DOMINGO VI – B (14 de Febrero del 2021)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:
1,40 En aquel tiempo, se le acercó un leproso para pedirle
ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes
purificarme".
1:41 Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
"Lo quiero, queda purificado".
1:42 En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
1:43 Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
1:44 "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte
al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó
Moisés para que les sirva de testimonio".
1:45 Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo
el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar
públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares
desiertos. Y acudían a él de todas partes. PALABRA DEL SEÑOR.
Dijo el señor: “Pidan y se les dará, busquen y encontraran;
porque al que pide se le da… (Mt 7,7). El leproso nos da una lección como se pide,
con mucha fe: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran
prudencia y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su
discurso, ni se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el
momento oportuno. Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor,
postrándose a sus pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él
(una oración simple que sale del corazón profundo del leproso). En efecto, no
le dice: “Dame salud; o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’.
No le dice: ‘Señor, ¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da
testimonio así que Él es Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que
le asiste.
‘Quiero, queda
curado’ (Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios
milagros, no consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta
circunstancia. Aquí; para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su
poder, dice primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida
de las palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece
en comunión con la Ley de Moisés al manda al leproso a presentarse a los
sacerdotes (Mc 1,44; Lv 13,10) pero también en contraposición a ella cuando se
hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo
normal, que es alejarse gritando “impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco
Jesús lo hace: alejarse del leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas
por la ley de Moisés.
Lo que es puro e impuro dice el Señor: "Cuando se
apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron: ¿Qué
es lo que hace puro o impuro al hombre? Dijo Jesús: “¿No saben que nada de lo
que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón
sino al vientre, y después a la letrina?" Así Jesús declaraba que eran
puros todos los alimentos. Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que
lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde
provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas
proceden del interior y son las que hacen impuro al hombre" (Mc 7,17-23).
Por tanto, no por comer mucho o poco; no por estar con un
mal del cuerpo, o por estar sano el cuerpo depende nuestra salvación. Sino de
cómo está el alma o espíritu nuestro, si puro o impuro, depende nuestra
salvación.
La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos: 1)
Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40). 2) Curación del leproso (Mc
1,40-42). 3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44). 4) El hombre sanado pregona
la curación: el primer misionero de Jesús (Mc 1,45)
1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le
acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del
evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del
fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un
leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo
trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la
gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.
a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o
sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del
Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo
de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo
demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).
b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el
leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos
de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la
entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas
relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta
en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que
advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué
humillación!
c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso
debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo
su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No
sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor
de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere
que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su
cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas
sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino
gritarle desde lejos (Lev 13,45-46).
Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús:
1) Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación humanamente
incurable. 2) Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas
poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús. 3) Un hombre que
comprende lo que le ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede
sanarlo.
Curación del leproso (Mc 1,40-42): “…Suplicándole y, puesto
de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del leproso
representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea tiene del
precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La manera
como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración
propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando
en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia. Así
también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que será
resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc
7,25).
En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que
Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil
que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que
la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las
palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien
nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números
12,12). En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder
absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma
orará Jesús en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se
abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero,
sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Uno no puede de dejar de ver en esta
ocasión cómo la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene
un profundo sentido.
¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús?
Anteriormente en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc
1,25.27). Ahora se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación:
“Puedes limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes
declaraban cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la
limpieza-curación misma.
Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de
portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc
1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.
“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo:
‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está movido desde un gesto que
proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el
sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino
que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del
siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la
sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena
en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el
contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se
vuelve verbal: el poder de la Palabra.
1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41).
Vemos los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de transmitir
la potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad. Hay un
trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con brazo
extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex
6,5); y también el poder de Dios por medio de los gestos de Moisés en (Ex
4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La mano se extiende para tocar. Para Marcos
el contacto físico es importante (Mc 3,10; 5,27.28.31; 6,56; 7,33; 8,22;
10,13), es una forma de comunicación honda que vehicula algo de sí mismo.
2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las
palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la
orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso.
Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios!
“Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios:
basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.
Como es de ver, el tema de la purificación aparece por
tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarme” (Mc 1,40), “Queda limpio (puro)”
(Mc 1,41) y “Quedó limpio (puro)” (Mc 1,42). Esta secuencia de voces (del
enfermo, de Jesús y del narrador que haces las veces de observador externo
muestra linealmente cómo la oración ha sido atendida. Marcos nos invita a
apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de Jesús tiene un poder inmenso.
¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con nuestra simple voluntad al
enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios: basta que quiera una cosa
para que ella suceda. El leproso es curado al instante de la enfermedad.
Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante
prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate
al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para
que les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44). Enseguida viene una nueva orden, no
para la enfermedad sino para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos
componentes:
a) Uno negativo: lo que no debe hacer, esto es, guardar el
secreto de lo sucedido. La finalidad es evitar la publicidad y evitar
concepciones simplistas que expone a Jesús a la manipulación de quienes buscan
su poder sin comprender cuál es su profunda identidad mesiánica, o sea, sin
dejarlo revelarse y cumplir a cabalidad la misión para la cual vino (esto es el
“secreto mesiánico”.
b) Lo positivo: lo que sí debe hacer, que es proceder como
manda la Ley de Moisés al respecto (Lv 6,13), pero no como simple cumplimiento
de una normativa sino “para que le sirva de testimonio”: no una acusación sino
como demostración y anuncio concreto del acontecer del Reino de Dios. Las
palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o purificación) del leproso a la
obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea
del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.
3.- El hombre sanado pregona la curación: el primer
misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo
y a divulgar la noticia (El primero en proclamarla Buena Noticia, el poder de
Dios en el Hijo), de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en
ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y
acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada.
El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús:
“Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el
“entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la
enfermedad pero no el corazón del hombre.
Se hace notar enseguida: 1) Ahora el marginado es Jesús que
debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede
entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso:
éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito
del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La evangelización del
(ex) leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es testimonial y
consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.
La forma verbal de la frase “acudían a él de todas
partes”, genera un efecto: una acción prolongada y constante de ríos de
personas que –como lo hizo inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El
progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer
capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. El punto es que no sólo la
fama de Jesús se difunde. Sino que –como una onda expansiva- continúa creciendo
la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio.
Una inquietud conecta la primera con la última página del
Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo
pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a
hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).
El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero
sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La
predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un
solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la
evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino
predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros.
Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo
y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.