SANTÍSIMA TRINIDAD - A (12 de Junio del 2017)
Proclamamos del Evangelio de Jesucristo según San Juan
3,16-18:
Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no
ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está
juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. PALABRA DEL
SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Bien.
Con el domingo de Pentecostés hemos terminado el manifiesto completa del
ser de Dios. ¿Dios, qué necesidad tiene de manifestarse o darse a conocer? ¿Por
qué lo hizo de tres modos distintos? ¿Por qué no se dio a conocer solo de un
modo o de dos o de cuatro o diez modos distintos? Claro está que Dios pudo
darse a conocer como le dé la gana. En su libertad incluso pudo no darse a
conocer. Entonces; ¿Qué motivó a actuar de tres modos distintos? Estas y muchas
otras inquietudes responde la celebración de la solemnidad de la Santísima Trinidad.
“Tanto a amó Dios al mundo” (Jn 3,16). Este enunciado, parte
del evangelio que hoy hemos leído, lo podemos reorientar en primera persona hacia
nosotros de modo siguiente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a
ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en
mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”
(Jn 15,9-10). Incluso en sentido más personal se nos dice: “Les doy un
mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto los reconocerán
que son mis discípulos, en que saben amarse unos a otros como yo los he amado”
(Jn 13,34). Finalmente hace falta mencionar dos citas de los domingos
anteriores: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también
los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el
Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo” (Mt 28,19-20).
Al respecto del bautismo, Mismo Jesús empezó su ministerio con
el bautismo y entonces “el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de una
paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo
puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Es el Hijo quien se bautiza, el Espíritu
Santo desciende sobre Él y el Padre es quien dice: Tu eres mi hijo. De modos que: Es un solo Dios que actúa en
tres Personas distintas: El Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo” a quien hoy
celebramos en el misterio de la Santísima Trinidad.
El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres
Personas distintas- es el misterio central de la fe y de la vida cristiana,
pues es el misterio de Dios en Sí mismo.
Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en
tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios
esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios. Porque
el Padre quien engendra al Hijo y el Espíritu
Santo procede del Padre y del Hijo. Y el Padre no es el
Hijo, ni el Hijo es el padre y el espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo.
El Padre crea, el Hijo redime y el Espíritu Santo quien santifica.
Aún nos quedan muchas
cosas de Dios por entender, prueba de ello es que ya a más de dos mil años, aún
hay muchas personas y culturas que no conocen a Dios o no quieren simplemente
saber nada de Dios porque no conocen al Hijo de Dios. Pero de esta conjetura se
encarga el Espíritu Santo, es esa su función tal como ya nos dijo mismo Jesús:
“Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender
ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la
verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les
anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y
se lo anunciará a ustedes” (Jn 16,12-14). Gracias al don del Espíritu santo las
cosas de Dios no son cosas de historia sino tan actuales.
Hoy celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y este
misterio no es sino la coronación completa de la gloria de Dios. Jesús en su ascensión nos ha anunciado tanto el envió del Espíritu
santo, y el misterio de la trinidad: “Si ustedes me aman, cumplirán mis
mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté
siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede
recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque
él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Fíjese que es el
Hijo quien dice, yo rogare al Padre, que les envíe otro defensor, el espíritu
paráclito. Pero, aún es más enfático en otro episodio:
Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo
y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
(Mc16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). El
Señor con esa autoridad que ha recibido del Padre nos manda por el mundo “Que
todos los pueblos sea mis discípulos”. De este mandato nace el carácter de la
Iglesia Universal (Católica) y se es parte de esta Iglesia por el sacramento
del bautismo que se ha de administrar en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu santo.
Todos los bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt
28,19-20) somos parte de esta Iglesia universal, que se llama católica y en
ella profesamos por nuestro bautismo al Dios de la Santísima Trinidad. ¿Quién
es ese Dios en quién creemos, el Dios de la Santísima Trinidad? En el credo de
nuestra Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y
creo en el Espíritu Santo. Reitero, no son tres dioses, sino un único Dios que
se revela de tres modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como
Redentor, el Espíritu Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325,
Constantinopla 381). Estas tres divinas personas están unidas en el amor divino
del que hoy se nos hace referencia el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que
entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que
tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que
no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios” (Jn 3,16-18).
Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles
este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20,
19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con
ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).
Todo lo que podemos decir algo sobre Dios es en referencia a
este misterio de la Trinidad y de este misterio para saber algo tenemos que
preguntar todo al Hijo, solo podemos decir lo que Él dijo de sí mismo y lo que
Jesús nos contó sobre Él y la razón es muy sencilla. Dios está tan más allá de
nuestra razón que nunca se le podrá conocer como es en su intimidad. Pero lo
que la razón no puede explicar, y esto es lo bello de Dios, lo puede sentir el
corazón y el corazón entiende sobre el amor porque es su fuente. Es decir todo
cuanto queremos experimentar de Dios empecemos a entender que Dios está ceñida
en nuestro corazón: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5,5).
