DOMINGO XIII – B (27 de Junio de 2021)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43:
5:21 Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una
gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
5:22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado
Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
5:23 rogándole con insistencia: "Mi hijita se está
muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
5:24 Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo
apretaba por todos lados.
5:25 Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años
padecía de hemorragias.
5:26 Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y
gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
5:27 Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por
detrás, entre la multitud, y tocó su manto,
5:28 porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré
curada".
5:29 Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su
cuerpo que estaba curada de su mal.
5:30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había
salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó:
"¿Quién tocó mi manto?"
5:31 Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te
aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?"
5:32 Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién
había sido.
5:33 Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque
sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó
toda la verdad.
5:34 Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en
paz, y queda curada de tu enfermedad".
5:35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas
de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para
qué vas a seguir molestando al Maestro?"
5:36 Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al
jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe".
5:37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro,
Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
5:38 fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran
alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
5:39 Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y
lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
5:40 Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y
tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él,
entró donde ella estaba.
5:41 La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum",
que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!"
5:42 En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó
y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,
5:43 y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de
lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. PALABRA DEL
SEÑOR.
Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
"No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,36): Los
discípulos dijeron “Señor auméntanos la fe” (Lc 17,5). “Señor, creo pero
aumenta mi fe” (Mc 9,22). “Mujer que grandes tu fe” (Mt
15,28). "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" (Mt 14,31).
"Les aseguro que si tuvieran fe y no dudan, no sólo harán lo que yo acabo
de hacer con la higuera, sino que podrán decir a esta montaña: "Retírate
de ahí y arrójate al mar", y así lo hará. Todo lo que pidan en la oración
con fe, lo alcanzarán" (Mt 21,21-22).
Vemos a un hombre y una mujer postrados a los pies de Jesús.
Se acercan a Él. Saben que puede solucionar su problema, satisfacer sus deseos:
Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está enferma. Ven a imponerle las
manos para que se salve y viva” (Mc 5,23). La mujer quiere verse curada de su
enfermedad. “Si sólo tocara su vestido, quedaré sana” (Mc 5,28). Cuando Cristo
descubre su fe, no se puede resistir: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y
que se cure tu mal” (Mc 5,34). “La niña no ha muerto, está dormida...
Levántate” (Mc 5,39-41). Ambas actitudes tiene su enunciado común en esta
frase: "No temas, basta que creas" (Mc 5,36).
Qué grande es el hombre cuando, consciente de su pequeñez y
de su indigencia, sabe buscar lo que necesita en Aquel que es verdaderamente
grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos
que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene
miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.
Pidamos, pero no como quien cree merecerlo todo. Pidamos
conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos. Aún más, nos ama en
nuestra debilidad, que nos acerca a Él. Y así como le pedimos, sepamos
ofrecerle el homenaje de nuestra fe y nuestra confianza total. No dudemos de su
amor, que quiere darnos todo lo que realmente necesitamos, quiere curarnos de
nuestra enfermedad, quiere darnos la verdadera vida.
El evangelio de hoy nos presenta a dos enfermos que acuden
al médico para pedir que los cure de su verdadera enfermedad. Si ellos fueron
curados, ¿qué necesitamos nosotros para lograr nuestra curación?
Primero de todo saber qué me pasa, qué me duele, qué
molestia siento pues siempre tenemos alguna molestia. Podemos padecer el cáncer
de la inmoralidad o la pulmonía del enfado que nos hace reñir con todo mundo.
Una vez localizado nuestro mal lo siguiente es acudir al doctor, a la Iglesia,
al sacerdote, para que sane la dolencia del alma.
Cristo curó a estos dos enfermos pero Él decidió el momento.
Sólo necesitó de su arrepentimiento sincero y de su sinceridad de corazón. ¿No
nos estará pidiendo Cristo lo mismo a nosotros? Pues estemos seguro de que si
tomamos la actitud de estos dos enfermos con seguridad seremos curados. Cristo
jamás se deja ganar en generosidad. Si le damos uno Él nos dará el doble, según
nuestra necesidad.
La enseñanza del evangelio de hoy resalta la fe de dos
personajes: Jairo que pide de rodillas que cure a su hija que se muere (Mc 5
,21-24), que bien puede ser resumido con este episodio: “Señor no soy digno que
entres en mi casa, vasta que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt
8,8). Y la fe de la mujer hemorroisa que curiosamente no tiene la plegaria como
el de Jairo. Escena que puede ser resumida con este episodio: “Todos los que
tocaban por lo menos el fleco del manto de Jesús quedaban completamente
curados” (Mt 14,36).
