DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR - B (28 de marzo del 2021)
Proclamación del Evangelio según Marcos 14 1-15, 47
(Lectura breve) Y los que pasaban por allí le insultaban,
meneando la cabeza y diciendo: “¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo
levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!”
Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto
con los escribas diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El
Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y
creamos.” También le injuriaban los que con él estaban crucificados.
Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra
hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: “Eloí, Eloí,
¿lema sabactaní?”, - que quiere decir - “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has
abandonado?” Al oír esto algunos de los presentes decían: “Mira, llama a
Elías.”
Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre
y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: “Dejad, vamos a ver
si viene Elías a descolgarle.” Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. Y
el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión,
que estaba frente a Él, que había expirado de esa manera, dijo: “Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios.” PALABRA DEL SEÑOR.
“He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo
pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza… pondré
mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y
ellos serán mi pueblo” (Jer 31,31-33). “Ha llegado la hora en que el Hijo del
hombre sea glorificado” (Jn 12,23). Llego la hora de la nueva y definitiva
alianza, la hora la la salvación de la humanidad. La mayor prueba del amor de
Dios por la humanidad (Rm 5,8).
“No hay amor más
grande que el que da la vida por su amigos (Jn 15, 13). “Ámense unos a otros
como yo los he amado” (Jn 13,34). El amor no es un sentimiento, es una
decisión, una opción. Jesús que es la manifestación del amor de Dios,
dio libremente su vida por cada uno de nosotros. “Como
el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en
mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn
15,9-10). Decimos que Jesús tenía que morir, que su muerte fue un
acto del destino. No. Jesús decidió predicar y vivir amándonos,
eligió el amor a nosotros, decidió amarnos a todos y esta decisión le llevó a
la muerte.
Judas hizo una elección humana al traicionar a su Maestro. Y
podía tener mil razones para justificar su decisión. Pedro decidió negar al
Señor, una decisión humana muy calculada y razonada. Poncio Pilato tuvo que
tomar también su decisión. Y firmó la sentencia de muerte.
Usted y yo hacemos elecciones todos los días. Nuestras
elecciones y decisiones pueden apagar el Espíritu y separarnos del amor de
Jesús o destruir el amor de nuestros padres y hermanos. Si nosotros queremos
vivir de cerca esta semana de pasión tenemos que elegir el amor, aún sabiendo
que corremos el riesgo del sufrimiento y de la muerte. “El que
quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la
salvará” (Mt 16,25).
Los soldados le miraban, mientras jugaban a los dados. Jesús
hizo su sacrificio y murió en la cruz para liberar al mundo del pecado: “Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él
no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no
es condenado; el que no cree, ya está condenado” (Jn 3,16-18). Los judíos
dijeron matar a Jesús: Cura en sábado, llama a Dios su
padre, siendo hombre se hace igual a Dios, (Jn 5,18).
Los verdugos creen condenar a Jesús en
nombre de Dios: ”Si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra
que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese
profeta morirá. Tal vez te preguntes: ¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha
pronunciado el Señor? Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple
y queda sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt
18,20-22) y el profeta por mentiroso morirá, dice Dios por Moisés.
Jesús dijo: Subimos a Jerusalén; el Hijo del hombre será
entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los paganos: ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y
lo matarán. Y tres días después, resucitará" (Mc10,33-34). Los
mismos enemigos dijeron: Kaifas, el Sumo
Sacerdote hablo proféticamente y dijo que Jesús moriría por la
nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad
a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que
debían matar a Jesús” (Jn 11,51-53). El soldado romano al verlo
expirar así, que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este
hombre era Hijo de Dios!" (Mc 15,39). El ángel dijo a las
mujeres: "No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha
resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a
decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea allí lo
verán, como él se lo había dicho" (Mc 16,6-7).
Se cumple lo que Jesús dijo, por lo tanto las palabras y
mismo Jesus viene de Dios (Dt, 18,21).
Jesús había dicho: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn
10,30). Ahora nos preguntamos: ¿Qué hace Dios en la Cruz? ¿Qué puede hacer con
las manos y pies clavados? ¿Qué quieres que haga Dios? Pero el problema no es
“qué hace”, sino algo mucho más profundo "qué significa un Dios en la
Cruz". ¿Quién ese Dios en que creías? ¿Cómo es ese Dios que te imaginabas?
