DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - A (24 de Mayo del 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 28,16-20
28:16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña
donde Jesús los había citado.
28:17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo,
algunos todavía dudaron.
28:18 Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo
poder en el cielo y en la tierra.
28:19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean
mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo,
28:20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo". PALABRA DEL
SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
“Vayan y haga que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt
28,19). La misión universal de los Apóstoles equivale ser comunidad o Iglesia
Católica.
En el mandato de la misión nos topamos con episodios como
estas: "Así como el Padre me envió, yo también los envío. Dicho esto sopló
sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo" (Jn 20,21-22). “Salí
del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn
16,28). Ahora los tres puntos suspensivos que dejamos en las palabras de Jesús
es para respondernos a la pregunta: ¿A qué vino Jesús y cuales es la voluntad
del Padre? Y Jesús nos responde: “No he bajado del cielo, para hacer mi
voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es
que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último
día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga
Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,38-40). Por lo
tanto la ascensión del Señor no es sino la consumación de esta voluntad: “Nadie
ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre (Jn
3,13).
Notemos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces
el término “Todo”:
- “Todo” poder se medió tanto en el cielo como en la tierra
(Mt 28,18): Es decir la totalidad del poder de Dios está en Jesús, tanto en la
Iglesia celestial como en la Iglesia celestial.
- “Todas” las gentes de los pueblos sean mis discípulos (Mt
28,19a): la totalidad de la humanidad será evangelizada (Aquí es la
Universalidad de la Iglesia=Católica).
- “Todo” Enseñándoles a cumplir todo lo que Jesús enseñó (Mt
28,20a): la totalidad de la enseñanza del Evangelio será aprendida (Mt 5,19)
- “Todos” los días estoy con Uds. (28,20): la totalidad de
la historia será abarcada por la presencia del Resucitado (Heb 13,8).
Consecutivamente traemos a colación aquella cita: “(Todo) El
que cree en él (Hijo), no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque
no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18). Con lo que
hallamos respuesta a la pregunta: “¿Serán poco los que se salven? (Lc 13,23).
El acento del texto recae sobre esta última parte: 1) Jesús
declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo
poder…”); 2) les confiere a los discípulos un mandato (“Vayan, pues, y hagan
que todos los pueblos seas mis discípulos”); y 3) les hace la promesa de su
asistencia continua (“Yo estaré con Uds. Hasta el fin del mundo”). Todas estas
disposiciones del Señor tendrán vigencia hasta el fin del mundo (Mt 24,35;
16,18).
Consiguientemente, el encuentro del Resucitado con sus
discípulos (Mt 28,16-18) denota: 1)“Por su parte, los once discípulos fueron a
Galilea, al monte que Jesús les había indicado” (Mt 28,16). 2) Y al verle le
adoraron; algunos sin embargo dudaron” (Mt28,17). 3) Jesús se acercó a ellos y
les habló así…” (Mt 28,18). En los tres tiempos: El encuentro de Jesús
resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio. El
discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (Mt 4,18-22). Un largo
camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más
en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros
destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más profunda con
Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida. Es decir
los discípulos pasarán con el ejercicio de la misión en Apóstoles propiamente
dicha.
Los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”: 1)
Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por
Dios como campo de misión de Jesús (Mt 4,12-16). Allí habían sido llamados (Mt
4,18-22) y allí fueron testigos de la misericordia de Jesús con enfermos y
pecadores (Mt 8-9), donde la multitud andaba “abatida como ovejas sin pastor”
(Mt 9,36). 2) La Montaña a la que van los discípulos nos recuerda el lugar
donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de la
Montaña: La Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las bienaventuranzas
y la misión (Mt 5,1-12; 10,7-16) y configura la existencia entera según “el
Reino y la Justicia” (Mt 6,33).
El Resucitado se aparece a los discípulos. Vuelven a la
relación que tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es
lo que va a determinar en el futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y
les habló así…” (Mt 28,18). Lo que Jesús les encarga aquí será determinante y
así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda
vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (Mt 24,3; 44).
Jesús cumple una promesa: 1) La última noche había anunciado
que los precedería en Galilea: “Todos Uds. se
escandalizaran de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y
se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré
delante de Uds. a Galilea” (26,31-32). 2)En la mañana del día de la
resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la tarea de
recordarles a los discípulos estas palabras: “Vayan enseguida a decir a los
discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de Uds. a
Galilea; allí le verán’. Ya les había dicho” (Mt 28,7). 3) El Resucitado en
persona se aparece a las mujeres y les confirmó la tarea: “No tengan miedo.
