DOMINGO XX – B (19 de agosto del 2018)
Proclamación del santo evangelio según san Juan 6,51-58:
6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de
este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del
mundo".
6:52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo
este hombre puede darnos a comer su carne?"
6:53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen
la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
6:55 Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la
verdadera bebida.
6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo
en él.
6:57 Así como, el que me envió posee la vida, y yo vivo por
el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí.
6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron
sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y bien.
Dijo Jesús a los judíos: “Si no creen cuando les hablo de
las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie
ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que
está en el cielo” (Jn 3,12-13). Más aun, pusieron férrea resistencia ante las
palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad
sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Ellos reaccionaron en el
nivel humano y dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús
y como dice que ha bajado del cielo. Como ya sabemos también, la encarnación
(Jn 1,14) suscitó una gran dificultad en el entendimiento de los judíos.
Hoy nos encontramos con otra resistencia según la lógica de
la razón humana de los judíos. Cuando Jesús les dijo “Yo soy el pan vivo bajado
del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51).
Inmediatamente la gente reaccionó y se preguntaron: “¿Cómo puede éste hombre
darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendía (Mc 6,52). Y si no
entendían en aquella época las palabras dichas por el mismo Señor, menos hoy
nosotros si aún persistimos en tomar las cosas de Dios con razones humanas y no
con el don de la fe (Lc 17,5).
El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones que
como resumen recapitula el discurso del pan de vida. Hay siete preguntas que
sirven de hilo conductor y que dan la estructura de todo el discurso del pan de
vida, de esta bella catequesis sobre el pan trascendente. Hay siete preguntas y
siete afirmaciones.
En efecto, una vez que en el domingo pasado, descubrimos que
no solo Jesús es el verdadero pan del cielo (Jn 6,55) y que hoy nos reitera, el
pan de vida sino que hay que comerlo (Jn 6,53). Hay que pasar de comer el pan
que dura un día a comer la carne de Jesús que dura hasta la vida eterna (Jn
6,26). Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación, porque el término
carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Se añadió entonces una
especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo y es mi carne
para la vida del mundo” (Jn 6,51). De esta manera se nos estaba enseñando a
comprender, a acoger el misterio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz
en el pan eucarístico, escena que resaltan los evangelios sinópticos: “Tomen y
coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre”
(Mt 26,26; Mc22,19; Mc 14,22). Escenas que anteceden a la pasión de la cruz
redentora.
En las siete afirmaciones se repite siempre y ni una sola
vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir
Amén que es un “si” eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No
un Jesús al cual contemplamos a distancia. Es Jesús a quien ahora encarnamos. A
quien ahora nosotros nos hacemos uno con Él. Y para mayores luces acudimos dos
afirmaciones textuales: 1) Dijo Jesús: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn
10,30). 2) San Pablo exclamó: “Vivo yo pero no soy yo el que vive, es Cristo
quien vive en mi” (Gal 2,20).
La primera afirmación que comienza en negativo, en
condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no
tienen vida en Uds” (Jn 6,53).
La segunda afirmación, por el contrario es positiva: “El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el
último día” (Jn 6,54).
La tercera afirmación es reiterativa: “Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,55).
La cuarta afirmación es de orden proposicional sobre la
alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn
6,56).
La quinta afirmación es una comparación: “Así como el Padre
que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma
vivirá por mí” (Jn 6,57). La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el
Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva
alianza con Cristo y en Él con la Trinidad. Y esta afirmación corona toda la
enseñanza respecto a la sagrada comunión.
La sexta afirmación es de orden demostrativa, presencial y
comparativa cuando Jesús dice: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como
el pan que comieron sus antepasados y murieron” (Jn 6,58).
La séptima afirmación y la última, es de orden exclamativa y
definitiva, para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través
de la Eucaristía: “El que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,58b).