Estas y otras preguntas nos inquietan después de esta lectura de la pasión de
N.S. Jesucristo.
Generalmente preferimos imaginar: Un Dios que lo puede todo.
Un Dios que lo sabe todo. Un Dios tan perfecto que es pura felicidad sin dolor
y sufrimiento alguno. Un Dios que ve sufrir a los hombres, pero el sufrimiento
a él no le toca ni el vestido.
Un Dios capaz de hacer milagros para evitarse cualquier
sufrimiento. Pero, estas imaginaciones hoy se nos derrumban. Porque, ahora ¿Qué
piensas de un Dios que es inocente y sin embargo es juzgado y termina siendo
condenado? ¿Qué piensas de un Dios a quien todo el mundo considera reo de
muerte? ¿Qué piensas de un Dios que tiene que morir crucificado como “una
maldición y vergüenza de la humanidad”? ¿Verdad que ese no es nuestro Dios, el
que tú yo pensábamos? Sin embargo, esa es la verdadera realidad de Dios. Es
decir: Un Dios que ama por encima de todo. Un Dios débil y que lleva a cabo su
obra en la debilidad. Un Dios que prefiere amar a condenar. Un Dios que vence
el mal en su propio sufrimiento. Los días de la Semana Santa tendrían que
ayudarnos a revisar nuestra imagen de Dios verdadero.
Hace poco tiempo Dios nos asombró en su Hijo, cuando nació
en un pesebre entre los pastores, hoy nos asombras aun al mostrarse ante la
humanidad como un manso cordero: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera
abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el
que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente y,
¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los
vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con
los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia
ni había engaño en su boca” (Is 53,7-9).
El profeta Isaias describe los gestos de Cristo en la Cruz y
son muchos los gestos y actitudes de Jesús en la Pasión que debiéramos meditar
y recordar estos días. Pero subrayo y resalto dichos gestos descrito por el
profeta:
El silencio. Una de las cosas que los Evangelios resaltan y
que más extrañan en la Pasión de Jesús es su silencio. “Y Jesús callaba”. Le
acusaban “y Jesús callaba”. Le condenan a muerte “y Jesús callaba”. Le cargan
con la Cruz “y Jesús callaba”. El difícil y doloroso silencio del inocente.
¡Qué difícil callar cuando alguien nos acusa! ¡Qué difícil callar cuando
creemos tener la razón!
No se justifica. Otro de los rasgos es que en todo momento
Jesús no trata en modo alguno de defenderse, justificarse. Sabe que cualquier
justificación no será escuchada. Sabe que los hombres no están para escuchar la
verdad sino sus propios intereses e intenciones. El que habló tanto durante su
vida, sabe que ahora es el momento del silencio. Del dejarse llevar y manejar.
No se encierra sobre sí mismo. Jesús no es de los que
utiliza el sufrimiento como un medio para que le presten atención. No es de los
que se encierra en sus propios dolores. Al contrario, sigue pensando en los
demás. Difícil tarea: pensar en los otros cuando uno está sufriendo. En la Cruz
tiene una oración por los mismos que le han juzgado y condenado. Y hasta los
disculpa. “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen.” (Lc 23,34). En la
Cruz, se olvida de sí mismo para atender el grito del que con El sufre en la
Cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.” (Lc 23,43) En la Cruz, tiene una
recuerdo para su Madre: “Madre, he ahí a tu hijo. Hijo, he ahí a tu madre.” (Jn
19,26).
El desprendimiento de todo. Antes de dar y entregar su vida,
Jesús se desprende de todo. Hasta de sus vestidos y quedarse desnudo. Es la
desnudez de la muerte. La muerte nos desnuda de todo. Nos desnuda de nuestro
poder, de nuestros títulos, de nuestros dineros, de nuestro prestigio. Al morir
morimos en la soledad de nosotros mismos. Desnudos como cuando vinimos al
mundo. Muere desnudo quien vivió desnudo de todo. La esperanza. Cuando todo se
oscurecía en su corazón, sólo una cosa seguía alumbrando su espíritu: la
esperanza. En ningún momento hay desesperación. No hay gritos de rabia. Hay paz
en el espíritu. Entrega su vida en la paz y serenidad de la esperanza. No se ve
nada, pero sabe que amanecerá.