Vayan y avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10).
Las palabras de Jesús son el nuevo camino de la comunidad en
misión (Mt 28,18b-20): 1)“Jesús se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). 2)”Vayan, pues, y hagan
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo” (Mt 28,19). 3) “Enseñándoles a guardar todo lo que yo les
he mandado. Y he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin del
mundo”(Mt 28.20).
Las palabras de Jesús tienen tres partes: 1) El anuncio del
Señorío del Resucitado (Mt 28,18). 2) El envío misionero de sus discípulos (Mt
28,19-20). 3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (Mt
28,20):
1) El Señorío de Jesús (Mt 28,18): “Me ha sido dado todo poder
en el cielo y en la tierra”. Al postrarse, los discípulos reconocen que él es
el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia. Ante ellos, Jesús
afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25), le ha dado
todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra (Mt 17,5).
Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se
refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los Cielos” (Mt
4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este Reino
(“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; Mt 5,3.10). La obra de Jesús
fue continuamente experimentada como una “obra con poder” (Mt 7,29; 8,8;
21,23). Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus
sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su culmen,
el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda autoridad. Una
vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y
victorioso ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base
en esta posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su
asistencia continua y poderosa.
2) El envío misionero de los discípulos (Mt 28,19-20): Vayan,
pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
les he mandado”. Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la
tierra, los discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas
afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”:
a) El contenido de la misión: “Vayan, pues, y hagan que
todos los pueblos sean mis discípulos”(Mt 18,19): La tarea fundamental es hacer
discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado
quiere acoger a toda la humanidad en la
comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los
llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En este momento los
discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que recibieron en
el tiempo pre-pascual. Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el
“seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y a
través de ella los hizo pescadores de hombres (Mt 4,19), también los misioneros
deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron
y continúan viviendo. Trabajo misionero que los convierte de discípulos en
apóstoles. Entonces, la esencia de la misión de los discípulos ahora como
apóstoles es conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su
seguimiento (Mt 11,28). De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos
sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así
ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.
b) Los destinatarios de la misión son la humanidad entera:
Iglesia Universal=Católica “…A todas las gentes” (Mt 28,19). Puesto que se le
ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio,
Jesús los manda a todos los pueblos de la tierra. Recordemos que en la primera
misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de
la casa de Israel” (Mt 10,6; 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones ni
fronteras. De este trabajo depende la salvación de todos los bautizados (Mc
1615).
c) Insertando al nuevo discípulo en la familia trinitaria
mediante el sacramento del bautismo: “…Bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19) En el bautismo se realiza la plena
acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva
familia. El presupuesto de la fe. El
Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el
anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios. El
“nombre” de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se
evidencia a lo largo del Evangelio: Dios manifiesta su amor para que nosotros
podamos conocerlo y así entrar en relación con Él. Es a través de Jesús que Dios ha sido
conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en
el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de
la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia
entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de
Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al
Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se
aman recíprocamente (Mt 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del
Espíritu Santo. Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios que
ha querido revelarse de tres modos distintos.
El bautismo: Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios
y obra el paso hacia Él. Nos pone bajo su protección y su poder. Nos posibilita
la comunión con Él, que en sí mismo es comunión. Nos hace Hijos del Padre,
quien está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y hermanas
del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu
Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos
hace vivir la comunión con ellos. Si es verdad que el seguimiento nos introduce
en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión
con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta
adorable comunión (Rm 5,5; Ef 4,5).
d) Poner en práctica las enseñanzas de Jesús (Mt 28,20): el
discipulado como un nuevo estilo de vida. La comunión con este Dios,
determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo, les exige a los
discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don (Mt 5,19).
Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la
de sus apóstoles: De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (Mt 5,3-12)
hasta la visión del juicio final (Mt 25,31-46), Jesús instruyó a sus
discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de
Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos
atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales. Hasta el
presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según
la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a
todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta.
La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas
palabras de Jesús, quien por la plenitud de su potestad toma determinaciones
hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus discípulos,
pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos. Así permanecerá
“hasta el fin del mundo”(Mt 28,20), hasta que no ocurra con su venida el
cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad
Santa.
