DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN - B (31 de marzo de 2024)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20,
1-9:
20:1 El primer día de la semana, de madrugada, cuando
todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra
había sido sacada.
20:2 Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo
al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto".
20:3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al
sepulcro.
20:4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió
más rápidamente que Pedro y llegó antes.
20:5 Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo,
aunque no entró.
20:6 Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el
sepulcro: vio las vendas en el suelo
20:7 y también el sudario que había cubierto su cabeza; este
no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
20:8 Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes
al sepulcro: él vio y creyó.
20:9 Todavía no habían comprendido que, según la Escritura,
él debía resucitar de entre los muertos. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados hermanos en el Señor glorificado paz y bien.
Jesús resucitado le dijo: “Estas son aquellas palabras mías
que les hablé cuando todavía estaba con Uds: "Es necesario que se cumpla todo
lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca
de mí." Y, entonces, abrió sus
inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: “Así está
escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día
y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas
las naciones, empezando desde Jerusalén”. ( Lc 24,44-47).
“Si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una
palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses,
ese profeta morirá". Y ¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha pronunciado
el Señor? Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple y queda
sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt
18.20-22). Pero si lo que el profeta dice y se cumple lo que
dice, esa palabra viene de Dios y el profeta viene de Dios. “Cuando
Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron
en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22).
El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas
podemos titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que
vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía
estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los
pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7). La
experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo
Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre,
como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el
extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y
que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta en
práctica de todo lo que dijo e hizo.
Dijo ya Jesús: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora
dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús?
Vino porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva
(Ez 33,11). El hijo tiene esa misión: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su
Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.
Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido
para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen
Pastor que da su vida por las ovejas". En el afán de cumplir su misión
Jesús dio su vida: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el
desierto, también el Hijo del hombre será levantado en alto, para que todos los
que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado
en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por
mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo
y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
En primer lugar: María Magdalena descubre que la tumba está
vacía (Jn 20,1-2).Notemos los movimientos de María Magdalena destacando la
figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús
resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro”
(Jn 20,1). Esta acción es signo evidente de que su corazón latía
fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto que la
hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada
muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el
horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su
forma. Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que
anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el
Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la
gloria de su vida inmortal.
María una vez descubierta la puerta movida “corre”
enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la
tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata
que el sepulcro del Maestro está vacío (Jn 20,2a). Esta carrera insinúa el amor
de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba
vacía (Jn 20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como
símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre
movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.
Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se
han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn
20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor”
(Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: Jn
20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y
personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el
Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.
He aquí un ejemplo para imitar en las diversas
circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de
dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta
mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor
se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).
Los dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de
información de la Buena noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos
seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente
se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que
toman en serio un anuncio (“no sabemos dónde han puesto”, Jn 20,2).
Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y
superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.
“Se encaminaron al sepulcro” (Jn 20,3). La mención de
los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la
comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús
llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn
6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio
recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17). Por su
parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también
del que “ama” al Señor (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20).
“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (Jn
20,4). El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir
a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio
de quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (Jn 20,5)
El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de
Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un
poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.
“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en
el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino
plegado en un lugar aparte” (Jn 20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio
el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que
estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar
(v.7). Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha
sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado
tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas. Por
lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo
envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por
otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de
Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.
Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una
prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la
muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado
“Entró... vio y creyó” (Jn 20,8) “...que según la Escritura Jesús debía
resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la
tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la
resurrección de Jesús.
La constatación de simples detalles despierta la fe
del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de
la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó
Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber
visto” (Jn 20,29). Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la
Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (Jn20,9). Esto ya se había
anunciado en Juan 2,22. Aquí el evangelista no cita ningún pasaje
particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de
Jesús. Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte
de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor
ya los anticipó del hecho (ver también 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la
asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los
temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del
resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has
creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los
lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos”
testimoniados por él en el Evangelio (Jn 20,30-31).
En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de
todos los intereses del discípulo. En la mañana del Domingo la única
preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro y el Discípulo
Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús muerto sobre
la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda
la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe
entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las
expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un
camino de fe pascual.
La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso
misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia
contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje
nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce
solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso
y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama. Así
todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y
buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra vida.
Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las
da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en
alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí
mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y
no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29).
Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la
piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias
porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que
me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó
con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las
manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo:
«Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).
La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia
resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar
que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo,
primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo
resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.
1) Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO.
(Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron
a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les
partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle
las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al
quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime
los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le
parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a
crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto.
En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.
2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto . (Mc
15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso
para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto
tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo
está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a
Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la
ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del
ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está
muerto.
3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66):
Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz,
¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de
que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al
tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el
cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del
sepulcro (Mt 27,63-65).
¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la
cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el
trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de
que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa
en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al
César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin,
Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo
lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a
empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran
hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a
Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo
estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En
opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.
4) Para los AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47):
¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se
fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María
Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es
porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la
más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse?
María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que
Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de
la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la
sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en
opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente
muerto en la cruz.
¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La
muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe:
Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su
murió de verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto
Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces
resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo
Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).
Si murió Jesús; ¿Dónde está el cuerpo de Jesús el
crucificado? No está en la tumba y si no está en la tumba solo cabe dos
posibilidades: O Robaron el cuerpo o Resucitó como Él mismo ya lo había dicho
(Mc 10,33). Si robaron el cuerpo del Señor ¿Quién o quiénes pudieron robar?
solo dos posibilidades: O los enemigos o los amigos, porque a otras personas no
les interesa el cuerpo del crucificado. Luego si los enemigos robaron, sin duda
que lo mostrarían el cuerpo del crucificado porque se generó mayor escándalo al
ser proclamado por los apóstoles que: "Jesús resucitó" (Hec 2,36).
Los enemigos no lo mostraron el cuerpo, por tanto no robaron los enemigos. Pero
tampoco robaron los amigos o los discípulos porque nadie daría la vida por una
mentira. si los apóstoles dan su vida por una verdad: Que Jesús si resucitó.
porque nadie da su vida por una mentira. Por tanto Jesús si resucitó (I Cor
15,3-20).
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