viernes, 1 de marzo de 2024

III DOMINGO DE CUARESMA - B (03 de marzo del 2024)

 

III DOMINGO DE CUARESMA - B (03 de marzo del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio de según San Juan 2,13 - 25:

2:13 Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén

2:14 y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

2:15 Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas

2:16 y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".

2:17 Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

2:18 Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?"

2:19 Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".

2:20 Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?"

2:21 Pero él se refería al templo de su cuerpo.

2:22 Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

2:23 Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba.

2:24 Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos

2:25 y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Paz y Ben.

“Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” ( Jn 2,22). Jesús les dijo que, estas son aquellas palabras mías que les hablé cuando todavía estaba con Uds: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (Lc 24,44-47).

Cristo sigue siendo, en su misterio, centro de consideración y de contem­plación. En él brilla, majestuosa y bondadosa al mismo tiempo la sabiduría divina.

Cristo muere (Hombre verdadero) y resucita (Dios verdadero). En este contexto se anuncia un gran misterio: Cristo es el nuevo templo. “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34) -alusión a los sacramentos vivificantes del bautismo y de la eucaris­tía- nació la Iglesia, dirán los Padres. Una vez elevado, atrajo hacia sí todas las miradas.

Piénsese, pues, en la doble dimensión del concepto. La antigua Economía se derrumba con las instituciones, especialmente las culturales. Para el nuevo Espíritu que invade ahora a la humanidad procedente de Dios a tra­vés de Cristo, no valen los moldes antiguos. Surge un nuevo Templo, un Nuevo Culto. Ni Garizín ni Jerusalén son ya suficientes. Desde ahora la ado­ración se hará en el Espíritu (Santo) y en Verdad (Cristo) (Jn 4,24). El Nuevo Templo es Cristo mismo. Cayó el viejo templo; surgió el Nuevo. Cristo murió en la carne, para resucitar en el Espíritu. Nadie podrá destruirlo. No es obra hu­mana, es obra de Dios. Esta es la gran señal de todos los tiempos: La Resu­rrección de Cristo y la Institución de la Iglesia como Cuerpo de Cristo.

Esta es la obra maestra de Dios: Cristo en toda su dimensión. Morir para resucitar; destruir para levantar; matar para vivificar. Es, pues, El miste­rio de Cristo, de su muerte y de su resurrección, visto bajo un nuevo aspecto: de la muerte de Cristo surgió la Iglesia. Así es la Sabiduría de Dios.

Pablo se extiende en la contemplación de esta Sabiduría divina. El misterio de la Cruz del Señor. Pablo ha vivido el misterio de la Cruz. La vida cristiana no puede existir sin la Cruz del Señor. Los caminos de Dios son sorprendentes; la vida cristiana es asimismo sorprendente. Hay que contar con ello. La filosofía de este mundo no podrá comprenderla. Lo humilde, lo pobre, lo despreciable, lo más indigno a los ojos de los hombres viene a ser elegido por Dios para hacer brillar su fuerza, su grandeza, su Salvación.

Cristo, pues, no solo es objeto de contemplación, sino modelo a imitar. Cristo es la Sabiduría que debe practicarse, vivirse, gustarse. Cristo es nuestra Ley. Cumpliéndola encontraremos la Vida. (Salmo responsorial).

El decálogo es la expresión de la Sabiduría divina. Cristo es el camino. Debemos explicitar el contenido. Ahí está el Decálogo. Buen tiempo ahora, en Cuaresma, para repasar nuestra actitud respecto a la Ley -Cristo/Decálogo. La Salvación nos viene de Cristo. Vivir a Cristo es cumplir sus mandamien­tos. Ahí están. Repasémoslos.

“Nadie ha visto jamás a Dios; pero el Hijo único que es está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Esta cita nos resume el nuevo lugar del encuentro con Dios: El evangelio nos recuerda a los seguidores de Jesús que no hemos de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús “destruido” por las autoridades religiosas, pero “resucitado” por el Padre, es el “nuevo templo, nuevo lugar de encuentro entre Dios y los hombres”. No es una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios. Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu.

En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no basta el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».

Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para mujeres. En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida. Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como Señor, pero él es nuestro verdadero templo.