3) “Yo estaré con Uds hasta el fin del mundo” (Mt 28,20): Considerando
la aseveración contundente de Juan que nos definió que: “Dios es amor” (I Jn
4,8) y simultáneamente Jesús nos dijo: “Como el Padre me amó, también yo los he
amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Asimismo: “Si ustedes me
aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro
Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16) y “que, no los
dejare huérfanos” (Jn 14,18). Es evidente que Jesús en el espíritu de Dios está
con nosotros siempre que vivamos en su amor: “Nadie ha visto nunca a Dios pero,
si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de
Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12). “Donde hay dos o tres
reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos" (Mt 18,19-20).
El Señor les deja como un secreto intimo: “Sepan que yo
estoy con Uds. todos los días, hasta el fin del mundo.” Una sagrada misión que cumplir, pero no lo
harán solos: “Estoy con Uds.” Bonita manera de decirnos también hoy a todos
nosotros: “Cristianos, ¿qué hacen mirando al cielo? A caminar, a recorrer los
caminos del mundo con el Evangelio en el corazón, en la mente y en los
labios." Los Evangelios parecieran
todos calcados sobre un mismo criterio. Los grandes momentos se los anuncia y
no se los describe, como si todo lo dejasen a la contemplación del corazón. La
Ascensión hubieran podido describirla con tres palabras: “Es turno nuestro.”
La ascensión pone fin a la historia de la Encarnación en su
primera parte, cual es de establecer la Iglesia celestial. Hasta aquí llegó Jesús. Hasta aquí llegó su
obra y su misión. Ahora comienza una historia nueva, una nueva misión con unos
responsables igualmente nuevos: La historia de la Iglesia. La consolidación de
la Iglesia terrenal. Más que describir la Resurrección de Jesús, nos describen
“la Iglesia de la Resurrección”. Más que describirnos la Ascensión de Jesús,
nos descubre el segundo tiempo a la que la Iglesia terrenal se encamina a la
Iglesia celestial y que en esta misión nos precede el Señor Glorificado. Por la
Encarnación, Dios nos enseñó a mirar con ojos nuevos la tierra. Por la
Ascensión, Jesús nos enseña a mirar al cielo.
Por la misión, nos enseña a mirar al cielo para ver mejor la
tierra y a mirar a la tierra para contemplar mejor el cielo. “Galileos, ¿qué
hacen ahí plantados mirando al cielo” nos cuentan los Hechos de los Apóstoles.
Las cosas y los hombres están abajo en la tierra, pero la luz siempre viene de
arriba. Es “la hora” que pone fin el camino de la Encarnación, pero es también
“la hora en la que pone a su Iglesia “en camino hacia los hombres”. “Id por el
mundo entero y proclamad el Evangelio”.
Ahora nos toca a cada Bautizado cumplir la misión: Fue el
turno de Jesús, ahora es el nuestro, el turno de la Iglesia. Curioso, el turno
de una Iglesia de los caminos. La Iglesia del envió. La Iglesia del anuncio y
proclamación. Por tanto, de una Iglesia no de sacristía y oficina, una Iglesia
no de sillón y hamaca, sino una Iglesia de los caminos y para los caminos: “Id
al mundo entero.” Además, una Iglesia no muda, callada y en silencio; sino la
Iglesia de palabra y testimonio. La Iglesia del anuncio y de la proclamación del
Evangelio. No una Iglesia que se instala segura y tranquila aquí o allí, sino
una Iglesia que tiene que salir, ir, caminar, buscar. Pero es también la
Iglesia de la “espera”. “El mismo Jesús que les ha dejado para subir al cielo
volverá como lo han han visto marcharse.” Es la Iglesia del envío: “Como el
Padre me ha enviado a mí, así también os envío Yo.” Por eso mismo, la Iglesia
no podrá entenderse a sí misma si no es contemplándose en la realidad misma de
Jesús.
Dificultades en la misión: “Yo los envío como a
ovejas en medio de lobos: (Lc 10, 3) sean entonces astutos como serpientes y
sencillos como palomas”. (Mt 10,16). “Cuídense de los hombres, porque los
entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí,
serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos
y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o
qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento,
porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre (Mc
13, 11; Lc 12, 11-12; 14-15) quien hablará en ustedes” (Mt 10,17-20). Ustedes
serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el
fin se salvará. (Mt 10,22; Mc 13, 13). Cuando los persigan en una ciudad, huyan
a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no
acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del
hombre (Mt 10,23).
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