DOMINGO II T.O. - A (15 de Enero del 2023)
Proclamación del santo Evangelio según San Juan 1,29-34:
1:29 Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo:
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
1:30 A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un
hombre que me precede, porque existía antes que yo.
1:31 Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua
para que él fuera manifestado a Israel".
1:32 Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu
descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
1:33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con
agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer
sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".
1:34 Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de
Dios". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Jesús es el Cordero de Dios porque ha sido elegido por Dios
para iniciar el éxodo de nuestra libertad, y así como en otros tiempos los
israelitas fueron librados de la muerte y de la esclavitud por medio de la
sangre de un cordero, razón por la que celebran la Pascua de generación en
generación, así también nosotros hemos sido librados, en Cristo y por la sangre
de Cristo, de la esclavitud de la ley, del pecado y de la muerte.
Cristo es nuestra Pascua y el Cordero de Dios, el verdadero,
el de la Alianza Nueva. No es casual que según la cronología de Juan,
Jesucristo padeciera y muriera en la cruz precisamente cuando los sacerdotes
sacrificaban en el templo de Jerusalén los corderos pascuales.
El "recién nacido", el Enviado de Dios, recibe hoy
en la primera y tercera lecturas unos nombres reveladores: Siervo de Dios, Luz
de las naciones, Cordero de Dios, Hijo de Dios... Isaías lo anuncia como el
"Siervo", que recibe de Dios la misión de ser unificador del pueblo,
luz de las naciones, "para que mi salvación alcance hasta el confín de la
tierra". Este retrato, y también la respuesta del Siervo ("aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad", como hemos cantado en el Salmo), se
cumplen en plenitud en Cristo Jesús y su vocación salvadora.
El nombre que le da el Bautista es un paso más: el estilo
con el que ese Enviado de Dios cumplirá su misión de salvar a la humanidad, va
a ser entregándose a sí mismo: como el verdadero Cordero que quita el pecado
del mundo. Esta categoría del Cordero tenía resonancias muy bíblicas: el
cordero cuya sangre señaló las puertas de los judíos en la noche del éxodo, los
corderos que se inmolaban en el Templo, y sobre todo el anuncio por Isaías de
un Siervo que iba a ser llevado como un cordero a la muerte, pagando por los
demás. También eso se cumple en Cristo en plenitud.
“Este es el Hijo de Dios, el cordero que quita el pecado del
mundo” (Jn 2,34;29). Porque he visto al Espíritu descender del cielo en forma
de paloma y permanecer sobre èl” (Jn 1,32): “Apenas Juan bautizo a Jesús, salió
del agua. En ese momento se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios
descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que
decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi
predilección" (Mt 3,16,17). Luego dice Jesús: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena
Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los
ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del
Señor” Lc 4,18-19).
“No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el
pecado” (Heb 4,15). Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san
Juan, destinado a los pecadores para su conversión, (Mt 3,15). Este gesto de
Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu
que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre
Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como
su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
Dios se propone por el profeta: “Esta es la nueva Alianza que
estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del
Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré
su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente,
diciéndose el uno al otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me
conocerán, del más pequeño al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré
perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31,33-34). Como
es de verse, todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo
Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el
Bautista en el Jordán (Mt 3,13 ) y, después de su Resurrección, confiere esta
misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-16).
En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes
del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en
Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc
10,38; Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de
Jesús crucificado (Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos
de la vida nueva (1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua
y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
El Bautismo en la Iglesia: Desde el día de Pentecostés la
Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro
declara a la multitud conmovida por su predicación: "Conviértanse y que
cada uno de Uds se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
sus pecados; y recibiran el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los
Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús:
judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15).
El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te
salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El
relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y
todos los suyos" (Hch 16,31-33).
Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente
participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: ¿Acaso
ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su
muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de
que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; Col
2,12). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el
Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (1
Co 6,11; 12,13). El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la
"semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto
vivificador (1 P 1,23; Ef 5,26).
La iniciación cristiana: Desde los tiempos apostólicos, para
llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias
etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende
siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del
Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la
efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística. Esta
iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las circunstancias.
En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran
desarrollo, con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos
preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación
catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la
iniciación cristiana.
El Bautismo de niños: Puesto que nacen con una naturaleza
humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el
nuevo nacimiento en el Bautismo (DS 1514) para ser librados del poder de las
tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (Col
1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la
gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños.
Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable
de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su
nacimiento (CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1). La práctica de bautizar a los
niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada
explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el
comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras
recibieron el Bautismo (Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado
también a los niños.
Fe y Bautismo: El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc
16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe
de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el
Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a
desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a
la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!". En todos los
bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del
La necesidad del Bautismo: El Señor mismo afirma que el
Bautismo es necesario para la salvación (Jn 3,5). Por ello mandó a sus
discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (Mt 28,
19-20; DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en
aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad
de pedir este sacramento (Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el
Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está
obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer
"renacer del agua y del Espíritu" a todos los que pueden ser
bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo,
Él no queda sometido a sus sacramentos. Desde siempre, la Iglesia posee la
firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber
recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo.
Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del
Bautismo sin ser sacramento.
"Cristo murió por todos y la vocación última del
hombre en realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia,
debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de
un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS
22; LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su
Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede
ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado
explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad. En cuanto a los
niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia
divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran
misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,4) y
la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños
se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en
que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por
esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños
pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.
La gracia del Bautismo: Los distintos efectos del Bautismo
son significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La inmersión
en el agua evoca los simbolismos de la muerte y de la purificación, pero
también los de la regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales,
por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el
Espíritu Santo (Hch 2,38; Jn 3,5). Por el Bautismo, todos los pecados son
perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas
las penas del pecado (DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no
permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán,
ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las
cuales es la separación de Dios. No obstante, en el bautizado permanecen
ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la
enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las
debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la
Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati: «La
concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la
consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien
"el que legítimamente luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio
de Trento: DS 1515).
“Una criatura nueva”: El Bautismo no solamente purifica de
todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2
Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe
de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27),
coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19). La
Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la
justificación que: Le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo
mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción
del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo; le permite crecer en
el bien mediante las virtudes morales. Así todo el organismo de la vida
sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo. (Fuente de
nuestra reflexión tomada del Nuevo Catecismo de la Iglesia).
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