DOMINGO XXIX - C (20 de octubre del 2013)
Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:
En aquel tiempo, Jesús para explicar a sus discípulos cómo tenían
que orar siempre y sin desanimarse les propuso esta parábola: «En una ciudad
había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma
ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me
hagas justicia contra mi adversario". Durante mucho tiempo el juez se
negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga
continuamente a fastidiarme". Y el Señor dijo: «Fíjense lo que dijo este
juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche,
aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará
justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?». PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.
Me gusta siempre traer a colación la enseñanza del domingo
anterior: El evangelio terminaba con una pregunta que cuestiona: ¿No ha vuelto
más que este extranjero para dar gloria a Dios y los demás dónde están? No quedaron
limpios los 10?” Y dijo a quien había sido curado y que era samaritano:
“Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero recordemos, que Jesús caminaba hacia Jerusalén,que pasaba por los confines entre
Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y gritaron: “¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Resaltaba el clamor de los
diez leprosos y al final la gratitud de solo uno, el del leproso
samaritano. Esa pregunta con que termina Jesús en el evangelio tiene mucho sentido para nosotros porque también
nos lo dice enfáticamente: “De los 10 bautizados católicos solo uno ha
venido a agradecer y dar gloria al Señor y lo hacen domingo a domingo ¿los demás
9 católicos bautizados dónde están? ¿Yo no di mi vida en la cruz por todos?.
Las lecturas de hoy nos hablan de la perseverancia en la
oración un tema, sin duda fundamental en la vida del creyente. En la primera lectura vemos a Moisés (Ex. 17,
8-13) con las manos en alto en señal de
súplica al Señor. Resulta que mientras
Moisés oraba el ejército de Israel vencía a su enemigo; si las bajaba, sucedía
lo contrario. Llegó un momento que ya
Moisés no pudo sostener sus brazos en lo alto y tuvo que ser ayudado. A esta
idea hace buen complemento las mismas palabras de Jesús: “Porque sin mi nada podréis
hacer” (Jn 15,5). Lo que significa que con Dios se puede hacer todo (Col. 3,11).
El Evangelio (Lc. 18, 1-8)
que hoy hemos leído, nos habla de una parábola del Señor, en la cual nos
presenta un Juez injusto que ni teme a Dios ni quiere saber nada de la pobre
viuda que lo busca para que le haga justicia contra su adversario. Y el inhumano Juez termina por acceder a las insistentes
y perseverantes peticiones de la pobre mujer. Jesús usa este ejemplo para
darnos a entender que Dios, que no es como el Juez inhumano e injusto, sino que
es infinitamente Bueno y Justo, escuchará nuestras oraciones siempre y cuando
lo hagamos con fe y seamos constantes, insistentes y perseverantes.
Sin embargo, recordemos que debemos saber qué pedir, cómo
pedir, cuándo pedir y para qué pedir a Dios.
Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen
y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al
que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da
una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará
cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt. 7,7-11). Pero debemos recordar lo que dice este texto
al final: “Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.
Dios da solo cosas buenas. Y si algo pedimos y no nos lo
concede es que no es bueno para nosotros, sino recordemos este episodio: “Santiago
y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro,
queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren
que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu
derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo:
«No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el
bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó:
«Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En
cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo,
sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» (Mc 10,35-40). No es que sea malo soñar con la gloria en el cielo, pero eso depende de cada uno de nosotros en base a nuestra fe y esfuerzo.
Significa que debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar,
y esto a merita conocer la voluntad de Dios.
Y estar confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene. Esas “cosas buenas” son las cosas que nos
convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades antes que
se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de nuestras
necesidades, pues veamos: “En Gabaón, el Señor se apareció a Salomón en un
sueño, durante la noche. Dios le dijo: «Pídeme lo que quieras». Salomón respondió:
«Tú has tratado a tu servidor, David, mi padre, con gran fidelidad, porque él
caminó en tu presencia con lealtad, con justicia y rectitud de corazón; tú le
has atestiguado esta gran fidelidad, dándole un hijo que hoy está sentado en su
trono. Y ahora, Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi
padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu
servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan
numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede entonces a tu servidor un
corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el
mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como
el tuyo?». Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le
dijo: «Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni
riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario
para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un
corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti,
ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has
pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes,
durante toda tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis
mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re
3,5-14).
¿Por qué parece que Dios a veces no responde nuestras
oraciones? Porque la mayoría de las
veces pedimos lo que no nos conviene.
Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe
dárnoslas. Por eso la oración debe ser
confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos
pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene. Y la oración no debe dejarse porque no
recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos
da todo lo que necesitamos.
