DOMINGO XVIII - C (4 de agosto del 2013)
Evangelio: San Lucas 12,13 - 21:
En aquel tiempo uno de la gente le dijo: "Maestro, di a
mi hermano que reparta la herencia conmigo." Jesús le respondió:
"¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre Uds?" Y
les dijo: "Miren, guárdense de toda codicia, porque, aun en la abundancia,
la vida de uno no está asegurada por sus bienes." Les dijo una parábola:
"Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí,
diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo:
"Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más
grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Tienes
muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, date buena
vida." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el
alma; las cosas que acumulas, ¿para quién serán?" Así es el que atesora
riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios." PALABRA DEL SEÑOR.
COMENTARIO:
Conviene demoler el muro del egoísmo y agrandar el granero del amor y compartir el pan con el hambriento. Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
Decía Jesús: “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero
si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? Sepan que el
Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y
entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,26-27). Y hoy nos está
reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque
aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida” (Lc 12,15).
Uno de entre la gente pidió a Jesús: “Maestro, dile a mi
hermano que me dé mi parte de la herencia. Le contestó: Amigo, ¿quién me ha
nombrado juez o repartidor de bienes entre ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo
anterior decíamos que a menudo no sabemos pedir a Dios y por eso Dios no nos
escucha. Que Dios escucha siempre que lo pidamos con un corazón puro y sincero.
Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que se
adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos, pero
Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca
de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me invoquen
y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán,
siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)
Me pregunto ahora, este pedido: “Maestro, dile a mi hermano
que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13), será una petición que nace de una
fe autentica a Dios o será que este hombre quiere usar el actuar de Dios con
criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de nosotros y con frecuencia confundimos
las cosas ante Dios?
El tema de las herencias es un tema recurrente e nuestra
vida familiar y motivo de muchas discordias. Gustaría saber cuántos hermanos,
que hasta es posible vayan a misa hoy y muy devotamente y no se hablen por
problemas de herencia entre hermanos. Por eso, yo soy de los que insisto a los
padres a que hagan testamento a tiempo. No saben cuántos líos entre los
hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es toda una lección de nuestra
codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de sacrificar nuestra condición de
hermanos, nuestra condición de solidaridad y de nuestro compartir con los
demás.
Jesús lamenta la codicia del corazón del dueño de la cosecha,
porque, mientras los pobres se mueren de hambre y cada día los grandes
terratenientes los dejan sin sus tierras, este hombre tiene un cosechón tan
tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto grano. La única preocupación es
qué haré para meter tanto trigo. La solución es clara, piensa en levantar
nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la cabeza pensar, que ya que
Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera repartir entre los que no
tienen nada, entre los que se mueren de hambre. Piensa en agrandar sus
graneros, pero no piensa que con ello está achicando su corazón. Pienso agrandar
sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón. Crecerán y se agrandarán
sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y achicará. Un tema de ayer y
también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los padres. Nada más morir los
viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos. Es ahí donde, nos olvidamos
de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y nos olvidamos de que somos
hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a mí? ¿Qué te toca a ti? Pero
claro, siempre hay alguien que se cree más derechos y con más títulos para
atrapar la mejor tajada.
Jesús tuvo experiencia de esto. Por eso este pobre hombre,
dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús para que convenza a su
hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios también haga de
intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos y la
codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias, no
es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo
lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular
sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias?
¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos
hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el
egoísmo del tener, del acumular.
El mejor recuerdo y
homenaje a nuestros padres que se fueron, será conservar una familia unida como
ellos la quisieron. Que el mejor homenaje y la mejor memoria de nuestros padres
que ya nos dejaron serán el amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De
qué sirve llorarlos, si entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos
dejaron? ¿Con qué cara nos acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de
flores, cuando nosotros no nos atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de
fecha para no encontrarnos? ¿Para eso lucharon toda su vida nuestros padres,
para que ahora nosotros rompamos la unidad familiar? El amor se expresa y
manifiesta no en el acaparar, sino en el compartir y en la sensibilidad de las
necesidades de cada uno. Al fin y al cabo, nadie llevará consigo lo que privamos
a nuestro hermano.
Recordemos la enseñanza de Jesús sobre el joven rico: “Jesús
estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló
delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir
la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino
sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no
robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y
a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde
muy joven que más me fala”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le
dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el
dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y
sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se
fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: ¡Qué
difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mc
10,17-23).