DOMINGO XVI – B (22 de julio del 2018)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,30-34:
6:30 Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo
lo que habían hecho y enseñado.
6:31 Él les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar
desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y
venía, que no tenían tiempo ni para comer.
6:32 Entonces se fueron solos en la barca a un lugar
desierto.
6:33 Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas
las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
6:34 Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se
compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles
largo rato. PALABRA DEL SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y Bien.
Un descanso en el Señor es importante en la misión para que, como dijo el Señor: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo
los aliviaré” (Mt 11,28). “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero
el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed” (Jn
4,13-14).
La preocupación de Dios por la Iglesia lo expresa por el profeta: “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me
ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus
ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los
lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré
de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio
suelo y las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en
las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar. Yo mismo
apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Dice el Señor: Buscaré a la
oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la
enferma” (Ez 3,11-16). “Al atardecer, le llevaron a todos los enfermos y
endemoniados, y la ciudad entera se reunió a la puerta. Jesús curó a muchos
enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; Por la
mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar
desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando
lo encontraron, le dijeron: Todos te andan buscando. Él les respondió: Vayamos
a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he
venido" (Mc 1,32-38). Efectivamente, por Jesús, Dios mismo vino a
pastorearnos y por eso Jesús reafirmó al decir: “Yo soy el buen Pastor que da
la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Y el salmista bajo la inspiración del
Espíritu Santo canta y dice: “El Señor es mi Pastor nada me falta, aun que
camine por cañadas oscuras nada temo” (Slm 23).
El domingo anterior, Jesús: “llamó a los Doce y los envió de
dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros” (Mc 6,7). Hoy, Jesús
siendo el buen Pastor, (Jn 10,11) dice: "Vengan
ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". (Mc 30,31). ¿Qué harán en el descanso?: Los
Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y
enseñado” (Mc 6,30). Los apóstoles dan cuenta de la misión de dos cosas: Lo que
han hecho y lo que han enseñado.
Los apóstoles regresan de la misión y, a causa del flujo de
gente, Jesús les propone que se detengan a reposar en un lugar apartado.
Notemos que el centro de la escena es Jesús: 1) en torno a él se reúnen los
misioneros, 2) a él le reportan todo lo que han dicho y hecho, 3) él toma la
iniciativa de llevárselos aparte a descansar. Los apóstoles no dejan de ser
discípulos, el Maestro sigue conduciéndolos para indicarles no sólo la forma de
hacer la misión sino qué hacer también después de ella.
El regreso de los apóstoles: “Los apóstoles se reunieron con
Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado” (Mc
6,30). Como ya anotamos, Jesús es el centro de la comunidad apostólica. Los discípulos,
que regresan fatigados de la misión, se congregan en torno al Maestro y le
cuentan los detalles de la misión vivida. Con relación al “congregarse”, se
nota una verdadera reunión, un “estar juntos” para evaluar el trabajo, una
experiencia comunitaria a la cual se le da valor.
La comunidad misionera corre el riesgo de dispersarse en las
diversas tareas apostólicas y perder su centro, su núcleo, “calor del hogar”:
Al ver a Jesús caminar sobre el agua se sobresaltaron los discípulos. Pero él les habló en seguida
y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Luego subió a la
barca con ellos y el viento se calmó” (Mc 6,50-51). Al final de la
multiplicación de los panes, cómo con la simple pero precisa anotación “obligó
a sus discípulos a subir en la barca”, Jesús presiona a los discípulos para que
eviten una de las tentaciones apostólicas más frecuentes: es más fácil quedarse
con la gente recibiendo los aplausos, que estar en la comunidad fraterna, donde
eventualmente se viven confrontaciones.
Marcos acentúa el hecho de que el contenido de la reunión
con Jesús fue la narración de las vivencias en la misión “todo lo que habían
hecho y lo que habían enseñado”. Supone que nada se le oculta a Jesús, todo se
convierte en tema de oración, el corazón se abre sin tapujos. Además, este
informe, realizado en el diálogo fraterno, es una expresión de la
responsabilidad del misionero con aquél que lo envió: “No hay nada oculto que
no llegue a saberse ni secreto que no llegue a descubrirse” (Mt 10,26).
“Hacer” y “enseñar”: recuerda que la misión no consiste
solamente en “palabras” sino también en “acciones y testimonio” transformadoras
que realizan lo que la anuncia la predicación. Se recuerda también que la
enseñanza de los apóstoles tiene su raíz en la vida de Jesús y que su acción
corresponde puntualmente al encargo recibido de “predicar la conversión” (Mc
6,12) y de hacer acciones liberadoras del mal y de restauración de las personas
(“exorcismos y curaciones”, (Mc 6,13). En esta primera parte, Jesús simplemente
escucha, acoge lo que los discípulos le presentan. Pero viene enseguida su
reacción.
