DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Proclamación del Evangelio según San Juan 20,19-23:
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana,
estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por
temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:
"¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía esto, les mostró sus manos
y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles
esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados
serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos(as) en el Señor que derramó su Espíritu Paz
y Bien. En la solemnidad de Pentecostes permìtanme saludar a toda la comunidad parroquial del Espíritu Santo de Tacna. Al Padre Benigno, párroco, a todos loe hermanos franciscanos que laboramos en ella. a Los hermanos laicos de los diferentes grupos por su día de fiesta.
En la ascensión el Señor nos dejó todo un programa de tarea
que cumplir: "He recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo
les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28,18-20).
Fíjense que, se nos reiteró cuatro veces el adjetivo TODO: “Todo poder se me dio, todos los pueblos seas mis discípulos, enseñen a cumplir todo lo que les encargo, estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Anterior a este encargo ya nos dijo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). Para cumplir con esta ardua tarea y hacer que todos sean consagrados al Señor por el bautismo; nos ha prometido estar con nosotros y lo hará por el don de su Espíritu que el Padre enviará en su nombre (Rm 5,5). Esta efusión de su Espíritu es lo que hoy celebramos en la fiesta de Pentecostés. De este modo empieza un nuevo tiempo para la comunidad universal que es la Iglesia Católica, y San Pablo nos recomiendo así: “Que el mismo Dios de la paz los consagre totalmente y que todo su ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo. (1Ts 5, 23). Porque el mismo Señor nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).
Fíjense que, se nos reiteró cuatro veces el adjetivo TODO: “Todo poder se me dio, todos los pueblos seas mis discípulos, enseñen a cumplir todo lo que les encargo, estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Anterior a este encargo ya nos dijo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). Para cumplir con esta ardua tarea y hacer que todos sean consagrados al Señor por el bautismo; nos ha prometido estar con nosotros y lo hará por el don de su Espíritu que el Padre enviará en su nombre (Rm 5,5). Esta efusión de su Espíritu es lo que hoy celebramos en la fiesta de Pentecostés. De este modo empieza un nuevo tiempo para la comunidad universal que es la Iglesia Católica, y San Pablo nos recomiendo así: “Que el mismo Dios de la paz los consagre totalmente y que todo su ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo. (1Ts 5, 23). Porque el mismo Señor nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).
La solemnidad de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo que
hoy celebramos tiene connotaciones muy particulares: "¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).
El simbolismo de las lenguas de fuego: “Al llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del
cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la
casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego,
que descendieron por separado sobre cada uno de ellos” (Hch 2,2-3). Como se ve,
el Espíritu está en el simbolismo del fuego. El Espíritu Santo es como el
fuego. Y quién no sabe cuáles son los efectos del fuego. El fuego quema. El
fuego suscita energía y fuerza que transforma o purifica todo. Este poder del
Espíritu santo es la que se derrama en los sacramentos, haciendo del neófito un
soldado de Cristo. “Así como hay un crisol para purificar la plata y un horno
para el oro; así también Dios purificará el corazón de cada uno” (Prov 17,3).
“El fundamento ya está puesto es Jesucristo y nadie puede
poner otro. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas,
madera o paja: La obra de cada uno
se probara el día del juicio; el fuego revelará y pondrá de manifiesto lo que
es. El fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida
sobre el fundamento resiste al fuego recibirá la recompensa de la vida; pero si
la obra es consumida, se perderá la vida” (I Cor 3,11-15).
El don del espíritu Santo ¿No saben que ustedes son templo
de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el
templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes
son ese templo” (I Cor 3,16-17).
Juan Bautista dice a los judíos: “Yo los bautizo con agua
para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que
yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en
el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su
era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego
inextinguible" (Mt 3,11-12). En el bautismo se nos da el don del Espíritu
y en su plenitud en el sacramento de la confirmación, sacramentos que hacen de
quien lo recibe hombre nuevo: “Todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en
Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido
revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni
hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo
Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham,
herederos en virtud de la promesa” (Gal 3,26-29).
Esa fuerza del Espíritu como la del fuego tiene aún mayores
connotaciones en los sacramentos. Y así, el fuego del amor, destruye todo lo que
nos impide amar de verdad. Destruye y quema todo aquello que nos impide crecer
y madurar. Destruye y quema los egoísmos, los orgullos, las ansias de poder.
Con frecuencia necesitamos quemar la maleza de los campos y también la maleza
de nuestros corazones. El fuego da calor y tiende a expandirse. Pues el
Espíritu Santo es el fuego que nos da fuerza interior para afrontar las
dificultades, los problemas y ser capaces de ver lo imposible como posible. El profeta
nos lo dice: “Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: ¡Violencia,
devastación! Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Por eso me dije:
No hablare más en su nombre. Pero había
en mi corazón como un fuego abrasador,
encerrado en mis huesos que, por más que me esforzaba por contenerlo, no
podía” (Jer 20,8-9). La fuerza del espíritu Santo transforma: “Todos quedaron
llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el
Espíritu les permitía expresarse… Con gran admiración y estupor decían:
"¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos?” (Hch 2,4.7).
