. El Juicio Final dará a conocer la Sabiduría y la Justicia de Dios. Se
conocerá cómo los diferentes males y sufrimientos de las personas y de la
humanidad los ha tomado Dios para Su gloria y para nuestro bien eterno. Ese día
conocerá toda la humanidad cómo Dios dispuso la historia de la salvación de la
humanidad y la historia de cada uno de nosotros para nuestro mayor bien, que es
la felicidad definitiva, perfecta y eterna en la presencia de Dios en el Cielo.
Por lo tanto, la preguntas constantes: ¿Quién podrá salvarse?
(Mt 19,25); ¿Qué obras buenas debo hacer para heredar la vida terna? (Mc
10,17); ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,13) han sido respondidas así: “¿Cuándo
te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? El Rey les responderá: Les aseguro
que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron
conmigo” hereden el reino de los cielos (Mt 25,39-40).
Dirá a los de la izquierda: "Aléjense de mí, malditos;
vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque
tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber…
Estos, a su vez, le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento,
de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido? El rey les
responderá: Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con uno de mis hermanos pobres, tampoco lo hicieron conmigo" (Mt
25,41-45). Así, estos (los que no practicaron misericordia con amor) irán al castigo eterno, y los justos (los que
practicaron misericordia con amor) a la Vida eterna" (Mt 25,46). Porque se
nos dice: “El que no practicó misericordia será juzgado sin misericordia” (Stg
2,13). Y “La fe sin obras está muerta” (Stg 2,17). “Así como se arranca la
cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos
los malvados que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí
habrá llanto y rechinar de dientes. En cambio los justos resplandecerán como el
sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13,40-43).
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