El “descansar” en la misión (Mc.6,31): ‘Vengan también Uds.
aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y
venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer”. En este evangelio
de Marcos, Jesús no se pronuncia (haciendo algún tipo de valoración) sobre el
reporte de los discípulos, ya que se ha dado por sentado que entre el Maestro y
los discípulos hay una estrecha comunión. En este evangelio Jesús más bien da un
paso hacia delante, inédito con relación a los otros evangelistas, para
indicarles qué deben “hacer” inmediatamente después de la misión. La palabra de
orden ahora es “descansar”. “Para descansar un poco”. Se trata del reposo de la
fatiga de la misión. Recordemos que el Jesús que describe el evangelio de
Marcos es un misionero que conoce pocos reposos, razón por lo cual alguno que
otro lo ha calificado de “hiperactivo”; y al mismo ritmo van los discípulos.
Este retrato de Jesús y comunidad refleja la intensidad con que la Iglesia,
desde sus orígenes, asumió la misión. Pero, ¡atención!, Jesús también dijo una
palabra sobre el descanso.
“El que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca,
a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa"
(Mt 10,42). En el camino de la misión se encuentra un poco de agua que mitiga
la sed, de alimento que restaura la fuerza, de fresca brisa que reconforta.
Todo esto está contenido en el “descansar” ya es esta deliciosa experiencia que
invita Jesús a sus discípulos. Jesús, entonces, se está comportando como buen
pastor de sus discípulos. El pastor “competente” es el que conoce los lugares
secretos y las rutas seguras para llevar a su rebaño allí donde hay frescura,
hierba abundante y agua pura. "El que beba de esta agua tendrá nuevamente
sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed.
El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la
Vida eterna" (Jn 4,13-14).
No es por casualidad que Marcos ha colocado la motivación
principal del descanso: “Pues los que iban y venían eran muchos, y no les
quedaba tiempo ni para comer” (Mc. 6,31). Jesús recorría todas las ciudades y
los pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino
y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo
compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen
pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los
trabajadores son pocos.Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores
para su cosecha" (Mt 9,35-38).
Jesús no les pide a los discípulos nada que él no haya hecho
primero. Por eso, el comportamiento de Jesús al final de ese mismo día, después
de la multiplicación de los panes, realiza lo que se había propuesto cuando los
invitó a estar “a solas”: “Después de despedirse de ellos, se fue al monte a
orar” (Mc 6,46). Jesús es el modelo. Él sabe estar en la presencia de Dios y en
la presencia de la sociedad, sin perder el centro ni la fuerza. Por este camino
de misión y oración, de expansión y concentración, de trabajo y descanso, lo
siguen sus discípulos.
Frente a la comunidad, ya compacta, de los Doce, se coloca
ahora el cuadro de una multitud que comienza a fluir de “todas la ciudades”.
Llama la atención el énfasis en lo urbano, que es el espacio donde el tejido
social suele ser más fuerte. Pero estas “ciudades” no parecen ser “comunidad”,
ya que Jesús los ve “como ovejas que no tienen pastor” (Mc. 6,34). Pero aquí no
sólo hay una lección sobre la soledad y la dispersión que se vive en el mundo
urbano, sino que se apunta al hecho de que la misión de Jesús es universal
(como se muestra también en Mc 3,7-8 y 6,53-56): todos los hombres y su
realidad toda son el centro de atención de la obra de Jesús, nada ni nadie está
fuera de su actuar salvífico. Toda esta multitud de gente citadina que “corre”
al encuentro de Jesús porque amaba lo que él les podía dar, logra su propósito:
llega primero que la barca; y así, el lugar “solitario” se convierte en el
lugar de las personas “solas” (“como ovejas que no tienen pastor”) que
necesitan ser congregadas.
El encuentro de Jesús con las multitudes: “Al desembarcar,
vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no
tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34). Jesús desciende
de la barca y se encuentra con la multitud de gente. Anotemos enseguida que
Jesús no se molesta ni se incomoda por el hecho de ver invadida su intimidad,
sino que más bien se conmueve y los involucra, los hace parte de la comunidad.
Pongámosle atención a las acciones de Jesús 1) los “ve”, 2) “sintió compasión
de ellos”, 3) “se puso a enseñarles”. Hay un movimiento interno en la persona
de Jesús, que es ejemplar para el discípulo y misionero: 1) captar la realidad;
2) apropiársela; 3) responder a ella.
