domingo, 23 de junio de 2024

DOMINGO XIII – B (30 de Junio de 2024)

 DOMINGO XIII – B (30 de Junio de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43:

5:21 Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.

5:22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,

5:23 rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".

5:24 Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

5:25 Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.

5:26 Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.

5:27 Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,

5:28 porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".

5:29 Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.

5:30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?"

5:31 Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?"

5:32 Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.

5:33 Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.

5:34 Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".

5:35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?"

5:36 Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe".

5:37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,

5:38 fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.

5:39 Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".

5:40 Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.

5:41 La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!"

5:42 En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,

5:43 y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

El pasaje del evangelio de este domingo nos motiva e invita a que nuestra fe se traduzca en obras de caridad. “Así como el cuerpo sin el alma está muerto, así también está muerta la fe sin las obras” ( Stg 2,26). Nos exhorta a saber compartir los dones que tenemos -sean cuales sean- con los demás. El ejemplo que se nos propone es el de la generosidad de Jesús. Puesta la mirada en Jesús aprenderemos a ser solidarios con los demás. Lo cual significa que hemos de contemplarlo a él, a la vez que nuestra caridad está atenta a descubrir las necesidades concretas de los demás.

«Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible» (Mt 19,26). El apóstol Pablo enseñó que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” ( Heb 11:1 ).

Un hombre y una mujer postrados a los pies de Jesús. Saben que puede solucionar su problema, satisfacer sus deseos: Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está enferma. Ven a imponerle las manos para que se salve y viva” (Mc 5,23). La mujer quiere verse curada de su enfermedad. “Si sólo tocara su vestido, quedaré sana” (Mc 5,28). Cuando Cristo al descubrir su fe, no se resiste: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y que se cure tu mal” (Mc 5,34). “La niña no ha muerto, está dormida... Levántate” (Mc 5,39-41). Ambas actitudes tiene su enunciado común en esta frase: "No temas, basta que creas" (Mc 5,36).

Qué grande es el hombre cuando, consciente de su pequeñez y de su indigencia, sabe buscar lo que necesita en aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.

La enseñanza del evangelio de hoy resalta la fe de dos personajes: Jairo que pide de rodillas que cure a su hija que se muere (Mc 5 ,21-24), que bien puede ser resumido con este episodio: “Señor no soy digno que entres en mi casa, vasta que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Y la fe de la mujer hemorroisa que curiosamente no tiene la plegaria como el de Jairo. Escena que puede ser resumida con este episodio: “Todos los que tocaban por lo menos el fleco del manto de Jesús quedaban completamente curados” (Mt 14,36).

Jesús al llegar con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de la barca se le acercó mucha gente.  Entre la muchedumbre estaba el jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita está muy grave.  Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).  Mientras comenzó su camino junto con Jairo, una multitud de gente seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban. De entre la multitud una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal en peor (Mc 5,25).  Ella, llena de fe y esperanza en el único que podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada (Mc 5,27).  Corrió un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con la gente, mucho menos tocar a Jesús.  Por ello toca el manto, “pensando que son sólo tocar el vestido se curaría” (Mc 5,28). ¡Así sería de fuerte su fe! Que nada le importo si la gente le descubriera que era impura, sino que su fe estaba bien firme en tocar por lo menos el manto de Jesús.

La primera representante es una mujer. Está herida en lo profundo de su vida. Porque "la sangre es la vida", enseña el Deuteronomio (12, 23), y el Levítico puntualiza: "La vida de la carne está con la sangre" (17, 11). El otro testigo, un hombre, sufre en su propia descendencia: su hija de doce años.

A causa de su dolencia, la mujer está excluida de la comunidad; una vez más desarrolla el Levítico (15, 19-30) la compleja casuística que relega a la mujer atacada de este mal a la marginación de las personas y hasta de las cosas. Es significativa la actitud -objetiva- adoptada por la multitud con respecto a ella: se la ignora. Jesús tiene que buscarla, pese a sus discípulos empeñados en relegar a la enferma al anonimato.