El Evangelio, nos propone los tres cambios sustanciales que requiere la consumación de la redención dela humanidad por parte de Hijo Redentor:

a. Las Bodas de Caná: como anuncio de una nueva alianza, pues la antigua ya no tiene vida, le falta el vino de la fiesta: “La madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía. Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga … Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino” (Jn 2,3-9).

b. El cambio del Templo por un Templo nuevo que será el mismo Jesús a partir de su Muerte y Resurrección: Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?" Jesús le respondió: Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,4-8). Por el bautismo somos nuevo templo que Jesús reedificó con su resurrección y que un día la instituyó: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt 16,18).

c. El cambio de la Ley esclavizante por la nueva ley del amor y como consecuencia el cambio de la nueva imagen de Dios: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34).

Juan nos habla hoy del cambio del Templo en una actitud poco común en el comportamiento de Jesús. Se trata de cambiar lo viejo que ya no tiene vida y no sirve, por algo nuevo que da vida. Cambiar no significa destruir el pasado, significa renovar y transformar el pasado ya inútil por algo nuevo que devuelva la vida al pueblo. Hablar de la destrucción del Templo era atentar contra el centro mismo de la religiosidad de Israel y, por tanto, dejarlo sin un elemento que fundamentaba su identidad junto con la antigua alianza y la ley mosaica. Jesús no es de los que se dedica a conservar lo antiguo, aunque ya sea inservible y esté carcomido ya por la herrumbre del tiempo. Para el cambio hace falta mucho coraje y mucha valentía e incluso es consciente de que tendrá que pagar su atrevimiento con su propia muerte.

“En tres días lo levantaré”. Pero no será el mismo. Será un templo nuevo, distinto. No de cemento y ladrillo, sino que será de carne y hueso. “Yo seré el nuevo templo.” Los templos son la expresión normal de nuestra fe comunitaria, lugar de encuentro, de celebración y de proclamación y escucha de la Palabra. Sin embargo, los templos también nos han hecho mucho daño porque hemos reducido la expresión de nuestra fe a nuestra presencia en el templo. Hemos encerrado nuestra fe en los templos: voy a misa, voy a rezar, voy a visitar y encontrar a Dios. Pero con ello hemos reducido nuestra fe a los domingos y algunos más fervorosos a algunos días de la semana. También hemos encerrado a Dios en los templos y los hemos excluido de la calle. La calle, el trabajo, la política, la economía, la diversión se ha quedado sin Dios. No negamos la importancia de los templos, pero siempre que no encerremos a Dios en ellos. Que Dios está en los templos no lo pongo en duda, pero Dios no cabe en el templo. Dios necesita la calle. Dios necesita el mundo en el que cada uno nos movemos.

En imprescindible propiciar el encuentro con Dios, pero para encontrarme con Dios está bien que yo frecuente el templo, pero sin olvidarnos de que el mejor templo de Dios es el corazón de cada uno y el mundo en el que se mueve, trabaja y desarrolla. De lo contrario, nos convertimos en “cristianos del domingo” y paganos de “la semana”. Jesús habla de la destrucción del viejo templo, pero anunciando otro nuevo. En lo sucesivo, el templo de Dios es Jesús mismo. Es ahí donde tenemos que encontrar a Dios. Es ahí donde tenemos que ver y sentir a Dios.

Jesús resucitado y glorificado se convirtió en el nuevo templo de Dios, cada uno de nosotros también se ha convertido en templo de Dios: “Vendremos a él y moraremos en él” (Jn 14,23). Para encontrarnos con Dios no necesitamos salir a la calle, basta que nos miremos a nosotros por dentro y nos encontremos habitados por Él. Los templos serán espacios de encuentro de todos los templos que somos cada uno de los creyentes.

Quién solo encuentra a Dios en el templo material, se olvida de su propia sacralizad. “Yo soy templo”, un templo que no podemos profanar, sino que tendremos que respetar con la misma veneración con que visitamos a Dios en el templo material. Pablo lo dijo claramente: “¿No saben que son templos del Espíritu Santo?” (I Cor 6,19).

El único lugar sagrado era el Templo. Era el único lugar a donde todos tenían que ir para encontrarse con Dios. El Dios que anuncia Jesús no es un Dios secuestrado entre paredes o por la ley, sino un Dios que tiene sentimientos: “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (Jn 4,24). Y Jesús agrega: ”Mi alimento es hacer la voluntad de mi padre” (Jn ,34) ¿Cómo hacernos uno con el Padre en el Hijo Redentor? Mediante el amor como nueva ley: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,10-15).


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