Estas siete afirmaciones categóricas respectico a la sagrada
comunión con Jesús eucaristía en necesario para el trabajo pastoral agregar dos
afirmaciones condicionales propuestas por San Pablo respecto a la sagrada
comunión: 1) “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y
beber esta copa” (I Cor 11,28). Se refiere al sacramento de la confesión. 2)
“Porque, quien come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia
condenación” (I Cor 11,29).
Las siete afirmaciones repiten una sola idea. Que Jesús es
el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos
de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no
solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino
asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay
que entrar en una misteriosa comunión.
Cada vez que comulgamos (I Cor 11,26) nosotros estamos
invitados a asimilar el pan; Cristo. Tu no puede decir que desayunaste
simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y
pensando que ya desayunaste, ¡No! Tienes que coger el pan y tienes que
masticarlo y comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay
que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y
mirarlo. Eso ocurre con los que van a la misa y no comulgan, solo miran y creen
que es suficiente que hayan ido a la misa el domingo y no comulgan. Para comulgar
válidamente y para que produzca gracia en mí, tengo que estar en gracia. Y si
la conciencia me acusa que estoy en pecado, debo de confesarme y luego
comulgar.
Lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola
cosa con nosotros y es nada más y nada menos VIDA NUEVA. Vida nueva porque,
llevamos a Jesús eucaristía y porque Jesús dijo: “ Yo y el Padre somos una sola
realidad” (Jn 10,30). Por esta razón dijo Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo
quien vive en mi” (Gal 2,20). Ahora en una vida ceñida en Jesús glorificado,
mis actos tienen que reflejar esa vida nueva en cada acto de mi vida diaria que
en resumen nos lo dice Juan: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El
que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Y algo
más: “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo
puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este
es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también
a su hermano” (I Jn 4,20-21).
San Pablo dice: “El pan que partimos, ¿no es comunión con el
Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (Icor 10,16-17).
En efecto, el pan es unión cantidad de trigo; así el pan eucarístico nos une con
Dios y con los hermanos en la iglesia. De Ahí que, no podemos comulgar en la
Eucaristía y regresar a la casa egoístas ceñidos en el odio o rencor. Cuando
comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mí y yo
en Él’.
Jesús en su enseñanza subraya que el hombre: nosotros,
ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne (Jn 1,14),
alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay
que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse
místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y
más pobres, Jesús es la vida del hombre y su enseñanza da sentido a lo que
hacemos cuando nos dice: “El que me envió esta en la verdad, y lo que El me
enseño, eso es lo que yo enseño al mundo” (Jn 8,26).
“Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ha sido creado para vivir en
y con Dios y el Hijo, Cristo Jesús es el medio para llegar a Dios. Vivir de Él
mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que
cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida
por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo,
el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la
cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su
sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros
en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo
la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la
identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus
comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus
opciones, la de dar la vida por los demás.
Dios nos habla por el profeta que hará con su pueblo nueva
alianza: “No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que
los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que
ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza
que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del
Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré
su Dios y ellos serán mi Pueblo (Jer 31,32-33). Como es de ver, Dios hizo en su
Hijo Jesús esta nueva alianza y definitiva. Por eso el Hijo tiene la misión de
perdonar y reconciliar a la humanidad entera con Dios: “Porque yo habré
perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31.34).
En la última cena Jesús tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi
Cuerpo". Después tomó el cáliz, dio gracias y se la entregó, diciendo:
"Tomen y beban, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se
derrama por Uds. para el perdón de los pecados” (Mt 2,26). “Aquel día comprenderán
que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que
recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y al que me ama mi
Padre lo amara, y vendremos y haremos morada en él" (Jn 14,20-21). En la sagrada
comunión entramos en comunión con Jesús Eucaristía y por Jesús entramos en comunión
con Dios: “Así como, el que me envió posee la vida, y yo vivo por el Padre, de
la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí” (Jn 6,57). Porque –dice Jesús-
mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come
mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn 6,55-56).
“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu
nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de
carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que
observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado
a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28).
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