Ella misma se siente "asustada y temblorosa". El otro interlocutor, por el contrario, se halla en una situación opuesta: es un jefe de la comunidad. Es además persona conocida; se da su nombre: Jairo, de quien se dice y se repite (cuatro veces), que es "jefe de la sinagoga". Por último, se le ve muy rodeado de gente: "acompañado de mucha gente: Llegaron de su casa para... Llegaron a la casa y encontró (Jesús) el alboroto de los que...".

La primera padece un mal oculto; el segundo sufre de una manera que es confirmada por los que le rodean (v.35). Los dos se encuentran rodeados de gente trágicamente incapaz de solucionar nada: la mujer está arruinada por médicos ineficaces, y la casa de Jairo rebosa de testigos que adolecen de una "clamorosa" inutilidad.

Otro rasgo sugerente: la mujer lleva doce años enferma, que es la edad que tiene la niña. ¿Quiere el autor insinuar con esta coincidencia, que ambas están en la misma situación: en la de la humanidad enferma, mortalmente enferma, mientras no sea curada, "levantada" de la muerte por Jesús?.

Finalmente, lo que la mujer oyó decir de Jesús, despertó en ella alguna confianza (v. 27); lo que le dijeron a Jairo, contribuiría más bien al resultado opuesto (v.35). A estos personajes típicos se dirige Jesús. Actúa de dos maneras diferentes: la primera vez, como sin darse cuenta, la segunda, al término de una actuación muy consciente. Actúa mediante un contacto físico: la mujer toca su manto; él toma de la mano a la niña. Pero a este contacto le acompaña la palabra: interpela a la niña "despierta" y habla a la mujer identificada.

En este último caso, su palabra da sentido a la curación, precisando su verdadero motivo: la fe de quien se había echado estas cuentas: "Si toco...".

En el caso de Jairo, la eficaz es la palabra de Jesús: ella realiza el prodigio; y también es explicativa. Pues, si se juntan los versículos 39 y 41, se lee una catequesis cristiana sobre la acción de Jesús: "¡Levántate!", dice a la niña. El verbo utilizado aquí es idéntico al que significa la resurrección de los muertos, significado muy conocido por Marcos: "Los muertos resucitan" (12, 26), "Jesús de Nazaret... ha resucitado" (16, 6; cf 6. 14. 16).

Se presenta a Jesús como el que "levanta" a los muertos, los "resucita"; los muertos mismos están "dormidos" con el sueño que precede al último y decisivo levantamiento. Porque aquí, el "sueño" no es un eufemismo con el que se designa a la muerte, sino un término que expresa la orientación escatológica de la muerte, paso para la resurrección. "Por ser Jesús el que habla, el "sueño" de la niña está orientado a la curación.

Ante la niña "dormida", Jesús niega el poder de la muerte. Sus labios formulan una pretensión inaudita: sólo Dios puede hacer gala de ella, sólo él, que según Mc 12, 27, "no es un Dios de muertos, sino de vivos"". La palabra de Jesús se presenta con el lenguaje de la comunidad cristiana que predica a Jesús, fuente de vida, principio de la resurrección; es el lenguaje de 1 Ts 4, 13s.

Así se esclarece la página evangélica. Los dos milagros, tan parecidos entre sí que el autor ha intercalado el uno en el otro, muestran en Jesús al "médico" que él dice ser (cf. 2, 17); el único médico capaz (v. 26) de realizar la obra final: devolver la vida a los enfermos; o mejor aún: resucitar a los muertos. ¿Cómo posee el hombre Jesús tal poder?

Otro episodio similar: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo" (Jn 11,11-15).y cuando Jesús llegó a Betania, Marta sale a su encuentro y le dice: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,21-24). Ante el parecer de Marta Jesús es más contundente en su afirmación: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25).Una vez que hace esta singular revelación fueron hacia la tumba de Lázaro y Jesús lloró (Jn 11,35). Pero en seguida viene lo más asombroso; Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,39-40). Y después de una pequeña oración Jesús gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,43).

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