“Estaban como ovejas
que no tienen pastor” (Mc 6,34). ¿Qué le sucede a una oveja sin pastor? Le
sucede una de estas tres cosas: 1) No puede encontrar el camino. Es claro que
solos nos perdemos en la vida. Como escribió una vez Dante: “Me desperté en
medio del bosque, y estaba oscuro, y no se veía ningún camino”. 2) No puede
encontrar pastos ni agua. Es claro que mientras estemos en esta vida, tenemos
que buscar constantemente el sustento para recuperar las fuerzas. El problema
es que buscamos donde no es y por eso andamos insatisfechos, con el espíritu en
ayunas, con el corazón inquieto. 3) No tiene defensa frente a los peligros que
la acechan. Una oveja sin su pastor está perdida frente a los peligros: los
ladrones, las fieras. Es claro que tampoco nosotros nos bastamos a nosotros
mismos frente a los peligros de la vida, necesitamos de los otros y de este
Otro en particular que es Dios.
“Como ovejas que no tienen pastor”, viene de un trasfondo espiritual
mucho más profundo de lo que parece a primera vista, es una evocación de otra
ya conocida en la Biblia, veámosla completa para que le captemos el contexto:
“Habló Moisés a Yahveh y le dijo: ‘Que Yahveh, Dios de los espíritus de toda
carne, ponga un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga y entre
delante de ellos y que los haga salir y entrar, para que no quede la comunidad
de Yahveh como rebaño sin pastor’” (Números 27,15-17; y ecos de esta frase los
encontramos en 1 Reyes 22,17; 2 Crónicas 18,16; Judith 11,19; Ezequiel 34,5-6).
Moisés le pedía a Yahveh un sucesor, uno como él, capaz de conducir al pueblo
hasta la tierra, uno capaz de congregar al pueblo entre sí y con Dios, un
hombre con corazón de pueblo y con corazón de Dios, un hombre de alianza. Por
eso, Marcos nos está dejando entender que Jesús es esa persona que el pueblo
estaba esperando, aquel que encarnaría la premura pastoral de Dios con su
pueblo de Israel (como lo describe bellamente: Génesis 48,15; Isaías 40,11;
Jeremías 31,10 y el Salmo 23).
Jesús “se puso a enseñarles muchas cosas”. En contraste con
los maestros de Israel, que fracasaron en su tarea (al final la gente seguía
dispersa y desorientada), Jesús es el verdadero Maestro de Israel que conduce
eficazmente al pueblo en el proyecto de Dios. El Salmo 23 sigue siendo
interpretado por Jesús, aún en este aspecto, por el Pastor que es un Maestro
(Salmo 23,3: “me guías”). ¿Por qué Jesús responde precisamente con la
“educación”? Jesús le pone remedio a la dramática situación de un pueblo que
percibe “como ovejas sin pastor” con su enseñanza, porque ella trata de la
conversión, de un nuevo estilo de vida (Mc 1,14-15). No se trata de palabras
vacías. Jesús quiere ayudar al pueblo con una instrucción válida, que les de
criterios de vida sólidos y un proyecto común. Precisamente la falta de
criterios, de valores y de proyectos comunes destruye la unidad y la comunión
de un pueblo y lo reduce a una masa de hombres y mujeres privados de
orientación, en lucha de intereses entre sí y, por lo tanto, víctimas fáciles
de los falsos pastores y de sus promesas embusteras. Por eso, el primer don, el
primer servicio, que Jesús le ofrece al pueblo sin pastor es su enseñanza.
Concluyamos recordando que el interés principal del pastor
es la vida de sus ovejas, y para ello tarea ineludible es la nutrición. Jesús
es el nuevo Moisés que nutre al pueblo con el pan de la enseñanza (Mc 8,14-21)
y enseguida lo hará –lo veremos los próximos domingos- con el pan de la
Eucaristía, con su propia vida (Palabra hecha carne).
Con toda razón, siendo pastor, Cristo exclamaba: ‘Yo soy el
buen pastor’ (Jn 10,11). ‘Yo mismo vendaré la oveja herida y cuidaré de la
enferma, iré en búsqueda de la oveja perdida y reconduciré al redil a la
extraviada’ (Ez 34,16). Vi el rebaño de los israelitas apresados por el mal,
acabar en la morada de los demonios, dilacerado por éstos como por lobos. Y no
me quedé indiferente ante lo que vi. Soy yo, en efecto, el buen pastor: no los
fariseos que tienen envidia de las ovejas; no aquellos que cuentan como daño
propio los beneficios conferidos al rebaño; no aquellos que se afligen porque
los otros son liberados de los males o que se disgustan por la dolencias
curadas. El muerto resucita, y el fariseo llora; el paralítico es curado y los
escribas se lamentan; al ciego se le restituye la vista y los sacerdotes quedan
despechados; el leproso es purificado (Lc 7,20-23).