Cada uno tiene propia experiencia de Dios, porque Él se
manifiesta a cada uno, mediante la acción del Espíritu Santo. Por eso las
experiencias pueden ser diferentes. Será siempre el mismo, pero cada uno lo
siente de un modo distinto. Lo mejor que Dios nos dijo de sí mismo, a través de
Jesús, es que Él es Padre, que Él es amor (I Jn 4,8). Es vida (Jn 14,6), verdad
y amor. Todos sabemos muchas cosas del amor, pero de qué nos sirve saber
definir el amor si luego no somos capaces de amar (Mr 12,28). Más conoce el
amor el que es amado y ama que cuantos
se gastan los sesos dando explicaciones técnicas y escriben libros sobre el
amor y, sin embargo, nunca han amado de verdad.
Es posible que muchos se imaginen que nada de lo que nos
pase a través de la cabeza tiene valor. Yo prefiero aquello que pasa a través
del corazón. No basta saber que Dios es amor, tenemos que experimentar su amor
y su salvación y solo experimenta ese amor de Dios quien se siente amado por
Dios y el amor de Dios tiene que cumplir su función, cual es de amarnos unos a
otros, porque así dispuso Dios en su Hijo: “Les doy un mandamiento nuevo:
ámense los unos a los otros. (Jn 15, 12; 15, 17) Así
como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto
todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los
unos a los otros" (Jn 13,34-35).
Decir que yo no creo en Dios porque no lo he visto es
afirmación de los que no se sienten a amados por Dios. Es como el que niega el
azúcar disuelto en la leche porque ya está disuelto y no se le ve. No se le ve,
pero uno siente que la leche está dulce. ¿Negará por eso que no existe el
azúcar? Hasta el que está ciego y nunca a ha visto el azúcar siente su dulzura
cuando toma su leche. Yo prefiero que me hablen de Dios los que lo sienten y
viven en su corazón que los que lo tienen en la cabeza. Porque de nada sirve
saber maravillas de Dios y no saber ser amado por Dios. Y el ser amado por Dios
tiene que reflejarse en el amor al hermano.
El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano,
es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su
hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que
ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn 4,20-21). ¿Cuál es tu
experiencia de Dios? ¿Cómo lo sientes y vives en tu corazón? Está bien enseñar
doctrinas de Dios a los niños, pero mejor enseñarles que Dios los ama y que
tienen que amarlo. Los niños son buenos para vivir la experiencia de Dios. Pero
mucho mejor es enseñándoles amándolos como Dios nos ha amado.
Por tanto: si queremos llegar a Dios, no nos compliquemos
con la vida porque no llegaremos a nada más que a conjeturas. A Dios solo
podremos llegar con el corazón. El camino para conocer a Dios es el amor.
Muchos creen que solo la inteligencia entiende y conoce las cosas. Sin embargo,
mucho más conocemos amando que “entendiendo”. El Evangelio de hoy lo dice
claramente: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque
Dios no mandó a su hijo al mundo para juzgar a mundo sino para que el mundo se
salve por Él” (Jn 3,16). Dios no se reveló describiéndose en un libro e
teología. Dios se nos reveló “amándonos”, “enviándonos a su Hijo”, “para que
nadie se pierda y todos se salven”(Jn 17,12). Juan nos dirá que “Dios es
amor”(I Jn 4,8). El amor solo se entiende con el amor. Se puede pensar mucho
sobre el amor, se pueden escribir libros del amor, pero al amor solo lo
entiende el que sabe amar.
Hemos entrado a un nuevo tiempo, tiempo final. Al respecto
dice san Pablo: “Que el mismo Dios de la paz los santifique plenamente, para
que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser —espíritu, alma y
cuerpo— hasta la parusía (venida) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23). En
espera de la II venido del Señor tenemos una sagrada misión que cumplir: “Vayan,
entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir
todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del
mundo" (Mt 28,19-20). Y la forma efectiva de enseñar el Evangelio es sabiéndonos
amar unos a otros como Él nos amó (Jn 13,34). Presentando a Dios Uno y Trino
desde el saludo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión
del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros” (II Cor 13,13).
Solo podremos hablar de Dios si vivimos en el amor de Dios.
Sólo podremos hablar de Dios cuando nos sentimos amados por Él y cuando le
amamos a Él. Podemos ser grandes intelectuales y no entender nada de Dios.
Podemos ser iletrados y experimentarnos amados por Él y saber mucho de Él. El
indicativo del amor autentico es saberse amado por Dios, y amar al hermano como
Dios nos amó (Mc 12,28). Así pues, la única
fórmula de llegar al cielo es saber amarnos como Él nos amó: “Si cumplen
mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de
mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de
ustedes, y ese gozo sea perfecto. El mandamiento del amor. Este es mi
mandamiento: Ámense los unos a los otros, como loe he amado” (Jn15,8-12).