SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 6,51-58:
6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de
este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del
mundo".
6:52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo
este hombre puede darnos a comer su carne?"
6:53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen
la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
6:55 Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la
verdadera bebida.
6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y
yo en él.
6:57 Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene
Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron
sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
“Toman y coman todos de él porque esto es mi cuerpo…”(Mt
26,26); “…Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22,19). “Yo soy el pan vivo
bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn 6,51). "Les
aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no
tendrán Vida en ustedes” (Jn 6,53). Así como yo, he sido enviado por el Padre
que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que come mi carne
vivirá por mí” (Jn 6,57). Como vemos, Nuestro Salvador, en la última Cena, la
noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y
su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la
cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y
resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete
pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da
una prenda de la gloria futura" (NC 1323). Así, pues, por la celebración
eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna
cuando Dios será todo en todos (1 Co 15,28).
La Santa Eucaristía es el Santo Sacrificio, porque actualiza
el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o
también Santo Sacrificio de la Misa, "sacrificio de alabanza" (Hch
13,15; Sal 116), sacrificio espiritual (1 Pe 2,5), sacrificio puro (Ml 1,11) y
santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza
(Jer 33,31-33).
En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como
sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al
Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo:
los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida
apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá
siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente,
el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad
de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al
final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino
una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de
Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a
la bendición del pan y del cáliz (NC 1334).
Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el
Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus
discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este
único pan de su Eucaristía (Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua
convertida en vino en Caná (Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de
Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del
Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (Mc 14,25) convertido en Sangre
de Cristo. Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el
relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las
palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la
institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida,
bajado del cielo (Jn 6,51).
Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo:
"Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido
pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que
permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es
él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el
Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que
perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el pan
de la vida espiritual (Eucaristía).
En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre
el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para
siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste
hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy
todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a María:
“Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es
posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn
2,3ss). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de
Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11).
Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne
(Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua
en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su
sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó
una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de
él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por
Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc
14,22).
En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro
pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y
que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan
material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida.
No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es
necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para
la vida del alma. Dios nos provee ambos.
Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y
está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la
Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está
vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre
y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual
requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus
Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía,
pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de
partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes
importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la
tristeza de su inminente Pasión y Muerte.
Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta
festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y
Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido
la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y
fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).
“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por
qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo
que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn
3,16). Jesús mismo nos ha dicho: “Si
alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos
morada en él” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio
de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien
come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con
nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía.
Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y
disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios
siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace
cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo
como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan
misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida.
Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del
amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más
maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de
insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no
comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la
Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María
la virgen (Lc 1,31) y con el mismo Jesús crucificado y resucitado(Lc 24,39). Es
comunión con el Padre glorificado en el Hijo (Jn 14,20).
Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para
nuestro encuentro (Jn 14,6). Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va,
como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la
Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura,
Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos
un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (I Cor 10,16). En efecto, somos
muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto (I Cor 10,17).. Sin
embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola
Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del
mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo,
una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir
luego de la Iglesia tan divididos como entramos.
La sagrada comunión nos une con Dios en el Hijo, Jesús sacramentado.
Para que tenga efecto positivo en el que
comulga, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que
está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí
del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la
noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo:
"Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria
mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo:
"Esta copa es la Nueva Alianza que
se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así,
siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor
hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor
indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que
cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa;
porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia
condenación” (I Cor 11,23-29).
En cada celebración eucarística, el Señor nos dirige una
invitación personal y urgente a recibirle: "En verdad, en verdad los digo:
si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida
en Uds." (Jn 6,53). “Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre,
la verdadera bebida” (Jn 6,55). Y porque, el que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Para responder a esta invitación,
debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo, como ya
mencionamos, nos exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o
beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del
Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.
Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación"
( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir
el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar (NC 1385).
“El pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al
mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo
soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre y el que cree en mí
no tendrá sed” (Jn 6,33-35). Jesús Dijo a la samaritana: "Si conocieras el
don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú misma me pedirías, y yo te daría agua viva"(Jn
4,10). Jesús estando a la mesa: “Tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo
partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo
reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: ¿No ardía
acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?" (Lc 24,30-32):
Ante la grandeza de este sacramento, el fiel
sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión:
"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme"(Mt 8,8). Tomás exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús
le dijo: Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!" (Jn 20,28-29).