Sin embargo, no podemos dejar de notar la pregunta de Cristo
al final de este trozo del Evangelio. ¿Qué significa esa frase sobre si habrá
Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo? Esta frase sobre la Fe y
Segunda Venida de Jesucristo “pareciera” estar como agregada, como fuera de
contexto. Pero no es así. Notemos que habla el Señor sobre “sus
elegidos, que claman a El día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de
tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el
comentario de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y
noche”. De hecho, el tema que estaba
tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante
era precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).
Esa oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la
oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final ... hasta el
final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese
momento final. Es más, en el recuento
que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el
tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días
en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta
advertencia? Que la Fe va a estar muy
atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia
Jesús. Que muchos estamos a riesgo de dejar
enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24,
23-29).
Es una advertencia muy seria del Señor, que nos indica que
debemos estar siempre listos para ese día de la venida en gloria del Señor o
para el día de nuestro paso a la otra vida a través de nuestra muerte. Es una advertencia para que roguemos
perseverantemente porque seamos salvados, en ese día en que el Señor vendrá con
gran poder y gloria para juzgar a vivos y muertos (Mt. 25,31-46).
Sabemos que por parte de Dios la salvación está asegurada,
pues Jesucristo ya nos salvó a todos con su Vida, Pasión, Muerte y
Resurrección. Pero de parte de nosotros
se requiere que mantengamos nuestra Fe y que la mantengamos hasta el final. De
allí que Jesús nos dé el remedio para fortalecer nuestra Fe y para que esa Fe
permanezca hasta el final: la oración, la oración perseverante y continua: orar sin desfallecer para que nuestra Fe no
desfallezca (Lc 22,40). Pero, sin duda, la pregunta del Señor “¿creen ustedes que
habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” nos invita una seria
reflexión ... Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo está nuestra Fe? ¿Es una Fe que nos lleva a la esperanza de la
Resurrección y la Vida Eterna? ¿O es una
Fe que está esperando en el nefasto castigo en el infierno? (Lc 16,19-31).
Por ejemplo…¿le hemos dado algún crédito a los escritos de
los ateos actuales que están llenando las librerías con sus libros blasfemos,
en los que tratan a los cristianos como si fuéramos tontos? ¿Es una Fe que confía en Dios o que confía en
las fuerzas humanas? ¿Es una Fe que nos hace sentir muy importantes e
independientes de Dios o es una Fe que nos lleva a depender de nuestro Creador,
nuestro Padre, nuestro Dios? ¿De verdad tenemos la clase de Fe que el Señor espera
encontrar cuando vuelva? Y si para tener esa Fe que requerimos para el final,
la estrategia eficaz es la oración, cabe preguntarnos también: ¿Cómo es nuestra oración?
¿Es frecuente, perseverante, constante, sin desfallecer,
como la pide el Señor para que nuestra Fe no decaiga? ¿Cómo oramos? ¿Cuánto oramos? ¿Está nuestra oración a la medida de las
circunstancias? Porque ... pensándolo bien ... considerando como están las
cosas en el mundo, “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el
Hijo del hombre?” El Salmo 120 es un himno al poder de Dios y a la confianza
que debemos tener en El. Cantamos al
Señor, que es Todopoderoso, pues, entre otras cosas, “hizo el Cielo y la
tierra”. Y confiamos en El, pues “está
siempre a nuestro lado ... guardándonos en todos los peligros ... ahora y para
siempre”
La Segunda Lectura (2 Tim. 3,14 - 4,2) nos pide también firmeza en la Fe (“permanece
firme en lo que has aprendido”), seguridad en la Sabiduría que encontramos
viviendo la Palabra de Dios. Y además
nos habla de la necesidad de la Fe para la salvación (“la Sagrada Escritura, la
cual puede darte la Sabiduría que, por la Fe en Cristo Jesús conduce a la
salvación”).
Pero, adicionalmente, nos habla de la obligación que tenemos
de comunicar esa Fe contenida en la Palabra de Dios. Y esa obligación deriva de la necesidad que
hay de anunciarla en atención -precisamente- a la Segunda Venida de Cristo: “En
presencia de Dios y de Cristo Jesús, te pido encarecidamente que, por su
advenimiento y por su Reino, anuncies la Palabra”. De allí la importancia de
leer la Palabra de Dios, de meditarla,
de orar con la Palabra de Dios y, encontrando en ella la Sabiduría,
poderla vivir nosotros y mostrarla a los demás con nuestro ejemplo y con
nuestro testimonio “a tiempo y a destiempo, convenciendo, reprendiendo y
exhortando con toda paciencia y sabiduría”.
En resumen, Jesús hoy nos enseña: Saber pedir
(Mt. 7,7). No se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no conviene (Mc 10,35). Pero
si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos lo dará y con mayor razón
se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc. 17,5), que nos enseñe a
orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no caer en la tentación porque
el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc 22,40). Y si es así, claro
que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por II vez (Lc. 18,8).