DOMINGO V DE CUARESMA – C (7 de abril de 2019)
Proclamación del santo evangelio según San Juan 8,1-11:
8:1 Jesús fue al monte de los Olivos.
8:2 Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a
él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
8:3 Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que
había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
8:4 dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio.
8:5 Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de
mujeres. Y tú, ¿qué dices?"
8:6 Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
8:7 Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no
tenga pecado, que arroje la primera piedra".
8:8 E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el
suelo.
8:9 Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras
otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que
permanecía allí,
8:10 e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde
están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?"
8:11 Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
"Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó
apedrear a esta clase de mujeres” (Jn 8,4-5): “Si la acusación resulta
verdadera y no aparecen las pruebas de la virginidad de la joven, la sacarán a
la puerta de la casa de su padre, y la gente de esa ciudad la matará a
pedradas, por haber cometido una acción infame en Israel, prostituyéndose en la
casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de entre ustedes” (Dt 22,20-21).
¿Y Tú qué dices? Preguntaron a Jesús.
El domingo anterior hemos reflexionado aquella escena: “El
hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue de casa a un país lejano, donde
malgastó sus bienes viviendo perdidamente. Cuando había gastado todo, sobrevino mucha miseria
en aquel país, y comenzó a pasar necesidad” (Lc 15,13). Tuvo que sentir el
golpe de la vida misma que lo obligo a
deponer la actitud de soberbia y soñar de nuevo en el calor del hogar. Hoy el
Evangelio nos presenta una escena casi similar: “Los escribas y los fariseos le
trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en
medio de todos, dijeron a Jesús: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de
mujeres. Y tú, ¿qué dices? (Jn 8,3-5). Dos escenas distintas: a) Una escena
de acusación donde domina la soberbia. b) Escena tremendamente humana, tierna
la de Jesús.
Recordemos algunas escenas de enseñanza de Jesús que dijo a
los que se creen perfectos: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de
tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a
tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la
paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). Otras escenas también convienen recordar.
Jesús les dijo: “Sean misericordiosos,
como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no
condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les
dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y
desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para
ustedes" (Lc 6,36-38). Como vemos, que tan lejos de estas enseñanzas están
los maestros de la ley para darse a sí mismos de jueces. Al respecto Santiago
nos dice: “Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en
contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena.
Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la
misma. Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de
salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo? (Stg 4,11-12).
En el evangelio de hoy, una mujer sorprendida en pecado y
con la muerte pendiente sobre su cabeza. Unos escribas y fariseos acusándola y,
con las manos llenas de piedras, dispuestos a apedrearla. Pero también un Jesús
sereno y tranquilo, dispuesto siempre a defender al débil que ha caído y
dispuesto siempre a levantarle, escena equivalente al padre recibe entre besos y abrazos al hijo que
vuelve a casa (Lc 15,20), aquí Jesús dispuesto siempre al perdón y devolver a
la vida a la que los hombres están dispuestos a apedrear.
Los maestros de la ley, los fariseos dijeron a Jesús:
"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en
la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? (Jn
8,4-5). Una mujer hundida en la vergüenza, temblando de miedo ante la dureza y
la incomprensión humana. Unos hombres siempre dispuestos a escandalizarse de
los pecados de los demás, siempre dispuestos a juzgar y condenar a los otros.
Además, un Jesús, siempre dispuesto a amar, a perdonar, a salvar, a tender sus
manos para levantar al que ha caído. Ya nos dijo con claridad: "No son los
sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan
qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido
a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no
tenga pecado, que arroje la primera piedra" (Jn 8,7). Escena que cambia
completamente el panorama. Los acusadores se convirtieron en acusados por su
conciencia. Y aquí es donde se cumple exactamente lo que Jesús ya dijo: “Con la
medida con que ustedes midan también ustedes serán medidos" (Lc 6,38). O
aquel refrán que dice: “No escupas al cielo”. Estas palabras de Jesús
desubicaron completamente a los acusadores quienes incluso buscaban con la
supuesta sentencia de Jesús, saber acusarlo y llevarlo a la cruz al mismo
maestro. “Los acusadores se fueron retirando uno por uno” (Jn 8,9). Apedreados
por su misma conciencia. Y es que no lo dijo por gusto aquella enseñanza: “No
hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser
conocido” (Mt 10,16). Todo queda al descubierto ante Dios, nada se puede
ocultar.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?
¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn
8,10-11). Que palabras de consolación y de amor para la pecadora. Este el amor
misericordioso de Dios por cada pecador convertido al evangelio, con razón nos
dijo: “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse" (Lc 15,7). “Quien no practico misericordia será juzgado sin
misericordia” (Stg 2,13). En la base de todo acto misericordioso está el amor.
Preguntaron a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le
respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y
con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo
es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40).
Jesús explicó a Nicodemo en el siguiente termino respecto
del amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a
su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que
cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha
creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús no vino al
mundo a condenar a nadie sino a mostrarnos cuanto Dios nos ama.
El amor auténtico no permite condenar a
nadie. Por algo insiste Jesús en
hacernos entender el tema cuando en su enseñanza central nos dice: “Les doy un
mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado,
ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que
ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros"
(Jn 13,34-35).