Ahora el fuego suscita nueva fuerza, esa fuerza es el nuevo lenguaje universal
de la Iglesia que es amor en el que todos nos entenderemos como hijos de un
solo Padre, porque lo somos.
Jesús esta en este ámbito del poder del espíritu santo, por
eso es capaz de perdonar a sus enemigos porque los ama (Lc 23,34). Por eso nos
ha reiterado tantas veces “Ámense unos a otros como les he amado” (Jn 13,34). Y
cuando un buen día preguntan a Jesús: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento
más grande de la Ley?" Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más
grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los
Profetas" (Mt 22,36-40).
La universalidad de la Iglesia por el Evangelio que es
Cristo Jesús: “Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las
naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de
asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,5-6). Dios
se propuso hacer de la humanidad una sola familia y lo dice por el Profeta: “Yo
los sacaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los
llevaré a su propio nación. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán
purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les
daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de
su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi
espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen
mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán
mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28). Y mismo Jesús nos había reiterado
en el domingo anterior: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con
ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). En este principio es como
se fundamenta nuestra Iglesia Universal, la Iglesia Católica. Pues, recordemos
que Jesús mismo dijo a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las
llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en
el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el
cielo" (Mt 16,18).
Una de las funciones más importantes del Espíritu Santo: la
unidad en la diversidad: “Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la
Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en
Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras
lenguas las maravillas de Dios" (Hch 2,9-11).
¿Cómo entender esta unidad en la diversidad gracias al don
del Espíritu? San Pablo haciendo a los dones del espíritu nos sustenta en qué
consiste la unidad en la diversidad, característica especial de nuestra
Iglesia: “Con relación a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que
ustedes vivan en la ignorancia. Ustedes saben que cuando todavía eran paganos,
se dejaban arrastrar ciegamente al culto de dioses inanimados. Por eso les
aseguro que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: “Jesús es el
Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay
diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de
ministerios, pero un solo Señor… En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el
bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para
enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también en el mismo Espíritu.
A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don
de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el
valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de
interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa,
distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere” (I Cor
12,1-11).
En el misterio de la Cruz brotó agua del corazón de Cristo que
es la Iglesia: “Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que
habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba
muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó
el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo
atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que
también ustedes crean” (Jn 19,32-35). A este misterio de la sangre y agua que
es el la materia del sacramento del bautismo es como se une la forma del
bautismo cuando nos dice mismo Jesús: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).
En el misterio de la Ascensión Jesús envía a la Iglesia:
“Vayan y hagan que todos los pueblos sea mis discípulos bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y sepan que yo estoy con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20). Jesús nos
acompaña en la misión por su espíritu y de modo especial en la sagrada
Eucaristía y al respecto nos lo reitera San Pablo: “La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20) Ya que hay un solo pan (de
muchos trigos), todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo,
porque participamos de ese único pan que es Cristo” (I Cor 10,16-17). Y la
función del Espíritu Santo es como el fuego que convierte la masa de harina en
pan, en la santa Misa es el mismo espíritu quien convierte la hostia en pan,
Cuerpo glorificado del Señor.
En Pentecostés, la Iglesia hace su estreno “hace su
presentación en la sociedad”. Por eso, en la primera oración de la Misa, le
pedimos: “Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia,
extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos
los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus
fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la
predicación evangélica.”
A manera de
conclusión: ¿Quién es ese Dios en quién creemos? En el credo de nuestra Fe
católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el
Espíritu Santo. El Espíritu Santo, es la tercera Divina Persona de la Santísima
Trinidad. No son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres modos
distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu
Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381).
Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles
este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20,
19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con
ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el
comienzo de la historia de la salvación hasta su consumación, pero es en los
últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación del Hijo en las entrañas de la
Virgen María, (Lc 1,26-38) cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando
es reconocido y acogido como persona. El Hijo nos lo presenta y se refiere a Él
no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar
propio y un carácter personal. Como el Hijo es la sabiduría del Padre, así el
Espíritu es el entendimiento del Hijo y del Padre; por el Don del Espíritu
entendemos el misterio del Hijo y por el Hijo entendemos el misterio de Dios
Padre.
Cristo prometió que este Espíritu de Verdad va a venir y
morar entre de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor
que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo
no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él
permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 15-17). El Espíritu
Santo vino el día de Pentecostés (Hch 2,2-12) y nunca se ausentará. Cincuenta
días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron
transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe;
los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo. “En adelante, el
Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y
les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). De modo que, el Espíritu Santo
está presente de modo especial en la Iglesia. Ayuda a su iglesia a que continúe
la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia (fuerza) a los fieles
para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con
Dios y los demás.