Jesús al llegar con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de
la barca se le acercó mucha gente. Entre la muchedumbre estaba el
jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita
está muy grave. Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y
viva” (Mc 5,23). Mientras comenzó su camino junto con Jairo, una
multitud de gente seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban. De entre
la multitud una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan
grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal
en peor (Mc 5,25). Ella, llena de fe y esperanza en el único que
podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos
lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada (Mc 5,27). Corrió
un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y
contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con la
gente, mucho menos tocar a Jesús. Por ello toca el manto, “pensando
que son sólo tocar el vestido se curaría” (Mc 5,28). ¡Así sería de fuerte su
fe! Que nada le importo si la gente le descubriera que era impura, sino que su
fe estaba bien firme en tocar por lo menos el manto de Jesús.
La pobre mujer hemorroisa no sabía realmente quién era
Jesús, pero tenía fe que la curaría. Todas estas consideraciones
explican la tardanza de la mujer para salir adelante e identificarse ante
Jesús, que pedía saber quién le había tocado el manto (Mc 5,30). En efecto, nos
cuenta el Evangelio que el Señor sintió que un poder milagroso había salido de
Él, por lo que preguntó -como si no lo supiera- quién le había tocado el
manto. Se detuvo hasta que logró que la mujer se le
identificara. Y al tenerla postrada frente a Él, le reconoce la
fortaleza de su fe cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”(Mc 5,34). Notemos que
el Señor no le dice que tu fe te ha “sanado”, sino que le ha
“salvado”. Y es así, porque toda sanación física en que reconocemos
la intervención divina -y en todas interviene Dios, aunque no nos demos cuenta-
no sólo sana, sino que salva. La sanación física no es lo más
importante: es como una añadidura a la salvación. Si no hay cambio
interior del alma, por la fe y la confianza en Dios, de poco o nada sirve la
sanación física para el bienestar espiritual.
El poder de Dios que obra en el Hijo como en las curaciones,
son diversas según las circunstancias y necesidades de la gente: Unas veces
puede sanar en forma directa y milagrosa, como este caso de la hemorroísa: con
sólo tocarlo (Mc 5.29) Otras veces usa medios materiales, como el
caso del ciego, cuando tomó tierra la mezcló con saliva e hizo un barro que
untó en los ojos del ciego (Jn 9,6). Otras veces no usa ningún
medio, sino su palabra o su deseo (Jn 4,49). Unas veces sana de lejos,
como al criado del Centurión (Mt 8,8). Unas veces sana enseguida, otras veces
progresivamente, como el caso de los 10 leprosos, que se dieron cuenta que iban
sanando mientras iban por el camino a presentarse a las autoridades (Lc
17,11-19).
¡Cómo estaría Jairo de impaciente por el
retraso! Y, en efecto, en el mismo momento en que la hemorroísa está
postrada ante Jesús, avisan que ya su hijita había muerto (Mc
5,35). Por cierto, la niña tenía 12 años de edad, el mismo tiempo
que tenía la mujer con hemorragias. Jesús, entonces, prosigue el
camino hacia la casa de Jairo, no sin antes consolarlo: “No tengas miedo, vasta
que tengas fe” (Mc 5,36), discretamente va acompañado de Pedro, Santiago y
Juan. Notemos que Jesús trataba esconder los milagros más impresionantes. Con
esto evitaba el ser considerado como candidato a un mesianismo político y
temporal, muy distinto de su mesianismo divino y eterno. Al llegar a la casa,
aplaca a todo el mundo y declara que la niña no está muerta, sino que duerme
(Mc 5,39). Saca a todos fuera, y sólo delante de los tres discípulos
y de los padres de la niña, la hizo volver del sueño de la muerte: Niña contigo
hablo levántate” (Mc 5,41). Para el Señor la muerte es como un
sueño. Para El es tan fácil levantar a alguien de un sueño, como lo
será el levantarnos a todos de la muerte.
Otro episodio similar: "Nuestro amigo Lázaro duerme,
pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si
duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se
refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y
me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a
verlo" (Jn 11,11-15).y cuando Jesús llegó a Betania, Marta sale a su
encuentro y le dice: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús
le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la
resurrección del último día” (Jn 11,21-24). Ante el parecer de Marta Jesús es
más contundente en su afirmación: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El
que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás” (Jn 11,25).Una vez que hace esta singular revelación fueron hacia
la tumba de Lázaro y Jesús lloró (Jn 11,35). Pero en seguida viene lo más
asombroso; Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del
difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está
muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la
gloria de Dios?" (Jn 11,39-40). Y después de una pequeña oración Jesús
gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y
las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les
dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,43).
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